5
Las gotas de agua se mezclaron con sus lágrimas saladas, deslizando su pena por sus piernas y arrojándola por el desagüe. Abrió los ojos, y mientras el líquido cálido se escurría entre sus pestañas se miró las manos. Le temblaban.
Alisa no había tenido tiempo para llorar o dar rienda suelta a sus emociones. Durante aquellas horas infernales no se lo había permitido, no cuando, estando bajo presión, debía encontrar una forma de mantener a salvo y fuera de aquello a su hermano. Pero allí, sola bajo el caño de la ducha, no pudo aguantarlo más. Sus sollozos probablemente se escuchaban fuera del baño, aunque esperaba que Ciro estuviera distraído con el televisor y no se diese cuenta. Gimoteó como una niña pequeña. En tan solo un día había perdido la poca estabilidad que tenían. Notaba cómo la felicidad se le escurría de las manos. Ya le sucedió cuando sus padres murieron, y volvía a sucederle de nuevo. Habían bastado solo unas pocas horas para dar un giro completo a su vida y la de su hermano, y sentía en las entrañas que nada iba a ir a mejor, todo lo contrario. Probablemente lo peor estaba por llegar. Se enjabonó como pudo mientras se mantuvo sumergida en su mente.
Sería difícil, pero no podía hundirse y mucho menos dejar que su hermano la viera decaída. Hinchó de nuevo los pulmones, como hizo antes de entrar al antro, y retuvo el aire para luego dejarlo ir con fuerza. Abrió las manos, que en algún momento se habían cerrado en dos puños, y las sacudió, como deshaciéndose de algo pegajoso que no la dejaba avanzar. Limpió los mocos que le colgaban de la nariz y se enjuagó entera antes de salir y envolverse en una toalla blanca que olía a limpio. Aspiró el olor con contundencia. Hacía mucho que sus toallas ya no olían así de bien.
Abrió la puerta y salió hacia el dormitorio vestida con uno de sus viejos conjuntos más cómodos, y casi se le paró el corazón cuando no vio a Ciro por ningún lado. Revisó corriendo cada rincón de la habitación y al no encontrarlo salió corriendo fuera de la suite. El llanto la había dejado anonadada, pero la ausencia de su hermano provocó en ella una especie de asfixia ansiosa. Se precipitó por el pasillo y bajo al trote las escaleras hasta estar en la primera planta. Su respiración estaba agitada y el simple hecho de pensar que a su hermano le hubiera pasado algo le robaba el aliento. Traspasó la cortinilla que daba al bar y se encontró con cuatro ojos que, sobresaltados por aquella repentina aparición, la miraban con sorpresa. El pulso de Alisa volvió a la normalidad cuando vio a Ciro sentado en una de las mesas y con un bocadillo entre sus manos. Al otro lado de la mesa estaba sentado Kane, con una pierna sobre la otra y un diario entre las manos. La observó confuso alzando una de sus pobladas cejas oscuras, sin entender el pánico que aún era latente en su rostro.
Alisa suspiró con ímpetu y dejó que sus músculos se relajaran. Entonces caminó con pasos fuertes hacia su hermano y le pegó un golpe en el hombro, enfadada.
—¿Se puede saber por qué diablos te has ido sin avisarme? ¡Casi me da un infarto, pensaba que te había pasado algo!
Ciro hizo un puchero. Ella se llevó la mano a la sien y la masajeó.
—Ey, tranquila. Seguro que te has dejado la puerta abierta y el muchachito tenía curiosidad —el señor Clover dobló el periódico y lo dejó sobre la mesa. Descruzó las piernas y se incorporó un poco más en la silla—. Es normal en un niño, no te enfades con él. Mientras que no salga por la noche, todo perfecto. Durante el día que haga lo que quiera —dictaminó el hombre. Luego giró la cabeza hacia su hermano y le lanzó una mirada suspicaz—, aunque tampoco te pases.
Ciro asintió con fervor y dio un mordisco al bocadillo.
—Por cierto —añadió, volviendo sus ojos en dirección a ella–, tienes al niño en los huesos. El único sitio donde tiene más carne es en esos mofletes redondos que tiene —Observó de reojo al infante masticando con ganas—. Me he visto en la obligación de alimentarlo, así que le he preparado algo de comida.
Alisa se lo agradeció avergonzada. Era cierto que su hermano no había recibido la mejor alimentación, pero hacía lo que podía y había procurado darle lo básico para que pudiera crecer como un niño normal, dándole igual si ella misma comía o no.
—No sé que habéis estado haciendo hasta ahora pero... —El hombretón dejó la frase a medias. Con un suspiro se levanto del asiento y se alzó frente a ella. Le sacaba un par de cabezas. Alisa siempre había sido bajita, y probablemente Kane tendría la altura promedio de un hombre; alto pero no demasiado, y sin embargo se le hacía grande como un pino e imponente. Sus hombros anchos rodaron mientras Kane se estiraba y se acercaba a ella— En fin, tú y yo tenemos cosas que hablar.
La sorteó por un lado y se dirigió hacia la barra, esperando a que ella lo siguiera. Y así lo hizo. Kane apoyó la espalda en la parte exterior de la barra, dejando tras de sí la cafetera y toda la retahíla de cachivaches de la cocina, quedando Alisa parada frente a él.
—Dijimos que a cambio de cobijarte en mi humilde morada deberías hacer cualquier cosa que yo te pidiera —recordó él. Alisa inconscientemente tragó saliva—. Pues curiosamente tengo una faena especial para ti. Karena se lesionó anoche al resbalarse y caer de la tarima durante su actuación. Agh... —gruñó— Cuando te dije que anoche el ambiente fue ajetreado no lo dije por decir. Los Vips se quejaron varias veces porque, al ser Karena la única bailarina presente y no haber ninguna suplente para cubrirla, se quedaron sin espectáculo, que es por lo que habían pagado —Kane cruzó los brazos—. Saba suele estar siempre presente para hacer turnos con ella pero justo ayer me pidió librar por una urgencia familiar, así que pensé que estaría bien si Karena iba actuando durante la noche de forma intermitente. Pero al lesionarse nos quedamos sin espectáculo por completo y como he dicho recibí muchas quejas...
Alisa iba moviendo la cabeza de forma afirmativa mientras el señor Clover hablaba, pero no sabía si le gustaba el rumbo que estaba tomando la conversación.
—Disculpa señ... Kane —interrumpió—, creo que entiendo a dónde quieres llegar pero yo...
—¿Sabes bailar, cierto? —fue interrumpida a su vez. Alisa cerró la boca de inmediato, como si no supiera de qué estaba hablando. Él la señaló con el dedo— vamos, no me mientas. Te vi un día improvisando tras el pequeño telón mientras Karena estaba en escena. De eso hace ya un par de años, pero recuerdo que no lo hacías nada mal.
—¿Yo? —objetó ella a media voz. Se toqueteó los dedos, nerviosa.
Kane Clover acomodó las codos en la barra y se aclaró la voz.
—Sí, tú —expuso—. La cuestión es que necesito una bailarina nueva hasta que Karena se recupere y he decidido que tú la sustituirás. Como soy buena persona y además de proveerte un sitio para dormir te dejo disfrutar de agua caliente y alimentos, puede que, si después de que se recupere sigues aquí, te haga bailarina fija. Ya lo veremos, pero no pienses en hacerlo mal a propósito para que ponga a otra persona. Te he visto y sé que puedes hacerlo bien, si haces eso reconsideraré tu hospedaje en mi hogar. Piensa que es tu forma de pagar por mis servicios, así estamos en paz y a mano —Kane volvió a cruzarse de brazos y la observó con semblante expectante.
Alisa notó cómo se le formaba un nudo en el estómago a medida que las palabras iban saliendo de la boca de su jefe. No le disgustaba aquello de bailar, aunque eso de hacerlo delante de extraños que le lanzarían miradas lascivas no la entusiasmaba demasiado. Desde pequeña había aprendido a bailar gracias a su madre. Ella le había enseñado. Su madre había sido bailarina y acróbata, por lo que combinar baile, barra y telas se le había dado de fábula. Su padre, que era comercial, la había visto en uno de sus espectáculos y se había enamorada allí de ella y de su delicadeza y gracia a la hora de moverse. Alisa había aprendido muchas cosas de su madre; observándola, imitándola y luego practicando con ella, por lo que era una actividad que disfrutaba pero que le generaba nostalgia.
Lo que la inquietaba era que bailar en el escenario equivalía a exponerse de forma inevitable e inminente al público, y eso probablemente no era lo más seguro dado que su cara estaba colgada por todo el barrio. El dilema que se le planteaba era enorme, ya que si se exponía cabía la gran posibilidad de que alguien del salón la reconociese, pero si no lo hacía probablemente su hermano y ella acabarían en la calle. Solo esperaba que el alcohol nublase la vista de todos aquellos que la vieran bailar. Al menos durante una semana. No pedía más.
Sin embargo, no pudo evitar que las excusas apareciesen en su boca. Su subconsciente le pedía que corriera, que no lo hiciera, pero en realidad no tenía otra opción. Probablemente se lo jugase todo a la suerte, y lo único que sentía que podía hacer era objetar e intentar que su exposición al público tuviese ciertas condiciones que la ayudasen a conseguir su objetivo: no ser reconocida. Es por eso que las palabras se escapaban de su boca, como los pensamientos fugaces que eran en su cabeza.
—Pero yo... Eh... —balbuceaba— Mi cara... No...
—¿Qué pasa con tu cara?
— No quiero que me vean... —Empezó a ponerse aún más nerviosa. Notaba que una gota de sudor le bajaba con lentitud por la espalda, recorriendo su columna. Entonces se le ocurrió un hilo del que tirar. Quizá fuera una excusa algo mala, pero no podía hacer otra cosa más que probar. Se tapó las mejillas con las manos— Me da vergüenza que me vean la cara.
—¿La cara? —Objetó Kane sin acabar de entenderlo— Pero ya te la ven siempre cuando sirves las mesas.
—Ya... —Admitió ella con una risita nerviosa— Pero sabes que no es lo mismo. No quiero que me reconozcan en la calle como... como una de las bailarinas del salón. Sabes que no es lo mismo que ser una bailarina normal.
El señor Clover chasqueó la lengua. Pareció entender lo que Alisa quería decir y lo que había insinuado. Se detuvo a mirarla durante unos segundos. Escudriñó su rostro, como estudiándolo, y entonces estiró el brazo y le cogió la barbilla con los dedos para después elevar su cabeza hacia arriba. Le hizo girar la cara a ambos lados, examinándolos al detalle, y luego la soltó.
—Tienes una cara bonita y tus ojos verdes son llamativos —Observó pensativo. Se rascó la barba pulcramente afeitada—. Creo que al natural tienes una imagen, pero si te maquillas tendrás otra bastante diferente. Con el maquillaje verás que cambia tu rostro y en general tus rasgos faciales; serás como otra persona. Así que no creo que tengas problemas siendo reconocida por la calle. Eso es lo único que puedo ofrecerte, pero estoy seguro de que no tendrás de qué preocuparte. La mayoría de mis bailarinas siempre han pasado desapercibidas por el vecindario. Contigo no tiene por qué ser diferente.
Kane dio dos pasos atrás y volvió a apoyarse sobre la barra. Alisa pensó que algo era algo, y que quizá el hombretón tenía razón y nadie la reconocería si se llenaba la cara de cosméticos. Le pediría ayuda a su compañera Saba. Es más, si él tenía razón, ¿sería el rostro de Saba su verdadero rostro? Nunca la había visto por el barrio pese a que debía vivir por allí cerca. A lo mejor se había cruzado alguna vez con ella y no se había dado cuenta porque lucía diferente. Aquello encendió una chispa de esperanza dentro de Alisa. No era una solución definitiva ni mucho menos, pero quizá podía servirle un poco, aunque fuera solo temporalmente.
El señor Clover estiró la mano hacia ella.
—Solucionado, pues, tu problema... ¿Tenemos un trato?
Pese a sus pensamientos, prefirió apartar la esperanza a un lado e intentar ser lo más realista posible. Aquello podía salir bien o estrepitosamente mal. Lo jugarían todo al 50/50. Alisa, con el alma en el puño, no tuvo más remedio que aceptar. Estrechó su mano con fuerza. «Te estoy entregando la mitad de mi vida», pensó. «Espero que esto salga bien».
—Perfecto —Asintió para sí mismo. Una sonrisa lobuna apareció en su rostro, como si acabase de cerrar el mejor trato del año—. Haré que te envíen tu atuendo a la habitación. Y dicho esto, ¿qué comemos hoy?
*****
A las ocho de la noche dejó a su hermano acostado y cerró la puerta con llave. Tras colgarla en el corcho de la pared junto a las de las otras habitaciones, se dirigió a los servicios y entró en el reservado exclusivamente para el personal con una funda larga sobre el brazo.
El traje negro que tuvo que ponerse era una especie de maillot brillante la mar de sugerente. Tenía transparencias por todas partes, pero al menos lo más importante se mantenía mínimamente tapado. El baño del personal constaba de una pequeña sala blanca donde habían tres retretes con sus respectivas puertas y unas taquillas. Allí solían cambiarse tanto las bailarinas como las trabajadoras que no venían con el uniforme ya puesto, y al ser todo mujeres no había ningún problema. Kane no entraba por allí si tenía que hacer sus necesidades, ya tenía para eso toda la tercera planta donde seguramente disponía de un baño la mar de lujoso. Siendo poseedor de aquello, nadie en su sano juicio preferiría entrar en un baño diminuto y descuidado. Alisa metió su ropa en una de las taquillas y se miró al espejo. El maillot le quedaba como un guante, aunque no parecía que lo contrario fuese posible puesto que era tan ceñido que había dudado si aquello le entraría antes de ponérselo. Y eso que ella estaba muy delgada debido a la escasa alimentación a la que ambos hermanos ya se habían acostumbrado.
Cuando se miró en el espejo y vio su silueta le recordó a su madre. Ella vestía ese tipo de prendas, aunque sin transparencias ni nada, siempre que entrenaba. En su antigua casa tenían una zona habilitada para ello, con las paredes recubiertas de espejos, barras y anclajes para telas y el suelo más blandito que Alisa jamás había pisado. No era demasiado grande, pero aquella sala le daba vida a su madre. Sintió que le estrujaban el corazón. Verse en el espejo era ver el reflejo de su querida progenitora: mismo cabello oscuro, mismos ojos glaucos y grandes, mismo rostro afilado, aunque el suyo estuviese en aquel momento más anguloso de lo normal. Alisa siempre se había parecido a su madre, mientras que el pequeño Ciro era la imagen viviente de su padre.
A diferencia de su madre, que se acomodaba el cabello en una larga coleta cuando entrenaba, ella pasó los dedos por su cabello suelto, deslizándolos por sus ondas brunas que unas horas atrás habían estado enmarañadas y acartonadas por la sangre seca. Mientras se miraba a sí misma en el espejo, como en trance, entro Saba. Su compañera era de piel morena e imponente altura. Era más mayor que ella, tendría más de veinticinco años y soltaba estilo y cordialidad por los poros. No tenían demasiada relación, ya que solo se veían en el trabajo y como sus cargos eran bastante diferentes a penas hablaban, pero todo el mundo sabía que estar cerca de Saba era como tomar una infusión de calma y mimos. En el antro la consideraban la madre de todas gracias a su afable personalidad, por no decir que era la mayor en el grupo. Cuando esta vio a Alisa le habló preocupada.
—Cariño, ¿estás bien? tienes los ojos acuosos.
Y era cierto, probablemente el recuerdo de su madre la había hecho flaquear. Jamás llegaría a ser como ella, pero iba a hacerlo lo mejor que pudiera. Se pasó las manos por los ojos para secar las lágrimas acumuladas que no había llegado a caer y asintió rápidamente con la cabeza. Saba le mostró una sonrisa de dientes blancos.
—De acuerdo. Kane ya me ha explicado que te unes a nuestro equipo, así que voy a hacer que seas la más resplandeciente del salón —Mostró una neceser lleno de lápices y pinturas para la cara que había estado ocultando tras la espalda— Yo ya estoy lista —Aclaró, señalándose el rostro ya maquillado— ¿Qué te parece si hacemos magia?
Cuando Saba se apartó de ella orgullosa, se sintió como otra persona. Sus rasgos faciales, que antes se veían demasiado angulosos, ahora eran de algún modo elegantes. Sus labios parecían más carnosos y sus ojos estaban envueltos en sombras negras que hacían destacar su color verdoso y los volvían mucho más grandes. Kane tenía razón, aquella no era ella, no del todo. Y probablemente nadie la reconociese, o eso esperaba.
Jamás se había maquillado, por lo que sentía que llevaba una máscara puesta, pero aún así se permitió sentirse bonita por unos instantes. El señor Clover había dicho que ya era guapa de por sí, y quizá tuviera razón, pero su yo normal tenía un rostro inocente. Así parecía más mayor, más fuerte. La niña consumida había sido escondida por unas cuantas sombras de ojos y finas capas de cosméticos. Le sonrió con sinceridad a su compañera.
Cuando estaban por dar las doce y media de la noche, Alisa se encontró de pie detrás del diminuto telón. El bastidor tras el escenario era realmente pequeño, cosa que de alguna forma provocó que se tensara más. Meneaba los pies descalzos, inquieta. Hacía quince minutos desde que Saba había abierto el telón después de inaugurar la noche y acabar su primera actuación para volver a ocultarse entre bastidores. Había apoyado las manos sobre sus hombros, dándole ánimos antes de su primera función oficial, y Alisa había visto que le chorreaba el sudor por todo el cuerpo. Las actuaciones empezaban a las doce de la noche en el salón Vip y transcurrían con un ritmo constante: dos actuaciones de dos bailarinas distintas cada hora, separadas cada una por un descanso de quince minutos.
Cuando el reloj de la pared marcó que ya eran y media, Alisa apartó el telón a un lado y con pasos ligeros pero sólidos se adentró en aquella habitación sumida en sombras de tonalidades violetas. Se situó justo en el centro del pequeño escenario, junto a la barra, y tragó saliva cuando alzó la vista y vio que la sala estaba repleta de todo tipo de gente. Aquel salón siempre había sido un éxito, pero verlo lleno de personas desde aquel punto de vista le hizo tragar saliva. Muchos ojos curiosos estaban puestos en ella, otros ni si quiera se habían percatado de su presencia, sino que dedicaban su atención a la persona con la que estaban dialogando.
Alisa esperó a que la canción que sonaba de fondo acabase. Tanteó el suelo y miró hacia la barra de reojo, como para asegurarse de que seguía allí. Antes de que la melodía terminara cerró los ojos e inspiró profundo. Cuando soltó el aire y volvió a abrirlos su mirada había cambiado. Un ritmo tórrido inundó la sala, como un perfume que se desliza cerca del suelo embriagando a todos con su fragancia. Con ojos firmes dio una mirada de punta a punta, lentamente, por todo el salón. Posicionó una mano en la barra y la otra en la cadera y comenzó el espectáculo.
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