25
Cuando Alisa abrió los ojos, un dolor punzante en la sien la obligó a cerrarlos de nuevo. Notó la luz traspasando sus párpados y rápidamente escondió la cara entre unos pliegues de tela blandos y calientes. Con una suave queja, la muchacha deslizó la mano hacia adelante, buscando agarrarse mejor al objeto inmóvil que había junto a ella. Era agradable al tacto y acarició, sin apenas ser consciente de ello, un relieve cuadrado duro y terso. Poco a poco la muchacha sintió que se iba despertando, y fue entonces cuando, con la cara hundida en las supuestas sábanas, notó una respiración que subía y bajaba, además de una tensión repentina bajo su mano.
Las yemas de sus dedos se apoyaron en una tosca caricia sobre la piel de aquel que estaba junto a ella cuando se incorporó para verlo bien. Sus ojos se abrieron de golpe y se llevó la mano a la boca, avergonzada de sí misma, y retirándola del abdomen de Harkan.
El soldado la observaba con ojos entornados. Estaba medio incorporado sobre la cama, con la espalda apoyada en la parte baja del cabezal, y tenía el brazo izquierdo flexionado, la mano posicionada en la nuca. Parecía relativamente tranquilo, pero su estómago, que se mostraba medio descubierto por culpa de Alisa, se había tensado bajo los movimientos involuntarios de la muchacha. La chica se alejó de él unos centímetros, deslizándose sobre la ropa de cama y apartando un poco la manta. Harkan, ante su repentina sorpresa, no pareció inmutarse.
Alisa se fijó en la sudadera del muchacho. Debía haberla subido en sueños mientras buscaba algo a lo que aferrarse. El borde levantado mostraba un estómago trabajado y definido, con abdominales dignos de la obra de un escultor. Él reparó en la dirección a la que se dirigía la mirada de Alisa, pero no dijo nada. En cambio, con parsimonia deliberada, tiró de la prenda hacia abajo para ponerla en su sitio. La muchacha parpadeó varias veces. Sus mejillas se tiñeron de un rojo profundo mientras, aún con la mano tapándole los labios, pensaba cómo diablos había terminado compartiendo cama con el soldado. Su memoria estaba borrosa.
Apoyado sobre las cómodas almohadas, el moreno la observaba ligeramente divertido, pero contuvo cualquier atisbo de sonrisa. La suya no era una postura demasiado confortable, pero estaba acostumbrado a dormir mal, por lo que no le supuso un problema. Harkan se había quedado toda la noche ahí, estirado junto a ella, y había evitado ejecutar el más mínimo movimiento para evitar despertarla.
Primero había sido incómodo. Había escuchado a la chica murmurar sin sentidos cuando aún seguía luchando entre la consciencia e inconsciencia por culpa de la ebriedad. Se había quedado rígido cuando las manos de ella le habían aprisionado en busca de refugio, y se le había hecho difícil recordar que necesitaba volver a respirar. Su cuerpo petrificado siguió las órdenes de su mente y se mantuvo quieto como una roca, pero tuvo que apretar los puños con fuerza para evitar ceder al impulso de apartarla.
Después de aquello, cuando hubo pasado ya un buen rato, aprendió a disfrutarlo. Superó más rápido de lo que esperaba su rechazo por aquel contacto físico inminente. Era cierto que se habían tocado muchas veces, pero había sido momentáneo o por su propia voluntad, y cuando Harkan era quien tenía el control, como había sucedido en la ducha unas horas antes, se le hacía más fácil olvidarse de la aversión que sentía por el roce piel con piel.
Las manos de Alisa estaban calientes pese a haber pasado la noche fuera. Pronto, se encontró con la cabeza girada en su dirección y la nariz casi rozándole la frente. Los dedos de ella estaban cerca de su pecho. Harkan estaba seguro de que, si hubiese estado despierta, habría notado con fuerza el latido de su corazón. Alisa era la excepción, en todos los sentidos y ámbitos en que esa palabra se pudiese aplicar. Pese a que el mundo siempre le había parecido un lugar oscuro y gris, desde que aquella muchachita se había cruzado en su camino, en su universo de sombras había aparecido un nuevo tono brillante. Una luz con una fuerza sin precedentes que estaba enseñándole al soldado pequeñas salpicaduras de colores que hasta entonces no había sido capaz de ver por su cuenta. Aunque no era propio de él verter su atención en alguien, agradecía interiormente haberse topado con ella en aquel bar.
Le resultó fascinante verla dormir en calma, algo digno de estudio. Su pecho subía y bajaba sosegado, con placidez innegable y profunda. Su cara estaba apoyada sobre el hombro del moreno y tenía el cabello oscuro desparramado por la almohada. Harkan se atrevió a alzar la mano derecha. Con todo el cuidado y la delicadeza que jamás había tenido, deslizó los dedos por su mejilla para apartarle un mechón del rostro. La muchacha ni siquiera se inmutó, siguió sumida en su sueño. Con duda, pero sin saber por qué, metió los dedos entre las hebras de su pelo, acariciándolo con meticulosidad. Cuando su mano se hubo situado tras la cabeza de la chica, la agarró para colocarla mejor. Deslizó el brazo izquierdo bajo su cuello y la depositó con diligencia sobre su pecho.
Tardó en acostumbrarse a ello un poco, pero temprano una extraña paz le inundó. Mirando el techo claro del dormitorio, se permitió dejar la mente en blanco. De aquella forma, pasado un buen rato consiguió cerrar los ojos. Alisa no lo sabía, pero el corazón inquieto de Harkan fue el que marcó aquella noche el ritmo de sus sueños.
Ahora el moreno la observaba con interés. Verla roja como un tomate lo complacía. Se veía claramente confundida, por lo que no debía recordar sus acciones de la noche anterior. Sus ojos fueron de un lado para otro, intentando evocar lo sucedido. Alisa repasó en su mente el día anterior. Entonces, pareció recordarlo todo. La ducha, el bar, su osadía al pedirle que durmiera con ella. Se moría de vergüenza.
Con ambas manos se tapó parcialmente el rostro enrojecido. El soldado la observaba despreocupado desde su sitio. Alisa no sabía qué decir. Era una situación realmente incómoda. Al ver la ropa del chico, soltó lo único que se le ocurrió.
—¿Qué haces aún aquí?
Cualquiera podría haber tomado aquel comentario como una invitación no demasiado cordial a que se marchase de la habitación, pero Harkan pareció captar al vuelo lo que Alisa quería decir.
—Tengo el día libre.
La muchacha ya había tomado como costumbre que el soldado no estuviese en casa cuando ella se despertaba. Solía irse temprano al trabajo y desaparecía cuando Alisa aún dormitaba bajo las sábanas. La mirada de la chica se deslizó con prisa hacia el reloj de la pared. Eran las diez de la mañana.
—¿Hoy?
—Sí.
No dijo nada. Maldijo por dentro aquella desventurada coincidencia. Si el muchacho no hubiese estado al despertarse, al menos habría sido menos bochornoso y podría haber hecho como si nada al verlo tras su vuelta. De aquella forma, no tenía otra opción más que encararlo y aceptar sus decisiones atrevidas producto de la borrachera.
Borrachera. Aquello le recordó al pelinegro que había conocido en el Barrio de Jade. Ahora lo recordaba bien. Era otra de sus desastrosas decisiones de la noche anterior. D, le había dicho que lo llamara. De haber estado sobria, no se habría atrevido a hacer ni la mitad de cosas que había hecho. Aunque debía admitirlo: se lo había pasado de fábula. El recuerdo, pese a ser algo vergonzoso en según qué momentos, era alegre. Secretamente no se arrepentía de ello, pero por algún motivo sentía que había estado mal.
Harkan la observaba mientras ella maquinaba en su pequeña cabecita. No era capaz de descifrar todo lo que estaría pensando.
—No quería despertarte, parecía que estabas a gusto —le dijo el muchacho inclinando la cabeza a un lado. Aquel gesto lo hacía siempre que la observaba con detenimiento, escrutándola con intensidad, como si quisiese leer sus pensamientos.
La mente de Alisa borró al pelinegro de inmediato de su cabeza y se centró en el atractivo soldado que descansaba tumbado en su cama. Sus palabras la enternecieron un poco. Aún no se acostumbraba a los pequeños gestos del soldado hacia ella. Siempre estaba tan serio que a veces dudaba si se lo había imaginado o no. Si en realidad veía cosas donde no había nada.
La muchacha no sabía por dónde debía empezar a hablar, por lo que optó por no decir nada sobre lo de la noche anterior ni sobre su inigualable despertar matutino junto a él. Se colocó el pelo alborotado detrás de la oreja mientras desviaba la mirada hacia la pared en silencio.
Pese a tener el cuerpo casi adormecido por toda una noche de rigidez, Harkan se incorporó con movimientos ágiles y se puso de pie, alejándose de ella y de la cama. Se estiró como si fuese un enorme felino, enderezando la espalda y flexionando los músculos mientras caminaba hacia la puerta del dormitorio. Antes de marcharse, apoyó las manos en el marco de madera y se giró en su dirección.
—Desperézate con calma, no hay prisa —le sugirió—. Yo iré a avanzar faena.
Cerró la puerta justo después, dejando a la chica sola en la habitación. Una vez dejó de escuchar los pasos del muchacho al alejarse, Alisa estampó la cara contra los cojines y soltó un gritito casi inaudible de frustración. Se quedó tirada bocabajo en el colchón unos segundos, recobrando la energía perdida y maldiciéndose a sí misma por ser tan manazas.
Cuando salió de la habitación, ya se había cambiado la ropa de la noche anterior y llevaba el pelo recogido en un moño desordenado. Andaba con pies de plomo, estaba segura que enrojecería de nuevo si miraba al muchacho a los ojos, por lo que entró al salón con la cabeza baja. Ciro ya estaba despierto, a juzgar por la hora hacía ya mucho rato que debía haberse levantado de la cama. Alisa lo vio a través del cristal del gran ventanal. Estaba peloteando en el jardín. Había agarrado unas ramas robustas y las había posicionado las unas apoyadas en las otras, haciendo algo similar a un cono como el de las hogueras. El niño, a unos diez metros de distancia, calculaba cuál debía ser la trayectoria de la pelota para conseguir derribar su construcción. Alisa le vio dar un par de pasos hacia atrás antes de chutar. Falló estrepitosamente y acabó enviando la pelota a la otra punta del jardín, por lo que tuvo que salir corriendo antes de que la bola de cuero blanco se marchase rodando aún más lejos.
Por suerte para ella, Harkan estaba de espaldas. Alisa escuchó el chisporroteo del aceite en el fuego. El muchacho estaba en la cocina y parecía atareado con algo. Su gran espalda le impidió ver lo que tenía entre manos, por lo que se acercó con sigilo hacia él para poder mirar y saciar su curiosidad.
Descubrió entonces que aquello que había creído oír no era aceite, sino el crepitar de la mantequilla al pintar la sartén. Harkan tenía el ceño ligeramente fruncido mientras retiraba el pequeño pedazo de mantequilla de la superficie caliente. Estaba realmente concentrado. Cuando Alisa llegó a su lado, el muchacho ni siquiera la miró, estaba ocupado batiendo huevos en un bol transparente.
—¿Qué haces? —le preguntó.
Se había arremangado para no mancharse. Con aquel movimiento persistente y la fuerza que ejercía al menear la varilla de batir se le marcaban más los músculos tensos de los antebrazos. Le dedicó una mirada rápida mientras seguía inmerso en su tarea.
—Iba a sorprenderte —musitó con la vista puesta en los huevos—, pero has tardado menos de lo que esperaba. Eres una aguafiestas.
Alisa sonrió mientras le daba un pequeño toque en el hombro. Apoyó un codo sobre el mármol y posicionó la mejilla sobre su mano, observándolo desde abajo. Se sentía aliviada de que el chico no le hubiese dado importancia a su actitud de anoche ni hubiese comentado nada sobre su inesperado abrazo de oso nocturno. Las cosas eran mejor así, la hacía sentir más cómoda, y que estuviese cocinando algo para darle una sorpresa le calentó el corazón.
Harkan hizo caso omiso a los ojos relucientes de Alisa, que lo observaban pestañeando a pocos centímetros del bol, como si intentase reclamar su atención. Lo cierto era que esperaba que el muchacho le diese algo más de información sobre lo que estaba preparando, pero su mirada de cachorro curioso no sirvió de nada. El moreno no parecía tener intención de decirle qué idea tenía entre manos. Al ver que no iba a conseguir que soltase prenda, Alisa se incorporó más en su sitio.
—¿Te puedo ayudar? —preguntó con las manos tras la espalda.
No recibió una respuesta rápida. Harkan pareció pensárselo bastante mientras añadía la mantequilla derretida al cuenco. Consciente de la cercana presencia de la chica a su lado, de la que parecía que no iba a poder librarse, hizo un gesto con la cabeza hacia un lado y señaló con el mentón otro bol que había a su izquierda, en el extremo opuesto de la encimera.
—Pásame la mezcla.
Alisa aceptó la orden encanta de poder hacer algo útil. Le parecía todo un detalle que el soldado quisiese prepararle el desayuno con tanto esmero, pero ella también quería ser partícipe de su experimento culinario. Así también podía distraer la mente del puntiagudo dolor de cabeza que le taladraba la sien. Por su parte, Harkan había asistido a muchos derrumbamientos matutinos de sus compañeros por culpa del alcohol, pero no había visto nunca a nadie llevar una resaca con tan buen humor.
Agarró el recipiente con ambas manos y lo dejó junto al que el muchacho estaba usando. Mientras él le echaba unas gotas de algo que parecía esencia de vainilla, observó lo que el soldado había echado en el bol de la supuesta "mezcla" mientras intentaba determinar cuáles eran cada uno de los ingredientes. Nunca había sido muy apasionada de la cocina, pero había ido haciendo sus pinitos durante los años que había estado sola con su hermano. Pese a eso, no se había detenido demasiado en hacer cosas como aquella, ni mucho menos masas propias, por lo que estaba algo verde en el asunto. Aun así, distinguió con facilidad la harina y el azúcar entre los ingredientes. Harkan había llamado a aquello mezcla, pero aún no se habían combinado los ingredientes entre sí. Alisa metió la punta del índice en la harina, manchándose el dedo de blanco.
Observó al moreno que, con el pelo alborotado y los rasgos faciales casi inexpresivos, agarró el nuevo recipiente dispuesto a juntar su contenido con el de su gemelo. Alisa juntó los labios, haciendo una mueca.
—No estés tan serio.
Con un rápido movimiento tocó la mejilla del chico con el dedo, manchándolo de harina cerca de la comisura de la boca. Alisa estiró las suyas en una sonrisa de labios apretados, complacida, pero su semblante cambió cuando vio que Harkan se giraba poco a poco hacia ella, con la misma cara de póker que antes, y clavaba sus iris grises en los suyos.
Harkan entrecerró los ojos, lanzándole una mirada casi mortal. Alisa tragó saliva y se rio nerviosamente. Bajo la mirada intensa del chico y su silencio, la muchacha comenzó a sentir un burbujeo caliente debajo del estómago. No supo si era por miedo o por la forma en que él la observaba, como si estuviese a punto de comérsela.
—Vale, perdón —balbuceó.
Alisa habló mientras encogía los dedos de los pies dentro de las zapatillas. El moreno dio un par de pasos lentos hacia ella, acercándose mucho. Alisa se vio obligada a dar un paso atrás, pero se encontró con que el armario tras ella no le permitía retroceder más. La cabeza de Harkan flotó sobre la suya y la muchacha echó las manos hacia atrás en busca del borde del mueble de madera.
La chica comenzó a sentir el corazón en la garganta y en los oídos. Harkan, casi sobre ella, ladeó la cabeza. Alisa apretó los labios al ver que el rostro del moreno bajaba, acercándose cada vez más a ella. El temor, la sorpresa y el anhelo se mezclaron en sus entrañas. Estuvo tentada a cerrar los ojos a medida que la distancia se iba acortando entre ellos.
Lo que Alisa no vio fue que, mientras la iba acorralando poco a poco en la esquina de la cocina, Harkan había metido también los dedos en la harina del cuenco. Cuando la chica menos se lo esperó, Harkan, como el rayo, deslizó los dedos por el aire hasta tocar su nariz y teñirla de blanco. Alisa se quedó tiesa en su sitio y abrió los ojos con sorpresa.
El soldado se retiró, dando un par de zancadas hacia atrás para ver su obra de arte. La examinó con ojos divertidos y, antes de girarse para seguir con su tarea inicial, le ofreció una sonrisa ladeada. Después le dio un poco la espalda y se dispuso a juntar los ingredientes en un mismo bol.
Quizá el haber podido dormir con ella de ese modo le había dado algo más de confianza, un empujón para permitirse acercarse un poco más. Esto lo desconocía Alisa, por supuesto, que seguía perpleja después de que el soldado le devolviese la broma.
Tenía la boca seca, como si hubiese esperado algo más. Pero también había sentido cierto temor en el centro del estómago. Los ojos grises del muchacho habían sido como lanzas puntiagudas y por un momento se habían asemejado a la mirada de un felino justo antes de saltar sobre su presa.
Después de aquello, se mantuvieron juntos en la cocina durante unos minutos en silencio mientras que Alisa le observaba cocinar. Siguieron así hasta que, cuando Harkan estaba a punto de terminar con la mezcla, la echó de la cocina, desterrándola de su terreno de trabajo y quedando así relegada al patio con su hermano. Al parecer, el soldado quería que se mantuviese algo de la sorpresa, aunque él pensaba que probablemente Alisa ya supiese de lo que se trataba. Para su suerte, Alisa no tenía ni idea de lo que pretendía hacer. Podía haber pensado en un par o tres de cosas, pero todas sus maquinaciones habían quedado olvidadas por completo en el momento en que el muchacho la había observado de aquella forma.
Alisa aprovechó el tiempo de espera para divertirse jugando con su hermano, que seguía intentando mejorar su puntería a la hora de chutar. Se unió a Ciro en el juego y descubrió que, pese a que era ágil y rápida, cualidades evidentes y necesarias en una bailarina, se le daba fatal usar las piernas para otra cosa que no fuese deslizarse. La pelota no pasó ni por asomo cerca del objetivo, sino que se desvió desde el momento en que Alisa decidió que era buena idea darle con la punta del pie a uno de los laterales de la bola.
Como era de esperar, se desvió enormemente hacia la izquierda. Al principio, Ciro se rio ante la torpeza de su hermana mayor. Estaba claro que él no era un as con la pelota, se le daban muchísimo mejor las partidas de cartas (según le había mencionado una vez el señor Clover mientras jugaban), pero había logrado tener un mayor control de la bola que el que había mostrado ella. Al menos estaba seguro de que tenía buena puntería con el pie, porque justo antes de que su hermana se uniese a él en su rudimentario entrenamiento, había conseguido derribar dos veces la pirámide de troncos.
Las risitas del niño terminaron cuando se dio cuenta de que el balón iba directo hacia unos arbustos muy densos. Le costaría un par de pinchazos con las ramas recuperarlo, por lo que salió corriendo tras él como alma que lleva al diablo, decidido a evitar daños mayores. Tras conseguir rescatarlo sin un rasguño, se dirigió hacia su hermana decidido a conseguir que mejorase su puntería. De aquella forma podrían seguir jugando y no habría peligro de colar la pelota más allá de las vallas.
Sus planes, sin embargo, se vieron frustrados pronto por la hora del desayuno.
En el instante en que Alisa entró de nuevo a la casa, seguida de su hermano después de que el soldado reclamase la presencia de ambos, se encontró con que el moreno estaba sirviendo unas deliciosas tortitas en el centro de la mesa.
El aroma de la comida inundó sus fosas nasales con una fragancia embriagadora. Alisa sonrió ante tal manjar. Así que era eso, pensó. Había pensado en un pastel o algo similar, pero aquello era muchísimo mejor. Hacía siglos que no comía tortitas.
—Para compensar el mal trago de ayer —mencionó el soldado.
Alisa le mostró los dientes en una bonita sonrisa en señal de agradecimiento, aunque las palabras del chico le recordaron lo sucedido en la montaña la noche anterior. Por su mente pasó una imagen fugaz: la cara que había puesto él justo después de disparar; indiferente ante la sangre que se derramaba en el suelo. Y ahora acababa de hacerle tortitas para desayunar, casi como si aquello fuese una especie de disculpa ¿Era posible aquel contraste en un ser humano? La respuesta era que sí, así lo estaba viendo ella con sus propios ojos.
Los hermanos Parvaiz se sentaron a la mesa, pero Harkan se alejó de ellos para dirigirse de nuevo a la cocina. Desde su sitio, Alisa le observó mientras abría un armario y rebuscaba en su interior. No tardó mucho en volver y sentarse justo frente a ella. Ciro, presidiendo la mesa con los adultos a ambos lados de él, ya alargaba el tenedor para robar una de las humeantes tortitas.
—No lo tenía previsto —explicó, refiriéndose a la comida— así que no hay muchos condimentos que añadirle. Tengo entendido que se suelen comer con chocolate o sirope, pero no tenemos de eso.
A Alisa le llamó la atención que usase en su frase un «tengo entendido». Frunció ligeramente el ceño, algo confusa.
—No entiendo —expresó, dando rienda suelta en voz alta a sus pensamientos. Al darse cuenta de que podía sonar mal, se explicó mejor—. Es decir, entiendo que no tengamos qué ponerle, pero la forma en que lo has dicho... ¿Es que no has comido nunca tortitas?
Harkan calló unos segundos antes de contestar.
—Nunca me las hicieron.
Alisa abrió los ojos sorprendida. Recordaba haberlas comido cuando era más pequeña. Su padre las hacía de vez en cuando y siempre había pensado que las suyas debían ser las mejores del mundo. Por alguna razón, suponía que todo el mundo debía haber comido tortitas al menos alguna vez en la vida. De nuevo, Harkan volvía a mostrarle que no podía presuponer las cosas.
—Ya siendo más mayor tampoco me paré a hacerlas. Es la primera vez —aclaró él.
La muchacha sintió entonces algo de pena. Era una lástima que no hubiese probado nunca aquello que ella tanto había disfrutado cuando era tan solo una enana. No debía ser una receta demasiado complicada si el soldado había conseguido hacerla por primera vez tan rápido. ¿Cómo debía haber sido su familia cuando él era apenas un niño? Sus padres debían haber estado demasiado ocupados como para no hacerle a su hijo algo como aquello.
Alisa desvió la mirada a las tortitas sobre el plato. Estaban ligeramente doradas, cosa que les daba un aspecto realmente apetecible. Reparó en que la mirada plateada del soldado recaía sobre ella, en silencio, mientras contemplaba la comida.
—Para ser la primera vez, tienen una pinta increíble —afirmó la chica mostrándole una pequeña sonrisa de dientes blancos.
Harkan colocó frente a ella lo que había ido a buscar a la cocina: Un bote de miel a medio consumir. La muchacha arqueó una ceja, no recordaba que el soldado hubiese comprado miel ni la había visto en el anterior apartamento. Tampoco recordaba haber abierto ningún tarro durante su estancia en la casa.
—¿Recuerdas que las casas van rotando, cierto? —le preguntó él. Alisa asintió— A veces algunos compañeros dejan cosas, ya sea porque se olvidan de ellas o porque ya no las quieren. Esto estaba en uno de los armarios de arriba, esos a los que no llegas sin mi ayuda —Alisa lo miró mal tras ese último comentario. No hacía falta que le recordase su baja estatura—. La he probado y está buena, y no está caducada. Podemos utilizarla como acompañamiento.
Ciro asintió con entusiasmo desde su silla. Hacía siglos que no probaba la miel. Además, jamás se negaría a consumir una fuente de alimento dulce como aquella. Le arrebató el bote a su hermana antes de que lo cogiese para desenroscar la tapa y verter el contenido sobre la torre de tortitas. La miel se derramó por encima de la fina masa, impregnándola y deslizándose por los bordes hasta tocar la porcelana del plato. Se apresuró a robar un pedacito mientras su hermana estaba distraída hablando de nuevo con Harkan.
—¿De dónde has sacado la receta? —curioseó la chica.
Harkan se encogió de hombros, restándole importancia. Pero acabó contándoselo.
—Anoche mientras que no estabas no podía estar quieto —admitió. Lo cierto era que la ausencia de la muchacha, para sorpresa del mismo soldado, lo tuvo subiéndose por las paredes—, así que estuve husmeando en los libros de la esquina y la encontré —Alisa le observaba con atención, interesada por el hecho de que hubiese estado echándole un vistazo a los libros. No tenía pinta de lector, y la verdad es que tenía razón; no lo era. Harkan desvió la mirada a un lado—. Da igual, tú come —insistió.
Parecía cansado de hablar y justificarse. Si se miraba en perspectiva, poco a poco Harkan se había ido abriendo y hablaba más, cosa que el primer día a Alisa le habría resultado imposible. Desde que se habían despertado, él había llevado el liderazgo de la conversación, por muy corta que fuera. Alisa no pretendía agobiarlo, por lo que no indagó más en sus motivos y probó por fin la creación del muchacho.
Harkan la imitó y cogió una tortita para sí mismo. En apenas un bocado, tres cuartas partes de la tortita desaparecieron al ser devoradas por sus fauces.
A Alisa se le iluminaron los ojos de placer. La saboreó con gusto. Eran tan buenas como las recordaba. No eran las de su padre, pero solo las distinguía porque le había visto hacerlas. De lo contrario, podría haber pensado perfectamente que su padre había vuelto a la vida sólo para preparar aquel plato.
Harkan masticaba también, justo frente a ella, pero lo hacía con lentitud, como si estuviese analizando al detalle aquello que se había metido en la boca. Por su expresión, Alisa no tenía claro si le estaba gustando o no.
—Es... interesante —musitó tras tragar un trozo.
Se metió el último pedazo en la boca sin mostrar emoción alguna. Alisa, por su parte, alargó el tenedor para coger otra más, pero se dio cuenta de que la cantidad había disminuido bastante en un tiempo récord y que el pequeño culpable de aquello tenía todo el morro manchado de miel y los cachetes llenos como si fuese una ardilla.
El soldado se adueñó de otra tortita y la alzó en el aire para examinarla.
—Es esponjoso pero suave, supongo que está bien —concluyó.
No sabía cómo eran las tortitas y era la primera vez que las probaba, estaba claro que no sabía si había hecho un buen trabajo o no. Alisa apoyó los codos sobre la mesa y la barbilla sobre los puños, acercándose un poco hacia delante.
—Están exquisitas.
Harkan bajó la vista hacia la chica tras aquel comentario. No dijo nada, pero pareció que sus ojos grises se relajaban, algo más complacidos. Le dio otro bocado a la comida, esta vez con más ganas.
El desayuno fue tranquilo y agradable. Era raro que el soldado estuviese allí con ellos cuando el sol entraba con tanta fuerza por el gran ventanal. Cuando llegaba, siempre era de noche o el astro rey estaba a punto de esconderse.
En aquel momento, Alisa meditaba todo lo sucedido durante aquellos días mientras fregaba los platos junto a él. Ambos se encontraban trabajando en equipo sin mediar palabra. Harkan limpiaba y Alisa secaba. Cuando el soldado le entregó el último, se enjuagó las manos y se quedó apoyado en el mármol, observándola secarlo con un paño. Alisa aprovechó el momento de calma para romper el silencio.
—Perdona por molestarte anoche... ya sabes.
No sabía cómo abordar el tema. Pese a que había decidido evitar una confrontación cara a cara, le daba demasiada vergüenza y sentía la necesidad de disculparse. Al fin y al cabo, había invadido su privacidad toda la noche, además de que lo había obligado a dormir con ella. Quizá la Alisa borracha no había sido consciente de la amenaza andante que era Harkan. Quizá, por culpa del estúpido alcohol, hubiese obviado también los crecientes sentimientos que aparecían en su interior cada vez que él estaba a su lado. La Alisa sobria jamás se habría atrevido.
Harkan la observó sin abrir la boca. Alisa vio de reojo que parecía tranquilo, casi somnoliento a pesar de que el día acababa de comenzar. Cuando la chica dejó el plato en el armario junto a los demás se giró para mirarlo.
El soldado se incorporó y le lanzó una mirada desde las alturas.
—Podría acostumbrarme.
Justo después hablar, Alisa vio cómo la sorteaba y desaparecía al salir al jardín.
La morena se quedó sola, con las manos agarrando el lavamanos de la cocina. Era una tontería, lo sabía perfectamente, pero se llevó la palma de la mano al pecho para acallar el latido de su corazón, que injustamente gritaba por el significado que podían esconder aquellas dos palabras.
«Esto no es bueno», se dijo.
*****
El resto del día pasó tan rápido que a Alisa le pareció que había sido tan solo un par de parpadeos. Estaban a punto de irse a dormir cuando el teléfono del moreno empezó a sonar. Harkan vio el nombre de la persona que lo llamaba y salió al jardín para poder hablar sin tapujos. Alisa lo observó desde el sofá con la cabeza de Ciro reposando sobre sus muslos. Mientras le acariciaba el suave cabello, volcó toda su atención sobre la silueta del soldado, que apenas se distinguía entre la oscuridad de la noche.
No tardó mucho en volver a entrar. Ciro alejó los ojos del televisor al ver que se acercaba. No parecía especialmente contento, pero les dio las noticias con franqueza.
—Espero que hayáis disfrutado de la casa y de la tranquilidad de este pueblo, porque mañana tenemos que irnos.
El niño se incorporó, aguantando su propio peso sobre el codo. Su expresión mostraba que estaba disgustado.
—¿A dónde? —preguntó a Alisa.
—A un lugar mucho más colmado de gente —expuso—. Partiremos hacia la capital.
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