14
En cuanto pusieron un pie fuera del As de tréboles, Harkan retiró la mano de la espalda de Alisa. Ella notó la ausencia de esa presión sobre su cuerpo y alzó los ojos para mirarlo. El soldado se posicionó delante de ellos, caminando dos pasos más adelantado, guiándolos. Avanzando hacia el frente y sin girarse, se dirigió a los dos hermanos.
—No os alejéis de mí ni hagáis nada raro —Alisa asintió, pero no profirió sonido alguno. No pensó en que el soldado no estaba viendo su gesto. Ante el aparente silencio, Harkan giró un poco la cabeza hacia atrás para observar a Alisa de reojo. Esta carraspeó algo avergonzada al encontrarse con los ojos grises del chico y caer en su error. Asintió de nuevo con entusiasmo, para que él lo viese bien. Harkan desvió de nuevo la vista al frente—. Simplemente seguidme, pronto llegaremos a un lugar seguro.
Caminaron calle abajo, atravesando la negrura de la noche. Ciro y Alisa acataron las órdenes del soldado en silencio, siguiéndolo sin rechistar. Las calles estaban casi desiertas más allá del As de tréboles. Encontraron algún que otro transeúnte que cruzaba la calle para cambiar de acera al verlos o que caminaba con lentitud siguiendo su camino. A ojos de Ciro, aquellas personas que se cruzaban con ellos parecían la mar de extrañas y lo ponían nervioso. Para Alisa no era demasiado diferente. Nunca le había gustado caminar sola por la noche de vuelta a casa, pero era algo que no había podido evitar. Cada noche se reconfortaba pensando que el trayecto era corto y que pronto estaría algo más calentita, descansando junto al cuerpo de su hermano. Sin embargo, aquel camino parecía ser bastante más largo que el que ella solía hacer. Habían descendido calle abajo sin girar en ninguna esquina, siempre yendo recto. Cuando hubieron pasado cinco minutos, pensó que debían de haber avanzado bastante, puesto que Alisa no era capaz de reconocer bien dónde se encontraba con el entorno cubierto de las sombras de la noche. Lo que estaba claro era que habían ido en dirección contraria al que había sido su hogar durante aquellos últimos cuatro años.
Alisa giró el rostro hacia atrás, echándole una última mirada, como diciéndole adiós. Era un lugar al que, en realidad, sentía que no echaría de menos. Simplemente esperaba que el sitio al que se dirigían fuese mucho mejor, uno donde pudiese respirar tranquila al menos unos segundos, pese a todo lo que estaba sucediendo. Un lugar donde no tuviera que dormir bajo tierra, aislada del mundo. La imagen del muerto del sótano vino de nuevo a su mente, y se quedó pensando en ello hasta que notó el apretón de la mano de Ciro.
Ella le apretó la mano de vuelta para tranquilizarlo. El niño se aferró con fuerza a la bolsa que portaba al hombro, mirando con los ojos entornados a los pocos extraños con los que se cruzaban. Alisa, por su parte, iba más pegada a Harkan de lo normal. Se escondía tras su gran espalda, como si fuese un escudo; un muro que la protegía. Y es que el muchacho era imponente, y más aún con su uniforme gris. Cualquiera con dos dedos de frente en Veltimonde sabía la posición y autoridad que tenían los soldados, por lo que nadie en su sano juicio se acercaba a ellos para molestarlos. Los sangrados eran respetados y temidos por todos los ciudadanos que deseasen tener una vida larga y duradera. Resguardada tras él, Alisa sentía que estaba relativamente segura. Ella misma tiró ligeramente de la mano de Ciro para que él también se posicionase tras los amplios hombros del agente.
Que hubiese un sistema penitenciario como ese no significaba que la gente no hiciese maldades, y mucho menos que algunas no pasasen desapercibidas. Al final, la alerta la daban los soldados, las cámaras, o las propias denuncias de la gente. Era inevitable que de vez en cuando hubiese algún punto muerto. Alisa suponía que nadie iba a hacerles nada en plena calle con un soldado presente, pero era mejor prevenir. Además, iba bien para calmar el corazón.
Después de otros cinco minutos más a pie, por fin doblaron la esquina. Allí estaba aún más oscuro. No había farolas cerca que alumbrasen un poco para ver bien lo que uno tenía delante. En ese momento, Harkan se detuvo frente a algo. Después de parpadear varias veces, Alisa pudo distinguir un automóvil gris aparcado junto a la casi inexistente acera del callejón. Sin decir nada, Harkan se dirigió a la puerta del conductor y sacó una llave de su bolsillo. El soldado se sentó ante el volante en cuanto las puertas del coche se abrieron y miró hacia su derecha, esperando que la chica se sentase en el asiento del copiloto, pero cuando se dio cuenta, Alisa ya estaba situada en el asiento trasero junto a su hermano, depositando las dos bolsas a un lado. El moreno suspiró, volviendo a sentarse bien y encendiendo el motor. Dio contacto al coche moviendo la llave y quitó el freno de mano para después meter la primera marcha. En cuanto arrancó, salieron de nuevo a la larga calle por la que habían andado. Dejaron la oscuridad y pudieron ver mejor gracias a la luz de las farolas que iba y venía a través de las ventanas.
Ninguno de los tres abrió la boca. El único sonido que se oía era el del traqueteo del automóvil al avanzar sobre el maltrecho asfalto. Harkan se limitó a conducir, poniendo toda su atención sobre la carretera, como si estuviese solo dentro del coche. Ciro, apoyado sobre el hombro de su hermana, no tardó en dormitar, dejando que sus párpados se cerraran sin apenas darse cuenta. Alisa observaba desde su asiento al chico mientras conducía. Contempló sus manos, que se aferraban a la bola del cambio de marchas haciendo fuerza al cambiarlas y volvían al volante con calma. Vio sus ojos a través del retrovisor interior, que se movían de un lado a otro, observándolo todo. Divisó su nariz recta, que desde allí atrás parecía perfilarse con la luz nocturna.
Se mantuvieron así, en silencio, hasta que por fin el vehículo dejó de moverse. El viaje había durado alrededor de unos quince minutos, aunque Alisa no estaba segura del todo, puesto que era consciente de que algunas veces había cerrado un poco los ojos, por lo que su percepción del tiempo no era del todo fiable. Para cuando se dio cuenta de que ya habían llegado a su destino, Harkan ya le estaba abriendo la puerta. Salieron del vehículo y el aire fresco de la noche le chocó a Alisa en la cara. Pese a que durante el día no hacía demasiado frío aún, por la noche se notaba la cercanía cada vez más próxima del invierno. Alisa se abrazó los codos mientras observaba el lugar donde el soldado había aparcado. Harkan la examinó, pero no dijo nada y se dirigió a la acera más cercana mientras cerraba el coche presionando un botón en la llave. Ciro, que cargaba a Calcetines con una mano y se frotaba los ojos con la otra, se pegó a su hermana.
Se encontraban en una calle desierta, a penas iluminada por un par de farolas lejanas a cada extremo. Los rodeaban varios bloques de pisos de color marrón. El ambiente no era nada parecido al del As de tréboles: no se oía ni una mosca. En frente del bloque de pisos más cercano, justo al otro lado de la calle, había un edificio en obras a medio construir, aunque parecía que la obra llevaba bastante tiempo abandonada.
Con ambas bolsas al hombro, Alisa se dirigió hacia donde estaba Harkan. El muchacho se había acercado al portal del bloque de pisos más cercano y buscaba algo en el bolsillo. Para cuando Alisa y Ciro llegaron a su lado, el soldado ya había metido la llave en la cerradura de la puerta. Con un crujido, y tras varios giros de muñeca, el portón cedió y pudieron entrar al rellano del bloque. Harkan cerró de nuevo la puerta tras de sí y adelantó a los hermanos, que parecían observarlo todo sin saber qué hacer. Con grandes pasos se dirigió hacia las escaleras y comenzó a subir los peldaños. Ambos Parvaiz lo imitaron, subiendo escalón tras escalón como si fueran dos patitos siguiendo a su madre.
El silencio se palpaba. Era normal, puesto que estaban en plena madrugada. El eco de sus pasos fue lo único que sus oídos llegaron a escuchar. Alisa sintió que todo estaba demasiado en calma. Quizá fuese por la tensión que sus músculos y corazón habían soportado un rato antes, incluso días atrás. Sin embargo, ahora estaban fuera de peligro, y aun así no dejaba de sentir que algo estaba por pasar.
Subieron y subieron hasta llegar al segundo piso. Allí se detuvieron cuando vieron que Harkan se posicionaba frente a una puerta. Mientras el chico la abría, los ojos de Alisa, que hasta entonces se habían mantenido en el suelo, examinaron su alrededor. En aquel nivel había tres puertas de madera oscura y pomos que brillaban. La pintura ocre de las paredes parecía antigua. En algunos puntos la humedad había calado y las manchas negras se extendían suaves como telarañas por la pintura amarillenta. No le parecía extraño. Alisa sabía que aquello eran cosas típicas de una casa promedio en Zurith, capital del distrito Trébol. Zurith, aunque muchos intentaran negarlo, era el lugar más pobre de todo Veltimonde. Pranta, la otra gran ciudad vecina, no era demasiado diferente, pero aun así era más limpia y cuidada. No obstante, era innegable que la calidad de vida del distrito Trébol no se podía comparar con la del resto de ciudades de Veltimonde. A Alisa le parecía una broma pesada el nombre que le habían puesto. Los tréboles siempre se asociaban con la buena suerte, cosa que la mayoría de habitantes de allí no solían tener a menudo. Con lo que le estaba sucediendo a ella no podía más que confirmarlo para sus adentros. Había excepciones, claro que sí: estaba el caso de Kane Clover y su negocio. Pero como bien había descubierto Alisa unos minutos atrás, ni él mismo se salvaba de aquello. No podía llamarse buena suerte, era simplemente suerte. Esa suerte era a la que estaban atados todos los habitantes del distrito trébol. La suerte jugaba cada día con ellos, decidiendo sus destinos sin ningún tipo de compasión. Casi como una maldición.
Zurith era, probablemente, todo lo contrario a la capital. Alisa jamás había estado allí, pero se la imaginaba y recordaba las imágenes que a veces salían en la televisión: todo lleno de enormes edificios la mar de modernos, calles amplias y pulidas, grandes zonas verdes y lujo por todas partes. Alisa soñaba con poner un pie allí algún día. En Zurith todo era marrón y gris. Los únicos colores que iluminaban sus vidas eran los de los neones que encendían algunos establecimientos por las noches, como el As de tréboles. También había un pequeño bosque cerca al que Ciro iba todas las mañanas, aunque Alisa juraba que cada vez que lo veía aquel lugar parecía estar más y más seco. Ya no era tan verde como había sido antaño.
La chica observó una grieta del techo sobre sus cabezas. Parecía una mano negra reclamando su lugar, haciéndolo pedazos. El material blanco resquebrajado parecía estar a punto de caer al suelo. El sonido de la puerta del piso al abrirse la hizo volver su vista hacia la entrada del apartamento. Harkan entró sin vacilaciones y Ciro lo siguió de cerca. Alisa fue la última en entrar. En cuanto todo su cuerpo hubo traspasado el marco, el soldado cerró la puerta. Lanzó las llaves sobre un mueble junto al recibidor y caminó de aquí para allá, moviendo cosas.
Alisa avanzó por el piso con cuidado. La decoración no era la gran cosa, si es que aquello se podía llamar así. El lugar estaba dividido en tres habitaciones y tenía lo básico: Un sofá y un televisor con una pequeña mesita en medio, una reducida cocina de mármol con nevera y horno y algunos armarios, además de una mesa más grande con un par de sillas. Todo esto en el comedor, que era la primera estancia que uno pisaba nada más entrar en el apartamento. Dos puertas llevaban a las otras habitaciones restantes. Una en realidad era un pequeño baño y la otra daba a un dormitorio. Las paredes de todo el piso eran de un blanco pálido y el suelo estaba hecho de baldosas grises. El apartamento parecía estar bastante deshabitado, como si allí no viviese nadie durante gran parte del tiempo. No había por ningún sitio marcas que denotasen la personalidad de su dueño, estaba todo prácticamente vacío, casi como de fábrica.
Harkan abrió la puerta del fondo del comedor y entró en la habitación haciéndoles un gesto para que lo siguieran. Entraron en un dormitorio no demasiado amplio, pero con el espacio suficiente para moverse. Era bastante simple: había un armario que llegaba hasta el techo, una cama de matrimonio y una mesita a la izquierda. Las sábanas de la cama estaban perfectamente estiradas, casi impolutas, como si nadie hubiese estado durmiendo allí.
En cuanto entró a la habitación, el soldado dio un par de zancadas hacia ella. Alisa se quedó inmóvil, descolocada por su rápido movimiento y su inesperada cercanía. Sin darse cuenta contuvo el aliento. En un par de segundos, Harkan le arrebató las bolsas que portaba en el hombro y las dejó sobre la cama. Dejó caer la vista sobre el colchón, pensativo durante un instante, y luego la volvió hacia ella, hablando por fin.
—Vosotros dormiréis aquí —sentenció mirándola a los ojos. Después desvió la vista tras ella, hacia el comedor—. Yo me quedaré en el sofá. No acepto réplicas.
Alisa sintió la necesidad de negarse a ello por cortesía, pero no se atrevió a abrir la boca. Simplemente lo aceptó, asintiendo con la cabeza.
—Poneos cómodos —añadió. Sus ojos se movieron de nuevo, bajando a su propia ropa. Observó el uniforme gris teñido de rojo oscuro. Alzó de nuevo sus pupilas hacia las de Alisa, examinando su expresión al caer en la cuenta de que aún llevaba el traje manchado de sangre. Alisa pareció darse cuenta también de ello en aquel momento, en algún instante su cerebro había decidido pasarlo por alto. Al ser consciente de nuevo de la sangre que le salpicaba el rostro sintió algo retorcerse en su vientre. Debería haberle asustado aquello, pero no pudo evitar pensar que el muchacho estaba bastante guapo de aquel modo, y que sus ojos se veían más claros y brillantes frente al burdeos seco esparcido por su piel. Alisa tragó saliva. El soldado pareció estudiar su expresión, aunque aquello solo duró unas décimas de segundo—. Yo iré a tomar una ducha.
Vio como el muchacho abría el armario de madera y llegó a distinguir varias pilas de ropa que debían de ser de él. Cogió algunas cosas sin decir nada más y desapareció rápido de la habitación. No tardó en escucharse el sonido de la puerta del baño al cerrarse.
Alisa dejó caer el culo sobre el colchón. Ciro, que tenía los ojos casi cerrados por el sueño, prácticamente se desplomó sobre la cama. No movió ni las sábanas, se tumbó allí de lado, abrazado a Calcetines, y se durmió en menos de un minuto. Parecía estar agotado. Él debía estar sufriendo también, no estaba acostumbrado a aquel tipo de situaciones. Era solo un niño. Alisa, en el otro lado del colchón, lo dejó en paz y se quedó escuchando su respiración.
Con la vista perdida en el suelo meditó sobre aquella noche loca que había cambiado de nuevo el curso de su vida. Se sentía totalmente descolocada, su mente no acababa de procesarlo todo, y a la vez la carcomían las preguntas. Quería saberlo todo; qué era aquel piso, qué iban a hacer ahora, quién era él, hasta dónde pretendía ayudarla. Y sin embargo algunas cuestiones no tenían respuesta. Otras solo las sabía él. Pero Alisa no quería acribillarlo a preguntas. No se veía un muchacho demasiado hablador, a pesar de la primera impresión que Alisa había tenido de él. Le daba miedo que se agobiase con sus preguntas y cambiase de parecer. Alisa ya no estaba con Kane, no sabía dónde estaban pese a que seguían seguramente en Zurith. Se guardó sus preguntas para sí misma. Esperaba que el moreno se las fuese resolviendo por su propia cuenta. Y si no, las iría soltando con cuentagotas, hasta que tuviese la suficiente confianza como para ser totalmente honesta con él.
Un cuarto de hora pasó hasta que Alisa escuchó abrirse la puerta del baño. La muchacha no parecía concebir bien el avance del tiempo. Quizá era porque estaba cansada, o puede que tuviese el cerebro demasiado saturado como para preocuparse por nimiedades, pero para Alisa aquellos quince minutos pasaron en cuestión de segundos. Aún seguía sentada sobre la tela de la cama cuando el soldado apareció en el umbral de la puerta.
Apoyó el hombro sobre el marco de esta y se paró a mirarla desde allí cruzando los brazos. Alisa se detuvo a observarlo con detenimiento. No pudo evitarlo, ya que el chico se veía distinto a hacía tan solo unos minutos. Tal vez fuese porque ya no portaba su uniforme militar. Llevaba puesta una camiseta de manga corta blanca bastante ancha y unos pantalones de chándal grises. Sobre el cuello descansaba una toalla azul. Con los brazos flexionados y cruzados sobre el pecho se le veían unos brazos fuertes y torneados con bíceps marcados. Llevaba el pelo castaño mojado, desparramado hacia todas partes tras haberlo frotado con la toalla. Unos mechones húmedos le caían sobre la frente y le llegaban casi a los ojos. Lo que más llamó la atención a Alisa fue su rostro. La barba corta e incipiente de antes ya no estaba, había desaparecido. En cambio había una piel lisa que parecía suave al tacto. Así parecía un poco más joven que antes. No pudo evitar preguntarse cuántos años tendría, aunque se veía mayor que ella.
El muchacho frunció el ceño ante la mirada de su invitada, pero no se veía molesto. Al contrario, parecía que le brillaban los ojos. Bajó la vista hacia la ropa que ella llevaba puesta.
—Deberías cambiarte —propuso. Entonces Alisa cayó en la cuenta de algo más que había olvidado. Aún seguía vestida con aquel maillot negro que usaba cuando salía a bailar. Con las prisas ni si quiera había pensado en cambiarse. Su mente había estado centrada en otras cosas y todo lo demás le había dado exactamente igual. Sintió vergüenza de ser tan despistada y notó como le ardían las mejillas— Aprovecha y báñate tú también.
Ofuscada y aún sonrojada se levantó de inmediato y se puso a rebuscar en una de sus bolsas. De nuevo sintió la presencia de Harkan cerca, esta vez justo tras su espalda. No pudo seguir buscando en la bolsa algo de ropa limpia, porque una mano curtida la detuvo agarrándola por la muñeca. Alisa se giró para verle la cara. El muchacho había abierto de nuevo el armario y le ofrecía una sudadera de color negro.
—Con esto estarás más cómoda —sugirió, entregándosela para que la cogiera. Alisa agarró la prenda. La tela era suave y parecía calentita.
Estaba segura de que tenía suficiente ropa limpia como para encontrar una camiseta que ponerse, pero el gesto de su anfitrión la sorprendió. Él la observaba con el rostro serio, pero en sus ojos veía franqueza y cordialidad.
—Gracias —musitó con voz queda.
Él no dijo nada más, simplemente se quedó allí de pie, relativamente cerca de ella. Alisa se puso nerviosa bajo aquella mirada clara que la observaba desde las alturas. Harkan le sacaba por lo menos cabeza y media. Alisa se alejó de él como pudo, aunque sin mucho éxito ya que estaba medio encajonada entre la cama y él. Agarró de su bolsa algo para ponerse en la parte de abajo y salió apresurada de la habitación, notando aún las mejillas encendidas. Harkan escuchó el portazo desde allí.
Alisa se tomó su tiempo bajo el agua. Dejó que esta corriera y se deslizara sobre ella, empapando sus ondas oscuras mientras cerraba los ojos. Eran las cuatro de la mañana y allí estaba ella: dándose una ducha en la supuesta casa de un extraño. No tardó más de diez minutos en salir.
Abrió la puerta del baño y se encontró con Harkan sentado en el sofá con las piernas abiertas. Su pelo ya se había secado por completo y se veía perfectamente despeinado, con un estilo desenfadado y relajado. No se podía negar que el chico era imponente, su tamaño y facciones causaban respeto, pero Alisa sentía estar viendo una nueva faceta del muchacho, a pesar de acabar de conocerse. A ojos de Alisa parecía un león extendido en el sofá, en completa calma.
Harkan la examinó de arriba abajo con ojos felinos. Se acercó a él, saliendo del baño con pasitos pequeños, algo cohibida ahora que estaban solos. Metió las manos dentro de los bolsillos de la sudadera, sin saber exactamente qué hacer. El cabello largo recién lavado le humedeció el cuello de la ropa. El soldado inclinó un poco la cabeza hacia un lado mientras la observaba avanzar. Quizá hubiese esperado que se sentase junto a él, pero Alisa se detuvo junto al brazo del otro extremo del sofá. Harkan no hizo ningún amago de acercarse a ella.
—Mañana nos pondremos a ello —anunció desviando la mirada a la pared.
—¿A qué? —preguntó Alisa, confundida.
—A trabajar.
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