39
Durante el viaje de vuelta se le olvidó ser consciente del mundo que la rodeaba. Tan solo se dedicó a caminar siguiendo sus recuerdos, haciendo memoria para saber dónde ir mientras lucía una sonrisa en la cara.
Encontrarse con Kane había sido un regalo que agradecía con creces. Saber que tenía alguien más en quien apoyarse si lo necesitaba a partir de ahora le serenaba el corazón. Tanto, que se permitió pasear de vuelta a casa tan solo disfrutando del fresco aire invernal contra su piel, de las bonitas luces que iluminaban las calles y del murmullo del inicio de la vida nocturna cerca del Barrio de los Artistas.
Su reciente encuentro la llevó a deslizarse tiempo atrás en su memoria, a recordar los viejos días en los que el mundo estaba a punto de caérsele encima.
El día que recibió la noticia de la muerte de sus padres dejó de permitirse a sí misma ser una adolescente común y corriente. Tan solo tenía catorce años, por lo que su madurez siquiera estaba en desarrollo. Le tocó encargarse de ella misma y de un niño de cinco años por el resto de sus días. Cuidarse y mantenerse fuertes hasta ser lo suficientemente mayores como para no necesitar depender el uno del otro. Aunque para eso tenían que pasar demasiados años.
Aquella mañana era como otra más. La noche anterior, sus padres habían recibido una extraña carta. Según las explicaciones de su padre, una familiar de su madre estaba a punto de fallecer. Su abuela, si no recordaba mal, aunque ella nunca la conoció. Por lo que les rogaban que fuesen a verla para cumplir una de sus últimas voluntades. Alisa recordaba que, tras leer aquel diminuto papel, su madre había llorado mucho.
Dijeron que no tardarían. Que en un par de días estarían de vuelta. El viaje era largo, puesto que la abuela vivía a las afueras de Veltimonde, pasada la frontera sur del distrito trébol, pero pronto estarían en casa. Por eso mismo, ella era la responsable de su hermano en su ausencia. Estaban de vacaciones escolares, por lo que no tenía que llevarlo al colegio, pero sí tenía que alimentarlo y vigilarlo en todo momento. Su hermano siempre había sido muy curioso, a veces se acercaba a cosas que no debía, o tenía ideas algo estrafalarias, por lo que debía echarle un ojo en todo momento.
Por todo esto, había esperado que tardasen unos días más en tocar a la puerta. En ese momento, corrió emocionada tras oír el sonido del timbre, pero cuando la abrió se le cayó el alma a los pies. Un agente la esperaba al otro lado, con su uniforme verde oliva y cara incómoda. Por supuesto, las noticias que iba a dar no eran buenas, y encontrar que tenía que contárselas a una niña no debía ser agradable. Desde su posición, Alisa pudo ver a otro compañero del soldado, del mismo rango, que descansaba apoyado en el capó de un coche.
El soldado se aclaró la garganta.
—¿Es usted familiar de Karel Parvaiz y Mei Draven?
Al oír el nombre de sus padres, Alisa empezó a sentir que el desayuno escalaba por su garganta, dispuesto a salir a saludar. Asintió sin ser capaz de abrir la boca para contestar.
—Siento tener que comunicarle que ambos han fallecido... ¿Es usted su hija?
Alisa sintió que el suelo se derrumbaba bajo sus pies y que todo el mundo se le venía encima. Empezó a visualizar unas pequeñas manchas negras en el borde de su visión que amenazaban con llevarla a un estado de inconsciencia, pero entonces oyó la voz de Ciro y sus pequeños pasitos corriendo por el pasillo. Se obligó a sí misma a mantener la compostura, a no derrumbarse.
—¿Mamá y papá ya han vuelto?
Su voz brillaba de alegría, tan tierna que Alisa estuvo a punto de echarse a llorar. Apretó los labios y, como pudo, hizo acopio de fuerzas para afrontar la situación.
Alzó los ojos hacia el oficial y le hizo un gesto con la mano.
—Discúlpeme un segundo.
El soldado asintió, comprendiendo a la perfección las circunstancias. Esa fue la primera vez que Alisa tuvo que cargar con todo sobre sus espaldas, totalmente sola. Fingió una sonrisa y se volvió hacia su hermano. Frenó su carrera antes de que consiguiese llegar a la puerta y le hizo darse la vuelta.
—Ciro, sube a jugar a tu habitación.
El niño hizo una mueca.
—¿No eran papá y mamá?
—No, aún no han vuelto —se apresuró a contestar. Cada sílaba le punzó la garganta, como si acabase de tragarse un ramo de puñales.
—¿Y entonces?
—Son unos policías que están buscando unos gatitos perdidos.
Ciro hizo un mohín, pero siguió sin preocuparse la dirección hacia la que lo llevaba su hermana. Se detuvo en el primer escalón de las escaleras que lo llevarían a su habitación, en la segunda planta.
—Espero que los encuentren pronto.
Alisa se sorbió la nariz.
—Sí, yo también.
Después de aquello, Ciro volvió a su habitación y ella se posicionó junto al oficial. Se mantuvo aferrada al marco de la puerta para evitar caerse mientras el hombre le explicaba lo ocurrido y lo que se sabía hasta entonces. Sus nudillos se pusieron blancos de tanto apretar, y a día de hoy ni siquiera recordaba cómo consiguió despedirse de los agentes y cerrar la puerta. Tan solo sabía que se las había apañado para dejarse caer en una esquina de la habitación y que allí lloró a lágrima viva, casi en silencio, hasta que sintió que algo dentro de ella se desgarraba hasta hacerle daño. No recordaba cuánto tiempo estuvo allí tirada, como una flor marchita que ha perdido todo su brillo y color. Pero pronto tuvo que recomponerse si pretendía evitar que acabasen de separarla de lo que le quedaba de su querida familia.
El hombre le había preguntado si sabía el destino de aquel inesperado viaje, a lo que Alisa respondió que en realidad no tenía ni idea. Tan solo sabía que era más allá de Veltimonde. Según el oficial, jamás llegaron a cruzar la frontera. Los habían encontrado en medio de una carretera, a las afueras de uno de los pueblos más cercanos a las grandes montañas del sur. Había sido muy temprano, cuando el tránsito había empezado a revivir de nuevo en la zona.
No había sido ningún accidente de tráfico. En realidad, los cuerpos sin vida habían sido degollados y tirados en medio de la carretera. El oficial no lo dijo, pero Alisa pudo imaginárselos a la perfección, tirados en el asfalto como dos muñecos de trapo rotos. Al escucharlo, estuvo a punto de vomitar.
No se sabía la identidad del culpable, aunque sí se había encontrado el arma homicida. Sin embargo, tardarían un tiempo en descubrir quién había sido, por lo que prometieron mantenerla informada.
También le preguntaron por la edad que tenía, y ahí fue cuando el malestar aumentó aún más en el pequeño cuerpecito de Alisa, que en aquel momento temblaba contra el marco de madera. No pudo mentir, eran las autoridades. Además, tan solo con mirarla a la cara se notaba que no era mayor de edad. Sus mejillas, en aquel momento mucho más redondas, le daban ese aspecto aniñado que no podía ocultar. Cuando los oficiales se marcharon advirtiéndola de que volverían con más noticias, lo supo.
Se obligó a sí misma a luchar por su familia, por mantenerse unidos costase lo que costase. Estaba claro que los de servicios sociales vendrían a por ellos y la separarían de su hermano. Aquello no podría ocurrir. Ir con aquellas personas les otorgaría un lugar donde dormir y comer, pero Alisa no estaba dispuesta a vivir en un orfanato alejada de Ciro, sin saber siquiera dónde diablos se encontraría.
No. Ya era lo suficientemente grandecita como para apañárselas ella sola. Se negaba a quedarse sola para siempre. Se negaba a que arrastrasen a su hermano lejos de ella, a que fuese abandonado sin tener ni idea de lo que había ocurrido con su familia. Ya tenía catorce años, podía ser autosuficiente. Tan solo necesitaba una oportunidad para arreglar las cosas. Una oportunidad para olvidar el dolor y darle a su hermano una buena vida hasta que creciese y ambos pudiesen ayudarse el uno al otro.
No se esperó a que volviesen a tocar a su puerta. Esa misma tarde, Alisa y Ciro se escaparon de casa. Se llevaron todo lo que sus bracitos pudieron cargar y salieron a la calle, abandonando su queridísimo hogar, dejando todos los recuerdos de sus padres atrás.
Ciro siguió a su hermana sin rechistar, pero estaba muy confundido. Al principio, el pobre chiquillo no comprendía nada, pero lo cierto es que seguiría a su hermana incluso al fin del mundo, por lo que las primeras horas se las tomó como una nueva aventura.
Vagaron por las calles durante una semana. Alisa no se explica aún cómo aguantaron. Durmieron en esquinas y lugares escondidos. Royeron la basura de la gente y acabaron con una gran parte de los suministros que Alisa había empaquetado. El día que Alisa encontró aquel sótano abandonado, la muchacha sintió que se abría el cielo. Fue pura casualidad, pero una vez que descubrieron la entrada, adoptaron el lugar como propio.
Así aguantaron dos días, mientras Alisa buscaba algún lugar donde pudiese obtener alguna fuente de ingresos. Algo que le permitiese alimentar a su hermano con regularidad. Después de todo, se negaba a dejarlo morir de hambre. Nadie más en aquella familia iba a morir mientras Alisa Parvaiz Draven tuviese piernas con las que caminar.
Recibió muchas negativas. Por su edad, por su aspecto desaliñado y andrajoso... Dormir en la calle no había sido fácil, por lo que su higiene no era la mejor. Sin embargo, jamás comprendió las negativas inminentes que recibió por ello en pequeños comercios y puestecillos de mercado.
Los pies le dolían de tanto caminar. Cuando ya estaba a punto de rendirse y volver al sótano con Ciro, pasó por delante de un nuevo antro que hacía relativamente poco que había abierto. Puede que tan solo hubiesen pasado unos meses. Algo había oído por ahí. Desde fuera pudo ver que no había clientes, pero advirtió movimiento en el interior. Leyó el nombre del lugar antes de abrir la puerta: «As de tréboles».
Se adentró en el local con pies de plomo, mirando a ambos lados conforme avanzaba. Estaba vacío, pero se oía el traqueteo de algo tras la barra ante ella. Sus pisadas dejaron algo de tierra a su paso conforme sus bambas avanzaban por el suelo.
De pronto, una figura corpulenta se alzó tras la barra. Era un hombre que debía estar cerca de los treinta, con rizos y barba impecables. Al ver entrar a aquella adolescente sucia y escuálida en su establecimiento, frunció notoriamente el ceño. Hizo una mueca al ver las manchas de barro en el suelo para después examinar a la chica, que tiritaba bajo aquellas finas ropas en pleno invierno.
—¿Necesitas algo? —inquirió desconcertado.
Alisa se arrastró como pudo hasta apoyarse sobre la barra. Los pies le dolían horrores. Estaba segura de que, si se quitase las zapatillas, tendría varias ampollas. Kane hizo una mueca al ver las manos polvorientas de la muchacha sobre la recién aseada barra de mármol.
Alisa buscó fuerzas para mostrarse agradable y educada, pero estaba harta de negativas. No podía recibir otro no por respuesta. Alzó las manos, uniéndolas en señal de súplica tras apoyar los codos sobre la barra. Después, bajó la cabeza.
—Déjeme trabajar aquí, por favor.
El silencio se instauró en la sala durante unos segundos. Entonces pudo ver cómo el hombretón se daba la vuelta.
—Ya tengo suficientes trabajadoras —contestó con voz neutra. Mientras hablaba, siguió ordenando las tazas y objetos del otro lado de la barra—. Y eres muy pequeña como para trabajar en un lugar así.
—Por favor —insistió Alisa—. Soy disciplinada y obediente. Haré lo que sea que se me ordene. Fregar suelos, cocinar, servir, limpiar excrementos... lo que sea.
—Eres demasiado joven —repitió Kane Clover, volviéndose de medio lado para verla—. Además, la imagen es muy importante, puede hundir negocios en horas. Y tú no estás en condiciones para trabajar aquí.
La ausencia de ruido allí dentro no hacía más que aumentar su nerviosismo. Alisa se irguió en su sitio, estampando las palmas de las manos contra la barra para poder hacerse más grande.
—Pronto dispondré de agua corriente —aseguró—. Tan solo necesito un par de días para acabar de desatascar las tuberías. Eso no es un problema para mí.
Ante su insistencia, el jefe del lugar se apoyó sobre el mueble tras él, mirándola desde las alturas con los ojos entrecerrados.
—Este no es un lugar corriente, ¿sabes? No está hecho para niñas como tú —el hombretón se cruzó de brazos—. Vuelve cuando seas mayor.
Se dispuso a girarse de nuevo, pero entonces captó un movimiento por el rabillo del ojo y el sonido de los huesos chocando contra el suelo llamó su atención. Alisa se había dejado caer al suelo de rodillas, con expresión abatida. Parecía estar a punto de estallar, a un segundo de llorar sin fin.
Lo observó con los ojos muy abiertos, acusadora, a la vez que alzaba la voz para reprenderlo con el cabello ondulado despeinado.
—Esto es una cuestión de vida o muerte —expresó muy seria—. Si tanto insiste en que soy una niña, debería saber que entonces será culpable de la muerte de dos niños desamparados. Si está conforme con eso, me iré ahora mismo.
Kane volvió a callar por un momento, y de pronto soltó una carcajada incrédula, mostrando una sonrisa burlona que no le llegó a los ojos.
—Así que, aparte de ser una jovencita desvergonzada y audaz, ¿también eres una manipuladora emocional? —mencionó—Vaya, con esa carita de ángel nunca lo habría dicho.
Su suspiro fue largo y sonoro. Alisa vio desde allí cómo flexionaba los brazos al cruzarlos de nuevo. Su ceño volvía a estar fruncido. La muchacha ya no sabía qué más decir. Estaba avergonzada, pero también tan apenada que no tenía fuerzas ni para levantarse del suelo. Era obvio que sus esfuerzos habían sido en vano. Trago saliva con fuerza y pestañeó con lentitud, moviendo con dificultad sus párpados cansados.
Kane carraspeó.
—¿Cómo te llamas?
La respuesta fue rápida y sencilla.
—Alisa.
El hombre se la quedó observando con detenimiento unos segundos. Luego se incorporó en su lugar y salió de detrás de la barra, pisando el suelo junto a ella. Lo vio caminar hacia un pequeño rellano interior, donde se distinguían más puertas.
—Muy bien, Alisa. Sígueme.
Parpadeó perpleja, pero obedeció y se puso de pie con dificultad. Dio un par de pasos hacia él antes de detenerse, insegura.
—¿A dónde se supone que vamos?
El señor Clover se volvió entonces hacia ella y la examinó con descaro. La inspeccionó con los ojos de arriba abajo.
— A llevarte a que te des una ducha, por supuesto. No soy un demonio.
—¿Una ducha?
—Una vez que estés limpia hablaremos del futuro —musitó, volviendo la vista hacia las escaleras que llevaban al segundo piso—. Pero ahora mismo hueles a sudor, y eso no despierta mi lado generoso.
Alisa se desplomó sobre el suelo y Kane hizo un leve movimiento como para acercarse, pero se contuvo, impertérrito en su sitio. Las lágrimas se escapaban de los ojos de ella, como gotas de lluvia que quedaban marcadas sobre su piel sucia. Se le escapó una pequeña sonrisa de agradecimiento y empezó a murmurar infinitos "gracias" casi inaudibles.
Kane Clover apretó los labios y reanudó el paso, subiendo los escalones con ritmo.
—Si no vienes me lo tomaré como que ya no estás tan desesperada y retiras tu oferta.
Se levantó como un rayo, y pronto la tuvo justo detrás, pisándole los talones.
A los pocos días empezó a trabajar allí, pero se mantuvo en la cocina fregando platos, vasos y cubiertos. También se dedicó a la limpieza de habitaciones y baños. Estuvo así durante aproximadamente dos años, hasta que cumplió los dieciséis y su cuerpo se formó un poco más, aportándole una imagen un poco menos aniñada. Pese al sueldo que su jefe le pagaba, la mayoría de ingresos iban destinados al bienestar de Ciro, y mantuvo su alimentación bajo mínimos cuando era necesario. Empezó a perder los mofletes y a estar aún más delgada, de forma que sus facciones se endurecieron un poco. El señor Clover acabó cambiándole el puesto, y fue entonces cuando empezó como camarera.
Ahora sabía que desde aquel primer momento había existido una conexión entre los dos, un dolor común. Una pérdida reciente que se reflejaba en los corazones de ambos, además de una enorme impotencia ante cosas que no pudieron evitar. Quizá el señor Clover se había visto reflejado en sus ojos aquel día. Quizá le había hecho pensar en la hermana a la que no pudo proteger. O quizá simplemente vio el sufrimiento de la pérdida plasmado en los ojos de aquella jovencita agotada y eso le hizo sentir como un igual ante su mirada.
*****
—¿Dónde estabas?
Harkan ya estaba allí cuando Alisa traspasó el umbral de la puerta. Notó en su voz un intento de usar un tono neutral, pero no tuvo éxito del todo.
Alisa se quitó la chaqueta y avanzó hasta el comedor sin apenas mirarlo a la cara. Sabía que debía haberse sorprendido al llegar y ver que no se encontraba allí, pero no había hecho nada malo. Además, venía feliz después de su encuentro con el señor Clover y no quería deshacerse aún de ese sentimiento.
—He ido a dar una vuelta —se limitó a contestar.
Evitó mencionar que había estado en el As de tréboles, o que había pasado el tiempo con su antiguo jefe. Tenía la sensación de que aquello podría molestar al muchacho. Ahora que por fin se había abierto a ella, mostrándole sus verdaderos sentimientos, no quería ponerlo nervioso ni preocuparlo. Su encuentro con Kane no indicaba que fuese a marcharse ni a dejarlo solo, pero prefería evitar que se hiciese una idea equivocada.
En realidad le hacía ilusión contar todo lo que había sucedido, pero por el momento prefería mantener un poco más la calma que se respiraba en aquel bonito piso. Le mostró una sonrisa a Harkan.
—Ciro estaba preocupado —expuso el chico. El aludido asintió con fervor a su lado, sentado de brazos cruzados en la esquina del sofá—. Me ha dicho que hacía mucho rato que te habías marchado.
Alisa dirigió su atención a su hermano, que puso morritos desde su sitio. Caminó hacia ellos y le revolvió el cabello castaño a Ciro.
—Me distraje en el Barrio de los Artistas —intentó justificarse—, había una infinidad de cosas que admirar.
No era mentira del todo, y pareció que su respuesta fue convincente, porque esta vez fue Harkan quien se cruzó de brazos.
—Pensé que iríamos juntos.
Alisa le mostró otra sonrisa de dientes blanquecinos, intentando ablandarlo. Sus manos abandonaron el pelo de su hermano para deslizarse por los fuertes antebrazos del soldado.
Harkan desvió la vista, manteniéndose impertérrito ante el intento de Alisa de desviar su atención.
—Me encantaría volver a ir. Hay un montón de cosas que me gustaría que me explicases.
La muchacha se fijó entonces en que Harkan no vestía su uniforme usual. En realidad, aún tenía el pelo un poco húmedo, echado hacia atrás, por lo que debía haberse duchado hacía poco. Se había puesto el traje de la Vanguardia de Corazones que Alisa había visto por televisión, el que ella habría esperado ver para identificar a un soldado de aquel prestigioso grupo.
Era mucho más elegante, de color negro, lleno de pequeños detalles rojos que lo distinguían del de la Guardia del Rey. Estaba muy guapo. El traje era entallado y resaltaba su admirable figura. Alisa estiró las manos hasta agarrar las solapas rojas que adornaban su pecho. Tiró de ellas para inclinar su cuerpo y acercarlo a una altura más conveniente. Entonces plantó un beso en su mejilla y se mantuvo así, aún tirando de él y observándolo desde abajo con una sonrisa juguetona.
Harkan carraspeó, pero acabó volviendo la vista hacia ella. La observó desde las alturas con sus ojos grises, aguantando el tipo. Al final, inclinó la cabeza y sonrió levemente de medio lado, rendido ante los encantos de aquella hermosa criaturita que lo miraba con ojos grandes y brillantes.
—Está bien —dijo—, pero no te acostumbres a ir por ahí sola, menos cuando es de noche. Puede que exista este retorcido sistema que asusta a la población, pero lo crímenes siguen existiendo y algunos se escapan al ojo humano. Tú más que nadie deberías saberlo.
Alisa asintió, dándole la razón. En apenas un rato, ya eran dos las veces que le recordaban que, pese a que ya estuviese en una situación desfavorable, las cosas siempre se podían poner peor.
Harkan deslizó las manos por su cabello oscuro, admirando lo brillante que parecía bajo la luz artificial de la habitación. De pronto, con mucha suavidad, colocó las palmas sobre sus mejillas y le dio un dulce beso en los labios. Fue lento y tierno, como si le costase se pararse de ella y quisiese apurar un poco más. Al alejar el rostro, mantuvo las manos sobre su cara.
—Quería pasar más tiempo contigo, pero sabes que tengo que irme.
Durante un instante, Alisa se mostró descolocada y frunció el ceño. Pero entonces cayó en la cuenta. Era cierto. En realidad, lo sabía desde hacía muchos días. Harkan tenía una importante cena de trabajo con la Reina de Corazones y sus compañeros de equipo. Antes no había recordado que era aquella noche. Le entristeció saber que no podría estar más rato con él, a pesar de que acababan de verse por primera vez en todo el día.
Alisa hizo un mohín, frunciendo los labios, pero asintió. Con un suspiro tuvo que alejarse de él. Ciro carraspeó tras ellos, reclamando un poco de atención.
—¿Desde cuándo sois tan cariñosos?
Harkan parpadeó, quieto. Alisa le sacó la lengua a su hermano, pero luego le guiñó el ojo. Ciro dejó de prestarles atención y volcó su interés en el televisor mientras murmuraba algo entre dientes relacionado con sentirse ignorado.
La muchacha pasó los dedos por las hombreras del uniforme, alisándolo y quitándole cualquier mota de polvo que pudiese haber.
—Vuelve pronto —le pidió.
—Escaparé en cuanto vea una oportunidad.
Harkan le puso una mano sobre la cabeza, rozando su pelo de nuevo, antes de agarrar sus cosas y dirigirse a la puerta.
—Mañana te llevaré a ver de verdad el Barrio de los Artistas —prometió el chico desde la puerta—. Fingiremos que tu excursión nunca ocurrió. Ese será mi premio por aguantar a una turba de soldados borrachos toda la noche.
A Alisa se le escapó una diminuta carcajada. Aceptó gustosa su plan.
—De acuerdo ¡ten cuidado!
El sonido de la puerta principal al cerrarse fue lo que obtuvo como respuesta.
No sabía a qué hora debía estar Harkan allí, ni siquiera sabía dónde era, pero se había hecho tarde. La tarde se había escurrido de sus manos como la mantequilla. Se dejó caer junto a su hermano en el claro sofá, con la cabeza puesta en ideas para hacer de cenar.
Sus ojos se desviaron a la hora, indicada en una de las esquinas superiores del televisor. Ignorando las quejas de su hermano, tomó prestado el control remoto y cambió de canal. Se había acostumbrado a echarle un ojo a las pruebas que iban haciendo para hacerse una idea, por simple curiosidad, aun sabiendo que no pensaba moverse del sofá.
Llevaba algunas noches haciéndolo. Le otorgaba una sensación de control sobre su propia vida, como si pudiese barajar las opciones que se le ofrecían para después descartarlas todas sin que nada ocurriese. Sabía que pronto debería volver a la carga, pero aún tenía tiempo para tomarse las cosas con calma. Dejó caer la cabeza sobre el respaldo del sofá.
Cuando puso el canal, ya hacía unos minutos que la transmisión especial había empezado. Justo se estaban mostrando las cartas disponibles cerca de su ubicación, en la basta y extensa capital.
De pronto, Alisa se incorporó y abrió mucho los ojos. Se agarró al borde del sofá. Estaba a punto de caerse de este, pero le daba igual. Ciro la observó con confusión, cuestionándose qué podría haber provocado que Alisa reaccionara de aquella forma.
Alisa leyó las palabras mentalmente, paladeándolas una a una en silencio. Sus ojos se movieron de un lado a otro, calculadores, mientras su pequeña cabecita maquinaba pensamientos a la velocidad de la luz.
Sintió una fuerza en las venas que llevaba mucho tiempo pensando que se había perdido. Confiada y con prisa, su mano se dirigió al bolsillo de su chaqueta, que estaba colgada en la entrada. Cogió el viejo teléfono que Kane le había regalado. Con dedos temblorosos buscó el número de su jefe; el único guardado en su agenda. No dudó en apretarlo y se llevó el teléfono a la oreja, tal como había visto hacer a Harkan, en cuanto el pitido de espera empezó a sonar.
La voz grave de su antiguo jefe resonó al otro lado, entre angustiada y aturdida.
«¿Qué ocurre?»
Alisa habló al instante.
—Necesito que te quedes con Ciro esta noche. Tiene que estar con alguien que de verdad pueda cuidarlo si no consigo volver.
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