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27

Los jardines de la Reina de Corazones no eran para nada lo que había esperado.

Alisa se había imaginado un sitio que le pondría los pelos de punta, aunque quizá solo hubiese sido por la persona que salía mencionada en el nombre del lugar. Como había prometido, Harkan los llevó a dar un paseo al día siguiente, justo después de volver del trabajo. Si estaba cansado, en ningún momento lo demostró. Se limitó a cambiarse en un par de minutos y al poco ya callejeaban por los rincones de la ciudad. 

Por suerte para ellos, aquel día aún no era de noche cuando Harkan acabó su turno, por lo que pudieron observar bien las estructuras y lugares que los rodeaban mientras aprovechaban las últimas horas de sol que aquel día les ofrecía. A Alisa le seguía resultando extraña la altitud de los edificios y cómo se desenvolvían estos en las alturas, aprovechando el espacio que ella jamás habría imaginado que sería viable usar. Mientras daba pasos rápidos sobre la acera grisácea y miraba hacia arriba, le parecía que sobre sus cabezas se alzaba otra ciudad más, muy distinta a la que ellos pisaban, hecha de metal y viento.

A veces, en según qué puntos, le daba la sensación de que caminaba en el interior de un foso, y que un muro invisible de varas de hierro se erguía de forma infinita por encima de ellos. Otras, los puentes le parecía que se asemejaban a los barrotes de una jaula gigantesca. 

El nuevo apartamento era bastante céntrico, o eso le había comentado Harkan mientras avanzaban por una avenida. Lo cierto es que cualquier lugar le hubiese parecido céntrico. Todo era igual, no sabía qué criterio habrían usado los arquitectos que construyeron el edificio para jactarse de que sus inquilinos lo pudiesen denominar así. No tardó mucho en descubrir cuál era el supuesto centro de la ciudad.

Los jardines de la Reina de Corazones estaban en un pequeño parque artificial que abarcaba una explanada enorme en medio de aquel encuadre de rascacielos. Para ser exactos, aquel parque era la única zona verde que debía haber por allí, y los jardines no hacían referencia a un jardín corriente.

La gente paseaba por el lugar en calma. Se sentaban en los bancos y corrían haciendo ejercicio. Los niños jugaban en el césped totalmente despreocupados y algunos disfrutaban de un camión que estaba aparcado a un lado vendiendo comida. Sin embargo, el verdadero atractivo del parque era aquello que Harkan la había traído a ver. Ante ellos se alzaban unos setos densos de por lo menos dos metros de altura. Los denominados "Jardines de la Reina de Corazones", se erguían en frente de sus narices en forma de laberinto de sendas verdes. 

Harkan la invitó a entrar al laberinto con un movimiento de cabeza. Alisa dudó unos segundos, pero entrelazó los dedos con los de su hermano y se adentraron por el pasillo de hojas perennes.

Caminaron por allí con tranquilidad, observando los inmensos arbustos perfectamente recortados que hacían de paredes. Cuando llegaron a la primera esquina Alisa se detuvo al ver el cambio repentino que se mostraba en la estética de la ruta. Ahora ya no estaban ante prominentes setos, sino que los acogía un curioso pasillo repleto de espejos. Ambos escenarios parecían fundirse en un entramado de callejones sin fin. Desde allí no se podía distinguir hacia dónde se suponía que los llevaría la ruta.

El soldado, que caminaba unos pasos tras ellos, se acercó a la espalda de Alisa y le habló al oído. Su proximidad repentina y el aliento caliente en su oreja le hizo dar un respingo en el sitio. 

—Dicen que todo aquel que atraviesa este laberinto refleja su verdadera cara en alguno de estos espejos —le dijo en voz baja el muchacho. Alisa intentó ocultar la forma en la que le afectaba su cercanía mientras que seguía avanzando poco a poco—, pero que es su propia responsabilidad saber cuál de todos sus reflejos muestra la real.

Cuando el moreno se separó y Alisa sintió que alejaba el pecho de su espalda, carraspeó.

—Interesante creencia —murmuró. 

Desvió la mirada a los diversos espejos que la rodeaban y descubrió que, conforme iban avanzando por el laberinto y se iban exhibiendo las diversas zonas de espejos, cada uno era más curioso que el anterior. Era como estar en una casa de ilusiones, pero al aire libre, con el techo que les recordaba que tan solo estaban refugiándose en un camino entre arbustos y trozos de cristal.

Los primeros espejos eran aquellos que deformaban la imagen del que decidía mirarse en ellos. Alisa se observó a sí misma de muchas formas diferentes: Su imagen distorsionada la hizo ver más baja y ancha de lo normal, pero también tan larga y fina como un pedazo de pasta fresca. Sin embargo, conforme iba escogiendo por dónde seguir, los reflejos de los espejos empezaron a tornarse más extraños.

Su imagen se mostró del revés, dividida por la mitad e incluso como una Alisa totalmente carente de forma, como si aquel espejo hubiese sido hecho con ondas y ángulos antinaturales para que fuese imposible que uno se reconociese a sí mismo. Cuando llegó a uno de los últimos espejos algo la hizo pararse a pensar.

Aquel la mostraba como ella era, pero de alguna forma la imagen que se mostraba era opaca y totalmente carente de luz. Alisa no sabía cómo se las habían ingeniado para hacer aquello. Parecía que, según el reflejo que había ante sus ojos, estuviesen totalmente a oscuras y la estuviesen alumbrando con una linterna desde un ángulo poco favorecedor. Unas sombras pronunciadas e inquietantes aparecían bajo sus ojos, bordeando la forma de la cara y haciéndola parecer casi un fantasma. 

Con Ciro sucedía exactamente lo mismo. El niño parecía totalmente ensimismado observándose mientras seguían caminando. Harkan, tras ellos, parecía otra persona diferente en el espejo. Las sombras en su rostro le daban un aire tenebroso que acentuaba sus duros rasgos faciales. Alisa podía jurar que si se encontrase con aquella imagen una noche, saldría corriendo sin pensárselo dos veces. Había algo espeluznante en aquellos reflejos de sí mismos que le hizo repetir las palabras del muchacho en su cabeza. 

«Este laberinto refleja su verdadera cara en alguno de estos espejos...». Alguna de todas aquellas Alisas que había presenciado debía ser la verdadera. O quizá estuviese escondida en un espejo que aún no habían visto. La oración le hizo meditar sobre sí misma. ¿Qué pretendía mostrar a los demás? ¿era realmente fuerte? ¿o en realidad solo estaba hecha de pura fachada? ¿quién demonios era Alisa Parvaiz y cómo diantres había llegado a encontrarse en aquella situación?

Lo cierto era que no tenía respuesta para ninguna de aquellas preguntas. Si se paraba a pensarlo, lo que Harkan le había dicho no era cierto. «Es su propia responsabilidad saber cuál de todos sus reflejos muestra la real», le había murmurado casi en un susurro. No podía ser su responsabilidad cuando no sabía cuál de todas ellas era la verdadera. Cuál reflejaba su presente y cuál era una premonición de su futuro.

La sorpresa que escondía el interior del laberinto la descolocó por unos segundos, aunque era agradable a la vista, además de lo último que esperaba encontrar en el núcleo de aquellos extravagantes pasadizos.

Ante ellos se alzaba una estatua de mármol blanco de tamaño considerable con forma de gato. Ciro se acercó y deslizó la mano sobre una de las patitas marmóreas del animal, fascinado por la escultura y lo grande que era. Bajo esta, en una placa de bronce había grabado algo similar a un nombre: «Espectro».

Harkan alzó la voz tras ellos, dando respuesta a las incógnitas que albergaban sus mentes.

—La historia se remite a cuando las fuerzas vaystianas arrasaron el corazón de Veltimonde y llegaron a Ugathe.

Alisa se volteó hacia él al escucharlo hablar. Estaba parado en su sitio recto, el porte de soldado era totalmente visible en su pose. Observaba la estatua con los ojos entrecerrados, como si estuviese intentando hacer memoria a pesar de que sus palabras sugerían que se sabía aquella historia de memoria.

—Veintiún años atrás, un año antes de que Veltimonde y Vaystin firmaran el tratado de paz, una soldado intrépida e imparable se preparaba para la batalla que estaba a punto de acontecer en la ciudad. El ejército vaystiano había entrado por la puerta grande en Ugathe y estaba arrasando con todo gracias a una increíble avanzadilla de soldados sanguinarios que conquistaban y devoraban terreno a la velocidad de la luz. 

Alisa frunció el ceño mientras procesaba las palabras del soldado, intentando pensar en algún recuerdo que evocase aquella historia en su mente. Si había una estatua allí dedicada a aquel suceso, debía ser importante.

—El grupo de soldados a cargo de la ciudad tenía el ánimo por los suelos y se temía lo peor. Los refuerzos hacía días que deberían haber llegado, pero el país estaba tan colapsado que todo el mundo estaba ocupado defendiendo sus propios puestos de servicio —Harkan escrutó de arriba abajo la escultura, casi evocando en su mente lo sucedido, a pesar de que él no hubiese estado presente. En ese momento debía haber sido apenas un niño de seis años—. La noche antes de la esperada gran matanza, el equipo estaba reunido en secreto en un garaje de una de las muchas callejuelas ocultas de la ciudad. Con un pesimismo extremo, se limitaron a lamerse las heridas los unos a los otros sin planear siquiera una estrategia. La chica que he mencionado no podía soportar aquel ambiente asfixiante que no deparaba otra cosa que una muerte inevitable y se alejó calle abajo para que le diese el aire fresco. 

Definitivamente no tenía ni idea de aquello de lo que hablaba. No había escuchado nunca esa historia, pero aquello solo provocó que tuviese más ganas de saber cómo terminaba. 

—Como ella misma explicó después ante el joven Rey, un chillido ahogado llamó su atención mientras se alejaba y aquello le hizo descubrir a una gata de color negro que descansaba tumbada sobre un cartón desechado. Junto a ella reposaban sus crías, que no debían tener más de unos pocos días de vida. El grito gutural lo había proferido una de ellas que, ciega, reclamaba la atención de su madre. 

» Sin embargo, la madre se había levantado al ver a la chica que los observaba. No supo qué motivó al animal a hacerlo, pero, tras echarle una mirada de ojos amarillos, echó a andar calle abajo, abandonando a sus pequeñas crías, que se meneaban en su sitio con pequeños espasmos al notar la ausencia del calor corporal materno.

No había caído en la cuenta hasta entonces de lo mucho que le gustaba escuchar al soldado hablar. Ocasiones como aquella eran escasas, y le sorprendía lo elocuente que podía llegar a ser. Escucharlo hablar así era casi como si estuviese contándole una fábula justo antes de dormir. Si hubiese podido, se habría tumbado en la hierba del parque a escucharlo hablar horas y horas.

—En su interior sintió que era una especie de señal del animal y que debía seguirla. Así, la gata guio a la chica por las calles de Ugathe, como si fuese un fantasma que vagaba por el mundo hasta cumplir su propósito. Al cabo de unos minutos, el animal se detuvo junto a la ventana de un pequeño habitáculo. Mientras la gata se sentaba y lamía sus patas, la chica reconoció a través del vidrio a algunos de los soldados de la avanzadilla vaystiana. Pronto se dio cuenta de que aquel pequeño felino acababa de revelarle el escondite secreto del enemigo. 

Abrió los ojos sorprendida, totalmente inmersa en la historia.

—Por supuesto, salió corriendo de vuelta al garaje en busca de sus compañeros y dejó a la gata atrás. Esa misma noche asaltaron la guarida de los vaystianos y salieron airosos de allí como vencedores después de eliminar al grupo entero. Solo lo consiguieron gracias a que los pillaron desprevenidos y no estaban bien preparados para luchar. La aparición de la gata fue como un regalo del destino, que decidió echarles una mano. Gracias a este hecho se evitó la toma de Ugathe. De no ser por esto, ya haría mucho que habríamos sido invadidos por completo. Fue el punto de inflexión en la resistencia de Veltimonde contra los vaystianos. Fue el empujón de esperanza que se necesitaba.

—¿Y la...? —preguntó a medias Ciro curioso.

—Por desgracia, la gata quedó atrapada en la refriega y en el vaivén de la lucha un vaystiano le rajó el vientre. Murió con honor —declaró el soldado—. Ayudó a un reino entero, aunque no lo supiese.

Alisa le lanzó una mirada recriminatoria al muchacho por dar aquellos detalles escabrosos frente a su hermano. Él prosiguió con la explicación como si nada.

—Pero la chica volvió después donde los pequeños cachorros. De los tres que había visto antes, solo uno seguía con vida. Justo era el que había gritado, advirtiéndole de su presencia. Según lo que ella explicaba, pensó que era una señal de los cielos. Lo adoptó sin dudarlo. Hicieron esta estatua en honor a la madre y a su pequeña cría, que contribuyeron a la prosperidad del reino. Hasta ahí la historia.

Los ojos de Alisa viajaron a la estatua de nuevo. El gato era de tamaño adulto, por lo que debía ser como había sido la madre. En cambio, el nombre de la placa...

—¿Espectro sigue vivo? Supongo que no —consideró Alisa—, de eso ya hace más de veinte a...

—Sigue con su dueña —respondió Harkan interrumpiéndola—. Parece que es un gato con suerte, y con mucha vida.

Ciro sonrió, contento de oír que el pequeño minino aún seguía con vida. Alisa asintió lentamente, sin apenas creérselo. No era común ver gatos tan longevos como aquel, resultaba que sí tenía buena suerte de verdad.

Se giró de nuevo hacia a Harkan y las comisuras de su boca se elevaron al verlo frente a ella, tan formal después de narrar aquella historia tan formidablemente. 

—Eres un buen cuentacuentos —lo alabó.

Él hizo caso omiso de su elogio.

—No es un cuento, es una historia real.

No parecía ofendido, pero lo dijo muy seco, como si quisiese que se tomase enserio sus palabras. Harkan dio un paso hacia ambos hermanos, acercándose un poco más a ellos mientras los examinaba con la mirada.

—Es más —añadió después—, yo he visto a Espectro varias veces. Tiene un carácter muy especial, igual que su dueña.

Entonces, una idea fugaz cruzó la mente de Alisa.

—Espera, no me digas que...

—Espectro es el gato de Selena Dragomir.

La muchacha calló unos segundos e intentó procesar la información. Aquel nombre le sonaba, estaba segura de haberlo oído, pero no caía en quien era. Por otra parte, tenía ciertas sospechas de alguien, sobre todo por la forma en que los ojos del soldado brillaban suspicaces tras contar aquella historia, más aún teniendo en cuenta el lugar donde estaban.

—¿Selena...?

—La Reina de Corazones. La General Dragomir.


*****


Volvieron al apartamento más pronto de lo que pensaba. Después de salir de los jardines, caminaron un rato por los alrededores. Alisa admiró las grandes tiendas lujosas de infinidades de plantas que formaban las ramblas principales de Ugathe. Mientras paseaban por el paseo central, se percató de que allí se reunían una infinidad de cosas que Alisa jamás había podido permitirse, pero que tampoco habían sido objeto de su devoción: el paseo era una plaga de boutiques de moda, joyerías y restaurantes catalogados como revolucionarios culinarios. Desde fuera, a veces se podían ver, si fijaban muy bien la vista en un punto concreto, los precios astronómicos escapar por los resquicios de las puertas.

Ahora, sentada junto a su hermano en el sofá con el cielo oscurecido por la llegada de la noche, admitía que las vistas desde la ventana eran bonitas. Los puentes conectados entre los edificios llevaban incorporadas luces que llenaban el cielo ennegrecido de estelas de colores. 

Hasta daban ganas de subir y acercarse solo para ver qué más se vería desde allí. Probablemente, una telaraña de luces construida por todo Ugathe, siempre en las alturas. 

Ya eran casi las ocho y Alisa y Harkan no tenían pensado salir más aquel día. Por pura curiosidad, la muchacha cambió el canal del televisor para ver qué deparaba hoy el mapa a los jugadores. Estaba tranquila, ellos se estaban tomando unas cortas vacaciones momentáneas, por lo que quería ver qué les deparaba el destino a los demás mientras ellos decidían descansar un par de días. Observó los mapas sin apenas inmutarse, como el que ve algo demasiado usual. 

Llegó el momento de su zona en el nuevo distrito y, al leer una de las pruebas, Alisa se incorporó, pasmada por la simple pero clara descripción:

«Una partida de cartas», el palo era la Jota de tréboles.

Una partida de cartas era algo muy vago. Había infinidad de juegos para escoger. Pero aquello no pareció echarla para atrás. No parecía algo complicado y, sin embargo, el valor de la carta era alto. Necesitaba ponerse a recolectar cartas altas cuanto antes, y siempre seguía las recomendaciones y elecciones de Harkan. Ella también tenía suficiente criterio como para escoger por sí misma lo que quería hacer. ¿Por qué no seguía su instinto y acudía a la prueba?

Observó la dirección y la ubicación en el mapa. Su orientación era bastante mala cuando tocaba situarse así, pero, al ver el punto marcado en el mapa, le dio la sensación de que no debía estar demasiado lejos. 

Se fijo en que había una pequeña anotación en la descripción simplista de la prueba. «Capacidad máxima: cuatro personas». Eso quería decir que si no se iba al lugar pronto, no se podría participar si los demás llegaban antes.

Aunque no tenían prisa. Podrían probar a ir, y si no había oportunidad de entrar, siempre podían volver a casa, ¿verdad?

Justo en aquel momento, el soldado salía de baño mientras se frotaba el cabello castaño húmedo con una toalla. Al verle el rostro alterado, frunció ligeramente el ceño. Ella lo miró a los ojos unos segundos, dudando antes de hablar:

—¿Quieres que vayamos un poco a la aventura? —le preguntó.

Harkan pareció vacilar un segundo ante su inesperada declaración, pero respondió con ánimo.

—Pensé que jamás me lo pedirías.

Después de tanto tiempo desde la última, Harkan le mostró una sonrisa sincera.

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