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24

Alisa alejó la mirada de aquel curioso llavero en cuanto notó que la atención del nuevo inquilino recaía sobre ella. Con toda la naturalidad que pudo mostrar, sus ojos se posaron de nuevo sobre la carta y fingió que inspeccionaba lo que había frente a ella. A su lado, sintió que el chico se movía y apoyaba de nuevo los brazos sobre la mesa. Por el rabillo del ojo vislumbró unas manos de piel blanquecina y dedos largos y delgados. 

Se sintió ligeramente observada, por lo que evitó alzar la vista y la desvió hacia una esquina del bar, justo al lado contrario al que estaba aquel desconocido. Allí, colgado en la pared, había un cartel marrón con las nuevas caras buscadas de la semana. Alisa apreció el hecho de que su cara no estuviese plasmada allí y que aquello le otorgase un poco más libertad que la que había tenido antes. Gracias al avance del tiempo y su cautela ahora estaba allí sentada, sin que nadie a su alrededor la conociese y con la posibilidad de hacer lo que a ella le apeteciera. Siempre con prudencia, claro.

Mientras que no se topase con algún agente de la ley, creía estar mínimamente segura y podía camuflarse entre los demás, permitiéndose ser un ciudadano común como el resto al menos por un rato. Mantuvo su vista allí, esperando que se le olvidase pronto la presencia del chico junto a ella, pero aquello no parecía ocurrir. 

Intentó mantener sus pensamientos ocupados en otras cosas, pero el barman no venía y la presencia del desconocido tenía un aura arrastrante que la llamaba en susurros, alentándola a que lo mirase. El silencio por su parte contrastaba con el ruido de platos y copas chocando entre sí de fondo. Le resultaba extraño que, estando toda la barra vacía, se hubiese sentado justo a su lado. Aquello no hacía más que aumentar la necesidad irremediable de girarse que vagaba por su mente. Aun así, se mantuvo firme, ignorándolo y permaneciendo en su mundo. No era agradable pillar a alguien observándote como todo un acosador, Alisa no quería ser percibida de aquella forma. 

Suspiró mientras toqueteaba los billetes de papel que aún guardaba entre sus manos. Ante la aparente ausencia del trabajador, que acababa de desaparecer tras una pequeña puertecita que debía dar a los fogones, guardó las nafkas reales de nuevo en el bolsillo, temerosa de perderlas en algún momento. Justo cuando volvía a poner los brazos sobre la barra, una voz armoniosa inundó sus oídos. 

—Un día duro, ¿cierto?

Alisa por fin se giró para mirarlo sin miedo a ser juzgada. El chico tenía el cuerpo orientado ligeramente hacia ella y la observaba sin disimulo alguno. Se permitió unos segundos para examinar a aquel que le hablaba y se deleitó por dentro, algo avergonzada consigo misma, ante aquella maravilla visual. 

En efecto, el gorro de lana escondía un cabello del color del carbón, brillante y liso. Bajo la tela escapaban algunos mechones largos a ambos lados de la cara y sobre la frente, enmarcando su rostro de rasgos afilados. A su tez blanquecina la acompañaban dos ojos del mismo color que su pelo, profundos como dos pozos oscuros. Eran rasgados, cosa que hacía de su mirada una única, y bajo su ojo derecho reposaba un pequeño lunar. Su nariz era recta y puntiaguda, y sus labios carnosos le sonreían amigablemente, invitándola a continuar la conversación. Parecía casi una estatua esculpida por un artista lejano, una obra singular escondida y hecha a partir de sombras.

Alisa estaba acostumbrada a dialogar brevemente con extraños, así había sido su día a día en el As de tréboles, por lo que no le molestaba contestar, pero tardó unos segundos en contestarle a él. Tenía una sonrisa bonita que esperaba una respuesta con cierta curiosidad. Aquello le hizo pensar momentáneamente en Harkan, que le esperaba en casa. Aquel chico al que le costaba tanto sonreír. Sintió, en cierto modo, que eran bastante diferentes, a pesar de que no lo conocía. Harkan poseía un tipo de belleza fría y dura. En cambio, aquel chico tenía un atractivo oscuro, casi imperial.

Pese a todo, Alisa se sintió completamente identificada con su casual pregunta, por lo que no dudó en contestar con la mayor sinceridad del mundo.

—Ni te lo imaginas.

Aquel día había sido una montaña rusa de emociones. Por la mañana había estado feliz, pero luego las cosas se habían complicado. La búsqueda en el interior de la montaña había podido con sus nervios. La sangre del cadáver del grandullón sobre su cara era una sensación que tardaría mucho en olvidar, tampoco cómo su peso le robaba el aire de los pulmones. Y después había estado aquel momento en la ducha. Si le explicase todo aquello al muchacho desconocido... ¿seguiría queriendo hablar con ella? ¿se borraría aquella sonrisa de su rostro? No, probablemente la tacharía de loca o saldría corriendo.

El chico vocalizó cada palabra con calma y, por un segundo, Alisa pensó que le había leído la mente.

—A veces está bien escapar y olvidarse un poco de las obligaciones. Todos necesitamos un respiro.

Aquella respuesta captó por completo la atención de la chica. En cierto modo, era algo que llevaba mucho tiempo queriendo escuchar. Alguien que le recordase que debía descansar, que estaba bien ser débil a veces. Alguien que le permitiese distraerse sin pensar en el mañana. 

Lo observó interesada antes de apartar la vista para dirigirla a sus propias manos. Se sentía identificada con aquel extraño. Sus preocupaciones debían ser diferentes, pero el sentimiento era parecido. Otra alma como ella andaba algo perdida en su rumbo y Alisa agradeció que ambos se topasen, aunque fuese solo por un rato. Por supuesto, el chico no había articulado en ningún momento que tuviese un problema que algo le preocupase, pero de alguna forma la muchacha lo sintió así. Era eso, o que ella tenía tan mala cara que hasta el desconocido se veía afectado por su desdicha. Para consolarse, optó por la primera opción. 

Si tu supieras, pensó.

Calló un momento para luego suspirar.

—Necesito algo que me haga olvidar —musitó.

El chico la imitó, mirando hacia delante, pensativo.

—¿Acaso no tenemos todos algo que queremos olvidar?

Sus miradas se volvieron a cruzar y el chico la mantuvo. Él alzaba las cejas con gesto inquisitivo y melancólico. Ya no sonreía tanto. Alisa lo observó, intentando adivinar qué sería aquello que él querría olvidar. Como era de esperar, no lo adivinó ni le preguntó. 

Sus ojos viajaron hacia el bolsillo de su pantalón, donde antes había visto aquel particular llavero en forma de chistera. Ya no estaba visible, lo tapaba por completo su abrigo negro. Alzando la vista vio que era realmente largo y de cuello con solapas de muesca. Creyó que, pese a la elección de colores para pasar desapercibido, él en sí era elegante. Le parecía increíble que no llamase la atención allí en medio. Alisa lo achacó a la hora que era, y a que la mayoría de los presentes en el bar llevaban unas copas de más y solo eran conscientes de lo que estuviese cerca de ellos en un radio de un metro, como mucho dos.

El barman apareció por fin tras la puertecita y se acercó a donde estaban mientras con un trapo limpiaba el interior de la barra. Alisa carraspeó, intentando aligerar la tensión extraña que sentía en el ambiente. No era algo malo, al contrario, pero no sabía qué decir. 

—Acompáñame entonces, es muy triste beber solo —pidió él.

El camarero se paró frente a ellos, pensando quién de los dos habría llegado antes y a quién debía tomar nota primero. El chico la miró de medio lado, con una mirada ciertamente extraña. Suplicante pero a la vez provocativa, invitándola a compartir aquel trago. Alisa no podría describirla con palabras, pero se le erizó el bello de la nuca. 

Dejándose llevar por la cercanía de aquel extraño, Alisa asintió con la cabeza y aceptó su propuesta. El chico volvió a sonreír y esta vez le mostró un poco sus dientes blanquecinos. La muchacha sintió que, tras decirle que sí, en el ambiente saltaron chispas.

El desconocido, mostrando un humor mucho más alegre, le habló con entusiasmo al hombre que esperaba tras la barra. 

—Ponme la mayor bomba que tengas —declaró.

—Prepararé el especial de la casa, pues —le aseguró el otro.

El pelinegro se giró hacia ella.

—¿Tú que quieres?

Alisa se encogió de hombros. Para ser sincera, jamás había probado el alcohol. No había estado dentro de sus deseos en ningún momento y tampoco había gozado de mucho tiempo libre o dinero como para probarlo. Ni siquiera cuando sus padres estaban vivos había visto botellas en casa, por lo que de verdad no tenía ni idea sobre el tema. 

El chico se tomó su silencio como una invitación a escoger por ella. Pareció pensarlo por un momento, pero rápido decidió que ambos debían estar en igualdad de condiciones y al mismo nivel.

—Que sean dos, una para mí y otra para la señorita.

El barman aceptó el pedido y les dio la espalda para ponerse manos a la obra. Estuvieron callados mientras observaban al hombre mezclar líquidos y colores en una especie de coctelera para después batirlos con gracia. Se llevó la mezcla a la otra esquina de la barra y su cuerpo tapó lo que hacían sus manos. Escucharon ruido y vieron que, por sus movimientos, añadía algo más que no llegaron a ver. Al poco se acercó de nuevo a ellos y portaba dos grandes copas casi esféricas. Ambas estaban llenas hasta arriba y la bebida de dentro era de un azul electrizante. 

Cuando el hombre dejó la copa frente a ella, vio que flotaban algunos cubitos de hielo entre el líquido azul. El vaso era muy grande, dudó si sería capaz de terminarse aquello. El color resultaba muy llamativo, pero no sabía si estaría bueno. El barman le entregó al chico su bebida e hizo una pequeña aclaración.

—Se llama Tumbacielos —anunció con esmero.

El pelinegro acercó ligeramente la nariz a la copa para olisquear su aroma. 

—Si me permites la pregunta, ¿el nombre a qué se debe?

El camarero respondió a su pregunta con algo similar al orgullo.

—Al principio algunos clientes decían que con un par de tragos se sentía como si el cielo cayese y se hubiese instalado en la tierra. Un sinónimo de que está bastante bueno, supongo. 

El muchacho asintió con la cabeza, claramente complacido. 

—Perfecto, suena maravilloso.

Sacó un par de billetes y se los tendió al camarero, que los aceptó con gusto antes de marcharse a seguir limpiando. Cuando Alisa se dio cuenta de que, en realidad, el chico había pagado por los dos, se incorporó para protestar, pero la detuvo, haciendo un gesto con la mano. No supo qué decir ante aquello. Un gracias se le hacía embarazoso, por lo que se quedó con las palabras en la punta de la lengua y no dijo nada. Él, en cambio, volteó hacia Alisa, volviendo a orientar su cuerpo en su dirección. Sus labios se estiraron cuando le sonrió. Con cuidado de no derramar nada, alzó la copa hacia ella.

—Por una noche donde se olvide todo excepto la buena compañía.

Pese a que no lo conocía de nada, parecía un tipo agradable. Se dijo a sí misma que lo mejor que podía hacer era disfrutar de la situación y simplemente dejarse llevar. 

—Salud —sentenció ella.

Ambos brindaron y Alisa acercó los labios al filo de vidrio. Dio un pequeño trago a aquel brebaje para averiguar a qué sabía y su rostro se contrajo casi al instante. Debía ser porque no estaba acostumbrada a consumir aquel tipo de cosas, pero le pareció que era bastante fuerte. El gas le bajó por la garganta burbujeando y tenía un gusto extraño. Era amargo, pero a la vez dulce. No le disgustó, pero esperó antes de darle un segundo tiento. Mientras, observó a su acompañante que de un trago consumió una cantidad que a Alisa le resultó demasiado grande.

—¿No deberías ir un poco más despacio?

—No te preocupes, tengo mucho aguante. Además, está más bueno de lo que esperaba —se acercó ligeramente hacia ella y posicionó su mano junto a su boca a modo de barrera mientras hablaba en tono confidente—. No se lo digas al de antes, puede que le ofenda mi falta de fe.

Alisa bufó al dejar escapar una pequeña risa. Su charla duró mucho rato, a decir verdad. No tardó mucho en sentirse extrañamente cómoda junto a él. Emanaba algo que la hacía querer seguir con él y saber más. Su esencia se proyectaba a su alrededor, acaparando su atención como si estuviesen dentro de una burbuja, ajenos al resto de clientes. Entre trago y trago, las mejillas de Alisa se fueron tiñendo de rojo y sintió un calor leve en el rostro. Hablaron de cosas superfluas y sin importancia, pero Alisa se divirtió bastante. Ninguno de los dos mencionó su vida personal o sus problemas, y aquello les permitió a ambos vivir como si fuesen otras personas y olvidarse del resto del mundo.

Alisa disfrutó viendo cómo sus ojos se achicaban al hablar mientras mostraba una sonrisa radiante, convirtiéndose casi en una fina línea. Los dos orbes negros tras los párpados aún eran visibles y parecían, a veces, querer absorber hasta el último pedazo de su alma. El alcohol debió ayudarlos a ambos bastante, porque hablaron sin reparos y Alisa se mostró tan sí misma como no lo había hecho en mucho tiempo. Descubrió, además, que el muchacho era un orador elocuente y se le daban bastante bien las palabras cuando quería.

Pasado un buen rato, ambos se habían acabado las bebidas por completo y no habían dejado ni una gota en el cristal de la copa. Durante todo aquel tiempo, después de haber empezado a beber, Harkan no pasó ni un segundo por la mente de Alisa; y mucho menos su hermano.

Cuando el número de clientes del bar había disminuido ya bastante y el barullo arrollador de la gente era menos audible, pudieron escuchar y disfrutar de la música que sonaba de fondo. Hasta aquel momento, Alisa no se había percatado de que había un par de músicos a un lado del interior del establecimiento versionando canciones con sus instrumentos. 

Ambos siguieron dialogando, en sus conversaciones se colaban silencias cómodos y miradas profundas, pero Alisa se deleitó con cada una de ellas. Justo cuando el muchacho de cabellos negros comentaba la mucha sed que tenía, se quedó quieto como una estatua mientras analizaba algo con la mirada perdida en el suelo.

—No puede ser —exclamó, notablemente exaltado—. Adoro esta canción.

Se levantó con cuidado del taburete mientras tarareaba con voz grave la melodía a la vez que cerraba los ojos. Alisa lo observó desde su asiento y entonces se percató de que era bastante alto. No tanto como el soldado, pero aun estando arriba del taburete le sacaba una altura considerable.

El pelinegro volvió a volcar su atención sobre ella y le tendió una mano. 

—¿Quieres bailar?

Alisa no pudo ocultar el brillo que le iluminó los ojos al escuchar aquellas palabras. Adoraba bailar. No estaba en sus opciones denegar aquella petición. Aceptó gustosa y el chico le agarró la mano. La condujo hacia donde estaban los músicos, que tenían cerca a otras pocas personas que habían tenido la misma idea que ellos. 

Bailaron pegados, disfrutando del ritmo que la música les ofrecía. Su acompañante la hizo girar un par de veces y Alisa se dejó hacer entre risas. Poco a poco se fueron acercando más hasta que las manos de ella se posicionaron sobre el pecho del chico y él dejó caer las suyas cerca de sus caderas. 

Alisa alzó la cara para ver la de él y se encontró con que sus ojos de zorro ya la observaban. La muchacha los escrutó embelesada, balanceándose con la melodía y notando plenamente el contacto de las yemas de sus dedos contra su pecho. Las luces en aquella zona eran un poco más tenues, pero Alisa, estando tan cerca, podía ver a la perfección cada centímetro de su rostro. El chico le mostró una pequeña sonrisa juguetona de medio lado, que casi indicaba un dulce peligro. 

No supo si aquello fue por el alcohol, pero empezó a notar como poco a poco el ambiente se caldeaba, como si alguien hubiese tocado el termostato para subir la temperatura. La cara le ardía y tragó saliva al ver la forma en que él la contemplaba, casi sin pestañear. Alisa rio tontamente, dejándose caer un poco sobre él.

—¿De qué te ríes? —preguntó él aferrando sus manos mejor sobre su cintura. Su tono divertido indicaba que su espíritu jovial aún no había abandonado su cuerpo.

—Te brillan mucho los ojos —dijo la chica.

El pelinegro tardó un poco en contestar. Aquella respuesta parecía haberlo pillado desprevenido. 

—Qué raro, siempre me dicen que parecen sin vida.

—Déjame ver bien —musitó ella. 

La morena posicionó ambas manos en la cabeza del chico, deslizando los dedos por sus mechones azabaches. Con ansia, atrajo su cara hacia la de ella y el muchacho abrió mucho los ojos instintivamente, sorprendido. Alisa lo mantuvo así, sujetándolo, y se acercó todo lo que pudo para ver bien sus iris sombríos. Sus narices casi se tocaban y la muchacha no se percató de cómo el muchacho contuvo el aliento. Inspeccionó con dedicación aquellas dos canicas negras antes de liberarlo, retirando las manos de su pelo y volviendo a dejar espacio entre ellos.

—Está muy oscuro, no veo bien —concluyó.

El pelinegro carraspeó alejándose unos centímetros más de ella.

—Necesito que me dé un poco el aire —murmuró él mientras soltaba su cintura y refugiaba sus manos en los bolsillos del abrigo.

Alisa accedió a acompañarlo fuera y ambos atravesaron el bar en silencio hasta salir por la puerta principal. El hombre de la barra los vio marcharse, entretenido, y rio entre dientes. Divina juventud, debió pensar. Una vez que atravesaron la puerta y ya no fueron visibles por culpa de los cristales tintados de local, siguió fregando.

La muchacha siguió los pasos del desconocido, que no se detuvo hasta estar apoyado en la pared contigua al bar. El callejón estaba vacío, pero hasta allí llegaba el ruido de la música del antro y el de la gente en el paseo principal. Alisa vio cómo sacudía la cabeza ligeramente, como si quisiese despejarse un poco. El frío de la noche volvió a colarse entre la ropa de Alisa, pero a medida que se iba acercando más al desconocido, sintió el calor que emanaba de él. Era suave e invitaba a quedarse cerca. No sabía si eran imaginaciones de ella por estar borracha, o que su cuerpo de verdad era casi como una estufa. 

Alisa aún seguía curiosa, por lo que se posicionó delante de él para descubrir si sus ojos seguían brillando como había visto antes. El alcohol que le corría por las venas le dio la valentía suficiente como para acercarse como si nada y alzar las manos de nuevo hacia él.

—A ver, déjame probar otra vez —pidió.

El chico reaccionó casi como un rayo. Cuando las manos de Alisa estaban a punto de tomar de nuevo su cabeza, le agarró las muñecas, deteniéndola. Alisa, desconcertada, se quedó quieta en su sitio. Volvían a estar muy cerca, y el uno notaba el aliento del otro en la cara. En silencio, se observaron mientras Alisa tragaba saliva. Los ojos del pelinegro subían y bajaban, inquietos, hasta que se inclinó un poco y depositó un pequeño beso casto en los labios de la chica. 

Alejó la cabeza rápido, aunque no arrepentido, para observar la reacción de ella, que apenas se había movido. Alisa se había quedado pasmada, lo contempló con los labios entreabiertos. Vio que sí le brillaban los ojos, y pese a su oscuridad, se veía reflejada en ellos.

El corazón le latía muy rápido. Le entraron ganas de tocarse el pecho para asegurarse de que este aún seguía en su sitio, pero las manos del muchacho todavía se aferraban a sus muñecas. Desde aquella perspectiva, la expresión del chico le pareció una mezcla entre un depredador que estaba deseando saltar sobre su presa, y un corderillo que suplicaba por algo de reciprocidad. 

El pulso le palpitaba con fuerza en las muñecas y estaba casi segura de que el pelinegro lo había notado. Dejándose llevar por sus sentimientos, Alisa ladeó la cabeza y estampó sus labios contra los de él. El muchacho aceptó el beso sin oponer ni un ápice de resistencia. Sus manos soltaron a la chica y corrieron a enredarse en la parte baja de su espalda, apretando para que se acercase aún más a él. Alisa atrapó los labios de él entre los suyos mientras rodeaba su cuello con los brazos. Sintió que aquella ola de calor la envolvía de nuevo y no se separó de él hasta que no pudo aguantar más la respiración.

Cuando sus bocas se separaron, a Alisa se le escapó la risa. El chico sonrió y alejó una de sus manos de ella para quitarse el gorro y meterlo con prisa en el bolsillo de su abrigo. Alisa admiró la forma en que su cabello, que había permanecido oculto, caía despreocupadamente hasta colocarse en su forma natural. Con dedos cuidadosos, acarició los mechones rebeldes que se desparramaban por su frente. Él la observó con los labios rosados, correspondiendo a su sonrisa y mostrando de nuevo sus dientes perlados.

Mientras la chica seguía toqueteando su pelo, le hizo una pregunta.

—¿Cómo te llamas?

Era cierto, habían obviado las vidas personales de ambos hasta tal punto que ni siquiera se habían presentado. Alisa sentía que aquel encuentro fortuito era un regalo que los cielos le habían otorgado por estar soportando tantas cosas, pero tenía la sensación de que, igual que dos viajeros nómadas, no volverían a encontrarse. No estaba de más saber el nombre del otro para guardarlo como una esquirla clavada en el fondo de la memoria. 

—Alisa —le dijo sin miedo.

El chico pronunció las sílabas de su nombre como si cada letra fuese una delicia intangible. Alisa le dio un golpe suave en el pecho, avergonzada, pero él no perdió el tiempo y se acercó a ella para besarla de nuevo. Entonces Alisa lo detuvo, empujando su pecho hacia atrás pero sin separarse de él.

—Espera —demandó mientras colocaba las palmas de las manos sobre las mejillas del muchacho—, no me has dicho tu nombre.

—¿Qué más da cómo me llame? —replicó.

Aquello hizo que Alisa frunciese las cejas, contrariada. Apretó los labios, mostrando su desacuerdo con sus palabras de forma obvia.

—Llámame como tú quieras —contestó tras ver su expresión. Su voz sonó casi como una súplica, sutil e íntima—. Pero llámame, háblame; sigue utilizando esa voz tuya. Creo que el simple sonido de tu voz me deja aturdido. Me gusta esa sensación. 

Alisa notó como las mejillas le ardían aún más si es que eso era posible. Volvió a golpearlo flojo en el mismo lugar. Aun con sus palabras bonitas, no estaba convencida de su respuesta. No era lo que quería oír.

—Eso no es justo. Dejaré de hablar entonces.

El pelinegro suspiró y miró al cielo, apoyando la cabeza en los ladrillos de la pared. Dejó expuesto su cuello, y Alisa observó cómo su nuez subía y bajaba mientras tragaba saliva. Al poco volvió a mirarla.

—Está bien, está bien —accedió. Se quedó un momento en silencio, pensativo, hasta que por fin habló de nuevo—. Llámame D.

—¿D?

D de devastador.

La chica no pudo evitar reír ante las ocurrencias del muchacho. Pese a que podrían haberle molestado sus bromas, no estaba de humor como para enfadarse. Había querido saber el nombre para acordarse de él en un futuro y rememorar aquella noche como una la mar de curiosa. Muy a su pesar, Alisa se sentía tremendamente atraída hacia aquel desconocido, como si fuese un imán, pero tenía en cuenta que lo más probable era que no volviesen a encontrarse, por lo que no merecía la pena forzarlo. Además, aquel raro apodo podía ser también memorable.

D de deslumbrante, de dolorosamente encantador —prosiguió él mientras se acercaba poco a poco hacia ella, casi rozando sus narices.

Alisa se vio devorada de nuevo por aquel ambiente febril que crecía a su alrededor, casi aislándolos del mundo.

—¿También de dramático? —inquirió ella con una sonrisa divertida. Él le contestó contra los labios, que estaban a punto de tocarse. Su respuesta fue casi un susurro.

—Y de delicioso.

El chico no pudo resistir más y la besó con ansia. La muchacha le siguió el ritmo, se sentía embriagada de él. Fue un beso apasionado, fogoso. D parecía deseoso de explorar más afondo su cavidad bucal y, para sorpresa de la chica, los papeles se invirtieron. Con un movimiento ágil, hizo girar a Alisa, cosa que la dejó a ella con la espalda en la pared. 

El beso se volvió más profundo, y el chico apoyó una mano junto a la cabeza de Alisa para mantener el equilibrio. La morena metió las manos en el interior de su abrigo, buscando los costados del torso de él. Así se mantuvieron hasta que sus respiraciones llegaron al límite y el pelinegro se vio forzado a dejar ir sus labios en busca de algo de aire. 

Alisa alejó su mirada de aquellos labios exquisitos para divisar sus ojos. D tenía la boca ligeramente entreabierta y su pecho subía y bajaba con violencia. Una flama blanca llameaba dentro de aquellas dos perlas y Alisa sintió una pizca de miedo pese a su estado de embriaguez. No sabía qué clase de mensaje le prometían aquellos iris lóbregos, pero no sabía si sería capaz de sobrellevarlo.

Justo en aquel momento, ambos advirtieron el sonido de una alarma. Este provenía de algo escondido en su pantalón. El muchacho se vio obligado a separarse de ella para buscar el objeto en cuestión, que resultó ser un teléfono móvil. A Alisa le impresionó aquello, no todos disponían de uno.

Le vio leer algo en la pantalla para luego alzar la cabeza hacia ella con mirada decepcionada. Todo sucedió de forma apresurada a partir de entonces. Con pasos veloces, se acercó a ella y le plantó un ligero beso en la frente al que a Alisa no le dio tiempo ni a reaccionar. Se alejó de ella al instante e hizo un gesto con dos dedos de la mano, despidiéndose.

—Ha sido una noche espléndida Alisa, gracias por ayudarme a olvidar a mí también. 

—Pero...

—No nos veremos pronto, me temo. Ojalá nuestros caminos vuelvan a cruzarse en el futuro. Sería un placer volverte a ver, amor.

No se esperó a que pudiese decir nada más. Calado en su abrigo negro se dirigió en la dirección contraria al paseo principal y Alisa le vio ponerse el gorro de nuevo mientras, con paso apresurado, desaparecía callejón abajo. Le observó hasta que giró una esquina y lo perdió de vista. Dejó que su espalda se resbalase por los ladrillos hasta caer sentada en el suelo, con el corazón aún acelerado. Alisa empezó a notar de nuevo el frío helado que impregnaba el aire. Serían las tres de la mañana cuando aquel muchacho misterioso la dejó allí tirada, sola en medio de la noche. 

Debió ser por culpa del alcohol, como muchas cosas de las que había hecho aquella noche, pero Alisa comenzó a notar cómo su ánimo decaía otra vez. El encuentro entre ellos fue breve, casi etéreo. A Alisa le pareció un bonito sueño. Aunque, como en todo sueño, era hora de despertar. En casa le esperaban dos personas que la necesitaban de vuelta.

No tardó demasiado en echar a andar ella también, pero en su caso de camino a la casa del soldado. Durante todo el camino su mente se mantuvo distraída, casi en blanco. A veces se tambaleaba un poco y tenía que parar, pero no había nadie cerca para presenciar sus pasos patosos. Las pocas almas que se cruzaron con ella en su caminata inestable la ignoraron. Justo cuando ya encaraba la calle de su casa fue cuando en su mente entró un nombre que lo inundó todo: Harkan.

No se había acordado de él en toda la noche. Repasó mentalmente todo lo sucedido y comenzó a sentirse mal por sus actos. No había nada entre ellos, no eran pareja ni nada parecido, pero sí era cierto que existía cierta tensión palpable de por medio y Alisa no podía negarlo. Se halló disgustada consigo misma por haberse olvidado por completo de él.

Aun así, el conflicto creció en su interior. No era su novio, más bien era su protector, pero aquello no implicaba que tuviesen ningún tipo de relación romántica. No tenía por qué sentirse mal porque no había hecho nada malo.

Con este debate mental y un cacao sensorial, llegó a duras penas a la puerta de la casa. Abrió la verja exterior y al entrar al pequeño jardín delantero pegó un bote asustada. Su corazón había estado a punto de salir de nuevo por su boca. Se llevó una mano al pecho mientras veía que Harkan abría los ojos al escuchar ruido. Estaba sentado en el suelo con las piernas estiradas y los brazos cruzados. Seguía con la misma ropa que había llevado al salir de la ducha, pero solo con eso debía tener frío.

Alisa se acercó corriendo a él para tirar de su brazo hacia arriba, instándolo a que se levantase.

—¿Qué haces aquí fuera? —le preguntó alterada— ¡Te vas a poner enfermo!

Harkan, con voz algo somnolienta, respondió a su pregunta.

—Estaba esperando a que volvieses.

—Te dije que no me esperases —le recordó ella. Tiró más fuerte hasta que consiguió que el moreno se pusiese de pie.

Harkan la miró una vez que estuvo un poco más lúcido. La escrutó de arriba abajo, buscando si había algo que estuviese mal o se hubiese hecho daño. A los pocos segundos, Harkan volvía a estar tan activo como siempre. Le colocó la mano sobre la cabeza y le dio un par de palmadas en el pelo.

—Me alegro de que hayas vuelto.

Alisa hizo caso omiso a su gesto y comenzó a caminar hacia la puerta, el soldado la siguió y una vez que estuvieron dentro cerró con llave. Al girarse, vio a Alisa tropezar y corriendo se acercó a ella para agarrarla. Cuando sostuvo su codo y la ayudó a sentarse en el sofá olisqueó un poco el aire y le levantó la barbilla con el dedo para mirarle la cara.

—¿Has bebido? —interrogó.

Alisa no dijo nada, pero sonrió en respuesta. Harkan resopló, pasándose la mano por el pelo despeinado. Los ojos de la chica empezaron a cerrarse, derrotados por el cansancio, y el soldado se acercó a ella de nuevo para agarrarla por las piernas y bajo los brazos.

La cargó en sus brazos y la llevó a la habitación. Escuchó durante el proceso algo parecido a una protesta, pero no le hizo caso. La depositó con cuidado sobre el colchón y cuando se alejó un par de pasos de ella, Alisa parecía haberse desvelado de nuevo. Parpadeó varias veces, como combatiendo el sueño.

—¿Dónde está Ciro? —preguntó cuando se percató de que la cama estaba vacía.

—Creo que le hacía ilusión utilizar mi cama porque podía usar el televisor —le explicó—. Se quedó dormido cuando no estábamos, pero no quería despertarlo.

Alisa asintió, comprendiendo. Su hermano se había aprovechado de la situación para hacer lo que quería. Era cierto que recordaba haberlo visto dormido antes de irse, pero en su mente parecía que aquello hubiese sido otro día.

—Deberías descansar. Yo dormiré en el sofá —expuso el moreno. 

Se dispuso a irse, pero Alisa, en un arrebato de energía, se levantó y se puso en su camino.

—No te vayas —le pidió.

Alisa avanzó hacia delante, haciéndolo retroceder y llevándolo al otro lado de la cama. 

—Deberías descansar —repitió él.

Cuando lo tuvo contra el borde del colchón lo empujó, cosa que lo pilló desprevenido. El trasero de Harkan cayó sobre la cama y Alisa desde las alturas, lo señaló con el dedo.

—Quieto.

El muchacho, sorprendido por la actitud de la chica, calló. No se movió ni un centímetro. 

—Bien. 

Alisa comenzó a caminar con pasos torpes hacia el otro lado de la habitación. Con delicadeza tosca empujó la puerta para que se cerrase y se dirigió hacia la cama. Cuando estaba ya muy cerca volvió a tropezar. Los músculos de Harkan se tensaron y estuvo a punto de levantarse, impulsado por su instinto, pero se detuvo cuando vio que la chica se había agarrado al colchón para evitar caerse y le lanzaba una mirada imperiosa.

—Túmbate.

El soldado la observó en silencio sin saber procesar la situación. ¿Era correcto quedarse? ¿no era mejor irse? Alisa estaba borracha, no estaba siendo ella misma. 

—Harkan.

Volvió a cruzar miradas con ella. Esta vez su cuerpo se movió solo, obedeciendo las órdenes de aquella pequeña guerrera y metiéndose bajo las sábanas. Alisa le mostró una sonrisa diminuta, por fin complacida. Buscó el borde de las ropas de cama y se introdujo en el interior del lecho sin siquiera cambiarse la ropa. Allí dentro, le dejó rienda suelta al sueño, que poco a poco empezaba a adueñarse de sus ojos y su estado de ánimo.

Harkan, a su lado, estaba tieso en el colchón. No sabía qué hacer y no se atrevía a moverse. Hacía muchos años que no dormía junto a alguien. Desde que era un niño, para ser exactos. Sentir aquella respiración relajada a su lado le aceleraba el corazón. A decir verdad, desde que conocía a aquella chica su corazón había empezado a acelerar el ritmo usual de sus latidos.

De golpe, dejó de respirar y sus músculos se endurecieron. Los brazos de Alisa se aferraban a su torso como si fuese un peluche. Había metido las manos inconscientemente bajo la sudadera de él, por lo que Harkan notaba el contacto de piel con piel. La chica se pegó a su lado y apoyó la cabeza sobre su hombro. 

Habló con voz frágil, casi dormida.

—Gracias, no quería dormir sola. 


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