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55

Alisa golpeó la puerta con los nudillos antes de entrar. 

El salón del té era quizá una de las zonas más íntimas del palacio. De hecho, sintió como si hubiese entrado en una sala secreta de la biblioteca. No era muy grande, y aun así una podía moverse con soltura por el espacio.

Parecía una especie de despacho. Junto a la puerta había un escritorio pulcramente ordenado y las paredes estaban forradas de libros: de historia, de ética, de política... Los enormes ventanales de los pasillos allí se reducían un poco, por lo que la poca luz de la incipiente noche entraba por dos largas ventanas que acababan en unas repisas llenas de grabados dorados. Justo enfrente, una pequeña mesita y dos butacas púrpuras esperaban a que alguien las usase. 

El olor a libros viejos se mezcló con el del té caliente en cuanto Alisa puso un pie en la habitación. Sus ojos fueron a parar a la tetera de la que escapaba un ardiente vapor casi transparente, lista para rellenar las dos pequeñas tazas que había en la mesa con té recién hecho. 

Los dedos de Alisa volvieron a rozar el bolsillo del vestido. Sin guardias y con la bebida preparada; todo a punto. Tan solo tendría que buscar una oportunidad en que estuviese distraído para verter el contenido de «dulce calma» en su taza.

Darko estaba apoyado en una de las ventanas, la más alejada de la bonita mesa. El fuego refulgía junto a él en el interior de una chimenea repleta de pequeños patrones dorados. El rugido de la madera al arder deleitó los oídos de Alisa. Si no hubiesen estado en aquella situación, se habría sentado delante para disfrutar del calor. Sin embargo, al ver que, pese a que debía haber advertido su presencia, el muchacho no la recibió, optó por sentarse en una de las butacas. La más alejada de él, para poder mirarlo a la cara. 

Su perfil era casi irreal. Las luces blancas de la ciudad se reflejaban sobre su clara piel tersa y destellaban en los dos orbes casi negros que tenía por iris. El silencio entre ellos era abrumador. Alisa podía sentir hasta el mínimo murmullo de su propia respiración mientras el muchacho seguía concentrado en el exterior. Casi parecía que no la hubiese visto entrar o que la estuviese ignorando.

Casi.

—Hoy es una noche muy especial —habló entonces. Pese a ello, no volvió el rostro para mirarla—. ¿Sabes que dicen que las personas con quienes decidas pasarla serán los que determinen tu futuro durante el próximo año?

Alisa se revolvió en su sitio. Estaba claro que, en su caso, esa superstición iba a cumplirse. Su vida dependía de él.

Por fin torció el rostro hacia ella. Le mostró una leve sonrisa, pero no una feliz y alegre. Era enigmática y traviesa, curvada de forma que abría la puerta a la ambigüedad. En sus ojos brilló un atisbo de malicia y algo más que la muchacha no logró identificar. La estaba sondeando.

—¿Qué me dices, Alisa? ¿Qué será de mi vida este año?

No podía estropear la noche. No cuando tenía la libertad casi en la palma de la mano. El caos del Rito de Renovación Invernal en las calles le haría mucho más fácil el trabajo de confundirse entre el gentío. Si lograba mantener cierta estabilidad entre ellos hasta que el joven rey se tomase el té edulcorado, estaría un paso más cerca de ver de nuevo a su hermano. Y a Harkan.

—No lo sé, Su Alteza. Pero está claro que mi futuro sí que depende de usted.

Darko entornó los ojos a la vez que alzó la comisura derecha de su boca, incrédulo y burlesco.

—¿Ahora vuelves a las formalidades? —cuestionó— ¿No dije el otro día que era mejor que te olvidases de ello?

—No parecía muy contento la última vez que nos vimos —murmuró Alisa bajando un poco la barbilla, aún con tono formal—. ¿No le parece esto una muestra de respeto suficiente para arreglar un poco lo ocurrido?

Darko achicó los ojos para observarla como un lince, amenazador.

—Para —le ordenó—. Sigue así y no tendrás tiempo de pensar siquiera en un pronóstico para este nuevo año.

Alisa cerró de inmediato la boca, sobreactuando un poco pero acatando su advertencia, y Darko dejó escapar el aire por la nariz con un ruido que le recordó a cuando su hermano intentaba reprimir una carcajada.

Alisa había esperado encontrarlo enfadado como un ogro, con un látigo en la mano o algo similar, listo para castigarla por su insolencia y su lenguaje ácido en la biblioteca, pero no imaginó encontrarse con un Darko indescifrable y despreocupado dispuesto a dialogar.

Aquello la confundió. Pese a la noche, que había caído más rápido de lo esperado, Alisa podía percibir que no había nubes en el cielo y que la luna brillaba con intensidad. El aire de la habitación era denso, pero no gélido como lo había sido días atrás tras su partida. Nada indicaba que estuviese enfadado o molesto. Al menos no con las señales que había aprendido a identificar gracias a la explicación de Lynnete. 

Darko volvió de nuevo la vista hacia al exterior y metió las manos en los bolsillos de su pantalón de vestir oscuro. Alisa no se había dado cuenta de su vestimenta, pero había dejado las formalidades de la coronación a un lado y vestía algo más cómodo, aunque estaba tan elegante como siempre. El jersey negro que llevaba puesto resaltaba sus facciones.

De pronto, pronunció unas palabras que descolocaron a Alisa:

—Tienes razón, soy un monstruo —murmuró—. ¿Te asusta eso?

La sonrisa ya no era visible en su rostro. Había caído hacia abajo, hasta mantenerse como una línea recta entre sus labios carnosos. Esperó unos segundos en los que no obtuvo respuesta, y sin girar la cabeza le dedicó una mirada de medio lado, por el rabillo del ojo. El silencio de Alisa fue para Darko una confirmación. 

Lo cierto es que Alisa se había quedado en blanco. No esperaba que abordase el tema de aquella forma, por lo que tampoco había sabido qué contestar. Se quedó callada, encogida dentro de su vestido azul de hombros descubiertos, y se arrepintió de no haber dicho nada en cuanto pasó demasiado tiempo para hacerlo y sonar natural.

Vio entonces cómo el muchacho, aún delante de la ventana, levantaba una mano hacia el fuego de la chimenea. Por un segundo le pareció ver que el fuego crecía y se tapó el rostro con los brazos instintivamente, pero tras un par de parpadeos vio que se había dejado llevar por su nerviosismo y que tan solo había sido una ilusión de su alterado cerebro.

Cuando depositó su atención de nuevo sobre Darko, sintió unas repentinas ganas de vomitar. Se forzó a recuperar su postura anterior y carraspear.

Darko, que se había sobresaltado también por los bruscos movimientos de la chica, primero la observó con confusión, pero Alisa pudo identificar todas y cada una de las emociones que pasaron por sus orbes negros en cuestión de segundos. Primero, comprensión. Después, amargura; decepción.

—Así que ya lo sabes.

La muchacha deseó que en aquellos instantes se la tragase la tierra. Pudo sentir cómo el color le subía a las mejillas tras ser descubierta de una forma tan estúpida. Darko, en cambio, volvió a mantener una expresión seria y se apoyó en la repisa de la ventana, de nuevo con la atención puesta en el exterior.

—Pretendía enseñarte que había más madera para echar en el fuego si tenías frío, ya que te veía encogida en la butaca —le explicó con tono neutral—. Pero ahora veo que sí que me tienes miedo.

Alisa se apresuró a responder, pero ni siquiera sabía lo que quería decir.

—No es eso...

—¿Desde cuándo lo sabes?

A la chica la hizo pensar que a lo mejor había llegado a la conclusión de que en la biblioteca ya era consciente de sus poderes, pero no era cierto. Si lo hubiese sabido, probablemente no le habría hablado tan cómodamente sobre la Reina de Corazones. Para ella habría resultado ser una amenaza aún mayor. 

Sus ojos volvieron a recaer en ella, como si quisiese comprobar que no mentía al responder.

—Hace un par de días.

—Ya veo.

Alisa sintió que existía cierta tensión casi palpable en el aire. Intentó pensar en qué decir para volver a tener un ambiente cordial entre ellos, alguna forma para al menos conseguir que se sentase a tomar el té con ella, pero que antes tuviese una oportunidad de echar el líquido del frasco en la bebida.

El joven rey seguía sin mirarla, absorto en sus pensamientos mientras continuaba observando lo que ocurría más allá del cristal. Si no era esa la oportunidad para echar la «dulce calma» en su taza, no sabía cuándo podría hacerlo.

Con disimulo sacó el frasquito de cristal del bolsillo y lo puso en su palma. Era tan pequeño que si cerraba la mano en un puño no se veía, por lo que podría ocultarlo si evitaba poner la palma boca arriba. Guardó el diminuto tapón de este en el bolsillo y con la misma mano que tenía el frasco agarró la taza que pertenecía a Darko y la atrajo hacia ella, deslizándola con su pequeño platito por la mesa. Conforme la taza estaba más y más cerca, Alisa aprovechó para inclinar un poco la muñeca y verter el líquido en su interior. 

Cuando la tuvo justo delante, pudo ver el líquido azul fluorescente a la perfección y se alarmó por lo llamativo que era. Pero recordó que el hombre de la tienda le había dicho que la "poción" se volvía incolora en cuanto entraba en contacto con otro líquido.

Aún agarrando el pequeño recipiente transparente, alargó la otra mano y agarró con prisa la tetera. Empezó a verter un poco de té sobre la «dulce calma» y pudo ver cómo ambas cosas se mezclaban.

No había llegado a llenar la mitad de la taza cuando se dispuso a hablar, pero el joven la cortó.

—¿Quieres un poco de t...

—¿De dónde eres?

La pregunta la pilló desprevenida y se detuvo, manteniendo la tetera en el aire. Cuando sus ojos se toparon con los de él pensó que no podía mentirle. No tenía más que pedir algunos datos sobre ella a cualquiera de sus empleados y no tardaría en descubrirlo.

Intentó actuar con naturalidad y contestó mientras continuaba llenando la taza del chico. Una vez que acabó con ella, empezó a verter el líquido en la suya para no resultar sospechosa.

—De Zurith —deslizó la taza del chico sobre la mesa y la colocó en su sitio—. Toma un poco. Se va a enfriar.

Darko no pareció prestarle demasiada atención al té, pero se acercó para agarrar la taza y mantenerla en su mano. Mientras tanto, Alisa pudo ver cómo rápidamente procesaba la información.

Darko frunció el ceño.

—Eso está muy lejos.

Alisa hizo ademán de encogerse de hombros, pero estaba demasiado expectante. Sus ojos no se alejaban del rostro del chico. En cuanto los labios de Darko tocaron la taza y pegó un pequeño sorbo, un escalofrío le recorrió la columna a la muchacha. 

Contuvo el aliento mientras esperaba algún tipo de reacción negativa, pero en cuanto vio que él no decía nada y seguía preguntándole, sintió que un peso menos bajaba por sus hombros hasta el suelo, aunque el pulso se le aceleró.

Como le había dicho el tendero: incoloro, inodoro e insípido. Y el muchacho no sospechaba nada. Perfecto.

—¿Y cómo has llegado hasta la capital?

Alisa pudo sentir la ambigüedad en su pregunta. Podía ser que la hubiese formulado por que le generaba verdadera curiosidad. Era comprensible, dada la distancia que había entre los dos puntos. Pero también podía estar buscando signos de la existencia de un cómplice, y no pensaba delatar a Harkan bajo ninguna circunstancia.

—Caminando —mintió—. Me tomó mucho tiempo, pero es curioso que en Zurith siga habiendo tan pocas oportunidades, incluso con las cartas. La capital ofrecía muchas más opciones.

Darko pareció dudar, pero asintió. Tras pegar un segundo sorbo al té, dejó la taza en la mesa y miró un pequeño reloj colgado en la pared. Tardó apenas unos segundos en volver a apoyarse sobre la repisa de la ventana.

—Debiste dar una vuelta muy grande, ya que nos vimos en el distrito de la pica... —murmuró—¿Habías estado en la capital antes?

—Jamás.

—Entonces no has visto nunca las luces del Rito —inquirió él.

Alisa negó con la cabeza, dándole la razón. Tomó un sorbo de su propia taza y la dejó sobre la mesa. En el momento en que volvió a alzar la vista, sus ojos se cruzaron con los de Darko, que la miraban como si le ofreciese una especie de invitación a unirse a él. Había recuperado un poco su sonrisa ladina.

—Pues las vistas desde aquí son bastante decentes —insinuó—. Y el espectáculo está a punto de comenzar.

El chico volvió a volcar su atención en el exterior, y parecía que le estaba dando la opción de aceptar su recomendación o no. Alisa sintió que se le revolvía el estómago. Mirar o no no era el problema. ¿Dónde estaba el ser despiadado que la había tenido encerrada en una celda y que se suponía que iba a castigarla? ¿por qué en vez de eso estaba allí, dispuesto a ver las luces con ella?

¿No estaba ni un pelo enfadado? ¿No iba a hacerla pagar por sus supuestos crímenes?

Todo era tan confuso que se sentía mareada. Comenzó a sentirse culpable por echar el líquido en el té. De momento no había hecho nada malo o perturbador, aunque Alisa sabía que en algún instante lo haría, pero su actitud la tenía hecha un lío.

Acabó levantándose de la butaca y se colocó cerca suyo, en el borde de la ventana.

Las vistas desde allí la fascinaron, y entendió pronto por qué no dejaba de mirar. Pese al amplio terreno que abarcaba el Palacio y sus extensísimos jardines, desde allí se llegaba a ver la calle. Alisa pudo reconocer lo que había más allá de la entrada principal del Palacio Real, por donde ella había estado paseando. Incluso podía ver el río, tan vivo como la última vez y con sus puentes de cristal, que esa noche estaban iluminados de un color azul turquesa. 

Las calles estaban repletas de paradas de comida caliente y juegos. El lugar estaba abarrotado de gente muy abrigada iluminada por los múltiples farolillos. Alisa no podía distinguir sus caras desde allí, pero estaba segura de que estaban disfrutando. El ambiente cálido y festivo pese al frío temporal era evidente, y Alisa casi podía sentir esa calidez llegar hasta ella. 

Imitó al joven rey y apoyó los codos sobre la repisa. Su dedo índice se deslizó por el cristal mientras simulaba que tocaba el vapor caliente que salía de las caravanas de comida y de las paradas. 

—Lo siento por... eso —dijo de pronto Darko a su lado. El muchacho pelinegro tenía los ojos puestos sobre sus muñecas desnudas. Alisa se acarició las quemaduras inconscientemente—. No fue intencionado.

Alisa asintió, ligeramente tensa. No esperaba una disculpa por su parte, pero aquello la hizo sentir avergonzada y no pudo mirarlo a la cara. Darko, en cambio, continuó examinándolas intensamente, con los dedos estirados hacia ellas en un impulso de tocar su piel levemente chamuscada que no acabó de suceder. Retiró la mano hacia atrás.

—Estaba nervioso —añadió—. La situación era un poco sofocante.

—Lo entiendo.

Alisa se mordió los labios mientras evitaba a toda costa mirarlo. ¿Por qué le pedía perdón? Aquella conducta no casaba con otras cosas que había visto de él. Las quemaduras eran insignificantes comparadas con todo lo que había vivido por su culpa. Pero estaba claro que no le iba a pedir perdón por su injusta sentencia.

El gentío empezó a callarse de repente en la calle, y Darko habló en voz baja.

—Ya va a empezar.

De pronto, un silbido agudo atravesó los oídos de Alisa, seguido de muchos otros, y pudo ver cómo unas estelas cruzaban el cielo hasta estallar en explosiones de colores de dimensiones tan grandes que casi ocupaban todo el cielo sobre ellos.

Alisa observó las llamativas luces como si fuese una niña. Conocía la existencia de la pirotecnia, pero no era algo común de presenciar en el distrito trébol. Por supuesto, un espectáculo de ese calibre era algo que jamás había visto.

Darko la observó complacido con su interés. 

—Mira —le pidió—, fíjate bien en el cielo.

La muchacha hizo lo que le dijo y fijó toda su atención en el cielo tras las chispas de colores. Primero pensó que le estaba tomando el pelo, o que simplemente estaba ciega, demasiado lejos como para ver lo que le señalaba, pero entonces vislumbró un cambio en el fondo oscuro de estrellas que la dejó boquiabierta.

El tono negro de la noche empezó a mutar hasta mostrarse de un tono violeta. En pocos segundos, el lila se tornó en un fucsia intenso. Las estrellas a su alrededor empezaron a fulgurar una luz intensa blanca, pero el resplandor que emitían sobre el fondo rosado era de color turquesa. 

Alisa se sentía dentro de un mundo de fantasía, en donde la noche no existía y era sustituida por una infinidad de galaxias coloridas dignas de un país de maravillas. Cuando volvió la vista hacia Darko para objetar algo, vio que tenía los ojos entrecerrados, manteniendo toda su concentración en la visión ante ellos. Los fuegos artificiales seguían explotando justo encima, tan radiantes y vistosos como si siguiesen estando en el mismo cielo oscuro.

—¿Lo estás haciendo tú?

—Eso estoy intentando —musitó el joven rey—. Aunque es más difícil de lo que parece. 

Alisa contuvo un jadeo de sorpresa. 

—¿Cómo es posible?

—Trato de jugar con la luz modificando las longitudes de onda —explicó Darko echándole tan solo un diminuto vistazo antes de volver la vista de nuevo al cielo—. Sé que suena complicado, pero si lo imagino y mantengo la concentración puedo prolongarlo durante unos minutos, aunque solo llego a un rango determinado, por ahora. Sólo las personas que tengan un pie en la capital podrán verlo. Ese es mi límite.

Cerrar los ojos ante aquella belleza irreal era imposible. Alisa se encontró manteniendo los ojos muy abiertos para evitar pestañear. Temía salir de aquella gigantesca ilusión si permitía que sus párpados se cerrasen tan solo un segundo.

Aún con la boca entreabierta por la estupefacción, no pudo evitar exclamar:

—Es precioso.

Darko se removió en su sitio. Su cuerpo emanaba un aura caliente.

—Gracias, supongo.

La visión duró un par de minutos más, aunque a la morena le parecieron segundos. Poco a poco, el color rosado del cielo empezó a desvanecerse, hasta dejar de nuevo las estrellas y la negrura de la noche en su sitio. 

El júbilo en la calle tras el fin del espectáculo se escuchaba desde allí, en una marea de vítores y gritos alegres. Sin embargo, los fuegos artificiales continuaron tiñendo el cielo de palmeras y destellos de colores. A Alisa le parecieron aún más brillantes que al principio, como si el efecto de Darko aún siguiese latiente en ellos. Quizá fuese una muestra de los sentimientos del muchacho en aquel momento, aunque Alisa no tenía ni idea de ello.

Tras los bonitos colores que bañaron el cielo, ambos se mantuvieron en silencio apoyados en la ventana. Alisa se había olvidado de su propósito de aquella noche, y Darko parecía un poco más relajado que al principio, como si hubiesen vuelto al momento en que se conocieron y estuviesen de nuevo en el bar, cómodos el uno junto al otro sin apenas conocerse.

—Me parece que tú y yo tenemos cosas que hablar, ¿no crees?

La voz grave y aterciopelada de Darko rompió el silencio en el que se habían sumergido, y Alisa se pasó las manos por la tela del vestido.

Esperó a que el joven plantease el tema que quería tratar mientras mantenía la vista fija en los fuegos, pero vio que los destellos de la pirotecnia se volvían un poco más débiles, menos luminosos, y que ninguna frase de Darko llegaba a sus oídos.

En el momento en que empezó a girar su cuerpo hacia él para encararlo, un golpe seco de algo pesado la sobresaltó. Cuando se volvió por completo, contempló el cuerpo del joven monarca tirado en el suelo, inconsciente, y de pronto su objetivo inicial la golpeó como un cubo de agua fría.

La «dulce calma». La "poción" había sumido en un sueño profundo al rey.

Recordó todo lo que había ido repasando en su mente durante su trayecto hasta el salón del té.

La bestia estaba dormida, y era el momento de ejecutar el segundo paso: escapar.


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