8
Aquellos ojos le recordaron al frío metal plateado y, curiosamente, a las burbujas de jabón. Parecían duros, inquebrantables, pero tenían un brillo único mientras la miraban. Al toser le apartó el cabello con cuidado del rostro. Alisa giró la cara a un lado, evitando que él pudiera verla bien y así no la reconociera.
—¿Estás bien? —preguntó él. Inclinó un poco la cabeza hacia un lado para poder verla mejor. Al oír aquella voz, Alisa no pudo evitar desviar la mirada hacia él.
A pesar de que el soldado había reducido a su atacante, el corazón seguía martilleándole con fuerza en el pecho. Se sentía totalmente expuesta; al filo de un precipicio. El muchacho le ofreció una mano. Alisa se lo pensó bastante, mirándolo de reojo entre el pelo, que había vuelto a cubrirle el rostro con aquel movimiento brusco. Al final, para no parecer sospechosa, acabó aceptando la mano de aquel desconocido, quien tiró de ella con energía, levantándola rápidamente pero con cuidado. Ambos quedaron bastante cerca el uno del otro y no pudieron evitar que sus miradas se cruzasen de nuevo, de forma muy directa. Como cuando ella había estado sobre el escenario, pero esta vez con las luces de la habitación iluminándolos, permitiéndoles verse en condiciones.
Alisa, con los ojos muy abiertos por la sorpresa, pudo verlo bien. Más que bien, para ser exactos. Gracias a aquella proximidad, alcanzó a ver las motitas oscuras que se repartían por sus iris grisáceos. Aquellos orbes vidriosos estaban envueltos por finas pestañas y, sobre estos, reposaban unas cejas rectas del color del café. Su nariz era como la de una estatua, afilada y recta. Tenía los labios de un tono rosado claro, el inferior levemente más grande que el superior, estirados en una línea, serio. Un fino vello oscuro bordeaba su boca en una leve barba incipiente, probablemente producto de no haberse afeitado en varios días. Su pelo era liso, castaño con algunas hebras más oscuras. Corto, pero lo suficientemente largo como para que algunos mechones despeinados por la reciente pelea le rozaran la frente, cerca de los ojos.
Él la observó también. Aquellos ojos, aquellas manos, aquellos labios. Los borrones de pintura negra alrededor de sus ojos briosos. Aquella mirada tan intensa parecía estar a punto de consumirlo. Notó que el pulso de ella se aceleraba más y más conforme pasaban los segundos. Su expresión proyectaba su inquietud. La boca de ella se encontraba entreabierta, y vio que respiraba con rapidez, inhalando y exhalando aire con brusquedad. A penas unos segundos atrás había sido ahogada y casi forzada por un borrachuzo grandullón. El soldado pensó que probablemente estaría en estado de shock. Sin embargo, cuanto más la miraba, más atraído se sentía, y más le retumbaba en las sienes un asunto la mar de serio al que tenía que dar una solución. Una solución relacionada con el arma en su cinturón y aquellos ojitos verdes.
Su cerebro en aquellos instantes era un revoltijo de pensamientos. Su corazón; un tsunami de emociones. Emociones que lo alteraban, emociones que su cuerpo no recordaba desde hacía mucho tiempo. Lo había estado meditando después de que ella desapareciera del pequeño escenario. Aún embelesado con aquella pequeña figura de rizos oscuros, no había podido quitarse aquella imagen de su mente. Mas no estaba seguro de ello. No sabía qué hacer. Pero ahora que estaban el uno frente al otro no cabía duda de ello. Era el momento de actuar.
A Alisa le martilleaba como loco el corazón en el pecho, pero no tenía claro si era porque estaba a punto de ser descubierta o por culpa de aquellos ojos penetrantes del color de las nubes tormentosas. La mirada del soldado parecía más profunda que la de cualquier persona común. Era como si la hubiese abierto en canal y estuviese inspeccionando su interior. Como si sus pupilas fuesen ventanas que le dejasen verla a ella en su totalidad, su alma al desnudo. Su rostro estaba serio, y por unos segundos a Alisa le pareció ver que pensaba mientras la observaba.
Pese a todo, sintió algo más que incertidumbre. Era algo diferente, entre ellos, como una especie de conexión. Sentía que estaba a punto de caer en el agujero más oscuro imaginable, pero a la vez tenía una sensación extraña en el pecho. Un presentimiento que le decía que aquellos ojos no la observaban con severidad, sino, más bien, con algo parecido a la tenacidad.
Su inesperada cercanía, que se había prolongado algo más de lo necesario en una situación como aquella, provocó que sus mejillas se tiñeran de un rojo suave. Alisa se sacudió con brusquedad, dando un paso hacia atrás y arrancando las manos del muchacho de sus hombros. Se irguió como pudo, sintiendo cómo el miedo y la curiosidad se mezclaban en sus entrañas mientras tragaba saliva y apartaba la vista de nuevo, despegando sus ojos de los de él con recelo.
Pasaron unos segundos en silencio. Y entonces Alisa volvió a escuchar aquella voz grave y firme cuando el soldado dejó escapar un comentario que, desde luego, ella no deseaba oír.
—Eres tú —soltó.
El alma se le cayó a los pies. Sintió de nuevo esas incipientes náuseas subiendo por su garganta. Se le pusieron los pelos de punta. Sus ojos se abrieron más de lo normal, pero intentó controlarlos, y mientras tragaba saliva con el rostro torcido hacia abajo y hacia un lado, evitando todo contacto visual con él, carraspeó.
Su voz sonó por fin, abriendo la boca por primera vez desde que aquel desconocido había ingresado en la habitación para ayudarla.
—Gracias, pero no sé de qué me hablas —contestó apresuradamente.
Intentó deslizarse por su lado para salir del vestidor, como había intentado antes con su agresor, esta vez más cerca aún de la salida. Pero un cuerpo robusto se adelantó a sus intenciones y se interpuso en su camino. Harkan cerró la puerta tras de sí y se posicionó frente a esta, impidiendo todo el paso. Alisa se sintió de nuevo acorralada. Las pocas esperanzas que había tenido se esfumaron en cuestión de segundos. Otra vez estaba encerrada; mismo problema, diferente sujeto. Pero aquel hombre, pese a todo, era peor. Tenía la capacidad de sacar un arma y volarle los sesos allí mismo, y nadie podría cuestionárselo. El ejército era ley.
—Alisa Parvaiz Draven —musitó él, mientras bajaba la mirada para observarla. Su nombre en la boca de él sonó como una melodía melosamente peligrosa.
Al haberse interpuesto en su camino, de nuevo se hallaban muy cerca, sus pechos casi rozándose. Alisa, quien tenía la cabeza torcida a un lado, volvió su rostro hacia él al escuchar su nombre completo, sorprendida. Alzó la mirada, y al verlo tan cerca de ella dio dos pasos atrás, alejándose.
De pronto su supuesto salvador le parecía mucho más alto, más grande. Guapo también, pero tenía ese tipo de belleza que parecía peligrosa. Sus ojos entonces le parecieron gélidos, a pesar de que el muchacho no había movido un ápice su expresión. Su semblante seguía serio. Alisa se cuestionó si esa era, quizá, la única cara que sabía poner, como un maniquí. Era fornido, el traje gris le quedaba más apretado en ciertas partes del cuerpo, por ejemplo en los brazos, donde se veía que disponía de una fuerte musculatura. Debía estar cerca del metro noventa.
Alisa se sintió pequeñita. Expuesta. Aterrada.
Pensó en su hermano, descansando tranquilo en la cama, tapado hasta las orejas con las sábanas blancas a las que tanto cariño le había pillado. Con Calcetines apretado contra su pequeña mejilla.
Se acordó de Kane Clover, quien seguramente permanecía vigilando en el bar de la entrada. Quizá incluso buscándola con la mirada. Pensó qué pasaría si el señor Clover entrara entonces al vestuario. Qué ocurriría si la encontrase en aquella situación. Si viese al hombre con la nariz rota en el suelo y al soldado que se alzaba erguido frente a ella. Cuál sería su reacción. ¿Vería ira en su rostro, traición? ¿O quizá algo de compasión? ¿Comprendería lo que estaba sucediendo?
Se alejó poco a poco del soldado, siguiendo sus instintos de forma inconsciente, hasta que sus manos palparon la pared donde minutos atrás había estado a punto de asfixiarse. Harkan dio un paso hacia ella, firme, quizá algo intimidante.
—Sé quién eres —aseguró.
Sin dejarse doblegar, Alisa mantuvo la boca cerrada, observándolo con ojos cautelosos. El soldado dio otro paso más, quedando un poco más cerca de ella, pero con espacio suficiente para que pudiera moverse.
— Sé que eres una pequeña ladrona, señorita Parvaiz —añadió. Pensó bien las palabras antes de continuar—. Y tengo entendido que te gustan las manzanas. ¿No crees que sé lo suficiente sobre ti como para que lo niegues?
El comentario sobre la fruta le hizo hervir la sangre, succionando parte de su miedo para transformarlo en indignación, ¿acaso se estaba riendo de su desgracia? Su mente se llenó de respuestas posibles para defenderse, de impulsos que le pedían a gritos reivindicar aquella injusticia, de ganas de llorar por todo lo que estaba sucediendo. Sin embargo, se limitó a abrir la boca con el ceño algo fruncido y decir:
—¿Es que te sabes de memoria los expedientes de todo el mundo?
Aquello hizo que la expresión seria que él tanto había mantenido flaqueara un momento. De forma casi imperceptible, pero que ella logró ver, la comisura izquierda de su boca se elevó levemente en una sonrisa de satisfacción. Y es que Alisa acababa de confirmarle de forma indirecta lo que había dicho. Mientras que ella apretaba los puños a los costados, temblando, Harkan se cruzó de brazos.
—En realidad, no. Prácticamente ninguno de nosotros revisamos a fondo los casos. Sin embargo, el tuyo me llamó la atención porque es un poco... peculiar.
El estómago de Alisa era un nudo de emociones. A penas sabía qué sentir, qué pensar. Miedo, ira, esperanza, terror, angustia; todas aquellas emociones la habían embargado durante los últimos minutos. Permanecían mezcladas, en una especie de potingue dentro de ella, sin saber cuál de ellas debía predominar. Y ahora el hilo que el muchacho pretendía tomar la descolocaba de nuevo. Probablemente la interrogación que la desconcertó en aquel momento se plasmó en su cara, porque él volvió a hablar de nuevo.
—Suelo prestar una mínima atención a las carpetas que recibimos cada semana. Más que la mayoría de mis compañeros, creo. Y ese es el motivo de que estemos teniendo esta conversación —reparó un momento en ellos, en los labios sellados de ella—, si es que se la puede llamar así. De cualquier forma, vi tu informe y me llamó la atención. Revisé las cámaras y vi lo sucedido. Ciertamente es una acusación injusta. No debería considerarse robo, pero algún otro agente debió verlo y lo apuntó en el sistema como tal.
—¿Qué tiene que ver esto contigo? —se apresuró a interrumpir ella. Se estaba poniendo nerviosa. ¿A caso había algo de esperanza? ¿A dónde pretendía llegar? Se apretujó los dedos con las manos.
—No me gustan las injusticias —contestó el chico. El atisbo de sonrisa en su rostro hacía mucho que se había esfumado. Lo vio totalmente serio. Al decir aquello se vio sensato—. La sangre se derramará si es necesario, pero no es tu caso. Tú mereces vivir tu propia vida.
Alisa sintió que se quedaba sin aliento. Estaba a punto de ponerse a llorar. ¿De veras era aquello lo que parecía? Las contradicciones en su cerebro se multiplicaron. ¿De verdad la estaba apoyando? ¿Era una trampa para pillarla con la guardia baja? ¿Qué estaba pasando?
—Pero entonces, ¿no me vas a matar? —aventuró ella, la duda latente en su tono.
La chica lo observaba con ojos de corderito. Parecía que estaba a punto de echarse a llorar o a correr, una de dos. Se rascó la nuca, para luego extender la mano frente a ella.
—Quiero ayudarte —afirmó él.
Alisa lo observó dudosa. Sus ojos viajaron repetidamente entre el rostro del soldado y su mano extendida. Parecía esperar que la apretase, pero ella no movió ni un dedo desde su posición. Se limitó a mirarlo con recelo, la nube de contradicciones creciendo en su interior. Los pensamientos positivos y negativos luchando con rudeza dentro de su cabeza.
—No te creo –sentenció entonces—. No lo entiendo. No tiene sentido.
Él soltó un suspiro. Entonces miró la puerta tras de sí para luego volver su vista hacia ella.
—Está bien –dijo. Se pasó la mano por el cabello, despeinándolo un poco—. Lo plantearé de otra forma —Alisa frunció el ceño—. Ahora mismo no estás en una situación muy favorecedora. Es más, es mucho peor de lo que crees. Por lo que tienes dos opciones. Puedo marcharme como si nada hubiera ocurrido para que nadie te preste atención al crear un alboroto por lo sucedido con este hombre —señaló al hombretón del suelo, que continuaba inconsciente. Le manaba sangre de la nariz—. Pero cuando salgas tendrás a mis compañeros esperando frente a la puerta, y te advierto de que no son tan bondadosos como yo. Por lo que ambos sabemos cómo acaba esa opción. La alternativa es que salgamos juntos de aquí y te lleve a un lugar seguro, fuera del alcance de mirones y agentes de la ley, a parte de mí mismo. Del borracho me encargo yo —declaró—. También existe la opción en la que te achaquen lo sucedido con este pervertido, y también sabemos cómo acaba esa historia —Entonces le sonrió, y Alisa sintió que las dudas se disipaban. Como engatusada, se deleitó con aquella sonrisa, que de algún modo calmó la marea de sentimientos que estaba a punto de desbordarse en su interior. Sin saber realmente el por qué, presintió que podía fiarse de aquel desconocido. Y aunque su tiro errase, tampoco tenía otra opción. Se daba cuenta. El destino estaba jugando una carta nueva, una que ella no podía rechazar. No le quedaba otra más que aceptar la ayuda de su supuesto defensor—, así que creo que en realidad solo te queda una opción —añadió al final.
Cuando volvió a hablar, Alisa tuvo la sensación de que no parecía tan frío como antes.
— ¿Qué me dices? —preguntó— ¿Nos vamos?
Le tendió la mano una última vez. Esta vez, sí la tomó. Con inquietud, sus dedos rozaron la piel de sus manos callosas. él la asió con fuerza. Su palma era cálida.
— Encantado de hacer negocios contigo, Alisa.
Aferrando la mano de ella, el soldado se acercó a la puerta, listo para salir, pero un tirón hacia atrás le hizo detenerse y observar a la chica, inquisitivo. Contempló aquel rostro delicado manchado de negro.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó. Era cierto que él ya sabía su nombre y no se había presentado. A la chica podría parecerle poco equitativo, y si pretendía que confiara en él, debía darle algo a lo que aferrarse. Al menos una pizca de información.
— Harkan —respondió. Le apretó un poco la mano—. Es un placer conocerte por fin.
A Alisa le pareció que los ojos le brillaban.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro