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44

En su tercer despertar, el ajetreo era totalmente audible. De hecho, fue aquello lo que la llevó a forzarse a abrir los ojos. El chirrió de unas ruedas le hizo apretar los dientes. 

Acaban de abrir la puerta de la celda y una chica vestida con ropa que delataba que formaba parte del personal arrastraba una especie de carrito con ruedas. Sobre este había un diminuto televisor y un mando a distancia. La muchacha de piel aceitunada acomodó el aparato frente a ella y se volvió hacia Alisa con sus grandes ojos marrones. Se dispuso a marcharse, pero entonces su vista se desvió al plato con el pedazo de pan intacto y el vaso de agua.

—Deberías comer.

Alisa frunció las cejas y no dijo nada. Estaba algo más lúcida y en el brazo no tenía nuevos pinchazos. Quizá la querían más consciente para algo en concreto. El televisor frente a ella indicaba que al menos querían que viese algo.

Se mantuvo en silencio y la doncella dirigió su mirada hacia el exterior de la celda. Alisa siguió su trayectoria y se sorprendió cuando su mirada se cruzó con la de un hombre alto y fornido de piel tostada por el sol. Portaba una llamativa armadura repleta de detalles dorados y parecía estar medio oculto entre las sombras del pasillo. 

El hombre desvió la vista para echarle un ojo a la doncella. Con un gesto, le indicó a la muchacha que saliese y esta asintió sin mediar palabra alguna, meneando con delicadeza sus cabellos color chocolate. 

La chica se dispuso a salir y unirse al hombre. Alisa empezó a inquietarse. Poco a poco se sintió más y más despierta, y cayó en la cuenta de que necesitaba respuestas. Como pudo, se intentó incorporar en su sitio, apoyando bien la espalda contra la pared. La doncella se volvió sobresaltada al escuchar el tintineo de la cadena de su tobillo.

Alisa se aclaró la voz.

—¿Dónde estoy? —preguntó— ¿Dónde está ese chico de pelo negro?

La doncella dudó sobre si debía contestar. Su mirada se volvió instintivamente hacia la del caballero de la armadura. Ambos se miraron, como sopesando si debían hacerle caso. Alisa se percató entonces de que aquel hombre también tenía el pelo negro, pero parecían haber comprendido a la perfección que no habla de él. Ambos sabían a quién se refería.

Tras un largo silencio, la doncella volvió a hablar.

—El príncipe tenía asuntos que atender. De hecho, tú misma vas a presenciar su discurso.

—¿Discurso?

La muchacha, que no parecía ser mucho mayor que ella, se acercó de nuevo al televisor y apretó un botón en el control remoto. De inmediato, este se encendió.

La pantalla mostraba una enorme tarima con un micrófono sobre unas escaleras. Alisa no conocía demasiado Kheles, por lo que no pudo determinar la ubicación, pero no creía que aquello fuese el palacio. Había guardias apostados a ambos lados, con sus uniformes revestidos de detalles dorados: soldados de la Guardia del Rey.

Alisa lanzó una mirada hacia la chica, pero esta se mantuvo muy quieta, mirando a un punto muerto al otro lado de la celda. No le quedó otra que volver a centrarse en el televisor.

Justo entonces, los murmullos tras la pantalla se acrecentaron. Podía intuir que el lugar estaba repleto de gente, oculta tras la cámara. La tarima estaba en un lugar elevado, casi parecía un balcón. Y allí apareció él. Impecable, con un traje negro muy elegante y el cabello cayéndole en forma de cortina a ambos lados de la cara, brillante bajo el sol.

No sonreía. Al contrario, se mostraba bastante serio. Sobre su persona parecía haber una especie de aureola, como si un enorme foco de luz estuviese iluminándolo, pese a estar al aire libre. Acercó la mano al micrófono y separó los labios para proferir unas palabras. En cuanto su voz empezó a sonar, todos los presentes hicieron silencio de inmediato.

—Mi nombre es Darko Mika —comenzó—. Pese a mi ausencia mediática, la mayoría debería conocerme. Hoy estoy aquí para dar un par de noticias de suma importancia. Mi padre, el Rey, ha muerto. Y como su sucesor directo, en unos días heredaré el trono. 

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