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12

—De aquí no se va nadie.

El cuerpo de Alisa se congeló al ver al señor Clover avanzar por el pasillo. Estaba muy serio, parecía incluso enfadado, y aquello aceleró los latidos de su corazón a niveles estratosféricos. ¿El destino era tan cruel como para estropearlo todo la única vez en que alguien le brindaba algo de ayuda? ¿De veras la iban a pillar en el último momento? ¿Y encima tenía que ser el señor Clover?

Harkan, a su lado, parecía aparentemente sereno, pero su mandíbula estaba tensa. Alisa lo veía. Con la espalda bien erguida, el soldado esperó a que el dueño del As de tréboles llegara hasta donde ellos se encontraban.

La expresión de Kane Clover era aún peor de cerca. A simple vista parecía mantener el porte, pero Alisa, que llevaba bastante tiempo trabajando para él, sabía qué cara tenía cuando estaba molesto. Aparecían unas arrugas en su entrecejo, sus orificios nasales se abrían más de lo normal al respirar y apretaba los dientes. En aquel momento Alisa pudo ver eso y más. Una inquietud que le mantenía apretando sus grandes puños con fuerza conforme avanzaba. 

Estando ya cara a cara, Harkan carraspeó, aclarándose la garganta, y se dirigió al hombre con una sonrisa apretada en el rostro.

—Nos volvemos a ver, caballero.

Kane hizo caso omiso al intento de Harkan de ser cortés. 

—¿No iba a por sus cosas? Explíqueme ahora mismo qué está pasando aquí —exigió.

—Justo ahora mismo iba a comentárselo —Harkan se acercó un poco al hombre. A Alisa le dio la sensación de que estaba viendo a un perro marcando territorio. Harkan parecía querer recordarle sutilmente al señor Clover la jerarquía que había entre ellos y quién poseía la autoridad. El jefe siguió en su puesto, sin achantarse. Aún con la sonrisa en la cara, el muchacho siguió hablando—. Verá, su empleada es la única testigo de lo que ha sucedido con el hombre de antes. Tenemos que seguir el protocolo, por lo que me dispongo a llevarla conmigo al cuartel más cercano para que dé testimonio de lo sucedido. Es necesario que declare para poder exponer los hechos en el expediente del perpetrador.

Kane no dijo nada. Miró al niño y luego a la jovencita ante él. Alisa contuvo el aliento. 

—Agradecería que cooperase, señor.

Harkan dio un paso atrás al terminar de hablar. Mantuvo su semblante tranquilo, posicionándose junto a la chica mientras observaba al hombretón frente a él pensar.

El señor Clover se mantuvo en silencio unos segundos. Su mirada se posó en la de ella, como buscando ver algo a través de sus ojos. Sin embargo, en ningún momento contestó al oficial ni se apartó del camino. Cuando ya había pasado medio minuto, Harkan se aclaró la garganta de nuevo.

—Sin nos disculpa...—murmuró. Hizo el indicio de echar a andar, moviendo su mano para posicionarla tras la espalda de la chica, pero entonces el señor Clover reaccionó.

—Espera —masculló.

Los tres se detuvieron. Ciro observó a Kane con ojos grandes, indeciso sin saber qué era lo que estaba ocurriendo en realidad. Sin entender si debía simplemente seguir a su hermana o acercarse al señor Kane que tanto le gustaba. El señor Kane que le había regalado a Calcetines y le había enseñado a jugar a las cartas.

—¿Puedo hablar un momento con ella? —preguntó.

El soldado se giró para mirar a Alisa, para ver qué opinaba. Ella hizo un ligero asentimiento, por lo que alejó la mano de su espalda e hizo un movimiento con esta hacia el hombretón.

—Adelante.

Kane pasó por al lado del chico, esquivándolo y caminó hacia el final del pasillo.

—Ven conmigo un momento —le pidió a ella. Alisa respondió a su petición al instante, echando a andar tras él. 

Harkan se quedó allí, de pie en el pasillo junto a Ciro mientras llegaban a la puerta blanca del fondo y Kane metía la clave, abriéndola. Cuando vio que ambos desaparecían tras la puerta se dejó caer, sentándose con las piernas cruzadas en el suelo y la espalda apoyada en la pared. Ciro lo imitó.

Alisa subió con cautela las escaleras blancas que llevaban al piso del señor Clover. Él iba a la cabeza. Sus pisadas eran fuertes y rápidas, parecía tener prisa, y a pesar de haber pedido un momento para hablar con ella, no había abierto la boca.

En cuanto puso un pie en el apartamento, Kane se arrojó sobre la puerta, cerrándola con impaciencia y mucha prisa. Alisa se sintió desconcertada. El hombretón puso una silla frente a la puerta, apoyándola contra la manija. Acto seguido, se paró en medio de la estancia, mirando a todas partes. Alisa se acercó a él, vacilante, pero de inmediato el hombre se movió para aquí y para allá, como si buscase algo. Todo aquello era desconcertante, Alisa no entendía lo que estaba pasando. El manojo de nervios que vibraba en su tripa no hacía más que incrementarse, y el señor Clover no la ayudaba. No entendía qué estaba haciendo.

Alisa ya había estado allí en una ocasión. Recordaba el lujoso apartamento de su jefe a la perfección. La luz entraba con profundidad por la gran pared de cristal y los ventanales, iluminando los contrastes de blanco y negro de la habitación. Kane se dirigió hacia la otra punta del loft, posicionándose frente a los enormes cristales que hacían de pared. Se acercó a la esquina que juntaba estos con el muro blanco, toqueteando el borde, y como si de una enorme ventana se tratase, tiró del cristal hacia el lado contrario, corriéndolo y dejando la ventana abierta.

Asomó la cabeza por el hueco abierto, mirando hacia abajo. Las plantas crecían dentro de aquel jardín interior. Casi llegaban a la altura del suelo del apartamento. El señor Clover se incorporó, volviendo a meter la cabeza en la habitación y mirándola apoyado en el filo del cristal con la mano.

—Sal por aquí —le dijo—. Está un poco alto, pero si te agarras a los arbustos reducirás el impacto de la caída.

Alisa no podía creer lo que su jefe estaba diciendo. No podía hacerlo porque no entendía nada. ¿Le estaba diciendo que... saltará?

—¿Cómo? —le respondió, totalmente perpleja.

—Vamos —insistió, acercándose a ella—, no tenemos tiempo.

El hombretón la agarró del brazo, tirando de ella para llevársela hacia el ventanal. Alisa se revolvió, soltándose de su agarre y dando unos pasos hacia atrás, alejándose de él.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, algo intimidada. Los ojos de Kane tenían una mirada extraña. El hombre fruncía el ceño, parecía no comprender tampoco la reacción de la chica. 

Se acercó de nuevo a ella, esta vez sin tocarla, manteniendo sus manos a una distancia prudente. Su mirada era intensa, y habló con un tono que le puso los pelos de punta.

—Si no te vas ahora —comenzó él, e hizo una breve pausa antes de continuar— te matarán.

Alisa abrió los ojos por la sorpresa. Quiso articular alguna palabra, pero sus músculos no le hacían caso. Se quedo allí, medio tartamudeando, hasta que por fin pudo hablar.

—Tú... —musitó. Sin darse cuenta, contuvo el aliento— ¿Lo sabes?

Kane se quedó quieto, sin decir nada por un momento. La observó totalmente serio. Su expresión parecía tener un toque triste.

—No tenemos tiempo para esto— se limitó a decir de nuevo.

—¿Desde cuándo lo sabes?

La respuesta del señor Clover tardó en llegar, pero lo hizo en forma de suspiro. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón gris de traje y empezó a moverse por la sala, caminando de un lado a otro ante ella.

—Siempre lo he sabido.

La confesión de su jefe la pilló desprevenida. Así que lo sabía desde el principio. ¿Cómo? ¿Por qué...? Las preguntas salieron solas de su boca sin si quiera procesarlas.

—¿Por qué no lo denunciaste? No comprendo...—empezó a balbucear. Sus pensamientos volaban rápido en su mente. Se formó un cúmulo de preguntas que no fue capaz de expresar con palabras, pero no le hizo falta pensar una forma de exteriorizarlo, porque el hombretón empezó a hablar por su propia cuenta.

— Lo vi en cuanto lo divulgaron por la ciudad. Siempre cuelgan los carteles bien pronto por la mañana. Suelen pegar alguno en el vidrio exterior del local.

—Pero... pero... —masculló Alisa. En su mente revisó y revisó sus recuerdos. Claro que había visto su cara colgada por las calles de Zurith, pero no recordaba haber visto ningún cartel cerca del As de tréboles. Como si Kane pudiera leer su mente, respondió a su duda.

—Lo arranqué.

Por eso no lo había visto. Kane había arrancado el cartel. Había sido él. 

—¿Por qué?

—Porque sabía que tu cara no debería haber estado allí.

Alisa lo observó incrédula. Todo el tiempo preocupada por si él lo descubría... ¿y resultaba que él la había intentado proteger mientras tanto? ¿Desde antes incluso de que ella misma acudiera a él? Alisa de verdad no comprendía absolutamente nada. Poniéndose en el sitio de él, ¿por qué diablos había arrancado el cartel después de ver que salía su cara? ¿Quién en su sano juicio haría eso? La primera reacción de alguien al ver a un conocido en las noticias junto a un se busca no sería la de tratar de ayudarlo. Muchos daban toda la información que tenían a la policía para ayudar en todo lo posible. Pero él había hecho lo contrario. Aquello podría meterlo en un buen lío.

—¿Cómo puedes estar seguro de que no he hecho nada?

Lo primero que uno pensaba al ver las caras de los fugitivos era que debían estar allí por haber hecho algo malo. Pero él parecía no haber dudado al arrancar el pedazo de papel del cristal. Si había hecho eso, debía ser porque no creía que Alisa fuese culpable de nada. No comprendía por qué estaba tan seguro de aquello.

—Diablos, Alisa. ¡Porque te conozco! Hace mucho que tú y yo nos conocemos. Sé lo suficiente como para saber que tú nunca serías capaz de hacer algo malo.

Kane se rascó la nuca, frustrado. Se acercó de nuevo a ella, guiado por el afecto, y le puso una mano sobre la cabeza, acariciándole levemente el cabello. Alisa no se movió. Se quedó quieta, observando al hombretón que la había cuidado en la sombra.

—Aquella niña que vino a pedirme ayuda de rodillas cuando no tenía ningún sitio más al que acudir jamás haría algo que pudiera perjudicar a otra persona, en ningún sentido. Que vinieses a buscarme de la misma forma hace unos días no hizo más que confirmar mis sospechas —prosiguió él. La chica sintió un nudo en la garganta. Unas enormes ganas de llorar la inundaron de repente. Aun así, retuvo las lágrimas, apretando los labios con fuerza.

— Pero... —continuaba sin creer que alguien pudiese tener aquella fe en ella. Era cierto que se conocían desde hacía mucho. Él la había acogido como una trabajadora más cuando sus padres murieron, pese a que los menores de edad no tenían permitido trabajar. Él había cuidado de ella sutilmente durante todo aquel tiempo, usando su personalidad única para transformar el transcurso de su vida en algo más ameno. Y, pese a ser su jefe y ella ser una trabajadora del montón, la había favorecido siempre como no había hecho con ninguna, haciéndose el rudo pero actuando con un corazón noble si ella lo necesitaba. Que lo supiese desde el principio y aun así no dijese nada, acogiéndola en su hogar sin una pega, conmovió el corazón de Alisa.

—Llevamos cuatro años juntos. Sé que no eres capaz de herir a nadie. Mierda Alisa, si hasta te sabe mal chafar un maldito bicho cuando te sube por las piernas. Pides perdón por todo, cuando los clientes se dejan algo sales corriendo tras ellos para devolvérselo. Lo haces todo con el mayor cariño del mundo ¡No matarías ni a una mosca!

Alisa sintió un pellizco en el corazón. No es cierto, he matado a una persona. Pensó. Y eso no lo puede negar nadie, aunque fuera un accidente.

—Te he visto crecer, de alguna forma. Madurar —continuó él—. ¿En serio me crees tan despiadado como para no ayudarte cuando tu vida está en juego? Te considero prácticamente mi ahijada. Tú y yo jamás hemos tenido una relación normal como la que tengo con el resto de empleadas.

Kane Clover retiró la mano de su cabeza y la observó como si estuviese observando a un niño pequeño. A Alisa le brillaban los ojos, acristalados por la humedad contenida que había en ellos. Una pequeña lágrima escapó, rodando por su mejilla, y se apresuró a limpiársela con el brazo.

—Yo no hice nada. No es justo —murmuró con voz aguda.

—Te creo —le aseguró él. Aquellas simples palabras la hicieron soltar todo el aire que sus pulmones habían sostenido hasta aquel momento, soltando por la boca aquella sensación de soledad e incomprensión que se había estado aferrando a su corazón en los últimos días. El soldado parecía querer ayudarla, pero lo había visto todo por las cámaras, estaba haciendo caso a los hechos. Lo del señor Clover era un acto de fe, de confianza, y ella lo agradecía de corazón.

Se desfogó por fin con él, alguien que la escuchaba y la entendía. Le explicó todo lo sucedido, desde aquella tarde en el mercado, hasta que llegó a la puerta del As de tréboles. También lo del borracho en el vestidor. Pese a que lo pensó mucho, no omitió lo que sucedió con el hombre en el sótano. Esperaba ver una mueca de asco o de rechazo en el rostro de su jefe, pero encontró todo lo contrario: una expresión llena de comprensión y tristeza.

— Como esperaba —declaró—, una injusticia. Yo sé mucho sobre eso, la vida puede ser muy cruel, y lo es más con las personas que menos se lo merecen y con las que más sufren. 

Sus ojos reflejaban pesar, y Alisa se preguntó qué sería lo que estaría pensando para que la observara con tanta pena. Siguió hablando, esta vez con amargura.

—Sobre lo sucedido con ese hombre, no te preocupes. No te culpes —remarcó aquellas últimas palabras—. Fue defensa propia. Este sistema es deficiente, historias como la tuya pasan, aunque el mundo decida ignorarlas. Te lo digo por experiencia propia.

—¿A qué te refieres? —preguntó confusa. Kane suspiró, apoyándose sobre la mesa que usaba como despacho. Apartó los papeles a un lado con la mano, desordenándolos.

—Tenía una hermana —comenzó a explicar—. Hace unos cinco años me llamó. Estaba asustada porque su hijo, mi sobrino —hizo énfasis en aquello. Alisa recordó la historia del peluche—, tenía mucha fiebre desde hacía un par de días y no conseguía que le bajara. Ella me explicó aquello mientras caminaba cuando ya había oscurecido de camino a la farmacia, en busca de medicinas. No le hice mucho caso. Tenía prisa porque estaba a punto de reunirme para cenar con unos inversores importantes y me encontraba en el distrito diamante, cerca de la capital. Por aquel entonces tuve que ir allí por papeleo, estaba a punto de abrir el As de tréboles —hizo una pausa, mirando al suelo, antes de volver la vista hacia ella—. La cuestión es que colgué rápido, y me arrepiento profundamente de ello. Si hubiese alargado la llamada... quizá mi hermana seguiría hoy conmigo. Y mi sobrino.

Alisa se quedó en silencio. El muñeco... El señor Clover dijo que iba a ser para su sobrino, pero nunca se lo pudo dar. Se le encogió el corazón.

—Después de que colgase, mi hermana siguió su camino sola, en busca de las medicinas. Cuando salió de la farmacia aún estaba más oscuro, y volviendo a casa alguien pegó un tirón de su brazo y la arrastró a un callejón —se detuvo de nuevo. Se notaba que le costaba seguir explicando, pero continuó. El arrepentimiento vibraba en su voz—. Un hombre intentó violarla. Ella pidió ayuda pero nadie acudió. Resistió como pudo, y como último recurso cogió un trozo de chatarra que había en el suelo y lo golpeó con todas sus fuerzas para que la soltara. El hombre cayó redondo al suelo y no se movió. Ella, asustada, le comprobó el pulso. Mientras lo hacía, un soldado que patrullaba se acercó al haber escuchado ruido y vio la escena.

Alisa se imaginó cómo podría haber seguido la historia.

—No la dejó ni hablar. No pudo expresarse. Le pegó un tiro que le entró por la boca y salió por la nuca. Todo esto lo vi años después, cuando tenía más influencia, después de conseguir que un oficial me mostrase las grabaciones —Kane suspiró, pasándose una mano por la cara—. Mientras eso ocurría yo estaba cenando tranquilamente en un restaurante. Tardé más de una semana en volver. Como no llamó más, pensé que todo estaba bien. Durante todo ese tiempo no pensé en ellos. Ni un momento hasta el último día. Antes de irme, aproveché para comprarle una sorpresa a mi sobrino para que se pusiese contento después de haber estado enfermo —apretó los labios, estirándolos—. Cuando llegué a su casa estaba muerto en su cama. Así que sé lo que es la injusticia, Alisa. Y no me he equivocado contigo en ningún momento.

No supo que contestarle. Nada parecía sensato de pronunciar después de que le hubiese explicado una historia como esa. La culpa que él sentía era totalmente palpable, y Alisa tuvo ganas de decirle que no se castigase más con eso, que no podría haber hecho nada. 

El señor Clover se levantó del escritorio, aclarándose la garganta, y se dirigió de nuevo a la ventana, ignorando todo lo que acababa de contar, o al menos restándole importancia.

—Por eso, no puedo dejar que tengas el mismo final, así que sal ahora mismo por esta ventana antes de que tenga que arrojarte yo mismo.

Suspiró ante la quietud de Alisa, por lo que se dispuso a ir a cogerla él mismo, pero entonces ella estiró los brazos hacia delante, abriendo las palmas de las manos para detenerlo.

—¡Espera! —exclamó. El hombretón se detuvo— No puedo irme.

Kane alzó las cejas.

—Si es por tu hermano, no te preocupes. Yo lo cuidaré. Estará seguro conmigo.

Alisa negó con la cabeza.

—Ese chico no va a matarme—expresó entonces—, quiere ayudarme.

Su jefe entonó los ojos. Estaba claro que no le gustaba la idea, no parecía creer que fuese cierto. Alisa insistió.

—Él también sabe lo que pasó en el mercado. Él mismo me ha salvado antes.

—No te fíes de esa gente —farfulló, cruzándose de brazos.

—Si hubiese querido hacerme algo, ya lo habría hecho.

Su descontento se extendió por la sala. Kane se desabotonó un poco la camisa negra. 

—Nunca hay que fiarse del todo de un hombre que porta un arma y la usa como si fuese una mera ampliación de su cuerpo.



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