4
Alisa aferró con fuerza sobrenatural el cuchillo a su vientre mientras se levantó de la silla y comenzó a caminar hacia atrás instintivamente al ver un ojo oscuro a través del agujero de la puerta.
El hombre intentó vislumbrar algo a través del hueco que el hacha acababa de hacer. Estaba todo muy oscuro, pero la respiración agitada de ella sirvió de confirmación para el extraño. Su espalda tocó la pared de al lado de la entrada, y no pudo evitar dar un respingo cuando el hacha volvió a atravesar la puerta, desprendiéndola de las bisagras por completo y destruyendo la cerradura. Un haz de luz atravesó el sótano, a pesar de ser de noche, cuando la puerta fue arrancada de cuajo y el invasor puso los pies dentro de la vivienda de ambos hermanos.
Una linterna iluminó la estancia, cosa que permitió a Alisa ver al atacante. Llevaba unas gafas pequeñas de un azul azabache y su rostro parecía consumido. Tenía las mejillas hundidas. No era de complexión demasiado robusta, pero sí lo suficiente como para tumbarla de un puñetazo si la alcanzaba. El hombre dio dos pasos y empezó a iluminar la estancia con lentitud. Alisa, que no fue detectada por el hombre en su entrada al sótano, se encontraba situada entonces tras la espalda del invasor. Se acercó sigilosamente, con el corazón en un puño y el cuchillo preparado.
El extraño sacó entonces una navaja y murmuró unas palabras en voz baja: "lo siento". Abrió la navaja y la hoja relució bajo la luz de la linterna. Antes de que el asaltante tuviera tiempo de hacer algo, Alisa se deslizó hacia sus piernas e hizo un corte por encima de su talón derecho, justo en el tendón de Aquiles. Las piernas del susodicho se doblaron automáticamente mientras un grito de dolor se escapó de su interior. Abrió la mano izquierda y la linterna cayó al suelo. Se llevó esa mano a la herida y profirió un millón de maldiciones mientras la habitación se sumía en sombras, únicamente iluminadas por un pequeño haz de luz que se desparramaba en el suelo junto con la linterna.
Alisa quiso aprovechar esas sombras para escabullirse y poner distancia entre ambos, pero el delincuente fue más rápido y giró la mitad del torso en su dirección. Sin dejarle tiempo para escapar la agarró del cabello y tiró de ella hacia atrás. Alisa sintió como si le arrancaran el cuero cabelludo y se vio arrastrada hacia el lado contrario al que pretendía ir. Cayó de espaldas con un golpe seco y sintió que todos los huesos le rebotaban y se petrificaban. Tirada en el suelo se mantuvo unos segundos sin poder moverse, con todo el esqueleto paralizado por la caída y el miedo. Aquellos segundo parecieron una eternidad. Pudo ver a la perfección y, a la vez, de forma borrosa el rostro del hombre, que lucía un expresión horrenda entre el dolor y la irá. Tenía la boca abierta y enseñaba los dientes, como un perro rabioso. La estaba maldiciendo a gritos, y sin embargo Alisa no lograba escuchar a penas nada mientras gotas de saliva le salpicaban el rostro. Su cabeza se encontraba contra el suelo y notó cómo su cabello empezaba empaparse de sangre que manaba de la herida del extraño. Este último aún tenía su pelo agarrado en un puño y lo usó para tirar de ella y levantarle el torso del suelo.
Antes de que pudiera reaccionar, el atacante le clavó un puñetazo en la boca del estómago. Alisa notó como el puño se hundía en su piel y los músculos y órganos recibían todo el impacto. Sintió que el hígado le subía a la garganta. Se halló aturdida, como si no tuviera el dominio de su cuerpo. Estaba claro que su rival no esperaba aquel ataque y estaba más que enfadado. Tras aquel golpe vino otro, y otro. Y otro más. Alisa pensó que en cualquier momento las tripas le iban a explotar; como un globo. El hombre por fin soltó su cabello y se puso en pie con dificultades. Ella a penas podía mover un músculo. Se encogió con lentitud y comenzó a toser. El otro observó la herida y maldijo de nuevo. Volvió a mirarla y desde allí arriba, que para Alisa parecía la altura de un gigante en aquellos instantes, le escupió en la cara. Al ver que aún podía caminar, el hombre procedió a intentar registrar el lugar en busca de la carta. Movió los utensilios de la pequeña cocina de los hermanos que a penas tenía derecho a llamarse "cocina". Revolvió las cosas y las tiró al suelo.
Ciro se había mantenido callado y pegado a la pared, pero al escuchar los gemidos de dolor de su hermana buscó una rendija entre las cajas para poder ver lo que estaba ocurriendo. Las lágrimas se le saltaron al ver a Alisa tirada en medio de la habitación. Sintió una gran impotencia. Cuando el hombre vio que la chica poco a poco se ponía en pie le propinó otra patada en el estómago que la hizo caer de nuevo. El niño estuvo a punto de gritar, pero entonces el extraño desvió su vista de la muchacha al colchón polvoriento de la esquina de la habitación.
Sintió un ardor profundo en el pecho. Su hermana estaba sufriendo. Ella era fuerte, pero si estaba sufriendo y pese a todo ese hombre encontraba la carta y se marchaba con ella no habría servido para nada. Sus pies se movieron solos y antes de que el atacante llegara a tocar las sábanas Ciro cogió el barreño con el que se había dado un baño unas horas antes y lo volcó, desparramando toda el agua por el suelo.
—¡Qué le has hecho a mi hermana! — Gritó el niño.
El extraño se detuvo y se dio la vuelta lentamente al escuchar una voz nueva. Cuando sus ojos se encontraron, Ciro sintió un sudor frío que le empapaba la espalda.
—Parece que había otra hormiguita por aquí —Musitó el hombre. Se incorporó y comenzó a dar pasos con calma hacia él—. No tengo ganas de pegarle a un niño, por lo que no me molestes o tendré que hacerte daño.
Volvió a enseñar la navaja para intimidar al niño. Alisa consiguió levantarse, pero sus ojos mostraban pánico al ver a su hermano fuera de su escondite. Con unas fuerzas desconocidas para ella caminó con convicción hacia el hombre.
—¿Dame la carta niño, quieres? —Volvió a demandar el agresor— Si no quieres que os haga más daño a ti y a tu hermana ven aquí y dámela ahora mismo. Si me veo en la necesidad de buscar por mi cuenta, no tendré más remedio que...
—Esa carta es mía —Alisa, con una rapidez inaudita, se hallaba a tan solo un par de palmos de su espalda. Ciro estaba a tan solo un metro de ellos. El atacante se giró de forma brusca, sorprendido. Alisa, sin darle tiempo a reaccionar cerró los ojos y lo empujó lejos de su hermano.
El hombre se tambaleó sobre el charco de agua enjabonada. No tuvo oportunidad de recomponerse, pues el jabón del agua volvió el suelo resbaladizo y el extraño cayó hacia atrás. Su cabeza se estampó contra el grifo de la pared y se escuchó un ruido desagradable. Acto seguido, el cuerpo se desplomó con un golpe seco en el suelo. El agua se tiñó poco a poco de rojo y Alisa soltó un grito ahogado.
El hombre balbuceó algo inteligible y dejó de moverse. El grifo relucía como un rubí. De inmediato Alisa abrazó a su hermano, ocultándole la horrorosa escena que acababa de suceder allí; en su sótano. El niño arrancó a llorar y agarró el vestido negro de su hermana con los puños, como si fuera a escapársele de las manos. Alisa temblaba, pero consiguió que la voz le saliese y, de forma apresurada y con el aliento entrecortado, le pidió a su hermano que no mirase y que volviese a esconderse tras las cajas. Ciro acalló su llanto como pudo y le hizo caso a su hermana. Tras las cajas se hizo una bolita y hundió la cabeza entre las rodillas. El corazón le latía en las orejas y el terror le había puesto los pelos de punta, pero sentía un extraño alivio en el pecho al ver que su hermana estaba viva.
Alisa, después de cerrar a Ciro tras las cajas, se encontró sin saber qué hacer. Se llevó las manos a la cabeza y dio vueltas por la habitación. Le aterraba acercase a aquel hombre, pero la idea de haberlo matado le aterraba más aún. Con las piernas temblando caminó hacia él y se agachó a su lado. Alargó la mano hacia su cuello. El frío le caló el cuerpo cuando no notó pulso. Tan rápido como se había acercado se alejó del cadáver caliente. El pánico consumió su cuerpo y buscó una toalla para intentar limpiar el charco de agua, jabón y sangre, que ya se había tornado en un color rojo diluido. Como pudo echó el cuerpo a un lado para intentar limpiar el suelo. Empezó a secarlo, pero tuvo que usar dos toallas más para poder cubrirlo todo y que absorbiera el líquido. Quedaron teñidas de rojo. Se levantó de inmediato y corrió hacia la trampilla, que se había quedado abierta, para volver a cerrarla. Con el corazón en la garganta se dio cuenta de que ya no tenían puerta que los protegiese y que prácticamente estaban expuestos a todos. Volvió a bajar corriendo para ver la hora. Entre las cosas tiradas por el suelo encontró el mando del televisor y lo encendió. Las 23:07. Aún quedaba casi una hora de pesadilla. Una hora para que cualquier otro intruso se colase y jugase con ellos. Para cualquiera que formase parte de aquel juego, robar, matar u otros delitos ya no estaba prohibido. Al fin y al cabo ya estaban condenados, por lo que un delito más no influía en nada. Alisa tragó saliva. Una hora más.
Ciro se quedó dormido en su escondite mientras su hermana se mantuvo toda la hora de pie frente al hueco de la entrada, blandiendo el cuchillo y con el alma temblando. El pavor la mantuvo como un clavo, incluso cuando el tiempo de la prueba ya había acabado y no tenía el coraje de quitarse de allí. Nadie apareció, pero Alisa se mantuvo en el mismo hasta que las fuerzas le fallaron y a las dos de la madrugada cayó rendida al suelo. Se despertó una hora después, metió a su hermano en la cama y ella se sentó a dormir a su lado, con la espalda apoyada en la pared y el cuchillo en la mano.
*****
Cuando Ciro abrió los ojos, la claridad del día entraba través de la trampilla. Escuchó el agua correr y por el rabillo del ojo vio que su hermana se frotaba el cabello con intensidad bajo el grifo que les había salvado la vida. Alisa tenía sangre seca en el pelo y se la estaba quitando como si fuese ácido, como si fuera a corroerle la piel si se mantenía allí por más tiempo. Las toallas rojas estaban amontonadas en una esquina encima de algo. Ciro no lo sabía, pero antes de que se despertase, Alisa había tapado el cuerpo con ellas para evitar que el niño lo viera por más tiempo, a pesar de no poder ocultar el olor. Su hermana se vistió y cuando se percató de que él estaba despierto hizo que él hiciera lo mismo. Alisa estaba inquieta. A penas hablaron. Le preparó un tazón de leche con el pan que había sobrado del día anterior y le mandó tomárselo mientras ella hacia algo importante.
Mientras desayunaba vio cómo preparaba unas bolsas con ropa de los dos y guardaba la carta dentro. Cuando se acabó la comida le hizo levantarse y sin mediar palabra lo cogió de la mano y salieron a la calle. Cerraron la trampilla y movieron entre los dos el contenedor para taparla por completo. Alisa se subió la capucha para taparse la cara y cogió la mano de su hermano mientras cargaba ambas bolsas.
El sótano ya no era un lugar seguro. A parte de que ya no disponían de una puerta cerrada que de verdad los protegiese, ahora había un cadáver en su hogar. No podían convivir con él, no sería algo agradable, sino traumático, y el olor poco a poco se les haría insoportable. Tampoco podían deshacerse de él. Estaban rodeados de pisos y de gente, y ella no tenía fuerza suficiente como para cargar con el cuerpo sola. Pese a que no parecía alguien demasiado fuerte a primera vista, Alisa podía asegurar que era bastante pesado y que ya le había costado moverlo cuando intentó dejarlo a un lado de la estancia. La única opción viable era una en la que se lo jugaban todo al cincuenta por ciento. Irían al As de tréboles y le pediría refugio temporal al señor Clover, al menos hasta que pudiera arreglárselas para irse lejos o encontrar un lugar seguro para ambos. No sabía cómo reaccionaría el señor Clover, siendo tan impredecible como era. Probablemente se reiría en su cara y la echaría a la calle por faltar el día anterior e irle con exigencias, pero no tenía muchas más opciones y esperaba pillar a su jefe de buen humor para sacar su lado humanitario. Sin embargo, si ya habían colgado los carteles y él había visto su cara en ellos estaría todo perdido. Sería denunciada a las autoridades y no tendría escapatoria. Esperaba, por dios, que aún no hubiesen colgado los carteles.
La inquietud y los nervios carcomían a Alisa por dentro. Desde que había visto a ese hombre morir por su culpa sentía que tenía una estaca de hielo en su interior que le revolvía el estómago, allí donde el hombre le había pegado. Agarrando fuertemente la mano de Ciro, recorrió los callejones evitando las calles principales que, pese a ser un barrio desgastado, siempre estaban repletas de gente. Eran alrededor de las doce de la mañana cuando ambos hermanos se vieron obligados a pasar cerca de una de esas calles para poder llegar al antro de Kane Clover. Al girar la esquina, Alisa pudo vislumbrar los escaparates de alguna de las humildes tiendas cercanas y allí divisó lo último que quería ver.
Una foto de su cara estaba colgada en la pared junto a tres personas más. No sabía de dónde habría salido aquella foto, pero ya estaba expuesta al mundo.
Apresuró el paso maldiciendo en su interior. Sus pocas esperanzas acababan de caerse por los suelos. Cuando por fin distinguió le puerta del As de tréboles se le hizo un nudo en la garganta. Sintió que tenía ganas de vomitar. A dos pasos de la puerta, se quedó quieta, casi sin respiración.
—¿Lisa? —Preguntó Ciro— ¿Estás bien?
Volteó la cabeza hacia el niño e hinchó sus pulmones de aire. Asintió en respuesta y puso la mano en la puerto.
—Vamos allá —Dijo más para sí misma que para su hermano mientras abría la puerta—. Todo va a salir bien.
El As de tréboles era uno de los lugares más famosos y concurridos de Veltimonde pese a su pésima ubicación, pero por las mañanas era el lugar más tranquilo del mundo. El bar abría después del mediodía, pero el resto de salas solo estaban abiertas a partir de las ocho de la noche, por lo que por las mañanas el As de tréboles no era un lugar demasiado turístico. Ni un alma acudía a aquella hora porque sabían que no había nadie. Solo las trabajadoras sabían que, pese a cerrar sobre las cinco de la madrugada, Kane solía estar por la mañana por el local para despedir a las personas que usaban sus suites durante toda la noche y hacer inspección. Y eso esperaba Alisa, que estuviese allí entonces, siguiendo su costumbre de gallo madrugador.
Cuando se quedó quieta frente a la barra, los ojos oscuros y inquisitivos de su jefe la observaban con firmeza. Su mirada bajo entonces al niño que se escondía tras ella entre curioso y temeroso, y volvió a subir hacia su trabajadora. Elevó una ceja y habló.
—¿Primero te escaqueas del trabajo y ahora me vienes de buena mañana con un crío?
Alisa no tuvo tiempo de sentirse avergonzada. Su petición era más importante.
—Perdóneme, se lo compensaré, lo prometo — Aseguró—, pero ahora mismo tengo un problema y necesito su ayuda.
—¿Mi ayuda? —Cuestionó— ¿Qué se supone que quieres de mí?
Apoyó los codos sobre la barra, haciéndose el desinteresado, aunque sus ojos delataban que tenían curiosidad. Kane Clover era impredecible e ilegible muchas veces, pero sus ojos eran delatores de sus emociones. Alisa había aprendido a leerlos y a veces lo conseguía, sobre todo al ver cómo los entrecerraba cuando una emoción fulgente como una llama le latía en las pupilas.
Sus ojos observaban a ambos hermanos como los de un león, calculadores pero curiosos ante una nueva presa.
—Este es mi hermano pequeño Ciro —Presentó ella. El niño saludó con un asentimiento de cabeza—. No tenemos dónde quedarnos y él es mi única familia. Le pido que nos acoja temporalmente hasta que pueda encontrar un nuevo hogar para nosotros.
Kane se pasó un dedo por el labio, pensativo. Ciro se quedó mirando sus brazos, que estaban tensos y llenos de venas. Su cabello rizado cayó sobre su frente cuando torció la cabeza hacia un lado.
—¿Y por qué debería ayudarte? Faltaste al trabajo sin siquiera avisar y ahora me pides que comparta el pan contigo. No veo la lógica, si fuese un jefe profesional y racional debería despedirte —Su tono de voz era pensativo y a su vez acusatorio— ¿Anoche fue una noche muy ajetreada, sabes?
—Señor, se lo pido por favor— Rogó Alisa. Apoyó los codos sobre el taburete de la barra y juntó las manos a modos de súplica—. Es una situación de vida o muerte. Haré lo que usted me pida.
Kane Clover se incorporó de la barra, ensanchando sus espaldas, y soltó un suspiro. Dejó caer la mirada de nuevo sobre el niño, que lo observaba con sus enormes ojos, aún agarrado con fuerza al brazo de su hermana. Chasqueó la lengua.
—Por dios, mujer —siseó entonces, haciéndose el molesto— Si vamos a vivir juntos deja de hablar tan formalmente o me dará dolor de cabeza.
Alisa abrió los ojos de par en par. En aquel punto ya no esperaba una respuesta positiva. El señor Clover se rascó la nuca medio avergonzado y se dio la vuelta para buscar algo en uno de los cajones. Sacó una llave con un llavero y un número y la dejó sobre la barra, frente a Alisa.
—Usad la última habitación. Yo vivo en la tercera planta — Se dio la vuelta buscando algo más. De un bloc de notas arrancó un papel y escribió unos números—. Frente a vuestra puerta hay otra de un color distinto. Si necesitáis algo y no estoy por el bar poned este código y podréis subir las escaleras hasta mi piso —Y con tono desenfadado pero serio añadió— Espero que no lo uséis demasiado. De lo contrario acabaré cambiando la contraseña.
A Alisa se le alzaron las comisuras de la boca. El nudo que tenía en el estómago no desapareció pero se aflojó un poco y sintió un profunda gratitud por aquel hombretón imponente y su desinteresada amabilidad.
—Muchísimas gracias, señor Clover. De verdad, ¿qué es lo que debo hacer para agradecértelo?
—De eso ya hablaremos luego. Sí que tengo algo que pedirte ya que soy tan amable de aceptarte como mi inquilina. Ya sabes, quid pro quo y esas cosas. Pero por ahora ve y descarga, que parece que se te van a partir los hombros y no quiero una trabajadora ineficaz — Alisa asintió al instante y se dispuso a coger las llaves de la habitación cuando su jefe la detuvo—. Ah, y dos cosas más. Primero, se podría decir que ahora somos como... ¿Vecinos?, bueno, algo así, por lo que llámame Kane. Aunque ni se te ocurra hacerlo mientras estás en tu turno. Con que una trabajadora me pierda a medias el respeto es suficiente.
— Claro, así lo haré —Afirmó ella—. ¿Y la segunda?
—¿Perdón?— Se quedó unos segundo descolocado y entonces cayó— Oh, cierto. Lo segundo es que subas y te des una ducha, tienes la cara hecha un asco.
En vez de ofenderse o sentirse abrumada, estuvo de acuerdo con él. Se había lavado el pelo, pero se sentía recubierta por una cama de sudor, mugre y muerte.
*****
La habitación no era nada del otro mundo para la gente normal, pero para ellos en aquel momento era como en paraíso. Tenía una cama de matrimonio, un diminuto televisor y un baño con una ducha y un inodoro de verdad. Dejó las bolsas en una esquina y se metió corriendo en el baño. Ciro encendió el televisor y se entretuvo mientras ella se metió bajo el agua.
Allí, calada hasta los huesos por aquella agua caliente y reparadora, lloró.
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