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Por petición del príncipe Ken, el cortejo fue corto. No había mucho tiempo como para conocerse lo suficientemente bien, pero no lo necesitaban ya que su matrimonio era cien porciento arreglado. Sin embargo, era necesario, ya que así es como lo dictaba la tradición del reino Blood acerca del matrimonio.
Fue por eso que Ken se vio obligado a esforzarse en los obsequios para el Omega. Se empeño en obsequiar las piedras más preciosas del reino y las rosas más hermosas de todos los reinos a su Omega prometido. Sin mencionar con los hermosos trajes de seda e hilo de oro blanco que los mejores costureros del reino hicieron solo para él. Si bien, lo que cautivo por completo al joven Omega fue Jenna, una yegua de pelaje blanco como la nieve, cabellera blanca y sedosa y fiel corazón. De inmediato quedó encantado con el corsel...
Fue así que después de meses lejos de su tierra natal y de aquellos a los que amaba, aquella yegua se había convertido en su fiel confidente. Acompañándolo cada vez que solía extrañar a su pueblo, a sus padres, a su destinado y único verdadero amor...
El sol apenas había comenzado a ocultarse cuando SeokJin se miró al espejo en la habitación que le habían asignado en el castillo del Reino Blood. Su reflejo le devolvía la mirada con ojos vacíos, como si el alma que solía animarlo se hubiera esfumado para evitar presenciar ese terrible evento. Los sirvientes le habían colocado un traje blanco adornado con oro, un atuendo digno de un Omega consorte, pero para él no era más que un simple disfraz, un pedazo de tela que valía mucho en riquezas pero nada en sentimientos... Su corazón estaba roto, y el peso de su decisión parecía imposible de soportar.
Ajustaba el collar pesado que Ken había insistido en que usara, ya que había pasado de generación en generación entre los Omegas de su familia.
Se veía hermoso. Su piel permanecía blanca como la nieve mientras que sus labios y pómulos rosados sobresalían de su palidez. Su cabello brilla ante la luz de los débiles rayos del sol. Y fue justo en ese instante cuando un sollozo amenazó con escapar de su garganta. Se obligó a contenerlo, pero las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos. Cerró los párpados con fuerza, dejando que su mente viajara a otro lugar, a otro tiempo. A su rey...
"-Su majestad... perdóneme", pensó mientras apretaba con fuerza el borde del tocador. "-Perdóneme por lo que estoy a punto de hacer...-sus piernas se debilitaron y con amargura terminó en el suelo, donde se abrazó a si mismo en busca de consuelo-. Esto no significa que he dejado de amarlo. Todo lo contrario. Hago esto porque lo amo y necesito protegerlo. Pero no puedo evitar sentir que lo estoy traicionando, que estoy destruyendo lo poco que teníamos-se dijo así mismo, esperando que sucediera algún milagro y su rey pudiera escucharlo desde ahí...
El eco de las campanas que anunciaban el inicio de la ceremonia lo sacó de sus pensamientos. Se secó las lágrimas rápidamente y se obligó a ponerse de pie. No podía permitirse flaquear. Ya había tomado su decisión, y aunque su corazón seguía en el Reino Índigo, sabía que debía seguir adelante.
Las doncellas que le habían asignado para cuidarlo y prepararlo para la ceremonia, se encargaron de guiarlo hacia la iglesia central, donde se llevaría a cabo la ceremonia. Todo el reino se encontraba ahí para presenciar la boda del menor de los príncipes. Atraídos por los rumores que decían que el Omega del príncipe se asemejaba a la belleza de la diosa luna. Todos querían presenciar al Omega más hermoso de todos los reinos...
Cuando llegó al gran salón del castillo, todo parecía un espectáculo diseñado para impresionar. Los candelabros brillaban intensamente, las mesas estaban adornadas con flores exóticas, y los nobles se habían reunido en sus mejores galas para presenciar la unión. SeokJin caminó por el pasillo con pasos firmes, pero por dentro sentía que cada paso lo alejaba más de su verdadero hogar.
Ken lo esperaba frente al altar, vestido con un atuendo rojo oscuro que simbolizaba el poder y la ambición de su reino. Cuando SeokJin llegó a su lado, Ken le ofreció una sonrisa segura, como si todo estuviera yendo exactamente como él lo había planeado. Lo tomó de la mano y le ofreció momentáneamente aquella seguridad que necesitaba al estar frente a tantas personas...
El sacerdote comenzó a hablar, pero las palabras apenas llegaban a los oídos de SeokJin. Su mente estaba demasiado ocupada recordando la calidez de los brazos de NamJoon, el sonido de su risa, la forma en que lo miraba como si él fuera lo único que importaba en el mundo...
Deseó desde lo más profundo de su corazón que aquello no fuera real. Que quien sostenía su mano fuese su rey. Su destinado...
"-Esto es por usted, majestad-", pensó mientras el sacerdote pedía que ambos repitieran sus votos. "-Lo hago por usted, para salvarlo... Aunque me cueste todo."
Cuando llegó el momento de decir "sí, acepto", SeokJin lo hizo con una voz casi inaudible. Su mirada se mantuvo baja, incapaz de enfrentarse a los ojos de Ken, que brillaban con triunfo. Mientras el anillo se deslizaba en su dedo, sintió como si una cadena invisible se cerrara alrededor de él.
El banquete que siguió fue un despliegue de opulencia. Ken se movía entre los invitados de honor con una sonrisa orgullosa, recibiendo felicitaciones y brindis en su honor. SeokJin, por otro lado, se sentó en silencio, apenas tocando la comida frente a él. Cada palabra de los nobles, cada risa, le parecía un eco lejano. Todo lo que podía pensar era en cómo ese momento lo estaba alejando más y más de NamJoon.
-SeokJin, ven. La reina quiere conocerte.-le pidió Ken, ofreciéndole su mano, para poder guiarlo hacia donde estaba su majestad.
Una vez que llegaron hasta su majestad, SeokJin hizo una reverencia con profundo respeto y admiración hacia la reina, quien sonrió en señal de aprobación.
-Bienvenido a nuestra familia, SeokJin... Hoy no solo celebramos una unión entre dos almas, sino también la llegada de un nuevo miembro a nuestro hogar y corazón. Ahora que te puedo conocer me doy cuenta que tu noble carácter y su sinceridad quedaron evidentes, cualidades que ahora enriquecen y fortalecen nuestro linaje. Como madre, es un gozo indescriptible ver a mi hijo encontrar a alguien con quien compartir su vida. Y como reina, es un honor recibir a un hombre que representa los valores de respeto, lealtad y amor por los suyos. En esta familia, valoramos no solo las tradiciones, sino también las conexiones sinceras, y estoy segura de que con tu presencia, SeokJin, comenzamos un nuevo capítulo lleno de armonía, aprendizaje y felicidad.-le sonrió-. Que este sea solo el comienzo de una vida plena de bendiciones. Desde ahora y para siempre, no eres solo un esposo para mi hijo, sino un hijo más para mí. Bienvenido a casa...-finalizó, ofreciéndoles su bendición para el nuevo matrimonio.
-Se lo agradezco, su majestad...-le dedicó una sonrisa radiante. La más fingida y convincente que pudo haber creado en toda su vida.
Después de aquella presentación con la reina, la música comenzó a sonar y Ken se inclinó hacia él para invitarlo a bailar, a lo cual aceptó sin entusiasmo.
Sus pasos eran automáticos, su cuerpo seguía el ritmo de la música, pero su corazón estaba en otro lugar. Sentía las manos de Ken sobre su cintura, pero cerraba los ojos y se imaginaba que eran las de NamJoon, que estaba a salvo en el Reino Índigo, ajeno al peligro que lo acechaba...
Esa noche, cuando llegaron a los aposentos que ahora compartían, SeokJin sintió cómo su resistencia comenzaba a quebrarse. Ken, siempre calculador, fue amable y paciente, mostrándose sorprendentemente considerado. Pero para SeokJin, cada gesto de su nuevo esposo era un recordatorio de lo lejos que estaba de la persona que realmente amaba.
Cuando el momento de consumar el matrimonio llegó, SeokJin se entregó, no por deseo, sino por obligación. Cerró los ojos durante todo el proceso, aferrándose a los recuerdos de NamJoon, utilizando su amor como un escudo para soportar la realidad. Las palabras de Ken, sus caricias, todo le parecía ajeno, como si estuviera ocurriendo en un sueño del que no podía despertar.
Horas más tarde, cuando Ken finalmente se quedó dormido, SeokJin se levantó en silencio y caminó hacia el balcón. El aire frío de la noche golpeó su rostro, pero no hizo nada para calmar el dolor que sentía en su pecho. Fue entonces cuando las lágrimas comenzaron a fluir, primero silenciosas, luego en un torrente que parecía no tener fin.
Se dejó caer de rodillas, cubriéndose el rostro con las manos mientras los sollozos lo sacudían. -Mi rey... -susurró entre lágrimas-. Por favor, perdóneme...
Por horas, lloró bajo la luz de la luna, sintiendo que cada lágrima era un pedazo de su alma que se desprendía. Finalmente, cuando el amanecer comenzó a teñir el cielo, se obligó a regresar al interior. Tenía una misión, un propósito, y no podía permitirse flaquear. Aunque su corazón estuviera roto, sabía que debía seguir adelante. Por NamJoon. Por su amor...
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