🐺9🐺
Había sido imposible no haberse enamorado del rey en el transcurso de aquellos meses.
Todo había sido muy inesperado para ambos, pues desde aquel día en que lo había llevado a ver a su familia, su pensamiento sobre el rey cambio drásticamente. Ya no lo veía como un hombre aterrador que amaba cortar cabezas o matar a familias enteras si no se cumplían sus órdenes. Al contrario, el rey deseaba el bienestar de todo su pueblo. Y lo único que lo hacía salir de sus casillas era hablar sobre su secreto…
Fue por eso que SeokJin ganó su confianza rápidamente, demostrándose como un leal súbdito ante la corona.
Pasaron los meses y el rey también se vio envuelto por los encantos de aquel jungin*—joven de clase media— Y a pesar de que habían muchas cosas en contra de aquella unión, el rey Kim quería a ese joven bello y carismático como su esposo…
El sol resplandecía con suavidad a esas horas del día y gracias a eso, los rayos del sol traspasaban las cortinas reales, logrando molestar directamente los rostros de aquellos que dormían profundamente, hasta el punto de despertarlos poco a poco.
—Su majestad, buenos días…
—¿Dormiste bien?
—Su cama es muy cómoda.
—¿Sólo mi cama? Pensé que también mis brazos y que por eso no salías de ellos—bromeó.
—Ja, ja, ja. Hizo frío por la noche.
—Sólo acepta que te gusta que te abracen mientras duermes.
—Y usted acepte que le gusta abrazarme mientras duermo.—sonrió burlón—. Y por detrás.
—¡SeokJin!—exclamó el pelinegro, sintiendo un calor subirle por las mejillas.
—Ja, ja, ja. ¿Su majestad aún es muy inocente para esas cosas?—se burló SeokJin, ya que le parecía muy tierna la reacción del rey.
—No, pero tú aún eres muy joven para hacerlas…—se burló, esta vez de la reacción del contrario. Subió a horcajadas sobre él y se acercó peligrosamente a su rostro.
—S-su majestad…
—exclamó con sorpresa, pues no se esperaba aquella reacción.
—Yo también sé jugar tu juego, Jinnie—le susurró melosamente, provocando que el Omega debajo de él se estremeciera con tan sólo su voz.
—S-su majestad, n-no podemos hacer esto.—interpusó sus manos entre él y el rey para acortar la cercanía.
—¿Por qué? ¿Acaso no quieres que te bese?
—N-no es eso. Es sólo que… somos buenos amigos y no me gustaría arruinar nuestra amistad—sonrió con nerviosismo.
—Eso no pasará, porque nuestros lobos han aprendido a llevarse bien y se han encariñado.
—P-pero ellos son… iguales. No podemos ser compatibles si somos iguales… Eso no es… natural.—desvió su mirada, sintiendo tristeza de sus propias palabras y de su lamentable realidad.
—Jinnie, nuestros lobos se han reconocido. Esto es obra de la diosa luna, y no puedes negarlo.—tomó su mano entre la suya, para luego llevarla a sus labios y besarla con delicadeza—. Ambos sabemos que fuimos creados él uno para él otro y ya es hora de aceptarlo…— sus miradas se conectaron y a los instantes sucedió aquello a lo que estaban acostumbrados, pero que cada vez que sucedía parecía como si fuese la primera vez—. Kim Seok Jin ¿Te gustaría ser mi esposo y gobernar el reino Índigo a mi lado?—preguntó. Con gran miedo a ser rechazado y a perder al chico, pero con valentía y coraje.
—S-su majestad, ¿No cree que es muy pronto para esto? Hace sólo siete meses que vine a escribir su carta y ahora me pide que… sea su esposo—respondió plasmado, buscando procesar la pregunta que le había hecho el rey.
—No me recuerdes esa carta que aún no recibo respuesta y te juro que estoy apunto de ir a someter al reino Shadow, ja, ja.—ambos rieron, logrando liberarse de aquel ambiente de tensión que se había formado—. Pero dejando de broma, tienes razón. Es demasiado repentino todo este cambio para ambos, sin embargo, admite que nuestros lobos aullaron desde el primer día que nos conocimos…
—Nunca lo negaré, su majestad. Me cautivó desde el primer día en que lo ví.
—Lo mismo digo, SeokJin…
Las manos del mencionado pasaron al rostro del rey, dónde con delicadeza lo acarició mientras lo detallaba con su mirada y las yemas de sus dedos. Grabando hasta el más mínimo detalle en lo más profundo de su ser.
—Su majestad… Aún si nos cazan o intentan matarnos por ser dos Omegas que se aman… yo estaré con usted, y no me arrepentiré en ningún momento de amarlo…—respondió SeokJin, desde lo más profundo de su corazón. Le dedicó una reluciente sonrisa, misma que hizo latir al corazón del rey como loco con tan sólo una sonrisa.
—Te amo, SeokJin…— sonrió grandemente.
Estaba feliz de que sus sentimientos eran correspondidos. Ambos lo estaba y sus lobos aullaban de alegría al saber que muy pronto serían uno sólo…
La distancia fue rota por ambos, sin embargo, justo antes de que sus labios pudieran tocarse, fueron interrumpidos por unos toques en la puerta.
—¿No abrirá?—preguntó SeokJin, al ver que el rey no se mostraba interesado en lo más mínimo en responder el llamado.
—No.—respondió, para después volverse al Omega debajo de él con intenciones de besarlo.
—Recuerde que es el rey y que podría tratarse de algo de vida o muerte.
—Ahg—gruñó, para después reincorporarse y caminar en dirrección a la puerta—Si no te amara tanto no me molestaría en abrir…—le advirtió con una media sonrisa.
SeokJin rápidamente se puso de pie y trató de arreglar su cabello para que no luciera despeinado y los llegara a comprometer en un malentendido. El rey abrió la puerta después de que los toques se hicieran más y más constantes. Una vez que la abrió, delante de ellos apareció un sirviente joven, de semblante aterrada y actitud temblorosa.
—S-su majestad, las joyas de la reina. ¡No están!
—¿De qué estás hablando?
—¡C-cuando fueron esta mañana a vigilarlas, las joyas ya no estaban!
—¡¿Qué están esperando?! ¡Manden a todos los guardias a buscarlas! ¡Busquen en todos los rincones del reino y traigan al responsable ante mí!—ordenó con ira.
Aquellas joyas era lo único que su madre había dejado al morir, sin contar con sus vestidos de seda y de hilo de oro. Aunque no solamente protegía aquellas joyas por haber sido de su madre, sino porque habían pertenecido a sus antepasados y en un futuro, pertenecerían a su futuro esposo.
Es por eso que no podían ser robadas… No cuando él ya le había dado el sí.
—Señor, encontramos las joyas.—se presentó un guardia con las joyas en mano, seguido por los sabios y guardias del rey.
—¿Dónde estaban?
—Fueron encontradas en la habitación del Omega—miró a SeokJin, quién veía todo desde el interior de la habitación. Estába plasmado, pues él nunca haría una cosa como esa.
—Según el mandamiento número quince de la dinastía Kim: cualquiera que intente atentar contra reliquias de la dinastía Kim, será enviado directamente a ejecución. ¡Llévenselo! —ordenó a los guardias, mismos que de inmediato acataron la orden de uno de los sabios del rey.
—¡Su majestad! ¡Le juro que soy inocente, yo nunca le haría algo así ni a usted ni a su corona!—rogó el Omega, de rodillas en el suelo, suplicándole al amor de su vida piedad.
—¡Cállate! No tienes permiso para hablar.—le silenció el sabio con una bofetada, causando el llanto silencioso del Omega casi de inmediato.
El rey no se controló cuando por impulso tomó del cuello de su kimono a aquel que había tocado al amor de su vida y que ahora quería ejecutarlo.
—¡¿Qué demonios crees que estás haciendo?! ¡Vuelves a tocarle un sólo cabello y te voy a-…
—¿A matar? ¡¿Acaso traicionaría a la corona para proteger a este ladrón?!—le interrumpió.
—¡Él no es un ladrón! ¡No tienen suficientes pruebas!
—¿El que hayan aparecido las joyas en su habitación no es suficiente para usted?
—Alguien pudo haberlas puesto ahí y haberlo culpado.
—Sea o no culpable, es el sospechoso principal y si no se logra demostrar su inocencia, será ejecutado.— tanto el rey como el Omega compartieron miradas llenas de terror.
El rey podía ver a través de sus ojos que era inocente. Que no había cometido tal crimen y que todo se trataba de un malentendido. Es por eso que su lobo rasguñaba tan desesperada y dolorosamente su interior al ver que no podía hacer nada.
—¡Pero yo soy su rey! ¡Yo digo a quien ejecutar y a quien no!—estalló molesto, sintiendo una inmensa furia al no saber que hacer. Sentía la impotencia recorrerle las venas y ese sentimiento no le gustaba para nada.
—No puede violar los mandamientos de sus antepasados. A pesar de que sea el rey, esos mandamientos pesan más que su propia palabra.
NamJoon apretaba sus manos con fuerza ante la rabia que sentía. Quería matarlos a todos ahí mismo y tomar en sus brazos al castaño.
Fue entonces que tuvo una idea.
—No puedo cambiar los mandamientos, sin embargo, antes de la ejecución, él tendrá unos días para declarar su inocencia—ordenó.
—¿Y quien va a demostrar su inocencia? —le retó.
—Yo. Demostraré que es inocente y que no tiene nada que ver con las joyas. Y si eso sucede, usted y toda su familia serán decapitados públicamente en la plaza del reino. ¿Entendido?
—Entendido, su majestad. Pero recuerde, que no por el simple hecho de haber pasado por su cama, merece perdón.—dijo, en tono burlón, asegurándose de ser escuchado por el Omega.
—¡Eres un maldito!
—¡Al calabozo!—ordenó una vez que fingió no haber escuchado eso del rey.
—¡No, no, no, por favor! ¡Su majestad, no permita que me lleven al calabozo!—pidió SeokJin, en medio de llanto. Sin embargo, NamJoon no podía hacer nada para salvarlo del calabozo.
—Tranquilo, estarás bien… Yo lo resolveré—le dijo, para después ver como lo alejaban de su lado.
De pronto, se encontró sólo y fue en ese instante que se echó a llorar como un pequeño desconsolado.
En esos momentos era cuando aborrecía ser un Omega, pues era tan vulnerable que quería quebrarse a llorar. Con años de práctica, había aprendido a resguardar aquel miedo, aquel llanto y soltarlo sólo hasta que se encontrara completamente solo. Sin embargo, en el fondo seguía siendo… un débil e inútil Omega.
Ahora lo que más necesitaba, era refugiarse en el aroma de SeokJin, de no ser así, continuaría llorando hasta perder el sentido de la vida…
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