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30

Echó unas rápidas miradas a los dos hombres que la acompañaban en aquella partida abanderada por la sangre. Barajar era un beneficio ahora que eran impares. Al ser elegida de nuevo por el soldado para cumplir la tarea, le tocaba una carta menos que a los demás. No estaba segura de si los demás eran conscientes de eso, pero esperaba que no. De momento no había recibido ninguna mirada de odio, por lo que sospechaba que estaban más pendientes de sus propias cartas y pensamientos que de lo que ella pudiera hacer o no hacer. 

No sabía si el guarda la había escogido a sabiendas, aunque tenía el ligero presentimiento de que era consciente del beneficio que le estaba otorgando. Había sido obediente y de alguna forma la había elogiado por su valentía. Quizá la estuviese premiando por su comportamiento. O quizá todo eran alucinaciones suyas y tan solo pura casualidad.

Pensando en ello no se dio cuenta de que Zombie ya hacía un tiempo que había tirado y que ella aún no había hecho ningún nuevo movimiento. El pelirrojo carraspeó y Alisa alzó sus ojos hacia él, que la observaba con el ceño fruncido.

—Guapa, usa bien tus cartas y espabila, no tenemos toda la noche.

Las miradas taladrantes de los demás le atravesaron la sien. Alisa tragó saliva. El dos de bastos ya estaba colocado en su sitio, por lo que Alisa meditó bien su siguiente jugada en un lapso de tiempo corto. No podía arriesgarse a enfadar más al soldado. Pronto tuvo claro lo que iba a hacer. No pensaba destapar ambos lados de las espadas para que sus compañeros siguiesen poniendo más cartas. Cuanto más tiempo mantuviese aquella zona bloqueada, mejor. El siete y el ocho de bastos eran también suyos, por lo que tenía todo bloqueado menos las copas, que era lo que le interesaba que avanzase para poder poner las dos cartas más altas del palo. Con calma, agarró el seis de bastos y lo deslizó por la madera hasta colocarlo en su sitio. 

Ojosrojos reaccionó al instante, como si ya se hubiese esperado un movimiento como aquel por parte de la chica. Pero era predecible, Alisa no había dejado más puertas abiertas que aquella. Si podía tirar bien, y si no le tocaría pasar. Por suerte para Alisa. Puso el ocho de copas en su sitio. 

Zombie tampoco se lo pensó mucho antes de colocar el uno de bastos. Alisa no se había acordado de la existencia de aquella carta, pero tampoco influía en nada. Siguieron estando forzados a tirar cuando Alisa escogió el siete de bastos en su siguiente turno. Con aquel movimiento, el efecto para los demás jugadores era el mismo que si la muchacha hubiese decidido pasar, seguían estando obligados a sacar aquellas cartas que no querían tirar. 

Alisa llegó a oír el flojo gruñido que vibró en el pecho de Ojosrojos. Parecía sentirse acorralado y estaba claro que no quería sacar alguna carta en concreto, pero parecía que no le quedaba más remedio. Con mala gana lanzó el nueve de copas junto al ocho y Alisa alargó los dedos para ponerlo recto. Algo similar ocurrió con Zombie, que le lanzó una mirada de soslayo la mar de acusadora, como si sospechase que no podía seguir avanzando por su culpa. Alisa no sonrió, pero se sintió victoriosa cuando vio que la polvorosa mano del hombre se estiraba para dejar el diez de copas sobre la mesa.

La muchacha decidió ser benevolente con ellos, y como tenía todo capado y los pobres no podían avanzar más a no ser que alguien sacase el cinco de oros, en su turno echó el ocho de bastos. Con la mirada puesta sobre sus propias cartas, Alisa no vio como el pelirrojo, que ahora estaba situado tras ella, fruncía el ceño aún más, confundido por su jugada y por haber desperdiciado tremenda oportunidad. Aun así, Alisa sentía que lo tenía todo controlado hasta cierto punto.

Alisa miró de reojo a Ojosrojos, esperando que tirase el nueve de bastos que suponía que tenía. Lo cierto era que entre sus opciones también había barajado lo que podía pasar fuera, una vez que la partida hubiese acabado. No quería ganar la partida para nada más salir ser aplastada por las manos del delincuente. Lo mejor era hacerle pensar que no lo tenía todo ganado y que el juego seguía un curso normal.

Sin embargo, Alisa no esperaba oírlo resoplar de nuevo. Se giró hacia él para ver qué ocurría justo cuando el hombre dejó el cinco de oros en el hueco vacío que quedaba en la mesa. Alisa estuvo tentada a abrir la boca desconcertada. Al dirigir sus ojos hacia Zombie, que era el siguiente en tirar, vio que sonreía. Él, entonces, era quien tenía el nueve de bastos y le impedía a Ojosrojos avanzar. Este último no ignoró la sonrisilla de su compañero de prueba y lo fulminó con la mirada. Puede que aquello le causase en el futuro alguna pequeña desventaja, pero al menos no sería quien recibiría la ira de su vecino de juego. 

Zombie mostró el cuatro de oros antes de dejarlo en su sitio. Alisa se aprovechó de la situación y posicionó el tres de oros. Le había salido de fábula que Ojosrojos sacase el cinco, de aquella forma estaba empezando a tener ya prácticamente colocadas casi todas sus cartas. El once y el doce de copas podía ponerlos cuando quisiera sin tener que abrirle paso a nadie, y el tres y el siete de espadas serían las últimas que sacaría, así les dejaría a los demás el menor número de turnos posibles para reponerse mientras ella ganaba. La única que faltaba era el siete de oros. Solo necesitaba que alguno de los dos colocase el seis para tenerlas todas puestas.

Como si acabase de leerle los pensamientos, Ojosrojos alargó el brazo con rabia y dejó el seis de oros en su sitio. A Alisa le brilló el corazón de esperanza. ¿Estaba el destino de su parte hoy que estaba totalmente sola? Si así era, estaba a punto de besarle los pies a aquel que la estuviese dotando de tanta suerte por primera vez en su vida. 

Alisa alcanzó a ver cómo las fosas nasales de su compañero se hinchaban de indignación. Como Zombie tenía el nueve de bastos, seguía sin poder avanzar, y Alisa supuso que también debía ser suyo el dos de oros. El seis debía ser su única opción. Confirmando la teoría de Alisa, Zombie colocó el dos de oros en la mesa. A Ojosrojos debía estar hirviéndole la sangre, y Alisa estuvo tentada a sentir una pizca de lástima por él. Pero no lo hizo.

Finn, que seguía dando vueltas alrededor de la mesa y parecía estar al corriente de la mayoría de jugadas que debían estar planeando al haber visto las cartas de todos, soltó una pequeña risita.

—Veo una clara superioridad en esta partida— comentó. Ya parecía algo más relajado, aunque Alisa no se olvidó de lo rápido que podía cambiar su temperamento.

La muchacha no tuvo claro a quién se refería con aquel comentario. Descartó casi al instante a Ojosrojos, y un par de rondas atrás habría pensado que estaba hablando de ella, pero ahora no lo tenía tan claro. Zombie estaba mostrando ser un buen competidor. Quizá él también tenía ya la mayoría de cartas colocadas.

Alisa, siguiendo lo que ya había establecido, sacó de su baraja, ahora mucho más pequeña, el once de copas. Ojosrojos se quedó quieto unos segundos, deslizando los ojos escocidos por las cartas de la mesa y las suyas propias. La única opción que le quedaba era el uno de oros, si no lo tenía tendría que...

—Paso —musitó con voz grave y áspera. 

Vaya, sí que lo tiene, pensó la chica al mirar al otro. Sin embargo, Zombie decidió guardárselo y sacó por fin el nueve de bastos de su abanico de cartas. Le mostró una pequeña sonrisa de labios apretados a su competidor antes de ponerla en su sitio. Ojosrojos le dedicó una mirada hosca. Alisa decidió quedarse fuera de los que fuese que estuviese pasando entre aquellos dos y se limitó a colocar el doce de copas, completando la primera escalera.

El pelirrojo se acercó y juntó todas las copas en un pequeño montón.

—Una menos —comentó. 

Cuando el soldado se hubo apartado, Ojosrojos pudo colocar, después de tantos turnos, el dichoso diez de bastos que llevaba tanto rato intentando poner sin éxito. Zombie, continuando con su turno, echó el once de bastos. Parecía que la partida poco a poco iba llegando a su final, Alisa lo sentía. Para ella era más que evidente, le quedaban tres cartas y podía colocarlas cuando quisiera. Si todo iba bien, en tres turnos habrían acabado y se llevaría la carta a casa.

Alisa abrió por fin uno de los caminos que llevaba tanto tiempo cerrando. Liberó de sus manos el tres de espadas y lo dejó caer en su sitio sobre la mesa. Ambos hombres le enviaron miradas poco agradables. Zombie pareció empezar a darse cuenta de la amenaza que suponía Alisa, y de que quizá la había subestimado. Finn podía ver, tras su espalda, que las cosas no iban bien. Se le estaban acabando las cartas ponibles, y el resto dependían de aquella niña y del otro hombretón sentado a su lado. Por su parte, comenzó a idear una nueva estrategia que lo sacase pronto del agujero en el que se iba metiendo poco a poco. 

Ojosrojos sacó el dos de espadas y Zombie lo siguió casi al instante, poniendo el número uno. Alisa abrió otro camino, por segunda vez consecutiva. En esta ocasión, se deshizo del siete de espadas. Ojosrojos, pese a la nueva apertura en la partida, no podía tirar. Se contentó con colocar el doce de bastos. 

Mientras este hacía lo suyo, Alisa notó un golpe bajo la mesa y vio que Zombie se removía en su sitio. Quizá estaba nervioso porque la partida estaba llegando a su fin. Alisa recordó que, si la lógica y la memoria no le fallaban, debía tener el uno de oros. Sus compañeros tenían más cartas que ella, y aquello no les había pasado desapercibido, pero no creía que Zombie consiguiese ganar antes que ella. No era posible. La chica tan solo tenía que poner una carta más y ya estaría. No había nada que fuese a impedir su victoria.

Por algún tipo de extraña intuición, Zombie también se lo veía venir. Al llegar su turno, colocó el ocho de espadas junto al resto de cartas y vio cómo, mientras él soltaba la carta, el pelirrojo se acercó para reunir un nuevo montón de naipes en el centro de la mesa formado por todas las cartas de bastos. 

Mientras el soldado le daba la espalda. Zombie se agachó para rascarse la pierna, o eso pensó Alisa, pero entonces vio que metía la mano dentro de la bota y sacaba una pequeña daga.

Los ojos de Alisa se abrieron en alarma y se levantó de la silla. Aquello llamó la atención del soldado y le permitió darse cuenta de que el hombre se cernía sobre él con la intención de apuñalarlo. Se giró como el rayo y logró agarrar el brazo de su agresor antes de que clavase el arma en sus costillas. En el proceso se llevó un tajo en la mano, pero no pareció importarle. 

Forcejearon, y Alisa sintió cómo Ojosrojos estaba a punto de levantarse también, tentado a unirse a Zombie en su lucha con el soldado. Alisa movió una mano instintivamente hacia él y el hombre le lanzó una mirada extraña, como si aquello no tuviese nada que ver con ella y no comprendiese qué le daba derecho a entrometerse.

—No —musitó la chica—, esto no te hará ganarle al sistema. El castigo será peor.

Ojosrojos la observó imperturbable, pero le hizo caso y se mantuvo quieto en su sitio. No porque la chica hubiese conmovido sus sentimientos o algo parecido, sino porque tenía razón. Si mataban al guardia por la carta, que era, al parecer, lo que pretendía hacer Zombie, luego se matarían entre ellos para conseguirla. Además, no tenía ni idea de cuál sería el castigo por matar a un guardia cuando los organizadores sabían que estaba llevando a cabo aquella prueba, y las cámaras estaban por todas partes.

Alisa y Ojosrojos contemplaron cómo el forcejeo entre el pelirrojo y Zombie continuaba, aunque no por mucho tiempo. Con una patada en el tobillo que hizo que el mugriento hombre doblara la rodilla, Finn consiguió que se tambalease y lo tiró al suelo. Ambos aguantaban sus respectivas armas en las manos, pero se tenían sujetos el uno al otro. Zombie intentó escupirle al chico a la cara mientras se meneaba como un gusano, intentando liberarse de su peso que lo aplastaba, pero entonces él bajo la cabeza con fuerza y le dio un cabezazo que lo dejó aturdido por unos segundos. El instinto de Zombie fue llevarse la mano a la nariz, que parecía haberse fracturado por el impacto, y su agarre sobre el brazo de Finn flaqueó. El pelirrojo aprovechó la ocasión para desasirse del criminal y pegó la boca del arma a su muslo.

El aullido agudo del hombre mientras el disparo le desgarraba los músculos y la carne de la pierna fue ensordecedor. El pelirrojo se levantó mientras el otro se retorcía de dolor en el suelo. Jadeante, observó a Alisa y al otro jugador, que contemplaban todo desde sus sitios sin decir nada. Finn dejó escapar algo similar a una risa sarcástica y se pasó la mano por el pelo rapado. Con la lengua, apretó la cara interna de su mejilla antes de volver la vista de nuevo al hombre del suelo, que se agarraba la pierna con lágrimas en los ojos. 

La patada que le dio en el estómago sonó con un golpe seco que provocó que Alisa se encogiese en su asiento.

—Puto desecho humano.

El hombre herido recibió otro golpe, y otro más. Sus manos viajaron de la pierna al pecho y al estómago conforme el soldado descargaba la rabia e ira sobre su cuerpo. Alisa presenció cómo pateaba y pisaba con ganas al hombre y, pese a la nula resistencia de este, no parecía tener intención de parar. Pronto Zombie empezó a escupir sangre por la boca que rebelaba el daño interno que aquella paliza estaba causando. A eso se sumó el charco de sangre que iba formándose alrededor de su lastimada pierna.

Cuando el pelirrojo volvió a pegar un fuerte pisotón en su pecho, Alisa pudo escuchar con precisión el sonido de algo rompiéndose, del hueso al partirse. Con una claridad abrumadora, pudo imaginarse las costillas que habían podido quebrarse. Ante aquello, Alisa estaba perturbada. El pecho de Finn subía y bajaba por el esfuerzo. Se propuso detenerlo, pero sus pies no se movieron del sitio.

Justo en el momento en que Alisa por fin dio un paso hacia el soldado, una sombra oscura se deslizó por la habitación. De repente, una figura alta y de aspecto robusto ya estaba allí, junto al pelirrojo, y apoyó una mano sobre el hombro de este.

—Ya basta, Finn.

El chico hizo caso omiso de las palabras que llegaron a sus oídos y de la mano que tiraba de su hombro. Estaba ido, muy muy enfadado. Con los ojos muy abiertos, siguió pateando el cuerpo del hombre, que ya estaba más marchitado que vivo. Apenas respiraba, las costillas fracturadas le habían perforado los pulmones por culpa de los golpes y se estaban inundando de sangre. Se estaba ahogando con sus propios fluidos, aunque ya no tenía fuerzas para luchar, ni siquiera para pestañear.

La voz de la persona tras su espalda volvió a sonar, fuerte y autoritaria, y le hizo detenerse en el acto, dejando la pierna medio suspendida en el aire.

—¡Fintan!

Alisa se sentó de nuevo en la silla y toqueteó sus manos, visiblemente nerviosa. Era la primera vez que escuchaba a Harkan alzar la voz.

Finn se volvió lentamente hacia él, recobrando un poco la compostura. Cuando reconoció quién era, puso cara de pocos amigos.

—¿Qué mierda haces tú aquí?

Harkan, impasible como siempre, como si el chico no acabase de matar a un hombre a golpes, habló sin rodeos.

—Me llamaron porque creyeron que quizá necesitarías ayuda.

—¿Dragomir? —preguntó el pelirrojo incrédulo.

Alisa intentó hacer memoria de dónde había escuchado ese nombre. Rápido, cayó en la cuenta de que se refería a la Reina de Corazones, su jefa.

—No, uno de sus secretarios, ya sabes que anda ocupada.

Finn chasqueó la lengua, mostrando sin reparo alguno que estaba molesto. Pegó un tirón de su mono gris para estirarlo y ponérselo bien. Entonces observó el atuendo del de ojos plateados, que no tenía nada que ver con el suyo.

—¿Y tu uniforme?

Harkan se encogió de hombros.

—Estaba fuera de casa cuando llamaron. No quería perder el tiempo yendo a cambiarme.

—Tú y tu manía de cumplir siempre con cada orden —murmuró, creyendo la mentira—. Puedo apañármelas solo. No hacía falta que vinieras.

Harkan dirigió la vista al suelo donde se encontraba el hombre, escéptico.

—Creo que no opino lo mismo.

—Da igual —contestó el pelirrojo—. Sigamos jugando, ya casi habíamos acabado.

Volvió a encarar el cuerpo antes de volver de nuevo a su puesto. Con un ruido nasal asqueroso, reunió saliva en la boca y le pegó un escupitajo a Zombie, que parecía estar aferrándose a sus últimos resquicios de vida. Hiperventilaba en silencio, en busca de algo de aire mientras la sangre se le escapaba de las comisuras de la boca. Sus ojos, horrorizados, se cruzaron con los de color miel del chico. Antes de que terminase de ahogarse, Finn le dio un fuerte pisotón en el rostro, y el ruido de algo al quebrarse le provocó a Alisa escalofríos en la columna que la dejaron un poco mareada. 

Cuando Finn volvió a acercarse a la mesa, ya no había movimiento alguno en el suelo.

Con pasos pesados, llegó junto a ellos y agarró de malas maneras las cartas del muerto, que apenas eran tres. Se las entregó bocabajo a Alisa, que lo observó intentando ocultar el temor que le calaba los huesos.

—Baraja —le ordenó.

Alisa cogió las cartas y entonces su mirada se cruzó con la de Harkan. Estaba cuadrado, justo como debía hacer un soldado, a pesar de que no llevase su ropa habitual. No movió sus facciones ni un ápice, pero aun así Alisa sintió algo que traspasaba sus ojos. Su mirada era intensa y directa. Era como si le dijese «no temas, ya estoy aquí». Y consiguió tranquilizarla, aunque solo un ápice.

Barajó las tres cartas con esmero intentando obviar el hecho de que le temblaban las manos como nunca antes lo habían hecho. Después, las repartió y volvió a gozar del privilegio de obtener menos que su compañero. En este caso, solo tuvo que quedarse con una. Cuando le dio la vuelta, se sintió aliviada. 

Con la llegada de su ángel guardián, que la observaba situado junto al pelirrojo haciéndose el desinteresado, pero igual de formal que siempre, la suerte había decidido concederle unos minutos más de su amparo. Contempló el uno de oros con esmero y lo puso entre sus dedos, junto al siete del mismo palo. Ambos estaban ya situados y su compañero de juego tenía más cartas que ella. Pese a todo, la partida estaba ganada.

Siguiendo el orden anterior, Alisa tiró la carta con la que antes podría haber terminado la partida: el siete de oros. Ojosrojos parecía olerse ya el veredicto final del juego. Aun así, hizo su mejor intento y colocó en su lugar el uno de espadas.

Alisa alzó su última carta y le dio la vuelta para que su contrincante y su supervisor pudiesen verla. Después, dejó el uno de oros en el sitio que le correspondía y colocó las manos vacías sobre la mesa. 

Ojosrojos la miró sin mostrar un ápice de emoción. No sabía si sería un mal perdedor, pero de momento no lo estaba mostrando. Puede que durante aquel rato hubiese asumido que podía simplemente volver a probar otra noche en otra prueba y ya. No merecía la pena perder la vida por tonterías como aquella.

Alisa esperaba que, tal como ahora se mostraba tranquilo, no la persiguiese al salir para degollarla y robarle la carta.

—Parece que tenemos ganadora —proclamó por fin el pelirrojo.

Alisa asintió y Harkan se cruzó de brazos. La chica buscó sus ojos para descubrir algún tipo de emoción o mensaje, pero solo lo encontró parpadeando. Se dio cuenta de que uno de esos parpadeos parecía más profundo que los anteriores y Alisa quiso entenderlo como un «buen trabajo» de su parte.

Finn se metió la mano en el bolsillo, pero antes de sacar nada apuntó al hombre restante con su arma en forma de amenaza.

—Quédate ahí quieto —le ordenó alzando las cejas.

Ojosrojos no se inmutó en su asiento.

El soldado sacó entonces una carta diferente a las que habían usado en el juego. Era de color negro, rojo y azul, única en el mundo, y tenía grabados una jota y el símbolo de un trébol junto al dibujo de un hombre. Con dedos tensos le tendió la carta a Alisa, que la aceptó y la guardó de inmediato en el pantalón. Después, se quedó allí plantada, sin saber exactamente qué hacer. Su vista se desvió involuntariamente hacia Harkan, pero Finn atrajo su atención hablando de nuevo.

—Guapa —la llamó—, pírate antes de que cambie de opinión.

Comprendió de inmediato lo que quería decir. Alisa se cuadró de golpe, haciéndole una especie de saludo militar antes de salir corriendo tras su amenaza. 

Con pasos largos y rápidos, atravesó la azotea y bajó tres pisos hasta llegar al puente del terrado por el que habían llegado al edificio. Se sentó junto a unas macetas que disfrutaban de los rayos de luna y del reflejo de los paneles de luz de los otros edificios. Decidió esperar allí a que Harkan volviese, y confiaba en que el moreno sabría descubrir qué dirección había tomado al huir.

Finn resopló incrédulo, dividido entre la indignación y la diversión.

—Será posible —farfulló tras verla marchar.

Harkan se alejó de su compañero de la Vanguardia dispuesto a seguir a su delincuente favorita.

—Mi trabajo aquí ha terminado. Me marcho —sentenció.

Cuando iba a darle la espalda, Finn alzó un brazo para detenerlo. Harkan le escuchó, y vio que mientras hablaba le hacía señas al otro hombre que quedaba en la caseta para que se marchase. 

—Espera —le dijo—. Quédate tú y llama para que se los lleven. De todas formas, no has hecho mucho.

Harkan no tenía ningunas ganas de hacer aquello. Mucho menos cuando no había sido él quien los había matado. Pero si quería cumplir su papel y marcharse con Alisa sin problema alguno, le tocaba callar y aceptar lo que le dijese.

El hombre, que tenía unos ojos inusualmente teñidos de venas muy rojas, se levantó de su asiento y sin mediar palabra se dirigió hacia la salida. Le vio meter las manos en los bolsillos de su cazadora, como si quisiese ocultar su rabia hasta que ya no estuviese expuesto a ojos de los soldados. Pero Harkan vio también cómo, cuando llegaba al marco de la puerta, su endemoniado compañero cerraba un ojo al apuntar a su cabeza con su arma y apretaba el gatillo por lo que debía ser la cuarta vez aquella noche.

La caseta parecía más una morgue que un trastero. El hombre cayó desplomado al suelo mientras se llevaba las manos al cuello, pero sus espasmos no duraron mucho y se quedó inmóvil tirado junto a la salida, con sus extraños ojos abiertos de par en par. 

Harkan pudo ver que tenía las palmas de las manos llenas de heridas hechas con sus propias uñas. Debía haber intentado autocontrolarse durante toda la noche para no saltar y arrancarle la cabeza al descerebrado que tenía como compañero. Lo comprendió a la perfección.

Se giró hacia él con una ceja alzada.

—¿Era necesario matarlo?

—No te hagas el héroe —se quejó el pelirrojo—, no es como si tú no hicieses lo mismo.

Harkan entendió entonces que pensaba que hablaba del hombre de la paliza. O quizá del otro que había tirado sobre una silla con un balazo en la frente, no lo tenía claro.

—Me refiero a ese —aclaró con un movimiento hacia el muerto de la puerta.

Finn le restó importancia al asunto.

—Es un criminal.

Harkan profirió un sonido similar a una risa sorda, aunque en realidad no había nada que le hiciese gracia.

—A este paso nos quedaremos sin nadie a quien vigilar.

El pelirrojo lo miró como si se hubiese vuelto loco y le sonrió, incrédulo.

—Oh, por favor. No lo estarás diciendo enserio.

—Las normas no decían que el que perdiese tenía que morir, ¿verdad?

No había estado allí dentro durante la mayor parte de la prueba y había cosas que se había perdido desde fuera, pero conocía el sistema que se usaba para estas cosas y el reglamento, y sabía que aquello no funcionaba así. 

—He inventado mi propia regla.

Muy Finn de su parte, pensó el moreno con unas crecientes ganas de estrangularlo rondándole el estómago. Se mantuvo sereno, pese a todo, y le habló de forma que pudiese entender lo que le decía.

—Así nos tacharán de mentirosos y nadie seguirá las reglas ni siquiera en los juegos —expuso—. La normativa está para algo. Si no, nada te diferencia de él.

Fintan hizo una mueca ante sus palabras.

—No me hables de eso cuando tú eres el peor de todos.

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