57
Corre... Corre... Corre... ¡Corre!
Alisa despertó con la respiración acelerada. No recordaba lo que había estado soñando, pero estaba claro que no había sido algo bonito. De pronto, un repentino dolor se extendió por la parte trasera de su cabeza, un poco más arriba de la nuca, y se expandió hacia los lados, como si le hubiesen resquebrajado la sesera.
Se vio forzada a entrecerrar los ojos por el agudo pinchazo al que intentaba ir acostumbrándose. Cuando intentó moverse no pudo, aunque no supo exactamente por qué. Algo retenía sus extremidades quietas, los brazos pegados a los costados.
Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que no estaba en su habitación, tirada en la cama, y que todo aquello no había sido un sueño. Su conversación con Darko, los fuegos artificiales, la huida... todo volvió de golpe a su memoria, al igual que el porrazo que alguien le había dado en la cabeza cuando había estado a punto de conseguir realizar su fuga.
Parpadeó hasta que sus ojos consiguieron adaptarse a la tenue luz que iluminaba la habitación. Cuando bajó la vista para descubrir qué era lo que la mantenía retenida, reconoció de inmediato la butaca púrpura. Estaba en la sala del té, y la habían atado al sillón de terciopelo con una cuerda para evitar que volviese a marcharse nada más despertar.
Le daba la sensación de que la habitación estaba mucho más oscura que antes. La luz de la lámpara en la pared era mucho más débil y la negrura de la noche parecía haber opacado las luces de los farolillos y de las calles que aún debían mantener la fiesta en el exterior. El reloj marcaba que eran pasadas las dos de la madrugada. Ya había empezado un nuevo año.
Y en medio de aquel juego de sombras y luces tenues estaba él. Parecía amenazador, allí sentado, en la otra butaca justo frente a ella, con las piernas cruzadas y apoyadas encima de la mesa. Faltaba una taza, la que había usado para dormirlo. Sus ojos no tardaron en distinguirla tirada en un rincón junto a la ventana, hecha añicos en medio de un charco de algo líquido que Alisa identificó rápido como el té que no se había bebido antes de caer redondo al suelo.
Se lo imaginó tomando la taza entre sus manos nada más despertar y estrellándola contra el suelo al comprender lo que ella le había hecho.
Cuando su vista por fin se posó en su cara, se le erizó el bello de la nuca. Aquellos dos ojos que antes la habían observado con un brillo extraño ahora se mostraban fríos, tan negros bajo las sombras reflejadas sobre sus angulosas facciones y su pelo oscuro que Alisa sintió que estaba mirando la boca del infierno.
El fuego de la chimenea se había extinguido, y la muchacha agradeció a los cielos que así fuera porque no tenía ganas de ser quemada viva por la ira de Darko. En cambio, podía notar un frío vibrante que zozobraba por el suelo del salón, como un reptil sin rumbo. El olor del té derramado sobre el suelo aún flotaba por la habitación, como un recordatorio de lo que le había hecho al joven rey.
—Ya estás despierta —comentó él desde su sitio—. Como puedes ver, yo también.
Sus ojos parecían taladros. De haber podido, le habrían atravesado la piel de mirarla con tanta intensidad. Alisa no era capaz de enfrentarlo directamente. Estaba empezando encontrarse mal. El nudo que sentía en la garganta y en la boca del estómago no la dejaba respirar, y mantenía latentes las ganas de arrojar como algo que amenazaba con ocurrir si no conseguía escapar de aquella situación cuanto antes. Se tuvo que contentar con mirarle el pecho, que subía y bajaba con aparente calma bajo el jersey negro.
—Buen intento —el joven rey se extendió en la butaca. Sus manos se aferraron con firmeza a la punta de los reposabrazos—. Una lástima que te pillasen al final. No esperaba que Cadel tuviese mucho trabajo esta noche, pero lo has hecho andar bastante.
La cabeza de Alisa se movió como un resorte en cuanto cayó en la presencia de alguien más que escuchaba junto a la puerta. Era el chico que había visto hablando con Lynnete, el que también había estado observando mientras estaba en la celda subterránea. Aún portaba aquella armadura dorada tan deslumbrante, y su piel bronceada estaba tan cubierta por las sombras como la de Darko. Era más que un soldado, era el jefe de la Guardia del Rey; la mayor autoridad entre todos los guardias del palacio. Cadel Adatto, si no recordaba mal su apellido.
Debería haberlo sabido. Era imposible que estuviese solo del todo. Al menos, lo era si iba a reunirse en privado con ella, que resultaba una amenaza para todos los presentes. Los únicos conocedores de su existencia, además de Lynnete y un par de guardias más.
Aunque aquella afirmación empezaba a no ser tan cierta.
Cadel no abrió la boca, pero asintió con la cabeza a modo de saludo, corroborando las palabras de su señor.
—Déjanos solos.
La orden de Darko la hizo tensarse y estuvo a punto de levantarse para hacerle caso, pero entonces vio que el guardia hacía una mueca de disconformidad. Pese a ello, realizó una leve reverencia y se marchó de la habitación tras decir:
—Como guste, Majestad.
Alisa y Darko se quedaron solos. La tensión entre ellos era tan evidente que resultaba asfixiante. La muchacha continuó con la vista baja. Se negaba a mirarlo a la cara tras lo sucedido, después de que se hubiese mostrado abierto a dialogar con ella, a mostrarle un pedacito de sus poderes, a negociar, quizá, su cautiverio y que ella lo hubiese dormido.
—Has jugado con mi confianza —pronunció él. Las palabras parecía que le dolían, bailaban entre la ira, la decepción y el resentimiento—. Me has drogado. Podrías haberme matado.
Por primera vez tras despertar, los pensamientos escaparon de la garganta de Alisa. Vibrantes y nerviosos.
—Tienes que entenderme. No puedo dejar que me maten. Quiero vivir.
—¿Y quién ha dicho que vayas a morir?
Darko la observó sin parpadear antes de levantarse. Alisa tragó saliva al verlo alzarse, mucho más alto que ella, y caminar con pasos calmados por la habitación. Un aroma a jazmín flotó a su alrededor mientras le pasaba por detrás.
—¿Es que ya no recuerdas mi castigo? Porque yo sí —se quejó la muchacha—. Que la vida de los demás sea un juego para ti no significa que deba dejar que me hagan daño. Tengo derecho a intentar huir.
Los nervios empezaron a aflorar en su piel en cuanto desapareció de su campo de visión, pero se sorprendió cuando percibió que, pocos segundos después de empezar a hablar, la cuerda que amarraba su cuerpo a la butaca se aflojaba. En el momento en que la última sílaba abandonó su boca, Alisa sintió los brazos liberados y el aire pudiendo pasar de nuevo entre su torso y el respaldo del mueble.
Sin embargo, se estremeció en cuanto la voz del chico habló junto a su oreja. Pudo notar que se había reclinado sobre el espaldar de la butaca, y que sus manos se aferraban al terciopelo con fuerza para evitar tocarla. El calor que emanaba su cuerpo sobre el de ella, separado por apenas unos centímetros, provocó un escalofrío que subió por la columna de Alisa como un alacrán.
—Aún no he dicho nada sobre cuál será el castigo, y tus especulaciones no son motivo suficiente como para drogar al rey.
Alisa se puso en pie de golpe para alejarse de él. Su presencia le provocaba un hormigueo en la piel que bien podía ser provocado por sus poderes, no lo sabía, pero que estaba claro que la hacía dudar de sus palabras, de sus acciones. Alisa no quería tenerlo cerca, necesitaba espacio. Enfrentar aquella conversación era lo último que quería hacer, pero no le quedaba otra opción más que encararlo.
—No merezco estar encerrada, ni que me traten como a una criminal —exclamó exasperada. Su voz dejaba entrever que estaba alterada, y la ponía de los nervios que la persona que más debería estarlo se mostrase inusualmente tranquila. Puede que fuese porque se sentía un poco culpable—. ¿Cuántas veces tengo que decir que no he hecho nada malo?
—Pero me has drogado —volvió a insistir Darko. Su tono le recordaba que, por mucho que dijese, ese seguía siendo un acto moralmente cuestionable.
Metió las manos en los bolsillos de su pantalón de traje y rodeó la butaca para acercarse a ella. Alisa, intimidada por la notable diferencia de altura y la rapidez con la que el muchacho se deslizaba hacia ella, como un gato negro a punto de saltar sobre un pequeño ratón, se movió también e intercambió posiciones con el joven monarca: Ahora era ella quien estaba cerca de la pared.
Darko cambió de dirección, tal y como había hecho la chica, y en cuanto estuvieron cara a cara, comenzó a caminar con pasos muy lentos hacia ella. Alisa intentó retroceder, pero en cuanto hubo dado un par de pasos hacia atrás, sus dedos tocaron la pared y dejó de caminar.
—No sé de dónde has sacado eso, pero estoy seguro de que no tenías ni idea de la dosis que estabas manejando —continuó él. Parecía ser consciente de que la chica estaba acorralada, pero aun así no se detuvo. Con sus pasos fue reduciendo poco a poco la distancia—. Quizá si hubieses puesto demasiado habría acabado en el suelo sin la oportunidad de abrir los ojos otra vez, muerto por una sobredosis. ¿Era eso la que querías?
Al pronunciar aquella pregunta ladeó un poco la cabeza, como si estuviese esperando a evaluar su respuesta, aunque a Alisa le dio la impresión de que se estaba burlando de ella. De cualquier modo, al hacerlo inclinó el cuerpo hacia delante, y la muchacha terminó de pegar la espalda a la pared en un intento de alejarse un poco al ver que la distancia entre ellos era menor de medio metro.
Alisa sabía que la dosis era correcta y que no había riesgo de equivocación, aunque aquello no pensaba decírselo.
No supo de dónde sacó acopio de fuerzas para enfrentarlo.
—No eres el más indicado para quejarte —siseó—. Yo pasé por lo mismo gracias a ti, y no hablemos de todas las muertes que han sucedido por tus brillantes ideas. No puedes quejarte.
Por primera vez desde el incidente, Darko dejó escapar una carcajada sarcástica que resonó por toda la habitación y le permitió ver sus incisivos.
—Ah, ¿y tú sí? —replicó provocador— ¿y qué es esto?
Alisa bajó la vista para echarle un ojo a eso que iba a enseñarle, pero en un movimiento que no llegó a percibir a tiempo se vio obligada a alzar la cabeza. Se le cortó la respiración y su sangre se congeló. La plata fría presionó su cuello cuando Darko colocó el cuchillo que le había robado a la criada contra su piel.
El joven rey estampó la palma de la mano libre contra la pared, justo al lado de la cabeza de Alisa, y acercó su rostro al de ella tanto que la pobre muchacha estaba segura de que su aliento caliente e irregular debía chocar contra sus mejillas.
Darko le habló con una voz suave cargada de palabras afiladas, su tono bajo e inusualmente intimista sumados a la mirada voraz y letal de sus ojos rasgados le erizaron los bellos de los brazos. Ni siquiera se atrevió a tragar saliva.
—¿Qué pretendías hacer si alguien se cruzaba en tu camino? —cuestionó buscando sus pupilas—O mejor... ¿qué hubieses hecho si ese dichoso tranquilizante no hubiese funcionado conmigo y hubiera tratado de frenarte?
Alisa ni siquiera osaba moverse.
—¿Me habrías apuñalado? —inquirió con entonación mordaz.
Deseaba responder, pero parecía que su cerebro no quería funcionar. En realidad, no tenía clara la respuesta. Se había autoconvencido de que no iba a usar el arma, mas sí se había planteado esa mínima posibilidad. Ya había matado a alguien, aunque no hubiese sido directamente con sus manos. Siendo sincera, estaba segura casi al cien por cien de que no lo habría hecho, pero...
El cuchillo descendió con lentitud por su cuello hasta su clavícula. Darko deslizó con lentitud la parte que no cortaba por su piel suave y tensa.
—Mira, amor. Intento por todos los medios mantener de pie en mi cabeza esa imagen de inocencia que tanto ansías mostrar, pero me lo estás poniendo muy difícil.
Definitivamente los pulmones de Alisa también habían dejado de funcionar. Necesitaba con desesperación que alguien le recordase que necesitaba respirar si quería que su corazón siguiese bombeando sangre.
—¿Crees que no podría haberte hecho daño ya? —añadió él. El cabello negro le caía en forma de cortina junto a los ojos, que no dejaban de mirarla ni por un segundo. Alisa tampoco era capaz de apartar la mirada, y podía distinguir una llama negra ardiendo en el fondo de aquellos dos pozos oscuros— Si lo hubiese querido, ya haría mucho que estarías muerta. Si así lo desease, podría cortarte en pedacitos aquí mismo y no pasaría nada porque soy la máxima autoridad de este reino. Pero aquí estamos.
Terminó la frase depositando la punta del cuchillo en el centro de su pecho. Alisa podía notar el filo contra la piel, presionado lo suficiente como para no cortar aún, pero listo para ello si fuese necesario.
Darko soltó una risilla incrédula que mostraba un atisbo de su frustración. La luz de la habitación titiló.
—Dios, si hasta hace un rato te he pedido perdón por la única vez que te hice daño y he admitido que fue sin querer.
Alisa permaneció muda bajo él, demasiado asustada como para provocar una vibración en su pecho y perforarse la piel. Demasiado sobrecogida como para admitir que le había sorprendido su disculpa. Y demasiado afectada como para comprender que quizá él había intentado hacerle saber que no tenía verdadera intención de hacerle daño. Hasta entonces.
—No sabía aún qué debía hacer contigo —murmuró el muchacho mientras se inclinaba un poco más hacia ella, si es que eso era posible. Sus narices estaban a punto de rozarse—. Siendo sincero, mentí. Te pillé cariño aquella noche. Sentí una especie de conexión entre nosotros —le confesó—. Y cuando te vi en mi habitación, aunque sentí desconfianza de inmediato, pensé que el destino había decidido ponerte en mi camino de nuevo por algo, quizá por mi bien. Pero aquí estás. Y ahora me insultas, me temes y me drogas. ¿Esperas que te sonría con dulzura después de todo ello?
Alisa por fin reaccionó. Sus manos se movieron instintivamente hacia su pecho y apretó para empujarlo hacia atrás y así conseguir crear algo de espacio entre los dos, pero parecía tan duro como una roca. No consiguió desplazarlo ni unos centímetros y no insistió más porque le flaquearon las fuerzas al ver la mirada feroz que le estaba dando, cargada de las emociones que burbujeaban en su interior.
—Aún no sé lo que habrás hecho ahí fuera para acabar detrás de la baraja de cartas, pero ahora mismo no me importa en absoluto —expresó. Alisa no se percató hasta entonces de que había retirado el cuchillo, y que el mango de este sobresalía de su bolsillo. La mano que antes había agarrado el arma estaba entonces apoyada también en la pared, junto a su cintura—. Sin embargo, no pienso olvidar que te has colado en mi Palacio y has atentado contra mi vida. Dos veces incluso, dependiendo de lo que prefiera creer. Así que te juro que vas a recibir ese castigo.
De pronto se incorporó y dio dos pasos hacia atrás, abriendo un enorme paso de aire entre ellos. Pese a ello, Alisa seguí sin poder respirar. La palabra castigo se repitió en su mente y quedó grabada junto a la expresión del chico.
Darko se estiró mostrándose tan alto como era y arregló innecesariamente las mangas de su jersey.
—Está muy bien que prediques que eres buena, que el mundo es injusto, y que nadie te cree, pero así no lo demuestras.
—Pero... —balbuceó ella.
—Y para demostrar que no soy como tú —la interrumpió tras ignorar por completo su intervención—, hoy no voy a hacer que te maten, aunque debería condenarte de inmediato después de lo que has hecho.
Alisa se pasó las manos por el pelo. Estaba sudando. Al mirar tras la espalda del chico, vio que en la chimenea se había encendido una pequeña llama entre las cenizas, tan diminuta y endeble como la hoja de un árbol.
—¡Capitán Adatto!
El guardia real apareció tan rápido que le hizo dudar de si alguna vez se había ido de verdad. Pero ahí estaba, cuadrado junto a la puerta dispuesto a acatar las órdenes de su soberano.
—¿Sí, su Majestad?
Darko le echó un último vistazo antes de darle la espalda definitivamente y dirigirse a la ventana.
—Enciérrala en su habitación y que no le permitan salir hasta que yo mismo ordene lo contrario.
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