Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

42

Con los ojos muy abiertos, observó al muchacho casi desnudo frente a ella, que se llevó instintivamente la mano a la toalla. Alisa no cabía en sí de pasmo.

¿Su Alteza? 

La habitación comenzó a teñirse de una extraña calor. Pudo sentir cómo las paredes irradiaban una energía asfixiante, o quizá fuese que el miedo le estuviese trastocando los sentidos. 

En los ojos de D pudo ver que, pese al tiempo que había pasado, la había reconocido al instante, al igual que ella a él. Pero en el momento en que aquellas palabras de fuera del dormitorio habían llegado a sus oídos, su expresión había pasado de la sorpresa a la indignación. Alisa no tuvo tiempo de pararse a admirar su definido físico. Su mano se movió sola hacia su cintura, en busca de la pequeña navaja para defenderse, pero cuando sus dedos rozaron el borde de su ropa, se descubrió tocando piel y nada más. Su riñonera había desaparecido. 

Empezó a entrar en pánico. De golpe, los recuerdos golpearon su memoria con estruendosa fuerza. Pudo visualizar a la perfección el momento en que se encaramó en la pared y Trueno la ayudó a subir. En concreto, el instante en que este le bajó caballerosamente la ropa. Será... Pero la pregunta era: ¿para qué había hecho eso?

En aquel instante daba igual. Alisa no tenía con qué defenderse, y en el momento en el que fue consciente de ello pudo ver que D ser abalanzaba sobre ella, dispuesto a inmovilizarla.

Forcejearon. D saltó hacia ella cuando se le escurrió su ropa de los dedos. Alisa usó todas sus fuerzas para escapar de aquella esquina e intentar lanzarse por encima de la cama, pero el chico fue más rápido. Con la velocidad y los reflejos de un guepardo, D cambió la dirección de su cuerpo y logró asirla de los pies cuando la muchacha dio un pequeño salto, dispuesta a volar por encima del colchón. En su lugar, cayó de bruces sobre el suelo y estuvo a punto de golpearse la cabeza contra la adusta estructura de la cama. 

Consiguió, al menos, arrancar las piernas de las garras del muchacho, que llevaba el pelo negro húmedo pegado a la cara. La voz lejana que había alertado al chico volvió a sonar, esta vez mucho más cerca, como si estuviese a punto de abrir la puerta. Alisa intentó retorcerse en su sitio, pero el peso de D le cayó sobre el cuerpo. Con la rodilla en su estómago, no pudo hacer mucho más que gemir por pura desesperación. Aun así, no se rindió, siguió meneándose de un lado a otro, intentando encontrar la manera de desequilibrarlo.

—¡Guardias! —gritó este con aquella voz aterciopelada que la muchacha recordaba. 

A Alisa le sabía agria la boca, más aún después de ser consciente de la situación, y de lo mucho que habían cambiado las tornas. El escenario en el que se encontraban no era nada parecido al de la última vez. Ahora el chico, con el ceño fruncido y expresión muy seria, la sujetaba para evitar por todos los medios que escapase. Estaba claro, era una intrusa en el Palacio Real, alguien que podía atentar contra la vida de la familia más importante de todo Veltimonde. No iba a dejarla irse de rositas. Mucho menos después de colarse en su cuarto.

Parecía que su noche juntos en el Barrio de Jade no le otorgaba ningún tipo de indulgencia. 

Alisa intentó buscar alguna forma para conseguir quitárselo de encima. Estaba claro que le ganaba en fuerza, y no estaba en una posición demasiado favorecedora. Si no podía ganarle por la fuerza, podía intentar distraerlo. 

Sus ojos viajaron por la habitación, muy abiertos, locos por encontrar algo para usar. Despojada de todo, solo le quedaba valerse de su ingenio y de las ideas que una mente desesperada pudiese concebir en aquellas circunstancias. Fue entonces cuando su vista bajó a la toalla, amarrada alrededor de su cintura.

No podía comprender como seguía aún allí, totalmente intacta, tras todo el ajetreo de los últimos minutos. Ni siquiera se lo pensó. No imaginó una mejor forma de distraerlo que arrancarle la toalla. Así la soltaría para poder taparse.

Sus manos se dirigieron hacia la tela blanca con desasosiego, en un movimiento que cualquier humano corriente no habría sabido leer. Mas los increíbles reflejos del pelinegro reaccionaron al instante, como si hubiese podido captar sus intenciones al vuelo, y su plan se vio frustrado cuando la agarró de las muñecas y la forzó a mantenerlas contra el ornamentado somier.

Quedaron cara a cara, a centímetros de distancia. La respiración ajetreada de ambos resonaba por la habitación. Alisa pudo ver cómo el pecho del chico subía y bajaba con fuerza, mostrándose claramente alterado. Cuando su vista volvió a sus ojos, pudo ver que la observaban con intensidad, como si sus emociones se hallasen revueltas. No pudo evitar echarle un vistazo al lunar tan característico que tenía bajo el ojo derecho. 

Cuando pensó que el muchacho podía estar replanteándose aflojar su agarre, empezó a notar que la piel de las muñecas le ardía. La sensación fue en aumento en cuestión de segundos, hasta que llegó el punto en que empezó a gritar. 

Los ojos rasgados de D parpadearon, debatiéndose sobre si aquello era una estratagema para que la soltara. La temperatura de la habitación continuó subiendo, y pronto Alisa se sintió tan sofocada que apenas podía respirar. El corazón iba a estallarle en el pecho y su propia voz empezó a difuminarse conforme empezó a perder la consciencia.

Lo último que recordaba era la sensación del aire correr cuando D le soltó por fin las muñecas, y la voz de un guardia al abrir la puerta.

—¿Su alteza?

Los jadeos del chico fueron lo último que sus oídos llegaron a captar antes de sumirse en la negrura.


*****


Le costó tanto abrir los ojos que pensó por unos segundos que quizá estaba muerta.

Cuando consiguió acumular la fuerza suficiente como para hacerlo, sintió que estaba a punto de desfallecer por segunda vez. Se encontraba en una celda, en algo similar a un calabozo. Solo estaban ella y los barrotes de hierro, nadie más. Su tobillo estaba encadenado a la pared de piedra y el silencio era tan afilado que dolía.

Sentía que le habían drenado la energía del cuerpo. Una latente punzada le cruzaba la sien y alzó la mano para masajearse la zona. En cuanto volvió a dejar caer las manos sobre los muslos, se percató de que unas marcas rojas le recubrían las muñecas. Eran quemaduras. No lo suficientemente graves como para tener que preocuparse, o eso esperaba. 

No sabía cómo diantres se las había hecho, pero aquello le confirmó que el dolor había sido real. Con una mueca, intentó incorporarse, pero los brazos le fallaron. Se preguntó si mientras estaba inconsciente le habían inyectado algún tipo de sedante. Estaba muy cansada. Al otro lado de los barrotes había un estrecho pasillo, y seguido de este, otra celda exactamente igual a la suya. 

Volvieron a pesarle los ojos. Tenían que haberle pinchado algo. Jamás se había sentido tan débil. Ni siquiera cuando había estado comiendo migajas de las basuras tras fugarse de casa. De pronto recordó la ausencia de su riñonera y por su mente pasó el rostro del excéntrico traficante. La había estado siguiendo, lo había confirmado justo antes de irse. Pero, ¿desde cuándo exactamente? ¿Desde que se separaron en Noblento? Le parecía ciertamente extraño e imposible, pero allí estaba. Encerrada en una celda. Y el no parecía estar por ninguna parte.

Al pensar en la riñonera, meditó si desde el principio había planeado robarle. A fin de cuentas, le había regalado la carta anterior. Puede que hubiese pensado que la llevaría con ella, al igual que el resto de cartas, y hubiese estado esperando la ocasión perfecta para robárselas y usarla como distracción para conseguir otra más. Así mataría dos pájaros de un tiro.

Se le escapó una carcajada sarcástica. Suerte que las había dejado en casa. Aquel zorro astuto debía haber estado jugando con ella. Estaba muy claro. Intentó volver a recordar al detalle el momento en que le había robado la riñonera, pero no logró concentrarse.

Al volver a mirarse las manos, se dio cuenta de que no podía pensar con claridad. El sueño la llamaba con una dulce melodía. No opuso resistencia, no tenía las fuerzas para hacerlo. Mirándose las muñecas, cerró los ojos y cayó en un profundo sueño.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro