60
Últimamente Alisa se había vuelto una temeraria, aunque estaba segura de que era por el aislamiento y el miedo. Irse sola a una prueba, colarse en palacio, encararse con el heredero del reino y desobedecer las órdenes reales en varios intentos de fuga eran cosas que jamás había imaginado que haría. Si le hubiesen dicho que todo aquello pasaría a la Alisa de un año atrás, se habría reído al escuchar tantas sandeces y nadie la habría sacado de su sótano y su As de tréboles.
Y allí estaba ahora, otra vez junto a la mesa de los refrigerios.
Podía ver a Darko bailar con la chica. Por lo menos llevaban tres canciones seguidas en la pista, y la desconocida no parecía tener intención de soltarlo. Mientras que ella movía los labios sin parar, el joven rey parecía hacer caso omiso a su parloteo y mantenía la mirada fija en algún punto.
Alisa se preguntaba cuándo lo dejaría libre. No es que sintiese simpatía por él ni por el martirio que debía ser escucharla, dada la expresión aburrida que tenía en el rostro, pero el muchacho le había ordenado que se quedase allí porque tenían que seguir hablando de varias cosas.
No iba a llevarle la contraria. Al fin y al cabo, su plan ya había sido ejecutado, aunque hubiese sido de otra forma, y tras sus múltiples charlas ya no lo veía como una amenaza tan aterradora. No sabía por qué, pero se fiaba de sus palabras. Parecía bastante transparente respecto a sus sentimientos. Con lo cual, su futuro volvía a ser incierto, ya que seguía estando en sus manos.
Mientras seguía observándolos desde lejos, podía sentir algunas miradas curiosas sobre ella. Varias personas debían estar preguntándose quién era la misteriosa muchacha que había bailado un vals tan íntimo y cercano con el Rey, y desde cuándo tenían una relación tan estrecha. Inquieta, cogió su tercera tartaleta de la noche y le pegó un mordisco.
El último pedazo de aquel exquisito tentempié se deslizó garganta abajo cuando la canción estaba a punto de terminar. Sin embargo, se vio obligada a toser varias veces para ayudarlo a seguir su camino cuando una voz masculina gritó su nombre con incredulidad.
—¡¿Alisa?!¡Oh dios mío, eres tú!
En el momento en que se volvió hacia la voz, sus ojos se abrieron mucho por la emoción y no pudo evitar que una sonrisa cruzase su cara. Las grandes manos del señor Clover la aferraron por los hombros mientras la observaba por unos segundos, incapaz de procesar que estuviese allí.
Antes de que pudiese abrir la boca, a Kane Clover se le escapó un suave grito de júbilo y la alzó tras agarrarla de la cintura, elevándola en el aire y girando sobre sí mismo.
—¡Cómo me alegra volver a verte, pequeña centella!
Entre risas, Kane volvió a dejarla en el suelo y Alisa se aferró a sus brazos para no caerse. Aún incapaz de dejar de sonreír, le hizo un gesto con la mano para que bajase la voz. El señor Clover asintió y le dio un abrazo de oso que hizo que la muchacha casi echase los pulmones por la boca, pero que también le calentó el corazón.
—Dios santo —murmuró el hombretón contra su pelo—, nos tenías muy preocupados.
Cuando el abrazó terminó, ambos se estudiaron el uno al otro. Kane la miró de arriba abajo, buscando algún signo de que se hubiese hecho daño o algo similar. Alisa pudo comprobar que, aunque tan solo habían pasado unos días, él estaba igual que siempre.
Llevaba los rizos engominados hacia atrás, y el traje negro le sentaba como un guante y resaltaba su gran figura. Él frunció el ceño ante las marcas rojizas que seguían adornando como brazaletes sus muñecas, pero apenas eran un fantasma de lo que habían sido el primer día, cosa que le aseguraba que podrían haber sido mucho más graves y que había tenido suerte.
En cuanto se hubo cerciorado de que estaba bien, se aseguró de hablar más bajo y se mostró un poco más serio.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Alisa hizo una mueca e hizo un rápido movimiento con los ojos para indicarle que estaban rodeados de gente y que no podía explicarle aquello allí. Aun así, habló intentando no ser demasiado críptica. Estaba segura de que, sabiendo su situación, su antiguo jefe entendería a lo que se estaba refiriendo.
—He estado aquí desde que me fui.
El señor Clover pareció comprender su gesto al vuelo y le puso la mano en el hombro. Hizo algo de presión y estuvo dispuesto a echar a andar para hablar más tranquilamente.
—Ven, vamos fuera.
Alisa lo frenó.
—¡No! —se aclaró la garganta antes de explicarse— He prometido que me quedaría aquí, no puedo irme. No quiero meterme en más problemas.
Estiró los labios para mostrarle los dientes en una sonrisa significativa mientras alzaba las cejas. Kane asintió lentamente. Su mano se mantuvo sobre su hombro y sus ojos se deslizaron por el mar de invitados en busca del individuo que le había hecho aquella petición... o aquella amenaza.
La muchacha siguió hablando.
—De veras, he estado aquí desde el día en que dejé a Ciro contigo.
El hombretón procesó el mensaje tras sus palabras. Parpadeó varias veces antes de sorprenderse de nuevo.
—¿En serio es aquí donde...? —se calló en mitad de la oración y pasó la mano libre por su barba pulcramente recortada antes de bufar— Te creía precavida, no sabía que eras una imprudente. Siendo sincero, no te pega mucho.
—¿Verdad que no?
El señor Clover dejó escapar una pequeña carcajada, pero seguía mostrando cierta inquietud.
—Es bueno ver que te lo tomas con humor, pero tu hermano estaba muy preocupado.
El nudo que apareció entonces en su estómago no fue por culpa del alcohol ni de Darko. El ceño de Alisa se frunció de inmediato.
—¿Cómo está? ¿está bien? —se apresuró a preguntar.
Kane suspiró.
—El primer día no paraba de llorar. Conseguí que comiese algo, pero me daba mucha pena verlo así. Con el paso de los días se ha ido serenando y parece que está más calmado. Creo que le ha pillado el gustillo a mi apartamento. He intentado que no pisase mucho este As de tréboles, aunque ha sido difícil.
Alisa hizo una mueca de tristeza ante las palabras del hombretón. Imaginarse a su hermano así le dolía. No quería que creyese que lo habían abandonado otra vez, que su única familia había desaparecido mientras ella tomaba platos de sopa caliente y dormía entre sábanas de seda en Palacio. Tenía tantas ganas de abrazarlo que se vio obligada a cerrar las manos en puños para intentar deshacerse de la frustración.
—Ahora está más tranquilo —añadió Kane—, pero no para de preguntar por ti a cada rato.
—Tengo muchas ganas de verlo.
—¿Y qué te lo impide? Si estás aquí es porque ya no temes que te vean. Algo ha cambiado... ¿me equivoco?
Así es, Kane. Todo ha cambiado.
Tenía tantas ganas de contárselo todo... Las palabras le quemaban en la lengua. Le habría encantado explicarle que, por el momento, ya no estaba tras las cartas, y que el mundo que la rodeaba había vuelto a cambiar de forma drástica. Querría haberle contado que ahora vivía entre paredes de oro y marfil, aunque fuese una especie de prisionera, pero no era posible. No con tantos oídos agudos alrededor.
—No puedo explicártelo ahora mismo, es demasiado largo de contar... ¿y se puede saber qué haces tú aquí?
El señor Clover se llevó una mano al pecho para simular que estaba ofendido. La sonrisa de suficiencia en su rostro lo delataba.
—Parece que has olvidado que soy uno de los empresarios más exitosos del momento. A estos eventos siempre invitan a la nobleza y a gente con pasta —expuso—. Como bien sabrás, yo soy lo segundo.
—Y aun así sigues viviendo en una ciudad de mala muerte.
—Qué te voy a decir —aprovechó para toquetear el nudo de su corbata hasta colocarlo bien—. Soy un hombre sentimental. A eso lo llamo tener humildad.
—La humildad dentro de esta fortaleza es un soplo de aire fresco. Parece que necesitamos más hombres como usted por aquí, señor Clover.
Alisa pegó un respingo al sentir la figura de Darko aparecer tras ella. Su voz aterciopelada los saludó con encanto y provocó que Kane Clover, el hombre más seguro del mundo, se quedase a cuadros ante su inesperada aparición.
Se apresuró en mostrarse educado ante la figura de mayor autoridad del país, aquel muchacho que los superaba en altura.
—¡Majestad! Es un honor estar aquí esta noche —pese al desconcierto inicial, recobró la calma enseguida—, gracias por la invitación.
Estaba claro que no esperaba entablar una conversación con el Rey habiendo tantos invitados a los que se podía acercar.
—Lo mismo digo —respondió Darko con cortesía. A continuación, se inclinó un poco por encima del hombro de la muchacha para hablarle al hombre en tono casi confidente—. ¿Le molesta si le robo a su acompañante un rato? Lady Alisa y yo tenemos algunos asuntos que tratar.
Era una petición del Rey. ¿Quién podría negarse?
—Claro, claro... Adelante.
El joven monarca le dio las gracias y dio media vuelta. Tras posicionar una mano sobre el omoplato izquierdo de Alisa para guiarla, echó a andar con parsimonia. Al dar media vuelta junto a él, Alisa pudo ver la cara de su antiguo jefe y las miles de incógnitas que cruzaban sus gestos. Casi pudo leer a la perfección lo que pronunciaron sus labios en un susurro mudo:
«¿Qué diablos has estado haciendo?»
La jovencita se encogió de hombros e hizo un gesto de disculpa con el rostro antes de seguir al pelinegro. Allí por donde caminaron, los invitados los dejaron pasar mientras los observaban con curiosidad.
Darko la llevó hacia el exterior. Cruzaron los enormes ventanales de cristal abiertos de la otra punta del salón y salieron a una amplia terraza. No eran los únicos allí, algunas personas tomaban el fresco helado de la noche y fumaban con tranquilidad mientras mantenían charlas relajadas, alejados del estridente bullicio de la música constante. Los violines se seguían oyendo, pero su sonido era más apagado, un poco más suave.
Darko se detuvo en cuanto llegó a la barandilla y apoyó los brazos en ella. Alisa apreció la oscuridad de la noche y las estrellas que podían distinguirse en el basto cielo nocturno. Las luces de colores y los farolillos seguían iluminando las calles, como llevaban haciendo toda la semana, y hacían que los ojos de la muchacha se perdiesen entre las bonitas vistas. Darko también tenía los ojos puestos en el paisaje ante él, pero era evidente que estaba maquinando algo dentro de su imaginativa cabeza.
No tardó en romper el silencio de la noche. La brisa fresca le agitó el cabello azabache.
—No sabía que tenías tan buenos contactos. Ha sido... sorpresivo ver al famoso dueño de esos pubs nocturnos abrazándote con tantas ganas. No me lo esperaba para nada.
Alisa tragó saliva. Sus manos se aferraron a la barandilla de hierro forjado.
—¿Sabes quién es?
—Yo no hago las listas de invitados, pero tengo que revisarlas una vez son seleccionados. No es que me interese, pero tengo que sabes quién es.
El énfasis en tener afianzaba sus palabras. Estaba claro que era por obligación, no curiosidad.
Sin embargo, que supiese de la estrecha relación entre ella y su antiguo jefe era un peligro. No quería que lo involucrasen en nada.
—Ya.
—Esto vuelve a desmontar la imagen que había construido de ti, una vez más —Darko volvió el rostro hacia ella y apoyó la mejilla en la palma de su mano, dejando caer el peso de su cabeza sobre esta mientras la observaba—. Eres como un acertijo, nunca sé por dónde me vas a sorprender.
No estaba de acuerdo. Sus motivaciones eran claras, y sus pensamientos giraban en torno a lo mismo. Pero él no la conocía.
—No creo que sea muy complicado comprenderme. Soy bastante simple.
—Desde mi punto de vista, eso no es cierto —opinó él. Su cabeza se inclinó hacia un lado mientras seguía mirándola. Podía ver el reflejo de los farolillos proyectado en sus ojos, a pesar de las sobras de la noche que los hacían aún más oscuros—. Siendo sincero, ya no sé qué esperar. ¿Me sorprenderás mañana diciéndome que eres la hija perdida del regente vaystiano —inquirió, sarcástico—, vendrás a gritarme todas las cosas que he hecho mal a la cara, o tal vez intentarás colarte en mi alcoba?
Alisa bufó, inquieta en su sitio. Podía sentir la densidad del aire a su alrededor, como si se condensase por sus emociones, aunque él no estuviese haciendo nada. De hecho, tenía menos frío que antes. La suave brisa fresca era agradable, le ayudaba a aliviar el calor que sentía en las mejillas por culpa del alcohol. Se arrepintió un poco de beber medio vaso de golpe, la hacía sentir extraña.
—Estás loco.
—Tú me estás volviendo loco.
Su corazón se saltó un latido. Aquella frase la abrumó, aunque quizá fue la rapidez con que lo dijo. Tras unos segundos de silencio, el muchacho se giró y apoyó la espalda en la barandilla, la mirada puesta en la enorme estructura ante ellos y la gente en el interior del salón.
—Escucha, Alisa —escaparon las palabras entre sus labios—. Tu situación aún es delicada, lo sé. Te he dicho que no pretendo matarte y es cierto. Pero hay algunos asuntos más importantes que tratar ahora mismo.
Alisa asintió. Seguía sin simpatizar con él. No podía olvidar que era culpa suya que estuviese allí, que hubiese entrado en una absurda espiral de pruebas y huidas. Si no hubiese creado aquel sistema, nada de todo aquello habría ocurrido. No obstante, entendía que ella era lo último en su lista de preocupaciones. Empezar un reinado no era fácil. Mucho menos cuando la gente no confía en ti.
Él no esperó a que le respondiese.
—Me gusta conocer a las personas de verdad, y no quiero guiarme por las cosas que haya escritas en un papel o por lo que digan terceros —Alisa lo escuchó con atención—. Prefiero estudiar a la gente. Las personas muestran sus verdaderas fortalezas y defectos cuando están bajo presión —Darko echó la cabeza hacia atrás—. Eres interesante de analizar, y una buena distracción cuando no intentas asesinarme.
—Yo no...
—Me gustaría decidir bien lo que hacer contigo —la interrumpió—, pero no puedo hacerlo de hoy para mañana. Por eso... me gustaría acordar una tregua.
Alisa arrugó las cejas sin comprender.
—¿Una tregua?
—Quiero permitirme aclarar varios asuntos antes de ponerme contigo, pero preferiría que no anduvieses haciendo de las tuyas por ahí.
—¿De las mías?
Darko suspiró, aún con la cabeza hacia el cielo. Volvió a incorporarse y por fin la miró.
—Dios... a ver... —meditó unos segundos qué palabras utilizar para expresarlo bien— ¿qué cosa podría ofrecerte que te deje más tranquila? —formuló. Su dedo índice le dio un par de toquecitos en la frente a la joven— ¿hay algo que pueda hacer para relajar ese cerebro inquieto que tienes?
La morena se frotó el lugar, justo en medio de las cejas.
—Dejar que me vaya.
El joven rey dejó escapar un resoplido burlón. La comisura derecha de su boca se alzó hacia el cielo.
—Buen intento —exclamó—. ¿Alguna otra opción?
Lo meditó de verdad. No estaba perdonándolo. Seguía odiándolo por hacerle la vida más difícil sin siquiera ser consciente de ello, pero ya que le daban una oportunidad de aprovecharse un poco de algo, no dudó al contestar.
—Déjame ver a mi hermano.
Darko alzó las cejas, interesado.
—¿Tienes un hermano?
—Es pequeño —le dijo Alisa—. Debe estar sufriendo. Lo dejé con el señor Clover.
Al momento se arrepintió de lo que había dicho y movió las manos en el aire para intentar arreglarlo.
—No malinterpretes la situación. El señor Clover no sabe nada. Tan solo le pedí que cuidase a mi hermano mientras no estaba —mintió.
Le vio asentir lentamente, aunque no sabía si había sonado convincente. Darko volvió a fijar la vista en el gentío, en el movimiento de las telas de los vestidos al girar bajo las luces del salón.
—¿Eso es todo? ¿Sólo quieres ver a tu hermano?
—Es lo que más me importa en este mundo.
Darko se mordió el labio inferior. Reflexionó sobre ello sin volver a dirigir su vista hacia ella. Finalmente masculló:
—Entiendo... veré lo que puedo hacer.
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