64
—Señor.
Al caminar corredor arriba rumbo a su comedor privado, Darko se detuvo en una esquina de la espaciosa sala de estar, que servía de conexión entre las diversas alas del palacio, tras percatarse de la presencia de individuos ocupando los sofás de terciopelo rojo y las butacas de la zona. Desde allí, pudo distinguir a la perfección las caras de Kane Clover, el famoso empresario, y el niño; el hermano pequeño de Alisa.
De hecho, ella también estaba allí. Le daba la espalda, agazapada frente a su hermano mientras le frotaba las piernas con las palmas de las manos. Podía ver movimiento en su mandíbula, por lo que era evidente que estaba hablando, aunque a aquella distancia no era capaz de oír sus palabras, y mucho menos comprenderlas.
No había rastro del tercer invitado. Lo cierto es que no sabía de dónde había salido ni cómo se había enterado de que iba a suceder aquella reunión. Receloso, examinó con un rápido vistazo el espacio alrededor de ellos, pero el desconocido no parecía encontrarse cerca.
El joven príncipe, ahora convertido en rey, no se atrevió a acercarse de nuevo al núcleo personal de Alisa, donde parecía estar celebrándose una especie de reunión familiar. No se sentía bienvenido, y sabía que si se acercaba, pese a las formalidades iniciales, estarían incómodos en su presencia. Y él también.
Continuó observando al niño, cuya sonrisa era muy similar a la de su hermana. Le hubiese encantado saber qué estarían diciendo, y si él habría salido en la conversación.
—¡Señor!
La voz de Cadel a su lado lo devolvió a la realidad. Desde que Alisa lo había besado en el salón del té su mente estaba algo dispersa. Necesitaba despejarse de inmediato.
Se volvió hacia su guardia personal con una ceja alzada.
—¿Qué?
—La señora viene caminando hacia aquí —murmuró en voz muy baja moviendo los labios lo mínimo posible. Parecía querer evitar que nadie supiese de su comentario, y eso solo significaba una cosa, aunque sus palabras lo acababan de confirmar—. En menos de veinte segundos os cruzaréis.
—Gracias, Cadel —contestó él de igual forma.
Su ceño fruncido fue sustituido entonces por una expresión relajada y una pequeña sonrisa. Reanudó la marcha de inmediato con la esperanza de que la General Dragomir no se detuviese y tan solo tuviese que saludarla con la cabeza.
Una pena que sus ilusiones no se cumpliesen.
—Darko, querido.
Apretó los labios en una sonrisa forzada cuando Selena Dragomir se detuvo frente a él y le cortó el paso.
—Buenos días.
El cabello rojo de la mujer casi relucía bajo la luz del día. También las insignias cosidas en su uniforme rojo y negro pulcramente planchado.
—Me alegra verte tan alegre últimamente —le comentó observando su expresión con detenimiento. En el momento en que las miradas de ambos se cruzaron, Darko frunció la nariz, en señal de agradecimiento fingido—. Y hablando de felicidad, ya es hora de dar el siguiente paso, ¿no crees?
La sonrisa blanquecina de Darko decayó un poco.
—Otra vez no...
—La opinión pública aún sigue dividida. Tu reinado es muy reciente, es como una herida abierta —continuó ella sin darle opción a opinar—. Para que cure bien, hay que cuidarla y hacer lo necesario para permitirle sanar. Las celebraciones han sido un éxito y la coronación fue según lo planeado, pero ya sabes lo que hace falta para acabar de asentar a un nuevo monarca.
Ya estaba acostumbrado a aquella informalidad entre ellos. No podía exigirle nada, tampoco. Gracias a ella prácticamente había vuelto a tener una razón de ser.
Aun así, podía oponerse a sus peticiones, aunque no sirviese de mucho.
—Creo que eso sería apresurarse. Tan solo han pasado unos días.
—Suficiente tiempo —sentenció ella con expresión amable pese a la severidad de sus palabras. Esa expresión que siempre ponía cuando quería dejarle claro que no le quedaba otra opción más que obedecerla—. Una boda real es lo que necesitan nuestros ciudadanos para acabar de creer en esta nueva era de su país, y es también lo que necesitas tú para terminar de establecer tu reinado. Con una mujer a tu lado, nadie puede reprocharte nada.
—No me hace falta una esposa para hacerme respetar.
La general no reculó. Poco a poco fue tomando un posado más serio, perdiendo esa cordialidad inicial.
—Ya sabes que la gente tiene una opinión poco formada de ti porque no te conocen —no le hacía falta que se lo recordase, era consciente de ello—. Los comentarios maliciosos son rápidos como la pólvora. Sucedió con tu madre y sucede ahora contigo —lo poco que quedaba de sonrisa en la cara de Darko se disipó, dejando en su lugar una fina línea recta—. Lo mejor para combatirlos sería que te casases con una de las bellas damas nobles que tiene este país. Además, el amor entre jóvenes siempre compra. Es seguro que un acontecimiento como este emocionaría al reino entero y les haría sentir cierta empatía hacia tu persona.
El joven volvió la cabeza a un lado, incapaz de continuar mirando a la mujer frente a él y seguir ocultando su molestia. Si no era evidente aún en su postura o en su expresión, lo fue en su tono:
—Ya hablaremos en otro momento. Ahora me duele la cabeza.
—¿Quieres que envíe al médico real? —preguntó la Reina de Corazones al instante.
—No es necesario, gracias.
La mujer asintió y se quitó de su camino. Antes de reprender la marcha, sus dedos se posaron sobre su hombro y lo apretaron. Para Darko fueron como agujas clavándosele en la piel.
—Jovencito. Sabes que esto no está sujeto a debate. Las negativas no están permitidas. Cuanto antes aceptes tus responsabilidades, antes disfrutarás del proceso.
Soltó su hombro y tras una breve reverencia se marchó. En cuanto la general hubo desaparecido por completo de su campo de visión, resopló con sonoridad y se tiró de las mangas del jersey hacia abajo con fuerza.
—Qué manía con eso...
Su atención volvió a recaer sobre los sillones de la sala de estar, y en cuanto reconoció la figura del soldado moreno en la estancia, su repentino mal humor se incrementó.
Cadel no pudo evitar seguir la mirada de su señor para descubrir el objeto de su aborrecimiento. Al vislumbrar el rostro de soldado que estaba sentado en uno de los sofás su ceño se frunció.
—¿Cuándo se marcha la general? —preguntó de golpe el joven rey.
—Esta tarde, señor. Visitará ella misma los pueblos atacados en la frontera del distrito de la pica para ver los desperfectos y conocer lo sucedido más de cerca —le explicó el guardia—. Está lejos, pero aun así no tardará en volver. Estará solo unos pocos días fuera.
Los ojos de Darko bailaron de un lado para otro, alternando entre Alisa y el desconocido, cuyo rostro le resultaba familiar. Estaban sentados muy cerca, y en el momento en que el chico deslizó una mano por el muslo de Alisa, Darko les dio la espalda con un movimiento brusco.
—Perfecto —exclamó en respuesta al último comentario del guardia—. Necesito que esta tarde mismo me traigas una cosa.
—¿De qué se trata?
—Quiero que me traigas el informe de la chica —Cadel asintió. Darko dudó antes de continuar—. Y... ¿sabes quién es ese?
—Harkan Levian, señor. Es el favorito de la señora —le contó—. Tiene cierta fama. No tenía noticias de que estaba aquí.
—Levian... —murmuró él. Le sonaba el nombre, estaba seguro de que lo había escuchado antes, aunque no sabía dónde. Asintió decidido—Tráeme su informe también.
*****
El vapor escapó del baño en cuanto abrió la puerta y salió al dormitorio. Ajustó bien la cuerda del albornoz sobre su cintura mientras gotas de agua se desparramaban por el suelo con cada movimiento de su pelo negro mojado. En cuanto el calor del baño se esparció por el resto de la suite real, el espejo de este empezó a desempañarse.
La habitación estaba prácticamente vacía. Apenas había tenido tiempo para ordenar sus cosas, que permanecían metidas en cajas a un lado de la puerta de entrada. Aún se le comprimía el pecho cuando se paraba a pensar en que allí había estado durmiendo su padre hasta hacía unos pocos meses. Incluso su madre, unos años atrás.
Observó la foto familiar colgada en la pared, una de las pocas pertenencias de su padre que aún perduraban en el dormitorio. Se llevó una mano al corazón, allá donde el albornoz se había abierto ligeramente, y apretó los labios en señal de cariño, como si estuviese saludándolos fuese donde fuese que estuvieran.
Dos golpes en la puerta evitaron que empezase a hablarles en voz alta, como hacía últimamente.
—Adelante.
Darko se dio la vuelta cuando escuchó el sonido de la puerta al cerrarse para encontrarse con Cadel, que portaba su usual armadura y las manos tras la espalda.
—Traigo lo que me pediste esta mañana.
El joven hizo un movimiento con la mano para alentarlo a que se acercase. De inmediato, el guardia obedeció y sacó los papeles escondidos para entregárselos.
Tomó los dos dosieres entre sus manos y se sentó sobre el borde de la cama. Se detuvo un instante al ver el nombre de Alisa en la primera página y tomó aire antes de abrirlo, como si por fin fuese a obtener las respuestas que buscaba, a pesar de que había sido él quien había ido posponiendo la revelación.
Darko se olvidó de todo lo que le rodeaba en el momento en que empezó a leer en silencio.
«Alisa Parvaiz Draven, dieciocho años».
Sus ojos bajaron por la página con verdadera curiosidad, en busca de información relevante, aunque en realidad todo le resultaba de especial interés.
Los datos generales los leyó por encima. No encontró nada más especial en el resto de la primera página además de la dirección de su antigua casa y una orden de búsqueda impartida por los servicios sociales hacía cuatro años.
Giró el papel con cuidado y la nueva información que encontró impresa ante él resultó ser lo que en realidad estaba buscando.
«Progenitores: Karel Parvaiz (fallecido) y Mei Draven (fallecida)».
Según lo que había dicho Alisa de su hermano y la presencia de Kane Clover en el palacio, había esperado algo como aquello, pero aun así frunció el ceño. Al menos podía decir que tenían algo en común.
Su boca se entreabrió al leer lo que ponía unas líneas más abajo:
«Motivo de procesamiento: Hurto».
¿Hurto?
No había sido capaz de imaginar cuál sería la razón por la que Alisa había entrado en las pruebas, sus fleishades, a pesar de que insistiese tanto en que era injusto, pero no había pensado en aquella posibilidad.
Quizá se refería a que era injusto por su situación económica, o por la carga que debía ser cuidar sola de un niño pequeño. Se le pasó por la cabeza que hubiese robado comida en el supermercado, o suplementos medicinales para curar al niño. Sin embargo, cuando leyó la palabra «manzana» escrita junto a la descripción del objeto robado, casi se ahogó con una carcajada irónica llena de incredulidad.
¿Por una manzana? ¿Quién roba únicamente una manzana?
No obstante, en el momento en que sus pupilas descendieron por la información y se toparon con la firma digital del soldado que había registrado el acontecimiento en el sistema, sus ojos se abrieron tanto que le sorprendió que no se le cayesen al suelo.
Tuvo que leerlo dos veces para poder procesarlo bien.
«Agente denunciante: Harkan Levian».
A Cadel el silencio de la habitación le pareció más afilado que de costumbre, pero se mantuvo callado junto a su señor.
¿Qué narices?
¿Estaba jugando con ella? Estaba claro que la había engañado. Eso, o desconocía una parte de la historia que Alisa no le había explicado. Pero según los documentos, Harkan Levian había sido el soldado que había atestiguado los hechos e introducido los detalles del caso en el sistema, por lo que no había duda de que debía estar engañándola.
Después de todas las quejas, todas las maldiciones, todas las súplicas... Alisa había despotricado contra las pruebas y su injusto cribado, pero en ningún momento se había quejado del soldado, tan solo de la general y de él mismo.
Nadie que odiase tanto lo que le estaba pasando recibiría con los brazos abiertos a la persona que lo ha abocado a ello.
Una de las ventanas de la habitación se abrió lentamente y el aire helado empezó a deslizarse por el suelo de la estancia, envolviéndolos a ambos.
—Esto es... —murmuró sin saber qué decir. Después, extendió la mano hacia Cadel con ansia—. Dame el informe del soldado.
—Lo tienes debajo del de la chica.
—Oh.
Sorpresivamente alterado, se apresuró a agarrar el documento y ponerlo en la parte superior de la pequeña pila de hojas. El nombre al inicio de la página le confirmó que era el correcto: «Harkan Levian Roos»
Con impaciencia, registró la página en busca de algo que pudiese justificar lo que había visto en el informe de Alisa.
«Veintiséis años. Distrito trébol».
«Progenitores: Bran Levian (fallecido) y Gina Roos (fallecida)».
«Grupo militar: Vanguardia de Corazones».
Siguió escrutando la primera cara de la hoja sin falta, sin saltarse ni una sola letra, hasta que se detuvo por completo. El borde de la página se arrugó cuando la apretó con fuerza.
«Motivo de procesamiento: asesinato».
Los dedos de Darko fueron perdiendo fuerza conforme fue comprendiendo lo poco que debía saber la chica del muchacho que la acompañaba, al que había defendido a capa y espada, y por el que había estado dispuesta a mentir.
«Víctimas: Bran Levian, Karel Parvaiz, Mei Draven».
Su primera víctima había sido su propio progenitor. Y luego estaban...
Sus padres.
Había matado a sus padres. A los padres de Alisa.
—¿Qué es esto? —profirió sin creerlo.
—¿El qué? —le preguntó Cadel. Sin embargo, el joven monarca no contestó. Continuó inmerso en la lectura del informe.
Al darle la vuelta a la página para enfrentarse a la siguiente cara, se encontró con algo que no había esperado que incluyese.
«Diagnóstico clínico», rezaba el título de uno de los apartados. Estaba firmado por un psiquiatra y fechado de cuatro años antes. En el recuadro principal estaba escrito: «Trastorno de personalidad antisocial».
—Cadel, ¿el trastorno de personalidad antisocial no era algo parecido a la psicopatía y la sociopatía?
—No lo sé, no tengo ni idea —contestó el guardia con sinceridad.
—Me suena haber leído sobre ello, pero no recuerdo nada —se dijo a sí mismo.
Bajo el diagnóstico existía un recuadro más grande dedicado a las anotaciones.
«El sujeto presenta síntomas de un posible trastorno de estrés post traumático, pero se niega a dar detalles concretos que permitan determinarlo con firmeza».
Aquella era la última información que el dossier con su nombre incluía. Darko mantuvo la vista clavada en el suelo mientras pensaba. Había demasiado que procesar, demasiado que asimilar. Y aun así, un siseo en su cabeza lo mantenía pensando una y otra vez en lo mismo.
—Levian... Levian... ¿Por qué me suena tanto ese apellido? ¿Qué sabes tú sobre él? —preguntó el pelinegro al otro joven.
Cadel, aún en posición de espera junto a la cama y con las manos tras la espalda, expuso todos los conocimientos que tenía sobre dicho individuo.
—Ya que soy uno de los pocos que tiene acceso al sistema al completo, sé desde hace mucho de su existencia. En realidad, mi rango me lo exige. Tengo que conocer a todos los infractores reformados que conforman nuestras filas. Así lo exige la General Dragomir —le informó—. Según tengo entendido, Harkan Levian batió récords. Sigue siendo el condenado que más rápido pudo completar la baraja. También fue el más joven en lograrlo cuando lo consiguió. Tenía veintidós. Y como los pocos que lo consiguen, se unió a uno de nuestros escuadrones.
La mente de Darko se debatía entre escuchar con plena atención a su querida mano derecha, y estirarse en la cama para liberar la tensión que recorría su cuerpo. Se sentía mal por la chica. Pobre, pobre Alisa.
—Pero eso no es todo —continuó—. Actualmente, Levian es uno de nuestros mayores contribuidores. Ya dije que era el favorito de la señora. Desde que consiguió su segunda oportunidad hace cuatro años al completar la baraja, tiene un hueco especial en el corazón de la general. Es su ojito derecho, y con razón. Levian es el mayor cazador y verdugo de criminales de nuestra plantilla. Nadie le gana en resultados ni en eficacia.
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