33
Cuando Alisa bajó las escaleras después de cambiarse y llegó a la primera planta, estuvo a punto de caer de rodillas al suelo.
Harkan estaba impecable. Llevaba un traje negro como la noche. La chaqueta le sentaba como un guante, adaptándose a su gran figura, y debajo podía ver un chaleco de la misma tonalidad. La camisa era también del mismo color, al igual que los pantalones y los zapatos de cuero. Casi parecía poder fundirse entre las sombras con aquella vestimenta, de no ser por la corbata roja que portaba anudada en el cuello y escondida bajo el chaleco, que combinaba a la perfección con su vestido.
Al verlo así de trajeado, Alisa sintió que su corazón se saltaba un latido. Jamás había imaginado que lo vería con aquel tipo de ropa, y ahora que lo tenía enfrente deseaba que jamás se la quitase. Estaba realmente elegante. Mostraba otra parte de su atractivo que Alisa no había visto nunca, y estaba segura de que, si los corazones pudiesen hablar, el suyo habría gritado.
Pese a todo, llevaba el pelo como siempre, sin engominar, suelto y un pelín desordenado. El toque justo desenfadado para que a Alisa le diesen ganas de pasar los dedos por sus hebras para despeinarlo más. Se acercó a él con vergüenza. Ahora que los dos estaban vestidos, el ambiente era algo extraño. Alisa sabía que se dirigían a una fiesta, pero no tenía ni idea de por qué la llevaba con él. ¿No sería peligroso? Dudaba que alguien la reconociese, pero al fin y al cabo no era imposible, y lo más seguro era que hubiese soldados por allí.
Cuando llegó a su altura, vio cómo Harkan la observaba de arriba abajo sin ocultar la fascinación que brillaba en sus ojos. Ahora que estaba más cerca, advirtió que aquel traje acentuaba aún más el color único e inusual de sus orbes, que parecían casi de cristal. Alisa se había recogido algunos mechones hacia atrás, de forma que llevaba la mayoría del pelo suelto en una cascada de rizos suaves oscuros. Con una mano, Harkan le apartó el pelo hacia atrás, dejando al descubierto su pecho y clavícula.
—Tenemos que hacer algo antes de irnos.
Se dio la vuelta, dirigiéndose hacia el sofá, pero Alisa le cogió de la muñeca y tiró de él.
—Espera— le pidió.
Harkan se giró para encararla de nuevo.
—¿Por qué me llevas contigo?
El soldado se metió las manos en los bolsillos e inclinó la cabeza. Suponía que era algo obvio, pero al parecer, no era así para ella.
—Me ordenaron entrar de incógnito para vigilar desde dentro por si alguien se pasaba de la raya. En estas fiestas se reúne mucha gente importante, nunca se sabe lo que podría pasar —Aquella última frase la dijo más flojo, y la muchacha vio cómo daba de nuevo un par de pasos hacia ella, acercándose más. Si estirase unos centímetros la mano, podría tocar las solapas de su chaqueta con la yema de los dedos. Tardó unos segundos en volver a hablar y responder por fin a su pregunta—. Sería muy aburrido estar solo toda la noche.
Alisa soltó un pequeño bufido incrédulo, pero no se movió.
—No vas a estar solo, seguro que hay muchas personas allí con las que conversar y pasar el rato.
Un dedo de Harkan se posó en la cintura de su vestido y se deslizó sobre la suave tela de terciopelo. Alisa intentó ocultar cómo contuvo el aliento. Quizá había quedado algo trastocada después lo sucedido en el baño unas horas atrás. Sus nervios vibraban cada vez que el muchacho andaba cerca, en una reacción similar a la de los electrones y los protones, que están condenados a atraerse pese a ser opuestos.
Harkan, que había bajado la vista a los cordones del corsé que apretaban su torso, volvió a mirarla, alzando los ojos con lentitud. A Alisa le temblaron las piernas.
—Contigo será más emocionante.
La chica pudo captar un destello de malicia en su semblante. Empezó entonces a subir el dedo hacia arriba, perfilando su figura hasta llegar al inicio del corsé, donde Alisa retenía con ahínco el aire dentro de sus pulmones.
El soldado se estaba soltando cada vez más y más con ella, de una forma que empezaba a parecerle peligrosa. No sabía cómo iba a seguir soportando cosas como aquella. La tentaba a lanzarse a sus brazos y caer sin prestarle atención al fondo, aunque después supiese que se iba a arrepentir. Sentía que la provocaba, como si buscase que fuese ella la que diese el primer paso, como si quisiese que explotase de una vez por todas. ¿En qué punto se había tornado su relación de aquella forma? ¿cuál fue el momento en que sus pequeños gestos empezaron a acelerarle el corazón? Puede que en realidad hubiese sido todo así desde el principio, y Alisa solo hubiese querido ignorarlo.
El silencio era ensordecedor. Tirante y puntiagudo, como las descargas sobre su piel en cada centímetro por el que pasaba el dedo del moreno, con tela y todo de por medio. Pero entonces retiró la mano. Alisa vio por el rabillo del ojo cómo la cerraba en un puño, conteniéndose.
Le dio la espalda y, como si nada, se dirigió de nuevo al sofá. A Alisa le subió el calor a la cara.
—Además, tengo una corazonada... —Musitó, retomando la conversación donde la había dejado antes. Se dejó caer sobre el filo del sofá mientras se pasaba una mano por el pelo, echándoselo hacia atrás— Y ahora mismo vamos a descubrir si es cierta.
Alisa carraspeó y caminó con pasos pequeños hasta posicionarse detrás del respaldo. Sentarse con aquel vestido no era una opción. No por ahora, al menos, si pretendía mantenerlo liso y bonito hasta que llegasen a la fiesta.
Empezó a sentir un mal presentimiento de la situación cuando el soldado se hizo con el mando y encendió el televisor.
—El Duque Ravenna celebra su aniversario todos los años en la casa vacacional de su familia. Son una familia importante. Su padre, Lord Thibault Ravenna, lleva años siendo uno de los consejeros del Rey.
Alisa escuchó cada una de las palabras del chico, pero su vista se desvió instintivamente hacia el reloj de pared. «Las ocho y dos». La pantalla del televisor se iluminó de forma peculiar cuando Harkan marcó el canal que tanto detestaba.
—Va a haber mucha gente —insistió Harkan. Le lanzó una mirada rápida desde su sitio—. La casa es enorme. Y, como te he dicho, cualquier cosa puede ocurrir.
Sus últimas palabras le secaron la boca. Si era lo que parecía estar insinuando... No podía ser. Alisa pensaba que no era posible. Siempre que habían hecho alguna prueba nunca habían estado cara al público. Solo habían estado allí los participantes, como mucho algún guardia. Y, sin embargo, si lo que Harkan sugería sucedía...
—Bingo.
Harkan elevó las comisuras de la boca en una sonrisa de labios apretados cuando el mapa indicó que había una prueba en el lugar de la fiesta, a unos cinco minutos a pie de allí. Alisa, un poco más pálida de lo normal, despegó los labios para hablar.
—¿Cómo lo has sabido?
—Conozco cómo funciona el sistema y sé lo que le gusta a la jefa. Las fiestas del Duque son muy famosas y aclamadas. Cabía la posibilidad de que esto sucediera. Ya pasó una vez, de hecho. Hace unos cuantos años. Y ahora vuelve a ocurrir.
Estiró ambos brazos sobre el respaldo, extendiéndose en todo su esplendor.
—Eso no cambia nuestros planes —añadió—. Se cumpliesen o no mis suposiciones, íbamos a ir de todas formas. Ahora simplemente tenemos algo más que hacer a parte de saludar a los invitados y beber champán caro.
La simple alusión a beber le revolvió el estómago a Alisa. Recordó la noche en el Barrio de Jade y lo que la bebida la había envalentonado a hacer. No quería que un escenario como aquel se repitiese, y mucho menos en la casa de un duque, rodeada de desconocidos y, por si fuera poco, en medio de una misión.
La imagen en el televisor, que había estado mostrando las diversas pruebas de las ciudades del Distrito diamante, se situó por fin sobre Noblento y los pueblos cercanos. Cuando pudieron leer la inscripción de la prueba, una risa sorda resonó en el comedor.
—Esto es de locos —murmuró Alisa.
—Por supuesto, no iba a ser una carta baja —Harkan chasqueó la lengua, aunque parecía extrañamente entusiasmado—. No cuando hay que entrar en un palacete custodiado por decenas de soldados.
Alisa leyó con cautela la descripción que había junto a la imagen de la carta en cuestión: la Reina de Picas.
«Reposa donde la realidad se une con los sueños».
—¿Donde la realidad se une con los sueños? —recitó en voz alta mientras fruncía el ceño.
—El dormitorio del duque. Debe estar escondida allí —dedujo el chico.
«Por supuesto», pensó Alisa, irónica. «No podían dejarla en la puerta de entrada». Iba a ser una prueba difícil. Tendría que pasar desapercibida entre la gente para colarse en la habitación del anfitrión y encontrar la carta. Dada la ocasión, como había dicho Harkan, habría ojos por todas partes. Él mismo estaría allí para fingir que era un invitado más mientras vigilase a las masas. No sabía cómo diantres se las apañaría para encontrar la habitación, pero no quería agobiarse antes de tiempo sin siquiera haber visto el escenario de juego.
Mitigó sus inquietudes diciéndose que siempre podía ignorar la prueba y pasar la noche tranquilamente junto a Harkan, como en un principio iban a hacer. Era una carta un poco más inusual que el resto, pero tendría más oportunidades de conseguirla. Lo intentaría, pero si lo veía todo negro no pensaba jugarse la vida ante cientos de personas vestidas de gala.
—No muchos se atreverán a participar, teniendo en cuenta la ocasión. No creo que tengamos mucha competencia —comentó Harkan mientras se levantaba—. Es prácticamente imposible acceder desde fuera. Los muros son altos y la casa estará custodiada por muchos guardias. La única forma de conseguirla es desde el interior.
Rodeó el sofá para acercarse a ella. El ruido de sus zapatos al chocar contra el suelo marcó como un metrónomo los pensamientos de Alisa. Seguía igual de sereno que siempre, y la muchacha se preguntó cuáles serían las pocas cosas en el mundo que lograrían de verdad tocarle los nervios.
—Suerte que nosotros tenemos una invitación, cosa que la mayoría de gente no tiene. Sobre todo los criminales buscados, te lo puedo asegurar.
Intentaba decirle que tenían la carta casi regalada, seguramente para calmar un poco sus nervios, pero no sirvió del todo. Alisa no conseguía acostumbrarse al momento en que se decidía a aceptar un reto e ir a por él. Esos minutos antes del inicio de la acción la quemaban por dentro. Al decirle cuando estaba en el baño que iban a una fiesta, la muchacha, pese a la inquietud que ello conllevaba, había fantaseado con cómo sería, con cómo ocurriría, cómo sería entrar de la mano del soldado con aquel vestido despampanante. Pero en aquel momento solo deseaba poder esconderse bajo una piedra y que la fiesta ya hubiese acabado. Y, por supuesto, que la carta fuese una más en su colección.
Alisa se fue a despedir de Ciro, que, como siempre, dudó antes de dejarlos marchar. Sabía que no debía oponerse, pero lo angustiaba el saber que se marchaban de nuevo a encarar al peligro. Alisa volvió pronto al comedor y vio que el moreno le había dejado algo preparado al niño para cenar. No tardaron en salir a la calle, pero cuando estaban a punto de encaminarse hacia la casa del Duque, Harkan la hizo detenerse.
—Un segundo —pidió, intentando no sonar brusco. Alisa, que caminaba a su lado con paso apresurado, frenó en seco.
No se había percatado de que el muchacho llevaba algo en las manos. Iba tan absorta en sus pensamientos, que no le había prestado atención. Se había limitado a caminar mirando el pétreo suelo bajo sus pies a la vez que no paraba de repetirse que no debían llegar tarde. Se sorprendió cuando comprendió lo que era y Harkan se lo entregó.
—La fiesta es en realidad un baile de máscaras, así que te he conseguido una.
Le tendió una máscara roja adornada con bellos detalles dorados y diminutas piedras relucientes del color de la sangre, justo como la tela de su vestido. Alisa entonces cayó en que quizá por eso mismo tenía en mente algo cuando habían estado probando algunos vestidos. ¿Puede que la hubiese comprado antes? No estaba segura, pero que hubiese conseguido una a conjunto con su atuendo le pareció un gesto encantador.
—Es preciosa —confesó, admirando la bella pieza.
—Asegúrate de ponértela antes de que lleguemos.
Alisa asintió. Así evitaban problemas mayores.
Fueron a pie, dando un paseo como una pareja recién sacada de un cuento de hadas y castillos. Ataviados con esos ropajes, casi parecía que hubiesen escapado de uno. La muchacha se asemejaba a una joven noble, al soldado no le hubiese extrañado verla como protagonista de uno de esos cuadros de la realeza. Él mismo se preguntó si, ahora que ya estaba más oscuro, parecerían, a ojos de algún ciudadano, una pareja de amantes fugitivos que huían del mundo, extraídos directamente de una tragedia.
La boca de Alisa se abrió con emoción cuando empezaron a ver la vibrante estructura del palacete del Duque. El murmullo de las voces al otro lado de la calle llegaba hasta allí, desde donde ambos podían ver las altas columnas y arcos de la imponente residencia.
La muchacha se apresuró a colocarse la máscara, y al volver el rostro hacia su acompañante se percató de que él también se había puesto la suya. Era de un negro carbón con acabado mate y estaba adornada con finos detalles rojos que combinaban con su corbata, y con su vestido. Sus orbes claros parecían casi irreales tras la máscara. Harkan le tendió el brazo y, aunque dudó un segundo, acabó agarrándolo.
Caminaron entre el gentío, que dialogaba con esmero. Les absorbió una marea de vestidos y trajes de todos los colores posibles. La alta sociedad de Veltimonde estaba allí delante, justo frente a ellos, disfrutando del inicio de la fiesta y haciendo cola para entrar dentro del palacete. Alisa se acercó un poco más a Harkan.
Se dirigieron hacia la fila que había ante el enorme pórtico de entrada. El acceso parecía ir rápido, ya que ambos se encontraban dando pasos hacia delante cada pocos segundos, avanzando en la cola con una velocidad que Alisa no había esperado. Cuando llegó su turno, se agarró más fuerte del brazo izquierdo del soldado, cohibida por el enorme guardia de la entrada, que vestía un mono azul marino. Intentó no exteriorizar demasiado su agitación.
—¿Nombre? —demandó el hombre con voz grave.
Harkan se puso recto en su lugar, casi sacando pecho. Lo observó desde arriba con ojos duros a través de la máscara.
—Harkan Levian.
El hombre buscó en una lista que portaba entre los dedos, pero alzó las cejas al escucharlo. Estaba claro que no pertenecía al mismo grupo que Harkan, pero pareció reconocer su nombre de inmediato.
El guardia asintió y luego desvió la vista hacia Alisa, que se mordía el interior de la mejilla por los nervios. En cuanto sintió que la atención recaía sobre ella, se tensó. El hombre parecía esperar que le dijese su nombre, pero la muchacha no se atrevió a abrir la boca.
—Es mi acompañante de esta noche —intervino Harkan por ella.
El hombre asintió de nuevo. La conversación terminó ahí. Alzó un brazo en la dirección de la puerta antes de responder:
—Adelante.
Alisa murmuró algo similar a un «gracias» casi ininteligible que se llevó el viento mientras Harkan arrancaba a caminar y tiraba de ella hacia el interior del palacete, dejando el bonito jardín atrás. En el momento en que cruzaron el pórtico y sus pies pisaron la moqueta de la entrada, sus músculos se relajaron y sintió que el aire volvía a transitar con regularidad por su tráquea. Harkan se percató de que aflojaba el agarre sobre su brazo.
—Listo —susurró cerca de su oído—. Ya estamos dentro. Fácil, ¿no?
Avanzaron por el recibidor y llegaron al gran salón principal, el corazón de la fiesta, donde estaban todos los invitados. Era un espacio enorme, de techos abovedados muy altos, sujetados por numerosas columnas de mármol. La estancia era como un salón de baile gigante, por el que los camareros deambulaban sirviendo copas y tentempiés. La música era audible y provenía de una pequeña banda de músicos situados al fondo.
Desde allí, Alisa podía ver a la perfección que la casa se dividía en dos niveles. Al superior se llegaba desde una llamativa escalinata que uno podía encontrar nada más entrar, pero las puertas de múltiples habitaciones eran visibles a lo largo del salón. La muchacha alargó el cuello para poder ver bien entre el gentío y divisó unas pequeñas escaleras escondidas a ambos lados de la gigantesca sala, ocultas de la luz. Aquellas debían llevar también al segundo piso y parecían una ruta mucho más discreta.
Pero no sería fácil llegar ni acercarse a ellas. Los guardias apostados por la sala dificultarían su tarea. Al menos, Harkan parecía tener razón en algo: no iban a tener mucha competencia, teniendo en cuenta la seguridad y la revisión que hacían los soldados al entrar.
Alisa, un poco más tranquila, desvió la atención al moreno, recordando la reacción del portero al escuchar su nombre.
—Ese hombre te conocía.
Harkan no parecía en absoluto preocupado.
—Aquí muchos me conocen. Al menos la mayoría de soldados que vigilan esta fiesta.
Un camarero se acercó a ellos y les ofreció unas copas de un líquido que Alisa desconocía, pero que suponía que era alcohol. Harkan no desligó sus brazos unidos, pero estiró el otro para coger uno de los vasos y se lo ofreció a Alisa. Ella primero pensó en rehusarse y no aceptarlo, pero luego cayó en la cuenta de que, si iba a andar toda la noche pegada como una lapa al soldado, iba a necesitar algo que le diese un poco de fuerza para mantener la cordura.
Acabó aceptando el trago. Harkan entonces cogió uno par sí mismo y el camarero se esfumó, listo para acercarse con una sonrisa a otros de los invitados recién llegados.
—No sabía que eras don Relaciones Públicas —comentó Alisa, haciendo referencia a su anterior respuesta—, no te pega.
Harkan soltó algo similar a una risa entre dientes.
—No lo soy —volvió a acercarse un poco a ella para hablarle en tono un poco más confidente—, pero la fama me persigue, aunque me pese.
La fiesta acababa de comenzar, pero parecía que la mayoría de los convidados ya habían llegado. Nadie se acercaba a ellos, pero todo aquel con el que se cruzaban les mostraba una sonrisa enmascarada. Alisa examinó los vestidos de las damas. Todos eran bonitos y elegantes, dignos de una fiesta como aquella y del mundo en el que parecía haberse zambullido, pero seguía pensando que el suyo era el más bonito de todos. Y no era por echarse flores, pero de verdad su vestido le parecía una obra de arte. Seguía fascinándose cada vez que bajaba la cabeza y lo veía, y tenía que recordarse a sí misma que lo llevaba puesto.
Harkan le soltó el brazo al cabo de un rato, cuando se encontraban en el centro del salón. Se metió una mano en el bolsillo y Alisa vio cómo alzaba la cabeza. Siguió su mirada y entonces se encontró con un hombre de unos cincuenta años que se asomaba alegre por un pequeño balcón. La chica pegó un sorbo a la bebida. Le resultó algo ácida, pero aun así se tragó el líquido burbujeante. Había pensado que conforme fuese bebiendo se acostumbraría, pero aquel ya era el quinto sorbo y nada había cambiado.
La voz del hombre del balcón interrumpió sus pensamientos y dejó de prestarle atención a la copa.
—Estimados invitados, es un honor que me acompañéis de nuevo en un momento tan importante como este. ¡No todos los días se cumplen cincuenta años rodeado de tan buena gente!
La risa estridente del Duque Ravenna inundó el salón, haciendo eco en las relucientes paredes. No le hacía falta micrófono, tenía un chorro de voz impresionante. Parecía bastante feliz, su pecho se inflaba con fuerza con cada carcajada. Iba en traje, como el resto de asistentes masculinos, pero el suyo era de un tono ciruela. Llevaba el cabello marrón canoso engominado hacia atrás, aunque lo que llamó más la atención a Alisa fue su puntiaguda perilla. Pese a ser el cumpleañero, también se ocultaba detrás de una máscara, en su caso violeta.
El Duque alzó una copa a rebosar de vino al aire.
—Disfrutemos de esta velada tan especial hasta que el sol vuelva a salir —decretó entusiasmado.
La multitud enmascarada alzó la voz, dándole la razón. Ravenna finalizó el brindis dando un buen tiento al vino, animado por sus invitados, que también levantaron las copas al aire. Harkan bebió del tirón lo que quedaba de la suya mientras miraba a Alisa de reojo. Esta apenas se mojó los labios.
—¡Música, caballeros!
El ambiente empezó a llenarse de un nuevo ritmo. Los músicos cambiaron el estilo de la melodía, que antes había sido más tranquilo y flojo, a uno que permitiese a los asistentes adentrarse en un bucle de bailes sin fin.
Alisa observó cómo a su alrededor algunas parejas empezaban a juntarse para bailar algo que, según la música, juraría que era un vals. Entonces sintió de nuevo la cercanía de Harkan, que la obligó a encararlo de nuevo y dejar de observar a los demás.
El muchacho se sacó la mano del bolsillo y le ofreció la palma. A Alisa la tomó por sorpresa una vez más aquel día. Sus ojos grises la llamaban tras la máscara de sombras.
—¿Quieres bailar conmigo?
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