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22

Avanzaban a un ritmo tranquilo. No querían apresurarse demasiado, pese a la urgencia de la situación y el rápido transcurso del tiempo, por si pasaban algo por alto que estuviese relacionado con la carta. Conforme se iban adentrando más en aquel pasadizo, el camino se hacía más estrecho y había menos antorchas que iluminasen el camino. Alisa andaba pegada a Harkan, con una mano sobre su espalda para evitar resbalarse en según qué tramos. 

El corredor era más largo de lo que habían pensado. Debía ser de unos cincuenta metros, que fuera no parecería mucho, pero allí dentro parecía un trayecto sin fin. De vez en cuando, el agujero en la roca se agrandaba, como si entrasen dentro de una pequeña cámara en medio de la ruta. Allí encontraban una nueva antorcha que les permitía ver relativamente mejor su alrededor. Entonces aprovechaban para mirar todos y cada uno de los huecos posibles. Hasta en las grietas resquebrajadas en las paredes. 

Alisa se sentía angustiada allí dentro. No es que tuviese algún tipo de claustrofobia, aunque nunca se lo había planteado, pero creía que no era el caso. La atmósfera allí era distinta. Era como imaginarse que una se estaba metiendo en las profundidades del mar sin tener la más mínima intención de dar media vuelta, y pensar en las miles de capas y litros que había sobre uno mismo para llegar a la superficie. La pequeñez de algunos puntos de la ruta la agobiaba, pero era una sensación extraña de expresar y que no sabía poner en palabras. Por eso mismo en ningún momento dijo nada y se dedicó a seguir al soldado.

Después de unos minutos caminando con pies de plomo, vieron que por fin llegaban a una salida. Harkan fue el primero en verlo y se detuvo unos segundos a observar lo que había allí, tapando por completo la visión a Alisa, que intentó ver por algún hueco entre las extremidades del chico. El soldado se levantó y paso por su lado, retrocediendo en la ruta, volviendo hacia atrás. Alisa lo siguió con la mirada, desconcertada.

—Quédate ahí —le ordenó.

La muchacha ni siquiera se movió, se quedó quieta, observando lo que hacía su compañero. Le vio retroceder un buen tramo hasta estar frente a una de las antorchas. Con fuerza y maña para no apagar el fuego, arrancó una de las antorchas de la pared y inició su camino de vuelta a ella. 

Alisa, por su parte, aprovechó para ojear aquello que el cuerpo del soldado no le había permitido ver. El corredor daba a lo que parecía un área muy grande. Estaba totalmente oscuro allí dentro, por lo que Alisa no podía ver cuál era la magnitud del lugar. Pese a ello, se oía un ruido húmedo, como si corriese agua. 

Harkan llegó a su altura y pasó por delante de ella. Con sumo cuidado salió del túnel sin hacer ningún movimiento brusco con el brazo, para no debilitar el fuego. Cuando hubo salido, posicionó la antorcha entre unas rocas y se acercó de nuevo a Alisa para ayudarla a bajar. La salida del pasadizo estaba algo elevada. Alisa se dispuso a saltar por su cuenta e intentar aterrizar sobre las rocas sin torcerse el tobillo o algo por el estilo, ya que, ahora que veía algo más el lugar, el terreno era bastante irregular y algunas piedras estaban sueltas. 

Puso una mano a un costado del pasadizo y se apoyó en el granito para intentar agarrarse, pero antes de que pudiese hacer nada, Harkan la tomó de la cintura y la alzó en el aire. Alisa se aferró instintivamente a su cuello, sorprendida. El muchacho la depositó en el suelo con cuidado, como si no pesase nada. En cuanto sus pies tocaron el suelo con firmeza, Harkan la soltó y se alejó para ir a recoger la antorcha. 

Alisa se quedó unos segundos congelada. Mentiría si dijese que no le gustaban aquellos pequeños gestos del muchacho. Sin embargo, seguían sorprendiéndola. Cada vez que notaba el roce de su piel sobre ella, aunque fuese con tela de por medio, sentía escalofríos en la columna. 

—Gracias —acabó diciendo.

Siguió al moreno hasta ponerse a su lado. Harkan movió la fuente de luz a su alrededor para intentar ver lo que les rodeaba. Cuando Alisa se percató, sintió un peso en la cabeza. El lugar era enorme, como si estuviesen dentro de una cúpula escondida en el interior de la montaña. A unos metros de ellos bajaba una especie de riachuelo tranquilo, de agua cristalina, por lo que llegaban a ver. Al otro lado del río la llanura seguía un poco, pero entonces aparecían nuevos caminos para explorar. Alisa contó por lo menos doce posibilidades distintas, doce caminos enrevesados y complicados que llevarían a dios sabe dónde.

Al darse la vuelta para mirar el lugar por el que habían venido, se percató de que, a parte de su salida, había otra más. Aquello quería decir que dos de las entradas de antes desembocaban allí, mientras que la otra daba a otro lugar distinto. Eso, o que desde otro punto diferente de la montaña también se podía llegar a allí.

—Esto es de locos —musitó Alisa sin creer lo que estaban viendo.

Era imposible encontrar aquella carta en dos horas. Había tantas posibilidades que uno no daba abasto. Se pasó una mano por la frente, apartándose el cabello del rostro. Harkan la observó sin decir nada. La chica iba a decir algo más, pero él la frenó alzando un dedo en su dirección, en señal de silencio. 

Había alguien por allí. Escucharon pasos a lo lejos, por lo que alguno de sus competidores debía estar escondido en algún lugar, inspeccionando alguno de los misteriosos caminos del otro lado del río. Harkan intentó visualizar a su rival, pero la luz de la antorcha no era lo suficiente potente como para permitirle ver bien en un sitio tan vasto como ese. Los pasos poco a poco dejaron de resonar conforme la persona se alejaba por alguna de aquellas rutas inciertas. En cuanto notaron que todo se inundaba de un silencio sepulcral de nuevo, Harkan volvió a hablar. 

—Ven, vamos —le dijo entonces. 

No podían perder el tiempo, así que el muchacho comenzó a caminar hacia el riachuelo. Con una gran zancada y un poco de impulso, el soldado atravesó el pequeño río sin ningún problema. Alisa lo siguió e imitó sus movimientos. Sin embargo, sus piernas eran más cortas y su pie cayó justo en la orilla rocosa, húmeda por el vaivén del agua. Logró mantenerse en pie sin perder el equilibrio, pero cuando la otra pierna quedó suspendida en el aire para apoyarse también sobre ese lugar, su zapato resbaló sobre la superficie mojada y el cuerpo de Alisa se precipitó hacia atrás.

Harkan la agarró con reflejos de lince. La sujetó por la cintura, evitando que cayese al agua y se golpease la cabeza contra las piedras. Alisa se agarró por instinto de nuevo a él, esta vez de su ropa. Se quedaron quietos así, mirándose mientras la muchacha pendía casi en el aire, estirada hacia atrás; ella con los ojos muy abiertos por el susto, él serio, pero con mirada intensa. 

El aire de los pulmones de Alisa había desaparecido en cuanto había sentido que su cuerpo caía hacia atrás. Cuando el muchacho la pegó a él para evitar la caída, sintió que el oxígeno seguía negándose a entrar en sus bronquios.

—Ha sido culpa del suelo —intentó justificarse de golpe—. Es muy resbaladizo.

—No he dicho nada.

La ayudó a recobrar el equilibrio y la sujetó de la cintura hasta que se aseguró de que tenía ambos pies pisando firmes las rocas. En el momento en que la soltó y se alejó de ella, Alisa notó que por fin podía volver a respirar. Carraspeó, avergonzada por haber sido tan torpe y con las mejillas levemente sonrojadas. 

Para evitar mirarlo de nuevo, lo adelantó y comenzó a caminar hacia una de las nuevas grutas abiertas ante ella. Se guió por la luz que desprendía la antorcha de Harkan, y fue observando el suelo a su alrededor por si veía algo parecido a una carta, aunque dudaba que se encontrase allí, en un lugar tan abierto, y por donde debían haber pasado casi todos los demás. 

Llegó al más cercano de los caminos y asomó la cabeza. Estaba todo totalmente a oscuras, como en los demás. Entró en el estrecho corredor sin ver demasiado bien dónde pisaba. Tanteó con las manos el aire y el techo frente a ella, para evitar chocarse con nada. Antes de que se adentrase demasiado, notó cómo el pasillo pedregoso se iluminaba más y una mano le tocó el hombro. Se giró para encarar a Harkan, que parecía querer detenerla.

—Espera —pidió.

Alisa se detuvo. Él tenía el ceño ligeramente fruncido. La muchacha sabía que quizá se había precipitado por la vergüenza, pero tenían que seguir adelante. Estaba abierta, por supuesto, a escoger cualquiera de las otras grutas, pero tenían que empezar por alguna, y todas eran demasiado parecidas.

—Las profundidades del monte son muy extensas —le recordó el soldado—, no podemos ir a la ligera.

La muchacha observó respectivamente al agujero negro al que se estaba dirigiendo y al soldado. Aquello era un dato que ya sabía. No intuía por qué motivo lo sacaba a relucir su compañero. Ante la mirada confundida que le dio la muchacha, Harkan siguió hablando.

—Hay infinidad de pequeñas cavernas ahí dentro, es muy fácil perderse.

Eso era cierto. Desde que Alisa había entrado a las entrañas de aquella dichosa montaña, le parecía que estaban adentrándose cada vez más en un laberinto, diseñado para que uno avanzase y avanzase, pero no pudiese ver el final. También era algo que la inquietaba. Llevaba pensando en ello desde que había visto los tres caminos en la sala de espera de la prueba. Sus ojos viajaron a las manos del chico a la vez que sus neuronas conectaban y le brindaban una idea para solucionar el problema.

—¿Tienes la daga del otro día?

Harkan alzó una ceja, pero se metió una mano en el bolsillo sin dejar de mirarla mientras tanteaba en busca del arma. Sacó el cuchillo y se lo enseñó, agarrando la hoja para que Alisa cogiese el mango. La chica lo tomó y se acercó a la pared. Haciendo fuerza, rascó la áspera superficie hasta que consiguió rayarla lo suficiente para que se distinguiese lo que parecía ser una cruz. Señaló el dibujo con la mano mientras le devolvía el arma al muchacho.

—Si marcamos el camino no nos perderemos.

Aquello le recordaba a un cuento que había leído de pequeña. Marcar el camino parecía una solución relativamente buena, aunque no tenían demasiado tiempo para pensar en algo mejor. 

Pese a su idea, no parecía suficientemente convencido. Negó con la cabeza mientras miraba hacia un lado, como si estuviese pensando. Alisa no entendía por qué dudaba. Si tenían el suficiente cuidado, no tenía por qué ocurrirles nada malo. Bastaba con seguir los símbolos que fuesen dibujando una vez que decidiesen dar media vuelta.

—Está lo suficientemente oscuro como para cumplir lo que decían las palabras del guardián. Ya nos advirtió de que no era visible a simple vista —insistió Alisa.

Harkan se pasó una mano por el cabello, estirándolo hacia atrás. No la miraba. Con los ojos puestos en el dibujo improvisado, parecía estar meditando algo que le carcomía la cabeza. Alisa se fijó en que seguía con el ceño fruncido, quizá por el conflicto que debía haber en sus pensamientos. Había algo que no podía ignorar y sentía que debía seguir su instinto. Se mantuvo callado unos segundos mientras cavilaba acerca de la cuestión.

—Creo que por aquí no es —razonó finalmente.

—¿Cómo?

Harkan retrocedió en el túnel, saliendo de nuevo al espacio abierto en el que habían estado antes con paso apresurado. Alisa lo siguió. Si tenían que hablar bien las cosas, era mejor hacerlo allí que en aquel pasillo asfixiante.

—Es una localización muy complicada como para encontrar una carta en dos horas —expuso el moreno una vez que ambos estuvieron fuera de la gruta—. Puede que la escogiesen justo por eso, para hacernos perder el tiempo y desviar nuestra atención.

—¿Qué quieres decir?

Alisa se cruzó de brazos mientras lo escuchaba. Entendía lo que quería decir en cierto modo. Seguro que habían escogido un lugar como aquel para que la prueba tuviese cierta dificultad. Es más, si se perdiesen algunos jugadores en el interior de la montaña y no encontrasen nunca la salida les vendría genial a los organizadores. Tendrían unos cuantos nombres para tachar de la lista. Sin embargo, no acababa de entender a lo que se refería con desviar su atención. ¿Desviar la atención de qué exactamente?

—El objetivo de la prueba debe ser que nos perdamos en estos túneles sin fin. Por eso mismo tenemos que darnos la vuelta.

—No entiendo nada.

Aquello último la descolocó por completo. Volver significaba ir donde el guardián, pero no había nada que pudiesen hacer en aquel lugar. El hombre no les diría absolutamente nada, y no había ni una cosa allí que no hubieran visto ya. Además, dudaba mucho de que la carta estuviese fuera de la cueva. Si eso fuese así, la carta no merecía ser un seis de corazones, sino un número mucho más alto. Nadie en su sano juicio pensaría en buscarla fuera.

Ya no sabía qué pensar. No tenía más ideas. No descifraba para nada lo que estaría pasando por la cabeza del soldado. 

—Tengo una corazonada.

Este se acercó a ella un paso más, buscándola con los ojos. Estaba segura de que la duda y la confusión se reflejaban con claridad en su rostro. 

—Confía en mí.

No pudo decirle que no. Tampoco tenía ningún plan en mente que seguir. Asintió con lentitud, y la mirada de él pareció brillar con determinación. Antorcha en mano, se dirigieron al túnel por el que habían vuelto. Harkan la ayudó a atravesar el arrollo y a subir y después tomó la delantera, guiándola como si fuese un mesías, llevando luz al camino. Alisa lo siguió sin decir nada, intentando averiguar cuál era aquella corazonada suya mientras dejaban atrás el corazón de la montaña.

Al ir a toda prisa, tardaron mucho menos en volver. El lugar estaba vacío, como era de esperar. Harkan dejó la antorcha tirada en el suelo y se dirigió con decisión hacia el guardián, que no se inmutó ni se movió un ápice con su llegada. Sus ojos lo examinaron con detenimiento. Los bloques estaban posicionados exactamente igual que la última vez que habían estado allí, lo que quería decir que no los había movido. El viejo, en cambio, tenía la mirada perdida en el corredor de entrada a la cueva. Estaba tranquilo, con las piernas cruzadas sobre el suelo y las manos sobre los muslos. Parecía estar a la espera.

—No ha cambiado nada —musitó Harkan en voz alta mientras pensaba.

—¿Qué se suponía que tenía que cambiar?

—No lo tengo claro.

Esta vez fue Alisa quien frunció el ceño. Lo observó achicando los ojos. ¿Tenía una corazonada, pero no sabía exactamente qué era?

Mientras hablaban, el viejo empezó a toquetear los bloques con un dedo, como había hecho hacía un rato. Harkan no pasó aquello por alto.

—¿Puedes contestar a alguna de nuestras preguntas?

—Es inútil, no va a decir nada.

—Déjame probar —contestó él.

A su lado, el guardián aprovechó que dialogaban de nuevo para coger un bloque y posicionarlo en aquella extraña construcción que parecía haber dejado a medias. Harkan dejó de mirar a Alisa cuando percibió los movimientos del viejo. Se agachó, justo como había hecho antes el grandullón del bigote, para estar a su altura mientras le hablaba. El guardián desvió la mirada hacia el resto de piezas, y movió el dedo en el aire, como si las estuviese contando con parsimonia. 

—¿La carta está dentro de la cueva? —inquirió el soldado.

Esperó expectante su respuesta. Una que nunca llegó. En su lugar, el guardián le contestó con silencio sepulcral. Continuó absorto en su juego. Por segunda vez consecutiva desde que habían vuelto a verle, agarró un nuevo bloque y lo añadió a su figura. Harkan inclinó la cabeza hacia a un lado mientras lo analizaba con ojos calculadores. «Te lo dije», pensó Alisa. Dirigirse a aquel hombre era un despropósito, una total pérdida de tiempo; no servía de nada. 

Sin embargo, Harkan no se rindió.

—¿Estás muerto?

—¿Por qué diablos le preguntas eso? —Alisa abrió los ojos un poco más de lo normal, sorprendida por la estupidez de la pregunta. Era obvio que no. Además, ¿para qué diantres le preguntaba eso? Estaba totalmente fuera de lugar. Si pretendía pillarlo con la guardia baja preguntando cosas absurdas para ver si abría la boca, Alisa se temía que así no iba a conseguirlo. 

El viejo guardián, por su parte, continuó ignorando al soldado. Haciendo caso omiso a sus palabras, agarró dos bloques y los sumó a la estructura de su creación, que poco a poco iba tomando forma. 

—¿Respiras agua como los peces? —volvió a probar Harkan.

Cada pregunta era peor que la anterior. Alisa sentía que estaba presenciando el momento más surrealista que aquel chico podría brindarle. Apretó los labios, aguantándose las ganas de reír. No sabía si por la incoherencia de la situación o porque se estaba poniendo nerviosa. El tiempo corría y podía sentir la aguja del reloj golpeándole la nuca conforme los segundos pasaban.

El guardián siguió en su línea, concentrado únicamente en su juego infantil. Volvió a agarrar dos bloques y los puso en la cima de lo que ya empezaba a parecer una torre. Una vez acomodadas las piezas, volvió a tocar las demás, a la espera de encontrar una que fuese de su agrado. El muchacho se incorporó en su sitio de golpe, poniéndose en pie como un resorte. 

—Lo sabía —exclamó emocionado.

Alisa se puso seria de golpe, desconcertada. Ahora ya estaba totalmente perdida. Quizá fuese porque no se había fijado bien en los detalles, o quizá porque se le diesen mal los juegos de lógica, pero sentía que el soldado estaba jugando a un juego distinto al de ella, y parecía que no estaban viendo lo mismo. Él se giró para observarla con una mueca extraña. Parecía excitado, casi contento, aunque su rostro se negaba a dejar salir una sonrisa. Sus ojos se encargaban de expresar lo que sentía. Alisa observó aquellos iris grises e intentó comprenderlo.

—Tenía razón —continuó él ante el silencio de su compañera—. Cuando estábamos abajo recordé las cosas que dijiste frente a él antes y cómo había empezado a coger esos rectángulos. Pensé que solo estaba intentando entretenerse mientras esperaba y escogía bloques al azar, pero ahora estoy seguro al ochenta por ciento de que eso no es así.

Alisa ni siquiera había dado importancia a aquello, ¿y él le estaba diciendo que significaba algo? No se acordaba ni de cuántos bloques acababa de coger el hombre, y había ocurrido solo unos segundos atrás. Su cerebro no había procesado aquello como información importante. Estaba claro que las mentes de ambos funcionaban de forma distinta, y que Harkan estaba siempre atento a todos los detalles que lo rodeaban, más aún en momentos como ese. 

Aun así, seguía sin entender demasiado el punto del soldado. Se había fijado en que el viejo cogía piezas, bien. ¿Y qué? ¿qué tenía aquello que ver con la prueba? Pareció que Harkan le leía la mente, porque justo después de que aquel tipo de pensamientos pasasen por su cabeza, respondió a sus dudas.

—Sí que puede responder a las preguntas que le hagamos, pero no con palabras —aclaró el soldado para culminar con su hipótesis—. Usa las piezas. Los bloques son un código. 

Alisa se quedó atónita. Jamás habría pensado en algo como aquello. 

—Coge un bloque para contestar que sí. Cuando quiere decir que no, coge dos —ilustró.

A la muchacha se le escapó una risa nerviosa. Era una idea demasiado enrevesada. Si nadie iba a pensar en que la carta estuviese fuera de la cueva, en aquello menos aún. No acababa de creer que la idea del soldado fuese cierta. No había forma de demostrarlo. Si eso era así, el guardián jamás lo admitiría con palabras para confirmárselo. 

—¿Cómo estás seguro de eso? —cuestionó, escéptica.

—Pregúntale algo obvio y veremos si es verdad.

«Así que de ahí venían las preguntas». Al explicarle el soldado su hipótesis, debería haberlo sabido. Había estado interrogando al viejo sobre cosas imparciales, es decir, que tenían dos únicas respuestas: sí o no. Cuanto más evidente y tonta fuese la pregunta, más fácil era identificar los movimientos del viejo para crear un patrón. Siguiendo el razonamiento que creía que había hecho el chico, Alisa pensó que no estaba de más comprobarlo ella misma, como bien le había sugerido.

Preguntó lo primero que se le ocurrió.

—¿Tienes tres brazos? —al instante se sintió realmente tonta. La respuesta era clara, pero ese tipo de preguntas eran las que podrían ayudarla a intentar verificar mínimamente la teoría del moreno. El guardián, haciéndose el desinteresado, o así lo veía Alisa desde que Harkan había planteado aquella idea, escogió dos bloques cercanos y los puso arriba de todo de su construcción. Poco a poco comenzaba a tomar una altura considerable.

«Uno para "sí". Dos para "no"», se recordó. Volvió a probar con otra pregunta más:

—¿Soy de color azul? —el guardián, tomando un ritmo más dinámico ahora que las palabras volaban con facilidad, agarró dos piezas más. «Pura coincidencia», pensó. Tuvo que volverlo a intentar— ¿Es de día? —el hombre volvió a coger dos bloques más. Alisa abrió los ojos, sorprendida. Aquello aún podía considerarse una coincidencia, y aun así...— ¿Eres humano? —interrogó, soltando una cuarta pregunta. El hombre escogió la pieza que más le llamaba la atención y la añadió a su colección. Un único bloque. Harkan, a su lado, la observaba satisfecho. No había duda de que su teoría tenía fundamentos. No solía sentirse tan bien con sus logros personales, pero que aquello ocurriese frente a ella de alguna forma le hacía sentir orgulloso. Alisa se atrevió a hacer una última pregunta— ¿Estamos en Veltimonde?

El guardián se apoderó de un nuevo bloque. Lo puso en el punto más alto, pero esta vez en vertical, como si representase la punta de su torre. La figura era estable. Pese a que había sido construida a la ligera, no se tambaleaba para nada. El hombre observó su creación con una expresión no tan imperturbable. Parecía algo complacido. No tenía cara de mala persona, sus facciones eran suaves y amigables. Pese a que estaba cumpliendo con su rol a la perfección, daba la impresión de que era una persona confiable.

El hombre acercó un dedo a la base. Con la punta del índice, golpeó una de las piezas que sujetaban y mantenían el equilibrio de la estructura. De esta forma tan intencionada, la torre se derrumbó. Volvió a dejar un espacio para hacer una nueva construcción y esparció las piezas a su alrededor. Con aquel gesto daba la impresión de que acababa de cerrar una tanda de preguntas, pero que se disponía a iniciar otra nueva. Alisa abrió la boca, fascinada por el hecho de que el soldado hubiese tenido razón desde el principio. Se giró hacia él con aquella expresión en el rostro.

—¿Pero cómo demonios te has dado cuenta de eso? —exclamó impresionada. La pregunta parecía más una exigencia proveniente de la admiración. Él, con las manos en los bolsillos del pantalón, respondió con sinceridad.

—Antes me fijé en que cuando te estabas quejando él movía las piezas de una u otra forma. Parecía como si te estuviese escuchando, aunque fingiese no prestar atención. Ahora sabemos que te estaba contestando. Esperaba a que hablases para responder a tus reflexiones y preguntas. A parte de ti, nadie había hecho ninguna pregunta, al menos no después de que sacase lo que ha resultado ser su medio de comunicación.

Alisa hizo memoria. «¿Enserio ese hombre merece ganar una carta después de comportarse así?», creía recordar que había dicho. También algo como «¿Si probamos a preguntarle adecuadamente, no crees que quizá sí responda a nuestras preguntas?». Sí que se acordaba de haber visto al hombre coger un bloque después de hacerle aquella última pregunta Harkan, lo que significaba que el guardián había estado dispuesto a resolver sus dudas desde el principio, y por tanto, sí había contestado a su pregunta. Se llevó una mano a la boca para ocultar su asombro. Contenta, le dio un manotazo a Harkan en el brazo.

—¡Eres un genio! —Harkan se mantuvo serio, pero Alisa veía en su pose que había recibido su halago con gusto—Menuda memoria tienes —añadió.

El chico se acercó de nuevo al viejo y se acuclilló de nuevo frente a él. El guardián, cumpliendo con su rol hasta el final, meneó las piezas con un dedo y fingió que pensaba bien cuál escoger, como el niño que menea la comida cuando no le gusta y busca el bocado que parezca más decente para comérselo y así no enfadar más a su madre. Harkan, ahora que ya sabía a qué estaba jugando el hombre, no se anduvo con rodeos y fue directo a preguntar.

—¿La carta está en esta montaña de verdad?

El hombre cogió su primer bloque y lo colocó para empezar a montar la base de su nueva obra. Harkan atacó de nuevo con otra pregunta, intentando hilar un poco más fino.

—¿Está en aquella dirección?

Señaló los caminos que llevaban al interior de la sierra. Al viejo no le hizo falta mover la cabeza para saber a qué se refería. Con determinación, agarró dos bloques que puso a ambos costados del primer elegido. Su base ya estaba montada, era hora de empezar a escalar más alto. 

—Entonces está aquí —concluyó Alisa. Ambos se giraron instintivamente para mirar a su alrededor. Pese a la pobre iluminación que proporcionaba la hoguera, se veía a la perfección que allí no había ninguna carta, y no había huecos donde esconderla. Alisa pensó por un momento que quizá podía estar en el fuego, pero no tendría sentido porque ella tenía que recibir la carta en mano.

—¿La tienes tú? —dejó caer el soldado.

El guardián tardó un poco más en contestarles. Pareció pensárselo bien. Con movimientos lentos, alargó la mano hacia las piezas desperdigadas en el suelo. Capturó entre sus dedos una única pieza que elevó hasta ponerla frente a su cara, estirando bien el brazo. La observó con detenimiento antes de dejarla sobre los otros bloques de madera. 

Alisa se agarró al brazo de Harkan. Ya lo tenían. La atesoraba él. Sólo faltaba encontrar dónde. La chica no sabía si sería muy legítimo cachearlo y rebuscar entre su ropa. De cualquier forma, la carta era un objeto muy fino que podía pasar desapercibida después de un simple toqueteo. 

Al observar la ropa que llevaba puesta, tuvo la sensación de que si estuviese entre las telas de su vestimenta sería algo demasiado obvio. No podía ser tan fácil. Además, iba vestido de forma llamativa, lo que haría la cosa aún más obvia. Se puso a pensar entonces en alternativas, otros lugares donde el hombre pudiese guardar una carta. 

En los pies no podía ser, puesto que iba descalzo. Con sus orejas ocurría algo similar, puesto que el hombre era calvo y no tenía pelo que las cubriese, de forma que todo quedaba muy rápidamente al descubierto. Pensó entonces en aquello de lo que les había advertido el hombre al principio. Era difícil de ver. Quizá era difícil porque sólo se dejaba ver cuando uno quería.

Esto podía significar que el lugar la mantenía oculta... hasta que el portador decidiese abrir una rendija de luz que conectase con el mundo exterior, ¿verdad?

Harkan pareció querer adelantarse para preguntar algo, pero Alisa le puso una mano delante, frenándolo, y habló antes que él.

—¿Puedes abrir la boca?

En esta ocasión, el viejo no cogió ningún bloque. Tardó un poco, pero por primera vez en toda la noche, sus labios resecos y rugoso se separaron, permitiendo la entrada de aire en su cavidad bucal. Abrió las fauces como un león, mostrándoles el interior de su boca sin reparo. Alisa frunció el ceño y se llevó la mano a la boca al sentir un atisbo de arcada. 

El hombre tenía todos los dientes de la boca intactos, de un color entre blanco y gris. La lengua, en cambio, estaba ausente. En su lugar, había algo que no se podía llamar muñón. Aquella zona estaba toda cosida de mala manera, y pese a que seguro que ya había pasado mucho tiempo desde que alguien le había hecho aquello, la zona estaba teñida de un color liláceo que no tenía demasiado buen aspecto. Le habían amputado la lengua y ver aquello le revolvió a Alisa las entrañas en un abrir y cerrar de ojos.

—Así que eres mudo de verdad —comentó el soldado.

Harkan se percató de que había algo entre las muelas que sobresalía. Era transparente, pero en él brillaba el fulgor de las llamas de la hoguera. Le hizo un gesto al viejo, señalándose su propia boca. 

—¿Nos darías eso que tienes ahí? No me apetece tener que cogerlo yo.

El viejo se metió las manos en la boca. Con diligencia se hurgó entre las encías hasta encontrar el trozo de plástico incrustado entre sus muelas. Lo extrajo sin problemas y, antes de entregárselo al soldado, lo secó un poco con su propia ropa para que no tuviesen que mancharse los dedos con su saliva.

—Todo un detalle —mencionó el moreno, con un ligero tono jocoso.

Cuando lo tuvo entre sus manos, Harkan identificó la misma bolsita de plástico con zip de la última vez. La abrió y sacó de dentro un trozo de cartón doblado. Lo alargó hacia Alisa una vez que lo hubo desplegado.

—El seis de diamantes —murmuró ella. Observó la carta como si fuese un tesoro.

—Ahora que la tenemos, deberíamos irnos cuanto antes —insinuó Harkan. En realidad, no era una sugerencia, y Alisa lo sabía—. Deberíamos ser lo más discretos posibles. Voy a asegurarme de que no hay nadie cerca y en cuanto lo vea claro nos vamos.

Alisa asintió con la cabeza y le dio la razón. Su acompañante no tardó en cumplir sus palabras. Con paso ligero se alejó de ella y comenzó a caminar en dirección a los tres caminos, no tardó mucho en verlo desaparecer tras la hoguera. Alisa volcó, entonces, su atención en el mudo guardián.

—Gracias por tu ayuda.

El hombre no reaccionó. Se quedó allí mirándola con el mismo gesto que había tenido todo el rato. Alisa, en cambio, le sonrió con lástima. Le daba pena haber visto aquella imagen de él. Aquello no había sido autoinfligido, estaba claro, y no se imaginaba lo que había debido vivir para que le sucediese algo como aquello, pero sintió una gran compasión al observarlo. 

El guardián apartó la mirada de la chica y la fijó en su construcción a medias. Con la mano, le dio un suave golpe y la desmontó por completo. Alisa volvió a prestarle atención a la carta que tenía entre sus manos. Aún no se lo creía. Pasó los dedos por las marcas que habían quedado en el naipe tras haber sido doblado en pedazos tan pequeños. Mientras la observaba con esmero y esperaba el regreso de Harkan, una voz grave resonó por la caverna como un aullido infernal.

Alisa se congeló en su sitio al oírlo y sintió cómo dejaba de respirar de nuevo al ver a aquella persona acercándose a ella a toda velocidad, casi echando humo por las orejas.

—¡Esa carta es mía!

El hombre del bigote estaba a una muy corta distancia. Sus pasos retumbaban en toda la cueva y Alisa sintió que se le descomponía el cuerpo al verlo venir directo hacia ella con las manos por delante. Se quedó quieta en su sitio, casi incapaz de reaccionar. La sombra de él se cernió sobre ella en un abrir y cerrar de ojos. Todo pasó tan rápido que no tuvo tiempo para procesarlo. 

Cuando sus manos estaban a punto de alcanzar el cuello de la muchacha, se escuchó el sonido de un disparo. La bala atravesó la cabeza del grandullón, entrando por atrás y saliendo por la frente. En cuestión de segundos, Alisa se encontraba tirada en el suelo, con el cuerpo sin vida del fortachón tendido encima de ella y la cara manchada de sangre, que salía a borbotones de la herida en la cabeza del muerto.

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