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37

«Nuevos disturbios en la frontera con Vaystin del distrito de la pica despiertan el nerviosismo entre los ciudadanos. Los insurgentes siguen traspasando los límites del país en busca de pelea, destruyendo mobiliario e intentando hacerse con algunas viviendas, mientras que en su país no reciben ningún tipo de castigo. El gobierno de Vaystin no se ha pronunciado en ningún momento, y seguimos sin noticias de Su Majestad...».

Ciro agarró el mando a distancia y cambió el canal de televisión. Alisa le echó una mirada reprobatoria, pero al niño no pareció importarle en absoluto. La muchacha sentía que llevaba semanas desconectada del mundo. Apenas sabía lo que estaba pasando en Veltimonde en aquellos días. Había tenido suficiente con preocuparse de su propia vida, por lo que ni siquiera había pensado en dedicarle unos minutos de atención al mundo exterior. 

Tras oír aquello, descubrió que el reino se estaba poniendo poco a poco patas arriba, tal como había sucedido con su propia existencia. Los problemas parecían ir en aumento. Que estuviesen sucediendo reyertas inesperadas con ciudadanos vaystianos no auguraba nada bueno. Los veinte años de paz no podían empezar a tambalearse ahora. 

Alisa se echó hacia atrás en el sofá de piel blanco. Ya llevaban unos días en Kheles, la capital de Veltimonde. Desde la ventana podía ver la enorme estructura del palacio real, que era tan grande y amplio que sus murallas se perdían entre los edificios. Echaba de menos el sonido del oleaje en la oreja al despertar, aunque debía de decir que la capital era mil veces mejor de lo que había sido Ugathe y su ciudad de puentes y rascacielos. 

Era un lugar de ensueño. Harkan los había llevado el día de antes a dar un paseo para que pudiesen admirar la célebre ciudad con sus propios ojos, y la primera vez que pudo presenciar las maravillas de Kheles, sintió que de verdad estaba viviendo en un cuento.

En su inesperado paseo, lo primero que pudo ver fue una plaza cuyo suelo estaba pintado por completo de cuadrados negros y blancos, simulando un enorme tablero de ajedrez. A los lados había unas pequeñas graderías, y algunas personas presenciaban una partida de ajedrez en vivo. Sin embargo, Alisa jamás había visto a nadie jugar de aquella forma. No había dos únicos jugadores, sino que había dos equipos, y las personas que participaban llevaban trajes que representaban cada una de las figuras del famoso juego. Así pues, la partida era a escala real, y los jugadores se iban moviendo según la estrategia grupal. Los espectadores presenciaban expectantes la partida desde sus asientos.

Mientras pasaban de largo, Alisa lo encontró curioso y divertido, pero no supo que no sería la única cosa llamativa que encontraría en la capital. Bordeando los edificios cercanos al palacio, caminaron hacia algún lugar que Harkan quería mostrarles, pero del que no quería soltar prenda. No tardaron en encontrarse con un río que provocó que los ojos de la muchacha se abriesen de par en par, sorprendidos.

Se trataba del Río del Té Rojo, o así le había dicho el soldado que lo llamaban los residentes. Era un amplio río que pasaba junto a palacio y se perdía en la infinidad de la grandiosa ciudad. Lo curioso era el color de sus aguas, que estaban tintadas de un rojo brillante. A Alisa le recordó a la sangre. El soldado no le explicó el origen de aquella extraña coloración y la muchacha no preguntó. En el canal, había algún pequeño bote para poder pasear río arriba, guiados por un barquero. Pese a la impactante imagen inicial, a Alisa le dieron ganas de tocar el agua con los dedos y probar unas gotas, para ver si en realidad se trataba de té rojo, como decía su nombre.

Usaron uno de los muchos puentes de cristal diseminados a lo largo del canal para cruzar al otro lado y así alejarse un poco de palacio. A Alisa le impresionó lo trasparente que era el puente y la sensación que dejaba al caminar sobre él, pudiendo ver el agua correr debajo. Era como caminar sobre el aire. El cristal estaba pulido y limpio, sin ralladura alguna. 

Los edificios eran blanquecinos y elegantes, con todo tipo de estructuras que mantuvieron los ojos de Alisa en constante movimiento, atraídos por su belleza. Después de caminar unos minutos más, por fin llegaron a su destino. Era un parque inmenso de un color verde vibrante, repleto de árboles y plantas. Infinidad de fuentes danzantes estaban expuestas por el terreno, fusionadas con la bien cuidada naturaleza, y estas derramaban el agua de forma que los rayos del sol reflejaban sus pequeñas burbujas sobre el suelo. 

De nuevo, sintió la necesidad de alargar el brazo para tocar el agua. Sonrió mientras avanzaba por el bonito parque, acercándose a una de las primeras fuentes, pero entonces se dio cuenta de la verdadera belleza del lugar, que reposaba tranquila cerca de una de las fuentes.

Docenas de mariposas de cristal revoloteaban sobre las flores recién nacidas. Alisa se agachó para poder verlas mejor. Sus alas eran de un cristal totalmente transparente, y estaban articuladas con pequeñas patitas de metal. 

Las mariposas mecánicas parecían tan vivas como las reales, que apenas se veían ya. La luz que se reflejaba a través del vidrio de sus alas provocaba un efecto óptico que las hacía emitir destellos de colores. Le recordaron a los diminutos cristales de las lámparas colgantes. Una de ellas se posó en aquel instante sobre el dorso de su mano, y Alisa se quedó completamente inmóvil, fascinada por aquel pequeño artefacto vivo. Las patitas estaban frías al tacto, y la diminuta cabeza metálica se volvió hacia ella, como si de verdad pudiese verla.

Pronto alzó el vuelo de nuevo, uniéndose al resto de sus compañeras. Alisa se levantó y volvió la vista hacia Harkan mientras le mostraba una sonrisa igual de luminosa que el sol. El muchacho, de brazos cruzados, achicó los ojos al observarla, pero no pudo disimular la emoción en su rostro. Se escapó de su control la comisura izquierda, que rebeldemente se alzó hacia arriba.

El aire encantador del parque se intensifico al darse cuenta de que aquellos pequeños insectos biónicos estaban, en realidad, por todo el terreno. Pudo ver cómo una de las mariposas se posaba sobre los lisos cabellos de Ciro, que parecía igual de embelesado que ella. 

Esas fueron algunas de las cosas que pudieron ver tras su primer paseo por Kheles. Por supuesto, aún quedaba mucho por descubrir, pero no habían tenido tiempo de ello. Ahora, sentada en el sofá de su nuevo piso, barajaba las opciones que tenía para afrontar las horas que quedaban hasta que Harkan estuviese de vuelta.

Lo cierto era que estaba deseando que volviese. Aquellos últimos días habían sido muy cálidos. Casi se le había olvidado la razón por la que estaban juntos, y que el tiempo seguía corriendo. Aún tenía días de sobra, y parecía que Harkan últimamente no tenía prisa por afrontar las pruebas, pero en poco tiempo tendría que volver a enfrentarse a una nueva carta.

Procuraba no pensar a futuro y centrase en el aquí y el ahora. Solo de pensar en todas las cartas que aún le quedaban se le revolvía el estómago. Parecía que aquello nunca tendría fin, y apenas había conseguido dos cartas de alto rango. No podía ni imaginarse todo lo que tendría que vivir aún. 

El ruido de la película que había puesto Ciro le puso los pies en la tierra. Aún quedaban unas horas de sol y tiempo libre, y no quería pasárselas allí tirada, durmiendo en el sofisticado sofá. Sin embargo, pese a ser bonita, su nueva vivienda no disponía de demasiados entretenimientos. Era un piso relativamente espacioso del centro de Kheles, todo estaba adornado de forma minimalista, en tonos blancos y negros. Por ende, tampoco había mucho mobiliario, ni espacio para jugar. El piso no tenía balcón ni jardín, estaba situado en una quinta planta. Como mucho, podían subir a la azotea, aunque Alisa no se fiaba de dejar a su hermano solo, campando a sus anchas en aquel lugar desconocido.

El único consuelo era el televisor y la ventana, que otorgaba unas vistas espectaculares de la capital y su variedad arquitectónica. Ni siquiera había libros para que Alisa pudiese leer, como había habido en algunas de sus antiguas moradas. Eso sí, la bañera era excepcional, suculenta a la vista y con tecnología punta. Como uno de esos jacuzzis que alguna vez había visto en televisión. Pero no podía estar todo el día en remojo. 

La ausencia de Harkan, dada la falta de distracciones, era más difícil de soportar. Y a parte del soldado y las pruebas, no tenía mucho más en qué pensar. Suspiró mientras se incorporaba en su sitio. Se puso de pie y caminó hacia la ventana, y cuando ya estuvo ante el vidrio de esta, contemplando las murallas lejanas del palacio, tuvo una idea que la activó de inmediato.

Corriendo, agarró una chaqueta, se despidió de su hermano y bajó las escaleras del edificio con pasos ligeros. El viento frío del declive del año chocó contra sus mejillas. El Rito de Renovación Invernal estaba a la vuelta de la esquina y eso se palpaba en el aire. Con las manos en los bolsillos, se encaminó calle arriba con un destino fijo en su mente.

Harkan le había explicado tras la vuelta de su paseo que unas calles más allá de su apartamento existía el llamado Barrio de los Artistas. Era muy pequeño, apenas se extendía unas cuadras de distancia, pero era un lugar único en todo Veltimonde. Estaba repleto de galerías y museos excéntricos donde se exponían las obras de los mejores artistas del país. 

Todo aquello era interesante, pero lo que realmente le llamaba la atención era una callejuela en concreto, que era el verdadero pulmón del Barrio de los Artistas. Allí se encontraba el mercado más célebre de todo el reino. Según Harkan, allí habían paradas de todo tipo, donde los pequeños comercios de la ciudad y los artistas vendían algunas de sus obras y productos. El soldado había prometido que algún día la llevaría a verlo, pero la curiosidad la carcomía, y no pasaba nada si daba una vuelta por su cuenta.

Siguió las indicaciones de los carteles y en tan solo unos minutos se encontró en la boca de entrada al mercado. Lo cierto es que no estaba lejos del apartamento. Si le gustaba el lugar y encontraba cosas interesantes, podría volver sin problema alguno.

Parecía que Kheles aún tenía muchas sorpresas que mostrarle. Nada más adentrarse unos pasos en el mercado, sintió que estaba en otro lugar distinto. El color por excelencia de aquella calle era el marrón, y el aire que envolvía todo parecía antiguo. Le dio la sensación de que se estaba adentrando en un callejón atrapado en el tiempo, cuyos edificios no hacían más que darle la razón. Estaba colmado de gente, y le costó avanzar entre el gentío, ya que no era una calle demasiado ancha. A cada paso que daba, parecía que se adentraba en un sitio lleno de secretos, donde todas las cosas que uno nunca se imaginase pudiesen existir. Un lugar donde podrían venderse todos tipo de extravagancias, muchas no aptas para el uso humano.

Encontró paradas con baratijas cuyo uso desconocía, pero también otras que vendían productos limitados y de lujo a precios desorbitados. Estas se mezclaban con los puestos de los artistas, que no escondían sus métodos ante el público visitante. Justo estos debían ser la causa de muchas de sus ventas, que despertaban el lado morboso de la sociedad. 

Podían verse cuadros preciosos hechos a partir de procedimientos y materiales al uso, pero Alisa presenció una multiplicidad de obras y artistas fuera de lo común que le pusieron los pelos de punta: escultores cuyo material principal eran los huesos, tanto en polvo como solidificados, o cuadros hechos con pintura de bilis y sangre.

Su paso por el mercado fue corto pero intenso. No supo qué pensar después de ver el último tenderete, pero no pudo negar que en el fondo tenía ganas de volver a venir con Harkan. Quería saber lo que podría explicarle el chico sobre aquello, y así echarle un ojo a todo con más detenimiento.

Siguió su camino hasta el final de la calle, a pesar de que el mercado ya había quedado tras su espalda. Entonces, antes de girar la esquina, el letrero de una tienda llamó su atención: «La Casa del Conejo Blanco: antigüedades y pócimas».

Se quedó quieta entre la gente mientras observaba la curiosa tienda. Le resultó extraño que no hubiese nadie cerca. El resto de comercios de alrededor tenían clientes o gente junto a los escaparates, pero La Casa del Conejo Blanco parecía no existir ante la vista de los visitantes. Intrigada, se acercó a la puerta y agarró el pomo. Era de oro, y la puerta de un verde pino. Llevada por su instinto, se adentró en la pequeña tiendecita, que parecía diminuta al lado del resto.

El interior era el que cabía esperar de una tienda de antigüedades: de madera oscura y lleno de grandes estanterías con objetos olvidados por el tiempo. En efecto, el establecimiento estaba vacío. Alisa ni siquiera pudo divisar a ningún trabajador, aunque por el momento no hacía falta nadie para despachar clientes. En completa soledad, Alisa tuvo más confianza para acercarse a inspeccionar los artículos expuestos.

Había todo tipo de cosas, desde las más normales, a las más surrealistas. Encontró varios relojes de bolsillo algo oxidados por su antigüedad, ropas de otras épocas y libros de páginas amarillentas. Pero también otras cosas como el cuerno de un elefante ya extinto, o la dentadura al completo de un tiburón. 

El rincón del fondo de la tienda fue lo que más le llamó la atención, por lo que no tardó en ir hacia allí. Pasó junto a una puerta cerrada que tenía un papel desgastado enganchado en la madera. Con algo de trabajo, la muchacha logró leer el mensaje escrito, que parecía otra especie de letrero: «Bazar de Identidades Perdidas». Frunció el ceño al releerlo, pero no se sintió lo suficientemente valiente como para intentar abrir la puerta, así que siguió caminando.

Entonces se encontró con la última estantería del local, y esta le hizo recordar la inscripción consecutiva al nombre de la tienda, «antigüedades y pócimas».

Estaba llena de frascos de distintos colores y tamaños, con etiquetas en donde estaban escritos los nombres de las sustancias. Alisa observó los recipientes de cristal con escepticismo, pero su incredulidad iba en aumento. Con cuidado, cogió un frasco lleno de un líquido lila y se lo acercó a los ojos para leer el nombre de la supuesta pócima: «Sueños robados».

—Yo que tú lo soltaría si es que no quieres perder la memoria.

La voz sonó tras su espalda, totalmente de la nada, y Alisa pegó un respingo que provocó que se le escurriese el frasco de las manos. Por suerte, una mano se estiró frente a sus narices y agarró el recipiente al vuelo, haciendo un sonidito reprobatorio.

Alisa se volvió hacia el hombre que había hablado tras su espalda. Este, de puntillas, volvió a colocar el frasco en su sitio. Era más bajito que ella, y sus gafas negras contrastaban con su cabello cenizo. Una vez restablecido el orden en la estantería, volteó de nuevo en su dirección, con las manos tras la espalda.

—¿En qué puedo ayudarte? —le preguntó.

La chica no había escuchado ni el rumor de unos pasos, había aparecido sin hacer ruido alguno, como un fantasma. Concluyó que debía haber salido de la puerta misteriosa que mencionaba el Bazar de Identidades Perdidas, ya que no había ningún lugar más en el que pudiese haber estado.

Alisa no supo que responder. En realidad, no necesitaba que la ayudase con nada, no había entrado allí con algún propósito en concreto, simplemente se había dejado llevar por su instinto. Dudó bastante al responder

—Pues... —balbuceó, vacilante.

El hombrecillo debió ser consciente de su indecisión, porque reformuló la pregunta.

—¿Qué tipo de artículo andas buscando?

No tenía una mejor respuesta que ofrecerle. No lo sabía. En realidad, no buscaba ninguno. Pero entonces se paró a pensar seriamente. Quizá, ya que estaba allí y llevaba el dinero de Kane encima, podía comprar algo que la pudiese ayudar en pruebas futuras. Tardó en contestar, pero lo hizo mucho más segura.

—Algo para defenderme.

El hombrecillo se llevó los dedos a la barbilla, pensativo, y suspiró.

—De acuerdo —musitó. Sus ojos se movieron con rapidez de un lado a otro tras las gafas, inspeccionando a fondo todo el mueble con la mirada—. Toma.

Se estiró hasta llegar a apoderarse de un frasco muy pequeño relleno de un líquido azul fluorescente. Alisa pudo leer a la perfección «Dulce calma» en la etiqueta.

—Es un somnífero. En cuanto entra en contacto con otro líquido, se vuelve incoloro. 

Le tendió el recipiente y Alisa lo tomó con meticulosidad, vigilando mucho más para evitar que se le cayese. Había esperado algún tipo de arma discreta, pero aquello también podía funcionar. No sabía en qué contexto podría utilizarlo, pero algo era mejor que nada, aunque esperaba no tener que hacer uso de aquel recurso. 

—Debes verterlo entero para que haga efecto, podrás imaginar que es de un único uso —añadió él colocándose las gafas mejor en el puente de la nariz. 

Alisa asintió, y tras pagar por su nueva adquisición, se guardó el frasco en el bolsillo, se despidió y salió a la calle, dejando al hombrecillo otra vez solo en su excéntrica tienda, a solas con sus antigüedades.

Torció la esquina algo más animada. Pese a que seguía algo escéptica ante su compra, le había elevado el ánimo todo lo relacionado con el Barrio de los Artistas. Había sido una buena decisión el escaparse ella sola a echar un vistazo a la ciudad. Mezclada entre el gentío se sentía segura, nadie entre todos aquellos desconocidos sabía quién era ella, y aquello le permitía respirar aire libremente sin tener que vivir con miedo. 

El desconocido del bigote le vino a la mente, y recordó lo mucho que se le aceleró el corazón al leer su nota. ¿La había seguido? fue lo primero que pensó. Él se había ido antes de la fiesta, pero no era una opción descartable. Al menos, ahora estaba lejos de Noblento, por lo que suponía que estaba fuera de peligro. Tenía sentimientos encontrados respecto a aquel hombre. Su comportamiento no había tenido sentido alguno, y era mejor no encontrárselo de nuevo, si lo podía evitar. 

Pensando en aquello, atravesó varias calles absorta en sus sentimientos, apenas consciente de las personas que iban y venían a su alrededor.

De pronto, una mano le tocó el hombro y la muchacha volvió a saltar en su sitio, asustada.

—¡Alisa!

Su primer instinto fue mover la mano al bolsillo, pero no era una situación en la que pudiese utilizar la pócima. El pánico le corrió por las venas a velocidad récord. Su cerebro no tuvo la capacidad de pararse a procesar aquella voz, tan solo actuó. Se giró alterada, y le pegó un par de guantazos al cuerpo que había tras ella, sin fijarse en quién demonios era.

La persona recibió los primeros golpes en el pecho, pero no tardó en reaccionar y agarrar su muñeca para frenarla. Al tenerlo cara a cara, el mundo pareció paralizarse por unos segundos. Alisa abrió los ojos con fuerza cuando visualizó los fuertes brazos que portaban una camisa negra apretada encima. Casi se le escapó una lágrima cuando pudo ver a la perfección su barba pulcramente recortada, además de aquella sonrisa canalla que adornaba su rostro.

—Veo que te has vuelto una fierecilla.

Alisa tembló de emoción al sentir el vibrante tono humorístico tan característico de su persona. 

—¡Señor Clover!




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