29
Definitivamente, Harkan se había equivocado.
Finn seguía siendo el mismo de siempre. Ni aunque estuviese solo se comportaba como es debido. Harkan tenía la firme creencia de que el pelirrojo consideraba el mundo como su patio de juegos personal. Jamás entendería cómo había llegado aquel energúmeno a la Vanguardia de corazones y cómo no la había liado antes para que lo expulsasen. A veces parecía un angelito, pero Harkan conocía su trasfondo y no se dejaba engañar. Puede que en realidad no estuviese actuando y simplemente fuese algo bipolar, pero aquello le molestaba aún más.
Lo que sí sabía era que Fintan se recreaba en el mal ajeno para su propio disfrute. Le gustaba la bulla y la pelea. Por eso siempre que habían estado en el mismo pelotón se había metido con él para buscarle las costillas. Lástima que los mocosos como él no le interesaban en absoluto. Al ver que no le afectaba nada, siempre acababa rindiéndose y se hacía el gracioso con los demás, pero Harkan era consciente de que no le caía bien y de que más tarde lo volvería a intentar. Aunque por el medio lo viniese a buscar como si fuese su hermano mayor.
Sí, su relación era complicada.
Para ser sinceros, cuando escuchó el tiro estuvo a punto de entrar, pero se detuvo en cuanto vio que Alisa seguía de pie a un lado del muerto. La vio temblar y derrumbarse en el suelo mientras observaba con los ojos muy abiertos el cadáver a su lado. Harkan se quedó quieto en su sitio, aún alerta. Si no hubiese sido ese chico, Alisa habría sido la que se habría desplomado en el suelo sin vida y él no podría haberlo evitado.
Estaba tenso, sí. Cualquier otro soldado lo habría hecho estar al tanto de la situación sin muchas preocupaciones. Pero conocía el carácter impredecible de Finn y sentía que no podía permitirse ni un segundo de tranquilidad. Ya lo había demostrado nada más comenzar, y Harkan tenía la sensación de que aquello no había hecho más que empezar.
Alisa observó el manojo de cartas con desconcierto. Le resultaba realmente extraño que cambiasen sus cartas por las de otro lugar. La mirada imponente del guardia pelirrojo se posó sobre ellos al ver que nadie se ofrecía voluntario para seguir su orden. Suspiró con pesadez y se llevó la mano al pantalón. Cuando los ojos de Alisa captaron a su supervisor, vio que caminaba de nuevo alrededor de los cuatro y se rascaba la sien con el cañón de su pistola.
—Veo que no tenéis ganas de jugar.
Su tono era bromista, pero Alisa notó un matiz de fastidio en su voz que provocó que el nudo en su estómago se acrecentase.
Aquello era una amenaza en toda regla. Los tres hombres se miraron totalmente mudos. Sus manos parecieron dudar, y pudo ver algunos movimientos en falso de Ojosrojos, que había alargado la mano hacia las cartas pero se había detenido a medio camino. El ruidito de desagrado del muchacho no pasó desapercibido para Alisa, que se lanzó a por la caja. Apoyó medio cuerpo sobre la mesa de madera y las agarró antes que los demás. Narizón la observó receloso, no parecía tener claro si había sido mejor que la chica cogiese la caja o si en realidad debería haberlo hecho él. Pronto sabría la respuesta a esa incógnita.
Finn se situó al lado de Alisa y la observó con una sonrisa de dientes blancos. Parecía complacido, como si estuviese viendo a un perro que acababa de conseguir hacer su primer truco.
—Buena chica —dijo, y apoyó la mano sobre su hombro. Alisa la sintió pesada, como si fuese de hierro y se estuviese hundiendo en su piel. Pronto la retiró, pero no guardó la pistola—. Parece que sí que hay alguien con coraje. Qué curioso que sea la más joven.
Zombie agachó la mirada. Sus uñas negras estaban clavadas con fuerza en el borde de la mesa.
El pelirrojo dio unos pasos más por la estancia evaluando el ambiente y se detuvo de nuevo, justo en el hueco entre Narizón y Zombie. Ella y Ojosrojos estaban justo frente a él, pero extrañamente Alisa sintió que ella era la que estaba en su punto de mira. Dio una pequeña palmada, pistola en mano, antes de volver a hablar.
—Bien —comenzó—, el juego es muy simple. No tiene complicación alguna. Hasta un niño de cinco años podría jugar.
Ese comentario podía tener la intención de relajarlos un poco, pero lo cierto es que servía para todo lo contrario. Si la prueba era tan fácil, era porque en realidad había algún tipo de dificultad que el guardia no les estaba explicando. Algo que a lo mejor se guardaría para más tarde, cuando estuviesen un poco más confiados.
Fintan continuó con su discurso.
—Debéis seguir unas normas básicas y respetar los turnos. Si hacéis esas dos cosas, esto será pan comido.
Ojalá fuese cierto, pensó Alisa para sí. El pelirrojo volvió a deslizarse por la habitación. Se situó junto al muerto y su sangre estuvo a punto de mancharle la ancha suela de las botas. Apoyó la espalda en la pared y jugueteó con el arma en sus manos.
—El juego se llama Escalera de palos —explicó con parsimonia—. En realidad, el nombre ya dice lo que hay que hacer: completar la escalera de números de cada una de las figuras.
La vista de Alisa se posó sobre las cartas entre sus manos. Deslizó el dedo sobre ellas después de sacarlas de la caja. Los dibujos eran diferentes a los que estaba acostumbrada a ver.
—Se repartirán todas las cartas de la baraja que tenéis ahí. Todos tendréis el mismo número. Cada uno debe ordenar sus cartas como quiera, pero tenéis que evitar que vuestros compañeros las vean —Justo después de eso se calló. Pensativo, desvió los ojos hacia el cadáver junto a él por unos segundos antes de volver a hablar—. Si no queréis ocultarlas no pasa nada, por supuesto, pero no creo que obtengáis un buen resultado en el juego.
Desde fuera, Harkan alcanzaba a escuchar todas las palabras de su compañero, pero algunas de ellas a medias por culpa de la distancia. Se oía bastante flojo, por lo que, si pretendía enterarse bien de lo que estaba sucediendo para no depender únicamente de la vista, debía estar en total silencio y agudizar la oreja.
—Empezará el jugador a la derecha del que baraja —señaló a Ojosrojos, que le observaba con las cejas fruncidas—, y solo podrá hacerlo si tiene un cinco, que será el núcleo de las cuatro escaleras. Si no tiene ninguno, se pasará al siguiente jugador. Así hasta que uno ponga una primera carta.
Alisa estuvo tentada a asentir con la cabeza para dejarle claro al pelirrojo que iba entendiendo las reglas, pero se quedó tiesa en su asiento.
—Después, se irá siguiendo el orden establecido y el que pueda colocar una carta lo hará. El que no, deberá avisar de que pasa y dejar que use su turno el siguiente. En este juego no existen cartas que se deban robar, ni comodines ni nada por el estilo.
Finn observó el cuerpo del chico de tez tostada tirado junto a él. La sangre estaba a centímetros de rozarle los zapatos. Hizo una mueca, alzando el lado derecho del labio, y le dio una patada al brazo inerte del muerto. Al hacerlo, la sangre salpicó un poco el suelo en la dirección contraria a la que se encontraba. Se incorporó y como si nada volvió a acercarse a la mesa. Parecía un niño aburrido que esperaba a que empezase la acción.
—El objetivo es quedarse sin cartas —añadió para terminar—. El primero que lo logre será quien se quede con la carta de esta noche. Simple, ¿verdad?
Con las cejas alzadas y una sonrisa algo sospechosa, alzó los brazos al aire acompañando a su pregunta mientras miraba a los cuatro participantes, a la espera de algún signo que le llevase la contraria. Después, arrugó el ceño cuando cayó en la cuenta de algo.
—Oh, cierto. Casi se me olvida —mencionó—. No se puede pasar si se tiene una carta que se pueda poner. Los cincos se pueden guardar y tirar cuando al jugador le apetezca, pero si no queda otra opción más, estaréis forzados a usarlos.
La explicación de las reglas había finalizado. El juego invitaba a participar con ganas y confianza al no presentar un nivel de dificultad elevado, pero el arma en la mano del soldado fulminaba toda intención de jugar con actitud. Parecía haberse convertido en una extremidad más de su cuerpo. Cuando señalaba o indicaba algo, lo hacía apuntando con el arma, como si fuese un dedo más de su mano.
—¿Queda claro, pues?
En la mesa, los cuatro presentes asintieron para dejar constancia sin palabras de que lo habían entendido todo. Alisa había empezado a barajar ya las cartas y las mezclaba con ritmo constante y rápido. Sus movimientos escondieron mínimamente el suave temblor de sus manos. Finn asintió también, apretando los labios.
—Fantástico —exclamó.
El silencio se hizo de nuevo en la caseta. Tan solo se oía el roce de las cartas al tocarse mientras eran cambiadas de sitio una y otra vez. Alisa escuchó el sonido hueco de las botas mientras el pelirrojo daba unos pasos. Él se inclinó hacia delante y colocó la cabeza cerca de la de la chica. Ella fue consciente de ello cuando notó su respiración sobre el pelo, cerca de la oreja, y el soldado le habló al oído con tono algo arrogante.
—Guapa, reparte las cartas. Hazme el favor.
Alisa, de golpe, contuvo el aliento. Pero no por su cercanía ni por sus palabras. Acababa de notar el roce de la pistola contra su espalda. Había sido una presión sutil, ni siquiera la había apuntado con el cañón, pero aquello hizo que se le congelara la sangre en cuestión de segundos. Como un autómata, empezó a repartir las cartas para los cuatro jugadores, empezando por Ojosrojos.
Finn elevó la comisura izquierda de su boca mientras veía que las cosas empezaban a tomar ritmo. Pronto, todos los jugadores tenían un abanico de diez cartas entre sus dedos. Alisa las ordenó por palos y de menor a mayor. Vio a Narizón que parecía estar haciendo algo similar, pero había dejado algunas cartas sobre la mesa en pequeños paquetitos. Alisa supuso que podían ser cartas altas que no tendría que mirar hasta más adelante. Por su parte, no le parecía una buena estrategia hacer eso. Los demás podían empezar a adivinar sus cartas y, si hubiese sido ella, sería muy fácil olvidarse de revisarlas y pasar cuando en realidad sí podía tirar. Lo más seguro era mantenerlas todas en sus manos, a la vista únicamente de ella por cualquier cosa que pudiese suceder.
Mientras todo esto sucedía, Finn se había puesto a hablar de nuevo, aunque Alisa dudó de si los demás le estarían prestando atención.
—En Vaystin usan nuestra baraja, pero también es común encontrar gente jugando con estas cartas —explicó con la mirada fija en los naipes de la mesa—. Aunque en realidad estas vienen de mucho más lejos. ¿No os resulta más emocionante jugar con algo que viene de la otra punta del mundo?
El silencio fue respuesta suficiente para el soldado, que soltó una pequeña risita desagradable.
La Escalera de palos en realidad era un juego típico que estaba segura de que muchos abuelos habían jugado más de una vez. No era algo que hubiese estado presente en la sala de apuestas del As de tréboles, pero Alisa intuía que no era un juego que dependiese exclusivamente de la prodigiosa mente de los jugadores. El mayor factor era la suerte. Por eso mismo el palo de la carta que había venido a buscar esa noche era un trébol. Estaba clarísimo. Pero en el juego también era importante la estrategia. Uno podía tener muy buenas cartas pero podía usarlas de forma pésima y perder estrepitosamente. Del mismo modo, si se estudiaba bien la posible partida y las opciones que se ofrecían, hasta con las peores cartas existía una mínima posibilidad de éxito.
Alisa esperaba que el azar y el ingenio le permitiesen salir de allí victoriosa.
Cuando hubo ordenado todas bien y se paró a mirarlas en general, de forma más panorámica, casi se echó a llorar de alegría. Intentó mantener la cara de póker para no delatarse a sí misma.
Tenía el siete de oros; el cinco, el seis, el siete y el ocho de bastos; el tres, el seis y el siete de espadas y, por último, el cinco y el once de copas. Aguantó el impulso de llevarse la mano a la boca de pura incredulidad. Para el tipo de juego, eran cartas muy buenas. La mayoría eran centrales, por lo que podría cortar varias veces las jugadas de los demás. El único problema era el once de copas. Tendría que apañársela para deshacerse de él cuanto antes, pero no sería fácil forzar la partida para que sus compañeros le permitiesen llegar a poner la carta. Su prioridad sería hacer todo lo posible para que el número de las copas aumentase pronto y así colocarla sin tener que esperar al final. Con las cartas que tenía, no parecía imposible.
Empezó a idear posibles estrategias y alzó la cabeza para echar un pequeño vistazo a sus compañeros. Entonces, vio a Narizón palidecer. Estaba claro que en los pequeños montoncitos que tenía en la mesa había más cartas de las deseadas, por lo que le debían haber tocado muchos números altos. Intentó mantenerse serio, pero su ceño ligeramente fruncido le hizo pensar a Alisa que estaba en lo cierto.
Sus otros dos compañeros de juego no le permitieron obtener información alguna. Ambos sujetaban las cartas en sus manos, justo como hacía Alisa, y mantuvieron el rostro lo más neutral posible. No pareció ser algo que requiriese mucho esfuerzo para Ojosrojos, que le echó una mirada rápida para asegurarse de que no pudiese ver sus cartas.
—Venga, no perdamos más el tiempo —alentó el pelirrojo. Se había sentado en una silla que sobraba en una esquina de la habitación y había observado todo mientras apoyaba los brazos sobre el respaldo. Parecía harto de esperar. Al hablar, se había vuelto a levantar y rondaba la mesa de nuevo. Parecía que no sabía quedarse quieto, y aquello ponía nerviosos a todos los presentes, incluido Harkan, que lo iba viendo aparecer y desaparecer desde su escondite. Finn se acercó a la silla de Ojosrojos y le dio una patada al respaldo que hizo que se tambalease—. Empieza ya, espantajo.
Parecía que el guardia también tenía sus propios motes para ellos.
Alisa vio de soslayo la sonrisa del pelirrojo, que parecía estar pasándoselo bastante bien a pesar de que ni siquiera habían comenzado aún. El aludido se mantuvo callado, con la mirada perdida en la mesa sin mostrar que aquello le hubiese molestado, pero Alisa pudo ver cómo los nudillos se le emblanquecían mientras sujetaba las cartas con fuerza.
Esperaba no encontrárselo nunca fuera. Pese a mantenerse totalmente sereno ante el soldado, despertaba en Alisa un miedo primitivo. Si hubiese sido por ella, hubiese huido de su lado nada más verlo. Le sorprendía lo relajado que se mostraba el pelirrojo ante semejante hombre y sus vibras, aunque él era la autoridad y quizá podría llegar a ser incluso peor.
Ojosrojos deslizó las cartas por sus dedos mientras escogía y entonces dejó en el centro de lo mesa el cinco de espadas.
—Espadas, ya veo —murmuró el soldado como si estuviese viendo un partido de algún deporte importante y estuviese realmente interesado. Sus ojos se posicionaron sobre Narizón, que era el siguiente en tirar.
Alargó la mano para colocar el cuatro de espadas. Zombie, que ya revisaba sus cartas tras la jugada de su compañero, alzó una mano tímidamente para indicar algo.
—Paso.
Por supuesto, no podía jugar si no disponía del cinco de oros, que era el único que no estaba entre sus manos. El tres y el seis de espadas eran las otras únicas cartas posibles, pero también estaban en posesión de Alisa, por lo que no podía tirar.
En cuanto le tocó a ella, dejó a la altura del cinco de espadas de Ojosrojos el cinco de copas. Empezaba a desarrollarse su estratagema, por lo que esperaba que todo saliese como ella esperaba. Su compañero sacó la mano de la cazadora de piel para depositar en la mesa el cuatro de copas. Narizón, justo después, posicionó el número seis del mismo palo.
Zombie puso el siete, y Alisa empezó a sentir que todo iba sobre ruedas. En su turno, puso el 6 de espadas, por lo que aquello no afectó a nadie, ya que el tres seguía tapando la parte baja de la escala y aún tenía el siete a su disposición, justo entre sus manos.
Ojosrojos puso el tres de copas y Narizón, receloso, observó bien todas las cartas antes de poner el número dos. Zombie siguió el ritmo del grupo y puso fin a la parte baja de la escalera de copas al colocar el número uno. Las cosas no iban mal para Alisa, pero parecía que alguien se negaba a seguir subiendo en la escala de copas. El número ocho aún no había sido puesto y Alisa debía seguir forzando las jugadas, por lo que sacó el cinco de bastos y lo puso en el centro de la mesa.
El posible monstruo sentado a su derecha se lo pensó antes de hacer su jugada. Al final, acabó poniendo el número cuatro del mismo palo sobre la mesa. Los ojos de Narizón, que era quien tenía el turno ahora, parecían estar fijados en el mismo lugar que los de Alisa: el hueco vacío donde debía ir el ocho de copas. Alisa necesitaba que continuasen poniendo cartas allí para poder colocar el once, pero por la cara que tenía el hombre, sospechaba que él necesitaba algo similar. Después, sus ojos se deslizaron hacia el cuatro de bastos que acababa de ponerse. Parpadeó varias veces antes de alzar la voz mientras agarraba con fuerza las cartas, como si estuviese ocultando algo.
—Paso —murmuró.
Finn, que había estado situado detrás suyo mientras pensaba, entorno los ojos ante sus palabras. Narizón pegó las cartas a su pecho e hizo el intento de mantener el rostro indiferente. Zombie, a su lado, comenzó a mirar sus cartas y sacó una para dejarla sobre la mesa, pero entonces el soldado alzó la mano con voz grave y tono serio.
—Espera —ordenó.
Se situó al lado de este último que lo miró con confusión. De su pelo sucio cayó algo similar a la tierra cuando giró la cabeza hacia el pelirrojo, que ahora estaba cara a cara frente a Narizón. Este alzó sus pupilas hacia él, y al ver su expresión abrió los ojos con algo similar al temor, como si acabasen de pillarlo haciendo algo malo.
Finn chasqueó la lengua.
—Os di un voto de confianza, pero parece que me tomáis por tonto.
Narizón pareció sentirse aludido ante aquellas palabras y Alisa se encogió en su asiento sin comprender. Fin alargó el brazo y robó una carta de las manos del hombre de la camisa. Este abrió la boca para decir algo, pero no le dio tiempo. La pistola del muchacho fijó el punto de mira en su frente y el pelirrojo apretó el gatillo, todo en cuestión de segundos. El resto de competidores se sobresaltaron cuando vieron que una nueva bala se estrellaba en el cráneo calvo de Narizón. De la fuerza del impacto, su silla se tambaleó hacia atrás y cayó, llevándose el cuerpo consigo. El hombre exhaló un suspiro horrendo, una mezcla entre un gemido y el ruido de algo rompiéndose, y no volvió a inhalar más aire. Se desangró en el suelo, y su cuerpo con vida se marchitó mirando al techo, con los ojos terroríficamente desencajados.
Lo que fueron unos segundos, a Alisa le pareció una eternidad. Sintió un peso extraño en el cuerpo, como si le estuviese avisando de que allí no había salida, de que se había metido en la boca del diablo y que ya no había vuelta atrás. Comenzó a dolerle la cabeza por el agobio y, pese a que sintió que su corazón se había saltado un latido, intentó mantener constante su respiración.
Finn mostró una expresión desdeñosa al muerto antes de volver el rostro hacia el resto de participantes, que lo observaban congelados en sus sillas.
—Tenemos un tramposo. Os advertí de que no podíais pasar si teníais cartas para tirar.
Zombie apretó los labios al comprender. El pelirrojo dio un par de pasos sonoros hacia la mesa y dejó la carta boca arriba con un fuerte golpe, justo en el sitio que le correspondía. Cuando el muchacho apartó la palma de la mano, Alisa visualizó con claridad el tres de bastos que Narizón no había querido tirar y se había guardado para más tarde.
Como ella, él también había querido forzar según qué jugadas, pero su táctica no había sido la más adecuada, ni había sido lo suficientemente disimulado como para que aquel movimiento pasase inadvertido ante los ojos del chico.
Finn se mostraba molesto. La altanería burlesca de antes parecía haberse esfumado. Ahora el soldado los miraba desde arriba con una mueca desagradable en el rostro, como si ellos tuviesen la culpa de que el otro hubiese intentado hacer trampas.
Apuntó a Zombie con la pistola y este se tensó en su sitio. Después, desvió la pistola hacia el suelo, donde yacían las cartas con las que había estado jugando el muerto.
—Recógelas, ahora —exigió—. Y no las mires.
El hombre acató sus órdenes sin rechistar. Podían ser criminales, pero aunque se muriesen de ganas por arrancarle la cabeza de cuajo al soldado, como suponía Alisa que quería hacer Ojosrojos a su lado, no estaban en posición de quejarse. No cuando tenían ante ellos un arma que ya había acabado con la vida de dos personas en menos de veinte minutos.
Zombie dejó las cartas bien colocadas en la esquina de la mesa. El arma entonces pasó a señalar a Alisa, que aguantó el aire mientras el soldado la apuntaba con ojos irascibles.
—Baraja y vuelve a repartirlas.
Alisa murmuró un «sí» que apenas fue audible. Se mordió el interior de las mejillas mientras mezclaba las ocho cartas y después las repartió. Sus compañeros se quedaron con tres nuevos naipes, mientras que a ella le tocaron dos.
—Bien —habló el soldado—, sigamos jugando, y no hagáis más estratagemas extrañas, o ya sabéis cómo acabaréis. Ya veis que no estoy muy contento con vosotros.
La partida se retomó siguiendo los mismos turnos, por lo que Zombie se dispuso a tirar. Mientras colocaba el dos de bastos en su lugar en la mesa, Alisa se dispuso a poner las nuevas adquisiciones bien situadas dentro de su pequeño abanico personal de cartas. Fue entonces cuando descubrió por qué Narizón había mirado tanto al mismo lugar que ella. La primera carta añadida era el tres de oros, pero la segunda era el doce de copas, justo un número por encima de la carta de la que ella tanto deseaba deshacerse pronto.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro