36
Lo más sensato habría sido negarse. No supo si fue por aquella copa que había tomado al llegar a la casa del duque, o porque la presencia de Harkan le nublaba los sentidos. Apretó el pomo de la puerta con fuerza cuando salió del baño de su habitación, y tuvo que mantener firme su fuerza de voluntad ante la mirada enturbiada del muchacho bajo la luz tenue de la habitación.
Se había puesto su antiguo maillot. Al ver su propia imagen en el espejo vestida con aquel ceñido atuendo, sus tiempos como bailarina en el As de tréboles le parecieron muy lejanos. El traje seguía siendo demasiado insinuador, como lo había sido en su momento, y haberlo guardado en el fondo de la bolsa durante tantas semanas no hizo que eso cambiara.
Iba descalza. Al dar un paso sobre los tablones de madera de la habitación, el suelo crujió bajo las plantas de sus pies. El soldado estaba junto a la ventana, por la que se colaba la negrura de la ya bien entrada noche, y se había girado nada más presentir el mínimo movimiento de la puerta. Él aún no se había deshecho de su traje negro, y la luz de la luna reflejada sobre su perfil provocó en Alisa unas cosquillas que jamás había sentido.
Se acercó con pasos ligeros y casi insonoros hacia el muchacho y se detuvo delante de él. Le costaba alzar la mirada para verle la cara, por lo que optó por condensar su atención en sus manos, las cuales tomó con cuidado. Notó una ligera tensión sobre el chico cuando su piel rozó la de él, y asió sus manos callosas con timidez.
—Ven aquí —le pidió.
Harkan no dijo nada, se limitó a seguirla mientras tiraba de él sin mirarlo a la cara y lo guiaba por la habitación. Lo hizo detenerse junto al borde de la cama y entonces comprendió que quería que se sentase. Harkan no se atrevía a hablar, sentía que cualquier cosa que dijese estropearía lo que tanto tiempo llevaba esperando que ocurriese. Se dejó caer ágilmente sobre la colcha y se apoyó sobre las palmas de las manos, recostándose hacia atrás.
Alisa se movió por la habitación y el soldado pudo ver por el rabillo del ojo que dejaba las bolsas con sus pertenencias en la esquina y cogía la silla que había junto a la cama. Alisa la depositó a una distancia prudencial del muchacho, lo suficiente que le permitiese moverse con libertad y sin que nada le estorbase.
Una vez delante de él, juntó las manos, toqueteándose los dedos, y dudó antes de hablar.
—Supongo que eres consciente de que no tenemos música —murmuró.
El chico parpadeó un par de veces y se aclaró la garganta.
—Espera —musitó en voz baja.
Mientras jugaba con un rizo marrón, vio cómo se metía la mano en el bolsillo del pantalón y sacaba el teléfono. Alisa era consciente de que aquel pequeño aparato debía tener muchas funciones que desconocía. De nuevo, aquello le hizo pensar que Harkan le llevaba ventaja en muchos aspectos. Pudo ver cómo sus dedos se movían mientras buscaba algo, y desvió la vista del cuerpo del muchacho para intentar pensar en otra cosa.
Podía utilizar algunos de los pasos que había usado en el As de tréboles, pero le tocaría improvisar en mayor medida. Aquello no era una barra, y él no era su público habitual. Para ser sinceros, Alisa no sabía lo que sería capaz de hacer bajo la atenta mirada del moreno. No podía predecir si acabaría cohibiéndose o si, por contra, se engrandecería para mostrarle todo su potencial. Pero el extraño ambiente que los envolvía a ambos dentro de la habitación la hacía pensar que la noche era la mar de impredecible, y que no estaban en una situación normal. Una tensión ígnea se podía palpar en el aire.
Justo mientras sus pensamientos inquietos planificaban la situación, una melodía lenta acarició sus oídos. Provenía del teléfono del soldado, con un ritmo marcado y voluptuoso. Harkan dejó el aparato sobre la mesita de noche y se volvió hacia ella, dejando caer sus ojos grises sobre su figura.
Alisa sintió que se le erizaban los bellos de la nuca. Cuando había practicado con su madre había sido por diversión y sin público. En el As de tréboles la había motivado la necesidad y, pese a todo, las luces que la iluminaban a ella en el pequeño escenario la habían distraído lo suficiente como para que su visión sobre el público desde allí fuese borrosa e insignificante. Pero ahora lo tenía solo a él, allí delante, apoyado sobre el colchón como un auténtico felino, un príncipe de la sabana que estaba a un bocado de devorarla.
Alisa se posicionó tras la silla y cerró los ojos unos segundos. Respiró profundamente, mientras intentaba eliminar cualquier distracción de su organismo. Cuando los volvió a abrir, la carcomían los nervios y, a la vez, creía que no había tenido más confianza en su vida.
Harkan captó el cambio en su semblante. Las facciones de la chica se habían relajado, pero algo en sus ojos la hacía ver un poco más seductora. Se había acoplado a la perfección a la atmósfera de la canción tras haberla escuchado durante tan solo unos segundos. Harkan alzó la barbilla desde su sitio, expectante.
Con pasos suaves y elegantes, la muchacha caminó hasta posicionarse tras la silla. Sus pasos ya seguían a la perfección el ritmo de la música, marcando cada compás con la sutil flexión de sus piernas. Cuando estuvo en su sitio, se dejó caer hacia delante, apoyando las palmas de las manos sobre el respaldo, y cerró los ojos mientras rotaba la cabeza con lentitud. Su cabello se movió con ella, dejando entrever sus clavículas en el escote del maillot.
Con un movimiento que a Harkan le pareció casi magia, Alisa de pronto alzó ambas piernas hacia un lado y se sentó en la silla. Había sido un gesto delicado, donde sus piernas habían parecido flotar de golpe como si fuese un hada, como si se tratase de una acróbata cuyo cuerpo no pesaba más que lo que debía hacerlo una pluma.
Mantuvo las piernas estiradas mientras su torso bajaba, doblando la espalda hasta que su pecho casi rozase sus rodillas. Entonces echó la cabeza hacia atrás con fuerza, dirigiendo una mirada de ojos entreabiertos al soldado mientras el cabello le caía en cascada hacia atrás.
Harkan mantuvo el contacto visual los pocos segundos que este duró, hasta que Alisa desvió los ojos a sus piernas. Mientras volvía a incorporarse poco a poco en el asiento, deslizó con lentitud el dedo índice por la piel desnuda de la tibia y los muslos. Harkan se estiró en su asiento.
Los pies de Alisa se alzaron hacia el cielo con gracia, con un movimiento que simulaba que caminaba en el aire. Cuando llegó sobre su cabeza, se dejó caer hacia atrás, haciendo una pequeña voltereta, y acabó de pie junto a la silla.
Caminó provocadora por delante de la silla, jugando con sus piernas al intercalar gestos bruscos y lentos, y cuando llegó al otro lado, puso el pie sobre el asiento de la silla y se dejó caer hacia delante mientras estiraba el brazo, como si estuviese a punto de caer, como un ángel en busca de un último atisbo de cielo.
Después se sentó cara a cara con el soldado mientras deslizaba las manos hacia abajo, y de golpe abrió las piernas, echando la cabeza hacia atrás y estirando los brazos. Meneó la cabeza mientras las manos reptaban por su torso estirándolas justo después, de un lado a otro con una delicadeza extrema.
Harkan sentía que estaba presenciando un combate silencioso entre la perfección y el deseo. Alisa se había zambullido en la canción de lleno y casi parecía estar bailando un tango consigo misma. Se deslizaba de aquí para allá. Su postura era erguida y elegante, pero en cuestión de segundos se desarmaba, convirtiéndose en algo similar al humo.
Alisa se agarró al respaldo de la silla mientras contoneaba las caderas con ferviente ritmo. En un parpadeo, la muchacha estaba de nuevo sobre la silla, esta vez boca arriba. Sus piernas estaban cruzadas sobre el respaldo de esta y la cabeza le colgaba, provocando que el pelo rozase el suelo. Alisa deslizó las manos por su cuerpo hasta que estas llegaron al cuello y echó la cabeza hacia atrás.
Sus miradas se conectaron por un breve momento. Al moreno le brillaban los ojos en la penumbra de la habitación. Alisa podía sentir su excitación, estaba disfrutando de su petición. Seguía con la cabeza inclinada hacia un lado y el cabello le caía sobre la frente, despeinado.
La muchacha sintió de repente una inyección de confianza en el pecho. Con elegancia, se levantó de la silla y dio un par de giros mientras caminaba hacia él. Pudo ver en el gesto del soldado que estaba ligeramente confundido, pero no hizo nada para frenarla. Alisa, al posicionarse delante, lo observó desde las alturas, y por unos instantes a Harkan le pareció una diosa. Una divinidad que lo observaba con suficiencia justo antes de aplastarlo como a un insecto. En esos momentos, se hubiese dejado aplastar encantado.
Alisa estiró la mano y asió su corbata roja, que había ido a conjunto con su vestido. Recordarlo la hizo vibrar de emoción. La sacó de su sitio entre la camisa y el chaleco para poder cogerla bien y la agarró con determinación, dándole un par de vueltas en la mano para asegurarse de que su agarre era certero.
Harkan bajó la vista hacia su corbata y luego alzó los ojos hacia la muchacha, elevando una ceja inquisitiva. Alisa no dijo nada y tiró de él, haciendo que se levantase. Harkan no tuvo más remedio que obedecer, aunque no opuso mucha resistencia, siendo sinceros.
La chica caminó con paso decidido hacia la silla e hizo que el soldado se sentase. El moreno estaba de cara a la cama, y la muchacha fuera de su rango de visión. Tragó saliva, algo inquieto por primera vez en mucho tiempo. Pronto, unas manos se deslizaron por sus hombros y pecho, acariciándole la piel del cuello al pasar. Alisa pasó las yemas de los dedos por los brazos trajeados del chico, siguiendo el ritmo de la música, mientras asomaba la cabeza cerca de su hombro. Al moreno se le pusieron los pelos de punta bajo el traje y volvió la cabeza hacia la de la muchacha. Separados por unos diminutos centímetros, la observó manteniendo la compostura y Alisa le sonrió.
Sus manos se alejaron y Harkan volvió a quedar ciego. Alisa entonces volvió a pasear a su alrededor, balanceándose de un lado a otro con la canción, que esperaba que no acabase nunca. La vio jugar con el movimiento de sus pies y piernas, rodó por el suelo, haciéndose grande y pequeña mientras giraba sobre sus propios pies.
Cuando volvió a desparecer tras su espalda, Harkan apretó con fuerza el borde de la silla. No había despegado en ningún momento las manos de allí, se había negado a tocarla pese a su tentadora cercanía. La mano de Alisa empujó suavemente su hombro, haciendo que su cuerpo se inclinase a un lado. Entonces la vio girar con una pequeña pirueta sobre la silla, apareciendo frente a él como si aquel movimiento hubiese sido tan sencillo como respirar. Alisa cayó abierta de piernas sobre su regazo. Estaba de pie, por lo que unos centímetros aún los separaban, pero en aquella posición se vio obligado a contener el aire. Sorprendido, entreabrió los labios como para decir algo, pero no salió nada.
Alisa hizo rotar su cuello de nuevo, desplegando su cabellera ondulada por el aire, para luego contonearse sobre él, alejándose y pegándose a su pecho siguiendo la canción, que estaba llegando a su final. Agarrada al respaldo tras sus hombros, se dispuso a incorporarse otra vez para seguir y ampliar la distancia entre ellos, pero Harkan no pudo contenerse y la agarró de las caderas, haciéndola chocar contra su duro cuerpo.
Alisa se quedó sin aire cuando cayó sobre las piernas del muchacho y sintió su cuerpo contra ella. La sangre le ardió en las venas. Con los ojos muy abiertos, se encontró con la mirada abrasadora del soldado, que se erguía sobre ella. Sus narices casi se rozaban. No podrían decir quién fue el que dio el primer paso, pero no tardaron mucho en unir sus labios en un beso apasionado.
Las manos del soldado viajaron por su espalda mientras sus labios se devoraban con necesidad. Alisa enterró los dedos en su cabellera, acercándolo aún más a ella, si es que eso era posible. Los besos se volvieron casi infinitos, hambrientos de más, y los jadeos por la falta de aire y la excitación no tardaron en inundar el cuarto. Alisa retiró la boca como pudo para respirar, pero Harkan mordió su labio y tiró ligeramente de él, en una súplica de que no se alejase.
Sin embargo, la muchacha no tenía la intención de hacerlo. En cuanto sus pulmones se llenaron a trompicones de aire fresco, se lanzó de nuevo a por él, dejando una ristra de pequeños besos en la comisura de sus labios antes de besarlo con profundidad, saciando todo el deseo acumulado que llevaba arrastrando aquellas semanas, desde el momento en que se conocieron por primera vez.
Alisa no se percató de que el soldado le había hecho un leve corte sin querer al morderla y que unas pequeñas gotas de sangre emanaban de este, pero no le dio importancia. El dolor no se filtró por su cuerpo, quedó opacado por la avalancha de sentimientos que tamborileaban en su pecho, en donde su diminuto corazón batía las alas a punto de echar a volar.
Harkan bajó en aquel momento las manos a la parte inferior de sus muslos y la alzó en el aire al ponerse de pie. Alisa apenas se percató, estaba demasiado ensimismada con su rostro y sus besos de sabor a esperanza.
El soldado se sentó sobre la cama y la alzó para posicionarla bien sobre él, que apoyó la espalda sobre el cabezal. Alisa se alejó unos segundos de su boca para observarle el rostro con detenimiento. Tomó su cara entre las manos y Harkan se dejó hacer. La muchacha escrutó las diminutas motitas de sus ojos y la longitud perfecta de sus pestañas. Delineó con la punta del dedo su recta nariz y apretó con ternura su mandíbula y sus mejillas, perfectamente afeitadas, tan suaves como la piel de un recién nacido.
Le dirigió una sonrisa incontrolable y el muchacho le correspondió. Alisa sintió que estaba viendo la sonrisa más verdadera que aquel hombre jamás le podría haber dado. Sus facciones al sonreír dejaban de ser tan duras, y Alisa sintió que le sentaba bien, que podría acostumbrarse a verlo así para toda la eternidad.
Harkan alargó un dedo para apartarle el pelo del rostro con esa delicadeza tan extraña en su persona. Parecía un gran felino cuidando con ternura al cervatillo al que nunca debería haberse acercado, pero por el que no había podido evitar caer. Deslizó los dedos por su mejilla, incapaz de dejar de tocarla a pesar de que su cuerpo le doliese a cada instante que lo hacía.
La besó de nuevo, esta vez más despacio, saboreando cada ápice de su existencia. Jamás había sentido que necesitase algo con tanta ansia, nada en su vida había tenido nunca importancia alguna, ni si quiera él mismo, y allí estaba ahora, en la palma de la mano de una chica que estrujaba su corazón sin piedad para hacerlo bombear.
Lo supo desde el día en que la vio, que jamás podría apartar los ojos de ella, incluso si algún día lo único que viese en su rostro fuese odio. Era ella, y ya no podía escapar, no quería.
Alisa respondió con energía, devolviéndole el beso mientras se sentaba mejor entre sus piernas. La muchacha deslizó las manos sobre su pecho y empezó a desanudarle la corbata. Harkan la ayudó y al quitársela sintió un peso menos encima, un poco más de libertad para respirar entre beso y beso. Se deshizo también de la americana, y más tarde del chaleco.
Pronto, Alisa se encontró desabotonándole la camisa negra con el corazón desbocado y el aliento entrecortado. Hacía calor, mucho calor. Tanta, que Alisa se sentía incluso mareada, aturdida por aquella sonrisa y aquellos ojos del color del infinito.
Se desató en la habitación un incendio incontrolable. Aquella noche, ardieron juntos hasta ser cenizas.
*****
Alisa abrió los ojos a la claridad del día para corroborar que efectivamente seguía soñando. La vida se sentía diferente, un poco más feliz, y la esperanza florecía en la superficie de su corazón. Harkan la envolvía con sus fuertes brazos mientras aún dormía. Con la cara pegada a la suya, Alisa sonrió complacida. La calidez que emanaba su cuerpo le ofrecía otro tipo de fortaleza distinta, le aportaba energía el saber que era querida, y que aquel hombre jamás dejaría que nadie le hiciese daño.
La muchacha deslizó los dedos por su oreja y cabello hasta descender a su mandíbula. Disfrutó de cada roce de su piel como si tuviese entre las manos un diamante y solo fuese suyo, de nadie más. Harkan se removió bajo su toque, aún sumido en sus sueños, y Alisa contuvo una suave carcajada. Jamás lo había visto dormir, más bien ella había sido la observada, y le pareció que, para ser tan grande, parecía un chiquillo. Sus facciones relajadas lo hacían parecer más joven, y buscaba el contacto físico como si en sueños temiese perder lo que había entre sus manos, como si estuviese a punto de ser abandonado y se negase a dejar ir nada.
Alisa intentó incorporarse un poco para verlo mejor desde las alturas, pero en cuanto se movió una pizca, el chico abrió los ojos medio adormilado. La muchacha se tumbó de nuevo a su lado, en la misma posición que había estado al principio, y le sonrió con afectuosidad. Harkan tiró de su agarre sobre ella para pegarla a su pecho y darle un pequeño beso en la coronilla.
Parecía otro y, a la vez, seguía siendo el de siempre. Alisa se dejó achuchar, totalmente encantada con aquellos mimos. Hacía tantos años que no sentía un calor humano tan profundo que le entraron hasta ganas de llorar. Kane la había abrazado, pero aquello ya no estaba al mismo nivel. Su padre había sido el último en abrazarla con tanta intensidad, y aun así era un sentimiento distinto, algo que la hacía querer vivir siempre allí, en la orilla de la playa, enredada entre sus brazos.
Tardaron un buen rato en levantarse. Al parecer, Harkan no tenía que presentarse a servir, ya que había pasado la noche "supuestamente trabajando", por lo que no tenía prisa alguna en levantarse de la cama. De hecho, se negó una infinidad de veces a soltarla. Entre bromas y girando en el colchón, Alisa había insistido en que Ciro debía estar despierto abajo y que tenían que ir a darle los buenos días y a desayunar. Harkan tardó media hora en aceptar.
El soldado aprovechó para ducharse en el baño de su dormitorio mientras Alisa aseaba un poco la habitación. Colocó la silla en su sitio, que aún seguía donde la habían dejado la noche anterior, y se sonrojó al recordar lo osada que había sido al bailar de aquella manera frente al muchacho. Había seguido sus instintos y, pese a la vergüenza, no se arrepentía de nada. Ni siquiera de todo lo que había ocurrido después.
Bajó a saludar a su hermano, que, como ya había supuesto, estaba tan fresco como una rosa, viendo una película en el televisor del salón. Se levantó para saludarla con un abrazo en cuanto la vio, pero la regañó por dormir hasta tan tarde, ya que, según el crío, ya había estado lo suficientemente solo como para que no aprovechasen el día para estar con él. Alisa rio mientras le daba unas palmadas en la espalda. Su vista se desvió al reloj. Eran las once y media de la mañana.
El muchacho no cuestionó el paradero de Harkan, ni dónde había dormido este, dado que él se había quedado con su habitación aquella noche, y Alisa lo agradeció. Se dirigió hacia la cocina, a preparar algo para que ella y el soldado pudiesen desayunar, pero entonces Ciro pareció recordar algo y se acercó con paso ligero a su hermana.
—Cuando me desperté vi que alguien había colado esto bajo la puerta de la entrada, supuse que era para ti —le explicó.
El niño le tendió un pedazo de papel plegado y Alisa frunció el ceño al verlo. Con un mal presentimiento, desdobló el papel y leyó lo que había escrito alguien con una excelente caligrafía, digna de una persona con maña para la escritura:
«Espero haber sido de gran ayuda. Personalmente, creo que protagonicé una escena digna de tu disfrute. Presiento que volveremos a vernos pronto. Lo esperaré con ganas. Hasta la próxima, mi lady».
Se le erizaron los bellos de la nuca. La nota no iba firmada, pero Alisa podía adivinar a la perfección a quién pertenecía aquel mensaje. La imagen del desconocido del bigote inundó su mente, y no pudo evitar mirar a un lado y a otro, insegura, después de leer la carta. ¿Cómo diantres sabía dónde estaba?
Tuvo que tragarse el miedo cuando escuchó los pasos del soldado crujir en la escalera. Corriendo, se guardó la nota en el bolsillo de pantalón, arrugando el papel en el proceso.
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