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26

Los ojos de Alisa fueron de inmediato hacia Harkan cuando dejaron atrás el cartel que indicaba la dirección que debían tomar para llegar a Kheles.

—Por aquí no se va a la capital —cuestionó indirectamente.

Harkan, totalmente relajado en su asiento y con la mano en el volante, no desvió la vista de la carretera.

—Te mentí —admitió. Alisa frunció el ceño. El soldado no volteó la cabeza para verla, pero pareció notar la mirada recriminatoria que la chica le envió desde el asiento del copiloto—, pero solo en parte.

—No sé cómo se supone que puedes mentirme a medias, tu respuesta no daba para mucho más. 

Harkan hizo caso omiso a sus palabras. 

—Iremos a la capital, pero en unos días. En realidad nos dirigimos a Ugathe, una de las grandes ciudades del distrito diamante. Está antes que Kheles, como mucho debe haber una hora y media de diferencia —le explicó el muchacho. Eso quería decir que en realidad estaban algo lejos la una de la otra. No tanto como la distancia entre el distrito de la pica y el del trébol, pero una hora y media de viaje equivalía a bastantes kilómetros de por medio—. En dos semanas tenemos una cena muy importante con nuestra jefa, por lo que nos mantendrá cerca de Kheles hasta que la reunión haya concluido.

—¿Tú y quiénes?

Harkan usó un tono casual, como si aquello fuese casi irrelevante.

—Yo y mis compañeros de la Guardia Imperial —contestó. A su lado, Alisa abrió los ojos de golpe, sorprendida por sus palabras. Ya le sorprendió de por sí que no fuese poco más que un soldado raso, a pesar de que le había dicho que era de la élite, aunque aquella información Alisa parecía haberla olvidado, pero aquel grupo que había mencionado tenía otro nombre al que respondía, uno mucho más célebre. La Guardia Imperial en realidad era...— ¿Te suena la Vanguardia de Corazones?

La mandíbula de Alisa amenazó con caer estrepitosamente al suelo. Se giró en su asiento, orientando el cuerpo por completo hacia él. Se sentía como una tonta, como si todo aquel tiempo se hubiese estado perdiendo algo que había estado justo enfrente de sus narices.

—Entonces tu jefa es... —inquirió dejando la frase a medias para que él la terminase. Así lo hizo su socio de tragedias y confirmó todas sus sospechas.

—La Reina de Corazones.

Alisa dejó escapar con fuerza el aire de los pulmones. Vaya, pensó. Aún no se lo creía, pero parecía aún más impactante que la mismísima Reina de Corazones fuese quien le diese las órdenes, sin intermediarios de otro rango. La Reina de Corazones; la creadora de aquellas pruebas insufribles.

—¿Y es tu jefa directa? —interrogó—¿No hay nadie más por en medio?

—No, nadie más.

Por supuesto, no debía ser la Reina de Corazones en persona quien le diese las órdenes. La Vanguardia era un grupo de soldados muy selecto pero, pese a todo, no creía que aquella mujer se dedicase a dar instrucciones a todas horas a cien soldados ella misma. Seguramente disponía de unos subalternos que avisaban a cada uno de sus hombres. Aun así, seguía siendo impresionante.

No había creído que aquel chico de ojos grises fuese tan importante. Era cierto que era mucho más mayor que ella, le llevaba ocho años de experiencia, por lo que había tenido mucho tiempo para escalar alto en el mundillo del ejército, pero... ¿tanto?

Ahora que lo pensaba, sí que lo había tenido todo delante de sus narices. No tenía que hacer mucho más que mirar su uniforme gris. El ejército de Veltimonde era grande y estaba dividido en categorías. Los colores ayudaban a identificar el rango aproximado de aquel que portaba el uniforme. 

Alisa sabía que había tres colores diferentes: el verde oliva para los soldados inferiores, el azul marino para los de medio rango, y había creído que el negro era para la Vanguardia de Corazones, el grupo de élite de la Reina, general del ejército. Sin embargo, no era habitual cruzarse con soldados de la Vanguardia, por lo que nunca había visto a ninguno en persona. La imagen que tenía de ellos era de la televisión, donde en actos importantes aparecían de fondo y llevaban un uniforme muy formal de color negro, igual que el de la Guardia del Rey. La única diferencia entre esos dos era el color secundario que adornaba pequeños detalles del traje: rojo para la Vanguardia y dorado para la Guardia del Rey. 

Lo que Alisa no había pensado era que llevasen otro traje distinto cuando estaban trabajando, que al final era algo lógico. Si lo veía de aquella forma, todos los soldados que se sentaron justo frente a ella en el As de tréboles aquel día debían ser de la Vanguardia de Corazones. Se le hizo un nudo en el estómago solo de pensar en lo que podría haber ocurrido.

—¿Por qué no me habías dicho que eras un soldado tan importante?

—No lo creía necesario.

Alisa no sabía cómo tomarse aquella respuesta. Claro que aquello era información relevante para ella. No estaba jugando con un simple cabo, sino con uno de los militares más valiosos de Veltimonde. Si hubiese sabido quién era el día que se conocieron, probablemente hubiese huido de él sin dudarlo, presa del pánico. Quizá no lo había mencionado por eso mismo, por si su estatus le hubiese causado miedo y entonces no hubiese confiado en él.

—¿Cómo no iba a ser necesario? —expresó Alisa algo frustrada mientras dejaba caer la espalda de nuevo en el asiento.

Con la cabeza echada hacia atrás y la mirada perdida en el techo del vehículo, meditó la magnitud del asunto. Pronto cayó en que ella no era la única que debería haber tenido cierto miedo aquel día. Él también debería haber notado la adrenalina corriéndole por las venas, a pesar de no mostrarse para nada turbado ante la situación. Lo suyo había sido una falta muy grave a su reglamento. Si alguien se enteraba de que la estaba ayudando podían acusarlo de traición. 

—Pero ayudarme te perjudicará —le recordó la chica.

—Tenemos cierta libertad, aunque no lo parezca —Harkan seguía con los ojos fijos en la carretera. Hizo una pausa y tensó la mandíbula antes de seguir hablando—Nadie tiene por qué enterarse.

Aquello no tranquilizó a Alisa en absoluto. Empezaba a sentirse mal por haberlo arrastrado con ella en aquel problema. Las dudas le asaltaban la cabeza. Llegados a ese punto, Alisa sentía que podía confiar en él, pero no quería interferir en la prosperidad de su puesto y, en general, de su vida. Podía acabar muerto por su culpa. ¿Por qué todas las personas que la rodeaban siempre estaban en peligro o acababan muriendo? Alisa no había pensado seriamente en ello hasta entonces. Le dieron ganas de huir, de aprovechar una de esas mañanas que el muchacho no estaba para irse, y así salvarlo de ella, de su mala suerte. 

Sin embargo, sabía que llegado el momento no sería capaz. Ella sola tenía pocas posibilidades de aguantar allí fuera, en un lugar totalmente desconocido. Ciro no se merecía aquello. No podía arrastrarlo con ella a la miseria. Le tocaría alimentarse del soldado como una garrapata o una sanguijuela, a pesar de que en algún momento pudiesen pillarlos y todo se echase a perder. 

Si en algún momento encontrase a alguien seguro con el que dejar a Ciro, solo entonces quizá sería capaz de marcharse ella sola y enfrentarse a su destino, fuese el que fuese.

Pero ahora, sentados en aquel coche, no podía dejarle al soldado la responsabilidad de cuidar él solo de su hermano. No después de todo lo que la había ayudado, después de todo lo que había hecho por ella. 

Por desgracia, los hermanos Parvaiz estaban solos en el mundo. Harkan era la única persona capaz de mantenerlos a ambos sin que ellos sintiesen que eran una carga. Aquello significaba, pues, que Alisa no podía marcharse, no podía alejarse de él, aunque le doliese la posibilidad de hacerle daño en el futuro. 

Y siendo sincera, no quería. Le dolía saber que alejarse de él sería lo mejor para el chico, pero su corazón, por algún motivo desconocido que Alisa no lograba poner en palabras, se encogía ante la idea de tener que dejarlo para siempre.

Harkan giró la cabeza hacia ella cuando fue consciente del profundo silencio que había inundado de golpe el coche. Lo único que se oía de fondo era la suave respiración de Ciro, que dormía con la mejilla aplastada contra la ventana de cristal tintado.

El moreno volvió rápido la mirada a la carretera al percibir por el rabillo del ojo que el coche ante ellos disminuía la velocidad. Cambió de marcha mientras frenaba para no pegarse tanto a él, y en cuanto volvieron a estar a una distancia bastante prudencial, se aclaró la garganta.

—Como antes te estaba diciendo... —comenzó de nuevo— tenemos una especie de cena de trabajo de aquí a un par de semanas, por eso me han destinado a Ugathe. Mi jefa nos quiere a todos cerca para estas fechas —al escucharlo hablar Alisa salió de sus propios pensamientos, siendo consciente de todo el tiempo que había estado callada. Escuchó cada una de sus palabras con atención, interesada por el asunto—. Probablemente durante estos días nos tengamos que desplazar bastante y cambiemos de alojamiento como mínimo un par de veces, pero acabaremos yendo a Kheles de todas formas. Ves que no te he mentido.

A Alisa se le escapó una pequeña risa sarcástica, casi como un bufido.

—Pero has omitido detalles importantes.

—El resultado es el mismo, al fin y al cabo. 

La respuesta de Alisa había sonado un poco hostil y ella misma se dio cuenta por su tono. No quería pelearse con él. En realidad, no había hecho nada como para montar un escándalo. El destino al que fuesen no era un problema. Alisa se había dejado llevar por sus propios pensamientos, que la habían angustiado e irritado en partes iguales, por lo que se sintió mal de nuevo al darse cuenta del tono que había usado al hablar. No supo qué más decir y no quería que Harkan pensase que estaba cabreada por aquello, por lo que optó por cerrar la boca y no decir nada más. 

Desvió los ojos a la ventana y miró el paisaje que los envolvía. Estaban justo en la zona de transición entre los dos distritos. Las montañas, de un verde más apagado allí, se fusionaban con las fábricas y las naves de trabajo. Conducían por una autopista de dos carriles. Hacía un rato, Harkan le había avisado de que conforme se fuesen acercando más al corazón del distrito diamante, se irían ampliando los carriles. Que no se asustase cuando se viese rodeada de cientos de coches. 

Media hora más tarde, se cumplieron las palabras del muchacho. Conducían por la arteria central de Veltimonde, que atravesaba todo el distrito de punta a punta. La autopista era de cuatro carriles y poco tardaron en encontrarse rodeados por todas partes. A Alisa le sorprendió que tantas personas pudiesen permitirse un coche, cosa que era bastante extraña en su distrito. También que tanta gente se concentrase en un mismo sitio, pero siendo la ruta que era y sabiendo la densidad de población del lugar, debía ser normal. 

Más aún cuando se acercaba el Rito de Renovación Invernal. Alisa sabía que las grandes ciudades, en especial la capital, se llenaban de gente con la llegada de las primeras nieves. Aún quedaba poco menos de un mes, pero muchas personas ya empezaban a movilizarse hacia las urbes para prepararse para tal semana de celebraciones, sobre todo para el último día del año y su gran espectáculo.

Harkan, que se jactaba de ser callado por naturaleza, volvió a romper el silencio por segunda vez.

—¿Has estado alguna vez en el distrito diamante?

Justo después de abrir la boca, pareció recordar que Alisa y su hermano no habían salido demasiado de su distrito. Aun así, dejó la pregunta en el aire, a la espera de una respuesta que era obvia.

—No.

Como era de esperar. Chasqueó la lengua, ligeramente molesto. Era inteligente, no le hacía falta decirlo en voz alta para saberlo, pero a veces se sentía como un tonto junto a Alisa. Últimamente se había dado cuenta de que era él quien la buscaba, quien intentaba a veces encontrar un hilo del que tirar para poder entablar conversación con ella. Él que odiaba tanto hablar cuando no era necesario. Él que no se arrastraba por nadie. Se sentía estúpido al hablar. De alguna forma sentía que acababa diciendo tonterías, y lo odiaba.  

Apretó con fuerza el volante antes de volver a hablar con normalidad. Alisa no pareció darse cuenta. Él, en cambio, sí se fijó en su mano, que reposaba sobre su muslo izquierdo, cerca del cambio de marchas.

—Prepárate entonces —declaró—, es algo diferente a lo que estás acostumbrada. Puede que incluso podamos hacer algo de turismo, aunque no prometo nada. 


*****


El piso era pequeño y simple. A Alisa le recordó un poco al primero en el que estuvieron, pero este era un poco mejor. Las paredes estaban pintadas de blanco y gris y, pese a ser de dimensiones reducidas, parecía espacioso gracias a su diseño minimalista. No había ni cuadros, ni fotos, ni objetos que indicasen que alguien hubiese estado allí, aunque ahora Alisa ya sabía por qué. 

Mientras Harkan dejaba las cosas en la mesa, Alisa siguió a Ciro, que estaba mirando por una ventana estrecha que llegaba desde el suelo hasta el techo, como una tira transparente. Se posicionó detrás de él y descubrió que las vistas a través del vidrio daban a una calle algo concurrida.

La vista se le había ido hacia arriba cuando habían bajado del coche. Estaban rodeados de edificios y rascacielos que parecían estar a punto de rozar las nubes. Harkan le había advertido de que Ugathe era una de las ciudades más conocidas e importantes del distrito en el que ahora se encontraban, pero no esperaba encontrarse con un lugar como ese. Se sentía diminuta ante aquellas estructuras y la marea de gente que caminaba por las calles. Alisa no había estado nunca en un espacio tan abarrotado, y aún no habían ido a la capital. Ya no sabía qué esperar. 

Desde aquella altura, situados en el décimo piso del bloque, la gente parecía diminuta sobre las aceras. Iban y venían, siguiendo sus caminos mientras Alisa los observaba desde allí arriba. 

—Estamos tan altos... —murmuró el niño más para sí que para sus compañeros de piso.

Sí que lo estaban. Un décimo piso no era una broma. No podía ni imaginarse cuáles serían las vistas desde las plantas que estaban por encima suyo. Si no había visto mal, aquel edificio rondaba los veinticinco y había muchos otros aún más altos, por lo que había podido ver al llegar. Puede que para los habitantes de Ugathe aquello no fuese nada. Alisa veía ahora desde la ventana puentes de metal que conectaban los grandes rascacielos a alturas inimaginables. Y, por supuesto, también a gente que los cruzaba sin miedo alguno, como si estuviesen a ras de suelo en vez de en unas planchas flotantes. Jamás había meditado sobre si tenía miedo a las alturas, nunca se había encontrado demasiado elevada del suelo, pero solo de pensar en el vacío que uno debía ver bajo aquellos puentes si se asomaba por la barandilla se le hacía un nudo en el estómago. 

Alisa se quitó la gorra de Harkan. El chico se la había dado justo antes de entrar en el ascensor. Le había susurrado al oído que había cámaras en las esquinas superiores del aparato y que sería mejor para los dos que no le viesen demasiado la cara para evitar molestias futuras. Ahora que ya sabía quién era, Alisa entendió mejor sus palabras. Si las cámaras grababan su cara y alguien la reconocía fácilmente, podrían ver quién iba junto a ella, y aquello no sería bueno para el soldado. 

Tras calarle bien la gorra sobre los ojos, y una vez dentro del elevador, el chico se había echado entonces las bolsas a un brazo y le había pasado el otro sobre los hombros para atraerla hacia él y ayudar a taparle un dorso del rostro.

Ahora Harkan había vuelto tras bajar una segunda vez al coche para subir las bolsas restantes. Acababa de dejar el equipaje en la mesa y estaba deshaciéndose de la sudadera que llevaba. 

La lanzó en el sofá y Alisa vio que se quedaba con tan solo una camiseta negra de manga corta, pese al avance del frío en todo Veltimonde. Lo cierto es que parecía acalorado. Alisa tenía la sensación de que había subido por las escaleras en vez de usar el ascensor. Y así había sido. Le había venido bien para calentar motores, pero sobre todo para centrarse y dejar la mente en blanco durante unos minutos.

Alisa le observó mientras tanto. Su vista se perdió en la flexión de sus brazos, que se mostraban robustos y musculosos mientras movía las cosas de un lado para otro. Ahora entendía también su increíble físico. Siendo un soldado de la élite tenía todo el sentido del mundo que estuviese realmente fuerte. Todos los de la Vanguardia debían estar así, eso se decía a sí misma. Unos cuantos años de servicio en el mejor grupo del reino debían cambiar y moldear a cualquiera. Se preguntaba si antes de entrar al ejército el muchacho había tenido aquel físico tan bueno. Suponía que la fuerza y la tenacidad debían haber estado siempre en su ADN. 

Pensando en aquello no pudo evitar acordarse de la visión de su mano sobre su torneado abdomen. Sintió que el color le subía a las mejillas solo de pensarlo. Allí solo había una habitación con una cama de matrimonio, por lo que al soldado le tocaría dormir de nuevo en el sofá. Era un alivio para Alisa, aunque no pudo ocultarse a sí misma el pellizco de decepción que sintió. 

Harkan interrumpió sus pensamientos al verla observándolo casi sin pestañear. Alisa dio un pequeño respingo al oír su voz y volvió a ser consciente de sí misma.

—No creo que estemos aquí mucho tiempo. Será un milagro si llegamos a los cinco días.

Alisa parpadeó varias veces, un poco confundida.

—¿Y eso?

—La jefa suele ponerse nerviosa en estas fechas y nos hace rotar bastante.

Ciro se tiró al sofá y se apoyó con los codos sobre el respaldo para escucharle. No le gustaba que el nuevo apartamento no tuviese un patio como el anterior. Allí no podía usar la pelota ni oír el ruido de los pájaros, pero aún no había decido lo que pensaba sobre aquella ciudad. Tendría que echarle un vistazo para decidir si le gustaba o no. Por ahora, no le molestaba demasiado lo que había dicho el moreno. Si cambiaban pronto de lugar, cabía la posibilidad de que el próximo fuese uno más espacioso y con lugares abiertos donde poder jugar. Ciro estaba acostumbrado al verdor del bosque. Tanto en su distrito como en el de la pica había naturaleza en la que divertirse y explorar. Desde que habían llegado a allí, no se había cruzado ni con un mísero árbol.

Como si Harkan le acabase de leer la mente, pronunció las palabras que ayudarían a Ciro a decidir si le daba o no un aprobado a Ugathe. 

—Estos próximos días tomémonoslos con calma. A no ser que aparezca una prueba que valga de verdad la pena.

—Me parece genial —aceptó el niño meneando la cabeza en un asentimiento. La calma equivalía a noches con compañía. Podría disfrutar más del tiempo con ellos y no se quedaría solo nada más llegar a allí. Encima su hermana estaría feliz y dejaría los nervios por un tiempo, ¿qué más podía pedir?

Harkan dejó lo que estaba haciendo para acercarse un poco a ellos. 

—Cuando vuelva mañana de trabajar os llevaré a ver el lugar más famoso de la ciudad.

El niño sonrió emocionado. Su hermana no parecía sentir lo mismo. Sabía que la sobreexposición era algo peligroso, pero no tenía claro si la cautela importaría mucho en un lugar como ese, colmado de gente por todas partes. Por supuesto, estaba segura de que el nivel de seguridad de la zona era muy superior al del distrito trébol, pero puede que fuese más difícil fijarse en alguien en concreto si esa persona no estaba llamando la atención.

—¿Cuál es? —preguntó Alisa con curiosidad.

El soldado no sonrió, pero estaba claro que le resultaba un poco irónico después de la conversación que habían tenido en el coche. 

—Los jardines de la Reina de Corazones. 

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