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20

Salieron bien temprano por la mañana y llegaron casi al medio día. 

—¿A dónde nos dirigimos? —le había preguntado ella cuando ya llevaban un rato en el coche.

—A Qudon.

Habían dejado el piso prácticamente vacío, pese a que no llevaban mucho. Sus pertenencias estaban en el asiento trasero junto a Ciro, que miraba por la ventana distraído. Las cosas del soldado estaban en el maletero, junto a su indumentaria y material de trabajo.

—No lo había oído nunca —pensó Alisa en voz alta. Luego se justificó—. No he salido nunca de nuestro distrito, que yo recuerde. No sé mucho sobre geografía.

Harkan no le dio importancia en absoluto a su falta de conocimientos. 

—Qudon es la ciudad más importante del distrito de la pica. Es un distrito humilde, pero su nivel de vida no tiene nada que ver con el del trébol.

Mientras avanzaban por aquella carretera sin fin, Alisa meditó sobre cómo sería un distrito mejor que el suyo. Había infinitas posibilidades.

—¿A ti te gusta?

—He estado muchas veces por trabajo, es bastante agradable.

Intentó imaginarse el lugar al que se dirigían. No tenía ni idea de si era un distrito interior o si, por contra, tenía costa. En su cabeza se mezclaron ambos escenarios y procuró decidir cuál de los dos sería mejor. Al fina optó por rendirse y esperar a que llegasen a su destino, aunque no dejó de fantasear con el mundo fuera del distrito trébol. Intentó pensar en el mapa del reino que habían visto en el televisor, pero los nombres en su mente estaban borrosos.

Las únicas imágenes mentales que tenía del resto del reino eran gracias a lo poco que había ido viendo en la televisión, sobre todo en las noticias. Se preguntaba qué les depararía el destino ahora que se alejaban del que había sido su hogar toda la vida. En cierta forma, la idea la emocionaba, pero también estaba asustada.

Dejando el destino a un lado, Alisa cayó en la cuenta de que, después de ese viaje, llevaría más horas subida en un coche en aquellos pocos días que en toda su vida. No recordaba casi ningún momento en el que ella y su familia hubiesen subido en un automóvil. No tenían si quiera uno. Si se trasladaban a algún sitio lo hacían caminando o con algún otro medio de transporte, pero no en coche. La última vez que sus padres subieron en uno y Alisa estuvo cerca, fue el día en que alquilaron uno por una urgencia y los dejaron solos. Después de eso aparecieron muertos.

Cuando llegaron, Alisa se sorprendió mucho al ver que aparcaban frente a una bonita casa. Según Harkan, estaban casi a las afueras de Qudon. Pese a ser el punto más importante del distrito de la pica, era una ciudad bastante pequeña, por lo que se podía llegar hasta el centro en unos quince minutos caminando desde allí. 

Al bajarse del coche, Harkan le señaló hacia un extremo de la calle.

—Por ahí se va al centro. Justo allí está el que llaman Barrio de jade. Es... llamativo —añadió, tras pensar bien la forma de describirlo—. No sé si es conveniente que nos acerquemos. Dependiendo del panorama, quizá podamos escaparnos un momento para verlo.

El nombre le resultó llamativo y le entraron ganas de descubrir a qué se debía exactamente. El jade era una gema preciosa muy famosa, y muchos decían que estaba ligada a la suerte. Una ironía, a ojos de Alisa. Parecía que la suerte se negaba a abandonarla. No podía negar que el lugar le generaba algo de curiosidad. Aun así, asintió a las palabras del soldado. Puede que tuviesen que ir con cuidado, y pasear por el núcleo de la ciudad podía no ser lo más inteligente.

Harkan, como ya parecía haberse hecho costumbre, no esperó por una respuesta y caminó directo a la puerta. Cuando esta estuvo abierta y entraron, Alisa admiró el que parecía que iba a ser su nuevo hogar. Aquello del piso ya lo habían dejado atrás. Ahora tenían enfrente una pequeña casa con jardín delantero. Era modesto, no demasiado grande, pero era mucho más de lo que Alisa había tenido en mucho tiempo. Se alegraba de poder tener un espacio donde salir a estirar las piernas si así le apetecía.

Se percató de que no tenían vecinos pegados a la casa. Había otros habitantes, claro que sí, pero sus hogares estaban separados por lo menos por cinco metros de distancia del suyo. Aquello significaba que no tendrían que preocuparse mucho por los vecinos, cosa que a Alisa le pareció espléndida.

Entraron en la vivienda sin pararse a descargar las cosas. La casa, pese a ser pequeña, era espaciosa y acogedora. Las paredes estaban pintadas de color crema y todos los muebles estaban hechos de madera oscura, cosa que aportaba un aire cálido al lugar. Había una cocina más grande, y en la misma habitación estaba también el salón. Era una distribución similar a la del piso del que venían: mesa para comer, sofá y televisión; pero todo era un poco más amplio. En la esquina junto al televisor había una chimenea.

Esta vez tenían dos habitaciones; una de matrimonio y una individual. Esta última tenía lo que más llamó la atención a Ciro de toda la casa. Alisa vio cómo observaba maravillado la pequeña pantalla que colgaba de la pared frente a la cama. Parecía estar pensando en el futuro y en el uso que podría darle.

En cambio, lo que más sorprendió a Alisa de aquel sitio fue lo último que vieron. Harkan se acercó a las cortinas que había al fondo de la estancia, justo al otro lado del televisor. Llegaban hasta el suelo, por lo que la chica no les había prestado atención alguna. Cuando el soldado las corrió a un lado, los ojos de Alisa se abrieron de golpe, emocionados. Se acercó sin pensárselo dos veces al soldado, que acababa de abrir el gran ventanal que había estado escondido entre aquellos enormes pedazos de tela. 

Salió al exterior con pasos acelerados y sonrió al ver el campo verde frente a ella. Lo que había visto en la entrada ya apenas podía considerarse un jardín. Tenían una gran parcela a su disposición, y el final de esta estaba limitado por una pequeña valla de madera que le debía llegar a Alisa a la altura del ombligo. Tras esta se alzaban unas bellas colinas que acogían otras casas a lo lejos. Alisa disfrutó con los ojos de la infinidad del campo, que le parecía increíble sabiendo que estaban situados a orillas de la ciudad. Afilando la vista, llegó a distinguir un par de vacas pastando cerca de una de las viviendas del otro lado. Su vista volvió de nuevo al terreno a su disposición. Era tan amplio como para construir otra casa más, y aun así seguiría sobrando espacio. Admiró los pinos que se alzaban en línea recta hasta el límite de la valla y los arbustos que hacían de muros, convirtiendo aquel espacio en un lugar sólo para ellos, lejos del resto del mundo.

Se giró sonriendo hacia el soldado, que se había quedado detrás de ella, a una distancia prudencial.

—Me sorprende que tengas dos casas, ¿acaso eres rico? —interrogó sin creérselo.

Por alguna razón, la muchacha había supuesto que se quedarían en algún hostal cercano a su destinación. No había caído en que el chico dispusiese de otra vivienda propia, y mucho menos una como aquella, que parecía darle unas cuantas vueltas a la anterior. Quizá el destino por fin había decidido ser bueno con ella trayendo a su vida a la persona correcta, con capacidad de traer un buen cambio, aunque fuese adquisitivo. 

—Los soldados de la guardia de corazones tenemos residencias en todos los distritos —Alisa le escuchó con curiosidad—. Vamos rotando los grupos y las ubicaciones constantemente, por lo que siempre tenemos sitios donde quedarnos en las zonas de cada distrito en las que estamos destinados. 

—¿Entonces todos tienen casas como esta?

—Bueno, digamos que soy de la élite. Tengo algunos privilegios.

Alisa lo observó entonces con los ojos entrecerrados. ¿La élite? No sabía qué quería decir exactamente aquello, y Harkan no le había mencionado en ningún momento nada parecido, aunque bueno, no tenía por qué contárselo si no quería. No estaba en la obligación de hacerlo.

—No soy un simple soldado raso —añadió entonces ante la duda latente en los ojos de ella—. Eso hace que goce de mejores alojamientos, aunque también significa que tengo que desplazarme más.

La muchacha asintió. 

—Bueno, al menos está bien si te compran casas como esta.

Al momento pensó que quizá en realidad aquello no valía la pena si siempre tenía que estar cambiando de sitio. De esa forma, no tenía mucho tiempo para formar lazos con nadie; no hasta que volviese a estar destinado al mismo lugar. 

—No es mía, en realidad. Igual que rotamos nosotros, lo hacen también las casas.

—Ah.

Aquello era peor. En cierta forma, era una vida algo solitaria. Trabajando así, estaba obligado a relacionarse solo con sus compañeros y a entablar relaciones pasajeras con el resto del mundo. Alisa se aclaró la garganta y se adentró de nuevo en la casa, cruzándola de punta a punta para ir a por sus cosas al coche. Ciro ya se había sentado en el borde de la cama y toqueteaba el mando a distancia mientras buscaba un canal que le gustase en el televisor de la pared.

A Harkan siempre le habían gustado los lugares tranquilos. Por aquel motivo el distrito diamante no era su favorito, a pesar de que muchas veces estaba obligado a estar allí. Estaba lleno de gente, aunque no estaba de más fundirse de vez en cuando entre las masas. Además, en la capital era donde estaban los verdaderos grandes lujos de la alta sociedad. No tenía demasiado tiempo para disfrutarlos, ni tampoco estaba demasiado interesado, a decir verdad. Sin duda alguna, sus distritos favoritos eran el de la pica y el corazón. Eran opuestos, pero ambos cumplían los requisitos para vivir una vida agradable y tranquila. En cambio, el distrito trébol le traía demasiados malos recuerdos. Con pasos tranquilos, siguió a la chica al exterior para echarle una mano descargando las cosas.

Los tres se adaptaron rápido a su nuevo hogar. Ciro no tardó mucho en adoptarlo como propio. Pese a que por las noches dormía con su hermana en la cama de matrimonio, por el día se hacía el dueño y señor de la casa, y de los televisores, además. Alisa, en cambio, prefería acercarse al pequeño mueble que había en el comedor que contenía una veintena de libros desordenados y tocados por el tiempo. La chica los ojeaba en busca de alguno que le llamase la atención, y encontró un par de ellos que parecieron generarle cierto interés.

Pese a la intención del soldado de ejecutar las pruebas lo más rápido posible, se tomaron unos días de descanso. Fue consciente de la forma en que las cosas afectaban a Alisa, y de que ella no era como él, por lo que decidió reducir el ritmo, y le permitió pasar unos días tranquilos para que disfrutase del lugar y pudiese procesar mejor las cosas. Él, por su parte, cumplió con sus obligaciones. El soldado desaparecía la mayor parte del día, como ya había sucedido cuando estaban en el piso. Se iba a trabajar pronto y volvía a media tarde, cuando ya se había hecho oscuro. Mientras tanto, Alisa y su hermano disfrutaban del espacio natural que los rodeaba y de lo que la propia casa les ofrecía. 

El segundo día, Harkan apareció con una pelota blanca reluciente y se la regaló a Ciro para que jugase en el jardín con ella. A Alisa le pareció todo un detalle, y desde aquel mismo momento, el gran jardín trasero se convirtió en el patio de juegos personal de su hermano. Alisa, por otro lado, se dedicó a coger una toalla del baño y estirarse sobre ella en el pasto verde. Allí leía y observaba a su hermano interactuar con el campo. Pese a su nueva adquisición, su estimado Calcetines no se alejaba mucho de él. El niño lo posicionaba cerca, sobre la hierba, para que pareciese que él también lo observaba mientras jugaba. 

De esta forma transcurrió toda una semana. Para Alisa fue como un golpe de aire fresco. De algún modo, se sentía como si estuviese soñando, como si aquello fuesen unas vacaciones, de esas que hacía tanto tiempo que no tenía, y que pronto fuesen a volver a la realidad. Fueron sus primeros días de respiro después de cuatro largos años. Alisa disfrutó de ellos, saboreando cada segundo como si estuviesen a punto de acabarse. Su cuerpo también lo agradeció, y se le permitió dormir todo lo que ella quisiera, sin tener que trasnochar.

Por las noches cenaban los tres juntos en la gran mesa de madera del comedor, con las ventanas descorridas para ver la oscuridad proyectada sobre las montañas. El distrito estaba situado más hacia el norte y el interior, por lo que era un lugar más frío. Por esto mismo, al llegar de trabajar Harkan encendía el fuego en la chimenea. Las llamas refulgían mientras los tres masticaban con parsimonia la cena. 

Pese a que las palabras entre ellos muchas veces eran superfluas, Alisa se sentía a gusto en aquel lugar, con ellos. A ojos de ella, parecían casi una familia. Aquella sensación de calidez le llenaba el corazón, y se encontraba por las noches deseando que momentos como aquellos durasen para siempre, y que lo que estaba por venir, lo mucho que aún le quedaba por luchar, no llegase jamás.

A veces, mientras Harkan tragaba un bocado de comida en completo silencio, la encontraba observándolo con ojos brillantes, casi soñadores. Se veía obligado a apartar la mirada, no sabiendo cómo reaccionar ni qué quería decir aquello. 

Alisa, pese a su personalidad única, apreciaba cada humilde gesto del soldado. Durante aquellos días, y en las pocas horas que pasaban juntos, hacía el intento de acercarse a él un poco más. Harkan, igual que el felino que observa fijamente a su humano con ojos juiciosos, la aceptaba, dejándola moverse a su alrededor. Incluso una de las noches cocinaron juntos. Pese a que el muchacho estaba acostumbrado a hacerlo solo y pensaba que su invitada sería una molestia, resultó que estaba bastante a gusto a su lado.

El contacto físico era algo que Harkan siempre había evitado. Era algo que realmente no le gustaba; si podía evitarlo, mejor. Por ese motivo, no salía de él mismo el tocar a la gente, ni eran recurrentes los gestos cariñosos de su parte. A veces no tenía más remedio que soportarlo, como cuando coincidía con su compañero Vladik y este le echaba el brazo encima del hombro. Cuando esto ocurría se tensaba y se quedaba rígido, incapaz de reaccionar cuando el contacto era directo, piel con piel. Pero estaba desconcertado. Desde que había conocido a aquella muchacha tenía la necesidad de acercarse, y sus manos a veces se movían solas, buscándola a ella. Era algo singular, en cierto modo. Apenas lo pensaba, no le hacía falta. Era como un reflejo. Cuando sucedía al revés y ella era la que lo tocaba, sus músculos no reaccionaban como antes, aunque a veces se sorprendía. Notaba, entonces, una calidez extraña en el pecho, y aquello le hacía estremecer el corazón, que tantos años parecía haber permanecido dormido.

Sin embargo, aquella calma y comodidad tenían fecha límite.

Cuando, pasada aquella semana, Harkan entró por la puerta, Alisa ya lo presentía. Sabía que el muchacho no iba a esperar más tiempo por ella. En cierto modo era lo mejor, él solo quería que todo acabase cuanto antes. Alisa sabía que era hora de volver a ponerse a trabajar. Intentó mostrarse tranquila y lista para la acción cuando le vio entrar con su traje gris con rostro serio, a pesar de que empezase a notar ya un cosquilleo nervioso en el estómago.

Casi una hora más tarde ya estaban ambos sentados en el sofá, justo frente al televisor. El canal 18 ya estaba puesto, y ante ellos se encontraba el mapa de Veltimonde. Vieron que el número de pruebas que habría esa noche en el distrito corazón era un poco más reducido que el que había habido en el del trébol en anteriores ocasiones, a pesar de ser un territorio más grande. Además, estas estaban mucho más esparcidas por el espacio. 

Para Alisa, aquel mapa era completamente nuevo. No conocía ningún lugar a excepción de Qudon, donde se estaban alojando esos días. Observaba los nombres de las pequeñas ciudades que se situaban frente a ella, pero no era capaz de pensar en nada. No tenía ni idea de cómo eran aquellas zonas, por lo que no podía idear ningún tipo de estrategia. Lo único que se le ocurrió fue que lo mejor era fijarse en las pruebas situadas cerca de Qudon. Y así lo hizo.

Los enunciados, sin embargo, no la ayudaron demasiado a decidirse. Los números eran relativamente bajos y las descripciones demasiado inconclusas. Alisa observó cada prueba que apareció en la pantalla del televisor, pero no supo cuál debería escoger. A su lado, Harkan analizaba de una en una todas las posibilidades que tenían. 

Cuando las imágenes ya estaban a punto que pasar al distrito trébol, el soldado agarró el mando y pulsó a la velocidad de la luz un botón, pausando el programa para que la imagen se quedase congelada. Se giró hacia Alisa y esperó para saber su opinión. La chica se encogió de hombros, indecisa.

—Deberíamos escoger una de las que estén más cerca de nuestra ubicación, ¿no crees?

—No estoy seguro —comentó él—. No me convencen demasiado. 

—¿Qué tal esa de la carrera?

—¿Eres buena corriendo?

El muchacho inclinó la cabeza hacia un lado mientras la observaba, haciendo que su cabello se balancease sobre sus ojos grises.

—No...

—Entonces queda descartada. No es seguro que yo pueda correr por ti, así que deberíamos buscar una opción más fiable donde tengas más posibilidades de ganar.

Alisa asintió al escuchar sus palabras. Se quedaron unos segundos en silencio, pensando. Ciro pasó caminando detrás de ellos y se quedó quieto al ver el mapa en el televisor. De inmediato se acercó al respaldo del sofá y se apoyó en él para formar parte de la conversación.

—¿Otra vez os vais?

—Tenemos que avanzar —contestó su hermana, mirándolo con ojos cuidadosos. 

El niño calló. Comprendía la situación. Quizá ellos pensasen que no tenía ni idea de lo que pasaba porque era pequeño, pero él escuchaba todo en silencio, haciendo como si no les prestase atención. Le aterraba perder a su hermana, pero si no la dejaba ir a ganar las cartas la perdería de verdad. Muy a su pesar, debía confiar en que ella y el chico que los había ayudado lo hiciesen bien y volviesen a casa. Por supuesto que le molestaba no poder ayudar. Sin embargo, por el momento no le quedaba otra opción más que esperar.

Puso una mano sobre el hombro de su hermana y se observaron en silencio con miradas cargadas de mensaje.

«Tranquilo», parecía querer decirle ella.

—Creo que esta es una buena opción.

Harkan alargó el brazo para señalar la parte superior del mapa.

El lugar en cuestión se llamaba Urysea. Estaba situado casi en la frontera, junto a los picos que delimitaban el norte de Veltimonde. En la inscripción junto a la prueba ponía: «El guardián mudo. Inicio de la prueba: 22.00h». Alisa alzó las cejas, desconcertada.

—Pero está muy lejos.

Al muchacho no le parecía un problema.

—Por eso mismo. No habrá mucha competencia en una zona alejada como esa. Además —añadió, depositando toda su atención sobre su acompañante, que estaba sentada a tan solo unos pocos centímetros de él—, parece que la prueba no empezará hasta una hora concreta. Tenemos tiempo de sobra para llegar. Si no me equivoco hay menos de una hora de camino.

Alisa no estaba segura del todo. Volvió a desviar la mirada a la pantalla, analizando el punto en Urysea con todo detalle.

—Es un seis de diamantes —comento, prácticamente en voz baja.

—No es un número demasiado alto. Me parece que vamos a un ritmo bastante decente. Conforme consigas cartas más elevadas, las inferiores te resultarán mucho más fáciles.

Las de diamantes, según su protector personal, eran las más impredecibles. Ya había pasado por una de corazones, y debía admitir que no le había entusiasmado demasiado. No sabía qué esperar de las de diamantes, pero no tenía muchas ganas de descubrirlo.

Las opciones eran cuestionables y escasas, así que acabó aceptando la sugerencia del soldado. Al fin y al cabo, de verdad la estaba ayudando y era él quien sabía más del tema. Confiaba en su buen juicio. Harkan se levantó de inmediato al oír aquello, parecía que no tenían tiempo que perder. Era cierto que Urysea estaba lejos, por lo que no podían distraerse si pretendían llegar a tiempo. Alisa le plantó un beso en la frente a su hermano, agarrándole con ambas manos la cabeza. Ciro la observó con disgusto mientras agarraba sus cosas y se dirigía hacia la puerta. De nuevo se quedaba solo. Estaba empezando a acostumbrarse a su compañía. Aquella semana habían estado juntos las veinticuatro horas del día. Verla marcharse así lo puso algo triste. La casa se sintió demasiado grande para él solo.

Con resignación, agarró una fina manta y se acomodó en el sofá, con Calcetines bajo el brazo y el control remoto a su derecha. El crepitar del fuego en la chimenea le hizo compañía mientras buscaba algo que ver en el televisor que su hermana había dejado encendido. Para cuando Ciro ya hubo tomado su elección serial de la noche, Harkan y Alisa ya hacía un rato que avanzaban por la carretera rumbo al norte.

Mientras conducían por el camino de tierra que llevaba hacia Urysea, el coche parecía que estuviese a punto de ser engullido por las tinieblas. Pese a que aún no era demasiado tarde, el cielo sobre ellos ya se había teñido por completo de negro. Las sombras de los árboles se proyectaban sobre el suelo, como grandes monstruos nocturnos en movimiento por culpa de los faros del automóvil. 

En menos de una hora ya habían llegado al lugar de la prueba. Urysea era un minúsculo pueblo situado al pie de los montes del norte. Era realmente pequeño, no debía haber más de cincuenta casas en aquella zona, y las unas estaban alejadas de las otras, mucho más que las de Qudon. No obstante, la dirección de la prueba no era exactamente la de una calle del pueblo, sino de las afueras de este. Habían seguido un camino solitario por el que se suponía que se podía llegar hasta el lugar donde se llevaría a cabo la actividad, y tuvieron que parar cuando vieron que el vehículo ya no podía avanzar más.

Antes de bajar del coche, Harkan se acercó unos centímetros a Alisa desde el asiento del conductor. Con delicadeza pero firme, puso su mano sobre la cabeza de la chica. Sus miradas conectaron al instante, parecía que no hubiese ningún punto más al que mirar. Sus ojos la observaron con intensidad, como si buscase algo dentro de ella; un atisbo de honestidad. Ella se tensó levemente bajo su toque y sintió que se le aceleraba el corazón.

—No seas temeraria y hazme caso.

Alisa parpadeó varias veces antes de murmurar un suave sí casi inconsciente.

—Bien.

Con una caricia, el muchacho alejó la palma de su pelo, deslizando la yema de sus dedos sobre este antes de apartarlos por completo. Alisa carraspeó y miró hacia todas partes menos a él antes de salir acelerada del coche, antes si quiera de que Harkan abriese su puerta. Se escondió en el refugio de su chaqueta, dejando que apenas se viesen sus ojos y nariz, tapados ligeramente también por sus ondas despeinadas.

Al estar en el exterior se dio cuenta de que no se había fijado en dónde habían parado. Frente a ellos se alzaba una hilera de montañas enorme, llena de rocas escarpadas. A unos pasos empezaba un sendero estrecho que se perdía entre la espesura de los árboles, pero el destino final de dicho camino se veía con claridad y no estaba muy lejos. Alzada entre los peñascos, se alcanzaba a ver la entrada de una cueva. Una tenue luz parecía refulgir allí dentro.

Alisa suspiró, arrepentida al instante de haber llegado hasta allí. 

—Genial —cruzó los brazos, abrazándose a sí misma—. He de decir que no resulta demasiado tentador.

Harkan pasó por detrás de ella y le subió la capucha, colocándosela de forma que apenas se le veía la cara. Parecía incluso entretenido con su reacción.

—Anda, camina. Las cartas no se consiguen solas.

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