41
Alisa se detuvo en cuanto estuvo cara a cara con el enorme muro que separaba los jardines y el palacio del resto de la capital. Se planteó escalarlo, pero estaba claro que era una mala idea. No había agarres seguros y sus brazos eran finos y endebles, por lo que no podría ni escalar medio muro. Y si lo hiciese, estaría haciéndolo a plena vista, en medio de una calle repleta de peatones.
El río estaba a unos pocos metros. La gente disfrutaba cerca de allí de las luces y de cenas lujosas a la luz de la luna. Los ciudadanos paseaban con calma a su lado, llenando de vida el corazón de la capital. Alisa caminó con pasos tranquilos, bordeando el muro bajo una hilera de árboles, sin despegar la vista del enorme monstruo que le impedía continuar con su misión.
¿Cómo diantres iba alguien a conseguir aquella carta? Si no se podía ni entrar al recinto, no había por dónde empezar. Las posibilidades eran mínimas. Los que consiguiesen acceder serían unos únicos afortunados, y estarían en peligro en todo momento, a un segundo de ser descubiertos.
Alisa apoyó la mano sobre uno de los árboles. Se había detenido muy cerca de la gran entrada: una puerta enorme custodiada por cuatro guardias. Examinó al detalle todo lo que sus ojos pudieron captar. Era imposible que aquellos hombres le abriesen el portón, y no se le ocurría ninguna excusa convincente para que aquello sucediese. Los guardias iban armados, por lo que no existía ni la mínima posibilidad de enfrentarse a ellos. Y, de nuevo, debía tener en cuenta al público.
—Deberías quedarte donde estás, niña.
Alisa pegó un bote en su sitio en cuanto aquellas palabras resonaron muy cerca de su oreja. Se volvió, sobresaltada, y sus ojos se abrieron asustados en cuanto identificó a la figura que se había escondido tras ella.
—¿Otra vez tú?
Con su curioso bigote, el desconocido de la fiesta le sonrió. Iba en ropas de calle, pero su estilo era igual de desaliñado que el que había llevado en la fiesta, a pesar de que aquella sí debía ser su ropa. Tenía ese toque de desorden sobre él, en la forma en que llevaba puestas las prendas, o las arrugas que estas presentaban. El día que se habían conocido llevaba una máscara que no era suya, pero le había reconocido con facilidad. Su bigote y su voz eran algo que se había colado en las inquietudes de Alisa por varios días.
La muchacha se echó la mano al bolsillo, en busca de la pequeña poción para defenderse, pero entonces recordó que ya no estaba ahí, que la había cambiado de lugar. De cualquier forma, no debía usarla aún. Necesitaba guardarla para un caso de urgencia extrema. Por supuesto, aquella visita sorpresa tenía una importancia alarmante, pero aún no había evaluado si lo suficiente como para gastar su último recurso.
Entonces, se vio tentada a usar la voz. Abrió la boca para gritar. Corría el riesgo de exponerse, pero recordó que él también era un criminal. No le gustaría que los guardias de la puerta fuesen hacia allí porque ella gritara. El desconocido pareció leer sus intenciones. Con reflejos de lince, levantó la mano y se la puso en la boca para callarla. Con la otra, le agarró el hombro con fuerza para mantenerla en su sitio.
—Vaya, no esperaba este recibimiento —se quejó él, haciendo una mueca dramática—. Un beso provocado por una oleada de alegría hubiese estado mucho mejor.
Alisa sacudió el cuerpo y consiguió liberarse del agarre del hombre. Este, poco a poco retiró la mano de su boca para dejarla hablar, aunque dejó en claro que no tenía problema alguno en volver a inmovilizarla si era necesario.
—¿Me estabas siguiendo? —interrogó Alisa.
—No pensabas entrar de verdad por la puerta principal, ¿no? —contestó él, ignorando abiertamente su acusación.
Lo cierto era que había aparecido de la nada. Y aquel día en la casa de la playa... No parecía casualidad que se hubiesen encontrado justo allí.
Alisa escrutó con el ceño fruncido su rostro. Le sonreía, travieso, como si le divirtiese jugar con su ignorancia. Ahora que no llevaba la máscara, podía ver al detalle su cara. Su piel era lisa, un poco morena por el sol, y sus ojos color miel rebosaban vida y energía. Se había afeitado la perilla, pero su bigote seguía intacto. Era ciertamente atractivo. Su rostro era uno de esos que tenía algo que te invitaba a seguir mirando, y ahora que podía verlo bien, le echaba menos años. Ya no le parecía que se asemejase al señor Clover en edad, le echaba unos veintiocho como mucho. Un poco más mayor que Harkan. El bigote engañaba, por supuesto.
El desconocido hizo un sonidito desaprobatorio al ver que Alisa no negaba lo que le había dicho.
—Tienes muchas cosas que aprender, querida.
Alisa lo observó con los ojos entrecerrados. No sabía quién diablos era, ni qué rol tenía en todo aquel embrollo. Y mucho menos por qué la había seguido y sus verdaderas intenciones. No parecía querer matarla, al menos no por ahora, pero tampoco comprendía qué quería de ella como para entablar conversaciones cuando podía simplemente ignorarla.
—Parece que necesitas que te echen una mano —declaró él.
Alisa emitió algo similar a una risa sarcástica.
—¿Por qué querrías ayudarme?
El desconocido se mostró exageradamente ofendido. Como si acabase de insultarlo.
—¿Está mal ser una buena persona? Creía que todos debíamos ser altruistas y esas cosas.
Alisa se cruzó de brazos.
—Si estás aquí es porque también quieres esa carta. No soy tan tonta como para no saber que tan solo uno de los dos la conseguirá.
—¿No te permití quedarte con la carta la otra vez? —recordó él mientras alzaba una ceja marrón.
Sí, pensó Alisa. Y eso mismo es lo que no entiendo. En lugar de verbalizar aquello, se quedó en silencio, dedicándole su mejor mirada de incredulidad.
—Por ahora parece que tenemos el mismo objetivo —expresó el joven, pasándose una mano por el frondoso cabello castaño. Sus mechones lisos estaban tan desordenados como su estilismo—, sería un desperdicio que no aceptases mi humilde ayuda.
—¿Por qué querrías ayudarme? —repitió la muchacha.
El desconocido acercó entonces la cabeza a la de ella y le habló en tono confidente, para que el resto de transeúntes no lo escuchasen. Desde lejos, podrían haber parecido una pareja flirteando y haciéndose carantoñas. Alisa tuvo la sensación de que lo hizo a propósito, para mantener cierta fachada ante el resto del mundo. Tampoco descartó que eso mismo le divirtiera.
—La vida del criminal es muy triste. Tú precisamente deberías comprenderme —murmuró con una sonrisa de medio lado—. ¿Tan imposible es que quiera tener algún amigo?
Alisa puso las manos sobre su pecho y lo empujó con fuerza para alejarlo y quitárselo de encima. Él se tambaleó en su sitio, pero al momento se metió las manos en los bolsillos, con una mueca entretenida en el rostro. Alisa se planteó seriamente que no había nada que pudiese tomarse en serio de ese hombre.
—No esperarás que me crea eso.
—Tú misma, niña —exclamó. Comenzó a girarse hacia el lado contrario al de la puerta. Se encogió de hombros dentro de su gordo abrigo polar de cuadros—. Yo iré a entrar de verdad mientras tú sigues aquí comiéndote la cabeza en algo que es un callejón sin salida. Ya nos veremos, supongo.
Aún con las manos en los bolsillos, le dio la espalda y comenzó a caminar, alejándose de ella con pasos desenfadados.
Alisa, de pronto, se puso aún más nerviosa. Aquel dichoso desconocido era un descarado y un misterio, pero tenía razón en algo: si se quedaba allí, no encontraría opción alguna de entrar en el recinto. Era cierto que, en cierta forma, estaban compitiendo el uno contra el otro por la misma carta, pero podía ser su única opción de acceder al Palacio Real, si es que de verdad encontraba algún modo de hacerlo.
Se debatió entre quedarse allí o seguirlo. Podía fingir que de verdad confiaba en él hasta que ya no le hiciese falta para nada más. A fin de cuentas, si de verdad entraban juntos, habría un punto en el que tendrían que separarse. Sin embargo, la seguía inquietando el hecho de desconocer sus verdaderas intenciones. No se tragaba aquel cuento de la amistad, pero era cierto que antes le había cedido una carta cuando se suponía que él también había venido a buscarla. Su actitud era la mayor incógnita que Alisa había podido encontrar en mucho tiempo.
No tardó en echar a correr.
—¡Espera! —gritó. En apenas unos segundos logró ponerse a su altura.
En cuanto el desconocido la miró, pudo ver en su rostro su gesto complacido, como si hubiese sido obvio para él que cambiaría de opinión.
—No me fio de ti, pero está bien. Ayudémonos por ahora.
—Sabía que eras una chica lista —asintió él con los ojos cerrados—. Permíteme guiarte. Por aquí, mi lady.
Alisa hizo una mueca ante el apodo que le puso en la fiesta.
Caminaron junto al muro, como muchos otros ciudadanos. El desconocido la pilló desprevenida cuando sacó una mano del bolsillo de su abrigo para enlazar su brazo con el de ella. Alisa de inmediato tiró para soltarse, pero él era más fuerte y no se lo permitió. Inclinó la cabeza hacia ella para hablarle de nuevo, con tono muy bajo, junto a la oreja.
—¿No crees que pasaremos más desapercibidos si caminamos así? Nadie sospechará de un par de tortolitos que pasean por la zona.
—No es necesario. Podemos caminar normal.
—Te aseguro que será mejor ir así si de verdad quieres pasar desapercibida. Será más cómodo si no queremos resultar una amenaza para los trabajadores —El joven la observó entre sus pestañas, lanzándole una mirada inquisitiva—. Te puedes imaginar lo que ocurrirá si nos pillan.
Alisa tragó saliva con fuerza. Decidió no poner más pegas, para evitar daños mayores.
Simularon que paseaban mientras el desconocido la llevaba bordeando el muro. No tenía claro hasta dónde pretendía ir, pero el joven caminaba tranquilo, sin preocupaciones. Con ambas manos en los bolsillos, el desconocido suspiró y Alisa pudo ver el vaho contra las luces nocturnas.
Se sentía inquieta junto a él, aunque en cierto modo no le tenía tanto miedo como había esperado al pensar sobre si se volverían a encontrar algún día. Sin embargo, seguía descolocándola la idea de que de verdad la hubiese estado siguiendo.
—Eres raro. ¿Qué sacas tú de esto? —comentó ella.
—¿No te lo he dicho ya?
—Ya, claro. Pongamos que te creo. Sigo sin entenderlo.
De nuevo, volvió a suspirar. Esta vez más profundo.
—Es obvio que no te fías de mí.
—¿Cómo iba a fiarme de ti si ni siquiera te conozco? —cuestionó Alisa. Era algo lógico y obvio. ¿Quién en su sano juicio se fiaría ciegamente de un tipo como él?— Además, eres un criminal. No sé qué demonios habrás hecho, pero yo no soy como tú.
El desconocido profirió una risa sorda.
—¿Ah, no? ¿Y cómo eres?
Alisa dudó al contestar. De hecho, tardó un momento en hacerlo. ¿Era ella mejor que él? Era cierto que el motivo por el que había entrado en aquellos juegos era incomprensible y estúpido, pero sí había matado a alguien, y más tarde gente había muerto por ella, por su culpa. El hombre del sótano, el de la cueva...
Prefirió quedarse con la premisa inicial para decirse a sí misma que seguía siendo inocente, que no había hecho nada malo. Esos habían sido lo efectos secundarios de un destino ridículo como el suyo.
—Yo no entré en esto por matar a nadie. Ni siquiera hice algo malo.
El desconocido alzó las cejas. Parpadeó con sus grandes y luminosos ojos avellana.
—¿Y qué te hace pensar que yo sí? ¿es que tengo cara de asesino?
La muchacha guardó silencio. Él estiró los labios en una sonrisa. Por primera vez, esta no fue de diversión. Su tono, usualmente melodioso, sonó algo amargo.
—Vaya, no sé si ofenderme de verdad.
Alisa saltó rápido a contestar. Estaba empezando a ponerse nerviosa de nuevo, aunque no supo si fue por la posibilidad de provocar la ira de aquel hombre, o porque se sintiese un poco mal por juzgarlo tan rápido. Aunque no cabía duda. Era un criminal. No merecía su compasión.
—Puede que hayas hecho cosas mucho peores.
El desconocido volvió la vista hacia el cielo sin dejar de caminar. A lo lejos, Alisa pudo ver lo que parecía una encrucijada. El muro dejaba el camino recto para torcerse hacia la calle de la derecha.
—¿Esas vibras transmito? —le preguntó él, con un deje sarcástico en la voz.
—No lo sé, no te conozco —contestó—. A parte de arrogante, tienes pinta de acosador. Ya sabes, por eso de seguirme.
Las palabras de Alisa fueron sinceras, aunque pronto se arrepintió de pronunciarlas. Parecía estar tomándose muchas confianzas al hablar con alguien que podía hacerle daño si quería. El joven pegó un ligero tiró de sus brazos entrelazados, haciéndola tropezar y así aprovechar la pérdida de equilibrio para acercarse.
—Eres muy graciosa, querida —el chico la miró a los ojos mientras le mostraba una sonrisa irónica de labios tensos—. Estoy replanteándome ahora mismo nuestra amistad. Si tanto te disgusto puedes quedarte aquí mismo.
Era obvio que bromeaba, pero parecía estar recordándole que él no la estaba obligando a nada. Que estaba allí por su propia voluntad.
El silencio se sumió entre ellos. Alisa empezó a regañarse a sí misma por no hacer las cosas bien, por ser una bocazas. No saber sus verdaderas intenciones no implicaba tener que cabrearlo. Debía recordar que estaba sola, y que no iba a aparecer ningún Harkan por allí para salvarla. De cualquier forma, el desconocido no parecía un sujeto tan retorcido como había imaginado, y lo mejor era tenerlo de su lado mientras se colaban en el palacio.
Fue él quien rompió el silencio. Parecía haber estado pensando en algo.
—Dices que no me conoces, ¿no? —empezó. Después, volvió el rostro hacia Alisa, con una renovada sonrisa radiante iluminándole el rostro— Está bien. Conozcámonos.
La muchacha ladeó la cabeza, confundida.
—¿Qué quieres dec...?
—Me llamo Trueno Costello.
Alisa repitió el nombre en su cabeza. Trueno Costello. Jamás lo había oído, pero en cierta forma le pegaba. Era melodioso, igual que su voz. Trueno la observó, expectante, y entonces se dio cuenta de que esperaba que también le dijese su nombre. Estaba claro que no lo sabía. Recordar caras, más habiéndola visto en un cartel junto a la suya, era una cosa, pero los nombres eran algo más complicado. Más aún pasados unos meses. Quizá ni siquiera había leído su nombre y tan solo la había reconocido en la fiesta por pura casualidad. El cerebro funciona así.
—Alisa.
Trueno Costello asintió, satisfecho, pero volvió a examinarla, como si esperase que le dijese algo más.
—¿No te dice nada mi nombre? —preguntó.
—¿Tendría que decirme algo?
Él se aclaró la garganta.
—Digamos que tengo cierta... fama en según qué sectores —explicó vagamente—. Está bien, será mejor así.
Alisa aprovechó que el hombre tenía ganas de hablar para intentar obtener más información.
—¿Por qué estás aquí?
—¿Aquí contigo o aquí haciendo esto?
—Haciendo las pruebas.
Trueno se irguió en su sitio tras hacer rodar los hombros. Parecía algo reacio a contarlo, pero comprendió pronto que, si pretendía ganarse algo de su confianza, debía dar algo de peso a cambio.
—Encontraron mi escondite después de mucho tiempo, pero en ese momento yo no estaba —le contó.
—¿Y por qué te buscan?
Justo en aquel momento torcieron la esquina. Alisa pudo ver que el muro seguía ese mismo camino, empezando a describir la esquina de un enorme cuadrado que representaba toda la planta del palacio real, en toda su amplitud. En aquella nueva calle seguía habiendo transeúntes, pero muchos menos. Acababan de dejar una de las arterias de Kheles atrás para adentrarse en una red de calles un poco más estrechas.
Sin embargo, pese a la reducción de ciudadanos a la vista, Trueno se detuvo junto a la pared del muro y pareció cambiar de estrategia. Hizo chocar la espalda de Alisa contra esta y se posicionó justo al frente, tapándola con su cuerpo. De nuevo, desde fuera la escena parecería diferente, pero para él era la opción ideal para responder a su pregunta.
Con la mano apoyada junto a la cabeza de Alisa y la otra casi rozado la ropa de ella, Trueno se dejó caer hacia delante para hablar en voz baja.
—Soy traficante —dijo, mirándola a los ojos. La turbación se pudo ver en el rostro de Alisa, cuyas comisuras empezaron a decaer. Rápido, el joven siguió hablando—. Pero no de drogas, sino... de seres humanos.
Los ojos de Alisa se abrieron como platos, y entonces sintió el terror correr por sus venas. En un segundo, su cabeza hizo una serie de cavilaciones que le pusieron la piel de gallina. Empezó a pensar en su extraño comportamiento con ella, en cómo había hecho que lo siguiera hasta allí. En cuestión de segundos se puso tensa y un sudor frío le bajó por la columna.
—¿Cómo? —exclamó casi sin aliento— ¿Estás metido en la trata de personas?
Trueno Costello debió darse cuenta de su error tan rápido como las facciones de Alisa cambiaron de la comodidad al terror. Se apresuró a explicarse con voz tranquila, sin alterarse.
—No es eso. Podríamos decir que esa es la excusa que usaron para querer detenerme —precisó. El corazón de la muchacha, que se había acelerado de golpe, escuchó las palabras expectante y poco a poco fue reduciendo su ritmo—. Para que lo entiendas mejor... ayudo a las personas que quieren cruzar la frontera y no pueden por motivos legales.
Alisa frunció el ceño.
—¿Legales?
Trueno se echó un poco hacia atrás, dejando más espacio entre ambos, aunque siguió utilizando el mismo volumen. El abrigo de cuadros abierto dejaba al descubierto un jersey de algodón ancho y fino.
—Ya sabes —dijo—, esclavos, fugitivos, gente que quiere huir y no puede porque está encadenada a su país... Cosas así.
La expresión de la chica debió mostrar a la perfección su estupefacción y desconcierto, porque se forzó a sí mismo a explicarse un poco mejor.
—Supongo que no has intentado salir de aquí —concluyó él—, pero la frontera con Vaystin está bastante controlada en según qué puntos y todo lleva demasiado tenso desde hace un tiempo. No es fácil marcharse en una situación así. Ahí es donde entro yo.
El joven dio unos pasas hacia atrás, alejándose por fin de la muchacha, y se pasó los dedos por el bigote. Alisa asintió con lentitud.
—Comprendo —musitó.
Si aquello era cierto y no se había inventado una sarta de mentiras para engatusarla, no debía ser una mala persona. Si de verdad hacía esas cosas, probablemente fuese la última esperanza de muchos en su momento más deplorable.
Poco a poco, la percepción que la muchacha tenía de él se iba disolviendo. Seguía siendo un misterio con patas, pero parecía que de momento no debía temer por su vida. No por culpa suya, al menos.
—Búscame si algún día te entran ganas de escapar —le dijo Costello guiñándole un ojo—. Iré contigo al fin del mundo si me lo pides. Aunque... bueno. Ahora mismo no creo estar en condiciones para ayudarte. Supongo que entiendes por qué, niña.
El joven le tendió el brazo para que Alisa volviese a asirse de él. Esta vez no opuso resistencia, y en cuanto sus yemas se aferraron a su brazo, Trueno se guardó la mano en las profundidades del bolsillo de su abrigo.
—No soy una niña —volvió a recordarle Alisa, como ya había hecho en la fiesta, justo el día que se conocieron.
Trueno le dirigió una mirada de soslayo, claramente interesado.
—¿Cuántos años tienes?
—Dieciocho.
Una sonrisa pícara se urdió con ganas en su rostro. Alisa pudo ver a la perfección cómo achicaba los ojos al mirarla.
—Entonces lo del beso de bienvenida no era tan mala idea.
De inmediato la chica se soltó de su brazo. El joven se apresuró a acercarse a ella de nuevo y a aferrarla contra sí, echándole el brazo sobre los hombros para pegarla a su cuerpo. Alisa intentó separarse, pero solo provocó que Trueno pusiese más ahínco en mantenerla cerca. El susodicho lanzó una carcajada al aire, mostrándole su brillante dentadura blanca a los transeúntes que pasaban cerca para neutralizar la mueca en la cara de Alisa.
—Espera, era broma —habló entre dientes, sin dejar de sonreír—. Aunque tengo que admitir que no suelo encontrarme con criminales con una cara tan bonita como la tuya, mi lady. Así no me importaría echarme a la mala vida.
Alisa siguió caminando, sintiendo el peso de su acompañante sobre su cuerpo. A lo lejos pudo ver otra entrada al recinto real: un portón mucho más ancho abierto de par en par. Cerca, alrededor de diez furgonetas cargaban y descargaban enormes cajas y paquetes. ¿Era allí hacia donde se dirigían? ¿Su estrategia era entras por ahí, sin más? Si el chico había pensado que aquel lugar no estaría vigilado, ya podía ir olvidándose de aquella idea.
Alisa percibió que Trueno se mantenía callado y alzó la vista para observarlo por el rabillo del ojo. Parecía calmado, pero su actitud se mostraba más seria ahora que estaban cada vez más próximos a su objetivo. Sin sonreír parecía otro. Sus facciones se endurecían lo suficiente como para indicarle que aquello no era una broma. Su pecho subía y baja contra su hombro con impasibilidad, pero por la forma en la que parecía querer mantener la calma, Alisa podía percibir que, pese a su fachada inicial, se lo tomaba muy enserio.
Alisa no pudo evitar preguntar.
—¿Y tú?
Por primera vez, pareció confundido.
—¿Yo qué?
—¿Cuántos años tienes?
Trueno Costello juntó las cejas, sin comprender la relevancia de aquel dato. Sin embargo, no había nada que lo detuviese de decir la verdad, por lo que contestó con sinceridad.
—Veinticinco.
A Alisa no se le cayó la mandíbula de milagro, pero estuvo a punto.
—Imposible.
Esta vez, fue Trueno quien se detuvo, alejándose de Alisa para contemplarla cara a cara.
—Me siento atacado. ¿Debería ofenderme de verdad esta vez?
Alisa le escrutó el rostro de nuevo. Por supuesto, destilaba juventud por todos los poros, pero su complexión esbelta y semblante intrépido la habían hecho sentir que cargaba mucha experiencia dentro de su ser. Su piel tocada por el sol y su mandíbula filosa le hacían ver un poco imponente. Diablos, pensó. Dichoso bigote engañoso.
—Pensaba que tenías como mínimo unos veintiocho, aunque la primera vez que te vi te eché unos treinta —le confesó.
Los ojos de Costello se abrieron de par en par. La observó parpadeando varias veces, como si no se creyese lo que acababa de oír. Una carcajada sarcástica escapó de sus fauces. Le dedicó una mirada incrédula y se cruzó de brazos. Los pocos residentes que pasaban por allí se sobresaltaron con el sonido estridente de su risa.
—Ahora sí que me estoy replanteando nuestra amistad, querida.
—No te enfades, no es nada malo —se apresuró a decir Alisa—. Quizá fuese por ese bigote que llevas. No es algo que haya visto mucho, aparte de en hombres de cuarenta años o más.
Cada palabra que decía parecía empeorarlo todo aún más. Apretó los labios en una fina línea para evitar seguir hablando. Trueno se pasó una mano por el pelo castaño.
—Mi bigote es mi sello personal —explicó en un intento de defenderse, pero pronto suspiró—. Da igual, dejemos el tema. Prefiero pensar que es porque te atrae más la belleza madura y yo soy un ser polifacético.
El chico echó a andar delante de ella antes de que esta pudiese decirle algo más. Alisa resopló, abatida por la personalidad única de aquel hombre. Definitivamente, no habría pensado que era más joven que Harkan, aunque teniendo en cuenta su actitud...
Volvió a correr tras él para colgarse de su brazo.
La entrada estaba a menos de cien metros. Tras ellos pasó una furgoneta que los hizo apartarse a un lado. La vieron seguir conduciendo hasta detenerse en el único hueco disponible junto al resto de camiones y furgones, junto a un edificio que parecía vacío. Trueno le dirigió una mirada significativa y volvió a acercar su boca respetuosamente a su oído.
—Vayamos hacia allí. Yo me encargaré de todo. Tú solo mantente en silencio y no llames la atención. Actúa con naturalidad.
Alisa asintió, no muy segura de lo que pretendía hacer el chico.
Las puertas traseras de la furgoneta ya estaban abiertas cuando llegaron a su altura. No parecía haber nadie más cerca, los demás estaban ocupados llevando mercancía al patio, en el interior del muro. Trueno Costello caminó con naturalidad y se situó junto a las puertas desplegadas del amplio maletero de la furgoneta. Un hombre estaba dentro, moviendo unas cajas grises que debían llevar comida para las cocinas reales. Cuando se volvió hacia ellos, la interrogación latió en su rostro con aspereza.
Su acompañante le mostró una sonrisa de labios estirados al hombre.
—Usted y yo tenemos que hablar un momento, permítame comentarle un par de cosas.
El trabajador lo miró con confusión, pero ni siquiera Alisa tuvo tiempo de reaccionar, porque su compañero de misión se subió en la furgoneta y avanzó en el interior, cerrando las puertas tras de sí. Alisa no tardó en escuchar barullo dentro, aunque este quedó algo acallado al haber cerrado la parte trasera del vehículo.
Empezaron a sudarle las manos. Instintivamente se palpó el cuerpo hasta tocar la pequeña riñonera que llevaba bajo la sudadera, sujeta a las caderas. Había cogido la pequeña navaja que guardaba Harkan entre sus pertenencias. Aquella con la que había abierto el vientre del niño en el apartamento abandonado. Necesitaba sentirse segura llevando algo con lo que sabía que al menos tendría alguna posibilidad de defenderse. Al fin y al cabo, la poción era un somnífero. No sabía bien cómo debería usarla. También había cogido un poco de su dinero, por si ocurría cualquier cosa y tenía que apañárselas de alguna forma.
Estuvo tentada a abrir la cremallera y sacar la pequeña arma, pero no sentía que fuese una buena idea el hecho de que su nuevo compañero se enterase de que portaba algo como aquello y que pretendía usarlo. Aun así, se mantuvo con la mano bajo el borde de la sudadera, rozando la tela de la riñonera.
Justo en aquel momento, la puerta de la furgoneta volvió a abrirse y se encontró con la cara satisfecha de Trueno Costello. En la mano tenía un chaleco con el nombre que había pintado en el vehículo, probablemente el logo de la compañía, y el trabajador estaba tirado en el suelo, sobre una pila de cajas reventadas. No se movía.
Trueno percibió el horror en su mirada.
—No te preocupes, solo está echándose una pequeña siesta. Espero que no despierte pronto o estaremos en problemas —le hizo un gesto con la mano para que se apresurase—. Ven aquí, anda.
Alisa dudó unos segundos, pero acabó entrando en la furgoneta. El chico deslizó el chaleco que tenía entre las manos por la cabeza de Alisa. Mientras esta acababa de colocarse la prenda, él le quitó al hombre el que llevaba puesto, dejándolo tan solo con su ropa de trabajo, y se lo puso también.
Salieron de la furgoneta como si fuesen de la empresa. Trueno le hizo cargar con una caja y él hizo lo mismo con una un poco más grande. El chico cerró la puerta del vehículo para evitar que nadie pudiese ver al conductor desmayado en su interior. Tras eso, tomó la delantera, dirigiendo a Alisa hacia el portón.
El corazón empezó a martillearle con fuerza en el pecho. Conforme se acercaron más y más a la entrada, Alisa procuró mantener la calma y mostrarse natural. Algunos trabajadores de otras empresas se unieron a ella, caminando también hacia la entrada trasera del muro. Otros salían ya, de camino a sus vehículos para marcharse hacia su siguiente parada.
Alisa mantuvo la respiración en cuanto pasaron junto a los guardias. No se detuvo, se limitó a seguir los pasos del muchacho, que caminaba formal y con ritmo, como si no estuviese haciendo otra cosa más que su trabajo. Alisa pudo notar la mirada de los guardias sobre ambos. Sus ojos bajaron a su ropa y se detuvieron allí unos instantes, hasta que se desviaron hacia una pequeña libreta que tenía uno de los soldados y este marcó algo en ella. Después de eso, pudieron seguir avanzando con tranquilidad.
La muchacha apenas se lo creía. Había logrado entrar con éxito y estaba pisando los jardines reales. La euforia era enorme, aunque la oscuridad de la noche no le permitió gozar de las vistas. Se limitó a ponerse a la altura del chico y mantener la vista al frente.
—¿Cómo sabías que estarían descargando justo ahora? —le preguntó en un susurro cuando se cercioró de que nadie más podía oírla. Trueno le contestó de la misma forma, en una respuesta que apenas sonó como la ida y venida del viento.
—No es un secreto que el Palacio recibe suministros cada dos días. Cualquiera que pase a menudo por aquí podría saberlo. Les gusta traer cargamento fresco. Es de la familia real de quien estamos hablando.
Avanzaron por el lateral del enorme patio hasta acceder al almacén de las cocinas. Allí dejaron las cajas, junto a otras muchas que no dejaban de llegar. Alisa volvió a hablarle en voz baja, notoriamente nerviosa.
—¿Y ahora qué?
El muchacho deslizó la mirada por la habitación y la detuvo sobre la puerta que daba directamente a las cocinas. Se volvió hacia ella con un brillo curioso en los ojos. Alisa temió estar a punto de escuchar una muy mala idea.
—Espero que tengas buenos dotes de actuación. Si no, te aconsejo que vayas preparándote.
—¿Para qué exactamente?
Su respuesta fue un tirón del brazo que recibió en cuanto se quedaron solos en el almacén. Alisa no pudo reaccionar cuando Trueno le paso un brazo bajo las axilas y la cargó contra él como si fuese coja y estuviese a punto de desplomarse. En cuestión de segundos, habían aparecido en la cocina y por lo menos cinco mujeres y un par de aprendices los observaban con muchas preguntas en el rostro.
—Disculpen —habló el chico con amabilidad—, ¿hay algún baño por aquí? Mi compañera no se encuentra demasiado bien.
Alisa comprendió al instante la situación e hizo su mejor cara de enferma. Esperaba ser convincente. De lo contrario, no sabía cómo iban a salir de esa.
La cocinera más cercana miró al resto de los presentes junto a los fogones y después se volvió de nuevo hacia ellos, alzando un dedo para señalar una puerta al fondo que daba a unas escaleras.
—En la segunda planta están los servicios del personal.
Trueno asintió con fervor.
—Muchas gracias.
Con una velocidad jamás vista, ayudó a la casi "desfallecida" Alisa a cruzar la cocina. Cuando estaban a punto de llegar a la puerta que les había sido indicada, uno de los aprendices se ofreció a echarles una mano.
—¿Necesitan ayuda? Son unas cuantas escaleras. ¿Quiere que llame a un médico?
—¡No! —exclamó él demasiado fuerte. Al instante intentó arreglar su reacción desmesurada. Alisa tuvo ganas de arrearle un puñetazo en cuanto escuchó las palabras que salieron por su boca— Lo cierto es que la pobre está un poco mareada y tiene un dolor de barriga horrible. Lleva más de tres días sin defecar y le ha venido el apretón de sobremanera. Pero no tenemos tiempo que perder. La vida de los camioneros es muy dura, ya sabe.
Las mejillas de Alisa se tiñeron de rojo a la velocidad del rayo, pero no pudo dejar de interpretar su papel, por lo que mantuvo la cabeza gacha. Iba a matarlo.
El aprendiz asintió con comprensión y su compañero intentó aguantar la risa. Para cuando Alisa y el descarado Trueno llegaron a las escaleras y empezaron a subirlas, los cocineros ya habían vuelto a sus asuntos. El chico no se libró de su merecido puñetazo una vez que llegaron a la segunda planta.
Trueno observó el patio interior al que habían llegado mientras se frotaba el brazo adolorido. El sol se reflejaría de día en el pequeño rectángulo frente a ellos, pero por el momento las sombras de la noche imperaban en el lugar. Se dieron cuenta de que aún no estaban verdaderamente en el interior del palacio. La zona de las cocinas y los sirvientes parecía estar separada de la de la familia real. Desde allí, podía ver que la pared se alzaba más de dos metros sobre sus cabezas, y allí arriba había una barandilla, probablemente una que daba a un balcón.
Ambos se miraron con inesperada complicidad, parecieron pensar lo mismo. Alisa se encaramó sobre un pequeño grifo que sobresalía de un saliente en la pared. Su compañero vigiló, mirando a ambos lados mientras ella acababa de alzarse, pero al ver que tenía dificultades para alcanzar el borde de la supuesta terraza, se acercó para echarle una mano.
Con cuidado bajó la sudadera de Alisa, que se había alzado de más al intentar saltar para agarrarse, y después la asió por las piernas y la ayudó a elevarse aún más arriba. La muchacha consiguió llegar al borde por fin y al asomar la cabeza entre los barrotes de la barandilla confirmó que no había nadie. Intentando mantener el equilibrio consiguió pasar por encima de la barandilla y aterrizar sana y salva sobre el suelo de la terraza. Costello se apresuró a escalar el muro. Subió sin necesidad de ayuda, como si fuese pan comido.
Una vez allí entraron por la ventana entreabierta, probablemente para ventilar, y se colaron en lo que parecía ser una especie de habitación de invitados.
Trueno abrió la puerta con suma delicadeza, intentando hacer el menor ruido posible, y se asomó para ver bien lo que había fuera. Alisa quiso acercarse también, pero antes de que pudiera ver nada el chico volvió a entornar la puerta.
—Alisa, querida, me temo que nuestros caminos se separan aquí.
—¿Ya?
No esperaba que la abandonase en el momento más impredecible de todos, pero suponía que así debían ser las cosas. A fin de cuentas, solo había una carta y ellos eran dos. Y ni siquiera se había parado a pensar si alguien más habría logrado entrar.
Trueno se acercó a la puerta. Con la mano en el pomo, le hizo una leve reverencia, como si aún siguiesen en la casa del duque y su ronda de baile acabase de terminar.
—Ha sido un placer cooperar contigo. Si sales viva de esta búscame. Te debo una.
Alisa frunció el ceño. ¿Que le debía una? En todo caso era ella la que le debía un favor. Había conseguido entrar al palacio gracias a su ayuda.
El chico se dispuso a marcharse, pero entonces se volvió de nuevo hacia ella cuando ya tenía un pie fuera.
—Por cierto —comentó—, tienes un hermano muy mono. Sería una lástima que no volviese a verte. Parecíais muy unidos.
Alisa abrió la boca, sorprendida e irritada, y se dispuso a despotricar en su nombre tras procesar aquellas palabras, pero cuando consiguió reaccionar y su garganta quiso emitir algún sonido, Trueno ya había cerrado la puerta.
Cabrón astuto. Sí que me ha estado siguiendo.
Alisa suspiró, contrariada. No era momento de enfadarse, pero aun así tenía los nervios a flor de pie. No quiso perder el tiempo y abrió también la puerta con cuidado. Al no ver movimiento alguno salió.
Estaba en medio de un ancho y largo pasillo de suelo de mármol y columnas tan altas como un árbol. No había rastro alguno del moreno. Tampoco se escuchaba nada, a parte de sus propias pisadas sordas sobre el brillante piso. El pasillo estaba repleto de puertas. Alisa avanzó con pies de plomo por si en algún momento aparecía alguien. Sentía el corazón bombeando sangre sin parar en cada una de sus venas, como si esta llegase incluso a sus terminaciones nerviosas y le hiciese cosquillas.
Que no se encontrase con nadie y no hubiese ningún alboroto indicaba que todo iba bien. Nadie había descubierto su presencia ni la de su competidor, por lo que debía mantener la calma si quería pensar lo suficiente como para ser estratega y descubrir dónde diantres estaba la carta. El palacio era enorme, de eso estaba segura, y no tenía ni idea de dónde se encontraba.
Continuó por el pasillo hasta que este conectó con otro de la misma anchura. Se mantuvo firme en todo momento, pero en el instante en que consiguió llegar al otro lado y se dispuso a seguir caminando manteniendo el mismo ritmo, siempre en línea recta, unas voces resonaron a lo lejos. Alisa escuchó que provenían del pasillo que acababa de cruzar.
Empezó a entrar en pánico. De pronto, su misión de encontrar la carta quedó olvidada. Necesitaba esconderse. Proteger su vida era lo primero. Con las manos temblorosas se acercó a la primera puerta que encontró y la abrió, cerrándola tras de sí y escondiéndose dentro, a la espera de que no hubiese nadie allí.
Por fortuna, nadie la recibió con gritos. Estaba en un dormitorio bastante espacioso. El oro y el rojo predominaban en la estancia, y esta estaba presidida por una gigantesca cama de sábanas del mismo color. Las luces estaban encendidas, por lo que Alisa no tuvo que forzar la vista para ver dónde pisaba. Una moqueta suave acarició sus zapatillas en cuanto se acercó a la cama.
Jamás había estado en una habitación tan lujosa como aquella, ni siquiera la habitación del duque había resultado tan elegante y tentadora. Debía recordar que estaba en el Palacio Real, cualquier estancia en la que entrase sería igual de impresionante.
No encontró mala idea el revisar el dormitorio por si acaso. Nunca se sabía dónde podría estar la carta, y Alisa ya había tenido experiencia con dormitorios anteriormente.
Se acercó a la bonita mesilla de noche tallada en madera y deslizó los dedos sobre sus bordes dorados. Abrió el primer cajón, pero descubrió que estaba vacío. Se propuso abrir el siguiente, y fue justo entonces cuando escuchó el ruido de una puerta al abrirse, pero no era por la que ella había entrado.
Alisa no se había percatado de la puerta que había a la derecha del mullido colchón. En cuanto esta se abrió, una nube de vapor escapó hacia la habitación. De entre ella emergió una figura atlética, de destacable estatura, envuelta solo en una toalla blanca alrededor de la cintura.
A Alisa casi se le paró el corazón al reconocer aquel pelo negro y aquellos ojos rasgados que nunca jamás había esperado volver a ver. Los ojos de él se abrieron mucho por la sorpresa. Tanto, que Alisa pudo contemplar a la perfección aquellos dos agujeros negros sin fondo que la observaban con estupefacción. Pudo percibir cómo su torso mojado se contraía ante la inesperada sorpresa, y Alisa no supo siquiera cómo aún lograba mantenerse en pie, justo frente a él.
D apretó la mandíbula con fuerza antes de abalanzarse sobre ella. Para Alisa, todo sucedió en cámara lenta. Aún tuvo tiempo para escuchar una voz joven gritar en la lejanía. Tan fuerte, que su tono de emergencia atravesó los tímpanos de Alisa como una flecha.
—¡Su Alteza, hay intrusos en Palacio!
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