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40

Todas las luces de la capital se podían ver desde allí. Las oscuras nubes casi rozaban las enormes ventanas de cristal que rodeaban la sala, desde el suelo hasta el techo. De ser de día, cualquiera podría haberse mareado ante aquella visión. La altura era abrumadora. Pero era lo que cabía esperar al celebrar la reunión en el ático del edificio más alto de Kheles. Por suerte, el vértigo no solía ser una característica común entre los soldados de la Vanguardia de corazones. La oscuridad aminoraba la impactante visión de los alrededores, reduciendo todo a un pozo negro sin fondo y luces lejanas. 

Harkan suspiró conforme su visión y pensamientos se perdieron más allá del cristal. Allí podía ver el reflejo de la enorme sala, que acogía en aquel instante a cerca de un centenar de soldados, todos vestidos con sus formales uniformes de bonito.

El ático estaba amueblado con cinco largas mesas que podían albergar a, por lo menos, veinte personas en cada una. En el centro de estas había dispuestos aperitivos para que pudiesen picar, aunque pocos estaban sentados ya en su sitio. El murmullo de los soldados al dialogar vibraba en las orejas de Harkan, fatigándolo. Le fastidiaba ver a tanta gente junta dentro de aquella habitación. El ruido, las risas, las formalidades... eran cosas que le molestaban. No era de extrañar que prefiriese estar solo.

De cualquier forma, él no pretendía iniciar ninguna conversación. Ni siquiera sabría cómo hacerlo. No tenía ni el espíritu ni los conocimientos para ello. No le importaban las cosas banales y sin importancia que los demás tuviesen que decirle por pura formalidad. Si alguien se acercaba a él, intentaría mantener una conversación decente, pero si dependía de él, estaba muy a gusto con su propio silencio.

Como si alguien hubiese estado escuchando desde lejos todos y cada uno de sus pensamientos, notó una presencia que se acercaba con paso tranquilo hacia su persona. Se aclaró la garganta cuando un brazo fornido le pasó por encima de los hombros. No le hizo falta girarse para ver quién era, y no lo hizo.

—¿Cómo le va la vida a mi camarada favorito? ¿ya te has casado con tu querida damisela?

La voz de Vladik resonó por las cavidades auditivas de Harkan, como un timbre insoportablemente persistente. El moreno ocultó sus ganas de pegarle un puñetazo.

—Deja de decir tonterías.

Harkan habló entre dientes, aún con la vista puesta en la ventana. El rubio, en cambio, lo miraba sin un atisbo de vergüenza. Le apretó el hombro.

—Oh, vamos —exclamó divertido—. Sé distinguir la determinación cuando la veo, tus ojos iban locos esa noche. Sé que no vas a dejarla escapar.

La sola mención de Alisa estaba empezando a hacerle sentir algo incómodo. Era algo que le encogía la boca del estómago, como si estuviese nervioso. Pero Harkan nunca lo estaba, era algo nuevo para él.

Por fin desvió su atención del cielo nocturno y volvió la cara hacia su compañero. Le dirigió una mirada de advertencia.

—No me mires así —se quejó Vladik con una sonrisilla en la cara—. Puede que haya pasado poco tiempo desde que nos vimos, pero las cosas pueden suceder muy rápido. Ya sabes, la vida es una caja de sorpresas. Una boda exprés no es algo imposible, ¿no crees?

El silencio fue la mejor respuesta que pudo darle Harkan. Que lo ignorase significaba que no le daba importancia en absoluto a sus palabras. De esa forma, quizá dejaría de decir tonterías.

—Bueno —continuó el rubio. Esta vez fue él el que posó sus ojos sobre la negrura de la noche, expectante—, si no estoy en lo cierto entonces preséntamela. No pude verle la cara bien por la máscara, pero tenía unos ojos muy bonitos. Brillantes como esmeraldas. Por no hablar de... —se interrumpió a sí mismo en cuanto notó la intensidad de los ojos de Harkan, que podrían haberle perforado la yugular de haber tenido algún tipo de poder. Le costó aguantar la risa cuando le echó una miradita a su compañero. Casi pudo sentir cómo le hervía la sangre bajo la piel— ¿lo ves? a mí no me engañas. 

Vladik quitó el brazo de sus hombros en cuanto lo escuchó suspirar, como una tetera que deja salir el vapor. El muchacho se metió las manos en los bolsillos del pantalón. Harkan, a su lado, jugueteó con la copa vacía que tenía entre los dedos. 

De pronto, el tono de Vladik se volvió animado de nuevo. Sus labios volvieron a curvarse hacia arriba, en un amago de una sonrisa maliciosa.

—Por cierto, no te veía como un mujeriego —comentó, balanceándose sobre sus talones—. Aquella noche en el club... Y ahora esto... ¿Tu amiguita sabe de tu anterior conquista?

La imagen de Alisa se apoderó de nuevo de la visión de Harkan. Ambos momentos rodaron tras sus ojos como si estuviese viendo una película antigua. Se mantuvo en silencio, valorando que su compañero se rendiría ante tanta pregunta sin respuesta.

Vladik, por su parte, había hecho aquella pregunta para meterse un poco con él y así conseguir información privilegiada, de esa que jamás nadie en el cuartel a parte de él conseguiría sacarle al impertérrito hombre de hielo. Sin embargo, su mente viajó de un lado a otro, de repente atando cabos que no había tenido en cuenta, posibilidades en las que no había siquiera pensado.

—¡Espera! —exclamó— No me digas que...

Se llevó la mano a la cara, tapándose parcialmente la boca. Harkan estuvo a punto de abrir los ojos más de la cuenta, alertado. Disimuló de fábula sus emociones. Que Vladik descubriese aquello no era bueno. No parecía saber quién era Alisa, pero de momento era el único que la había visto varias veces y no era conveniente que las relacionara. Si descubría la identidad de Alisa las cosas se podían ir al garete, y no confiaba lo suficiente en aquel bocazas como para contarle uno de sus mayores secretos.

Vladik estudió el rostro de su amigo, completamente sobresaltado sobre sus propias conclusiones. Harkan seguía tan serio como siempre, casi aburrido ante la interminable charla del rubio, pero este se dio cuenta de que estaba apretando la mandíbula, y que parecía estar ignorándolo más de lo normal.

Puede que pocas personas en el mundo pudiesen leer a Harkan a simple vista. De hecho, aquello parecía una tarea casi imposible. Pero si cabía una mínima posibilidad en la que interpretar sus emociones en un momento de rotura fuese viable, Vladik sería el indicado. Sus años de amistad, aunque fuese unilateral, lo habían curtido en ese arte.

Para sorpresa de Harkan, y siendo muy diferente a lo que esperaba que hiciera, Vladik estalló en una sonora carcajada. El moreno frunció levemente el ceño.

—Sabía que eras persistente, amigo, pero jamás te hubiese imaginado coladito por una chica —Vladik bajó entonces el volumen, hablando en tono más confidente—. Cuéntame un poco. ¿Fue amor a primera vista?

—Cállate.

Su tono era serio, pero en realidad no parecía molesto. Harkan se sentía complacido y a la vez inquieto al oír siquiera hablar de ello. Su frente se alisó, aunque mantuvo la mandíbula apretada. 

—Está bien, tranquilo. Nunca te he tenido miedo, pero no conozco a este Harkan —el rubio achicó los ojos, examinándola de arriba abajo con ahínco—. ¿Debería asustarme?

Harkan ignoró el humor en el tono de su compañero. 

—Siempre deberías temerme, igual que todos los demás. 

Se vio a sí mismo reflejado en el fondo de la copa de cristal, con los ojos grises apagados y las cejas rectas.

Vladik resopló, considerando totalmente estúpido lo que su amigo acababa de decir. Aunque en el fondo podía entenderlo, podía sentir la acidez que le recorría la lengua al moreno al pronunciar aquellas palabras. Ni por asomo parecía preocupado, dolido o enfadado, simplemente se mostraba como siempre. Como si la neutralidad de su rostro pudiese casar a la perfección con el rechazo que recibía por parte de la mayoría de sus compañeros.

—No te preocupes, hermano —Vladik le mostró una sonrisa desenfadada, casi burlesca—. Soy un kamikaze, no me asustan las causas perdidas. Me temo que vas a tener que aguantarme durante mucho tiempo.

—Más del que me gustaría.

De pronto, las voces en la sala parecieron acallarse en cuanto el repiqueteo de unos anchos tacones resonó por la acústica del ático. Los soldados empezaron a moverse con calma de aquí para allá, buscando sus lugares asignados en las mesas. Vladik alzó las cejas al suspirar.

—El deber nos llama —susurró este antes de separarse de él y echar a andar hacia la otra punta.

Harkan dejó la copa en el primer lugar que encontró y se deslizó silencioso entre los otros soldados, caminando con parsimonia mientras sus ojos se deslizaban de tarjeta en tarjeta en busca de su nombre.

Cuando alzó la vista, su mirada se encontró con la de Fintan. El pelirrojo estaba sentado en la otra punta de la estancia, en el extremo de una de las mesas. En cuanto los ojos de Finn se posaron sobre los de él, se abrieron de más, en un atisbo de emoción. Hizo el amago de levantar la mano para saludarlo, aunque fue algo sutil. Harkan se limitó a hacer un pequeño movimiento con la cabeza a forma de saludo. De inmediato dejó de prestarle atención y siguió con su tarea, revisando los asientos.

Los diversos sitios se fueron llenando mientras Harkan seguía sin encontrar el suyo. No tardó mucho en acabar revisando la zona en la que estaba sentado Finn. Justo en el asiento de enfrente pareció ver un nombre que empezaba por H. Se acercó y sus dedos se deslizaron automáticamente hacia la tarjeta de oro colocada sobre el plato. Pasó las yemas sobre el enredado grabado, «Harkan Levian».

En cuanto Finn lo hubo visto acercarse, la poca alegría que parecía haberlo poseído al verlo se esfumó con gran rapidez. En su lugar, en el momento en que Harkan se sentó en su sitio lo acogió con una mirada de asco digna de estudio, como si le diese rabia que estuviese allí, en la misma zona que él. Alzó la barbilla y lo observó con suficiencia a la vez que torció los labios, sin preocuparse de ocultar su disgusto.

Harkan ni siquiera le dirigió una mirada. El desprecio repentino del muchacho irradiaba a través de su piel, pero no tenía importancia suficiente como para prestarle atención. No sabía qué debía pasar por aquella cabeza tan extraña, pero desde luego no le importaba en absoluto. Ya estaba acostumbrado a sus episodios bipolares, que oscilaban entre la admiración y la repulsa. Era una prueba más de que el ego y las emociones humanas eran demasiado complejos para él como para pararse a desarmarlos y analizarlos, como un rompecabezas sin solución. Ya se le pasará, concluyó.

Al alzar la vista, vio cómo la dueña de las sonoras botas de tacón de piel negra pasaba por detrás de Finn. Seguía igual que siempre. Por más semanas y meses que pasasen, siempre tenía aquel aire asfixiante y poderoso sobre ella, como si fuese la personificación de una vara de corrección. Harkan nunca le había tenido miedo, pero era evidente el respeto que infundía sobre cualquiera que estuviese cerca. Su historia y rango no merecían otra cosa.

Su cabello rojo como el fuego refulgía bajo las luces del ático. Lo llevaba corto, a la altura de la mandíbula, y contrastaba a la perfección con sus profundos ojos pardos. Sus pómulos marcados la hacían parecer fría y altiva, aunque su personalidad no estuviese demasiado lejos de eso. Unas finas arrugas perfilaban su rostro, a pesar de que seguía teniendo la misma cara que en el momento en que había entrado en el ejército, muchos años atrás. Selena Dragomir seguiría siendo una leyenda hasta el final de sus días, y eso nadie podía negarlo.

La Reina de Corazones se sentó en la punta, justo entre Harkan y Finn, presidiendo la mesa. En cuanto su cuerpo tocó la silla, todas las hileras de soldados se levantaron de su asiento a la vez, saludando con un gesto a su general.

La mujer escrutó los cuerpos tiesos y cuadrados de su ejército especial, su Vanguardia de Corazones. No sonrió, pero se notaba que, de alguna forma, estaba complacida.

—Relájense, soldados. Hoy estamos de celebración.

Su voz sonó áspera e imponente, a pesar de que clamaba a la calma. Los soldados volvieron a sentarse. Harkan se dejó caer sobre su asiento y repasó a sus compañeros con la mirada. En la otra punta de la mesa reconoció a Kento y Righan, sentados uno junto a otro. Vladik estaba en su sitio, un par de mesas más allá. Demasiado lejos.

La general Dragomir volvió a alzar la voz para hacerse oír a la perfección.

—Antes de nada, llenemos el estómago. ¿No os parece?

La respuesta colectiva fue animada y positiva. La Reina de Corazones chasqueó los dedos y un séquito de camareros apareció, cambiando los platos vacíos por otros llenos de comida. Las mesas comenzaron a llenarse de olores cautivadores y esencias que vaticinaban las delicias culinarias que estaban a punto de ingerir. Las fuentes llenas de carne, cremas y otras delicateses hechas por algunos de los mejores chefs de Kheles abarrotaron la mesa.

Mientras observaba unos tentadores muslitos bañados en una salsa que Harkan desconocía, una voz inesperadamente amable le cosquilleó en el oído.

—Harkan, querido. Cuánto tiempo sin verte.

Selena Dragomir lo observaba con algo similar a una sonrisa en el rostro.

—No tanto, señora. Hace solo un par de meses desde que estuve en la base.

Por el rabillo del ojo pudo percibir que Finn escuchaba la conversación con cara de pocos amigos. Sus abundantes cejas oscuras se fruncieron al oír las siguientes palabras de su general, causando que casi se le cayese el pequeño paquetito de hojaldre que acababa de pinchar.

—Cierto, pero siempre siento que pasan años hasta que vuelvo a ver a mi mejor soldado. 

Harkan se mantuvo en silencio. La General Dragomir decidió, entonces, incluir al chico pelirrojo en la conversación.

—Fintan. ¿Has aprendido de Levian? Tengo entendido que estáis juntos en los escuadrones muy a menudo. Esa fue mi orden, al menos.

El moreno se volvió hacia su general, intentando ocultar su sorpresa. No estaba al corriente de eso. Siempre había pensado que era pura coincidencia, que simplemente la suerte les hacía compartir grupo con frecuencia. Sabía de la extraña fascinación que sentía la general hacia su persona, pero no tenía ni idea de que ella lo había juntado con Fintan en reiteradas ocasiones a propósito.

¿Y por qué con él? ¿Acaso le veía tanto potencial?

Desde luego, Harkan no opinaba lo mismo. Sería mucho mejor si aquel muchacho no volvía a tocar un arma en su vida. Aunque no era quién para juzgar.

—Es imposible crear otro soldado como Levian —le habló la mujer al pelirrojo, como si el propio Harkan no estuviese ahí presente—, pero absorber su filosofía de vida te hará mucho más fuerte. Es un espécimen que no se encuentra todos los días.

Harkan se metió un cacho de muslo en la boca y masticó sin ganas. No tenía ni idea de a qué se refería la general. Sus palabras siempre le habían sonado vacías, como si escuchase el viento sonar.

—No entiendo qué es lo que debería de aprender, pero supongo que a veces hacemos un buen equipo.

Era sorprendente la informalidad con la que el muchacho le hablaba. Probablemente Finn fuese, a parte de él, el único soldado que no le tuviese algo de temor.

—Deberías esforzarte más en ser el mejor. ¿Qué opinas tú, Levian?

Se vio forzado a contestar, a pesar de que era lo último que le apetecía en aquellos instantes. ¿Cuánto quedaría para poder volver a ver a Alisa? Tenía ganas de irse a casa.

—Aún es joven. Tiene mucho camino por recorrer.

Selena Dragomir asintió lentamente, absorbiendo sus palabras como si fuesen partículas de oro. Su gesto era extraño, como si no estuviese convencida del todo, pero lo aceptase al venir de él.

—Ya hablaremos de esto más tarde. ¿Verdad, Fintan?

¿Más tarde?

Fintan hizo un sonido de desaprobación, pero acabó contestando a regañadientes.

—Por supuesto, General.

Harkan escrutó a ambos con la mirada antes de volcar toda su atención en su comida y seguir engullendo por obligación.
Era realmente extraña la dinámica que había visto entre aquellos dos. Finn ya llevaba un tiempo en la Vanguardia de Corazones, aunque no el mismo que la mayoría de sus integrantes. Por supuesto, las interacciones entre ellos habían sido varias, pero siempre muy formales y en grupo.

Le resultó curiosa la desmedida familiaridad con la que había hablado el pelirrojo a la general del ejército de Veltimonde, una mujer temida y respetada por todos. O era un suicida, o se conocían de antes y Harkan desconocía su historia.

La noche será larga, pensó el moreno mientras probaba uno de esos paquetitos de hojaldre que había cogido Fintan.


*****


Alisa apretó con fuerza la mano de su hermano mientras lo guiaba por las calles de Kheles.

—No corras tanto.

Ciro tiró de su hermana para frenarla, pero ella era más fuerte y apenas se inmutó. Con los labios fruncidos, el niño se colocó bien el asa de la bolsa sobre el hombro para evitar que se le cayera. Los pasos de Alisa eran rápidos y frenéticos. Tanto, que Ciro estuvo a punto de tropezar un par de veces.

—Cuanto más tardemos, peor. Tenemos que darnos prisa —murmuró la muchacha en respuesta a la petición de su hermano. Alisa estaba más metida en sus pensamientos que en el mundo real.

Ciro siguió el ritmo de su hermana a trompicones, pero llegó un momento en que se detuvo en seco y fue casi arrastrado por ella.

—Espera —le pidió con voz aguda.

Alisa se volvió hacia Ciro parpadeando desconcertada. Cuando se fijó en su pequeño rostro, el estómago se le encogió en el sitio. Ciro estaba a dos pasos más de llorar. Pestañeaba sin parar, intentando contener las lágrimas repentinas que le habían anegado los ojos.

—¿Qué pasa, bichito?

El niño hizo una mueca, volviendo a colocar bien la bolsa, que se le escurría en el hombro.

—No lo sé, estoy nervioso —le confesó. La actitud repentina de su hermana lo había asustado. Una cosa era cambiar de lugar sin parar pero juntos. Otra muy diferente eran aquellas palabras que le había escuchado decir al teléfono—. ¿A dónde vamos?

Alisa le soltó la mano y lo asió por los hombros. Deslizó los pulgares dibujando círculos redondos sobre su ropa en un intento de tranquilizarlo.

—A un lugar seguro. Necesito dejarte con alguien que tenga los suficientes recursos como para cuidar de ti por si... —la muchacha calló y modificó sus palabras para no asustar a su hermano. La ansiedad creciente en el niño era evidente. Lo último que quería era ponerlo peor— por si tardo un poco más de la cuenta en volver.

Ciro la observó con ojos grandes y acuosos. En aquellos momentos era cuando Alisa recordaba que su hermano era tan solo un niño. Su faceta vulnerable y su tierno corazón no era algo que pudiese ignorar, no cuando él era toda su vida.

—Harkan es muy bueno —continuó, pasándole una mano por el pelo en delicadas caricias—, pero su vida no es estable. No quiero decir que vaya a suceder nada, no te asustes, pero no quiero llevarme una sorpresa al descubrir que, cuando vuelva a buscarte, puede que ya hayas cruzado medio reino.

—¿Pero a dónde vas que me dejas solo otra vez? ¿Y dónde está Harkan?

Las calles ya se habían oscurecido, y aun así la afluencia de gente no había disminuido. Los transeúntes disfrutaban del espectáculo que aportaban las bellas luces que adornaban las calles. A lo lejos podían verse los puentes de cristal, iluminados sobre el rojizo río. Ellos estaban en medio de la calle y la gente los esquivaba para seguir caminando. Alisa se planteó mover a Ciro y apartarse a un lado, pero aquello implicaba perder tiempo, y no podía permitírselo.

—Todo es una suposición, Ciro. No te alarmes. No me va a pasar nada y volveré esta misma noche —dijo incorporándose. Ciro se sorbió la nariz—. Simplemente quiero dejar las cosas bien arregladas, por si acaso. Ya sabes que nuestra vida está siempre llena de sorpresas.

El niño asintió, aunque no parecía muy convencido. Podía imaginarse lo mucho que debía estar sufriendo por su culpa, siempre por su culpa. Los pensamientos de Alisa viajaron de golpe a sus recuerdos. Si aquel día no hubiesen huido de casa... ¿tendría Ciro una mejor vida si se hubiese quedado a vivir en un orfanato? ¿si ella hubiese desaparecido de su radar y hubiese formado un nuevo hogar? probablemente sí, y no podía evitar que aquello le quemase la garganta por dentro de solo imaginarlo.

Alisa se forzó a mostrarle una sonrisa confortadora que ni ella misma acabó de creer. Pese a todo, su tono fue dulce y calmado.

—No te preocupes, te alegrarás mucho cuando veas a cierta persona. Él también está deseando verte aunque se haga el duro. Creo que tú le ablandas el corazón.

La muchacha extendió la mano hacia su hermano y esperó a que este la aceptase. Así lo hizo él, pero antes de que pudiese volver a arrancar a caminar, Ciro tiró de sus dedos para reclamar su atención de nuevo.

—Háblame de mamá. Cuéntame su historia.

Alisa apretó los labios, pero asintió. Así era Ciro. Cuando estaba nervioso, al borde de hacerse una bolita y ocultarse del mundo, siempre le pedía aquello. Que le hablase de su madre.

Él se enteró de lo que les sucedió a sus padres mucho más tarde, aunque no hubo una reacción demasiado exagerada por su parte, como si de alguna forma ya lo hubiese imaginado. Aquel día simplemente se acurrucó junto a ella para aspirar su esencia y su calor corporal, como si aquel fuese su lugar seguro. Si había llorado, debía haber sido cuando Alisa no estaba en casa. 

En su lugar, desde entonces empezó a contarle a Alisa sobre sus inquietudes. Pasados ya tres años desde la tragedia, le confesó que no recordaba bien la cara de sus padres. A veces los veía en sueños, muy de vez en cuando, pero sus rostros siempre estaban difuminados.

Desde entonces le pidió que le repitiese y explicase las historias que les había contado su madre a ambos antes de dormir. Hacían que los dos se mantuviesen vivos en su memoria, en ausencia de recuerdos materiales de los que no disponían. Sobre todo tenía devoción por su madre. Él y Karel, su padre, habían sido exactamente iguales, clavados en cuerpo, alma y espíritu, pero su madre siempre había sido un ser de luz que aportaba vida allá donde estuviese. Les había contado las historias más estrafalarias, de mundos y lugares donde todo era posible. Y Ciro le pedía una y otra vez que se las volviese a explicar, convirtiéndolas en su cuento favorito.

Era probable que en realidad ya se las supiese todas de memoria, igual que ella, pero... cómo iba a negar una petición como aquella.

—¿Recuerdas que te dije que nadie había estado nunca en Mita? Supongo que no, ya debías estar dormido —empezó Alisa. Ciro entonces aceptó su mano y empezaron a caminar de nuevo. La joven esta vez aminoró el paso—. Bueno, la cuestión es que te mentí. Aunque eso ya lo sabes. 

Ciro tomó una pesada respiración antes de asentir. Al escuchar a su hermana, volvió a sentirse un poquito más grande dentro de aquella ciudad sin fin. 

—Mamá siempre decía que ella había estado allí. Decía que era un lugar cálido y acogedor, donde la gente estaba unida y vivían en paz. La Gran Madre mantenía todo en su estado más perfecto. Hacía florecer a los pequeños capullos, mantenía una temperatura idónea en toda el área cercana, y hacía que el agua corriese con fuerza por los riachuelos. Pero no solo eso. 

Ambos hermanos avanzaron entre el gentío, agarrados fuertemente de las manos. Ciro esperaba expectante cada palabra de su hermana, dejando que su pequeño cuerpecito se fuese calmando poco a poco.

—Mamá insistía en que los poderes de la Gran Madre iban incluso más allá. Podía manipular los cuatro elementos a su antojo y estos se veían influenciados por sus emociones mientras que estuviese en proceso de aprendizaje. Podía elevar cosas en el aire, manipulando el viento, hacer temblar la tierra o encender una chispa con solo chasquear los dedos.

»Los mitianos creían que, conforme iban avanzado las generaciones, las portadoras de dicha bendición eran cada vez más fuertes, más poderosas. No sabían las magnitudes que aquello podía incumbir, pero agradecían al cielo aquel milagro otorgado que les hacía vivir en eterna armonía.

Así caminaron y caminaron. En pocos minutos, Alisa fue capaz de ver a lo lejos las llamativas luces que se reflejaban en todos los cristales asimétricos del As de tréboles. 

—Según mamá, la última Gran Madre acabó marchándose de Mita, y con ella sus poderes y protección —recordó Alisa—. Jamás nos contó dónde fue ni por qué se marchó. Puede que ni siquiera ella lo supiese. O a lo mejor se lo inventó todo. ¿Tú qué crees, Ciro?

El niño habló con convicción. Su respuesta fue clara y segura.

—Yo creo a mamá —declaró sin titubear. Una fe ciega brillaba en sus ojos—. Puede que esa Gran Madre quisiese ver mundo, o surgiese algún problema que la hiciese tener que marcharse.

Alisa frunció el ceño al pensar en ello. El As de tréboles estaba a la vuelta de la esquina.

—Tengo entendido que los problemas eran muy inusuales en aquel lugar —mencionó—. Teniendo en cuenta los increíbles poderes que tenía esa larga familia de mujeres, técnicamente todo tendría que ser posible, ¿no? No debería haber demasiados problemas.

Ciro entonces se mantuvo en silencio, maquinando en esa cabecita suya para evitar pensar en que Alisa estaba a punto de dejarlo. Al no obtener respuesta alguna, Alisa llegó a la conclusión de que no se le ocurría ningún otro buen motivo por el que aquello habría ocurrido.

Alisa suspiró mientras encaraban la calle, con el establecimiento a pocos metros de distancia.

—¿Seguirá existiendo ese pueblo? —se dijo, más para sí misma que para que su hermano respondiese a su duda— Sin su protección, quizá la montaña ha acabado engulléndolos.

En ese momento, Alisa pudo distinguir una figura negra apoyada contra el exterior del club. Los ojos de Ciro se abrieron de par en par, al igual que su boca, y no tardó en soltar la mano de su hermana y salir corriendo.

Alisa contempló la escena con una pequeña sonrisa en el rostro. El niño se abalanzó sobre aquel hombre de camisa negra y hombros anchos. La muchacha pudo escuchar su grave carcajada desde allí. Para cuando llegó a su altura, su hermano ya no estaba en volandas, sino que sus pies tocaban con firmeza el suelo. Kane le había revuelto el pelo, convirtiéndolo en un revoltijo de mechones castaños. 

Alisa escuchó cómo el señor Clover hablaba con Ciro, en total confianza, como si hubiesen estado mucho más tiempo juntos y se conociesen desde siempre. Intentó imaginarse la cara que había podido tener su sobrino, ¿también había sido así con él?

—Habrás estado practicando lo que te enseñé, ¿no? ¿Ya has montado tu propio casino? —bromeaba su antiguo jefe.

—¿Qué es un casino? —preguntó Ciro, de repente confundido por la pregunta. Parpadeó varias veces, pensando. Su mirada se desvió por unos segundos al enorme cartel que colgaba sobre sus cabezas— ¿El As de tréboles es un casino?

—Da igual, hablemos de otra cosa.

La atención de Kane Clover recayó entonces sobre la chica y sus facciones se endurecieron un poco al mostrarse más serio. Su sonrisa fue sustituida por sus cejas fruncidas.

—¿Estarás bien?

Era obvio que intentaba ocultar su preocupación. Ambos eran conscientes de la ávida mirada de Ciro sobre ellos. Alisa no podía prometer que volvería. No sabía qué le depararía el destino, pero era el momento de mostrar su verdadero valor. No debía depender de Harkan para todo. De no haberse encontrado aquel día, tendría que habérselas apañado ella sola, como hizo en la primera prueba.

Aunque fuese traumático, tenía que demostrarse a sí misma que podía para poder afrontar más valientemente el futuro y todo lo que viniese por delante. No le quedaba otra opción que hacerse más fuerte, volverse un poco más como Harkan y ser lo suficientemente osada como para enfrentarse a aquello sola. Y no iba a desperdiciar una oportunidad como aquella porque Harkan no estuviese cerca. Una carta como esa no aparecía todos los días. Alisa lo sabía después de haber estado viéndolo en el televisor todos los días durante una semana completa. 

—Tengo que irme —se limitó a decir.

El señor Clover asintió, consciente de ello, y contempló cómo la muchacha se acercó para plantarle un dulce beso a su hermano y salir corriendo antes de que nadie se atreviese a detenerla. Notó cómo el niño le apretaba con fuerza el puño de la camisa mientras veía con impotencia a su hermana desaparecer por donde habían venido.

Alisa corrió calle arriba, atravesando de lleno el Barrio de los Artistas. Cruzó el famoso mercado haciéndose hueco entre la gente, que a aquellas horas seguía visitando en masa las inusuales paradas. Sin embargo, los ojos de Alisa ni siquiera enfocaban bien lo que la rodeaba. Iba centrada en un único objetivo: conseguir la carta con sus propios métodos. Iba a demostrarse a sí misma que podía, y lo iba a hacer a lo grande, con una carta que no todos se atreverían a buscar. ¿Se arrepentiría más tarde? Podía ser, pero debía aprovechar aquel inesperado momento de decisión todo lo que pudiese, para que en el momento en que dudase se encontrase en una situación en la que no tuviese otra opción más que seguir adelante.

El as de tréboles no había aparecido ni una vez desde que había entrado en aquel dichoso juego, no al menos cuando ella había estado mirando. Y, por más que apareciese, estaba segura de que solo los suicidas decidirían ir a aquel lugar en vez de esperar a que volviese a aparecer en otra localización más asequible.

Los ojos de Alisa se detuvieron entonces en su destino, que sobresalía por encima de los edificios ante ella. Respiró hondo antes de dirigirse a la que podía ser su propia muerte, o el inicio de su salvación. El Palacio Real la estaba esperando, aunque no con los brazos abiertos.

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