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62

Como ya se había hecho costumbre, el repiqueteo de los nudillos de Lynnete contra la puerta la despertó. Era la señal de que le traía su desayuno. Habían pasado cuatro días desde que Darko y ella habían pactado dejarse tranquilos, tres desde que Alisa le había entregado la nota a su doncella para que se la hiciese llegar de alguna forma al soldado, a pesar de las réplicas iniciales que había recibido.

Su humor parecía renovado. En cierto modo, ahora que Kane sabía que estaba bien y que era posible que Harkan hubiese recibido su nota, estaba un poco más tranquila. 

Con las ondas desordenadas y enredadas, se preparó para recibir a Lynnete desde la cama con una sonrisa. En cuanto la joven criada abrió la puerta e introdujo el carro, pudo ver sus labios estirados en una sonrisa forzada.

Lynnete la saludó un poco más formal que otras veces.

—Señorita, tiene visita.

Alisa alzó las cejas e inclinó la cabeza hacia un lado. Aún estaba medio adormilada.

—¿Mmm?

La doncella se hizo a un lado y la figura de un muchacho pelinegro apareció a su lado, ataviado con una camisa marrón oscuro y pantalones de pinza de color beige. Los ojos de Alisa se abrieron en sorpresa al reconocer al joven Rey junto al marco de su puerta. 

Darko se limitó a sonreír de medio lado.

De inmediato, se apresuró a taparse con la sábana. No consiguió ocultar del todo el nido de pájaros que tenía por pelo, porque dejó los ojos al descubierto para poder ver, pero al menos escondió el conjunto de pijama que llevaba puesto, aunque estaba claro que el chico había podido verlo a la perfección. 

—Lo prometido es deuda —anunció el muchacho.

—¿A qué te refieres? —preguntó Alisa bajo las sábanas.

—Me pediste algo, ¿no? —le recordó— Y yo siempre cumplo con mi palabra.

Ante aquello, Alisa empezó a bajar la sábana, dejando al descubierto el resto de su rostro.

—Espera, ¿me estás diciendo que...?

—Más te vale arreglarte. En media hora vendré a por ti. Tu hermano debe estar deseando verte. 


*****


Después de darle vida a su pelo con un poco de agua, ingerir un desayuno apresurado y ponerse un vestido de corpiño rosado de su armario, Alisa por fin estuvo lista para recibir a su hermano. Estaba feliz y ansiosa. Darko era capaz de notarlo mientras caminaba a su lado.

No pudo evitar fijarse en lo bonita que se veía esperanzada y en el brillo natural de su piel. Su cabello aún estaba algo despeinado, pero esas ondas salvajes le daban un aspecto tan juvenil que Darko envidiaba su luz. Alisa, en cambio, solo tenía a su hermano en la cabeza. Tenía tantas ganas de abrazarlo que hasta le dolían los brazos.  

Darko la llevó directa a la zona más alejada del personal real. Bajaron unas escaleras que jamás había visto casi en completo silencio, mientras los pensamientos de Alisa vagaban de aquí para allá, puestos en todos lados menos en el muchacho que la acompañaba. Él, con las manos en los bolsillos, simplemente se contentó con contemplarla de reojo sin dejar caer su faceta desinteresada. 

Alisa pudo ver el inicio de una antesala y la luz que entraba por una ventana, que debía dar a los jardines de la otra punta del palacio. Soltó un gemido de alegría contenida en cuanto vio un par de pies pequeños en el suelo de mármol. No se contuvo más y dejó atrás al joven monarca. Bajó las escaleras como si la vida le fuera en ello, y en cuanto llegó a la altura del niño se lanzó sobre él, estrujándolo con todas sus fuerzas como si hiciese siglos que no se viesen y acabase de volver de la muerte. 

Pese a la excesiva fuerza, Ciro no se revolvió ni le pidió que lo soltase. Al contrario, la estrechó contra él de igual forma. Con una solidez imprimida de delicadeza, sus manitas se aferraron al cuello de su hermana y enterró los mofletes, ahora un pelín más redondos, en el hueco de su cuello.

Alisa contuvo las incipientes lágrimas que amenazaron con desbordarse de sus ojos. Tras sorberse los mocos que no sabía que tenía, parpadeó varias veces para deshacerse de ellas sin derramar ni una y sus labios se curvaron en una sonrisa tan brillante como el sol. 

En el momento en que Darko puso un pie en la antesala, Alisa ya había soltado al niño y le había agarrado la cara. La vio inspeccionarlo de arriba abajo para asegurarse de que estaba bien, y justo después volvió a abrazarlo. El muchacho no había visto al niño antes, simplemente había pedido que contactasen con el dueño del As de tréboles para acordar un encuentro en privado entre ambos hermanos, pero ahora que lo tenía delante no podía evitar pensar que era mucho más pequeño de lo que había imaginado. Y pese a ser bastante diferentes, era evidente su parentesco.

Aunque le hubiese encantado intervenir para formar parte de aquel reencuentro, se retiró a una esquina para simplemente observar.

—¿Estás bien? —le preguntó en repetidas ocasiones con voz queda— Ya no tienes que preocuparte más.

—Te he echado de menos —murmuraba el niño contra su ropa.

—Yo también. Demasiado. 

Fue entonces cuando Alisa se percató de la presencia de Kane Clover, un metro por detrás de su hermano. Se incorporó para acercarse a él y extendió los brazos en el aire. 

—¡Kane!

—Ya estaba empezando a pensar que era invisible.

El corpachón del señor Kane arrastró también al niño y los atrapó en un nuevo abrazo. Casi parecía una reunión familiar. Ciro rio desde el interior del abrazo, complacido de estar apretujado entre ellos. Su risa sonó para Alisa como el cantar de un ángel. De veras lo había echado de menos.

Una vez que los tres se separaron, Alisa no supo dónde dirigir sus ojos, iban de uno a otro. No acababa de creer que los tres hubiesen podido reunirse otra vez. 

—Lo siento por irme —se excusó con pesar. Sus palabras iban dirigidas a su hermano—. No quería dejarte solo, pero ya sabes que si queremos terminar con esto, tengo que hacer muchas cosas que no me gustan.

Ciro puso morritos, pero sabía que era verdad. Apretó con fuerza la mano de su hermana mayor.

El señor Clover se aclaró la garganta y cambio de tema. Era consciente de lo mal que lo había pasado el niño esos días, no quería recordárselo más. Se cruzó de brazos, y observó a Alisa con los ojos entrecerrados, vacilante.

—¿Cuántos años decías que tenía? —preguntó de la nada.

La muchacha primero no comprendió por qué lo preguntaba. Aun así, respondió sin saber qué esperar.

—Nueve.

—Es imposible —saltó de pronto el hombretón—, este niño tiene treinta añazos y hace quince que compite jugando al póker, a mí no me engañas. 

Alisa reprimió la risa, incrédula. 

—¿Cómo?

—Hemos estado jugando bastante a las cartas. Te prometo que tiene verdadero talento —le aseguró él. Después, con una sonrisa algo maliciosa enmarcada por su perfecta barba, añadió:—. Si no logras salir de esta, me comprometo a hacerlo jugador profesional. Eso, o ponerlo en el As de tréboles a jugar, seguro que le saca la pasta a todos los que intenten retarlo.

Ciro rio satisfecho. En su cabeza todo debían ser halagos que no acababa de entender pero que sonaban como algo grande, aunque en realidad sí lo eran. Orgulloso, colocó las manos tras la espalda y estiró los hombros para que lo viesen bien. Alisa le revolvió el pelo.

—No tenéis remedio.

Tras unos segundos, el posado fanfarrón del niño cambió y su espalda se encorvó un poco. Parecía ligeramente preocupado. Sus ojos redondos y brillantes del color de las avellanas escrutaron el rostro de su hermana.

—No vas a volver con nosotros, ¿verdad? —dedujo— ¿Cuánto rato puedo estar contigo?

El ceño de Alisa se arrugó. No tenía ni idea, pero estaba claro que no iban a tener mucho tiempo juntos. Sin embargo, no sabía qué contestar. No quería que Ciro pasase el rato que les quedaba angustiado.

La voz aterciopelada de Darko interrumpió su conversación desde la esquina. Todos se volvieron hacia él.

—En realidad, he preparado una habitación para tu hermano —comentó aún con la espalda apoyada en la pared—. Puede quedarse en el palacio todo el tiempo que sea necesario. 

Los ojos de Ciro se iluminaron de pronto, al igual que los de Alisa, que en aquel momento no se paró a pensar siquiera en las consecuencias que aquello podría tener o si sería bueno o no para Ciro iniciarse en la vida palaciega. Sus labios se curvaron en una enorme sonrisa de dientes perlados que estaba exclusivamente dirigida al muchacho de cabellos negros que la miraba expectante.

—¿Enserio? —exclamó sin poder contener la emoción— ¡Gracias!

Kane Clover advirtió entonces la presencia del Rey en la estancia.

—¿Majestad? —parecía avergonzado. Tragó saliva antes de hacer una pequeña reverencia— Disculpe, no lo había reconocido. Es usted muy amable. Muchas gracias por tratar tan cálidamente a estos hermanos.

Darko meneo la mano, restándole importancia.

—No hay de qué.

Alisa tenía la mano medio estirada hacia él, la posición de sus labios indicaba que pretendía decirle algo, pero en el momento en que el aire salió de su boca para formar una palabra, un estruendo en una de las puertas de la antesala hizo que todos pusiesen su atención en el inesperado suceso.

Las piernas de Alisa temblaron como gelatina, amenazando con dejar de funcionar si resultaba que aquello no era un sueño.

El ruido de la puerta al estamparse contra la pared quedó eclipsado por la figura que emergió en el pequeño recibidor. Era un hombre alto, de constitución atlética y pelo castaño. En cuanto sus ojos grises vislumbraron la figura de Alisa, echó a correr.

La muchacha no tuvo tiempo de reaccionar. Harkan se abalanzó sobre ella y la atrapó entre sus brazos como si soltarla significase su muerte. Las lágrimas se acumularon en sus ojos cuando notó que el cuerpo del muchacho incluso temblaba. Era algo tan imperceptible que podría haberle pasado inadvertido, pero sintió los sentidos tan desarrollados durante aquellos pocos minutos que casi la asustó el martilleante y loco latido del corazón del muchacho contra su pecho. 

El aliento caliente del soldado le acariciaba el cuello y podía sentir su mejilla, áspera por una incipiente barba sin afeitar, contra la oreja. Por un momento, Alisa se quedó paralizada, pero en cuanto la fuerte presión de los brazos del muchacho la devolvió a la realidad, se aferró a él de igual forma.

Le dolió pensar en lo que debía haber sufrido, en lo sorprendido y descolocado que debía haber estado. Se sintió mal por la tensión que parecían mantener sus hombros agarrotados y por su intensa preocupación, pero no pudo evitar sentir también un calorcito llenándole el pecho.

Harkan, el soldado de hielo, estaba ahí sujetándola como si fuese una figurita de vidrio que podría romperse en cualquier instante a la que se hubiese aferrado con su vida. Le importaba de verdad. Mucho al parecer, para mostrarse tan vulnerable ante ella.

Por fin Harkan alejó su cuerpo del del suyo, pero entonces se dedicó a inspeccionarle el rostro como ella había hecho poco antes con su hermano. Sus palmas llenas de callos le aferraron las mejillas y sus pulgares le acariciaron la piel. Aquellos ojos grises que había echado tanto de menos la examinaron de arriba abajo, hasta ver que cada uno de los milímetros de piel que recubrían su cara estuviesen tan suaves y brillantes como la última vez que los había visto. Alisa no fue capaz de apartar la mirada de él. Pese a la calidez que sentía en el corazón tras volver a verlo, un nudo en el estómago le avisaba del peligro, de que aquello no estaba bien. Harkan no debería estar allí.

Los labios de Alisa consiguieron articular un pedazo de sus pensamientos.

—¿Qué haces aquí?

Los dedos de Harkan le colocaron el cabello rebelde tras las orejas.

—Gracias a dios que estás bien —murmuró él, muy cerca—. Pensé que...

Alisa se mordió el labio inferior, repentinamente nerviosa.

—Harkan —volvió a insistir. Su tono era mucho más firme, más apremiante—. Qué haces aquí.

El joven bajó una de las manos hasta su cuello y deslizó la palma sobre la piel de este, como si aún no terminase de creer si era real o no.

—He venido a por ti.

Alisa tragó saliva.

—No tenías que venir aquí. No tienes que estar aquí. 

Harkan inclinó la cabeza hacia un lado, igual que hacía siempre que intentaba comprenderla. Cuando su atención recayó en la ropa que llevaba el muchacho, reprimió un sollozo de frustración al ver que portaba el traje gris de los miembros de la Vanguardia de Corazones puesto. Era evidente que era un soldado.

—Me da igual. Tenía que verte.

La muchacha desvió entonces la mirada hacia la otra punta de la habitación, donde Darko observaba la escena con una ceja alzada. Estaba tenso, con los brazos cruzados sobre el pecho y la sorpresa y la molestia escritas en el rostro. Debió ver a la perfección el pánico que crecía poco a poco en los ojos de la chica. La expresión de Alisa parecía una súplica. 

Darko, sin embargo, se mantuvo impasible. El soldado miró entonces al joven rey a la cara y se cuadró para saludarlo.

—Majestad.

Los ojos oscuros de Darko volvieron a recaer sobre Alisa, que apretaba las manos en puños, ya alejada de Harkan. El pelinegro carraspeó, consciente de lo asfixiante que se había vuelto el ambiente en cuestión de segundos, pese a que el niño, Ciro, parecía igual de emocionado que antes con la aparición de aquel invitado inesperado.

Con pasos rápidos, el muchacho se dio media vuelta y echó a andar hacia las escaleras. En cuanto empezó a subir los escalones, tomando el mismo camino por el que habían venido, exclamó:

—Tenemos que hablar.

Y se perdió en la larga ristra de peldaños de la estrecha escalinata, esperando que Alisa lo siguiese.

Con el corazón acelerado, la muchacha señaló con un dedo a Harkan.

—Quédate aquí, por favor.

El soldado frunció el ceño pero no dijo nada, y Alisa salió corriendo detrás del malhumorado joven, sin tener excusa alguna para arreglar la situación.

Tras la partida del chico, la ventana por la que antes había entrado el sol con fuerza estaba empañada, repleta de gotas de agua que impedían ver bien el paisaje del exterior.

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