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El aire fresco de la noche era un alivio para el rey Suga, quien avanzaba con paso firme por las tranquilas calles del reino de su amigo NamJoon. Su capa negra ondeaba detrás de él, camuflándolo en las sombras. Después de años, había dejado atrás las formalidades del palacio y los protocolos reales; ahora era solo un hombre siguiendo un impulso, un deseo tan repentino como abrumador que lo obligaba a correr en busca de aquel hermoso Omega.
Pronto, su lobo tomó el control de su cuerpo después de años y en medio del viento, un majestuoso lobo color negro corrió a toda velocidad en busca del aroma a pastel y fresias que no era capaz de perder.
La información era escasa, pero suficiente. NamJoon, intrigado por la súbita curiosidad de su amigo, le había proporcionado lo básico: el chico trabajaba en una florería al borde del mercado principal. Más allá de eso, nada. Suga no conocía su nombre, su historia, ni siquiera la voz de aquel Omega que había capturado su atención a primera vista. Solo recordaba cómo había sentido un leve tirón en su pecho. Un aullido de emoción por parte de su lobo cuando cruzó fugazmente miradas con el Omega en esa mañana.
La florería seguía abierta, a pesar de la hora tardía. La luz cálida de las lámparas iluminaba el interior, proyectando sombras de flores en las paredes. Desde la puerta, Suga lo vio: un joven de cabellos rubios, con las mangas de su camisa remangadas y las manos ocupadas ordenando flores. Su rostro, bañado por la luz, parecía casi irreal.
Ordenó a su lobo regresarle su forma humana, a lo que este aceptó a regañadientes, pues también estaba ansioso por conocer a su Omega. Su ropa sufrió estragos, sin embargo su capa aún se mantenía "completa" y eso bastó para presentarse ante el hermoso Omega.
Empujó suavemente la puerta, haciendo sonar la campana que colgaba en el marco. El chico levantó la mirada, sorprendido de la hora en la que alguien ingresaba a la florería, pero enseguida ofreció una sonrisa cortés-. Buenas noches -saludó el chico, con una voz suave que parecía envolver el ambiente de calidez-. ¿Puedo ayudarle en algo?
Suga se acercó lentamente, con las manos ocultas bajo su capa, observando y recordando cada detalle del chico: la delicadeza de sus movimientos, el piquito que formaba con sus labios cuando se concentraba entre muchas otras cosas que lo habían dejado cautivado. Finalmente, habló, modulando su tono para mantener el aire misterioso que tanto le gustaba proyectar.
-Necesito un ramo para alguien especial. Pero no estoy seguro de qué flores serían las adecuadas.
JiMin, acostumbrado a estas consultas, inclinó ligeramente la cabeza, como si analizara la situación.
-Depende de lo que quiera transmitir. ¿Es para alguien cercano? ¿Un amor romántico?
Suga dejó escapar una ligera risa, su voz baja resonando como un eco suave.
-¿Un amor romántico? Podría decirse que sí. Aunque, siendo honesto, aún no lo conozco bien. Digamos que estoy... explorando posibilidades.
El Omega parpadeó, algo desconcertado por la respuesta. Sin embargo, se giró hacia las flores, señalando unas rosas.
-Las rosas rojas son un símbolo clásico del amor. Elegantes, directas, perfectas para conquistar a alguien.
Suga observó las flores con un interés fingido, pero negó lentamente con la cabeza.
-Demasiado obvias. No me gusta lo común. Si quiero conquistar, prefiero algo que sorprenda, algo que hable de la persona, no de las expectativas de los demás.
El comentario hizo que JiMin se detuviera. Giró la cabeza para mirarlo, intrigado. Pues era la primera vez que alguien se pensaba así acerca de las rosas, además de él...
-Entonces... tal vez debería elegir según el significado que quiera transmitir.
Suga inclinó ligeramente la cabeza hacia él, sus ojos entrecerrados con una chispa de diversión.
-¿Y tú qué elegirías? Si alguien quisiera cortejarte, ¿qué flores te harían sentir especial?
El rostro de JiMin se tiñó de un leve rubor ante la pregunta. No estaba acostumbrado a que los clientes lo involucraran de manera tan directa, y mucho menos de una forma que sonaba tan... personal. Tras un momento de vacilación, respondió con sinceridad-. Las fresias. Son delicadas, pero su aroma es dulce y persistente. Simbolizan la inocencia y la confianza, dos cosas que aprecio mucho.-terminó bajando su cabeza con timidez al sentir que había sonado como todo un romántico.
Suga asintió lentamente, como si memorizara cada palabra.
-Inocencia y confianza, ¿eh? Interesante elección. Tal vez sea lo que busco, pues el Omega que busco tiene esas características.
El comentario, aunque casual, logró que JiMin lo mirara con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Y antes de que pudiera preguntar algo más, Suga señaló las fresias.
-Quiero un ramo de esas...-dijo, para después dejar sobre la barra la moneda que se manejaba en el reino de NamJoon.
JiMin se apresuró a prepararlo, tratando de concentrarse en la tarea y no en el extraño y fascinante cliente que tenía frente a él. Mientras trabajaba, Suga no apartaba la mirada de él, y de vez en cuando dejaba caer comentarios que parecían más alagos que conversación casual.
-Tienes talento con las flores. Pero me pregunto, ¿también tienes alguien que te regale ramos como estos? -dijo en un tono bajo y cálido.
JiMin, sin levantar la vista, respondió con timidez:
-No realmente. Me dedico a prepararlos para otros, no a recibirlos.
-Qué injusto -murmuró Suga, inclinándose levemente hacia el mostrador-. Un Omega tan hermoso no debería pasar por alto... Quizás los demás simplemente no están a tu altura-mencionó, sin perder de vista cada uno de los movimientos del Omega.
El rubor en las mejillas de JiMin se intensificó, más no dijo nada. Terminó el ramo y se lo entregó a Suga, quien lo tomó con cuidado. Sin embargo, en lugar de girarse para irse, lo colocó suavemente sobre las manos de JiMin.
-Este es para ti. No puedo imaginar que alguien más lo merezca tanto.
JiMin se quedó inmóvil, sus ojos ampliándose mientras intentaba procesar lo que acababa de suceder. Suga le dedicó una última sonrisa, sus ojos oscuros brillando con un misterio indescifrable.
-Gracias por la ayuda, hermoso. Nos veremos pronto...
Antes de que JiMin pudiera reaccionar, Suga salió de la florería, dejando tras de sí una sensación de intriga y el suave aroma del bosque.
JiMin bajó la mirada al ramo en sus manos, sintiendo cómo su pecho se llenaba de una mezcla de emociones: confusión, alegría y una inesperada calidez. Su lobo interior aulló con fuerza, tal como lo había hecho esa mañana al percibir al Alfa del carruaje que ahora sabía, era el mismo hombre que acababa de desaparecer en medio de la noche.
Aún con las mejillas encendidas, susurró:
-¿Quién eres...?
La pregunta quedó flotando en el aire, mientras JiMin, sin darse cuenta, comenzaba a sonreír. La chispa de algo nuevo había sido encendida y no habría nada en la tierra que pudiera apagarla...
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