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21

Alisa tiritaba un poco en el momento en que llegaron a la entrada de la pétrea cueva. Como bien habían visto desde abajo, el interior estaba iluminado parcialmente. La chica se había quedado parada observando las pequeñas antorchas que se repartían por el suelo ante ella. Harkan puso la palma de la mano en su espalda, justo entre los omoplatos, para instarla a que siguiese avanzando. De esa forma entraron en la boca de la montaña que, ominosa, parecía abrirles el acceso a sus entrañas. 

Pese a que dieron unos primeros pasos dentro de la desconocida caverna, no se veía más que un pasillo rocoso vacío que se torcía hacia un lado, como en una curva, y que desaparecía de su visión. El soldado retiró la mano de la espalda de la chica, pero la dejó cerca, casi flotando en el aire, y se mantuvo a su lado sin despegarse de ella. No tenían ni idea de lo que estaba sucediendo ni de lo que podía estar esperándoles allí dentro, por lo que prefería quedarse así, para protegerla si era necesario.

Los pequeños farolillos parecían estar guiándolos hacia el interior de la cueva. El fuego brillaba enérgico en pequeñas llamas refulgentes. Caminaron despacio, avanzado por el estrecho pasadizo casi con pies de plomo. Cuando llegaron a la curva y dejaron de ver la entrada de la cueva, Alisa empezó a ponerse más nerviosa. Poco después llegaron a ver una luz menos potente al final del corredor, además de la sensación de que este último se expandía en una sala más grande.

En el momento en que ambos llegaron al lugar donde terminaba el pasaje y pusieron un pie en la nueva estancia, Alisa buscó inconscientemente el brazo de Harkan para aferrarse a él. El soldado se dejó tocar, estaba más ocupado observando a los individuos que había frente a ellos.

—Son pocos —le susurró a Alisa cerca del oído para que el comentario solo fuese audible para ellos dos—, aunque más de los que me esperaba teniendo en cuenta la localización.

Alisa no dijo nada. Los susodichos eran seis y estaban repartidos por la pequeña cámara en la que se encontraban. Había dos chicos jóvenes de mejillas chupadas y ojos maliciosos sentados a un lado. Parecían mayores que ella, aunque no más que Harkan, y era evidente que iban juntos. A Alisa le resultó extraño, puesto que, si ambos eran como ella, solo uno conseguiría la carta, de modo que al otro no le serviría de nada el logro de su supuesto compañero. Aunque quién era ella para juzgar. No podía decir nada cuando tenía un robusto agente de la ley que le cuidaba las espaldas. Los dos chicos no parecían estar nerviosos. En la cámara reinaba el silencio, pero los únicos que parecían romperlo eran ellos, que cuchicheaban en voz baja y ocultaban la risa mientras observaban a sus competidores.

Cerca de aquel dúo había una mujer de una edad más avanzada. Llevaba el pelo castaño oscuro recogido en una coleta y, por su expresión, no parecía tener muchas ganas de aguantar todo aquel suplicio. Estaba seria, pero sus cejas se mantenían fruncidas, a pesar de que tenía la mirada perdida en el suelo. Al otro extremo de la cámara había un tipo sentado en el suelo, escribiendo algo extraño en una maraña de papeles arrugados que se había sacado de los bolsillos. Parecía realmente concentrado en su tarea, tanto que Alisa estaba segura de que no había reparado en la llegada de nuevos jugadores. Le vio colocarse bien las gafas, que habían resbalado un poco por su larga y afilada nariz. 

La mirada de Alisa se desvió al hombre que había sentado en el centro de la sala. Debía tener unos sesenta años, y parecía estar tan relajado como si estuviese en una sauna. Su atuendo era algo diferente al de los demás, que venían preparados para pasar desapercibidos entre las sombras de la noche. El hombre llevaba una especie de túnica azul, similar a una especie de batín de seda. Estaba sentado con las piernas cruzadas, dejando ver que llevaba unos pantalones a conjunto, y junto a él había una bolsa de tela que protegía con su brazo. Se había situado justo frente a una pequeña hoguera, que era la única fuente de luz en aquella zona. El fulgor amarillento de las llamas se reflejaba en su calva, donde ya se podían ver algunas manchas oscuras, fruto de la edad.

No les prestó mucha atención al entrar, su rostro calmado se mantuvo ensimismado con el fuego. Sin embargo, el último desconocido sí que los observó con total desagrado. El lugar tampoco era demasiado espacioso, por lo que Alisa y Harkan se situaron en el único hueco disponible que quedaba, justo junto a dicho individuo. En cuanto los vio acercarse los miró de arriba abajo con rechazo, casi como si la aparición de más competidores le desagradase por completo. Quizá fuese por Harkan, que tenía cierta presencia y a ojos de cualquiera parecería un rival serio. El soldado no se empequeñeció ante la mirada antipática del otro, al contrario, se cuadro más, mostrándole de vuelta la gelidez característica de sus ojos grises para luego ignorarlo por completo. La indiferencia del soldado pareció molestarle, ya que al instante soltó un bufido y desvió la mirada hacia el lado contrario, donde el hombre de las gafas seguía observando sus notas.

Alisa se percató de cómo, sutilmente, Harkan se posicionaba entre ella y el hombre, haciendo de barrera entre los dos y dándole la espalda a este para estar cara a cara con ella. De aquella forma el otro no podía ni mirarla. Internamente se lo agradeció con creces; aquel desconocido le generaba cierto recelo y, siendo sinceros, le daba algo de miedo. Era alto y grande como un toro, llevaba el pelo en una trenza rapada por los lados y tenía un bigote puntiagudo que le tapaba el labio superior. Debía tener más de treinta y cinco años y su expresión ofuscada no le daba demasiada seguridad a Alisa. Tampoco el ancho de sus brazos, que eran casi como dos de los de ella, y siendo poco generosos.

El lugar en el que se encontraban parecía una especie de sala de espera. Todos estaban allí en silencio, aguardando el inicio de la prueba que debía estar a punto de comenzar. Aun así, a su alrededor había tres corredores más que llevaban a nuevas cámaras sin explorar. Era extraño que nadie se hubiese atrevido a ir más allá, aunque lo lógico era quedarse cerca de la hoguera hasta que llegase la hora estipulada y descubriesen qué diablos les tocaría hacer aquella noche. 

El silencio y la espera mantenían tensa a Alisa que, quieta en su sitio, no sabía qué hacer durante aquella inacabable espera, a pesar de que tan solo habían transcurrido unos minutos desde su llegada. Harkan, que tenía uno de sus hombros apoyados en la pared rocosa, miraba por encima de la cabeza de ella. Parecía relajado, aunque no al nivel del viejo sentado en el suelo. La chica le dio un pequeño puñetazo al soldado en el pecho para captar su atención. Le habló en susurros.

—¿Sabías que iba a ser en una cueva?

Harkan tardó un momento en desviar la mirada de la entrada para prestarle atención.

—No estaba seguro, aunque tenía mis sospechas.

Claro, el chico conocía mucho mejor que ella aquel distrito. Por supuesto que debía tener alguna idea de cómo eran ciertas zonas. No sabía cuántos años llevaría trabajando como soldado, pero debía haber visitado muchos sitios. Él mismo le había dicho que había estado mucho en el distrito corazón por trabajo. Entornó los ojos, empequeñeciéndolos al mirarlo a la cara. Si pensaba que ella era una mujer inalterable como él, lo llevaba claro. Esperaba que no tuviesen que enfrentarse a nada terrorífico allí dentro, de lo contrario, era capaz de desmayarse del susto.

—Serás desgraciado. Si pretendes que vaya yo sola por ahí estás alucinando. No pienso moverme de tu lado ni un segundo. Voy a estar pegada a ti toda la noche, como una garrapata.

—No me quejaré, la verdad.

Volvió a darle otro suave puñetazo, esta vez en el hombro, a modo de respuesta. Las comisuras de la boca del muchacho se elevaron ligeramente hacia arriba mientras volvía a desviar la mirada hacia la entrada.

De pronto, el hombre del suelo dio una palmada que captó la atención de todos los presentes y retumbó por las cavidades de la cueva. Cuando fue consciente de que todos le miraban, colocó la bolsa de tela sobre sus piernas y comenzó a rebuscar con parsimonia entre sus cosas. De allí dentro sacó algo rectangular y blanco, de un dedo de grosor. Sin abrir la boca, hizo un gesto con la cabeza para que todos se acercaran. Desconcertados, los asistentes se miraron entre ellos, sin saber si hacerle caso o no a aquel tipo tan extraño.

El hombre de las gafas se levantó de golpe en su sitio. Estaba situado detrás del señor del traje azul, y parecía haber vislumbrado algo importante en lo que aquel sujetaba entre sus manos. Con rapidez, metió los papeles que sujetaba en los bolsillos de su pantalón, sin preocuparse por si estos se arrugaban aún más, y se situó frente al hombre, como si esperase expectante sus palabras.

Los demás volvieron a mirarse entre ellos. Debido a la reacción que había tenido el de las gafas, que había estado en su mundo la mayoría del tiempo, empezaron a movilizarse hasta estar frente al viejo. Harkan y Alisa, siguiendo la corriente a los demás, se sumaron a ellos, aunque se quedaron un poco más apartados, mirando desde atrás.

El viejo dejó la bolsa de nuevo en su sitio y cogió el objeto con ambas manos, guardando lo que fuese que tuviese para sí, oculto a los ojos de sus espectadores. Alzó la mirada hacia todos ellos para luego desviarla hacia su brazo. Se arremangó un poco la ropa para poder ver lo que Alisa distinguía que era un reloj. Después de ver la hora que era, bajo la vista hacia aquello blanco que escondía entre sus palmas y le dio la vuelta, permitiendo que los jugadores allí pudiesen verlo.

Era un fajo de tarjetas con letras enormes, hecho para que cualquiera de los allí presentes pudiera ver lo que ponía a la perfección. En la primera se leía «La prueba acaba de comenzar».

—¿Cómo? —musitó uno de los chicos.

Desde aquel mismo instante, el hombre adoptó una actitud estoica. Con cara de póker, fijó la vista en un punto muerto y evitó mirar a nadie en concreto, como si no fuese más que un muñeco. Con los labios apretados en una fina línea, deslizó la primera tarjeta hacia atrás, poniéndola al final de la pila y mostrando una nueva.

—¿No es un jugador? —murmuró Alisa, sorprendida.

Harkan asintió a su lado. 

—Él debe de ser el guardián.

«Hay una carta escondida en el interior de la cueva».

Como era de esperar, estaban ante otra búsqueda. Harkan ya se lo había advertido, muchas de las pruebas eran como jugar al escondite, como una búsqueda del tesoro. Tendrían que escudriñar hasta los rincones más pequeños e inesperados de aquel lugar para poder encontrar la dichosa carta.

El hombre volvió a hacer lo mismo, mostrando una nueva tarjeta.

«Tenéis hasta las doce en punto para encontrarla».

Sólo dos horas. Era muy poco tiempo, en realidad. Demasiado poco tiempo para examinar un terreno desconocido del que no tenían idea alguna sobre sus dimensiones. Un terreno bañado por una tela densa de oscuridad, iluminado apenas por alguna que otra antorcha, aunque no estaban seguros de cómo sería el interior de las cámaras sin explorar, y si habría algún haz de luz para guiarlos.

El sonido de las tarjetas al rozarse era leve, pero allí dentro llegó a resonar en los oídos de Alisa marcando el ritmo de sus pensamientos, casi como el ruido de las manecillas de un reloj, que se le clava a uno en la sien hasta la amargura.

«En cuanto la hora límite se cumpla...»

El final de aquella frase era obvio, no hacía falta que el viejo lo enseñase para que todos supiesen lo que iba a decir, o más bien, lo que iban a leer.

«...si la carta no ha sido encontrada, será automáticamente descartada».

Alisa le lanzó una mirada a Harkan. Como era de esperar, podía no haber ganador aquella noche. Debían aprovechar el tiempo al máximo si querían conseguirla antes que nadie. El hombre tardó un poco más en pasar a la siguiente carta. Se esperó a que todos pudiesen leerla bien antes de pasar a la próxima. Era mejor enseñarlo todo correctamente antes de que luego le viniesen con reclamaciones, o eso pesó la muchacha al ponerse en su piel. El grandullón del bigote, en cambio, no parecía estar muy contento. Se estaba impacientando, se veía a simple vista. Parecía sentir que estaba perdiendo el valioso tiempo que le habían otorgado. Por su expresión, tenía unas ganas inmensas de arrancarle al viejo las tarjetas de las manos.

«Está oculta a simple vista para el ojo humano...», decía la siguiente ficha blanca. 

Alisa frunció el ceño. Es decir, que iba a ser bastante difícil encontrarla, como si el escaso tiempo del que disponían no fuese suficiente. «Genial», pensó para sí. «¿Alguna limitación más que debiesen tener en cuenta?». 

«...por lo que requiere cierto esfuerzo el llegar a verla».

El "guardián mudo" se detuvo. No continuó mostrando nuevas tarjetas con mensajes u instrucciones. En su lugar, dejó los pedazos de cartulina en el suelo, justo a su derecha, como invitando a cogerlos si alguien quisiese examinarlos. Con las manos sobre los muslos, se quedó un momento mirando hacia el frente, esperando. Los demás competidores parecieron dudar.

—¿Ya está? ¿No hay más indicaciones? —musitó uno de los muchachos escuálidos.

No obtuvieron respuesta alguna de nadie, cosa que provocó el descontento del que había hecho la pregunta. Agarrando a su compañero del pescuezo, se dirigieron hacia una de las grutas que llevaban hacia el verdadero interior de la cueva. No tardaron mucho en desaparecer.

Los otros tres participantes se esperaron un poco más allí. Parecían pensar qué estrategia debían llevar a cabo. Alguno, como el chico de las gafas, observaba con intensidad al viejo de azul por si realizaba algún otro movimiento, por si daba otra pista más que solo fuese otorgada a aquellos que tuvieran paciencia. Pero no llegó ningún mensaje nuevo. Los labios del guardián parecían estar completamente sellados. En ningún momento abrió la boca, ni siquiera despegó aquellos labios secos y consumidos unos milímetros. Parecía estar cumpliendo con su propósito de la noche a la perfección; de ahí debía venir el nombre. El guardián mudo.

Por la falta de tiempo, deberían haberse ido en cuanto el hombre había dado por acabada su sesión informativa. Sin embargo, Alisa y Harkan decidieron quedarse allí un rato más, observando al guardián para ver si podían sacar algún tipo de información relevante. La idea fue de Harkan, cosa que le pareció extraña a la muchacha. Ella hubiese esperado que fuese uno de los primeros en querer marcharse, más que nada por su personalidad y temperamento. Pero no iba a quejarse de su decisión. No tenía muchas ganas de entrar a las profundidades de la cueva, le producía cierta aprensión.

Pese a que los tres restantes también se quedaron unos minutos allí, el primero en marcharse fue el fortachón del bigote. Su partida fue algo escandalosa. Con aspecto amenazante se acercó al guardián, que ni siquiera lo miraba a la cara. El viejo miraba hacia la entrada de la cueva, con rostro relajado y como si no hubiese nadie más allí. Se puso de cuclillas para estar a su altura y se situó justo enfrente de él para taparle la visión y que así lo mirase.

—Oye, viejo —lo llamó. Su voz era rasgada y nasal—. Dime dónde está la maldita carta.

El guardián no reaccionó en absoluto. Era como si, pese a que estaba cernido encima suyo, viese a través de él. Fue ignorado por completo y la única respuesta que obtuvo fue un silencio infinito. Aquello le hizo hervir la sangre.

—Puto vejestorio de los cojones.

Alisa vio cómo el fortachón alzaba el puño para estamparlo directamente en la cara del viejo guardián. Por acto reflejo estiró la mano hacia él y abrió la boca para gritar o decir algo, pero Harkan, que se movió a la velocidad del rayo, se metió en medio y detuvo su ataque, agarrándole el brazo antes de que este impactara sobre el rostro del otro hombre.

El soldado le apretó la muñeca con fuerza, forzándolo a que levantase el brazo y haciendo que lo alejase del guardián. Pese a los grandes músculos del del bigote, Harkan no tuvo demasiados problemas para moverlo, parecía haber pinzado algún nervio estratégicamente que provocó una leve mueca de dolor en su oponente. Eso, o que simplemente era más fuerte. La cuestión es que el agresor sacudió el brazo con fuerza para que lo soltase. Cuando este estuvo libre de su agarre, ambos se miraron a los ojos durante unos segundos. Alisa no podía verle la cara a Harkan, ya que solo veía su espalda, pero vio el desafío en los ojos fieros del otro. 

Con una mirada llena de desprecio, el bigotudo le escupió en los zapatos, aunque erró el tiro por unos milímetros. Harkan no dejó de observarlo en ningún momento. El fortachón le lanzó una última mirada al viejo guardián antes de darse media vuelta farfullando algo que nadie llegó a entender. Se marchó bastante apresurado, tomando una ruta diferente a la de los dos muchachos de antes. Alisa podía notar su malhumor en cada pisada que daba. Hasta que este no hubo desaparecido de la vista de todos, Harkan no se giró para volver junto a Alisa. Ella no sabía qué expresión había tenido el soldado durante aquel abrupto enfrentamiento, pero cuando se giró y volvió con paso calmado hacia ella tenía la misma expresión de siempre: serio, calmado, imperturbable.

Lo que sí había visto Alisa durante aquella breve disputa era la reacción del guardián. Había sido totalmente nula. No hubo resistencia alguna, ni siquiera con el puño del otro a centímetros de su cara, lo que quería decir que, si Harkan no hubiese estado allí, se hubiese dejado pegar. ¿Hasta tal punto llegaba su actuación?

Tras la partida del hombre de mal carácter, los otros dos que quedaban no tardaron mucho en irse. Justo después de que el fortachón desapareciese por uno de los caminos, el viejo, como si nada hubiese pasado, volvió a rebuscar de nuevo en su bolsa. Aquello llamó la atención de los cuatro que quedaban en la sala. Vieron cómo sacaba una pequeña caja de madera de la bolsa de tela y la dejaba en el suelo frente a él. Con parsimonia, abrió la tapa de la caja y volcó lo que había en su interior en el suelo. Todos se acercaron un poco más a él, intentaron estirar el cuello para ver bien lo que era, pero los ánimos decayeron cuando vieron que en la caja no había más que muchas piezas rectangulares de una madera un poco más clara, que ahora estaban esparcidas por el piso de piedra. El guardián dejó la caja a un lado y empezó a toquetear los rectángulos alargados para posicionarlos un poco más ordenados. 

Después de ver aquello, la mujer y el hombre de las gafas se marcharon a toda prisa de allí.

Harkan y Alisa se quedaron solos en la cámara, únicamente acompañados por la hoguera y por el misterioso guardián de la montaña.

La chica, con la confianza de estar por fin solos, comenzó a caminar por la estancia. Se quejó en voz alta y permitió salir a algunos de los pensamientos que llevaba rato reteniendo. Harkan la observó mientras hablaba.

—¿Enserio ese hombre merece ganar una carta después de comportarse así?

El guardián, todavía en su mundo, agarró dos bloques y los posicionó uno junto a otro, separados por un par de centímetros. Luego siguió toqueteando los demás bloques sin coger ninguno más, parecía indeciso. Alisa siguió hablando.

—Sólo por su actitud ya no deberían permitirle seguir jugando, al menos no en esta prueba —la muchacha tenía el ceño fruncido—. Se supone que esta cosa es para que la gente cambie a mejor. No sé qué habrá hecho ese hombre, pero no parece que haya mejorado demasiado.

—Así es el juego, Alisa. La mayoría prefiere jugar sucio, y la violencia muchas veces es la opción más fácil. Por eso siempre te digo que tengas cuidado.

Alisa se detuvo justo frente a él y alzó la cabeza para mirarlo. Desde la perspectiva de Harkan, parecía un cachorrito angustiado y nervioso, decepcionado con las injusticias del mundo. Un cachorro precioso e indignado. 

La muchacha asintió, dándole la razón. Aquel mundillo en el que había acabado metida era peligroso, tenía que andar siempre con los ojos bien abiertos. Lo mejor sería evitar en el futuro a individuos con un carácter parecido al de aquel tipo.

Después se acercó un poco más a Harkan para hablar en un tono un poco más bajo, aunque sin esconderse. Era raro hablar de una persona que estaba justo a su lado como si no estuviese, aunque era como si eso fuese así. Señaló al guardián, que estaba justo tras su espalda.

—¿Si probamos a preguntarle adecuadamente, no crees que quizá sí responda a nuestras preguntas? —opinó ella.

Harkan inclinó un poco la cabeza para mirar sobre ella y observar al viejo. Acababa de coger otro bloque más y estaba poniéndolo sobre los otros dos. Desde allí, parecía estar intentando construir algún tipo de pirámide o figura. Parecía abstraído, totalmente ajeno a la conversación, pese a que estaba sucediendo justo a su lado.

Harkan negó con la cabeza.

—Ya lo has visto y sabes cómo se llama la prueba. No nos va a decir nada.

La muchacha resopló, visiblemente frustrada. El soldado se acercó a ella y la asió del brazo, llevándosela, caminando hacia adelante. Alisa se cuestionó por un momento lo que hacía.

—Ya hemos perdido el tiempo suficiente rato, tenemos que entrar ya o no encontraremos nada. Ya todos se nos habrán adelantado.

Se detuvo cuando estuvieron frente a las tres vías posibles que podían escoger. El soldado soltó entonces a Alisa, y esta observó los tres caminos para encontrar algo que le llamase la atención. Por supuesto, no había anda, parecían exactamente iguales. No había forma de distinguir a dónde llevaría cada uno y si aquella sería la dirección correcta. Harkan alzó el brazo para señalarle las tres grutas.

—Tú decides.

—¿Yo?

—Sí, tú —le aseguró él—. Eres tú quien quiere la carta.

Sintió la presión que conllevaba aquella elección. Podían ir en la dirección correcta o perder totalmente el tiempo por su culpa. Pensó en las opciones por las que habían optado los demás participantes. Habían escogido izquierda o derecha, si no se equivocaba. No recordaba haber visto que ninguno escogiese la tercera opción.

—¿Qué tal la del medio?

El soldado se metió las manos en los bolsillos del pantalón al escuchar su respuesta. 

—De acuerdo —accedió. No se lo pensó dos veces. Con pasos seguros entró en el pequeño pasadizo rocoso, seguido de cerca de Alisa, que a cada paso que daba se arrepentía más de su decisión. Le sorprendía que no hubiese cuestionado para nada su elección. El muchacho volvió a hablar desde delante—. Si nos perdemos te echaré la culpa a ti.

Alisa saltó a contestarle al instante.

—Oye, no es justo. Escoge tú entonces.

Harkan hizo caso omiso a sus palabras y siguió caminando sin dudar, ignorando sus quejas por completo pero satisfecho por dentro. La chica se pegó a su espalda, negada a alejarse de él a medida que el pasadizo se iba volviendo más oscuro.

La consistencia de él mantuvo en pie el coraje de ella, y su inquietud le mantuvo a él atado a la realidad. Ambos avanzaron con pasos firmes por aquel corredor incierto, introduciéndose poco a poco en el corazón de la montaña.

Junto a la hoguera, el viejo guardián mantenía la vista fija en la entrada, sin tocar ni uno de los bloques de madera.


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