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34

Dudó si debía aceptar su invitación. Su mano quedó ligeramente tendida en el aire, a medio camino de unirse con la del soldado.

—Me gusta bailar —aclaró—, pero no conozco los pasos de este tipo de bailes.

—Yo tampoco —contestó el moreno con sinceridad.

Alisa frunció las cejas y parpadeó perpleja ante su respuesta. Harkan aprovechó entonces para tomar su mano y acercarse un paso más. Le colocó el brazo tras su cuello y se pegó a ella de golpe, provocando que la muchacha contuviese el aliento por la sorpresa. Los dedos de Alisa rozaban los cortos bellos marrones sobre la nuca del chico.

Harkan ladeó la cabeza, gesto que hacía siempre que la observaba como si quisiese adueñarse de sus pensamientos. 

—No me gusta bailar, pero contigo bailaría toda la noche si hiciese falta.

La chica sintió que el corazón le latía cada vez más de prisa. Con el soldado tan cerca de su rostro y su cuerpo, apenas se atrevía a exhalar con la boca para evitar que su aliento le chocase en las mejillas y el vaivén de su pecho al respirar rozase el del chico. 

No dijo nada, y aquello hizo que el muchacho le mostrase una diminuta sonrisa ladeada, consciente de que sus palabras parecían haber tenido cierto efecto sobre ella. Colocó las manos en sus caderas, sobre la tela roja aterciopelada. Después movió ligeramente la barbilla a un lado, señalando a los demás invitados, sin despegar sus ojos grises de los suyos. Sus palabras sonaron tan bajo que Alisa intentó ignorar el latido de su corazón, que le resonaba en los oídos, para poder escucharlo bien.

—Si no quieres que nos miren mal y sospechen de nosotros, deberíamos hacer algo que nos ayude a camuflarnos entre los demás. Unos cuantos pasos discretos y habremos llegado al otro lado de la sala, justo donde están las escaleras que dan al segundo piso. 

Alisa comprendió entonces que el soldado ya estaba pensando en la misión, y aquello le hizo recobrar un poco la visión de la realidad. Puede que ella fuese la única emocionada y a la vez exaltada ante la idea de bailar juntos. Puede que ella fuese la única tonta que no sabía cómo pedirle a su corazón que se callase. La mente de Harkan era diferente de la de todos los demás seres humanos que había conocido. Todo funcionaba a través de pura lógica y justicia, y podría asegurar que su corazón estaba oxidado y que había pocas cosas que lo alteraran; que lo hiciesen latir. 

Pero si eso era así, si de verdad era la única afectada por su cercanía y su presencia, deseaba pedirle que no la mirase con aquellos ojos. Si lo seguía haciendo, no le molestaría seguir mintiéndose a sí misma. 

La mirada de Alisa se desvió hacia las escaleras. Parecía que al entrar ambos habían pensado exactamente lo mismo.  Entonces Alisa asintió, dispuesta a seguir su estrategia y llegar así a la segunda planta.

—Bailemos.

Sus cuerpos comenzaron a balancearse lentamente de un lado para otro, con movimientos más delicados de los que Alisa había esperado. Pese a que intentó ignorar la sensación, Alisa era consciente de la presión de los dedos del muchacho sobre el vestido. Repasó con la mirada su corbata roja y los pliegues de su traje.

Avanzaron dando pequeños pasos por el salón, tan diminutos que pensó que tardarían siglos en cruzar bailando la enorme sala. La falda de su vestido se balanceaba de un lado a otro mientras creaban su propia forma de bailar un vals. Alisa desvió la mirada de sus pies hacia el resto de invitados que los rodeaban. Intentó captar los pasos que seguían las parejas para aprender de alguna forma cómo debían hacerlo, y no tardó mucho en darse cuenta de cuál era el juego de pies exacto que sus compañeros de danza ejecutaban. 

Sin embargo, mientras seguía con la vista puesta en los demás, pensó que quizá no serviría de nada intentar enseñarle al soldado los movimientos de pies que deberían estar haciendo. Le costaba imaginárselo bailando de aquella forma, y aun así allí estaban, en medio de la pista de baile de un pequeño palacete, ataviados con ropas que podrían haber portado gente de la realeza, y siguiendo el ritmo de las notas que los músicos tocaban con esmero. 

¿Sería mejor si intentaba decirle algo? Quizá si se los explicase podrían moverse más rápido y...

De repente, Harkan apretó el agarre de sus manos sobre su cintura y se detuvo, estampando a Alisa contra su pecho tras un pequeño tirón. Los pensamientos de Alisa se acallaron de inmediato y lo único que inundó su mente fueros los ojos grises del soldado, que chispearon tras la máscara cuando los brazos de Alisa se aferraron más fuerte aún a su cuello para evitar caer.

Acercó un poco la boca al oído de la muchacha para que solo ella pudiese escucharle.

—Puede que no seamos igual que ellos, pero en este tipo de bailes el contacto visual es indispensable. Necesito que me mires, Alisa.

Cuando sus miradas volvieron a conectarse, la chica sintió que le temblaban las piernas. ¿Se estaría volviendo loca? No podía seguir así... Harkan le aguantó la mirada sin pestañear mientras empezaban a moverse de nuevo. Esta vez, los movimientos del soldado fueron más grandes y dinámicos. Cuando se dio cuenta, la había alzado un poco por las caderas y estaba girando. Las mejillas de Alisa se tiñeron de un suave tono rosa mientras se deslizaban entre el gentío, sumidos casi en su propio mundo, sin que sus ojos tuviesen otro foco de atención que no fuese los del otro.  

Caminaron, giraron y patinaron con elegancia sobre el suelo brillante de color crema. Incluso en algún momento se pisaron, pero no les importó. Siguieron allí, ajenos al mundo, sin hablar, simplemente siendo conscientes del sonido de la música y del vaivén del aire mientras sus cuerpos se movían. 

Lo disfrutó como si estuviese en un sueño. Se permitió sonreír embobada mientras sus ojos se perdían en todas las esquinas del rostro del soldado. Alisa volvió a ver en sus orbes aquellas motitas negras que había visto el primer día en el baño del As de tréboles, justo después de que la salvara. Y le encantó, era algo que solo ella podía ver; algo de lo que nadie más en el mundo podía disfrutar. Él no sonreía, pero tampoco estaba serio. Tenía una expresión extraña en el rostro que Alisa no sabía descifrar, pero juraría que parecía algo similar al anhelo.

Su cuento de hadas se rompió cuando alguien tocó el hombro del chico y ambos se detuvieron, en contra de su voluntad aunque ninguno lo pusiese en palabras. Un hombre les sonrió con dientes brillantes.

Alisa lo examinó con poco entusiasmo. Pese a estar en una fiesta como aquella y vestir ropa cara y elegante, su aspecto era algo desaliñado. La camisa blanca parecía irle un poco grande y estaba metida de mala manera dentro de unos pantalones de traje rectos. Esta estaba ligeramente desabotonada. Suponía que, si había llevado alguna americana, se había perdido por el camino.

—¿Podría robarte a tu pareja de baile un rato? —preguntó con voz curiosa— me encantaría que fuese la mía por unos minutos.

Alisa no sabía qué decir. No tenía ganas de ir con aquel desconocido, y mucho menos de bailar con él, pero no quería sonar desagradable. El hombre, pese a todo, se mostraba relativamente simpático. Reparó en su llamativo bigote puntiagudo y en su perilla, que le daban un aire a corsario de una vieja leyenda que Alisa no sabía explicar. 

La muchacha desvió su mirada hacia el soldado mientras se apartaba las ondas oscuras del cuello. Quizá lo más conveniente sería aceptar la invitación cortésmente para seguir representando su papel a la perfección. Harkan observó de arriba abajo al desconocido y luego le mostró una sonrisa artificial que no le llegó a los ojos.

—Adelante.

El ánimo de Alisa disminuyó un poco e intentó ocultar un suspiro. El hombre del bigote hizo una leve reverencia mientras le tendía la mano.

—Mi lady.

Alisa sonrió por compromiso y aceptó su mano, aunque con la punta de los dedos. Harkan observó cómo el desconocido se llevaba a la chica unos metros más allá y comenzaban a bailar. Su buen humor se esfumó tan rápido como había llegado. Se cruzó de brazos y se quedó allí parado, en medio del gran salón, con la gente yendo y viniendo a su alrededor. 

Cuando le tocaron el hombro por segunda vez consecutiva aquella noche, estuvo a punto de girarse dispuesto a matar a alguien, pero no se esperaba encontrarse cara a cara con el único compañero de trabajo que le caía medianamente bien.

—¡Me alegro de verte, hermano mío!

Tan fraternal como siempre, Vladik le pasó un brazo por los hombros para estrujarlo. Harkan se revolvió en su sitio, pero no se quejó. El repentino mal humor que había poseído su cuerpo unos segundos atrás se disipó un poco, solo un poco. 

La sonrisa del rubio era genuina, siempre había sentido simpatía por aquel soldado de hielo al que algunos temían. Harkan era consciente de ello. De hecho, desde el día en que se conocieron su compañero mostró cierto interés en él y en entablar una amistad duradera. Cuando coincidían, venía a buscarlo sin siquiera preguntar. A decir verdad, puede que fuese su único amigo, aunque al soldado no le gustase demasiado esa palabra. Harkan siempre había pensado que Vladik era un chico simple. Por eso le gustaba. Era fácil leerlo y podía entender lo que pensaba a la perfección. Sin embargo, no sabía si le alegraba demasiado encontrárselo justo allí, con Alisa a unos metros de distancia.

—¿Cómo me has reconocido? —cuestionó el moreno.

Harkan iba en traje, algo atípico en él dado su trabajo, y encima portaba una máscara que ocultaba parte de su rostro. ¿Cómo era posible que lo hubiese reconocido en medio de una multitud de enmascarados como aquella? Vladik no sabía que él estaría allí. El propio Harkan no sabía que su compañero estaría presente en la fiesta también.

—Reconocería esos hombros a kilómetros de distancia —bromeó el otro.

El moreno soltó un bufido, escéptico ante tal justificación, aunque parecía cierto, viniendo de Vladik. El muchacho retiró el brazo del cuello de su amigo y se posicionó junto a él para mirar en la misma dirección. El cuerpo de Harkan estaba orientado hacia Alisa, y su mirada lo delataba. Vladik era lo suficientemente astuto como para atar cabos y mostrarle una sonrisilla traviesa.

—No sabía que tenías corazón como para enamorarte de alguien.

Le lanzó una mirada que podría haber cortado el aire a la perfección. Pronto sus ojos volvieron a la muchacha, cuyo vestido giraba con aire frenético con cada giro que el desconocido le hacía dar. Parecía estar bastante sería, y el hombre demasiado cerca. No paraba de sonreírle y Harkan tuvo que apretar los puños mientras estaba de brazos cruzados.

—No estoy enamorado. 

Las palabras le escocieron un poco en la garganta. Parecían ir envueltas en espinas. Le había costado pronunciarlas, como si estuviese diciendo una mentira, y él nunca mentía. Había estado a punto de no decir nada.

Vladik le respondió con una carcajada. 

—Permíteme dudarlo cuando estás aquí parado mirando a una señorita dar vueltas —comentó metiendo las manos en los bolsillos de su mono gris—. Pareces un perro guardián.

Harkan se giró hacia el rubio, que lo observó con cara divertida mientras parpadeaba con sus ojos azulados.

—¿No tienes trabajo?

Vladik asintió poniéndole mala cara. Estaba buscando algo de diversión, pero el soldado no tenía ganas de ofrecérsela. Se rascó la nuca, despeinando ligeramente sus cabellos dorados, que eran un poco más largos justo en aquella zona. 

—Estoy de guardia fuera, pero antes me ha parecido verte llegar y quería pasar a saludarte.

Por eso llevaba el uniforme de trabajo. No estaba de incógnito como él. Tenía un puesto asignado fuera, junto a la enorme estructura de la casa. Harkan, sin siquiera mirarlo a la cara, empezó a echarlo.

—Vete antes de que alguien te pille.

El rubio suspiró entretenido y se posicionó en medio de su campo visual, con lo que bloqueó a Alisa del radar de su compañero. Harkan frunció el ceño y posó su atención de nuevo sobre Vladik.  Lo retiraba, no le caía bien.

—Veo que tienes prisa porque me vaya —insinuó— ¿Pretendes ir a recuperar a tu chica?

El tono burlesco del muchacho hizo que se ganase otra mala mirada de parte de Harkan. Por su gesto gélido, parecía estar a punto de matarlo. Para Vladik, por desgracia, eso nunca había equivalido a una amenaza, ni se había amilanado ante ello.

—Está bien, está bien. Ya me voy. 

Se quitó de en medio y el moreno pudo seguir viendo a su bailarina favorita compartir pista con otro hombre. Vladik hizo una mueca al ver que su compañero ni siquiera desviaba la vista hacia él o le decía unas palabras para despedirse. Por supuesto, ya estaba acostumbrado y no le afectaba en absoluto, pero le divertía hacerse el ofendido.

Le puso la mano sobre el hombro, encarado ya hacia la otra punta del salón, en dirección de la salida.

—Bonita charla, Harkan. Yo también te he echado de menos.

Le dio un par de palmaditas y echó a andar, perdiéndose entre el gentío, que reía, bebía y bailaba con energía, siempre elegantes.

En aquel momento, la canción estaba a punto de terminar. Con pasos seguros y tranquilos se dirigió hacia Alisa y el desconocido, dispuesto a seguir donde lo habían dejado.


*****


Cuando Harkan la dejó sola con el hombre del peculiar bigote, dibujó una suave sonrisa cordial en su rostro. Se mentalizó de que no pasaba anda. Eran cosas que sucedían a todas horas en ese tipo de fiestas. Y por su identidad no debía temer: llevaba una máscara y un vestido que la convertían en una persona completamente distinta, y estaba a muchos kilómetros de su antiguo hogar.

El hombre alzó sus manos unidas y posicionó la otra mano en su cintura. Comenzó a dar ciertos pasos de un lado a otro, y Alisa no tardó en darse cuenta de que eran los mismos pasos que había visto hacer a los demás. Como debería haber supuesto, el hombre pretendía bailar un vals de verdad. La muchacha entonces usó su memoria e intentó copiar los movimientos que había visto antes y sincronizarse con los del hombre. 

No le costó demasiado. Cuando vio que fluían a la perfección por el salón, Alisa le mostró una sonrisa genuina, más producto de su propia satisfacción al lograrlo que de otra cosa que el desconocido pudiese estar pensando. Este último le sonrió de vuelta, pero Alisa sintió que en su gesto había algo de picardía.

Era mayor que ella. Debía tener la edad del señor Clover, rondaría los treinta y pocos. No parecía haberse arreglado demasiado para el evento. Dejando a un lado su ropa, en realidad su cabello castaño estaba despeinado, como si se hubiese revolcado por ahí antes de entrar. Su nariz, cejas y pómulos estaban ocultos tras una máscara blanca con toques dorados, y tras esta se asomaban unos grandes ojos color miel. 

Mientras daban unos pasos hacia delante y hacia atrás, Alisa pudo escuchar su voz aterciopelada.

—Me temo que este no es tu sitio, jovencita.

Alisa volcó toda su atención en él mientras alzaba las cejas sin comprender. 

—¿Qué quiere decir?

El mundo a su alrededor comenzó a difuminarse. Solo estaban ella y aquel desconocido, además del ruido de sus tacones al chocar contra el suelo. El hombre acercó un poco la cabeza hacia ella, como si estuviese a punto de confesarle un secreto. Alisa empezó a ponerse nerviosa y sintió que le hormigueaba la piel allí donde sus dedos la tocaban.

—Puedes disfrazarte todo lo que quieras —susurró cerca de su oído—, pero sabes que esa ropa que llevas puesta no pertenece a tu mundo.

Cualquiera que estuviese cerca podría haber distinguido sin problema alguno el repentino cambio en el color del rostro de la muchacha, que palideció en tiempo récord.

Alisa abrió la boca para decir algo, pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta. El desconocido, entonces, estiró el brazo hacia arriba y la hizo girar con fuerza, para luego recogerla contra su pecho con un movimiento marcado y brusco que dejó a Alisa sin aire y muy cerca de su rostro.

—Querida —murmuró, dirigiéndole una mirada de advertencia seguida de una pequeña risita complacida. Habló muy flojo para que nadie más los escuchase—, deberías seguir sonriendo si no quieres que todos estos mentecatos se percaten de que algo va mal. 

La muchacha tragó saliva mientras el hombre la apretujaba entre sus brazos. En cuanto la soltó para reanudar el baile, Alisa siguió sus indicaciones y estiró los labios en algo similar a una sonrisa. Intentó evitar que sus emociones se filtrasen en su expresión, pero no pudo ocultar el leve tembleque de sus manos, que seguro que el desconocido debió notar.

—Eso es —aprobó con una sonrisa aún más amplia—. Ya sabes que son poderosos. Un solo grito y serías un coladero en cuestión de segundos.

Tras escuchar aquello, los ojos de Alisa se desviaron hacia los soldados aposentados a lo largo de la sala. Sus armas no eran visibles a simple vista, pero todos portaban una pistola y estaban lo suficientemente adiestrados como para acertar el tiro desde cualquier posición. 

Giró la cabeza buscando a Harkan, pero se desinfló en su sitio al ver que hablaba con un hombre vestido con uniforme gris. Sus ojos estaban puestos en ella, pero no le prestaba la suficiente atención como para percatarse de que necesitaba ayuda.

Por fin volvió a encarar al desconocido, que no la había soltado ni un segundo y seguía los pasos del vals con religiosidad. Se armó de valor para hablar de nuevo mientras combatía el nudo de angustia que se estaba arremolinando en su estómago.

—¿Quién eres?

El hombre ignoró por completo su pregunta.

—Conozco a la gente como tú, ¿sabes? —prosiguió.

Alisa sintió que le faltaba el aire. 

—¿Qué quieres de mí? ¿quién eres? —volvió a preguntar. Se acabaron las formalidades.

El desconocido hizo que girase sobre sí misma de nuevo para después volver a pegarse a ella y avanzar, haciéndola caminar de espaldas mientras seguían el ritmo de la música.

—Eres del Distrito trébol —dijo él con total seguridad.

Alisa abrió los ojos de forma desmesurada.

—¿Cómo...?

El hombre del bigote le lanzó una mirada de advertencia, más recriminatoria que amenazante. Alisa cerró la boca a media frase, consciente de que con su reacción acababa de confirmar sin querer lo que le había dicho. Aun así, se hallaba totalmente perpleja. Su pulso acelerado por el miedo le latía en las sienes con fuerza. Apenas era capaz de distinguir el ritmo de la música del latido de su corazón, y pese a todo se las arregló para mantener un baile estable y dinámico. Apretó los labios y volvió a forzarse a sonreír.

—Dime ahora mismo quién diablos eres y cómo es que me conoces —exigió la muchacha sin saber de dónde sacaba el valor. Su voz, pese a todo, sonó firme y provocó que el desconocido galán entornase los ojos.

—¿Cómo no voy a reconocer a mi compañera de persecuciones? —exclamó soltando una carcajada. Volvió a bajar el volumen de su voz antes de seguir hablando con tono socarrón— Tu cara estaba colgada junto a la mía por todo maldito Veltimonde.

—¿Eres de...? —Alisa no sabía exactamente lo que estaba preguntando ¿Eres del distrito trébol? ¿eres uno de los otros criminales? Su frase volvió a quedarse a medias. El hombre esta vez sí contestó a su pregunta, aunque no le sirvió de mucho.

—En realidad no, soy de aquí y de allá... —replicó, restándole interés al asunto— Pero eso no importa. 

Alisa ya había perdido la cuenta de cuántas veces la había hecho girar hasta entonces. La hizo cambiar de dirección, guiándola por la pista a su antojo con pasos firmes, fluidos y elegantes. Si su conversación no hubiese iniciado nunca, la muchacha se habría contentado con admitir que era un buen bailarín. Sin embargo, aquel era el último de sus pensamientos en esos instantes. 

Ahora entendía el desaliño que parecía envolver su figura: La ropa holgada y demasiado grande, el cabello desordenado... Debía haber asaltado a alguno de los invitados antes de entrar, adueñándose de su atuendo y su nombre para poder colarse en la fiesta. Quizá el verdadero dueño de aquel traje estuviese amordazado en algún sitio, oculto al público para que nadie se percatase de lo sucedido y su suplantación de identidad. Al menos, el bigote sí parecía de verdad. 

El desconocido escrutó su rostro mientras se movían y sonrió más ampliamente cuando pudo percibir que Alisa iba atando cabos tras sus palabras. Apretó su mano un poco más para que la muchacha volviese a fijarse en él.

—Este no es lugar para una niña —dijo con un tono más serio que no concordaba con su expresión. La sonrisa falsa de la chica decayó un poco—. No sé lo que habrás hecho, pero deberías irte.

Alisa no comprendía lo que el hombre quería de ella, ni a dónde pretendía llegar con aquella conversación.

—No soy una niña —contestó ella alzando la barbilla.

—Lo que tú digas, querida.

A la canción le faltaba poco para terminar. Alisa podía notarlo gracias al incremento de fuerza en el ritmo de esta. El desconocido alejó la mano de su cintura y la mantuvo cogida con la otra mano, alejándose para luego volver a acercarse. La muchacha pudo ver cómo abría los ojos con emoción antes de tirar de su cuerpo hacia abajo, provocando que se dejase caer hacia atrás. El hombre la aferró por la cintura mientras su figura se cernía sobre ella. Durante los segundos que estuvo así, tendida en el aire y sujeta por sus manos, volvió a hablar en voz baja.

—Acabo de tener una idea espléndida —declaró—. Voy a cambiar mis planes ahora mismo, espero que me ayudes.

Alisa frunció el ceño, abandonando por completo la sonrisa de pega que tanto le estaba costando mantener. El desconocido la alzó con una facilidad evidente y le permitió incorporarse. Su gesto debía ser curioso, porque el hombre le soltó por fin las manos y se acarició el fino bigote con diversión. Se preguntó si, si se quitase la máscara, parecería un poco más joven.

—Soy un poco temerario, no me hagas caso —Alargó los dedos para apartarle unos mechones del rostro, y Alisa, tensa en su sitio, no se atrevió a moverse—. Sólo asegúrate de no estar por aquí en unos minutos.

La música se detuvo y la muchacha se permitió desviar la mirada hacia el lugar donde había estado Harkan. El soldado del mono gris ya no estaba y Harkan caminaba hacia donde ella se encontraba. Algo similar al alivio le recorrió las venas.

El desconocido pareció percatarse también de que el moreno se acercaba.

—Ahí viene tu acompañante —comentó como quien no quiere la cosa, como si toda su conversación jamás hubiese ocurrido y sus palabras no tuviesen una pizca de importancia. Pese a su tono relajado, cuando sus ojos volvieron a cruzarse Alisa pudo distinguir un destello de peligrosidad en ellos que la hizo tragar saliva. El curioso desconocido le sonrió de nuevo, tanto que Alisa pudo ver sin problema alguno incluso sus colmillos—. ¿Un besito de despedida?

Alisa lo fulminó con la mirada y se planteó darle un fuerte pisotón, pero se contuvo. Al hombre, en cambio, se le escapó una risita relajada.

—Era broma, mujer. Espero que recuerdes mis palabras.

No le hizo falta girarse para confirmar que Harkan ya había llegado a su altura y sus sonoros pasos lo habían llevado a detenerse junto a ellos. Cuando se volvió para mirarlo, vio que volvía a mostrar aquella sonrisa que estiraba sus facciones tensándolas. Podía distinguir a la perfección que era falsa y no necesitaba que se quitase la máscara para saberlo. 

—¿Todo bien? —consultó. La pregunta parecía general, pero en realidad iba dirigida únicamente a ella. La muchacha asintió mientras apretaba los labios en una fina línea.

El desconocido se volvió hacia él sin mostrar una pizca de preocupación en su persona. Así, nadie en su sano juicio sospecharía jamás que algo extraño había sucedido entre ellos dos. Tan solo lo tendrían por un educado y cortés caballero que disfrutaba intentando seducir a damas de alta cuna. 

—Permítame decirle que es una increíble compañera de baile —le dijo a Harkan—. Tiene usted mucha suerte.

El soldado asintió, pero no dijo nada. En cambio, estiró el brazo y lo posicionó sobre la cintura de la morena. Sus ondas casi le rozaron la piel. El hombre volcó por última vez su atención sobre Alisa y le hizo una leve reverencia que la dejó perpleja. 

—Ya nos veremos, mi lady —formuló mientras dejaba un diminuto beso en su mano. 

Justo después de aquello, agarró una copa de la bandeja de un camarero que pasaba cerca y se mezcló con la multitud que iniciaba un nuevo baile, sincronizándose con el ritmo de la nueva melodía producida por los espléndidos músicos. 

Harkan ocupó el sitio donde antes había estado aquel chiflado que sabía tantas cosas. Alisa se preguntó quién diablos sería. La había ignorado por completo cada vez que había cuestionado su identidad. Lo único que sabía con certeza era que él era otro criminal más, uno que, como ella, debía recolectar todas las cartas si quería tener una oportunidad de vivir. Eso mismo era lo que lo habría llevado a colarse en la fiesta, por lo que estaban buscando lo mismo. 

Aun así, Alisa no pudo evitar pensar en su advertencia anterior. Le había dicho que sus planes habían cambiado y que no estuviese allí en los próximos minutos. ¿Era un farol para que se marchase y poder quedarse con la carta? ¿o quizá la estaba advirtiendo de verdad para alejarla de lo que estuviese planeando hacer? Aquello no tenía sentido. No se conocían y no tenía motivos para querer alertarla de nada.

Todo aquello la confundía, y sin embargo sintió que debía guardar silencio sobre lo que había sucedido con el desconocido. No quería alterar sus planes por un loco, y algo le decía que era mejor callárselo para sí misma. Por ese motivo, decidió que, por el momento, no le mencionaría al soldado las cosas que el hombre del bigote le había dicho.

Harkan volvió a deslizar las manos sobre la tela de su vestido mientras empezaba a moverse de nuevo, reanudando su anterior baile para seguir donde lo habían dejado. Alisa le siguió casi sin darse cuenta, como un acto reflejo.

—Parecíais muy acaramelados —mencionó el soldado con los ojos entrecerrados.

La muchacha esperaba que le preguntase algo sobre lo que el hombre le había dicho y estaba dispuesta a inventarse alguna tontería, pero no esperaba que su conversación tomase aquel rumbo. 

—Para nada.

Harkan asintió, pero no parecía convencido. Estaba un poco serio, y aquella actitud repentina la pilló totalmente desprevenida. Por su cabeza pasó la idea de que estuviese mínimamente celoso, pero la desechó al instante. «¿Harkan... celoso?», pensó. «Imposible». 

De golpe, el muchacho la hizo dar un giro sobre sí misma y cuando este acabó la agarró con ambas manos de la cintura, mucho más decidido que antes, y atrayéndola cerca. Tan cerca que Alisa volvió a sentir cómo su corazón cabalgaba como loco, atrapado en su caja torácica. 

—Desde lejos parecía que sí —continuó con lo mismo—. ¿Te aceleró el corazón bailar con él?

«No, no esa forma. Pero tú sí». Aquel pensamiento pasó de forma fugaz por su mente, consciente de que no pensaba decirlo en voz alta. Ante su silencio, Harkan se mantuvo imperturbable. Avanzaron por el salón, danzando casi sin ser conscientes de todo lo demás, lo justo para no chocarse con nadie. Harkan la guiaba a donde él quería y la hacía girar, como antes había hecho el desconocido. Pero si los giros de este le provocaron náuseas con cada perla de información que salía de su boca, los de Harkan la embriagaron con cada paso que daban, con cada vuelo de su falda y cada roce de sus manos. 

Alisa encontró su voz de nuevo para hablar después de su pregunta. No respondió con un o un no. En su lugar, desvió el tema a otro punto que le pareció más conveniente, más interesante. 

—Últimamente he notado que... te acercas a mi mucho más que antes. ¿Qué ha pasado con el Harkan frío e intocable del principio?

—Tú. Eso es lo que ha pasado.

La dejó helada en su sitio. Su sangre estuvo a punto de congelarse. El calor inundó de golpe su cuerpo, e incluso se forzó a detener sus pasos. Harkan la imitó y ambos se quedaron quietos, aún enredados en una maraña de brazos que los mantenían unidos. Alisa no fue consciente de ello, pero sin darse cuenta habían avanzado mucho y estaban a un par de metros de las escaleras. En un punto donde la luz era un poco menos deslumbrante, más tenue. El soldado deslizó las manos por su espalda y la muchacha sintió que estaba a punto de desfallecer, desbordada por las emociones de toda la noche. 

Una de sus manos abandonó su vestido para deslizarse con delicadeza sobre la suave y pálida piel de su mejilla. Harkan se sinceró como nunca antes había hecho. 

—Siento que me quemo por dentro cada vez que te toco, pero estoy dispuesto a arder en un incendio por estar un segundo más cerca de ti.

El silencio tras aquella confesión fue desgarrador. La música se había ahogado y los oídos le zumbaban. Los ojos cristalinos del muchacho la buscaron con fervor, con un ansia que jamás había visto. Alisa abrió la boca, pero nada salió de ella. Las manos le temblaron, anudadas tras la nuca del chico, que estaba a un suspiro de distancia.

Y entonces sus labios chocaron sin previo aviso.

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