3
«Alisa Parvaiz Draven»
Hacía años que no veía su nombre completo escrito de aquella forma. Empezó a temblarle el pulso. Alisa entró de nuevo y cerró la puerta con llave tras de sí. Apoyó la espalda contra la puerta y su hermano, confundido y preocupado al ver que su hermana no se había ido, le habló.
— ¿Qué pasa?
Ella hizo caso omiso a la voz que la llamaba y bajó la vista hacia sus manos. El sobre negro estaba allí, intacto. Se le hizo un nudo en la garganta. Deslizó la yema de los dedos sobre las letras doradas del dorso del sobre. Se le aceleró la respiración. Tan solo lo había oído alguna vez en el As de tréboles, pero tenía una vaga idea de lo que significaba recibir un sobre negro.
Alzó la vista hacia su hermano, que la observaba con expresión preocupada. Negó con la cabeza, en aquel instante no comprendía nada, no entendía lo que estaba pasando, no entendía por qué.
Volvió a observar el sobre y, por fin, se decidió a abrirlo con manos temblorosas. Despegó la solapa, rasgándola levemente en el acto. Dentro había una pequeña tarjeta blanca. La extrajo con cuidado y leyó lo que había escrito: «Bienvenida al juego. Ojalá el destino te acompañe y te otorgue una segunda oportunidad para purificar tu alma». El mensaje estaba firmado por la mismísima reina de corazones, la líder de la guardia de corazones.
El estómago se le revolvió por completo y tuvo que correr hacia la palangana para poder vomitar, sin importarle si ya había otros fluidos que desconocía en su interior. Mientras ella echaba lo poco que su estómago aún retenía, su hermano se acercó a la mesa y cogió la pequeña tarjeta. Llegó hasta donde su hermana estaba arrojando y le pasó una mano por la espalda, acariciándola, mientras intentaba leer lo que había escrito.
Cinco minutos más tarde, Alisa por fin alzó la cabeza y se limpió la boca con la manga. El rostro de su hermano era un poema. Parecía confuso e incrédulo, como si supusiera de alguna forma lo que aquello significaba pero no estuviese seguro. El labio le temblaba, como a punto de hacer un puchero.
— No me digas que... — Comenzó, pero se quedó a medias cuando vio la expresión de su hermana. El ceño fruncido, los ojos acuosos, los labios apretados. Tras un largo silencio, ella finalmente asintió con la cabeza. Al instante, el niño se echó a llorar y se lanzó sobre su hermana.
Alisa, con los bracitos de su hermano alrededor del cuello, comenzó a sollozar. Se sentía, de alguna forma, abatida. Como si su mundo estuviese a punto de caerse a pedazos. Recibir aquel sobre significaba que su vida ya no volvería a ser como antes, nunca jamás. Había muy pocas posibilidades de superar las pruebas y conseguir la baraja completa de cartas. Probablemente, a partir de aquel momento, pasaría los últimos días de su vida luchando por aguantar un día más, aún sabiendo que aquello no tendría otro final que no fuera la muerte. No conocía a nadie que supiese de alguna persona que lo hubiese conseguido. Acababan de declararla como condenada a muerte, pero ni si quiera sabía cuál sería el día de su deceso.
Abrazó a su hermano más fuerte, hundiendo la cabeza en su hombro y dejando que las lágrimas cayeran y empaparan su ropa.
— ¿Por qué esto? ¿Por qué nosotros? — Lloró. Oír a su hermana rota de aquella forma no hizo más que avivar el llanto del niño — ¿Qué es lo que he hecho mal?... ¿Es que no hemos tenido suficiente?
Ambos tenían el corazón latiendo en la boca y un leve dolor en la sien provocado por el llanto. Alisa empezó a maquinar mientras se fundía en aquel abrazo con su hermano. Solo recibían aquel sobre negro todos aquellos que cometían algún crimen. Sin embargo, ella siempre había seguido las reglas y había procurado respetar a todo el mundo. Entonces, ¿Qué era? ¿Por qué razón ella, que siempre había seguido la ley y había educado a su hermano para que hiciera lo mismo, estaba envuelta en semejante embrollo?
Repasó mentalmente los momentos vividos desde el amanecer. El As de tréboles, el salón vip, la ducha, la hora de comer, el mercado... Rebuscó y rebuscó en su memoria hasta que de pronto abrió los ojos como platos. Puso ambas manos sobre los hombros de su hermano y lo separó levemente para mirarle el rostro. La observó desconcertado, con los ojos rojos y migas en la comisura del labio. Migas.
Alisa se levantó y fue corriendo hacia la mesa. Apoyó ambos brazos y buscó con los ojos aquello que le había parecido una bendición y sin embargo ahora veía como un dardo envenenado. Allí estaba, junto a la comida sin acabar de Ciro, en un pequeño plato a parte y cortada en pequeñas rodajas.
— La manzana — Musitó.
— ¿Qué? — preguntó su hermano sin entender nada.
Alisa se giró hacia su hermano con los ojos vacíos, comprendiendo dónde había estado su error, viendo claramente cómo un insignificante fruto había acabado con lo que le quedaba de vida.
— La carta... — Balbuceó. — me la han enviado por quedarme con la manzana.
— ¿Por recoger una manzana del suelo? — A pesar de ser apenas un niño, podía notar perfectamente cómo el tono sarcástico de su hermano se mezclaba con sus lágrimas saladas. Él, aquel niño de sonrisa imperturbable, seguramente acabaría llorando de nuevo, solo y abandonado en la calle por sus seres queridos, y todo por su culpa. Alisa inclinó la cabeza hacia un lado y observó el suelo mientras se sorbía los mocos.
— Se le cayó a una mujer y no la devolví. Alguien con el poder suficiente como para denunciarme, algún guardia o cámara de seguridad lo habrá visto y habrá decidido notificarlo a la guardia. Probablemente me consideren una ladrona — Ciro apretó los puños con rabia. Su hermana pudo leer sus pensamientos, que parecían estar escritos directamente en su rostro. Seguramente pensaba que aquello era una injusticia. ¿Aquello se consideraba un robo? ¿Por qué? ¿Acaso ella misma había asaltado a la mujer o había metido la mano en su bolsa con sigilo para arrebatarle uno de los frutos? No, a ojos de Ciro aquello no era un robo, o al menos no era la idea de robar que él tenía en mente. Alisa no podía opinar diferente, pero volvió la vista hacia la pared y sonrió con tristeza – Vaya, jamás imaginé que vería mi cara colgada por todo Veltimonde bajo el título de "se busca" — Objetó. Luego se dirigió a su hermano sin mirarlo. — Espero que no estés presente cuando mi cabeza acabe rodando calle abajo.
Alisa por fin alzó la vista hasta su hermano y al instante se arrepintió de las palabras que había dicho. No pensaba que hubiese dicho aquello en voz alta, pero el rostro horrorizado de su hermano mostraba lo contrario. Se acercó corriendo a él y lo rodeó con los brazos de nuevo.
— Disculpa — Dijo. — Tengo demasiadas cosas en la mente. No quería decir eso.
Le pidió disculpas mil y una veces al oído y lo estrechó con fuerza, rogando no haber destrozado un poco del pequeño corazoncito de Ciro en su discurso desmoralizador. Notó como los ojos mojados de él le humedecían el cuello. Él le agarró la barbilla con las manos para obligarla a mirarlo.
— No vuelvas a decir eso nunca más — Expresó con voz endeble.
— De acuerdo.
La expresión de su hermano pequeño se había tornado realmente seria. Alisa no se vio capaz de decir otra cosa que no fuera aquello. Miró a su hermano de los pies a la cabeza y decidió no dejarse llevar por el miedo e intentar pensar en algo.
— Está bien, saldremos de esta. Solo habrá que... — Ladeó la cabeza mientras apretaba los hombros de su hermano. Pronunció las siguientes palabras sin creerse lo que salía de su boca. — conseguir todas las cartas. Al menos así es como dicen que se gana el juego.
— Pero si a ti te están buscando, o no vuelves durante un tiempo de alguna de las pruebas, o... — Ciro no consiguió acabar la frase, pero Alisa comprendió qué era aquello que no se atrevía a decir — ¿Qué pasará conmigo?
— No te preocupes — Aseguró ella con voz firme. Aquello lo decía de verdad. Con el corazón en el puño — No pienso dejarte solo.
Ciro la observó durante unos instantes para, finalmente, acabar asintiendo. Se secó las lágrimas con la maga de la camiseta del pijama. Luego se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón y le mostró la tarjeta a su hermana, aquella tarjeta que simbolizaba el fin de su tambaleante estabilidad.
— ¿Y qué hacemos con esto? — Preguntó, mostrando el otro dorso de esta, aquel que Alisa no había llegado a leer — ¿Qué significa?
Alisa le arrebató la tarjeta a su hermano y la sostuvo entre sus dedos. Le dio la vuelta, haciéndola girar, y al hacerlo descubrió un nuevo mensaje y una especie de código al final. La letra era algo más pequeña, por lo que tuvo que agudizar la vista para verlo bien.
«Protege tu hogar de los ladrones y ganarás.» Bajo aquella inscripción se hallaba un misterioso código. «20.00 C18»
Volvió a darle la vuelta, inspeccionando cada centímetro de la tarjeta por si había algo más de lo que no se hubiese percatado, y cuando comprobó que no había ningún otro escrito dejó la tarjeta sobre la mesa.
— ¿Qué querrá decir con lo de los ladrones? — Murmuró para sí misma. Su hermano intervino en su raciocinio.
— ¿Nos van a robar? — Preguntó. — Pero si no tenemos nada que valga la pena robar. Como no quieran alguna de mis cestas... el resto de cosas son antiguas y no tienen ningún valor — Se rascó la barbilla, intentando pensar en el sentido del mensaje.
Alisa observó de nuevo la tarjeta y sus ojos bajaron hasta el supuesto código. «20.00 C18» ¿Qué querría decir eso? Todo en aquel tipo de cosas tenía algún significado. Aquello también debía tenerlo.
«20.00»... ¿Podría aquello ser una referencia horaria? Si eso fuera cierto, podría comprobarlo en un rato. Eran cerca de las ocho menos cuarto, por lo que no deberían esperar demasiado. Sin embargo, tampoco pensaba que debiesen perder el tiempo durante aquellos quince minutos. El tiempo, a partir de aquel momento, era oro.
Supuso, pues, que aquello hablaba de la hora, por lo que algo ocurriría a las ocho de la noche, pero aún faltaba pensar en la segunda parte del mensaje: C18. Se pasó las manos por el pelo, intentando apartarlo del rostro ya que, de alguna forma, aquello la desconcentraba. Estaba sudorosa, se sentía desubicada. ¿Alguien la estaría viendo en aquel instante y se estaría riendo de ella? Ante este pensamiento intrusivo, se giró instintivamente y observó las paredes de la habitación. Sus ojos se movieron de arriba abajo, buscando algo que por un momento consideró que podría ser posible. ¿Si habían visto lo que había ocurrido con la manzana y le habían dejado el sobre en casa, por qué razón no iba a ser eso posible?
Se sintió como una paranoica al no ver nada, pero entonces su vista cayó sobre el televisor e inconscientemente le vino el mensaje a la cabeza. C18. Acaso... Alisa agarró con rapidez el mando y se situó delante del televisor. Tras encenderlo, comenzó a avanzar presionando el botón con calma, canal a canal. Tenía una idea. Si aquello que buscaba existía tendrían una posibilidad. De lo contrario, no tenía ni idea de lo que pretendían decirle.
Llegó al decimocuarto canal y respiró hondo. C... Podría ser que la C fuese de canal, por lo que el número indicaría un canal en concreto. Cuando Alisa llegó al canal número diecisiete se quedó quieta. Miró a su hermano de reojo y entonces avanzó un canal más.
Ante ella estaba el canal 18. Sí que existía. Sin embargo, no parecía emitir ninguna señal. No había más que una pantalla gris en movimiento. «El canal 18 a las ocho de la noche». ¿Era eso lo que quería decir el código de la tarjeta? ¿Había algo que querían que viera? No estaba segura de si sus suposiciones eran ciertas, pero lo descubrirían en unos minutos.
Aprovechó para movilizar a su hermano. Le hizo sentarse a la mesa para que se acabase la comida mientras ella lo ponía todo en su sitio. Colocó las sillas bien y recogió cualquier cosa que hubiese tirada por en medio. Siguiendo la premisa de que quizá entrasen a robarles, escondió el poco dinero que tenían bajo el microondas. Recolocó las cajas que le hacían de armario, poniendo bien la ropa y situándolas en forma de L, de manera que tocasen con ambos lados de la pared y formasen un hueco en medio. No pudo hacer mucho más, ya que realmente, y como había dicho su hermano, no tenían nada de verdadero valor. Ya al lado de la mesa, cogió la tarjeta y buscó el sobre negro para guardarla dentro y meterla en el bolsillo del vestido negro. No se acordaba de que aún llevaba el uniforme del As de tréboles, y de que probablemente no aparecería por allí a partir de aquella noche. Recogió el sobre, que se había caído al suelo. Lo abrió para colocar la tarjeta dentro y entonces se le escapó un ruido de asombro.
Ciro se sobresaltó y desde la mesa observó a su hermana, que le daba la espalda. Esta se giró lentamente, con los ojos como platos y ligeramente pálida.
— Creo que ya sé lo que los ladrones quieren — Musitó.
Alisa sostenía en sus manos una carta de la mítica baraja que había inspirado el nuevo sistema penitenciario. Ciro pudo ver con claridad que se trataba de un dos de picas.
Aquello era lo que los ladrones buscarían. El dos de picas. Una de las cartas del juego. Los ladrones no serían otros que los propios participantes del juego, es decir, otros delincuentes y criminales que estarían dispuestos a todo por obtener la carta.
A Alisa le tembló la mano. «Protege tu hogar de los ladrones y ganarás». Aquello significaba que si aguantaba toda la noche la carta sería suya. Ante ella se desplegaron tres posibilidades: Aquella noche podía quedar como una vencedora, como un cadáver o como una cobarde. Si conseguía aguantar hasta las doce de la noche, que es lo que había oído que duraban las pruebas, tendría la carta y dos semanas de descanso, según lo que habían dicho aquellos dos hombres en el As de tréboles. También podía entregársela al primero que apareciese, pero haciendo esto podría acabar muerta de todas formas, ya que no podía saber si el tipo al que se la entregase no decidiría matarla tras ello, o si, después de entregarla, llegaría otro delincuente en busca de la carta y decidiría acabar con ella al decir que ya no disponía de la carta, creyendo que esa afirmación fuese mentira y decidiendo investigar el sótano una vez ella estuviera muerta. De cualquier modo, aquella sería su mejor oportunidad para conseguir una carta, y no podía dejarla pasar entregándola al primero que apareciese.
Tampoco debía olvidar que podía acabar muerta de todas formas. Alguien podía luchar con ella para obtenerla y, en medio del rifirrafe, podían otorgarle un golpe mortal que la dejase tirada en el suelo para siempre. De cualquier forma, en todas las opciones Ciro corría peligro, pero no le parecía seguro salir a la calle durante el tiempo de juego, cuando ella tenía en su posesión uno de los objetivos.
Decidió pues, que no saldrían del sótano a no ser que hubiese una emergencia. Si alguien recibía la dirección para ir en busca de la carta, probablemente esta le llevaría hasta el bloque de pisos, por lo que prácticamente nadie se fijaría en la pequeña trampilla trasera del edificio.
Alisa observó detenidamente la carta. El dos de picas. Era una de las cuatro cartas más bajas de toda la mano. ¿Por eso la tenía ella? Probablemente, aquel era el valor y la amenaza que representaban una muchacha escuálida y pequeña y un niño. Debía ser por eso, y aún así le pareció terriblemente cruel.
En aquel momento, y para sorpresa de ambos hermanos, el televisor se iluminó. Los dos se miraron y corrieron a sentarse frente a la pantalla, en el frío suelo del sótano. Solo se veía un fondo azul con la hora arriba y un recuadro a la derecha. La hora indicaba que ya eran las ocho de la noche, y en el borde superior derecho de la pantalla, justo dentro del recuadro, estaba escrito «En vivo» con letras grandes. Ciro miró a su hermana, ella tenía razón. Su hipótesis era correcta.
De pronto, sobre el fondo azul oscuro apareció el mapa de Veltimonde. Sobre este aparecieron un montón de puntos diminutos. El televisor mantuvo aquella imagen durante varios segundos antes de hacer zoom en cada uno de los cuatro distritos.
Primero amplió el distrito diamante, situado al norte de Veltimonde. Dentro de aquel enorme distrito estaba situado el palacio real y la capital, entre otros de los lugares más destacados y emblemáticos del país. Alisa contó alrededor de unos catorce puntos diferentes esparcidos por el terreno. Entonces la pantalla volvió a ampliarse y fue mostrando información de cada uno de los puntos marcados en el mapa. Se presentó la carta disponible, la dirección y un pequeño enunciado de cada uno de los puntos marcados. Luego volvió a mostrarse la imagen del distrito completo y, finalmente, pasó a mostrar el siguiente; El distrito corazón situado al oeste de Veltimonde. Las imágenes de la pantalla repitieron el proceso de nuevo, mostrando todas las ubicaciones disponibles de aquel distrito, al igual que sucedió después con el distrito de la pica. Por fin llegó el turno de su distrito; El distrito trébol, que se ubicaba al sur del país.
Cuando se hizo zoom en él, Alisa reconoció la mayoría de barrios de su ciudad. Su vista bajó de forma involuntaria al suyo. Contó que había alrededor de diez cartas repartidas por el distrito trébol, dos en su barrio. El distrito trébol era el más pequeño de todos. Solo constaba de dos grandes ciudades; Zurith y Pranta, divididas en un total de cinco barrios.
Primero se pudo visualizar la información de los puntos cercanos a los barrios de Pranta. Luego por fin comenzaron a verse los de los dos barrios de Zurith, hasta que llegó al suyo. El programa hizo zoom sobre el punto que señalaba su ubicación. A la derecha, sobre un fondo oscuro, Alisa pudo leer la poca información que otorgaban a los jugadores sobre su hogar.
Comenzó a leerlo todo. Lo primero que había escrito era su dirección. La calle y el número del edificio era visible para todo aquel que echase un vistazo a aquel programa televisivo tan inusual. Bajo aquello se mostraba el rango de la carta que se podía obtener, el dos de picas. Por último, el programa ofrecía una especie de sinopsis. Una frase que anunciaba de forma sencilla pero poco clara la misión que había de ser cumplida. En su caso, el mensaje para todo aquel que se interesara por aquella carta en concreto era el siguiente.
— « Deshazte del guardián y gana» — Leyó en voz alta Ciro. Observó a su hermana de reojo. — ¿El guardián eres tú?
— Eso me temo.
Se dio cuenta de que sobre el punto en el mapa había una hora escrita, las 00.00h. Sobre el resto de ubicaciones del mapa había visto algo similar, aunque en algunos puntos concretos la hora era diferente. En alguno había visto que ponía 01.00h o 02.00h, por lo que aquello significaba que en algunas opciones se otorgaba más tiempo del usual. Suponía que aquello sucedía porque serían de una dificultad mayor, o quizá porque se trataba de alguna prueba más grande o de una extensión de tiempo mayor.
Cuando dieron las ocho y cinco la pantalla se tornó azul y luego perdió la señal. Ambos se quedaron sentados frente a las ondas grisáceas del televisor. Arrodillados frente al monitor sin vida.
Alisa estuvo unos instantes sin pensar, en blanco, como si no acabasen de dar el escopetazo de salida y ella no debiera prepararse para defender sus vidas. Deslizó la mano por la piel delicada de la mejilla de su hermano, absorbiendo esos segundos como si valiesen oro. Los ojos de su hermano la observaron agitados y compungidos. Ella se inclinó hasta que sus labios tocaron la frente de Ciro, depositando un dulce beso. Por alguna extraña razón, en medio de aquella calidez que le envolvía, el niño sintió una chocante tristeza y notó que se le encogía el pecho. Aquella suave muestra de afecto le había parecido una especie de despedida. Tragó saliva con fuerza.
Cuando la vitalidad volvió a los ojos de Alisa, se levantó como una escopeta, agarrando a su hermano de la mano, y lo arrastró hasta la otra punta del sótano. Su hermana se paró justo en frente de las cajas que les hacían de armario, que en aquel momento se encontraban en una posición distinta a la habitual. Alisa movió tan solo una de las filas de cajas de cartón que tocaban la pared, creando así una entrada al interior de aquel escondite improvisado. Sus ojos viajaron a los de Ciro, como si él ya supiese lo que debía hacer.
— Tenemos cuatro horas para resistir, y no podré conseguirlo si no siento que estás de alguna forma protegido de los extraños — Los ojos de Alisa se volvieron penetrantes. Todo aquello que le iba a decir no eran peticiones. Todo era una orden, una que no debía desobedecer si quería que ambos tuviesen la mínima posibilidad de seguir con vida aquella madrugada. — A partir de ahora te quedarás aquí dentro. Las cuatro horas completas, sin excepción.
Ciro asintió sin rechistar.
— Si tienes que hacer pipí aprovecha para hacerlo ahora mismo porque no tendrás otra oportunidad de hacerlo hasta que sean las doce pasadas.
Ante aquellas palabras el niño salió corriendo en dirección a la palangana. Un minuto después volvió a situarse frente a su hermana, que no se había movido del sitio.
— Muy bien, prepárate — Lo instó ella. Alisa le hizo pasar por el agujero y esperó hasta que estuviese sentado en la parte más lejana del diminuto escondite, tocando la espalda con la esquina de la habitación. — Yo estaré aquí fuera, pero queda terminantemente prohibido que salgas. Tampoco puedes hacer ruido si no queremos que nadie que pase cerca se percate de que aquí abajo hay alguien. Y — Continuó, tan seria que su hermano se estremeció — Aunque escuches cualquier ruido, aunque me oigas gritar... Ni se te ocurra salir, por favor.
Se miraron de nuevo durante unos segundos, enviándose fuerzas el uno al otro antes de despedirse. Él asintió con la cabeza, temeroso de abrir la boca y mostrándole su convicción a su hermana mayor. Alisa también asintió en agradecimiento y desapareció. En su lugar, un último muro de cartón cerró la cueva que iba a hacer de escondite para el pequeño de la casa. Ciro no pudo hacer otra cosa que rezar a cualquiera que escuchase sus plegarias para que a su hermana no le ocurriese nada y que aquella no fuese la última vez que se vieran.
Alisa se dirigió al diminuto conjunto de electrodomésticos que le hacía de cocina y agarró el más afilado de los cuchillos. Tampoco tuvo que rebuscar demasiado a la hora de escoger, puesto que no disponía de demasiadas opciones. Agarró el sobre negro que escondía la tarjeta y la dichosa carta y lo escondió bajo el colchón polvoriento. Tras eso se sentó sobre la mesa que usaban para comer, situando el cuchillo frente a ella a modo de defensa y agarrándolo con ambas manos.
Así se dispuso a defender sus vidas y su futuro. Se mantuvo allí sentada, sumergida en un silencio sepulcral. El tiempo fue pasando muy despacio, pero eran pasadas las diez y aún nadie había aparecido.
Por su mente pasó el señor Clover, que probablemente estaría deseando estrangularla tras no aparecer y dejarlo colgado sin ningún tipo de aviso previo. Prefirió desviar ese pensamiento, por el momento no había demasiadas posibilidades de que aquello fuese a suceder. Ni si quiera de que volviese a ver al desvergonzado Kane Clover.
Los suaves ronquidos de Ciro susurraban sobre las paredes del sótano, apenas audibles. Alisa comenzó a replantearse toda la situación. ¿Había algo que no había entendido? Todo había tenido sentido hasta hacía unos minutos atrás. Entonces, ¿Por qué no venía nadie? ¿Que acaso no había entendido la verdadera dinámica del juego? Quizá nadie había sido capaz de pensar en la trampilla trasera del edificio.
De pronto, parece que el destino escuchó a los pensamientos de Alisa luchar de forma acalorada, porque a través de la puerta de madera pudo percibir cómo la trampilla se abría y cómo unos pasos descendían por la escalera con lentitud. La madera crujió ligeramente cuando las botas tocaron el borde de la puerta de madera.
Los ronquidos de Ciro desaparecieron. Parecía ser que su hermano también había oído que alguien se acercaba y la tensión era palpable en el ambiente.
La persona tras la puerta intentó apretar la manilla para entrar, pero no lo consiguió ya que la puerta estaba echada con llave.
Todo se quedó en silencio por un momento. Ambos hermanos aguantaron la respiración desde sus respectivos sitios. Durante un instante el mundo pareció enmudecer. Todo parecía indicar que quizá aquello había sido un sueño, una alucinación nocturna causada por el terror y el cansancio. El silencio se mantuvo escrito en el aire.
Y entonces Alisa tuvo que llevarse una mano a la boca para no gritar cuando un hacha atravesó la puerta, haciendo añicos los pedazos de madera.
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