47
La doncella, que resultaba llamarse Lynnete, según había dicho Darko, dejó el carro atrás y se volvió hacia Alisa. La muchacha abrió los ojos con pánico al ver que se acercaba hacia ella con unas relucientes tijeras en las manos.
Se echó hacia atrás todo lo que pudo y pegó la espalda por completo a la pared, pero no pudo evitar que la chica se arrodillase frente a ella y le tomase los brazos. Para su sorpresa, sus dedos fueron suaves y delicados. No ejerció casi presión al tomar sus antebrazos para girarlos. Su tacto mimoso hizo que Alisa pudiese atreverse a respirar con normalidad, soltando el aire contenido ante su inminente cercanía.
Lynnete operó en silencio. Acercó las tijeras a las muñecas de la chica y deslizó la punta bajo las apretadas vendas para poder cortar. Alisa se estremeció bajo el contacto helado del acero contra su piel. En pocos segundos, la joven criada terminó de cortar la tela y retiró las vendas para inspeccionar bien sus muñecas.
Alisa se sorprendió al descubrir que una leve rojez permanecía aún en la zona. Al estar en contacto con el aire estancado de aquella planta subterránea, pudo sentir un ligero escozor en la piel. Seguía creyendo que habían sido imaginaciones suyas, que en un momento de locura por culpa de la presión se había imaginado cosas, pero allí estaba la prueba de que no estaba loca.
La doncella se retiró un segundo al carrito y volvió de nuevo, esta vez con una pequeña bandeja llena de materiales para cuidar sus quemaduras. Cuando se hubo arrodillado de nuevo a su lado, la vio mojar un paño en lo que parecía agua con jabón. Con cuidado deslizó el trapo por su piel herida, sin frotar nada, tan solo retirando la posible suciedad acumulada bajo las vendas y el sudor.
—Deberías hablarle con más respeto a Su Alteza —articuló de pronto la chica.
Su voz era suave como las nubes. Alisa concluyó que encajaba muy bien con su dulce forma de tocar las cosas y moverse, además de con su cara de mejillas tiernas y ojos grandes, como los de un cervatillo. La doncella llevaba el pelo chocolate trenzado a la espalda y el mismo vestido verde pastel que la había visto usar la última vez. Debía ser el uniforme de las criadas.
Alisa observó cómo la muchacha continuaba con la limpieza de sus quemaduras sin dirigirle apenas una mirada. Por su parte, ella no contestó a la sugerencia de la criada.
Dejó a un lado el paño para secarle la zona y después quitó el tapón de un pequeño botecito de cristal. Con un dedo extrajo un poco de crema y comenzó a esparcirla con cuidado por sus muñecas, procurando embadurnar todo el rodal rojizo de su piel.
—Eres más tranquila de lo que esperaba —volvió a hablar.
Lynnete alzó los ojos y se topó directamente con los de Alisa, que la miraban sin reparo alguno. Se aguantaron la mirada unos instantes, como evaluándose, hasta que la doncella volvió a bajar la vista a los materiales de la bandeja de metal que había traído consigo.
—No soy una mala persona —murmuró Alisa.
La doncella no volvió a mirarla. Volcó su atención sobre sus muñecas levemente chamuscadas. Con delicadeza, le agarró la palma de la mano y le hizo girar esta para poder evaluar de nuevo la zona afectada.
—No es muy grave —expresó con ojos analíticos—. Tan solo una quemadura leve. Si sigues cuidándote la piel, en unas semanas casi no quedará marca.
Alisa se preguntó si llegaría a verse la piel tal y como la tenía antes, totalmente curada. Si podría estar allí aún pasadas esas semanas.
Lynnete se colocó un mechón rebelde tras la oreja y se dispuso a ponerle vendas limpias. Las agarró con sus finos dedos y empezó a enrollar con lentitud la tela sobre la piel de Alisa.
—A veces se descontrola un poco —musitó—, pero no lo hizo a propósito, estoy segura. Su Alteza lleva una temporada horrenda y estas cosas se le escapan de las manos.
Alisa dejó de mirarse las muñecas para prestar total atención a la chica arrodillada frente a ella. La confusión latió en sus ojos.
—¿Qué quieres decir?
La doncella le dedicó una mirada fugaz, tan rápida que Alisa dudó sobre si se la habría imaginado. La vio continuar con su tarea con la cabeza gacha.
Alisa intentó comprender las extrañas palabras de la criada. No encontró conexiones lógicas entre ellas y lo sucedido. Sus ojos cayeron sobre la enrojecida piel de sus muñecas, que Lynnete rápidamente cubrió para acabar de envolver su articulación.
—¿Esto lo ha hecho él? —preguntó, casi sin creerse sus propias palabras— Pero no recuerdo que tuviese nada cerca. Mucho menos algo hirviendo...
Era cierto. El joven príncipe acababa de salir de la ducha, portando tan solo una toalla en la cintura, cuando inició su forcejeo en el dormitorio real. No le había dado tiempo a agarrar nada, y Alisa había tenido unos segundos para inspeccionar con rapidez la estancia antes de encontrárselo. Desde luego, ningún objeto caliente hasta el punto de hacer quemaduras había estado tirado en la habitación. Ni siquiera había visto fuego encendido en una chimenea, aunque dudaba de que hubiese habido alguna.
Lo único que recordaba era que de pronto, justo después de encontrarse cara a cara, había empezado a sentir mucho calor. Podría haber pensado que era por el hecho de haberlo visto casi desnudo de forma inesperada, pero el calor había pervivido incluso cuando habían estado forcejeando, tirados por el suelo.
De hecho, no había hecho más que ir en aumento, hasta que Alisa se había desmayado por el calor abrasador y el dolor en sus muñecas. Todo había sido confuso, un recuerdo algo desdibujado en su mente por culpa del espanto, pero Alisa tenía claro que lo único que había tocado sus muñecas habían sido las manos de Darko. Y nada más.
Sus manos.
Alisa se incorporó un poco en su sitio, aún sentada sobre el suelo.
—¿Estás diciendo que...?
Lynnete interrumpió sus conclusiones.
—Da igual. Olvídalo.
Acababa de poner el último pedazo de esparadrapo sobre las vendas y ahora el brazo de Alisa tenía las vendas perfectamente colocadas. No estaban demasiado apretadas, tan solo lo justo para que Alisa pudiese mantener la movilidad de su muñeca a la perfección sin sentir mucha molestia por el roce.
Alisa examinó sus propias muñecas vendadas con emoción y alzó sus ojos muy abiertos hacia la doncella. Lynnete, por su parte, ya se había levantado y le daba la espalda. Portaba entre las manos la bandeja plateada llena de telas, cremas y desinfectantes. La vio colocarla en el carrito y Alisa se disgustó al comprender que volvían a dejarla sola.
Mientras arrastraba el carro hacia la salida, Alisa esperó impaciente un pedacito más de información de su parte. No podía dejarla así después de eso. Sin embargo, no se encontró con otra cosa que el chasquido de la puerta al cerrarse, el traqueteo de las ruedas y el denso silencio de la muchacha al marcharse.
*****
Después de tantas horas, Alisa ya estaba harta de su propia mente.
Le había dado tantas vueltas como era posible, y todas la llevaban a una conclusión irracional, más propia de un cuento de hadas que de la realidad en la que vivían. Estaba tan cansada de pensar, que intentó poner la mente en blanco por un tiempo.
Y lo intentó, pero era tan aburrido estar mirando a la pared vacía de enfrente cuando había tantas cosas fuera que la preocupaban, que no aguantó mucho.
Sus pensamientos volvieron a nacer cuando al torcer el cuello a un lado fue consciente de que aún no se había dignado a abrir la botella que le habían dado. Se sentía floja, casi mareada. Recordó la forma en que se había tenido que apoyar en la pared mientras hablaba con Darko y comenzó a asustarse.
Cogió la botella de plástico totalmente transparente y la examinó entre sus manos. Recordó las palabras del príncipe: «Yo que tú bebería un poco de agua. No querrás deshidratarte». Sentía la garganta tan seca que apenas era capaz de tragar su propia saliva.
No tenía nuevos pinchazos en el brazo. De hecho, no había transcurrido el tiempo suficiente como para que fuese necesario sedarla de nuevo, pero de momento no parecían volver a tener intención de hacerlo. Darko había argumentado que había sido por cuestiones de seguridad. Por tenerla tranquila y evitar que le hiciese daño a nadie. No habían vuelto a pincharla, pero ¿quién le aseguraba que no habían adulterado el agua?
Observó el envase de plástico con recelo. El líquido de su interior se veía completamente transparente, pero podría tener algún tipo de substancia incolora de la que no fuese consciente. Pese a todo, una sed inminente la sobrevino al observar al detalle el agua. Alisa se obligó a sí misma a apretar los labios. El tapón de la botella estaba sin abrir; el plastiquito que lo mantenía unido al envase, intacto.
Alisa estiró los dedos y escuchó el pequeño chasquido del plástico al romperse. No notó ningún olor extraño al destapar la botella, pero en aquel punto ya no sabía de qué debía fiarse y de qué no. Incluso se había cuestionado las palabras de la doncella y si era probable que hubiese dicho aquello para confundirla más.
Se planteó qué ocurriría si continuaba sin beber y el proceso la horrorizó. Fue en el momento en que pensó en que podría orinar oscuro cuando sus propios órganos no pudiesen aguantar más y se fuesen consumiendo, que agarró la botella y se la llevó a la boca.
Se bebió media botella del tirón, sedienta, y justo después le entraron ganas de vomitar. Quizá debería haber sido un poco más suave, haber bebido sorbo a sorbo después de tanto tiempo sin ingerir ningún líquido, pero el ansia le había podido. Dejó caer la cabeza sobre la pared rugosa tras ella, jadeando. Y de golpe sintió unas repentinas ganas de llorar.
La pequeña cabecita de su hermano brilló ante sus ojos, como si pudiese verlo allí mismo, abandonado por su familia de nuevo. Su único consuelo era que no estaba solo, que el señor Clover seguía a su lado, a pesar de que no pudiese dedicarle todo su tiempo.
Pero el que sí estaba solo era Harkan. No sabía cómo habría sido su vida hasta antes de conocerse, pero sabía que, pese a estar siempre solo, se había acostumbrado a su compañía. Le dolía saber que volvía a estar solo, que la única persona con la que había logrado formar un vínculo fuerte de verdad, fuese el que fuese, lo había dejado tirado sin siquiera avisarle. ¿Estaría preocupado?
¿Cuántas veces había pensado en ellos, una y otra vez, desde que estaba allí encerrada? ¿Cuántas veces había apretado el puño ante la certeza de que no había medio alguno para avisarles de que estaba bien, de que aún había algo de esperanza?
Aguantó las lágrimas, negándose a llorar, mientras se sorbía los mocos con fuerza. Llorar le provocaría dolor de cabeza, y ya estaba lo suficientemente mareada como para sentir más presión en el cráneo. Tenía que estar fuerte si quería encontrar una forma de salir de allí, de escapar del castigo que Darko había planeado para ella.
Se bebió el resto de la botella en una sentada. Y volvió a notar su garganta rugiendo, amenazando con sacar el líquido de nuevo a la luz.
Pegó un pequeño respingo cuando escuchó el chirrido de la puerta de su celda al abrirse. Los pasos de la doncella habían sido tan silenciosos que no se había percatado de que venía hacia allí. ¿Estaría aprendiendo del soldado de la armadura?
Lynnete dio unos pasos hacia ella tras dejar la puerta entreabierta a su espalda. Se detuvo a menos de un metro de distancia de Alisa, y esta se puso tensa al ver que no traía nada con ella y que se llevaba la mano al bolsillo del uniforme. La muchacha de pelo castaño alzó una mano en son de paz para tranquilizarla al ver su reacción.
Con lentitud, le mostró una diminuta llave de acero y lanzó una sugerente mirada hacia su tobillo. Alisa estiró la espalda mientras se mantenía inmóvil, apoyada sobre las palmas de sus manos en el suelo.
—No te muevas —le advirtió la chica—, o no te soltaré. Y después te arrepentirás.
Alisa tragó saliva con dificultad, sin comprender del todo lo que estaba sucediendo. ¿La criada la estaba ayudando?
Se acercó con cuidado e introdujo la pequeña llave en la cerradura del grillete amarrado alrededor de su tobillo. En cuanto este estuvo libre, Alisa lo hizo rotar para estirar con ganas el agarrotado pie.
Con rapidez, Lynnete se levantó y se alejó un par de pasos, a la espera por si Alisa resultaba más agresiva de lo que se había mostrado. La morena se masajeó el tobillo y le dirigió una mirada de incógnita a la doncella, en busca de una respuesta que justificase sus acciones.
Lynnete carraspeó.
—Te ruego que me sigas sin armar ningún escándalo. Fuera hay un par de guardias que te estarán vigilando. No te conviene enfadarlos después de que Su Alteza haya sido tan generoso contigo.
Alisa frunció el ceño sin ocultar su notoria confusión.
—¿A dónde vamos?
La doncella se acercó a la puerta de barrotes de la celda y la abrió de par en par. Con un gesto le indicó que saliese al pasillo. Alisa obedeció sin rechistar. Sus pasos eran lentos y algo débiles, pero procuró mantener la compostura todo lo posible. Al salir por fin de la celda, tuvo un nuevo ángulo de visión. El pasillo era mucho más largo de lo que había imaginado. Estaba lleno de celdas como la suya, todas vacías. Al final de este se podía ver el nacimiento de unas escaleras que se perdían hacia la izquierda. Frente a estas, dos guardias aposentados a ambos lado, armados y vestidos con un uniforme negro lleno de detalles dorados, característico de la Guardia del Rey.
Ante su quietud, Lynnete tomó la delantera y comenzó a avanzar por el pasillo, directa hacia las escaleras.
—A tu nueva habitación.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro