35
Harkan se lanzó a por sus labios con hambruna y Alisa temió desfallecer allí mismo. La muchacha cerró los ojos con fuerza mientras correspondía al beso, mucho más entusiasmada de lo que había imaginado. Lo cierto era que había soñado con ello, con cómo sería rozar aquellos labios de seda que sólo le sonreían a ella. Ahora que lo estaba haciendo por fin, no quería alejarse ni un milímetro.
La mano de Harkan se deslizó por su mejilla en una caricia celestial. Colocó la palma en el hueco justo bajo su oreja y su pulgar se posicionó sobre su pómulo. De aquella forma, pudo profundizar más el beso.
Alisa apenas podía respirar. No sabía cuánto hacía desde que había tomado la última bocanada de aire, pero le parecían siglos. Sin embargo, se negaba a dejar ir aquello labios rosados que la devoraban con devoción. El corazón estaba a punto de salírsele del pecho. Las cuerdas que lo mantenían sujeto a su cuerpo amenazaban con romperse bajo el toque de sus manos. Estas, con delicadeza, dejaron ir el rostro de la muchacha para bajar por su cuello y hombros hasta situarse bajo el inicio del apretado corsé.
Su agarre se intensifico en su cintura, acercándola a su cuerpo todo lo que la falda del vestido le permitió. Comenzaron a caminar hacia atrás, sin despegarse, hasta que Alisa chocó con algo de metal.
Lo ignoró por completo, pero se permitió un momento para abandonar la boca del chico y respirar. Sus manos dejaron ir su nuca y se apoyaron en su pecho para alejarlo lo suficiente como para poder inhalar. Su pecho subía y baja, acelerado, y estaba segura de que debía tener las mejillas de un color rojo brillante, pero en cuanto se percató de que el corazón del soldado latía bajo sus manos igual de rápido que el suyo, todo indicio de vergüenza se deshizo.
Al no ver nada que indicase rechazo alguno por su parte, el moreno se inclinó de nuevo y depositó un suave beso casto en sus labios, mucho más dulce que el anterior. Alisa parpadeó varias veces, batiendo las pestañas tras la máscara. A escasos centímetros de distancia, y apoyada sobre el pasamanos de la escalera, le dedicó una diminuta sonrisa antes de que él la besara de nuevo con determinación.
Aquella noche de verdad se sentía como estar en un cuento de hadas. Uno de esos donde las maldiciones existían, pero se olvidaban cuando la protagonista bailaba sin fin en una fiesta junto al amor de su vida, que resultaba ser el príncipe de sus sueños. Harkan no era un príncipe, pero sí la hacía soñar. Sus besos la embriagaban de tal manera que se olvidaba de todo lo demás, y pese a estar en la esquina del enorme salón de baile, abrazados por una pobre iluminación, sentía que flotaba sobre las lámparas de araña repletas de cristales brillantes que colgaban de la enorme bóveda.
El ambiente se caldeó, y no parecía que hubiese nadie cerca como para cruzarse en su campo de visión y hacer que Alisa volviese a la realidad, que recordase dónde estaba y lo que habían venido a hacer. Alisa comenzó a subir de forma torpe los escalones mientras las manos de Harkan volvieron a subir a su cintura y la presionaron de forma que la muchacha pudo sentir cada uno de sus dedos resbalar sobre la tela aterciopelada.
Uno de los guardias apostados cerca admiró la escena. Ataviado con aquella ropa y la máscara negra, no pudo reconocer a Harkan, su superior, pero se le escapó una risita ante aquella pareja de enamorados desesperados. Vio cómo el chico seguía los pasos de la pequeña muchachita de rizos oscuros y comenzaba a subir las escaleras.
El guardia suspiró, pero no parecía molesto. Supuso que estarían buscando un lugar donde continuar sus caricias en privado, y lo cierto era que el palacete del duque era tan grande que disponía de habitaciones suficiente como para que un par de jóvenes se escondiesen para pasar el rato juntos. Unos chicos amorosos no resultaban amenaza alguna, y el guardia no debía sentirse muy cómodo interrumpiéndolos en tan apasionado momento, porque desvió la mirada hacia el lado contrario y se dedicó a volcar su atención sobre los invitados que deambulaban por la pista de baile.
Sin nadie que los detuviese, subieron la estrecha escalera sin ser consciente de cómo lograron no caerse en el intento. La música ya era algo lejano. Lo único que Alisa podía oír era el latido de su corazón, los silenciosos jadeos del chico al respirar y el sonido de sus labios al unirse.
Subieron los últimos escalones a trompicones, y cuando llegaron a la segunda planta Harkan estampó el cuerpo de Alisa contra la pared, recostándose sobre él. Sus manos bajaron más esta vez, hasta llegar a sus caderas, y con un movimiento rápido le alzó la pierna izquierda y le agarró el muslo por debajo. Alisa ya no sabía dónde terminaba el uno y empezaba el otro, estaban tan cerca que notaba el cuerpo del soldado por todas partes. Sus dedos se perdieron en las hebras de su cabello corto y lo atrajo más hacia sí, como si, si lo soltase, estuviese segura de que jamás volvería a acercarse.
Harkan dejó una pequeña línea de besos que iba desde la comisura de sus labios hasta su mandíbula, y se detuvo cuando estaba a punto de llegar al cuello. Alisa había cerrado los ojos por inercia. Cuando vio que no seguía y fue consciente de la ausencia de sus labios sobre su piel, los abrió y se encontró con que se había alejado un poco para verla bien, aunque aún estaba cerca.
Sus pupilas estaban algo dilatadas, y era evidente que estaba intentando recobrar el aliento, pero sus ojos seguían brillando con aire peligroso, casi divertido. Sus labios, más rosados que antes, le mostraban una fina sonrisa.
De pronto, le soltó la pierna y dio un paso hacia atrás, alejándose de ella. Alisa frunció el ceño, aún descolocada por todo. El soldado se inclinó hacia delante, sin volver a tocarla de nuevo, pero acercando su boca a su oreja.
—No tenemos mucho tiempo antes de que los guardias sospechen—murmuró con voz algo ronca—. Deberías darte prisa.
El color le subió a la cara cuando se retiró y volvió a confrontarlo. Harkan alzó las cejas, esperando a que empezase a moverse. Todo pasó por su cabeza a la velocidad de la luz, tan rápido que le dolió procesarlo. El baile, sus palabras, lo cerca que habían estado de la escalera, los guardias apostados alrededor... Entonces se sintió utilizada. Fulminó a Harkan con la mirada, sopesando si debía abofetearlo o era mejor salir corriendo a por la carta.
Alisa nunca decía palabras malsonantes, no estaba acostumbrada a ello, pero en aquel momento no pudo contenerse.
—Capullo —siseó entre dientes.
Harkan le sostuvo la mirada por unos segundos, con aquel atisbo de sonrisa grabado en el rostro. Algo en sus ojos le decía que aquello que acababa de pasar no había sido mentira, que no había sido tan solo una estrategia. Pero Alisa apartó cualquier atisbo de compasión a un lado y se incorporó en su lugar, alejando la espalda de la pared.
Se colocó bien la falda del vestido, que esperaba que no se hubiese arrugado mucho, mientras que el soldado le daba la espalda y se posicionaba de cara a las escaleras, cuadrado en su sitio como si estuviese trabajando, aunque en realidad se suponía que lo estaba.
Con las manos tras la espalda, volvió a hablar en voz baja, esta vez sin mirarla.
—Yo vigilo, pero si alguien viene no podré retenerlos mucho tiempo.
Alisa ni siquiera contestó. Empezó a adentrarse en la segunda planta con paso acelerado, con la vergüenza aún latiéndole en la punta de los dedos. Poco tardó en descubrir que desde allí se podía ver todo el salón de baile. Evitó asomarse a la barandilla para que nadie la viese y optó por ir pegada a la pared. Había varias puertas que daban a lo que parecían habitaciones de invitados. Para ir más rápido, Alisa se dedicó a abrir tan solo una rendija de las puertas y echar un rápido vistazo a las estancias para determinar si eran o no el dormitorio personal del duque.
En el pasillo donde el soldado se había quedado montando guardia no halló nada relevante. Tan solo habitaciones vacías con camas pulcramente ordenadas y limpias. Cuando llegó al fondo, vio que dejaba de tener el salón a la vista y que el camino se bifurcaba según lo que quisiese escoger. Esto era por la presencia de una enorme escalera como las de los hospitales, que llevaba a un lugar de la planta baja que Alisa no debía haber visto aún, o a la tercera planta, que no debía contar con más de un par de habitaciones, dadas las dimensiones del palacete.
Podía volver hacia atrás y cruzar al otro lado para echarle un vistazo a las puertas del ala derecha de la vivienda, pero su instinto le aconsejó que siguiese adelante, que allí no encontraría lo que andaba buscando. La habitación del duque debía estar en un lugar más alejado. O quizá en uno más llamativo, o en uno un poco más grande y especial.
Se percató entonces de que a un lado había una puerta más oscura que las demás, de un tono caoba opaco. Escuchó cómo una nueva canción empezaba a resonar por todo el edificio y el murmullo de las voces de los invitados iba en aumento. Observó a ambos lados para asegurarse de que no venía nadie y abrió la puerta intentando ser lo más silenciosa posible. En este caso, con solo una rendija no fue suficiente. La habitación estaba totalmente a oscuras, por lo que no parecía que hubiese nadie allí. Se escurrió por el hueco abierto y cerró la puerta tras de sí, quedando absorbida por la oscuridad.
Buscó a tientas con las manos algo que pareciese un interruptor. Lo encontró unos centímetros más allá del grueso marco de la puerta, y cuando se hizo la luz en la estancia, a Alisa se le iluminaron los ojos de ilusión contenida.
Frente a ella había una pequeña biblioteca. Debía de ser igual de grande que dos de las anteriores habitaciones que había ojeado, pero estaba llena de estanterías casi tan altas como el techo y libros de todos los tipos. Se preguntó cuántas historias permanecerían allí, ocultas al resto del mundo, y si habría alguna reliquia entre aquella enorme colección. ¿Sería el duque un ávido lector? No estaba segura. Sinceramente, lo dudaba. Pero quizá su padre, Lord Thibault Ravenna, sí lo fuese. Harkan había mencionado que había sido durante muchos años uno de los más importantes consejeros del Rey, y lo seguía siendo. Lo más normal sería que hubiese leído a lo largo de su vida muchos de los ejemplares que había ante sus ojos en aquellos instantes.
Alisa caminó sin miedo alguno por la biblioteca, deslizando los dedos por los tomos que reposaban en los estantes. Captó su atención un rincón dedicado a la literatura vaystiana y a libros sobre sus costumbres, creencias y gentes. Le resultó curioso que hubiese tantos volúmenes sobre ello en aquel lugar. Estaban mal colocados y parecían un poco más desgastados por el tiempo que el resto de la colección de los Ravenna. Los lomos parecían deteriorados y marcados por su uso, y no pudo evitar preguntarse con qué intención habrían sido leídos. Si por mera curiosidad... o algo más.
Se golpeó a sí misma mentalmente. No era momento de dejarse distraer por las devociones, ya se había distraído lo suficiente con Harkan, y no estaba en una posición que le permitiese perder el tiempo. Si cualquier persona la pillaba por allí, dudaba de poder escapar ilesa de aquello, y no tenía ni idea de lo que le depararía el destino entonces.
«Dichoso Harkan», maldijo entre pensamientos. «Parece que lo único que lo mantenga con ganas de vivir sea la adrenalina de andar en la cuerda floja». Y en realidad, no parecía una mala hipótesis. Cuando más le había visto brillar, siempre había sido cuando se encontraban entre la espada y la pared.
Alisa caminó de nuevo hacia la puerta, ignorando sus deseos de seguir curioseando entre las adquisiciones literarias de los Ravenna. Apagó la luz y se sumergió en las tinieblas de nuevo mientras alargaba la mano para girar el pomo de la puerta y salir otra vez al pequeño rellano de las escaleras. Justo cuando iba a hacerlo, se detuvo. El sonido de unos pasos pesados la heló en su lugar y se llevó una mano instintivamente a la boca para evitar emitir sonido alguno.
Aún con la mano apretada sobre el antiguo pomo de la puerta, pegó la oreja a la madera y pudo oír el murmullo de una voz grave que dialogaba consigo misma. No logró entender lo que decía, pero se encontraba peligrosamente cerca. Las pisadas pasaron con fuerza a centímetros de distancia de Alisa, que solo tenía la puerta como escudo. Se agradeció a sí misma por apagar la luz pronto. De otra forma, aquel desconocido podría haber visto el resplandor brillar bajo la puerta.
Los pasos entonces se alejaron lo que pareció suficiente y Alisa se permitió coger aire de nuevo. Con todo el cuidado del mundo, abrió mínimamente la puerta, evitando hacer ruido, para ver si ya estaba a salvo. Al hacerlo, alcanzó a ver el llamativo traje morado del duque, que le daba la espalda y caminaba hacia el lado que había decidido no investigar. Probablemente se estuviese dirigiendo de vuelta a la fiesta. Cuando el hombre desapareció de la visión de la muchacha, se escabulló de la biblioteca y salió al pequeño rellano.
Ahora que volvía a estar sola, desvió la mirada hacia las escaleras que subían a la tercera planta. Estaba segura de que el hombre debía haber venido de allí. Tenía todo el sentido del mundo que su dormitorio estuviese arriba y hubiese subido a arreglar un par de cuestiones antes de continuar con la celebración.
Aun así, Alisa se acercó con pasos sigilosos a los escalones que bajaban para echar un pequeño vistazo a lo que había allí. Tuvo que retroceder de inmediato cuando escuchó el eco de un montón de voces en el pasillo. Alguien daba órdenes muy concretas y la gente iba de aquí para allá. La muchacha podía espiarlos desde un pequeño punto muerto entre los escalones, por lo que pudo presenciar cómo los encargados de la cocina sacaban un enorme carrito que parecía estar siendo preparado para ser transportado al salón. Los empleados iban y venían, siguiendo las instrucciones de varios de sus superiores, que revisaban todo con una precisión inaudita.
Alisa se alejó de allí a toda velocidad y comenzó a subir las escaleras rumbo a la desconocida tercera planta. No se sorprendió al ver que era un espacio pequeño con tan solo dos puertas. La de la izquierda era igual de llamativa que la de la biblioteca y pronto acaparó toda su atención. La chica había visto al duque alejarse, por lo que no debía haber problema alguno si entraba. O eso quería pensar. No se esperó a descubrirlo de forma segura, tenía que entrar ya. No había tiempo para reflexiones.
Se anotó un punto al comprobar que estaba en lo cierto y cerrar la puerta tras de sí. Allí, el sonido de la música quedaba más ahogado, por lo que sentía que sería más fácil darse cuenta si alguien venía hacia la habitación. El dormitorio del duque era espacioso y elegante, decorado al completo de muebles y objetos de tonos marrones y rojizos. Alisa pisó el tapiz junto a la cama y le pareció extremadamente mullido aún con los zapatos puestos. Se apresuró a buscar la carta entre las almohadas, bajo la cama y en el dobladillo de las sábanas. Nada. Repasó con la mirada el escritorio lleno de documentos pulcramente ordenados, pero tampoco distinguió algo que pareciese una carta. Se dispuso a examinar también el cajón de la mesilla de noche, y cuando lo abrió notó como sus hombros se destensaban.
Un sobre de color negro con bordes rojizos reposaba en el cajón vacío. Estaba colocado justo en el centro, sin intención alguna, al parecer, de presentarse ni un poco oculto. A Alisa le sorprendió que no hubiesen intentado esconderlo más, aunque comprendió pronto que probablemente no esperaban que nadie llegase a encontrarlo dada la dificultad que ya presentaba el llegar a los aposentos del anfitrión. Que tuviesen cero esperanzas de éxito le hizo sentir, de alguna forma, agitada. Abrió el sobre y extrajo del interior la carta, que terminó oculta dentro de sus medias.
Cerró el cajón y se dirigió casi corriendo a reunirse con el soldado. Tuvo la increíble suerte de no toparse con nadie en su camino de vuelta, y aunque se tropezó un par de veces mientras aceleraba el ritmo sobre la moqueta roja, consiguió llegar al punto de inicio ilesa. Justo cuando acababa de girar la esquina y podía ver que el soldado seguía haciendo guardia frente a las escaleras, el estallido de un disparo provocó un mar de chillidos entre los invitados.
Alisa se agachó inconscientemente en su sitio, cubriéndose la cabeza con las manos. Al ver que no le había ocurrido nada y que el sonido venía de su derecha, se medio asomó a la barandilla y observó el caos que comenzaba a inundar el salón de baile. Alguien había disparada al techo y la cristalera de la cúpula se había roto en un gran boquete que mostraba el cielo nocturno. Los pedazos de cristal habían caído al suelo y sobre los invitados. Llegó a ver que alguno sangraba, producto de los cortes que el material le había ocasionado al caer.
Los músicos habían dejado de tocar y los guardias ya estaban desplegándose por la sala, buscando al culpable. Alguno se había acercado a los nobles heridos, que intentaban taparse las heridas con la ropa entre el gentío que se movía inquieto de un lado para otro. Alisa buscó con los ojos al causante de aquel alboroto. Abrió la boca al verlo, como si quisiese alertar a alguien, pero no dijo nada. El desconocido del bigote volvía a alzar el arma hacia el cielo casi a escondidas, camuflado entre los invitados, y en menos de un parpadeo apretó por segunda vez el gatillo, perforando de nuevo la bóveda.
Los gritos se extendieron como la espuma, y de pronto todo el mundo estaba corriendo, asustado. Algunos señalaban a una supuesta sombra de persona que había estado junto a ellos unos instantes atrás, pero lo cierto era que el desconocido había salido por patas a la velocidad de la luz, y tenía una capacidad increíble de desaparecer entre el caos. Aun así, Alisa logró verlo solo durante unos segundos desde allí arriba, aprovechando su privilegio de vista de águila. Ya había escondido el arma, cuya presencia Alisa no había detectado en ningún momento mientras bailaban, y se colaba entre los cuerpos que huían hacia la salida.
Alisa volvió la vista hacia el otro lado, donde un carrito portaba un enorme pastel de cumpleaños que había dejado de ser el foco de atención. El duque se llevaba las manos a la cabeza, pero intentaba tranquilizar a los que se encontraban a su alrededor. La chica se quedó anonada observando el ir y venir de los vestidos desde allí arriba, y no fue hasta que Harkan le agarró el brazo que volvió a ser consciente de que aún tenían que escapar.
—¡Venga, vamos! —voceó el soldado a su lado para que pudiese oírlo bien. Tiró de ella para llevarla hacia las escaleras y una vez empezaron a bajar, Alisa alcanzó su ritmo y corrió a su lado.
Cruzaron el salón con ritmo apresurado, esquivando gente que iba y venía hablando sin parar. Se fundieron con el desorden y lograron atravesar la enorme estancia sin que nadie les dijese nada. Algunos soldados habían empezado a buscar por el resto de habitaciones del palacete, por si el delincuente se escondía en algún lugar oculto.
Cuando llegaron a la puerta, el guardia que los había dejado pasar al llegar intentaba abordar a las personas que salían. Parecía retener a algunos para cuestionar su identidad, pero en general los invitados iban saliendo al aire libre de la noche.
El guardia cruzó miradas con Harkan y Alisa pudo intuir que esta vez lo reconoció de inmediato. No dijo nada ni intentó detenerlos cuando el moreno sacó a Alisa al exterior mientras la llevaba de la mano. Una vez fuera, apretaron el paso y se escondieron tras otra casa, justo en el lugar en que antes se habían puesto las máscaras.
Ya ocultos de ojos curiosos y, al parecer, fuera de peligro, Alisa se percató de que Harkan se deshacía de su antifaz. Lo imitó y al instante notó cómo el aire frío de la noche chocaba contra su rostro descubierto. Recobró el aliento tras la carrera mientras procesaba lo que había ocurrido.
—¿Qué ha sido eso? —murmuró Harkan. No parecía esperar una respuesta, pero Alisa sabía que se refería al chiflado del bigote.
¿Cuál había sido su objetivo? Era un misterio. Había comentado el repentino cambio de sus planes, pero no era capaz de imaginar qué había podido obtener él con aquello. Le había venido bien todo aquel pariré extraño para huir, pero si él también era un criminal ni siquiera se había acercado a la carta.
Todo lo que pasaba por su cabeza eran sinsentidos y contradicciones, por lo que optó por responder con unas palabras que ocultaban parte de la verdad, pero que englobaban bien lo que pensaba al respecto.
—Ni idea.
Harkan volvió los ojos hacia ella y se fijó en la forma en que su pecho subía y bajaba con cada respiración bajo el vestido. Alisa se vio obligada a recordar que aún estaba enfadada con él, por engañarla, por usar sus sentimientos para utilizarla.
—Eres un idiota.
El soldado no dijo nada. Volver a ver sus facciones desnudas debería permitirle adivinar algo de lo que debía estar pasando por su cabeza, pero parecía tan impasible como siempre. Alisa dio un par de pasos hacia él y le pegó un puñetazo en el pecho.
—Has jugado conmigo.
Harkan apenas se movió ante su golpe. La dejo hacer sin reaccionar. Tan solo mantuvo las manos en los bolsillos de su traje negro. Cuando Alisa estaba a punto de abandonar, frustrada, aquella discusión que ni siquiera había llegado a empezar, escuchó la voz del soldado en un tono bajo y serio.
—Teníamos que subir de la forma más discreta.
Alisa chasqueó la lengua, molesta. No podía creer que simplemente fuese a darle aquella pobre justificación. Que hubiese sido el medio para llegar a un fin no hacía más que avivar las chispas que saltaban en su interior. Soltó una pequeña carcajada sarcástica.
—Podríamos haberlo hecho de cualquier otra forma —refutó dando un paso hacia delante.
El ajetreo de la muchacha los había llevado a estar de nuevo cerca. Alisa no sabía qué esperaba conseguir sacando todo aquello a colación, pero le pellizcaba el pecho y necesitaba poner su frustración en palabras, aunque después se arrepintiese. Ya no podía hacer como si nada después de lo que había sucedido en el palacete. Tan solo el recuerdo de sus labios sobre su piel le ponía los bellos de punta. Si pretendía que olvidase lo ocurrido, le iba a resultar imposible.
La cercanía provocó que Harkan tuviese que bajar la vista para ver sus ojos. Inclinó la cabeza hacia un lado y el cabello le cayó sobre las cejas.
—Puede que tuviese ganas de besarte.
Alisa tragó saliva. Últimamente, aquellas declaraciones tan casuales la pillaban desprevenida hasta el punto en que le aceleraban el pulso en cuestión de segundos. Agradeció a la oscuridad de la noche por ocultar los colores que le ardían en el rostro.
Aquella respuesta era tentadora, pero ya no le creía. No después de que unos minutos atrás le hubiese dicho algo del mismo calibre y acto seguido hubiese jugado con ella. Su corazón no era un juguete con el que entretenerse. Y, sin embargo, quería creer que aquellos ojos de plata, ahora oscurecidos por la ausencia de luz, guardaban algo de franqueza.
Se sentía tonta por insistir, pero en su cabeza en aquel instante no había nada más que él. Nada de las cartas, nada del desconocido, nada de Ciro. Solo Harkan.
Con el corazón en el puño, apretó los labios antes de hablar.
—Dime una cosa, y quiero que seas totalmente sincero por una vez en tu vida —le pidió.
Harkan alzó la barbilla un poco, en señal de que estaba dispuesto a escucharla.
—Lo que has dicho antes... —no se atrevió a repetir sus palabras tal cuál las había dicho, a pesar de que podría haberlas recitado de memoria. Intentó explicarlo con vergüenza mientras se aferraba a las solapas de su chaqueta para tener las manos ocupadas con algo—lo de... tocarme y todo lo demás... ¿era verdad?
El silencio se apoderó del mundo durante un breve suspiro, uno en que Alisa amenazaba con echarse a llorar por ser la más estúpida del mundo y con arrancarse el corazón del pecho para pedirle que dejase de palpitar tan rápido.
Al final, obtuvo su respuesta.
—Sí.
Alisa abrió los ojos demás, sorprendida, y Harkan sintió que tenía delante a un pequeño cervatillo, tembloroso y de ojos brillantes.
—¿Todo?
—Todo.
El sorprendido entonces fue el soldado, porque no se esperó que la morena tirase de las solapas del traje para atraerlo hacia ella y plantarle un beso en los labios.
Esta vez, fue Harkan quien tan solo era capaz de oír los latidos de su corazón.
*****
Cuando llegaron a casa, todo seguía justo como lo habían dejado antes de marcharse. Ciro se había quedado dormido en la habitación de Harkan y Alisa no se atrevió a despertarlo. La muchacha subió a su habitación para quitarse el vestido después de aquella larga noche. En realidad, habían estado unas cuantas horas en la casa del duque, pero a Alisa le había parecido mucho menos tiempo. Se deshizo de los zapatos lanzándolos a un lado y se posicionó frente a la cama de matrimonio, lista para cambiarse y ponerse algo más cómodo.
Alisa, sin embargo, no escuchó los pasos que la habían seguido al dormitorio, y cuando echó las manos hacia atrás para deshacer el lazo que mantenía los cordones del corsé apretados, se encontró con unas manos curtidas que jugueteaban con la tela.
Se dio la vuelta para encarar a Harkan, que se había pegado a su espalda sin que se hubiese dado cuenta. Aún llevaba puesto el traje negro, no le había dado tiempo a cambiarse, ya que hacía nada que habían llegado.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Alisa confundida.
Las facciones del chico estaban relajadas. A Alisa no le hizo falta bajar la cabeza para percatarse de que sus manos seguían tocando el vestido.
—He estado pensando. Quería pedirte algo.
La muchacha alzó las cejas. Confiada, le sonrió con timidez esperando a su petición.
—Puedes negarte si no quieres, pero hay algo que llevo mucho tiempo queriendo que hagas. Llevo soñando con ello desde el día en que te vi.
Conforme iba escuchando sus palabras, la expresión de la joven fue cambiando. Empezó mostrándose comprensiva. Harkan no solía hacerle peticiones, estaba dispuesta a aceptar lo que él quisiera. Pero lo último la hizo inquietarse un poco. Nació una pequeña bola revoltosa de nervios en su vientre que le hizo apretar los labios.
—Adelante —accedió, ansiosa de saber qué era lo que quería.
Harkan se aclaró la garganta antes de contestar.
—Baila para mí.
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