Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

51

Cerca de las once de la mañana, unos nudillos repiquetearon en la puerta.

Lynnete entró en la habitación arrastrando el ya tan conocido carrito. Esta vez transportaba un pequeño televisor, el mismo que había llevado a su celda un par de días atrás. 

Mientras la doncella colocaba el aparato frente a la cama, Alisa estiró las piernas hacia arriba. Estaba tumbada bocabajo en el centro del lecho, con la cabeza apoyada sobre las palmas de las manos, que aguantaban su peso gracias a los codos. Con el cabello envuelto en una toalla de baño húmeda, recibió a la muchacha brindándole una pequeña sonrisilla. Un rápido vistazo le bastó a la criada para comprobar que llevaba un conjunto gris de pijama, tal y como le había dicho que haría.

Alisa examinó el televisor achicando los ojos. Por alguna razón, después de su última charla sentía algo más de confianza al hablar con la chica. Esperaba que ella estuviese también un poco más cómoda.

—Vaya —comentó mientras Lynnete frenaba las ruedas del carrito—, ya podríais colgarlo ahí —con un dedo señaló la pared de enfrente—. Me vendría bien para distraerme aquí dentro. Este cautiverio es muy aburrido, estar tanto rato sola sin nada que hacer es peor de lo que pensaba.

—Da gracias por seguir aquí —bromeó la doncella sin mirarla—. Ahí fuera todo es una locura.

Dio un par de pasos ágiles y dejó el mando a distancia a los pies de la cama. Se despidió con una leve reverencia antes de marcharse como alma que llevaba el diablo. Teniendo en cuenta lo que acababa de decir, las doncellas de la corte debían estar muy liadas aquel día, por lo que no le extrañó su apresurada desaparición. Aun así, un "adiós" hubiese estado bien, pensó para sus adentros.

Estiró los dedos, agarró el control remoto y de inmediato encendió el televisor. No le hizo falta buscar entre los canales para saber algo sobre la coronación. Aquel día, todas las cadenas de noticias estaban dando en directo todo lo que sucedía en el lugar de la celebración.

En unos segundos consiguió situarse, pese a que jamás había estado en aquella zona de Kheles. La coronación iba a celebrarse en la catedral más grande de la ciudad, situada al otro lado del inmenso Palacio Real y sus jardines, justo en la zona que Alisa no había llegado a explorar. Los cámaras mostraron en aquellos instantes la impresionante estructura y los ramos de flores que adornaban el exterior. Casi parecía que estuviese presenciando una boda. Mucha gente esperaba fuera a que la ceremonia diese comienzo, y Alisa pudo ver que los ropajes de dichas personas parecían muy caros. No le extrañaría que algunos de los invitados que asistieron al cumpleaños de Lord Thibault Ravenna estuviesen presentes en la celebración.

Los comentaristas empezaron a hablar sobre el importante evento y Alisa toqueteó el mando de nuevo para subirle el volumen al televisor. Chasqueó la lengua en cuanto su mirada se posó sobre el botón, que parecía no responder.

—Por dios...

Una capa de pegamento solidificado endurecía el botón, impidiendo su uso. Estaba claro que no querían que hiciese ruido. Nadie debía saber de su existencia.

Se tuvo que conformar con el volumen actual, por lo que lanzó el mando a un lado, se apartó el pelo de la oreja y agudizó el oído para poder entender mejor lo que estaban diciendo.

La voz de un hombre explicaba que, tras la coronación, una vez heredado el trono, por lo general se solían celebrar banquetes, pero en este caso el Príncipe Darko había optado por reunir a un círculo privado y reducido de personas para cenar en el palacio tras la celebración. El periodista alegaba que era normal, dada la repentina situación, puesto que todo había sucedido demasiado rápido y no había dado tiempo a preparar las cosas con tiempo.

La comentarista que acompañaba al hombre añadió entonces que, en compensación, el príncipe había asegurado que se celebraría el famoso baile de fin del Rito de Renovación Invernal el primer día del nuevo año, pero esta vez mucho más grande que antes, en una enorme fiesta en el palacio en la que estarían invitadas todas las familias nobles del reino, y en la que los puestecillos y la alegría adornarían un día más de lo estipulado las calles de Kheles.

Según sus cálculos, debían quedar unos pocos días para el Rito de Renovación Invernal, el último día del año, en que las familias se reunían para vislumbrar el bonito espectáculo de luces que engullía la capital. Aquel por el que tantas personas se habían movido a la enorme ciudad en las últimas semanas, preparados para disfrutar del buen ambiente y de deliciosa comida en los mercadillos nocturnos que ya debían estar montándose por todas las calles.

Alisa jamás había asistido a las fiestas de la capital. Ahora jamás asistiría. 

Antes de que se diese cuenta, los invitados empezaron a entrar en la gran catedral, ocupando sus puestos asignados en las hileras de asientos en su interior. Los periodistas empezaron a comentar las vestimentas de los invitados y los nombres más importantes que iban pasando frente a las cámaras. Gracias a ello, Alisa se enteró de que varios embajadores de países lejanos en los que jamás había pensado habían acudido a la ceremonia. Probablemente, alguno de ellos se quedaría aquella noche a cenar en el palacio, más cerca de ella de lo que jamás habría imaginado.

Los comentaristas empezaron a alborotarse tras la aparición en cámara de uno de los invitados, al que parecían haber estado esperando desde el principio.

—Y ahí va el Príncipe Jacques Thiel, que ha venido desde Vaystin para presenciar la coronación de nuestro joven nuevo rey —exclamó el hombre.

—Así es. Su presencia en la ceremonia constata que las relaciones diplomáticas entre ambos reinos siguen vigentes —comentó la mujer a su lado—, aunque su rey en funciones no se ha pronunciado a cerca de los múltiples ataques imprevistos de sus gentes en nuestras fronteras.

—Esperábamos que acudiese el Gran Duque Odalric, hermano del difunto rey vaystiano. Pero su regencia debe mantenerlo bastante ocupado.

—Actualmente es el tutor del príncipe Merrill Thiel, quien deberá ocupar el trono una vez alcance la mayoría de edad —explicó la periodista mirando a la cámara para ubicar a los espectadores perdidos—. Como rey en funciones hasta que la salud de su sobrino mejore y acabe su educación, el Gran Duque es quien gobierna Vaystin. En realidad, es plausible que enviase a su hijo. Tanto él como el Príncipe Merrill se hayan bastante... indispuestos ahora mismo.

—Parece que al final ambos reinos estamos viviendo una situación de singularidad similar, ¿no creen ustedes? —se carcajeó el comentarista.

—La cuestión es que no podemos tener queja alguna de la presencia del Príncipe Jacques en la ceremonia —añadió la mujer—. Su porte elegante es digno de un heredero al trono. Pocas veces hemos visto a su primo, el príncipe Merrill, en cámara, así que no podemos opinar demasiado, pero lo cierto es que es digno de admirar. Y muy agradable a la vista.

Alisa parpadeó varias veces mientras observaba al que resultaba ser el primo del próximo rey de Vaystin. No tenía ni idea de política. Ya había quedado bastante claro que a duras penas sabía dónde vivía y quién mandaba en su país. Menos aún le habían interesado las figuras políticas y la realeza de otros lugares. Le vino bien aquel rápido repaso hecho por la periodista, porque no sabía absolutamente nada sobre la situación que se estaba viviendo en Vaystin. 

Examinó al Príncipe Jacques con los ojos entornados. Su brillante cabello rubio relucía bajo el sol mientras se dirigía a la entrada de la catedral, escoltado por un par de guardias. Le llegaba por la altura de la barbilla y caía hacia abajo en una corta cascada de ondas. Su rostro era lo que cabía esperar de la perfección de la línea real ideal y que casi nunca sucedía: mandíbula marcada, pómulos acentuados, nariz y cejas rectas, ojos del color del cielo y una sonrisa radiante para las cámaras. Digno de estar pintado en un cuadro enorme sobre una repisa con una corona sobre la cabeza (aunque jamás fuese para él).

Iba vestido con un elegante uniforme militar gris oscuro para eventos formales, con hombreras del color de su cabello y repleto de insignias que demostraban que, además, era listo y un buen guerrero. Alisa no había visto nunca al Príncipe Merrill, pero esperaba que fuese igual de guapo y tan brillante como su primo. Si no, siempre sería él el que se llevaría todas las miradas. Que estuviese enfermo no parecía muy alentador.

—Es joven, seguro que se lleva bien con su Alteza —agregó el hombre con entusiasmo. Tras unos segundos, se corrigió—. Es decir, con su Majestad.

—Bueno, aún no —rio la periodista—. Aún sigue siendo el pequeño Príncipe Darko. Dentro de unos minutos será cuando por fin se convierta en el nuevo Rey, y nosotros estaremos aquí para presenciarlo.

El Príncipe Jacques por fin entró en la catedral y los periodistas pasaron a centrarse en otros invitados. Entre ellos, Alisa pudo vislumbrar a Lord Thibault Ravenna, que parecía tan animado como el día de su cumpleaños. Junto a él caminaba un hombre mayor, de cabellos blancos y rostro muy serio, lleno de arrugas. Tras descubrir varias semejanzas entre él y Lord Thibault, Alisa concluyó que debía ser el famoso Duque Ravenna, del que desconocía en realidad el nombre, pero que sabía que había sido hasta entonces el consejero más fiel y antiguo del difunto Rey Valentin Rosenvita.

Las cámaras los captaron mientras se unían al resto de asistentes, seguidos de una muchedumbre de gente desconocida a la que Alisa no consiguió identificar, pero que parecían estar también invitados a la coronación.

Pasada una media hora desde que Lynnete le trajo el televisor, la ceremonia comenzó. Los asistentes observaron desde su sitio al Duque Ravenna, que a falta de rey presidía la coronación desde el púlpito. A pocos metros de él, justo al otro lado del altar, estaba la General Dragomir; la Reina de Corazones.

Alisa frunció el ceño nada más verla. No la había visto llegar, pero le hirvió la sangre nada más reconocer su cara. Por ella estaba encerrada allí, sin saber qué le deparaba el destino. Por su culpa, había tenido que dejar su humilde vida (que no era muy buena, pero al menos no tenía que pensar en la muerte) para jugar a ser una fugitiva sin la oportunidad de abandonar la partida. No lo iba a perdonar nunca.

Selena Dragomir vestía su propio uniforme militar de color negro y rojo. Por supuesto, estaba allí como general de los ejércitos y como miembro importante del gobierno de Veltimonde. A aquellas alturas, sobre todo dada la situación que estaban viviendo, su poder había ido en aumento y estaba casi a la par de la importancia del propio rey. Alisa frunció los labios ante su cabello rojo y rostro sin expresión.

Las campanas de la catedral repiquetearon con fuerza y aquello fue una advertencia para todos de que el acto comenzaba de verdad. Los comentaristas callaron de inmediato, al igual que el leve murmullo que había resonado hasta entonces en el interior de la catedral.

El duque Ravenna inició un discurso con su voz grave y rasgada, en el que hablaba de la situación actual y la terrible pérdida que había sufrido el pueblo tras la muerte del admirable monarca Valentin Rosenvita, quien había logrado mantener la paz en el territorio por más años que nadie. Las cámaras recorrieron la estancia, apuntando a los diversos invitados, en especial al príncipe vaystiano, que observaba al viejo consejero con evidente calma.

Tras la promesa de seguir sirviendo a la corona hasta el día de su muerte, alabó al joven príncipe. Después de hablar sobre su valentía, inteligencia y gran corazón, añadió:

—...Darko ha demostrado ser digno para el puesto, y como único sucesor se ha preparado para ello entregado en cuerpo y alma en el proceso. Estoy seguro de que, pese a los duros tiempos que están por venir, sabrá manejar todo de la forma más honesta y favorable, siempre siguiendo sus convicciones.

El duque hizo un gesto con la mano hacia la puerta después de asentir, y los invitados volvieron las cabezas en la dirección indicada y rompieron en una nube de aplausos moderados. Alisa se vio obligada a contener el aliento en cuanto Darko entró en la sala.

Estaba radiante, tanto que dolía. 

Absorbió con los ojos cada uno de sus firmes pasos sobre la alfombra roja del suelo de la catedral. Avanzó erguido y con la vista en el frente por el amplio pasillo entre las hileras de bancos. Hasta Alisa podía sentir el impacto de su presencia entre la multitud, que aplaudía con recelo, casi conteniendo el aliento como ella.

Probablemente fuese la primera vez que veían a un futuro Rey vestir aquellos colores para su coronación.

Cuando Darko llegó al estrado, se dio media vuelta, actuando como un soldado más, y se cuadró frente a su público, con las manos tras la espalda y totalmente recto, sin mirar a nadie en concreto.

Bajo la luz directa del sol que entraba por la vidriera estaba aún más despampanante, más mortífero. Portaba un traje militar de un tono tan negro como la noche, repleto de detalles de color púrpura: desde los bordes de las costuras, hasta las solapas del traje, las insignias y la banda que cruzaba su pecho. Las correas que surcaban su torso eran de cuero negro, y tanto la tela del pecho como las hombreras tenían incrustadas pequeñas gemas relucientes de color violeta a juego con el resto de detalles del traje.

Con el pelo peinado hacia atrás parecía otra persona. Al ser apartado de la frente y los ojos, hacía que estos resaltasen más, asemejándolos a los de un zorro; rasgados y grandes, tan negros como el ónice. Sus facciones eran mucho más visibles, haciendo destacar su afilada mandíbula y su nariz ligeramente puntiaguda. Incluso el lunar bajo su ojo izquierdo parecía pintado por un artista. Tan solo un par de finos mechones negros habían escapado al dominio de la gomina y caían sobre su frente de porcelana.

Parecía un príncipe de la muerte, tan atractivo como letal.

El duque volvió a hablar, pero Alisa apenas lo escuchaba. Si ya de por sí el volumen del televisor era bajo, tuvo la sensación de que desde la llegada del muchacho su audición había disminuido. Tras un breve instante en el que no pudo apartar los ojos de la pantalla, Darko se movió hacia la izquierda y la Reina de Corazones se posicionó frente a él.

La General Dragomir extendió una mano y Darko apartó los brazos de la espalda para sacarse los guantes de cuero negro que llevaba puestos. Con movimientos ligeros y calculados los depositó sobre la palma de la mujer y esta se los metió en el bolsillo. Entonces Darko se arrodilló, colocando tan solo una pierna en el suelo, y extendió las manos. 

Pocos segundos después, Selena Dragomir colocó una espada sobre estas: la espada que había pertenecido a su padre. La hoja relucía como si la acabasen de fabricar, y era tan larga como las piernas de Alisa. Darko, sin alzar la vista de sus botas, esperó impertérrito en la misma posición, sin siquiera moverse unos milímetros. Y entonces llegó la joya de la corona, literalmente. 

El muchacho debió sentir el peso en la cabeza en cuanto su general le puso la corona sobre su luminoso cabello negro. Alisa se llevó una mano a la boca. Era preciosa de una forma única. Fue consciente entonces de que la comentarista estaba hablando. Quizá llevaba un buen rato haciéndolo, pero no se había dado cuenta. La mujer explicó que era la misma corona de platino que había portado su padre, pero que el príncipe había mandado hacer un par de modificaciones. Donde antes habían estado rubíes y topacios, ahora había diamantes negros y diminutas amatistas. 

La Reina de Corazones se retiró, Darko por fin se incorporó y se volvió hacia sus súbditos, que lo observaban desde los bancos y al otro lado del televisor con estupor. Estaba claro que aquella elección de colores y piedras no había sido trivial. Quería enviar un mensaje. Púrpura, realeza; negro, poder.

Desde arriba del entarimado, observó a todos con la cabeza alta, luciendo como un rey de sombras con su corona oscura.

Agarró el mango de la espada y después de examinarla apoyó la punta en el suelo.

—Estimados súbditos. Es un honor para mí estar al frente de Veltimonde de aquí en adelante —profirió con voz sólida e inalterable—. Como rey, cumpliré con mi deber sin falta, gobernando con sabiduría y haciendo que la justicia prevalezca siempre por delante de todas las cosas. Prometo garantizar la seguridad de todos y cada uno de mis ciudadanos, y hacer pagar a aquellos que no respeten la ley tal y como está estipulada —Alisa alcanzó a escuchar que la comentarista mencionaba algo sobre su difunta madre, pero la ignoró por completo. Estaba inmersa en el discurso del chico. Darko alzó entonces la espada y la enfundó en su cinturón—. Se avecinan nuevos desafíos, pero nos enfrentaremos a ellos juntos. Que este nuevo reinado guíe nuestros pasos hacia la paz, igual que sucedió con mi padre.

Los invitados aplaudieron sus palabras. El duque habló por el micrófono del púlpito.

—Bienvenido sea, su Majestad Darko Rosenvita —anunció el viejo. El príncipe, ahora rey, le dedicó una mirada afilada—, ahora renombrado Darko Mika. El pueblo le espera con los brazos abiertos.

Darko volvió la vista de nuevo a los bancos, donde sus estimados y distinguidos invitados seguían aplaudiendo, ahora un poco más flojo para escuchar las palabras de los que estaban frente a ellos.

Por primera vez en toda la mañana, Darko sonrió. Las cámaras captaron su rostro con rapidez, sus dientes blanquecinos parecían brillar incluso tanto como la espada. Una sonrisa que podría haber resultado del todo encantadora de no ser porque Alisa se dio cuenta de que no era una sonrisa de júbilo ni de ilusión, más bien parecía una sonrisa peligrosa, con un punto de malicia que no logró descifrar, a pesar de que sus ojos, achicados por su expresión, parecían tan severos como lo habían sido sus pasos al entrar en la catedral.

Con las manos en el borde del cinturón, el joven añadió:

—Bienvenidos, señores, a la era de los Mika.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro