6
Cuando abrió los ojos sintió el roce de las suaves sábanas blancas en la mejilla. Su mirada se quedó en el techo durante unos segundos, hasta que cogió el borde de la tela y tiró de ella para taparse la cara. Se mantuvo así, concentrándose en el calorcito que emanaba de la cama y de su propio cuerpo, sumergida en la leve oscuridad que aquello le aportaba y respirando su propio aliento.
Cinco minutos después se estaba lavando la cara en el baño. El agua estaba fría, cosa que la hizo despertarse por completo. Los recuerdos de la noche anterior eran vívidos pero aún así los momentos en los que estuvo sobre el escenario estaban teñidos de una cierta neblina. Estaba tan concentrada que dejó de fijarse en el ambiente que la rodeaba, tan solo captó destellos de luces moradas y rojizas que se reflejaban sobre cuerpos de carne en los cuales en ningún momento llegó a enfocar la vista.
Cuando acabó su último turno de la noche había sentido el cuerpo extraño. La embargó un sentimiento que vagaba entre la euforia y la congoja. Sentía que lo había hecho bien. Y sin embargo no podía arrancar de su estómago ese sentimiento de que algo importante estaba a punto de ocurrir.
Se secó la cara con la toalla y cuando salió del baño sintió la vaciedad de la habitación. Su hermano no estaba. Eran las doce de la mañana, por lo que probablemente Ciro se habría despertado hacía ya unas horas. No se puso nerviosa, puesto que de alguna forma sentía que, a no ser que hubiera algún huésped problemático, su hermano estaba seguro allí. Además, prácticamente nadie solía quedarse en aquellas habitaciones hasta la mañana, por lo que el garito estaría prácticamente vacío.
Cuando se hubo vestido, abrió la puerta y se detuvo en el momento en que la de enfrente emitió un sonido y se abrió. Alisa se topó de morros con su hermano, que acababa de bajar las largas escaleras escondidas tras la puerta blanca. Del bolsillo de su pantalón sobresalía el borde de un trozo de papel garabateado. Probablemente el que Kane les había dado con la contraseña.
El niño medio sonreía y llevaba un peluche que envolvía con su brazo derecho. Al ver a su hermana bajó el último escalón, posicionándose delante de ella.
—¿Qué hacías? —preguntó ella.
—Hola —saludó él con calma—, estaba jugando con el señor Kane a las cartas. Resulta que es muy bueno y me ha enseñado cómo jugar —explicó—. Al principio me ha costado entenderlo, pero creo que ahora soy mejor que él porque he conseguido ganarle tres veces seguidas.
Alisa asintió con la cabeza, dándole la razón. Su mirada se suavizó.
—Muy bien, campeón. Yo también lo creo —le habló en tono confidente—. Que sepas que dicen que es muy difícil ganarle a las cartas. Tiene fama de imbatible.
El niño entonces sonrió más ampliamente y le mostró lo que llevaba con él.
—Me ha dicho que si sigo entrenando, un día podré lograr grandes cosas. Y como premio me ha dado esto —Ciro extendió los brazos para que pudiera observar su nueva adquisición. Se trataba de un perrito de peluche de color tostado y patitas blancas. Los ojos del niño brillaban, de verdad le había hecho ilusión aquel regalo.
—Vaya —dijo ella mientras lo observaba—, es verdaderamente mono, además de blandito —apretó el muñeco con ambas manos, como comprobando la veracidad de su afirmación. Ciro asintió con fuerza en respuesta—. ¿Has pensado en ponerle nombre?
Entonces su mejillas se tornaron de un tono más rosado.
—Lo he pensado —admitió—, pero quizá ya soy demasiado mayor para hacer esas cosas... —confesó el niño, avergonzado.
—¡Ni hablar! —exclamó ella frunciendo el ceño— además, ¿es que esta monada no se merece tener su propio nombre?
Ciro miraba el suelo, medio tímido, pero al escuchar aquello asintió de nuevo con fuerza.
—¿Y cuál habías pensado? —preguntó su hermana. Se mostró algo receloso a responder, pero finalmente habló.
—Bueno, había pensado llamarlo... Calcetines —sus mejillas se tiñeron de un suave rosa de nuevo, pero ya no miraba el suelo, sino directamente a los ojos de su hermana, como en busca de aprobación—... Se me ocurrió por el color blanco de sus patas. Parece que lleve un par de calcetines puestos —Alisa le sonrió. Le dieron ganas de achuchar a Ciro entre sus brazos y estrujarlo para siempre. Aquella inocencia noble no debía perderse nunca—. Aunque quizá es un nombre algo tonto...
—Para nada. Me parece perfecto —opinó ella, y le dio un rápido abrazo a su hermano—. Tienes un gusto tremendo a la hora de poner nombres. No me extraña que también se te dé bien jugar a las cartas.
Pudo notar cómo su hermano hacía una mueca similar a una sonrisa contra su hombro. Cuando se separaron, Ciro recogió su peluche de vuelta y se dispuso a entrar a la habitación. Pasó por su lado, dejando la puerta blanca abierta. Antes de entrar, el niño le dijo:
—Me voy a jugar un rato con Calcetines, pero el señor Kane estaba esperando a que te despertases para hablar contigo. Deberías subir —cuando ya tenía medio cuerpo dentro y estaba a punto de finalizar aquella charla matutina cerrando la puerta, reculó y sacó la cabeza por el hueco que quedaba—. Supongo que será algo bueno, parecía estar de buen humor -dicho esto, cerró la puerta de madera de su suite y dejó a Alisa sola frente a la blanca que daba a los aposentos de Kane.
—Con este hombre nunca se sabe —murmuró ella. Un suspiro nervioso trepo por su garganta al contemplar el umbral de la puerta abierta. Podía ver un trozo de las escaleras por las que acababa de bajar su hermano. Eran blanquecinas como sus huesos.
Después de que le dijese aquello, no le quedó más remedio que empezar a subir las escaleras. Dio un par de pasos, subiendo así poco a poco los escalones, y sintió que se le aceleraba un poco el corazón. Probablemente su jefe quería charlar sobre su actuación de la noche anterior. Alisa sintió como si un puño se cirniese sobre su intestino con la intención de espachurrarlo y hacer un puré visceral. Aquella sensación se había vuelto demasiado frecuente durante los últimos días, pero demostraba que era un ser humano, puesto que se encontraba caminando por el filo de una espada y cualquier paso en falso les traería la ruina. Las variables, al fin y al cabo, eran infinitas. Ponerse nervioso en aquella situación no era demasiado extraño. Quizá Kane Clover, quien se había mostrado extrañamente amable a la hora de acogerlos, la esperaba arriba con algún agente de la ley; sonriente con su recompensa en la mano tras haberla reconocido y notificado a la guardia de corazones.
Aquel pensamiento la mantuvo en completo silencio en su transcurso hasta el último de los escalones. Por alguna inquietante razón, Alisa se imagino el microcemento blanco del suelo salpicado del líquido carmesí caliente que había estado antes esparcido por el sótano. Como una explosión.
Se vio en la necesidad de parpadear un par de veces para que aquella visión desapareciese.
Tras subir el último escalón se encontró con otra puerta diferente, esta de un color algarroba. Apoyó la mano sobre la manija. Bajo esta había una cerradura, por lo que pensó que la puerta estaría cerrada con llave, pero aún así probó a abrirla y se sorprendió cuando esta cedió con facilidad. Una voz grave y serena delató la presencia del dueño de aquella galería.
—Buenos días, doña marmota. Por fin nos honras con tu presencia.
El apartamento tenía una luminosidad increíble. Era amplio, sin a penas paredes para separar las habitaciones, lo que le daba esa espaciosidad. Estaba lleno de ventanales que permitían el paso de la luz y proporcionaban a la estancia un ambiente moderno y natural. A través del cristal se podía ver un patio interior de cuya existencia no tenía ni idea. Al menos eso debía tener ya algunos años, dado que aquel lugar estaba más bien asalvajado. La plantas que algún día debían haber sido cuidadas y recortadas por algún tipo de jardinero, estaban excesivamente grandes y altas, recubriéndolo todo de verde en una zona tan gris y marrón como era la de aquel desdichado distrito. Incluso había algunos árboles y palmeras que estaban casi a la altura del apartamento que, recordemos, estaba en la tercera planta. Aquello otorgaba, de alguna forma, cierto exotismo al apartamento; incluso vida. Era como un oasis en medio de un desierto de miseria.
Al otro lado de las plantas se podía ver la estructura de las diversas salas del antro, dispuestas allí con su tono marrón industrial, visto, claro está, desde el exterior, y sin ventanas; como módulos. Su jefe gozaba de no tener a ningún mirón cerca, ya que a pesar de tener aquellos ventanales que lo mostraban todo, nadie podía verle. Bonito privilegio.
El interior del apartamento era tan elegante como el hombre que la esperaba sentado en su escritorio con un pie cruzado encima del otro. El suelo, el techo y las paredes estaban tintados de un blanco tan fino como el de las escaleras por las que acababa de subir. La estancia estaba llena, además, de detalles de color negro puro, casi mortuorio. El sofá, la cocina, la mesa, o el escritorio donde él la esperaba eran buenos ejemplos de ello. La cama o el baño probablemente también, aunque Alisa no tuvo la oportunidad de verlos ya que estaban en una habitación fuera de su vista. Soltó un silbido mientras admiraba todo.
—¿Por qué diantres decidiste montar semejante vivienda en medio de un distrito muerto como este? —preguntó mientras se acercaba lentamente, deslizando la mano por la piel negra del enorme sofá— Esto pegaría perfectamente con el distrito Diamante. Con el Corazón, si te apetece ser más humilde.
Algo similar a una risa corta profirió de la garganta del hombre. Kane la observaba sentado desde su escritorio. Llevaba una camisa blanca y unos pantalones oscuros que pegaban con su casa. Su barba parecía como recién recortada, aunque siempre daba esa impresión. Muy corta y limpia. En sus labios descansaba una mueca similar a una media sonrisa.
—Supongo que me gusta recordar mis raíces —objetó, encogiéndose de hombros—. Además, dispongo de un precioso coche para irme donde quiera si me apetece un poco más de lujo.
—Por aquí no se ven muchos coches —murmuró para sí misma, pensativa, mientras se acercaba. Se sentó en la silla frente a Kane, pero en cuanto puso el culo en el asiento cayó en la cuenta. Posó las manos sobre sus muslos mientras su espalda se estiraba hasta estar bien recta— Espera... ¿Eres de aquí? —interrogó incrédula.
—¿Qué otro motivo habría para que estableciese mi negocio en este lugar de mala muerte si no fuese por que nací aquí? —contestó alzando una ceja. Se recostó en su asiento y cruzó los brazos.
—Me pareció escuchar por ahí que eras de la capital, pero tiene lógica. Nadie vendría por su propia voluntad a montar un negocio aquí, y mucho menos esperaría que diese algún fruto —Alisa le dio la razón, pensativa—. Eres muy exitoso, entonces. Has logrado lo imposible.
El hombreó carraspeó. En su rostro se notaba que de alguna forma aquello le halagaba, aquella afirmación era en realidad algo obvio, pero parecía que prefería cambiar de tema. A Alisa le extrañó. Cualquiera en su lugar hubiese fanfarroneado, incluso el propio Kane tendía a hacerlo a veces a cerca de otros aspectos, pero quizá era más humilde de lo que pensaba. Era cierto que, a pesar de que antes no tenían una relación tan estrecha, jamás lo había escuchado jactarse sobre su éxito a nivel nacional o su riqueza. Era un hombre trabajador, y prefería presumir, si es que lo hacía, sobre otros de sus atributos. Pero sí que era cierto que había logrado el sueño de todo ciudadano viviente del distrito Trébol: salir de la miseria. Cuando Alisa era pequeña no vivía en aquel barrio; Zurith no era su hogar. Su casa estaba situada en el mejor barrio de Pranta, la ciudad más rica e importante del distrito Trébol, teniendo en cuenta lo rico que se puede ser en el peor distrito del país. Aún así, la calidad de vida de su familia allí no había sido la mejor, pero la vida en Zurith era mucho más complicada. El único momento en que la ciudad entraba en auge era al anochecer, y eso era gracias al señor Clover. Había conseguido darle algo de vida a aquel lugar colmado de gente sin esperanza; aunque no sabía si esa "vida" siempre era buena.
Sintió respeto por el hombre sentado ante ella. Pese a que había desviado el tema, Ciro estaba en lo cierto. Parecía estar de buen humor. Y, para suerte de Alisa, ningún soldado la esperaba escondido tras el escritorio.
—En fin —dijo él. Se sacó algo del bolsillo y lo dejó en la mesa. Alisa observó el sobre blanco que había ante ella. Kane le dio una palmadita a la mercancía, como animándola a cogerlo—, esto te pertenece. Por tu gran espectáculo de anoche.
Alisa elevó con rapidez la mirada hacia los ojos de él, que la observaban expectantes.
—¿Lo hice bien?
—Diría que bastante bien para ser tu primera vez —asintió él. Se acercó un poco y bajó la voz, como si estuviera a punto de contarle el último chisme del barrio—. Hubo un par de cliente que preguntaron por la nueva señorita —ella hizo una mueca. Kane hizo un amago de sonreír de nuevo—. No te preocupes, no les dije nada sobre ti y nunca permito que lo clientes se acerquen a mis trabajadoras, ya lo sabes —aseguró—. Te lo digo para que estés orgullosa. Y para que sigas manteniéndote así —cogió el sobre de la mesa y se lo puso a Alisa en las manos—. Este será tu sueldo a partir de ahora. Teniendo en cuenta que con los descansos entre actuaciones trabajas como tal menos horas que antes, diría que está bastante bien.
Abrió el sobrecito. Dentro de él habían varios billetes. Los contó rápidamente. Multiplicó la cifra que había allí dentro para calcular cuánto ganaba a la semana y descubrió que su sueldo iba a ser ligeramente más alto que antes. Aquello le sorprendió, ya que, justo como había dicho él, trabajaba menos tiempo. Aunque el cargo era... bastante diferente. De cualquier forma, a Alisa le dio igual el pago. Vivir en paz un día más era lo único que necesitaba, y el señor Clover acababa de ofrecérselo, cumpliendo su deseo sin si quiera saberlo.
—50 nafkas reales por noche —aclaró él—. Haz tu trabajo todas las noches y los tendrás sin problema alguno mientras que permanezcas bajo mi techo. Y ya que estamos, pon a lavar las sábanas de todas las habitaciones cuando te despiertes. Si sigues bailando igual de bien eso me será suficiente como pago por tu estancia.
No pensaba que le fuese a pagar, ya sentía que estaba haciendo mucho por ellos, por lo que asintió energéticamente y le dio varias veces las gracias. Alisa le apretó con afecto aquellas manos robustas, mucho más agradecida que lo que sus palabras jamás podrían expresar. Tras aquello charlaron un rato más, largo y tendido. Cuando Alisa estaba a punto de irse recordó algo.
—Por cierto —dijo ella—, muy bonito el detalle que has tenido con mi hermano, estaba radiante cuando lo he visto.
El hombretón mostró entonces una sonrisa sincera, incluso parecía notar en ella ciertos matices tristes.
—Los niños tienen que jugar y seguir siendo niños —se incorporó un poco en su asiento. Alisa sintió entonces como si el hombre ante sus ojos pudiese entender, de alguna forma, la crudeza de la situación a la que se enfrentaban, a pesar de no tener ni idea de ello—. Tu hermano me recuerda a mi sobrino. No pude darle ese regalo a él, así que me gustó la idea de que tu pequeño lo disfrutase —después de decir eso cambió el tono, como restándole importancia— no me lo tengas en cuenta, no volverá a pasar.
—Cómprale otro a tu sobrino de nuevo, estoy segura de que le encantará —contestó ella elevando las comisuras de sus labios.
—Seguro —garantizó, y le hizo ademán con la mano para que se marchase—. Venga, lárgate antes de que mi amabilidad se agote.
Alisa se despidió y bajó las escaleras corriendo. No se percató de que el puño en su estómago ya hacía un buen rato que había desaparecido, ni de que se dirigía al piso inferior con el corazón un poco más tibio.
*****
Los días transcurrieron con normalidad. Alisa pasó las horas entre aquellas paredes bailando de noche y matando el tiempo de día junto a Ciro y su desenvuelto jefe. A veces, ayudando en la cocina, jugando con ambos a las cartas o practicando coreografías para sus actuaciones. Otras simplemente durmiendo, aunque siempre recogiendo y lavando las sábanas; justo como había prometido.
De vez en cuando pasaba alguna patrulla de soldados. Cuando aquello ocurría, Alisa se posicionaba de espaldas a ellos, arropada por las cacerolas y utensilios de cocina, simulando que fregaba los platos, o directamente se escabullía como si nada hacia el resto de salones o a la segunda planta con la excusa de asegurarse de nuevo de que todo estaba en orden.
Adentrada la noche, se ataviaba con su maillot y dejaba que Saba la maquillase. Con ojo avizor, observaba los movimientos y pasos de la chica mientras deslizaba el pincel sobre sus párpados, archivándolos en su memoria para el futuro. Después, se subía a la pequeña tarima y daba todo de sí mientras se sujetaba a la sólida barra de cromo.
Siguiendo esta rutina improvisada, llegaron a pasar siete días desde que inició su hospedaje en el As de tréboles. Cuando el sol se posó por séptima vez, sintió que se le aceleraba el corazón. Aquella séptima noche fue la más tensa de todas. Alisa ya casi podía rozar la discreción con la punta de sus manos, pero aún estaba a tiempo de escurrírsele. Si todo iba como los días anteriores, ella y su hermano tendrían un peso menos dentro de aquella cargar tan grande que llevaban a la espalda.
Las horas se le hicieron más lentas. Sus actuaciones, más largas. El antro se convirtió para ella en una bienvenida sin fin a la noche; el lugar donde el sol nunca aparece y la luna nunca descansa. Pasadas las doce, Alisa ya sentía en la punta de la lengua esa bocanada de aire que desde hacía ya noches necesitaba inhalar. A las dos, estaba deseando soltar la barra que sostenía entre sus manos y tirarse en el colchón para soñar mucho y que el día llegase antes. Entre miradas, vueltas y el olor del licor, se hicieron las cuatro. El bar empezó a vaciarse poco a poco, entre reniegos de borrachos llenos de resignación y gritos de júbilo y enojo de los jugadores tras terminar las últimas partidas de la noche. Los hombres de traje iniciaban el paso hacia la salida, con el aliento oliendo a alcohol y cigarrillos y risas entre los dientes. Las pocas señoritas que quedaban por allí, dejaban por fin el lugar de la mano de sus acompañantes. Alisa no se esperó a ver qué otros tipos de diablillos quedaban por allí mientras que el As de tréboles se vaciaba e invitaba a sus visitantes a abandonar sus instalaciones. Se cambió lo más rápido que pudo en los vestuarios y salió corriendo escaleras arriba, sin parar si quiera a quitarse el maquillaje. Cuando estuvo metida entre las sábanas notó el calor que desprendía el cuerpecito de su hermano junto a ella. Se pegó a él y lo rodeó con sus brazos. Ciro hizo un ruidito satisfactorio en respuesta, entre sueños. Se dejó llevar por el cansancio, deseando que a partir del día siguiente, la situación fuese un poco a mejor.
*****
Cuando se despertó, su rostro ya no estaba colgado por todas las calles de Veltimonde. Se levantó como un rayo a las ocho de la mañana. Con sus cuatro horas de sueño, se levantó sigilosamente de la cama. Ciro seguía durmiendo, por lo que, haciendo el menor ruido posible, se vistió y salió al pasillo. La segunda planta estaba desierta. Si había algún inquilino en las suites, debía estar durmiendo plácidamente puesto que el silencio reinaba en todo el piso. Aunque dudaba que quedase nadie más que ella y su hermano por allí.
Con pies cautelosos, bajó a las escaleras, llegando al corazón del garito. El silencio se colaba entre la sala de juegos y el salón. Al entrar a la parte del bar, vio que aquello también estaba desierto. Era normal, por supuesto. Pero su jefe no estaba por allí. Era madrugador, pero como todo ser humano necesitaba unas mínimas horas de sueño y siempre era el último en acostarse de todo el As de tréboles, por lo que era probable que en aquel momento estuviese profundamente dormido entre sus sábanas negras de seda.
Alisa cogió las llaves, que reposaban colgadas en el corcho de la cocina, y abrió la puerta del bar. Salió al frío matutino de la calle, en la que ya parecía haber vida. Cerró la puerta de nuevo, sin echarla, y metió las llaves en el bolsillo del pantalón mientras echaba a andar. Se había puesto una vieja sudadera azul marina. Se subió la capucha, tapándose casi los ojos y sacando su pelo oscuro ondulado a ambos lados de la cara. Con disimulo observó a la gente de su alrededor. Habían un par de ancianos cargando unas bolsas, caminando calle arriba, y un hombre llevaba un carrito cargado de chatarra.
Caminó calle abajo, con las manos en los bolsillos y la mirada baja, escondida entre el pelo y la tela, pero con ojos inquietos; observando. Dobló la esquina y se asomó por fin a su objetivo: la calle principal. Siempre se había preguntado el motivo por el que el señor Clover no había montado su negocio en la arteria del distrito, pero suponía, ahora que sabía sus orígenes, que en aquel momento no había sido posible para él o no había tenido los medios. De cualquier modo, que estuviese situado en un lado más apartado y un poco más desierto era bueno en cierto punto. No habían tantos vecinos a los que molestar.
Desde la esquina de la calle, Alisa no se atrevió a asomarse demasiado. Aun así, alargó el cuello y observó calle arriba y calle abajo buscando su objetivo. La calle principal estaba más concurrida que la anterior. A pesar de ser relativamente pronto, algunas de las paradas del mercado, que permanecía en marcha por aquella zona la gran parte del día, ya estaban montadas y los comerciantes y mercaderes de la zona ya estaban exponiendo su género al público, aunque a aquellas horas aún no habían muchos transeúntes. A lo lejos divisó una paradita de fruta y no pudo evitar acordarse de aquella dichosa manzana que había destrozado sus posibilidades de vivir en un futuro, fuese cual fuese la vida que el destino había preparado para ella antes de aquello.
Fue entonces cuando vio los carteles. Examinó los rostros con ansia, temblándole el aliento. Desglosó, desde su posición, cada centímetro del papel incrustado en la pared. Sus ojos se movieron como locos, y cuando no se vio reflejada en ellos, un ruidito de alegría le subió por la garganta mientras las comisuras de los labios se le elevaban. Cuando se giró para volver a casa, vio que un hombre que pasaba por allí se la había quedado mirando de forma extraña, sorprendido por la repentina muestra de alegría de hacía unos segundos.
Alisa, entonces, agarró la capucha y tiró de ella un poco hacia abajo. Se metió de nuevo las manos en los bolsillos y emprendió su camino hasta el As de tréboles. El corazón le martilleaba en el pecho. Había sobrevivido la primera semana. Ahora tocaba lo peor. Aun así, de alguna forma se sentía más relajada, eufórica tras haber sobrevivido al ojo público, a pesar de que aquello no significaba que nadie la fuese a reconocer a partir de entonces. Por eso, debía seguir teniendo cuidado. Inconscientemente se hundió más entre su ropa, pero la pequeña curva que formaban sus labios en aquel momento no se borró.
Cuando llegó al As de tréboles, encontró a Kane frente a la barra. Su pelo estaba un poco alborotado, producto de su reciente despertar mañanero. Se rascó la barba y abrió un poco los ojos cuando la vio entrar por la puerta. Vio que empezaba a extender la mano. Se estaba acercando a ella, probablemente para pedirle las llaves que se había llevado sin su permiso, pero Alisa no le permitió abrir la boca, puesto que antes de que pudiera proferir si quiera un sonido se abalanzó sobre él y le dio un cálido abrazo. Él se puso rígido de golpe debido a la sorpresa.
—Oh, vaya —murmuró desconcertado. Pese al pasmo por aquella inesperada acción, pronto se relajó y le pasó el brazo por la espalda, moviéndolo arriba y abajo. Notó los dedos de él, acariciándola con delicadeza, como si no estuviese seguro de lo que hacer pero queriendo mostrarse cercano.
Alisa no había podido evitar mostrar de alguna forma esa diminuta pizca de alegría que le quemaba en el pecho. Se sintió cómoda en aquel abrazo espontáneo con el hombretón, y se dio cuenta de que, de alguna forma, desde hacía mucho tiempo había anhelado el cálido contacto físico de un adulto; de alguien que le ofreciese un poco de cariño paternal, que le diese una palmadita en la espalda y la consolara cuando las cosas iban mal o eran difíciles.
La última vez que alguien que no fuese su hermano la había abrazado había sido cuando sus padres aún estaban vivos. Aquel día, ambos le dieron un abrazo antes de subirse al coche para irse en un repentino viaje. Su supuesta abuela, a la que nunca había conocido, se estaba muriendo. En cuanto su madre leyó la carta donde estaba escrita la noticia se echó a llorar y salieron de casa lo más rápido posible. Le prometieron que volverían al día siguiente, y le dijeron que como ya era mayor debía quedarse allí y cuidar de su hermano toda la noche. Le dieron un efusivo abrazo antes de meterse en la cabina del coche y salir rumbo a las afueras de la parte sur del distrito, fuera de Veltimonde. No llegaron a salir de la ciudad.
En parte le hizo gracia que la primera persona que le mostrase un poco de cariño después de aquello fuera Kane, su desvergonzado y ocurrente jefe, con el que durante menos de cuatro años había mantenido una buena relación, pero al que jamás pensó que llegaría a acercarse tanto. Reflexionó sobre lo extraño que debía ser aquello para el hombre, por lo que se separó de él con cuidado, y cuando le dio una media sonrisa se dio cuenta de que algo líquido le rodaba por la mejilla.
Alisa, un poco avergonzada, se frotó la cara para deshacerse de aquella lágrima rebelde que se le había escapado, y en el lugar donde esta había estado tres segundos atrás, apareció un borrón negro. El maquillaje que no se había quitado la noche anterior tenía la culpa de ello. Por un momento, Alisa se paró a pensar qué pintas tendría. Ni si quiera se había mirado al espejo al levantarse, llevada por la ansiedad que le había carcomido el estómago, pero sabía que había estado dando vueltas por la cama, restregándose sin preocupación por la almohada, y ahora se le había corrido aún más el mejunje que llevaba por todo el rostro y que probablemente se había quedado medio impregnado en las sábanas, manchándolas. No le extrañó que el hombre de la calle la hubiese mirado extraño al cruzar miradas después de su repentino ruidito alegre; menos aún sabiendo ahora que su cara estaba emborronada en sombras. Sintió que se ponía un poco roja. Miró su mano manchada de negro y luego a su jefe, que la miraba entre desconcertado y aguantando una sonrisa.
— Bonito recibimiento, aunque creo que deberías ir a limpiarte un poco la cara. Por un momento he dudado si lo que venía por la calle eras tú o un mapache. Me temo que ahora pareces más la segundo, no te ofendas. —Apuntó él.
Sin pensarlo demasiado, salió corriendo escaleras arriba, medio tapándose la cara y dejando a Kane atrás. Mientras subía los escalones lo escuchó gritar algo en tono bromista.
— Espero que no me hayas manchado la camisa nueva, de lo contrario te lo descontaré del sueldo.
Giró un poco la cabeza durante su repentina huída para hacerle un gesto en señal de disculpa, por si acaso, pero vio que, pese al tono socarrón de su voz, la miraba de una forma extraña. Medio sonreía, pero en sus ojos se reflejaba algo entre la turbación y la amargura.
Horas más tarde, sentada frente al espejo del vestuario y con la cara limpia y el maquillaje en su sitio, observó ceñuda su rostro, su silueta. Un paso superado: la primera semana. Ahora estaba ante lo peor, puesto que tendría que participar en la búsqueda de las cartas, y aquello implicaba una prueba a superar cada vez que buscase una nueva. Tendría un lapso de dos semanas para hacerlo, pero en aquel momento solo disponía de una. Debía hacer algo pronto. Se prometió, mirándose a los ojos a través de su propio reflejo, que la siguiente noche encontraría un momento en el que escabullirse, en el que llegar tarde por unos minutos a su turno, para a las ocho en punto visualizar en el mapa los tipo de pruebas, hacerse una idea de cómo eran y armar una estrategia con la que poder escaparse una noche de aquellas pocas que le quedaban y conseguir la primera carta; o al menos intentarlo. Pasase lo que pasase, Ciro estaría en su habitación, a salvo, y si ella no volvía tendría a Kane para cuidar de él.
Se dio dos palmadas en las mejillas y sacudió un poco la cabeza para despejarse. Aquella noche sería la última noche en la que se permitiría el lujo de simplemente dejarse llevar junto a la barra y ceñirse a hacer su trabajo. Después de esa, ya se las arreglaría para poder combinarlo todo. Salió del vestuario decidida, vestida con su maillot negro de transparencias y el pelo oscuro suelto. Se dirigió a la parte de atrás del escenario, tras bastidores, y saludó a los clientes que fue encontrando en su camino, deseándoles una buena velada. Cuando llegó su turno, se preparó para inaugurar la noche en el salón vip, que ya estaba lleno de gente pese a ser pronto. Las luces violáceas y rojizas la acompañaron durante sus actuaciones, deslizándose sobre su cuerpo, al igual que las miradas de algunos de los Vips.
Fue sobre las dos de la noche cuando el ritmo de su noche cambio. Alisa ya había hecho varios de sus turnos. El antro estaba a reventar. Las luces de neón le parecían más brillantes que nunca, y el aire que se respiraba parecía denso. A veces pensaba que el salón VIP a aquellas horas de la noche parecía otro lugar, uno muy lejano. El ambiente solo estaba iluminado por las luces de colores, distribuidas por toda la sala e incluso en las bebidas, lo que aportaba un toque íntimo, nocturno. Alisa había sacado la cabeza tras el pequeño telón mientras ella y Saba estaban en su momento de descanso, cuando ninguna bailarina daba espectáculo durante un corto periodo de tiempo. Probablemente era la hora cumbre de la noche, cuando la sala estaba más llena. Como siempre, vio todo tipo de especímenes por allí sentados. Altos ejecutivos, parejas formadas por el ambiente, grupos de gente aquí y allá, engullendo comida con aire exótico y más que nada bebiendo elegantemente entre charlas íntimas de oreja a oreja y risotadas colectivas.
Se preparó para iniciar su nuevo turno y subió poco a poco al escenario. Antes de que los pequeños focos se encendiesen para enfocarla, vio movimiento en la sala. El grupo de hombres bien entrados en edad que estaban justo enfrente de ella, los más cercanos al escenario, ya no estaban. Haría un par de minutos que se habían marchado, justo mientras ella se acababa de preparar. En su lugar, se estaba acomodando un nuevo grupo de chicos, esta vez más jóvenes. Se sentaron en las butacas y sofás de terciopelo lila mientras iban comentando algo entre sí.
Alisa, que no tenía nada más que hacer mientras esperaba para poder empezar su actuación, siguió observándolos. Entonces se hizo la luz. Los focos la iluminaron a ella y al diminuto escenario con una luz tenue, no demasiado llamativa para no alterar el ambiente de la sala pero lo suficiente para que se viesen sus movimientos, cuerpo y facciones entre las luces violetas.
También fue luz suficiente para que Alisa, que se encontraba observando a los hombres frente a ella, pudiese distinguir la ropa que llevaban puesta. Estuvo a punto de ahogarse con su propia saliva y empezar a toser cuando vio que los cinco hombres que tenía delante iban vestidos con un uniforme gris, uno de los uniformes militares oficiales de la guardia de corazones.
Intentó esconder su estupefacción cuando vio que no le habían prestado aún demasiada atención y charlaban entre ellos, pero entonces se quedó clavada en el sitio. Unos ojos tan claros como dos gotas de lluvia tenían sus pupilas clavadas en ella.
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