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49

Pese a que estaba aún más oscuro que cuando había llegado, Alisa pudo percibir que el Palacio Real era mucho más grande de lo que había visto. Intuyó, además, que debía disponer de un elevado número de pasillo entrelazados y ocultos al público usual.

Pudo comprobarlo al seguir a la doncella escaleras arriba después de salir por fin de su celda. Tras unos minutos vagando por estrechos pasadizos que podrían haber pertenecido al personal más elevado de la corte, por fin salieron por una puerta diminuta a uno de los enorme pasillos que daban a las habitaciones de invitados y otros salones. Era, de hecho, muy parecido al que la había llevado hasta los aposentos de Darko unas noches atrás. 

Caminaron con un ritmo constante a través del amplio corredor de suelos marmóreos y altos techos. Por los grandes ventanales entraban los rayos de luz de luna, y por la altura de esta en el cielo, Alisa comprendió que debían ser cerca de las dos de la madrugada. 

Dedujo que habían aprovechado para sacarla a aquella hora porque todo el mundo estaría durmiendo, lo que significaba que no querían que la vieran. Su existencia entre aquellos muros era conocida por un número de personas muy limitado, y parecía que de momento así debía seguir siendo. 

Lynnete apresuró el paso y Alisa se obligó a hacer lo mismo. Pasaron por delante de lo que ella creyó que eran los aposentos del príncipe, aquellos en los que se había colado en su primera noche allí dentro, aunque no podría haber estado segura de ello puesto que todo le parecía igual. La criada torció a la izquierda y después a la derecha en el extenso pasillo y de pronto se detuvo ante una puerta de madera oscura, muy similar a sus vecinas. 

Volvió el cuerpo hacia Alisa y le hizo un gesto con la mano para que abriese la puerta. La muchacha dudó unos segundos antes de obedecer, pero acabó deslizando la palma sobre el pomo dorado de esta y la puerta crujió bajo ella cuando el pestillo cedió. Reptó a oscuras hacia el interior de la habitación y Lynnete pasó junto a ella para encender el interruptor de la luz, cosa que provocó que Alisa parpadease repetidas veces para adaptarse a la repentina iluminación. 

Se sorprendió de sobremanera al descubrir que Darko había optado por brindarle una habitación con comodidades similares a las de la suya propia. Aquel dormitorio no era ni por asomo igual de grande que el del futuro heredero de Veltimonde, pero no era modesto en absoluto. 

La cama de sábanas blancas era tan espaciosa como para que tres personas pudiesen tumbarse sin molestarse en absoluto. El dosel sobre esta era de un color muy oscuro, y de él colgaban unas finas cortinas trasparentes, casi gasosas, que en el momento reposaban recogidas a ambos lados del colchón. Unos armarios enormes del mismo color que la estructura del lecho amueblaban toda la pared izquierda de la habitación. Un desperdicio de espacio, ya que Alisa no tenía ropa alguna que guardar allí dentro más que la que llevaba puesta. Ropa que pronto debería poner a lavar, por cierto. El aroma a sudor amenazaba con asomarse a saludar si pronto no le prestaba atención. 

A la derecha había una puertecita exactamente igual a la puerta por la que Darko había aparecido el día de su reencuentro, por lo que Alisa intuyó que debía albergar un baño privado.

La vida de Alisa había dado tantos giros aquellos últimos meses, que jamás habría esperado encontrarse en una situación como aquella. Por alguna razón estaba allí, admirando las que tenían pinta de ser las sábanas más suaves que iba a tocar en su vida, en vez de a los pies del patíbulo. 

 Se giró hacia la joven criada, desconcertada por tantos lujos y tan pocas trabas.

—¿Qué estoy haciendo aquí?

Alisa esperó una respuesta significativa, algo de lo que poder tirar para mantener un mínimo control sobre lo que estaba sucediendo, sobre lo que le esperaba fuera de la celda. Y no fue eso lo que escuchó de la chica.

Con las manos reposando sobre el bonito delantal del vestido, apenas se inmutó.

—Te lo he dicho antes —le respondió—. Esta es tu nueva habitación.

Alisa reprimió las ganas de lanzarse a la cama y desaparecer.

—Ya, pero... ¿por qué?

Lynnete no perdió la compostura, su rostro agradable la observó con expresión neutral, sin delatar sus verdaderos sentimientos. Estaba claro que estaba cumpliendo con su papel en aquella historia a la perfección: sin involucrarse, sin simpatías ni compasión. Tan solo haciendo su trabajo.

—Desconozco los planes de Su Alteza, simplemente cumplo órdenes.

Alisa dio un par de pasos hacia atrás antes de girarse para contemplar de nuevo su alrededor y suspirar. La punta de sus dedos rozó la madera oscura y lisa del dosel, brillante bajo la luz artificial de la habitación.

—A partir de ahora soy tu doncella personal —anunció la otra con voz suave pero firme.

Alisa la examinó mientras dejaba caer el trasero en el borde de la cama. Su cuerpo se hundió con lentitud sobre el colchón y solo con aquello supo que dormir allí sería casi un sueño en sí mismo.

—Estaré a tu disposición cuando lo necesites, mi nombre es Lynnete.

—Lo sé —contestó la muchacha. Miró a la doncella a los ojos en busca de algún atisbo de información. Lo mejor sería llevarse bien con todo el mundo dada la situación en la que se encontraba, pero más aún con ella, ahora que iban a compartir tiempo juntas. Pese a sus fugaces pensamientos, correspondió a la presentación de la chica con naturalidad—. Alisa.

Lynnete asintió, en señal de que también era consciente de su persona, aunque Alisa no supo si era porque Darko había mencionado su nombre en la celda o porque la había informado de algo que desconocía. Intentó ahuyentar su inquietud cuando vio que Lynnete estiraba los labios en una fina sonrisa, tímida pero aparentemente sincera. Lo cierto era que la doncella destilaba una aura suave y dulce que ya había demostrado en más de una ocasión. Puede que la considerase una criminal; de hecho, eso era obvio, pero aun así se mostraba agradable y cuidadosa, cosa que calmaba un poco los nervios de Alisa.

Un soplo de humanidad no era mal recibido en una situación como aquella. Lo agradecía enormemente, aunque todo fuese fingido; pura actuación. Si Lynette le tenía miedo, no lo había demostrado en absoluto.

—Tómate tu tiempo para asearte —dijo entonces la muchacha—. Te traeré el desayuno por la mañana. Por ahora no puedes salir.

Alisa frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Su Alteza no lo permite, por el momento —Lynnete parecía consciente de su disconformidad, aunque no se movió de su sitio—. No puedo hacer nada para cambiar eso. 

La chica, aún con las cejas arrugadas por su expresión, dejó escapar un nuevo suspiro y se concentró en la suavidad de las sábanas bajo su cuerpo. Era increíblemente sorprendente que siguiese viva, más aún que le hubiesen dado una habitación como aquella para ella sola. Lo último que podía hacer era quejarse. Seguiría el juego hasta que le encontrase la cola al gato. Hasta entonces, aprovecharía para descansar y pensar en una estrategia para escapar de allí.

Esperaba que su pasividad no se cobrase el posible poco tiempo que le quedaba. Alisa no sabía el momento en que el príncipe de mirada afilada podría entrar por la puerta dispuesto a ejecutarla. Deseaba que, si eso llegaba a suceder, fuese cuando ella ya hubiese puesto en marcha su plan de huida y estuviese muy lejos. 

—Está bien.

Lynnete pareció ligeramente aliviada por la paz en la respuesta de Alisa. Volvió a estirar los labios de forma cordial.

—Aprovecha para tomar una ducha con tranquilidad —insistió—. Puedo ayudarte si así lo deseas.

Con rapidez, Alisa denegó su oferta. Casi parecía avergonzada.

—No es necesario, yo sola me basto.

—Como desees —asintió la doncella. Tras finalizar su tarea se dirigió con pasos ágiles y delicados hacia la puerta entreabierta y se volvió hacia Alisa antes de marcharse— Buenas noches.

Con una pequeña reverencia se despidió de la joven, que la observó desde el borde del colchón. Alisa no tuvo oportunidad alguna de devolverle la palabra. En cuanto abrió la boca, el sonido de la puerta al cerrarse la hizo callar. Lynnete ya se había marchado. 

Alisa se dejó caer hacia atrás, desplomándose sobre la cama a peso muerto. Permitió que el aire escapase de sus pulmones con lentitud y volvió a inhalar con profundidad. Estaba cansada, muy cansada. Aún sentía que la cabeza le daba vueltas. Después de todo, los restos del sedante debían estar diseminados todavía por su cuerpo. Se sentía débil, y si la doncella le hubiese puesto un plato de comida apetecible delante en aquellos instantes, no estaba segura de si lo habría devorado como un animal o habría vomitado nada más verlo. 

Con suerte, unas horas de sueño en aquella cama gigante mejorarían un poco su malestar. O eso esperaba.

Sus ojos se dirigieron por instinto hacia la puerta del baño y sintió curiosidad por la zona aún inexplorada. Con un quejido se incorporó en el lecho e hizo acopio de fuerzas para ponerse en pie. Con calma se dirigió al baño, y cuando activó el interruptor y la luz cobró vida en la habitación se llevó una mano a la boca, totalmente maravillada. 

Toda la estancia estaba enmarcada por un mármol blanco tan brillante que a Alisa le dio pena siquiera tocarlo. El cuarto era más grande de lo que había pensado. Un enorme espejo abarcaba toda una pared, y bajo este el lavamanos tomaba protagonismo por su amplia encimera y su grifo de oro cepillado. En una esquina del baño había una ducha, cuyas mamparas de cristal templado con acabados en oro relucían ante sus ojos. 

Y en el centro, la joya de la corona: una bañera de mármol tan grande que Alisa temió perderse allí dentro si decidía usarla. No recordaba haber utilizado una bañera desde hacía mucho tiempo. La última vez debía haber sido antes de la partida de sus padres, y desde luego la suya no había sido así de... opulenta. 

Se adentró en el baño, observando con incredulidad la belleza del resto de armarios de la estancia, hechos de nogal, y de los pequeños ornamentos dorados que decoraban las paredes. Con dedos tímidos rozó el grifo de la bañera y abrió el agua, que empezó a correr por el mármol en abundancia. 

Sí, pasar por agua le vendría bien. Por supuesto. 


*****


El ruido de la puerta al cerrarse la despertó de su ensoñación. Había dormido de forma intermitente, pese a la comodidad infinita de la cama. Al final, ni los restos del sedante ni las tersas sábanas habían podido ganarle la partida a sus preocupaciones. 

Se incorporó mientras buscaba a tientas el interruptor, y en cuanto se hizo la luz en el oscuro cuarto frunció el ceño. Se frotó los ojos con las manos para despertarse hasta que se percató de que había algo junto a la puerta.

Alguien había dejado junto a esta un carrito que reconoció muy bien. Transportaba con él una bandeja de plata, que esta vez tenía un plato con unas tostadas con mantequilla y un vaso de leche. No cabía duda de que Lynnete era quien lo había dejado allí. Como le dijo, le había traído el desayuno. Ni siquiera la había oído entrar.

Alisa caminó con los pies descalzos hasta el carrito. Tras bañarse se había vuelto a poner la misma ropa sucia que había vestido los días anteriores. No tenía nada más que ponerse, por lo que, pese a sentir que estaba ensuciándose de nuevo nada más enjuagar su cuerpo y pedir perdón internamente por el sacrilegio que era meterse con esa ropa entre las caras sábanas de la cama, acabó durmiéndose así.

Cogió una de las tostadas, medio somnolienta, y se la llevó a la boca para pegarle un bocado. El pan estaba crujiente y la mantequilla le pareció la más sabrosa que había probado nunca. Si las comidas que iba a tomar de allí en adelante iban a ser aún mejores que aquel pedazo de pan, no descartaba la idea del todo de quedarse allí encerrada para siempre.

Pero no podía. Tenía que volver con Ciro, con Kane. Con Harkan.

Se volvió entonces hacia la puerta, que permanecía cerrada. Tras escuchar el sonido que había emitido al cerrarse, le había parecido oír pasos alejándose, pero no estaba segura de ello. La curiosidad la llevó a posar la palma de la mano en la mango para ver si estaba abierta.

Lo dudaba. Era una prisionera, a fin de cuentas. Aunque tuviese una habitación propia con bañera y una doncella de gesto amable.

Sin embargo, sus ojos se despertaron del todo y se vio obligada a dejar la tostada en el plato cuando la manija cedió sin algún tipo de oposición.

Alisa tragó la comida que aún le quedaba en la boca y se fue corriendo a por sus botas. Antes de ponérselas se aseguró de que el pequeño frasquito de «dulce calma» seguía allí, de un azul tan llamativo como el del primer día. Se alegraba de haber cambiado su escondite antes de salir de casa. De lo contrario, Trueno se lo habría llevado consigo al robarle la riñonera y ella no habría tenido ninguna arma secreta para defenderse en caso extremo. Que siguiese allí quería decir que no le habían sacado las botas mientras había estado encerrada bajo los efectos de la anestesia. Celebró aquel desliz con una sonrisa contenida. 

Se puso las botas y metió el pequeño frasco en un hueco antes de acercarse con pasos sigilosos a la puerta. Intentando hacer el mínimo ruido posible, la abrió y sacó la cabeza lo justo para poder ver el exterior.

Ahora que ya era de día, los rayos de sol entraban con fuerza por los enormes ventanales del amplio pasillo. Alisa podía escuchar las voces de los trabajadores del palacio, que iban y venían por los pasillos cercanos. Parecían estar atareados con algo grande, podían oírse las órdenes desde allí y el movimiento de objetos y carros, aunque Alisa no podía ver a ninguno de ellos.

Lo que sí podía ver era a Lynnete. El pasillo se bifurcaba más adelante. Desde aquella perspectiva, Alisa veía que seguía extendiéndose hacia delante pero también había otro pasillo hacia la derecha. En la esquina en que estos convergían estaba su doncella, sonriente y sonrosada hablando con un hombre. Le hicieron falta un par de parpadeos para percatarse de que el individuo que la acompañaba en su charla era el hombre que había visto en la celda. Aún portaba su armadura, como si fuese algún tipo de emblema distintivo que lo diferenciase de los demás. 

Sin embargo, la expresión del hombre, que bajo los rayos del sol parecía más joven, más humano, era diferente de lo que recordaba. Le sonreía de vuelta a la chica con el rostro relajado. Le recordó a uno de esos perros tranquilos cuya simpatía y serenidad provocaban paz en cualquiera que gozase pasar tiempo con ellos. No sabía si era por sus ojos, achicados al observar con afecto a la muchacha, o por sus mejillas besadas por el sol, pero Alisa sintió que era la personificación de un alma cándida y sosegada. Algo curioso, teniendo en cuenta su armadura y el arma que colgaba del cinto en su cintura. 

Desde luego, o Alisa seguía bastante adormilada, o no se parecía al hombre bañado en sombras que había visto en su periodo en las celdas.

Alisa pudo ver desde allí como la muchacha reía mientras el guerrero, a una distancia prudencial, le decía algo en voz baja. Lynnete se metió un cabello rebelde que había escapado de su trenza tras la oreja, y el joven volvió a colocárselo bien, como si aún siguiese suelto. Alisa casi torció los labios en una sonrisa cuando vio cómo Lynnete se apretaba el borde del delantal con la mano.

Pese a la bonita escena, era el momento perfecto de huir. 

No necesitaba coger nada. Lo que llevaba puesto en aquel momento, incluido el frasquito, eran las únicas pertenencias que le quedaban. Debía aprovechar el momento de distracción para marcharse sin ser vista, y no pensaba desaprovechar una oportunidad como aquella. 

Muchas gracias por la hospitalidad, pensó Alisa. Nos vemos en otra vida, su Alteza.

Al ver que en el pasillo no había nadie más que pudiese sospechar de ella a parte de aquellos dos, comprobó que seguían inmersos en su charla y deslizó medio cuerpo fuera de la habitación. Observó con cuidado sus pies y el filo de la puerta para evitar hacer ningún ruido comprometedor. Ese único segundo en que dejó de mirarlos fue suficiente para echarlo todo a perder. 

Cuando volvió a alzar la vista, la expresión del chico se había vuelto seria. La miraba con ojos penetrantes, y Alisa distinguió el rápido movimiento de su mano hacia la empuñadura de su arma. Pudo ver que sus labios se movían mínimamente, siseando algo a su acompañante, y cuando los ojos de Alisa se volvieron hacia la figura de su nueva doncella, la descubrió caminando hacia ella con gesto enfadado y pasos frenéticos. 

Por primera vez, Alisa sintió hostilidad destilando de la muchacha. Eso, y que se había puesto tan roja como un tomate.

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