Capítulo 20
Priscilla.
—Mi Don, por favor. Déjeme ir a esa fiesta en Nueva York —supliqué pestañeando.
Una empleada pasó por su lado para echarle en el plato espaguetis a la carbonara. Era su plato preferido. Lo sabía porque durante su huida con mi asquerosa hermana, investigué sobre sus gustos. Las empleadas eran conscientes de lo que era de su agrado o no, pero había una de ella, una vieja que era como su madre.
Congeniamos muy bien. Y me contó absolutamente todo de él.
Le quitaría esa obsesión con Bianca, sí que lo haría porque él era solo mi esposo. Debía venerarme y hacerme feliz. Yo era tu sol, la persona más importante. Así lo exigía la mafia.
—Priscilla, he dicho que no —repitió con los dientes apretados.
Me miró un segundo para volver a enrollar su tenedor en la pasta.
—Por favor. Quiero ir.
Hizo un ruido raro. Qué desagradable.
—No creo que en tu estado sea lo más conveniente —explicó con la voz alzada.
Hice un puchero girando mi cabeza hacia su abuelo. El vejestorio todavía seguía vivo, y casi va al otro barrio. Cuando los rusos nos atacaron, casi le dio un ataque en el corazón en ese búnker.
—¿Qué opina usted, abuelo? —pregunté dolida.
Él dejó su copa de vino y conectó los ojos con su nieto.
—Puede que Priscilla tenga razón, debería ir contigo y así podéis compartir más tiempo juntos. Os he visto muy despegados, las parejas deben estar unidas. Para lo bueno y lo malo —explicó él.
—Es peligroso —objetó Don —. No irá. No pondré en peligro a la madre de mi hijo. Las cosas están mal.
En verdad me apenaba que no me hiciera caso. Se la había pasado de aquí para allá, sin reparar en mí. ¿Sería verdad lo que Bianca había dicho? ¿Me usaría para parir a su heredero y después matarme? ¿Por qué todos los hombres que me gustaban pasaban de mí y se enamoraban de mi hermana?
Me estremecí en la silla de lujo.
La mansión de Don era bestial, más grande que la mía en Los Ángeles. Bianca seguramente estaría en un cuchitril. Yo aquí con un hombre apuesto, con miles de demonios en su interior que opacaría con mi cariño.
—Por eso mismo —el viejo le dio un apretón de mano a Don —. Si te ven con tu esposa —remarcó la palabra —. Puede que todos tus problemas se solucionen. Ya sabes de lo que hablo.
—¿Y si le pasa algo por el embarazo? —gruñó, ya estaba casi convencido.
Aquellas palabras de su abuelo habían hecho mella en él.
—Siempre podéis engendrar otro —sonrió feliz.
Chillé cuando asintió con la cabeza de mala gana. ¡Iba a ir a una fiesta con mi esposo! Era la oportunidad perfecta para que me deseara y me tomara de nuevo. Deseaba tanto volver a repetir lo que hicimos la noche de bodas.
—¿Y en qué consiste esta fiesta? —pregunté con entusiasmo.
Luka que estaba a mi lado habló antes de que él pudiera hacerlo.
—Es una recaudación de fondos para algunos orfanatos. Toda la élite de Nueva York llegará para apostar cosas de arte, lo que se gane será destinado a esos niños huérfanos. Es una idea que lleva en la cabeza de Don hace mucho tiempo, él será quien done más dinero y organice la fiesta —explicó relajado, parecía que se sentía orgulloso de mi marido.
Qué pérdida de tiempo. Esos niños iban a seguir siendo pobres igual.
Don se giró para darle una mirada furiosa.
—En realidad, eso es una simple tapadera para reunirme con algunos socios y capos —afirmó.
—¡Estoy deseando ir!
Melody esbozó una sonrisa acariciándome el cabello.
🖤
Bianca.
Vi el sol del amanecer colarse por los grandes rascacielos que poseía Nueva York. Me permití respirar el aire en la terraza un rato antes de ingresar de nuevo en la habitación del hotel. Estaba muy nerviosa. En unas horas, vería a de nuevo a Don, está vez con una única misión.
El albornoz se pegaba a mi piel cuando me senté en el sillón que estaba al lado de la terraza, una empleada me trajo el desayuno muy temprano. ¿Por qué mierdas seguía pensado en él? Iba a destruirlo.
—¿En qué piensas, cariñoso? —preguntó Elijah haciendo a un lado las sábanas y saliendo de la cama.
Caminaba desnudo hacia mí. Rodeé los ojos por su apodo cariñoso llevándome una fresa a la boca. No me arrepentía de nada de lo que había hecho, pero Elijah no parecía enterarse de que nada iba a ser como antes.
—Elijah solo hemos follado, ¿entiendes eso? No voy a volver a ser tu novia, es solo sexo. Sin más.
La decepción cruzó por su rostro. Se detuvo en seco al ir mis palabras.
—Pensé que lo nuestro se habría arreglado —murmuró dolido.
El mayor error que puedes cometer en la vida es enamorarte. Te debilita.
—Nunca hubo algo para arreglar, se destruyó cuando te fuiste —contraataqué.
La mirada se nubló por el dolor, Elijah todavía me amaba. Yo a él no. En mi corazón ya no había espacio para querer a alguien, todos me habían decepcionado y mentido. Me habían usado, en ese momento también me usaban, aunque el beneficio fuese derrotar a Giovanni.
No era muy listo para la mafia. Era comprensible, no están reparado para asumir el mando de su padre.
Él sólo quería ser un marinero.
Lo destruyeron entre todos para convertirlo en un ser idiota, malo y asqueroso.
A día de hoy no sé porque sentía que dentro de él había una llama de esperanza, estaba alojada muy dentro y esperaba a ser sacada. ¿Iba a ser yo quien lo ayudará?
No.
—Bianca, podemos reconstruir nuestra relación —propuso meloso, acariciando mi cabello suelto —. Tenemos que poner de nuestra parte.
Mis ojos quedaron fijos en la habitación lujosa de ese hotel. Sus palabras me herían.
—Vete.
—¿Qué? —cuestionó él, confuso.
Respiré por la nariz muy hondo.
—Qué te vayas de mi puta habitación, no quiero verte más de lo necesario. No arreglaré nada porque no vale la pena, olvídame ya, Elijah. Porque yo hace mucho tiempo que te olvide a ti.
—No puedes acostarte conmigo, tener una noche llena de placer y decirme luego esto. Pensé que...
Podría arreglar las cosas con él, no quería. No estaba hecha para amar a otra persona. Si le guardaba cariño, nada más.
—No me interesa. Las personas follan, no es nada del otro mundo.
—Bianca —me llamó suplicante.
—¿Acaso no tienes dignidad? Te estoy diciendo que no quiero nada contigo, lo de anoche fue un error mío. Lo siento. No volverá a pasar.
🖤
Una estilista presumida ingresó en mi habitación por la tarde, vino con un arsenal de vestidos de tela costosa, tacones de marca, diademas, maquillaje, ropa interior y muchísimas cosas más que perdí la cuenta. Después de que me bañara, me ayudó con mi maquillaje, aplicó máscara en mis pestañas para realzarlas, base de un tono de mi piel para quitar las imperfecciones, sombra en mis párpados y por último pintó mis labios de un tono rojo.
La tarde iba pasando mientras elegía un vestido que me quedas bien, varias prendas pasaron por mi cuerpo, solo uno se quedó. Era de un color negro y llevaba un gran escote, se me encajaba en las curvas a la perfección. Me sentía poderosa. Mis tacones me daban una altura considerable, lo malo es que escapar iba a ser difícil.
—Exquisita —dijo al fin.
La mujer se fue con sus cosas y me dejó sola.
Saqué mi nuevo teléfono para mandarle un mensaje a mi padre de que ya estaba lista, él me dijo que un taxi me estaría esperando a las diez de la noche en frente del hotel. Ya no hablamos más.
A mi hermano no lo había visto desde ese día. Quería arreglar todo con ellos, pero eso no serviría de nada. Me usaron para una misión de la que no tenía constancia. Yo no era nada para ellos, solo una simple muñeca para usar.
¿Qué pasaría después de que Don entrase en la cárcel?
No me importaba.
Justo a las diez de la noche una empleada vino a avisarme de que mi coche estaba fuera. Salí de la habitación caminando por el pasillo, toqué el botón del elevador y entré cuando las puertas se desplazaron. Tragué saliva, no era difícil. Solo tenía que encontrar esa tarjeta o lo que fuera.
Una limusina se alagaba en la entrada esperándome, aquello era demasiado. El chofer bastante guapo se acercó a mí con sutileza.
—¿Es usted Bianca Lamberdy? —preguntó educado.
Asentí sonriendo.
Me abrió la puerta invitándome a entrar, lancé un suspiro.
—Pase señorita, le llevaré a su destino.
Entré a la limusina suspirando, me sentía incómoda entre tanto lujo. Dentro del vehículo había una nevera pequeña, con bebidas y champán. También había cuencos llenos de gomitas, chocolate de todo tipo y fresas. Mi estómago rugió. La limusina ya estaba pagada, así que cogí un trozo de regaliz y lo mastiqué.
El trayecto fue relajado, mis ojos no dejaron de observar el exterior. Las luces de los rascacielos casi me cegaban dejándolos atrás pasando por Central Park. La limusina se detuvo en un prestigioso hotel. Varios periodistas y cámaras se paseaban por la entrada fotografiando a los famosos que asistían a esa fiesta.
Tragué saliva.
Me tranquilicé antes de bajarme y ser la atracción de todos esos focos. Caminé ignorando a los periodistas y las fotos que me hacían cuando pasé por una alfombra roja. Las manos me temblaban, todo mi cuerpo tiritaba del frío.
Ingresé en el hotel enseñando al portero una tarjeta que me dio Elijah. Cientos de personas iban de aquí para allá. Seguridad infiltrada como gente de servicio, cámaras instaladas en cada esquina. Me desplacé hasta el centro, algunos bailaban. Yo no.
Atrapé una copa de champán que me enseñó un camarero y me bebí su contenido casi entero. Estaba sedienta. Nerviosa. Esos lugares no eran para mí.
—Mi esposo es el mejor, me compra todas las joyas que deseo. Bien consentida me tiene —esa vocecita y risita me sonaba.
Busqué la procedencia de esa voz.
—¿En serio? Pues Giovanni me llevo a Hawái en nuestra luna de miel, todo fue delicioso.
Tan mentirosa como siempre.
Priscilla hablaba en un extremo de la sala con una mujer de unos cuarenta años, los retoques en su piel eran evidentes, como también la riqueza en sus gestos. Mi hermana estaba allí, así que Don no tendría que estar muy lejos.
Me acerqué a ella con una sonrisa.
—Hermana mía, que excelente encuentro —hablé con veneno.
Ella se giró con los ojos abiertos y me atravesó con su veneno.
—Bianca... —espetó —. Tú por aquí.
Elevó sus comisuras forzando una sonrisa.
—¿Qué tal tu luna de miel? He oído que ya estás embarazada —me medio burlé —. Sí que tiene puntería tu esposo.
La mujer que estaba con nosotras se despidió con un sutil beso en la mejilla. Desapareció de mi vista en menos de un segundo.
—Así es Bianca, estoy embarazada. ¿Qué quieres? ¿Acaso no puedes dejarme en paz y no entrometerte en mi vida? Deja a mi esposo en paz.
Se acercó a mí tocando su barriga. Qué patética.
—Tu esposo ni siquiera te quiere. Seguro que te mata después de que des a luz, si es que el niño es suyo. Con lo suelta que eres no me extraña que hayas quedado embarazada de otro, porque fui yo quien estuvo con tu marido en tu luna de miel ficticia. Qué rica polla tiene entre las piernas.
—Cállate ya —rugió con las orejas rojas del enfado.
Se aproximó a mi amenazante, no llegó muy lejos ya que el brazo de Luka la detuvo. Me reí de ella en su jeta, Priscilla sólo era una niña consentida que se comportaba como una idiota. Ella no debería haber sido su esposa. Madre cometió con grave error, aunque claro, su sed de poder era mayor.
—¡Basta! No montéis un número aquí —exclamó llamando la atención de algunos —. El señor Lobo está haciendo un gran trabajo hoy, no le arruinéis algo que le importa. ¿Bianca, que haces aquí?
Me miró de arriba abajo con curiosidad, estaba guapo con el pelo engominado. El traje le quedaba bien, sus músculos eran bonitos a la vista.
—¿Te atreves a llamarme traidora y me preguntas que qué hago aquí? Vete a la mierda Luka —le espeté con rabia.
—Lo siento —pareció que lo sentía de verdad —. El hombre que me verificó que eras una impostora ya está muerto, Don se encargó de eso cuando la DEA supo dónde estaba la isla. Confesó que Elijah, tu marido le pagó para que me mintiera.
Priscilla se removió en los brazos del ruso.
—¿Viste a Elijah? —chilló con un grito.
—Sí —le contesté —. No me interesa eso, Luka. Pensé que éramos amigo, empecé a confiar en ti y me traicionas. Casi muero. No te lo voy a perdonar nunca.
Asintió con una expresión de indiferencia. Siento una punzada en el corazón.
—¿A qué viniste?
—Necesito hablar con Don —me limité a decir.
Arqueó sus cejas.
—¿Para qué? —cuestionó él.
Me encogí de hombros.
—No es de tu incumbencia. ¿Dónde está?
Resopló con una molestia notoria, soltó a Priscilla y camino para enfrentarme.
—En el jardín, tomando aire —contestó mirándome los labios. Me estremecí —. Pero primero necesito hablar yo contigo.
—No, Luka. No hablo con personas que odio.
Y sin decir nada más di media vuelta ignorándolos. Me encaminé hacia las puertas transparentes que daban al jardín artificial, cuando estuve afuera el viento con un olor a tierra mojada me revolvió el peinado. Los de seguridad merodeaban el sitio, así que allí estaría Don.
Lo busqué con la mirada, lo encontré enseguida mirando las nubes que ocultaban la mayoría de las estrellas. El humo de un cigarro revoloteaba en su alrededor, haciéndolo verlo misterioso y sexy. Me mojé los labios observando su trasero, uy, ese traje negro como las alas de un cuervo sí que le quedaba bien.
A medida que me iba acercando mi estómago se contraía, los nervios estaban a flor de piel. Cuando estaba a tan solo unos centímetros de él, sus guardias se alertaron, pero él los alejó con un gesto de cabeza. Poseía una mano en su hombro me fui lentamente colocando al frente suya.
Sus ojos estaban llenos de brillos y su color verde agua estaban más bonitos que nunca.
—Y aquí estás —afirmó negando con la cabeza.
Mi ceño se frunció.
Acuné sus mejillas atrayéndolo a mis labios y lo besé lentamente, saboreando su olor a tabaco que residía en su aliento. Me estaba empezando a gustar esa sensación. Pensé que me iba a seguir el beso, pero me equivoqué.
Me alejó apretando los dedos en mis brazos de forma agresiva.
—¿Qué deseas, Bianca? —interrogó cortante.
Lamí mis labios.
—A ti —susurré mirando su boca.
Se le escapó una risita ahogada, parecía hacerle gracia algo.
—Ya. Y también buscar algo que la DEA pueda usar en mi contra. ¿Te crees que soy gilipollas?
🖤
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