23
Alisa sintió el líquido caliente resbalarle por los párpados, la frente y el pelo. Respirando con dificultad y con los ojos abiertos a más no poder, tanteó el cuerpo que yacía inerte sobre ella. Notó el calor de la sangre fresca bañando su cuello y tiñendo su ropa de un tono oscuro como el vino.
No podía gritar, no podía respirar, no podía moverse. Sus ojos observaron con espanto el agujero en la cabeza del grandullón, que había caído redondo y ahora le aplastaba las costillas. Los músculos de todo su cuerpo se habían crispado y notaba el corazón en la garganta. Con el estómago encogido y manos temblorosas, encontró a tientas lo que parecía ser el pecho del hombretón e intentó empujar hacia arriba para apartarlo. No tuvo fuerza suficiente para levantarlo.
En cuanto los brazos le fallaron, paralizados por la conmoción y superados por el peso del hombre, el cuerpo cayó hacia abajo de nuevo, a peso muerto. Aquello le quitó el poco aire que le quedaba en los pulmones. La cabeza del bigotudo colgaba justo por encima de la de Alisa, su bigote le rozaba la mejilla, y la muchacha podía ver a la perfección los ojos abiertos del muerto. La sangre seguía cayendo sobre ella, como si aquello fuese un grifo abierto. Alisa intentó apartar el rostro para que no le cayese en la boca. Le entraron unas repentinas ganas de llorar mientras volvía a mover las manos bajo él, en busca de un buen punto en el que hacer fuerza.
Escuchó pasos que se dirigían con prisa hacia ella. Empujó hacia arriba en el momento que hubo posicionado las manos de nuevo en el tórax del muerto y, haciendo su mayor esfuerzo, logró alzarlo un poco en el aire. Sus brazos trémulos lo mantuvieron elevado el tiempo suficiente para tomar aire de nuevo, aunque por la aprensión Alisa se limitó a llenar levemente los pulmones en inspiraciones cortas y repetitivas. Justo en el momento en que las fuerzas de Alisa estaban a punto de fallar y se disponía a empujarlo hacia un lado, una bota gruesa le dio una patada al cadáver y lo mandó lejos.
Alisa se quedó tendida en el suelo, jadeando como un perro. Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. Aún con los ojos muy abiertos, observó a Harkan, que estaba de pie frente a ella. Entre sus manos aferraba con fuerza una pistola y aún tenía el dedo sobre el gatillo. Había sido él quien había disparado.
Alisa se pasó una mano por los ojos, intentando quitarse la suciedad de encima. Haciendo aquello, lo único que consiguió fue mancharse la mano de un rojo opaco y esparcir aún más el líquido viscoso por sus facciones. Sus manos se cerraron en un puño al intentar relajarse sin éxito, sus uñas se clavaron en las palmas de estas inconscientemente.
—Debe habernos seguido —habló Harkan.
El muchacho se había dirigido a uno de los túneles para mirar que nadie estuviese viniendo. Debía haber estado escondido en una de las otras dos grutas, escuchando en silencio y a la espera del momento perfecto para atacar. Por suerte, el soldado había llegado a tiempo. Escrutó a la muchacha, revisándola de arriba abajo.
Alisa no abrió la boca. No se veía capacitada para hacerlo aún. Con movimientos pesados se incorporó y se quedó sentada en el suelo. Desvió la mirada al cadáver tirado a su lado. Ver el agujero por donde había entrado y salido la bala le provocó unas náuseas que no se acabaron de manifestar, pero que le dejaron las tripas hechas un asco. Alisa volvió la mirada al soldado mientras apretaba más los puños.
—¿Estás bien? —le preguntó él, ante su repentina mudez.
Las palabras en la boca de Alisa se cortaron, pero Harkan logró entender el punto que quería abordar.
—¿Por qué...?
Sabía que el hombre no era una buena persona y que había ido a por ella para robarle la carta, pero aquello le ponía los pelos de punta. Harkan lo había matado. Jamás había pensado que lo vería asesinar a nadie. Su personalidad no era del todo fácil, pero no se lo había imaginado matando a nadie en ningún momento. Y, sin embargo, no había dudado ni un solo instante en apretar el gatillo.
Se veía calmado, como si fuese un ser de sangre fría. Poner fin a la vida de una persona no era un juego, pero Harkan parecía demasiado tranquilo, demasiado acostumbrado a ello. Aquello la asustó. En el momento en que ella accidentalmente había acabado con la vida del hombre del sótano había quedado traumatizada de por vida, se había derrumbado, y aquello era algo que siempre la perseguiría en sueños.
El moreno guardó el arma en el pantalón después de seguir la mirada de la chica, que bajaba de él al cañón de la pistola. No había respondido a su pregunta, pero le parecía que era absurda. La respuesta era evidente. Alisa balbuceó de nuevo para volver a insistir en ello.
—¿Por qué has..?
Tenía la cara desencajada, con los ojos perdidos en él, y su piel se veía muy pálida. No le gustó verla con esa expresión en su rostro. Le removía algo extraño en el pecho el ver cómo lo observaba con estupefacción y algo similar al miedo. Harkan, pese a lo ilógico que le parecía el tener que justificar sus acciones, respondió siendo lo más honesto que pudo.
—Iba a hacerte daño.
Alisa se quedó en silencio y cerró la boca mientras aún seguía sentada en el suelo. Poco a poco, empezó respirar con normalidad, pero la mueca en su rostro no cambió. Tampoco el ligero temor que brillaba en sus ojos. El chico le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Alisa se miró las suyas, manchadas de rojo. Sentía que las fuerzas habían abandonado su cuerpo, dejándolo como un simple trapo. No sabía por qué, quizá fuese por el súbito espanto que la había asaltado, pero las piernas no parecían querer responderle. Harkan volvió la mirada hacia atrás y observó los tres corredores que conectaban con el lugar en el que se encontraban.
—No es momento para retrasos. El disparo ha hecho demasiado ruido —comentó el soldado—. Deberíamos irnos ya.
La muchacha no aceptó la mano de Harkan. En su lugar, estiró el brazo para coger la carta, que con todo lo que había ocurrido se le había caído de las manos. Una de las puntas de esta se había manchado un poco de sangre. Alisa la sujetó con fuerza, sin apartar la mirada de ella.
Ante la nula reacción de la chica, Harkan retiró la mano y suspiró. El ruido del arma al liberar la bala había resonado por toda el área. Era cuestión de tiempo que alguien que estuviese cerca quisiese aproximarse al lugar para mirar.
—Si no te pones en pie ya —le dijo a Alisa, dándole una última oportunidad para hacerle caso—, te sacaré de aquí a rastras.
Entonces la chica lo miró. Se veía como una niña a punto de romper a llorar, sin ganas ni energía para seguir avanzando. Se acercó a ella con paso decidido. Hincó una rodilla en el suelo, justo junto ella, para poder cogerla mejor. Le pasó una mano bajo la axila y la otra buscó sus piernas para alzarla en el aire como a una princesa.
Mientras se levantaba agarrándola de esa forma, Harkan notó resistencia por parte de la chica, que movió sus piernas para evitar que el soldado las cogiese. Por un momento pensó que quería ponerse en pie por sí misma y se cuestionó si debería bajarla, pero parecía que la fuerza había abandonado su cuerpo casi por completo, y había un tramo largo que aún tenían que recorrer. Sería más rápido si se limitaba a llevarla en brazos. Soltó sus piernas, cumpliendo con sus deseos, pero en su lugar se la echó al hombro, cargándola como si fuese un saco de patatas. Le dio igual que su ropa se manchase.
Alisa no protestó. Se dejó llevar, sin ponerle más complicaciones al muchacho. En su mente se mezclaban sus emociones: estaba avergonzada por tener que ser transportada de aquella manera, pero también sentía cierta turbación en el corazón. Se sentía confundida, y aquel sentimiento llevaba embargándola muchos días, negándose a abandonarla desde que había entrado en aquel estúpido juego.
Mientras Harkan se dirigía al corredor que daba a la salida de la cueva, Alisa alzó la vista y observó al guardián, que se había mantenido en silencio en su sitio mientras todo ocurría. Esta vez la miraba a los ojos, pero seguía sin mostrar ningún tipo de expresión. Alisa se sintió identificada con la tristeza que reflejaban sus ojos al observarla. Mientras lo perdía de vista para siempre y se adentraban en el corto pasillo de piedra, Alisa cayó en la cuenta de que el guardián había sido el único testigo de aquel asesinato. Y pese a que jamás diría en voz alta lo que allí había ocurrido, sabía que no le haría falta contarlo nunca, puesto que aquellas pruebas estaban destinadas a promover la muerte de los criminales. Por la cual cosa, aquel asesinato era lo más insignificante del mundo.
Con el rápido ritmo que llevaba el soldado, no tardaron mucho en llegar al coche. Alisa se había mantenido callada mientras su cuerpo recibía las sacudidas del descenso por la montaña. Mientras bajaban, su mirada se había quedado fija en los zapatos del chico, que pisaban con fuerza la tierra sin detenerse. Una vez que llegaron al coche, Harkan la dejó con delicadeza en el asiento del copiloto. Después dio la vuelta y se sentó junto a ella, en el asiento del conductor. La observó por un momento, buscando sus ojos, pero Alisa no volvió la cara hacia él. Se quedó observando a través del cristal lo que tenían delante. El muchacho acabó desistiendo y arrancó el motor del coche para empezar el camino de vuelta a casa.
Durante el trayecto, echaba pequeños vistazos a la chica, que iba sentada en total silencio. Suponía que estaba enfrascada en sus pensamientos. Quizá estuviese haciendo lo contrario, dejando la mente en blanco sin pensar en nada. Pero él notaba que estaba ausente, era algo que se sentía a simple vista. Alisa era un rayo de luz, siempre llena de una vitalidad sorprendente pese a todo lo que le había ocurrido. Era una pequeña bolita de nervios que no sabía estarse quieta en el asiento por más de cinco minutos.
Sin embargo, ahora se mostraba totalmente apagada, abstraída en su cabeza olvidándose del mundo que la rodeaba, y de él. Era como un cascarón seco sentado a su lado. Con la mirada ausente perdida en la carretera, respiraba con un ritmo ordinario y pestañea cuando era necesario, pero no parecía su Alisa.
En cierto sentido, pensó que el causante de aquello podía haber sido él, pero era algo que no acababa de comprender. Durante el viaje de vuelta en coche, se carcomió la cabeza pensando. Su compleja mente no procesaba las cosas igual que la de ella, por lo que a veces no entendía cómo funcionaban sus emociones. Su abundancia de sentimientos a veces le resultaba desbordante. Todo lo que él no sentía, ella lo triplicaba. Era empática, dulce y alegre; todo lo contrario que él. El soldado no era consciente de que su alegría pudiese apagarse así de rápido, como si el viento hubiese soplado y apagado una llama.
Tras una larga hora de silencio enmarcada por el traqueteo del coche, por fin llegaron a casa. Alisa se sentía exhausta, agotada mentalmente. Ya se había hecho tarde, todas las luces estaban apagadas en la casa. Cuando entraron y le dieron al interruptor, vieron que Ciro no estaba en el salón. Alisa pareció activarse un poco al no ver a su hermano por ningún lado. Pero suspiró cuando vio la puerta de la habitación con la cama individual entornada. Se acercó con cuidado y miró por la rendija abierta de la puerta. El televisor estaba encendido y la luz de las imágenes se reflejaba en la cara de su hermano, que dormía con la boca abierta bajo las sábanas de la pequeña cama. El mando a distancia estaba en su mano, y aún dormido lo agarraba como si fuese un tesoro. Calcetines, situado muy cerca del filo, estaba a punto de caer al suelo.
Dejó a su hermano dormir tranquilo y se alejó de la habitación, dirigiéndose hacia la puerta que daba al baño. El soldado dio un paso hacia ella, como para intentar frenarla un momento, aunque sus brazos no se movieron.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Alisa se giró para observarlo. El agobio era latente en su expresión, lo observó como si estuviese cansada de estar a su lado, como si tuviese ganas de irse lejos y no regresar. Con media cara manchada de rojo y el pelo sucio, apretó los labios en una fina línea.
—Voy a lavarme un poco —murmuró en respuesta.
Sin mirarlo más, se adentró en el baño. Harkan la vio cerrar la puerta y se quedó allí quieto, sintiendo un pellizco desagradable en el pecho, una sensación similar a la insatisfacción.
Alisa, por su parte, no cerró la puerta del todo. Sentía que si la cerraba se ahogaría allí dentro. Se observó en el espejo. Su piel pálida se había teñido de rojo casi en su totalidad. Tenía el pelo pringoso y algo enmarañado. La sangre se había secado hacía mucho y había endurecido algunos de sus mechones oscuros. Incluso sus pestañas se habían puesto recias y unido entre ellas. Se observó las manos, que parecían haber sido sumergidas en un bote de pintura color vino. Aún le temblaban.
Aquello que había ocurrido no hacía más que recordarle la realidad, aunque fuese a golpes. En cualquier momento, podía ser ella la que acabase desplomada en el suelo con un agujero en el cráneo. Y otro podía ser su verdugo, como lo había sido esta vez Harkan. Saber que Harkan había disparado sin miramiento alguno a su rival la había afectado de verdad. Aquella frialdad con la que había apretado el gatillo le había abierto los ojos. No lo conocía realmente. Pensaba que sí, pero no había visto todos sus lados aún. Era cierto que Harkan era un soldado, debía estar acostumbrado a aquellas cosas, pero aun así le impactaba verlo de aquella forma. ¿Todos los militares tenían tan pocos escrúpulos para disparar como él? Suponía que sí... Al menos, agradecía no haberle visto disparar en directo. No quería mirarlo con otros ojos, pero sería algo difícil de olvidar. Lo tendría en cuenta en el futuro, para andar con más cuidado si llegaba un punto en el que las cosas se torciesen.
Una idea le vino a la mente y se dejó llevar por sus impulsos y pensamientos intrusivos. Con paso lento, se descalzó y entró en la ducha totalmente vestida. Su ropa, que había estado empapada de sangre, ahora ya se había secado, pero la mancha era tan grande que no se atrevía siquiera a tocar la tela. Tenía ganas de meterse bajo el agua y desaparecer por un instante.
Alargó la mano hasta tocar el grifo y lo abrió. El agua cayó de golpe sobre su cabeza; estaba fría, pero le dio exactamente igual. Sintió que aquello sería lo único que podría despejar su mente. Sus orejas se taponaron temporalmente por el agua, lo único que oía era el choque de las gotas contra el suelo de porcelana blanca.
Se quedó quieta bajo el caño de la ducha y comenzó a respirar con dificultad. Una tristeza inminente la embargó. Sus manos se movieron automáticamente hacia arriba. Se frotó la cara con fuerza y por las manos le chorreó agua roja. Bajo sus pies, el agua que se iba por el desagüe se pintó de rosa oscuro. Aquella visión comenzó a nublarle la vista y su respiración se volvió aún más irregular. Las lágrimas se desbordaron por sí solas. Sin darse cuenta, Alisa comenzó a llorar en silencio. Se agarró el cuello de la ropa, consciente de que, por los nervios, le costaba respirar. Sintió que estaba al borde de un ataque de ansiedad, por lo que intentó controlarse sin éxito.
Al estar rodeada de una cortina de agua, no se dio cuenta de que alguien había entrado en el baño y cerrado la puerta. De golpe, Alisa vio aparecer una mano grande y callosa que ya le era familiar. Harkan, situado tras su espalda, cerró el grifo, haciendo que el agua dejase de caer. Con cuidado, la agarró por los hombros para girarla y así verse cara a cara. Alisa vio que también iba vestido, como ella, y que su ropa se había mojado mientras se estiraba para cerrar el flujo de agua. Los bordes de sus pantalones se habían pigmentado con el rosa que flotaba en el suelo de la ducha.
El muchacho la observaba con el ceño ligeramente fruncido. Vio que a la chica le temblaban las manos, que ahora colgaban a ambos lados de su cuerpo. Las lágrimas caían por su rostro, surcándolo de rastros rojos que dejaban a su paso. Le pasó sus grandes manos por las mejillas y por los ojos, limpiándole el agua sucia y las lágrimas. La calidez del muchacho la abrazó, provocando que su llanto se detuviese, a pesar de que las lágrimas no dejaban de salir de sus ojos. Cuando hubo acabado de limpiarle un poco la cara, Harkan posó sus curtidas manos sobre las de ella, acunándolas para que dejasen de temblar.
Pese a haberse colado allí dentro, el muchacho no dijo nada. No era bueno consolando a la gente, las palabras nunca habían sido su fuerte. Prefería hacerlo con actos, demostrándole que estaba allí y que no estaba sola, fuese lo que fuese que le ocurriese de ahora en adelante.
Alisa lo miró a los ojos y su voz salió más aguda de lo normal, producto del llanto.
—No entiendo cómo puedes estar tan tranquilo después de haber matado a alguien.
Harkan habló con el tono más suave que Alisa le había escuchado usar nunca.
—Uno al final se acostumbra —contestó.
Ante aquella respuesta, la chica bajó la mirada. Esta recayó en sus manos unidas, en cómo recubría las suyas con delicadeza, como si estuviese sujetando algo extremadamente valioso. Ambos se quedaron callados. Harkan observó las gotas de agua incrustadas entre las pestañas de ella, y cómo estas brillaban junto a sus orbes verdosos. Estaba tan cerca como para verlos al detalle y distinguir las motitas más oscuras que poblaban el centro. Al poco, rompió el silencio.
—A veces la vida solo te da una opción y no puedes hacer nada más que tomarla —añadió.
Alisa escuchó cada una de sus palabras con detenimiento. Conforme su atención recaía sobre la presencia del muchacho, su respiración alterada fue tomando un ritmo más regular. Aun así, el corazón le martilleaba en el pecho con fuerza.
—¿Qué estarías haciendo ahora si no hubieses tomado este trabajo? —preguntó Alisa, alzando sus ojos de nuevo. Se encontró con la cara de él a menos de dos palmos, inclinada sobre la de ella. La observaba con aquellos ojos tempestuosos, sin perderse ni un ápice de su existencia.
—Probablemente estaría muerto.
De nuevo, silencio.
Alisa no sabía qué decir. No se esperaba aquella respuesta. Al final, todos tenían sus problemas, no sabía lo que debía haber vivido el muchacho hasta entonces. No tenía suficiente información como para juzgarlo, para condenarlo. Otra vez, sentía que descubría una nueva faceta suya; un lado más cercano, más humano. Le gustaba el Harkan que estaba viendo, pero en su mente contrastaba con el Harkan sin escrúpulos.
Todo pasaba demasiado rápido, tanto que Alisa se sentía mareada. No solo ahora, hacía semanas que lo sentía así. El tiempo, la vida, los sentimientos... todo era completamente volátil. La muchacha se dejó llevar por el calor corporal que desprendía el moreno, que estaba ahí para ella. El soldado la miraba sin apenas pestañear. Soltando una de sus manos, le pasó un dedo por el pelo que se le pegaba a la frente, intentando apartarlo a un lado.
El chico no obtuvo respuesta alguna a su extraña confesión. Sus ojos viajaron a la ropa de Alisa que, empapada por el agua, estaba manchada de un marrón rojizo. Su mano se dirigió hacia esta, agarrando el borde de la sudadera con dos dedos. Alzó la mirada hacia Alisa, observándola en busca de aprobación.
—¿Puedo?
Alisa notó el calor de su aliento en la cara cuando habló, le erizó el bello de la nuca. No estaba segura de lo que pretendía hacer, pero asintió con timidez. Harkan tiró de la prenda hacia arriba, haciendo que estirase los brazos para poder sacarla bien. Una vez tuvo la prenda en su mano, la lanzó al lavamanos. Su vista bajó hacia sus pantalones. Le pareció excesivo, por lo que no dijo nada, pero la chica pareció entender su mirada y con movimientos torpes se los quitó y entregó a él. El muchacho los tiró al mismo lugar.
Se quedó allí de pie en ropa interior. Cruzó los brazos sobre su pecho, empezando a sentirse avergonzada. No entendía bien por qué motivo le había seguido el juego, pero notaba el corazón en la garganta, justo donde unos minutos atrás se habían instalado unas ganas tremendas de vomitar.
Harkan la miró de arriba abajo antes de hacer lo mismo. Se quitó toda la ropa hasta estar en igualdad de condiciones, justo igual que ella, tan solo con unos bóxer negros. Alisa notó una mezcla extraña de emociones en su interior. Aún se sentía turbada, triste, desorientada, pero a la vez notó el leve rubor que empezaba a emerger en sus mejillas ante lo que estaba sucediendo. No tuvo tiempo de contemplar al muchacho demasiado. Admiró por unos segundos su cuerpo escultural, pero no tuvo el tiempo suficiente para observarlo al detalle, puesto que el soldado la agarró de los hombros para volver a darle la vuelta.
Harkan alargó el brazo para encender el agua de nuevo y Alisa notó su cuerpo a centímetros del de él. La ducha era pequeña, y su aliento le rozó la oreja. El agua empezó a caer en cuanto el chico tiró del mango hacia arriba. Esta vez, estaba templada. La notó resbalar por su piel descubierta y vio cómo, poco a poco, el agua del suelo volvía a teñirse de rojo, ahora un poco más suave.
Harkan la duchó. Con manos ágiles, le enjabonó el pelo y lo limpió con cuidado, ayudándola a quitarse toda la sangre seca de los mechones afectados mientras le hacía un agradable y sutil masaje en el cuero cabelludo. Después, con dedos suaves, fregó la piel de sus hombros y cuello hasta quitarle todo rastro de lo que había sucedido en la cueva. Las yemas de sus dedos acariciaron con suavidad sus brazos a la vez que le enjuagaba la cabeza de nuevo.
Alisa aceptó cada ayuda y gesto del soldado. Vivió cada roce de sus manos como un regalo. Pese a que tenía los sentimientos a flor de piel, Harkan le ayudó a manejarlos por unos instantes. Acabó de fregarse la cara y el cuerpo sola, mientras él miraba. Después del último enjuagón, una vez que ya no quedaba rastro del jabón, el muchacho la hizo girarse de nuevo. Con un dedo, le alzó la barbilla mientras le observaba el rostro. Ya no quedaba nada del desastre de antes. Su piel tersa estaba limpia, y el cabello húmedo volvía a relucir tan oscuro como siempre.
— Lista —concluyó él.
La tensión entre ellos se palpaba. Harkan inclinó la cabeza hacia un lado mientras la observaba, aún sin soltarle la barbilla.
—Sonríe —le pidió.
Pese a todo lo que había ocurrido, Alisa sentía que aún no tenía fuerzas para sonreír. Aun así, se forzó a hacerlo. Estiró las comisuras de su boca hacia arriba, haciéndole caso y mostrando una fina sonrisa. No se reflejaba en sus ojos, pero algo era algo.
—Así me gusta. Esa es mi chica.
*****
En su turno, Harkan se duchó solo. Mientras el chico también se permitía quitarse la suciedad del cuerpo, Alisa estaba tirada boca arriba en el pequeño sofá, con la vista perdida en el techo. Seguía procesando todo lo que había sucedido hasta ahora. Lo que acababa de ocurrir no había hecho que se esfumasen sus dudas, al contrario. La había ayudado a relajarse, pero el momento íntimo entre ellos no había hecho más que complicar más su confusión. Sus sentimientos por aquel muchacho eran complejos. Había descubierto que en realidad debía temerle, y sin embargo, justo después de eso, le había brindado un momento único y especial, se había mostrado cariñoso y detallista, y lo más importante, había acelerado el corazón de Alisa de tal forma que en algún momento pensaba que se iba a desmayar. Aún tenía los pelos de punta.
Aun así, la neblina en sus pensamientos no desaparecía. Tampoco sabía cómo hablar con él después de eso, y la verdad es que no quería hacerlo. Tenía ganas de desaparecer un rato y estar sola, sin que nadie en el mundo la buscase.
Cuando el muchacho salió de la ducha, ya se había puesto el pijama. Parecía relajado. Con una toalla se frotaba el pelo, que mojado parecía un poco más claro. Se detuvo cuando vio que Alisa estaba vestida con ropa informal. La muchacha acababa de ponerse las zapatillas y se estaba metiendo un par de cosas en el bolsillo.
—¿Qué haces? —le preguntó él desconcertado.
—Necesito salir a que me dé un poco el aire.
Harkan la observó, interiormente atónito, aunque en su expresión no lo mostró.
—¿A estas horas?
Alisa lo ignoró. En el momento en que acabó de atarse los cordones de las zapatillas, agarró la chaqueta y las llaves y se dirigió a la puerta. La mirada de Harkan se dirigió al reloj de la pared. Eran más de las doce.
—Vete a dormir y no me esperes, no sé cuándo volveré —insistió ella. Se negó a mirarlo demasiado tiempo a la cara. Desviando los ojos hacia la puerta, añadió algo más— Simplemente necesito... caminar un poco.
Harkan calló, aún con la toalla en la mano. Antes de que pudiese decir nada más, la puerta se cerró y Alisa desapareció de su vista. Se planteó seguirla, tenía muchísimas ganas de hacerlo. Su intuición le decía que debía hacerlo. Sin embargo, intentó reprimir sus instintos. Parecía que la chica huía de él, y aquello, por supuesto, no era bueno. Con los labios fruncidos, decidió que lo mejor era dejarla ir un rato, aunque no le parecía lo más responsable por su parte.
Lanzó la toalla al sofá con un suspiro. Pese a todo, lo mantendría todo el tiempo en vilo, arrepintiéndose de dejarla ir así. Se sentó muy serio en el sofá, dejándose caer a peso muerto. La espinita en su pecho se mantuvo clavada allí toda la noche.
Alisa caminó por la calle sin rumbo. La noche había caído completamente, y desde allí se distinguían algunas estrellas en el firmamento negro. No había nadie más que ella caminando por allí, aunque no le parecía extraño. No sería demasiado normal encontrarse por allí con alguien a esas horas de la noche, en un área residencial como aquella.
La muchacha alzó la cabeza al toparse con uno de esos carteles con direcciones. En él aparecía el Barrio de jade, justo en la dirección en la que estaba caminando. Se sintió tentada a ir hacia allí. Era de noche, y estaba en un distrito totalmente distinto; nadie la iba a reconocer. Era el único lugar del que había oído hablar y no tenía ganas de volver a casa, justo acababa de marcharse. Desde el principio le había generado algo de curiosidad el lugar, y necesitaba distraerse. Por eso mismo, su elección de la noche fue decidida, y empezó a andar hacia el célebre Barrio de jade sin pensárselo mucho.
Deambuló por las calles sin prisa, siguiendo los carteles que le llevaban hacia aquel lugar, y disfrutó del silencio y la calma de la noche. A ella no le gustaba caminar sola a esas horas cuando salía de trabajar, pero allí todo parecía distinto: no había gente, ni ruido, y no se sentía en peligro. Entendía por qué el distrito corazón era del agrado del soldado.
Como bien le había dicho Harkan al llegar a Qudon, el Barrio de jade no estaba a más de quince minutos caminando. Estaba justo en el centro, en el corazón de la ciudad. En cuanto Alisa empezó a acercarse a aquella zona, notó cómo aumentaba la vida nocturna de la ciudad. Justo en el momento en que puso un pie en el Barrio de jade, fue consciente de ello sin tener que leerlo en ningún sitio.
El suelo era de un color verde esmeralda y estaba repleto de baldosas brillantes y pulidas de una infinidad de tonos verdosos. Las tiendas y edificios de alrededor cumplían con la misma estética. Sus paredes estaban pintadas de verde aceituna, y todo allí era diferente, como estar anclado en el pasado. Era un lugar alegre, acogedor. La música se oía por todas partes y el lugar estaba lleno de luces y farolas que hacían que pareciese el sitio más vivo del mundo. Allí, la cantidad de gente era mucho más grande. Los jóvenes bailaban y reían, rebosando entusiasmo. El paseo estaba repleto de bares abiertos, de donde se escapaba dicha música.
Caminó por el paseo, fascinada por las baldosas bajo sus pies. Sus ojos iban de aquí para allá, admirando la belleza nocturna de todo lo que la rodeaba. Por primera vez en toda la noche, se sintió un poco animada. Era inevitable que no se le pegase a una un poco del espíritu de aquel barrio tan extraordinario y único. Su mano palpó su pantalón en busca de algo.
En el bolsillo llevaba los nafkas reales que le había pagado Kane Clover por sus servicios nocturnos en el As de tréboles. Por un momento, se paró a pensar que el local de su jefe pegaría mucho allí. Observó que las baldosas y colores verdes sólo se mantenían a rajatabla en la calle principal del barrio, pero que las pequeñas callejuelas que salían de este tenían el mismo espíritu que el paseo y ofrecían un ambiente un poco más íntimo, no tan colmado de gente.
Se metió entonces en una de esas calles, guiada por una canción que se le hacía conocida. Su oído la llevó hasta un pequeño bar iluminado en la esquina de la calle. Desde allí, vio que había muchos clientes, pero no tantos como en otros establecimientos. Por su mente pasó que podría ser un buen lugar para entrar y tomar algo. Tenía unas inmensas ganas de beber algo que le refrescase la garganta, que llevaba toda la noche seca a más no poder.
En cuanto puso un pie dentro del bar, se sintió relativamente a gusto. Era como ella había pensado. El interior era entero de madera, y en las mesas había clientes consumiendo bebidas y bocadillos mientras dialogaban alegremente con sus compañeros. Nadie se giró a mirarla al entrar.
Alisa optó por sentarse en la barra, que estaba vacía. Posó el trasero en un taburete bastante alto y espero a que el hombre que había allí la atendiese. Mientras tanto, sacó algunos de los billetes que había cogido y los contó. Tenía suficientes nafkas reales como para permitírselo, y ahora que vivía con el soldado, no le parecía tan mal gastar un poco de dinero en algo como aquello. Desde que cuidaba a Ciro por su cuenta, jamás se había permitido darse un capricho. En aquel instante pensó que era el momento perfecto para hacerlo por primera vez.
Esperó allí sentada mientras observaba la carta, que estaba colgada en la pared. Justo a su lado sintió una nueva presencia. Alguien se había sentado en el taburete junto a ella. Siendo lo más discreta posible, Alisa desvió la mirada para observar a aquel que ahora se encontraba allí sentado.
Era un muchacho que no debía de ser mucho mayor que ella. Iba vestido entero de negro, como si no quisiese llamar la atención de nadie. Había apoyado los codos sobre la barra y se estaba sacando los guantes de las manos. Mientras se los metía en los bolsillos, Alisa se percató de que llevaba un gorro de lana del mismo color que su ropa. De este, escapaban unos cabellos azabaches lisos y largos, que le llegaban más abajo de los ojos.
A Alisa le llamó la atención una especie de llavero que salía de su bolsillo, justo donde había metido los guantes. Parecía estar tallado en madera, y lo más curioso era que tenía la forma de una chistera.
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