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9

Aferrándola de la mano, la posicionó detrás de él. Harkan, con una última mirada hacia atrás, abrió la puerta. Alisa estaba prácticamente oculta tras su espalda. El soldado le sacaba dos cabezas, por lo menos. Cuando pudo ver algo en el hueco entre sus brazos, inmediatamente apartó la cabeza, girándola con tanta rapidez que sintió que le crujía el cuello. 

Estaban saliendo al pequeño rellano que hacía de conexión entre las salas. Allí descansaba con la espalda apoyada en la pared uno de los compañeros del muchacho. Estaba mirando algo en su teléfono., deslizando el pulgar sobre la pantalla. En cuanto Harkan dio un paso fuera del vestidor, el soldado alzó la vista y le habló, sonriendo. Alisa se mantuvo como pudo tras la espalda de él, intentando pasar lo más desapercibida posible. 

—El jefe está fuera fumando —le comentó su compañero de turno. De todos ellos, era el que había tratado de acercarse más a él. Harkan siempre mantenía una cierta distancia con todo el mundo. Tratar con el resto de personas era algo que no le gustaba demasiado, por lo que si podía evitarlo y limitarse a cumplir sus deberes, así lo hacía. Sin embargo, aquel chico, quien antes había intentado sacarle una sonrisa cómplice, no le caía mal. Era él quien se acercaba cuando se encontraban, intentando bromear, aligerando el ambiente, y Harkan simplemente lo aceptaba. Los demás compañeros que lo acompañaban aquella noche no le interesaban demasiado, simplemente estaban allí. Eran peones, igual que él, y su jefe les daba órdenes que debían cumplir. De cualquier modo, los grupos eran rotativos, los compañeros iban cambiando, por lo que Harkan no veía la necesidad de estrechar demasiados lazos con nadie. Muchos, probablemente lo consideraban una estaca de hielo, sin gracia y silencioso, y Harkan simplemente los ignoraba. Ya tenía suficiente con seguirle la corriente a Vladik, su compañero, cuando ambos coincidían en las mismas zonas. Este, guardando el teléfono en el bolsillo y pasándose los dedos por su melena rubia despeinada, siguió hablando—. Los demás siguen dentro. He salido a buscarte porque estabas tardando bastante. 

Vladik despegó la espalda de la pared, y una vez recto se dispuso a dar un par de pasos hacia él. Sin embargo, después de apenas mover sus pies unos centímetros, su mirada se deslizó tras la figura del soldado, encontrándose con unas piernas esbeltas y una tela negra que aparecía a la altura de unos glúteos parcialmente al aire libre. Entonces la sonrisa de Vladik cambió, transformándose en una juguetona.

–Ah –musitó—, ahora entiendo.

Su mirada subió a los ojos del moreno. Alisa mantuvo su cara oculta tras el hombro del soldado. Harkan cambió de posición. Su cuerpo, que antes había estado de cara a su compañero, se fue girando poco a poco, hasta que su pecho miraba hacia ella y él giraba la cabeza un poco para poder observar a Vladik. Sin mirarla, le soltó la mano. Y Alisa se sorprendió cuando esta le pasó por la espalda baja, rodeándole la cintura. El muchacho la atrajo entonces hacia sí, pegándola a él todo lo que pudo. Alisa contuvo el aliento.

—Nosotros seguiremos con una segunda ronda —apuntó el rubio. Metió sus manos en los bolsillos de su mono militar. Harkan mantuvo su rostro relajado. Poco a poco, haciéndose el despreocupado, fue avanzando, guiándola a ella con un fuerte agarre en su cintura. Vladik habló de nuevo, insinuante y con una pizca de entretenimiento en su voz—. Diviértete.

El moreno se limitó a asentir, y entonces volvió su vista hacia el frente. Ambos empezaron a subir las escaleras que daban a las suites. Cuando pusieron el pie en el primer escalón, les llegó un nuevo comentario de Vladik, que ya les daba la espalda y se disponía a volver al salón VIP. 

—Cuando acabes puedes venirte a la mesa.

Harkan pareció hacer caso omiso a su compañero. Subieron los escalones poco a poco, intentando ser lo más naturales posibles. El rubio llevaba unas copas de más. A Harkan le seguía sorprendiendo lo rápido que aquel chico se atontaba bajo los efectos del alcohol. No estaba de más seguir teniendo cuidado por si se le ocurría alguna tontería.

Mientras tanto, Vladik se dirigió lento hacia la mesa, entrando al salón y sumergiéndose de nuevo entre las luces liláceas y la oscuridad parcial. Aún con las manos en los bolsillos y una sonrisa socarrona en su rostro, soltó un suspiro. Habló para sí mismo. Si alguien lo escuchó, decidió ignorar sus palabras.

—Ahí va una prueba más de que los chicos fríos siempre pillan.

Llegó a la mesa y se sentó en el sofá, ajeno a lo que sus compañeros decían, pero totalmente pendiente de la nueva bebida rosada que reposaba ante él. A los pocos minutos llegó también el soldado de mayor rango que faltaba, con el aliento apestando a humo. Dejó el paquete de cigarrillos sobre la mesa y se acomodó en su sillón. Pronto, otra bailarina saldría en escena. Sus compañeros reían, trago tras trago. Ambos no tardaron mucho en coger el hilo de la conversación.

Cuando llegaron al primer piso, los dedos de Harkan se separaron de la tela negra de su maillot. Alisa sintió la ausencia de ellos, notando cómo la piel recordaba dónde habían estado y la presión que había ejercido el chico sobre ella. El pasillo estaba desértico. Si había alguna pareja por allí, debían estar dentro de alguna de aquellas habitaciones. Harkan la miró de nuevo a los ojos.

—¿Hay alguna puerta trasera en este sitio? —le preguntó. Alisa negó con la cabeza. No, que ella supiese— Vale, entonces lo tenemos algo complicado.

—¿Por qué?

—Probablemente el que maneja este sitio siga aún en la entrada. Antes le he visto y la verdad es que puede suponer un problema —ella frunció el ceño—. ¿No crees que le parecerá un poco inusual que su bailarina se marche con un cliente por la puerta principal y en medio de su turno? 

Alisa tragó saliva. Sí, era cierto. También debería informarle a Kane del motivo por el que había desaparecido de su puesto de trabajo, pero si se marchaban no tendría que hacerlo. Miró hacia el final del pasillo después de asentir.

—Yo me alojo aquí. Podemos esperar un tiempo dentro.

—¿Enserio? Perfecto —sentenció. Se dirigieron hacia allí con paso apresurado. Al llegar Alisa se metió una mano por el corpiño. Harkan apartó la mirada a un lado, chasqueando la lengua. La muchacha sacó de allí una pequeña llave con la que abrió la puerta. 

Se deslizó al interior sin abrirla demasiado, y cuando fue a abrirla un poco más para que él pasara, la mano del soldado la detuvo. Alisa lo interrogó con la mirada.

—Me temo que no puedo quedarme contigo. Acabo de tener una idea.

Alisa lo observó, conteniendo el aliento. De fondo se escuchaba la leve respiración de su hermano, del que Harkan no se había percatado.

—Recoge tus cosas —decretó. Su mirada era seria, en sus ojos podía ver que estaba pensando rápido, pero que ya estaba decidido lo que pretendía hacer —. Todo lo que tengas. Vendré dentro de media hora a por ti. Hasta entonces espera aquí y no te vayas.

Desapareció tan rápido pasillo abajo como habían llegado. Alisa se mantuvo inmóvil unos segundos, hasta que cerró la puerta y se dejó caer sobre esta, recostándose. Por fin sola.

Tantas cosas habían sucedido en cuestión de un rato. Su corazón había llorado, gritado y vibrado. Sus emociones habían sido como una montaña rusa, y no le habían dado el tiempo suficiente como para procesar todo, como para elegir qué sentir, qué decir, qué hacer. Dejó salir el aire que había estado reteniendo todo aquel tiempo. Salió tembloroso, y es que Alisa tenía ganas de llorar, pero debía ser fuerte y tenía que actuar con rapidez. Puso la mano sobre el interruptor de la luz, pero antes de accionarlo se detuvo.

A Alisa volvió a carcomerla la duda. ¿Aquello no era una estrategia del soldado en su contra, cierto? Entendía que si había querido hacer algo había tenido infinidad de ocasiones para hacerlo, pero aquello no le quitaba la vacilación de la mente. Todo aquello le parecía de alguna forma surrealista. Hacía unos años desde que había iniciado aquel sistema extraño de castigo, y Alisa siempre lo había escuchado de lejos. Nunca había tenido que ver nada con ella. Y sin embargo allí se encontraba, y la situación era la más extraña que podía ocurrírsele, aunque de alguna forma presentía que pronto podía estar en una peor. No era extraño desconfiar de la gente en aquella situación. Era de humanos, y más cuando uno se jugaba la vida.

Aquella cara... No podía jugarse todo por una cara bonita. Pero le daba la impresión de que todo lo que le había dicho era franco, que la decisión en su rostro no era una mentira. Esperaba que todo aquello fuese por un resultado positivo para ella.

Decidió, entonces, seguir confiando en aquel soldado que había aparecido de la nada. Se veía mayor que ella y, pese a que los nervios la habían corroído por dentro en todo momento, cuando Harkan la había llevado de la cintura había sentido una cierta seguridad. Unas manos fuertes la protegían como hacía mucho tiempo que no lo hacían.

Encendió la luz y vio a su hermano removerse bajo las sábanas blancas. Alisa se acercó a él y se sentó en el borde de la cama. Con cuidado lo destapó, desvelando sus ojitos oscuros, que la miraron con las cejas arrugadas, entrecerrados. Alisa deslizó la mano por su mejilla, acariciando la piel tersa del niño.

—Levanta —le pidió ella, apremiante—, tenemos que irnos.

Se levantó del colchón y empezó a meter las pocas cosas que tenían en las bolsas pequeñas que Alisa había traído de casa. Entre el revoltijo de ropa que había en una de ellas descansaba su primera carta, escondida en el bolsillo de un pantalón. Mientras, Ciro se incorporó en la cama y observó a su hermana, confundido.

—¿A dónde vamos? —preguntó, frotándose los ojos con el puño. Alisa entró con prisa al baño y revisó todo, viendo que no hubiese nada que les perteneciese y que estuviera olvidando.

—Lejos —se limitó a contestarle.

Se desperezó, estirando los brazos en todas direcciones. Moviendo sus piernas se puso de pie, y como pudo se puso a ayudar a su hermana, revisando por todas partes. Bajo la cama, bajo las sábanas, sobre la mesita de noche. Lo único que vio fue a Calcetines, acostado sobre la almohada y ocupando su sitio en la cama. Lo demás ya estaba guardado en la bolsa más cercana.

Ciro se acercó a Alisa. Su hermana seguía en el baño. Con una toalla frotaba su rostro. Tenía la cara manchada de un color oscuro. Después de fregarlo con fuerza, su cara volvía a ser del mismo color de siempre. Alguna gota de agua le chorreó por la cara, cayendo al lavamanos. Cuando se hubo secado cogió a su hermano y lo llevó de nuevo a la cama. Lo sentó en el borde y puso a Calcetines sobre sus rodillas. Ciro inmediatamente lo cogió, pegándolo a su cuerpo. Alisa se sentó a su lado. Le pasó un brazo sobre los hombros, atrayéndolo hacia sí. Su hermano se dejó hacer, apoyándose sobre ella. Su hermana mayor miró el reloj que había colgado en la pared, sobre el televisor. 

«Falta poco», pensó ella. «Sólo quince minutos más».

Cuando faltaban tan solo cinco minutos se escuchó un disparo.


***** 


Cinco minutos después de separarse de la muchacha, Harkan abría de nuevo la puerta del vestidor, saliendo de este. Se dirigió hacia el salón VIP a paso firme, sin vacilar. Colocó bien el cuello de su mono gris, posicionando las solapas como debían estar. Pasó junto al barullo de la sala de juegos. En una de las paredes logró leer: «As de tréboles: Jugar cogiendo a la suerte de la mano». Suerte. Harkan chasqueó la lengua. «Menuda tontería», pensó. La suerte no existía. Eso opinaba él. Las cosas se conseguían con trabajo duro. Y si existiera, para Harkan no sería un concepto positivo.

Las luces violetas se proyectaron sobre su rostro en cuanto llegó a la entrada del salón VIP. La iluminación se reflejó sobre sus iris, volviéndolos de un color único que le hizo parecer, tan solo por unos segundos, un ser de otro mundo. Cruzó toda la estancia, esquivando mesas y camareras que iban y venían con los brazos cargados de bebidas de todas las tonalidades. 

Sus compañeros hablaban animados en la mesa. No hacía tanto que se había ido, pero parecía que la mayoría estaba mucho peor que antes. La risa de alguno de ellos era demasiado estridente. A Harkan le pareció irritante. Vladik fue el primero en verlo llegar. Se levantó de su asiento, alzando la voz como si no hubiera nadie más en aquel lugar.

—¿Tan pronto vuelves? ¿Qué hay de tu noche de desenfr...

Harkan le puso una mano en el hombro y presionó hacia abajo. Se sentó en el hueco libre, haciendo que el rubio también se sentase y cerrase la boca. Nadie le prestó atención. Afortunadamente los demás clientes siguieron a lo suyo, sumidos en sus propias atmósferas. Su compañero rió al entender que estaba hablando demasiado alto y le asintió repetidas veces, cómplice.

—¿Y bien? ¿dónde te has dejado al bombón? —insistió. La atención de todo el grupo cayó sobre él. Los observó serio.

—No es eso —le aseguró, el otro frunció el ceño —Estaba mareada y la llevé a un sitio donde pudiera descansar —ante esa respuesta, sus compañeros perdieron el repentino interés y entusiasmo que había poseído sus cuerpos. Volvieron a prestarle la atención mínima, como de costumbre, desviando la mirada. Uno de ellos dijo:

—Ya decía yo que eso no te pegaba demasiado. Vladik, deja de beber e inventar historietas.

Haciendo caso omiso, Harkan volvió a llamar entonces la atención de sus camaradas.

—Es una pena que yo sea el único sobrio en esta mesa, porque tenemos un problema.

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