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15

Alisa debió abrir los ojos más de la cuenta por la sorpresa. ¿Trabajar?, no sabía exactamente a qué tipo de trabajo se estaba refiriendo el muchacho, pero estaba empezando a asustarse. ¿Acaso lo había dejado todo atrás para acabar esclavizada a las órdenes de un soldado tirano y vicioso con cara de ángel?

Le vio allí, observándola con esos ojos relucientes, totalmente cómodo sobre el firme sofá, y se imaginó lo peor. Había muchas formas de trabajar. Múltiples imágenes comenzaron a inundar su cabeza. Manejó varias posibilidades sobre el tipo de trabajo que el moreno podía pedirle, pero ninguna era buena. Se vio a sí misma haciendo mil y una cosas desagradables y las consecuencias que habría si no le hacía caso. Su piel salpicada de sangre y el contraste que hacía esta con sus dientes perlados le vino a la cabeza.

El gran felino humano inclinó la cabeza hacia la izquierda, alzando ligeramente el mentón. Debió notar cómo Alisa empezaba a turbarse, ya que entornó un poco los ojos mientras la observaba. No esperaba aquella reacción. Ante el aparente silencio y las maquinaciones de la chica, que parecía algo absorta en su propio mundo, Harkan reclamó su atención de nuevo.

—Eres más callada de lo que me imaginaba.

Alisa parpadeó. Sus ojos, que en algún momento se habían perdido mirando un punto muerto mientras pensaba, volvieron a caer sobre él. La necesidad de contestarle trepó por su garganta, y se vio a sí misma respondiéndole con reclamo, como si estuviese ofendida, a pesar de que no lo estaba. Más bien se encontraba algo confundida.

—Eso debería decirlo yo.

Alisa recordaba la poca conversación que el chico le había dado desde que habían salido del baño, donde la había embaucado con el habla digna de un salvador de cuento, aunque había sido bastante honesto. Pero después de salir de los aseos, las frases se habían ido acortando poco a poco, hasta que lo último que Alisa había recibido de él era silencio.

El muchacho alzó las cejas, sorprendido por su respuesta. Desvió la mirada a un lado para luego volver a ella, pensando con calma. Al final, acabó dándole la razón. 

—Solo hablo cuando es necesario.

El muchacho no supo qué más decir. Era la verdad. La mayoría de su labia se quedaba estancada dentro de su propia cabeza. No solía exteriorizar demasiado lo que pensaba, por lo que a veces hablaba lo justo. Aquello iba dentro de su personalidad. Sin embargo, pensó que quizá debería intentar ser un poco más expresivo si pretendía ganarse su confianza.

Alisa hizo caso omiso a su respuesta, procurando cambiar aquel tema sin salida para volver a la cuestión principal. Dejó escapar un pedazo de sus actuales preocupaciones.

—¿A qué te refieres con trabajar? —exigió, más que preguntar.

—Si pretendes seguir viviendo una vida larga y provechosa... —empezó él, incorporándose un poco en el sofá. Posicionó los brazos y codos sobre sus muslos, observándola desde abajo— en algún momento tendremos que ponernos a ello.

La boca de Alisa se abrió ligeramente, emulando un "oh" sin sonido. Se sintió de nuevo algo avergonzada. No sabía desde cuándo se le habían empezado a ocurrir ideas tan retorcidas. Entendió perfectamente a dónde quería llegar el soldado.

—Sé que probablemente aún tengas unos cuántos días sobrantes, pero me parece que lo mejor que podemos hacer es solucionar el problema cuanto antes —le comentó con tranquilidad—. Esperar hasta el límite no hará más que alargar tu sufrimiento y el de los que te rodean.

—¿Sugieres que consiga todas las cartas de golpe?

—Eso es imposible —Alisa asintió para sus adentros, ya lo suponía—. Tendremos que hacerlo de una en una... —el muchacho calló unos segundos y entonces suspiró, recostándose de nuevo sobre el respaldo del sofá— Se ha hecho demasiado tarde. Mañana ya lo hablaremos bien y nos pondremos a ello. Mejor por ahora ve a descansar.

Se quedó observándola, esperando a que se marchara. La miró de arriba abajo, y sus ojos se detuvieron sobre algo. Alisa tardó un poco en reaccionar, pero aceptó de buena gana. Todo aquello le estaba pasando factura, y le pesaba todo el cuerpo tanto que temía caerse al suelo allí mismo. Se dispuso a marcharse, comenzando a girar el torso en dirección contraria a Harkan, hacia la habitación, cuando su voz la detuvo.

—Puedes quedártela —mencionó—, la sudadera. Te queda mejor que a mí. 

Alisa lo miró e instintivamente agarró los puños de la prenda. No supo qué decir o hacer, por lo que dudó si contestar o no.

—Gracias... otra vez —respondió, casi en voz baja. "Te la devolveré cuando mi vida ya no corra peligro", pensó para sí. Le mostró una pequeña sonrisa de agradecimiento.

Empezó a caminar de nuevo hacia la habitación y apagó la luz. El silencio de la noche empezó a hacerse presente. Cuando llegó al marco de la puerta volvió a girarse. Le vio estirándose sobre el pequeño sofá. El chico puso sus brazos flexionados bajo su cabeza, mirando hacia el techo. Cuando Alisa empezó a hablar una vez más, Harkan volvió con rapidez el rostro hacia ella. 

Sintió la necesidad de preguntar algo que le revolvía el estómago desde que habían vuelto a encontrarse en la suite del As de tréboles.

—El hombre de antes... —aventuró sin acabar la frase. Harkan no pensó demasiado la respuesta. Fue rápido y conciso.

—Ya no volverá a molestarte más —afirmó. La dureza en su tono le puso los pelos de punta, y aun así la forma en que lo dijo se sintió como una caricia en la espalda.

Alisa obvió el recuerdo de la sangre y los pensamientos que le inundaron la cabeza tras aquella respuesta. Sin decir nada más, cerró la puerta y se tumbó sobre la cama. No se levantó en toda la noche, o lo que quedaba de ella.


*****


El ruido del televisor la despertó. Estaba sola en la cama de matrimonio. Se estiró con lentitud, recorriendo las sábanas suaves y frescas con su cuerpo. Se incorporó en el colchón con las ondas oscuras alborotadas. Metiendo las manos en el bolsillo de la caliente sudadera se levantó y abrió la puerta del cuarto. Nada más salir de la habitación, se encontró a Ciro sentado en el sofá beige, con el mando del televisor en una mano y las piernas cruzadas. Sobre estas había una bolsa transparente llena de galletas, que su hermano iba cogiendo con la mano libre. A su lado estaba Calcetines, apoyado sobre uno de los cojines del sofá. Ciro la saludó con la boca llena.

—Buenos días.

— ¿Qué hora es? —preguntó ella. Se pasó las manos por el pelo, intentando peinarlo un poco. El pequeño no le respondió, absorto en lo que fuese que estaba viendo en la pantalla. Alisa descubrió que era ya el mediodía. 

Desvió la vista entonces de un lado al otro, buscando al alto soldado propietario del apartamento, pero no estaba allí. Ciro pareció leerle la mente, porque dejó de masticar para comentarle algo a su hermana.

—El agente no está. Dijo que se iba a trabajar.

Tenía sentido. Pese a lo que había pasado la noche anterior, Harkan seguía siendo un soldado, un sangrado, y tenía que ir a patrullar y a hacer rondas aquí y allá, o lo que fuese que hicieran los soldados del ejército de corazones. Alisa no tenía muy claro cómo funcionaba todo aquello.

Aprovechó entonces para observar bien el piso, ya que su dueño no estaba. Lo cierto es que la noche anterior no se había equivocado: el lugar estaba bastante vacío. No parecía un hogar, más bien le recordaba a una habitación de hotel, como las suites del As de tréboles. Si de verdad aquel era el sitio donde el muchacho vivía, no debía ser demasiado materialista, ni tener muchos recuerdos que conservar. No había nada que pudiese mostrar que aquel piso era suyo; no había fotografías, objetos de valor, ni siquiera una decoración o algo que mostrase el estilo o la forma de ser de su ocupante. Lo único que denotaba que alguien habitaba allí era, seguramente, la ropa del armario. Aun así, Alisa no se atrevió a toquetear el resto de muebles y cajones para ver si aquello era cierto.

—Ha traído algo de comida antes de irse —añadió el niño. Levantó la bolsa de galletas—. Yo ya he comido, este es mi postre. Pero no te preocupes, dejaré para ti también.

—¿A qué hora se ha ido?

—No sé, era bastante pronto —contestó Ciro, frunciendo un poco el ceño al pensar—Cuando me he levantado para ir al baño él entraba por la puerta con dos bolsas. Me ha dicho algunas cosas y al salir del baño ya se había ido.

Alisa pudo imaginar la escena claramente en su cabeza. Se acercó al mármol de la pequeña cocina y se agachó para abrir uno de los armarios del mueble junto a la nevera. Justo cuando tomaba el diminuto pomo de la puerta, su hermano habló de nuevo en un tono jovial, casi orgulloso.

—He guardado la compra para ayudarlo un poco.

"Ya lo veo", pensó su hermana mayor, haciendo un amago de sonrisa. El niño no se había preocupado si quiera en desmontar las bolsas que el moreno había traído. Probablemente había rebuscado un poco para encontrar algo que le gustase, y luego había metido las bolsas directamente dentro del armario, sin sacar y colocar lo que llevaban dentro. Alisa las dejó ambas sobre el mármol para poder ver lo que el muchacho había traído. 

Se sintió agradecida por la comida. La mayoría eran alimentos rápidos de preparar o ya hechos, seguramente porque al soldado no le gustaba perder el poco tiempo que tenía. Había cosas tanto dulces como saladas. Alisa agarró un sándwich triangular empaquetado en plástico Sobre la mesa de madera había un envoltorio similar al que tenía ella en sus manos, por lo que suponía que su hermano había escogido lo mismo. Cuando lo hubo abierto le dio un bocado y se sentó en una de las sillas frente a ella.

Por alguna razón no pudo imaginárselo yendo a comprar, al menos no con su uniforme. Intentó visualizarlo en el pasillo de un supermercado, tan alto que llegase sin esfuerzo alguno a los estantes más alejados. Se lo imaginó con el mono gris y las botas militares en medio del pasillo. Tuvo que borrar aquella idea de su cabeza. Pensó entonces en el Harkan de aspecto más relajado, vestido con ropa cómoda. De esa forma no le costó tanto imaginárselo, pero aun así... Se dio una palmada en la mejilla, regañándose, y se limitó a seguir comiendo.

Cuando hubo acabado se sentó junto a su hermano.

—Déjamelo un momento —le pidió señalando el mando del televisor. Ciro reaccionó reacio a entregárselo, pero finalmente cedió.

Alisa cambió el canal en busca de alguno que diese las noticias. No solía mirarlas demasiado, pero llevaba tantos días aislada de lo que ocurría en el mundo que sentía la necesidad de saber lo que estaba pasando a su alrededor. Pronto encontró uno en el que dos presentadores hablaban explicando las novedades y primicias del día. 

Ciro observó la pantalla sin entender muchas de las cosas que los reporteros decían. Ambos hermanos se mantuvieron sentados en el sofá, compartiendo algunas galletas mientras escuchaban noticias sin relevancia. Alisa agarró el mando de nuevo, dispuesta a volver a poner lo que su hermano estaba viendo antes de que ella se sentase, pero lo que dijo entonces el presentador la hizo detenerse.

«...sobre los nuevos disturbios en la zona sudeste fronteriza con Vaystin del distrito Corazón. Pese a estar en supuestos buenos términos con nuestro vecino colindante, algunos vaystianos rebeldes pasaron ayer la frontera asediando los pueblos cercanos y reivindicando la tierra como propia...». Alisa dejó de masticar mientras escuchaba bien lo que el hombre explicaba. «Los foráneos violentos han sido reducidos por nuestros agentes y repatriados. Sin embargo, no han podido ser castigados al no ser ciudadanos de Veltimonde. Las tensiones crecen tras el vigésimo aniversario de un tratado de paz que hoy en día se sostiene con pinzas...»

Alisa se movió de forma inconsciente hacia el borde del sofá. 

«...los ganaderos y residentes afectados esperan una disculpa del soberano de Vaystin y murmuran sobre lo que ocurrirá en el futuro. El pueblo, por otro lado, reclama la palabra del Rey respecto a este incidente, mas debemos recordar que no se ha vuelto a ver a su Majestad en ningún evento público desde hace más de un par de meses...»

Al poco, las noticias terminaron. La muchacha le devolvió el mando a su hermano y lo observó comer mientras veía una película ya empezada. La mente de Alisa quedo absorta en lo que había escuchado. La situación cada vez era más tensa. No era la primera vez que pasaba algo como aquello. Durante el último año, las ofensas por parte del pueblo vaystiano habían ido en aumento y su rey no había hecho nada respecto a ello. Vaystin cada vez se tomaba más libertades para poner sus zarpas de nuevo sobre Veltimonde, y parecía que nadie intentaba frenarlo.

Ya habían estado en guerra antes, durante mucho tiempo. Siendo claros, parecía que nunca se habían entendido entre ellos. El gigantesco país contiguo siempre buscaba expandirse y hacerse más fuerte, y a lo largo de su historia había devorado a varios reinos que sucumbieron a su poder. Con Veltimonde no lo había tenido tan fácil. Siglos atrás habían sucedido guerras sangrientas de las que no había salido nada en claro más que el coraje de los habitantes de Veltimonde y su negativa a rendirse. Los dos reinos decidieron, en un momento dado, darse una tregua. Los rencores jamás desaparecieron, y cuando más se temía que el conflicto empeorase de nuevo, el Rey Valentin Rosenvita había llegado a un pacto con Vaistyn y se había declarado la paz. De aquello hacía ya veinte años, Alisa ni siquiera existía. El mismo rey que había logrado traer calma al reino, ahora no daba señales de vida en absoluto.

A Alisa se le secó la boca. Parecía estar yéndose todo al garete.

Desde entonces, las horas parecieron pasar a cámara lenta. La muchacha no sabía qué hace. Se mantuvo encerrada allí dentro, pegada a su hermano o arreglando lo poco que pudiese del piso. Sobre las siete y media de la tarde se escuchó el crujido de la puerta al girar las llaves. Alisa se estiró desde el sofá hacia delante para mirar, como un perro cuando cree escuchar que su amo llega a casa. Harkan entró al apartamento con grandes zancadas, haciendo ruido al pisar con las botas negras militares. Esta vez llevaba el uniforme impoluto.

—Has vuelto —sonrió Alisa. 

El soldado se limitó a estirar los labios apretados y bajar levemente la cabeza a modo de saludo. Entró al salón pasándose los dedos por el cabello mientras observaba sutilmente la estancia. Ciro salía en ese momento del baño y al cruzarse ambos le dio unas leves palmaditas en la cabeza. El niño no dijo nada, pero por su cara Alisa sintió que aquel leve gesto le había gustado. El pequeño hizo como si nada y fue a por Calcetines, que estaba sobre la pequeña mesa frente al televisor. Alisa recordaba haber sentido que a Ciro no le había gustado demasiado la primera impresión que había tenido de Harkan la noche anterior. Era su hermana y lo conocía demasiado bien como para saber qué mirada hacía cuando juzgaba a la gente. Ahora no sabía lo que estaría pasando por su pequeña cabeza, pero estaba segura de que, por algún motivo, el moreno ya no le disgustaba tanto. ¿Sería por las galletas? Si era eso, entonces su hermano era muy fácil de comprar.

Harkan se retiró a la habitación para dejar sus cosas. Cuando volvió a salir ya no llevaba su ropa de servicio. El soldado había cambiado el mono militar por unos tejanos oscuros anchos y una chaqueta de chándal gris con capucha. En la mano llevaba una gorra azul marino. Era un atuendo simple, pero a Alisa le pareció que le quedaba muy bien.

Aun así, Alisa debía mejorar sus habilidades de observación, ya que cada vez que se lo quedaba mirando él se daba cuenta y acababa apartando la mirada avergonzada, incapaz de aguantar la plenitud de sus ojos cenicientos. 

—Tengo que intentar pasar desapercibido si queremos que las cosas salgan bien para ambos —se justificó ante la atenta inspección de ella. Alisa no dijo nada, pero se dio una bofetada mental a sí misma. No pretendía hacerlo sentir incómodo.

Sin embargo, aquello era todo lo contrario a lo que pasaba por la cabeza de Harkan. Le gustaba tener su atención. Por otro lado, no debía sentirse mal por ello porque él hacía lo mismo. La observaba sin disimulo y con intensidad, incluso cuando ella no se daba cuenta, que era la mayor parte del tiempo. 

El muchacho cogió una silla de la mesa de la cocina y la colocó junto al televisor, justo frente a Alisa, que no se había levantado aún del sofá. Mientras, ella miró por la ventana. La calle ya estaba oscura, el sol hacía ya un rato que se había puesto. A Alisa no le gustaba que en otoño oscureciese antes, pero era algo que no se podía evitar. La estancia se reflejaba en el cristal y vio cómo Harkan se sentaba en la silla. Volvió el rostro hacia él. Estaba sentado con las piernas abiertas y una mano en el bolsillo de la chaqueta, con la otra presionaba los botones del mando, cambiando sin parar el canal de televisión. Se detuvo cuando llegó al número dieciocho y entonces Alisa entendió lo que estaba haciendo.

Recordó cuando ella misma buscó aquel mismo canal en el televisor de su diminuto sótano y también lo que pasó después.

La pantalla de la televisión se puso gris y comenzó a hacer extrañas ondas, exactamente igual que la última vez. Faltaba relativamente poco para las ocho. Harkan dejó el control remoto sobre la pequeña mesita que había entre ellos y se apoyó sobre sus muslos para acercarse un poco más.

—Ha llegado la hora —musitó.

Alisa sintió que empezaba a formarse en su vientre una leve bola de nervios. El muchacho juntó las manos e hizo crujir sus dedos.

—Esta noche traeremos con nosotros una nueva carta para tu colección.

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