Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

8.- Se acercan los tambores.

En un giro de los acontecimientos sin precedentes conocidos, Ina estaba completamente segura de lo que iba a hacer en el trabajo ese lunes. Esto se debía a que el día anterior, Jin le había prohibido tajantemente que fuera a ayudarle al restaurante con tal de que tuviera tiempo de terminar el «pequeño» informe legislativo que necesitaba para el resto de abogados. Como su hermano también se había criado con la dulce Jinhye como madre, sabía a la perfección lo exigente que esa mujer podía llegar a ser, e Ina suponía que Jin quería librarla de la furia que se desataría si por un casual no hacía su trabajo a la perfección.

Por otra parte, quizás la cólera de la temible Jinhye se despertaría igualmente ante esa vocecilla en la cabeza de Ina que había empezado a sugerir algo peligroso: ¿y si le preguntaba a su madre por él? Si resultaba que lo que había dicho Yoongi era verdad y, en efecto, su madre seguía relacionándose de alguna forma con... ese chico, ¿por qué no se lo había dicho? Aunque teniendo en cuenta que ella no había preguntado una sola vez por él en el transcurso de esos cinco años, ¿por qué iba a tener que contarle nada? Y otra cosa aún más importante que todo eso era: ¿de verdad quería saber lo que su madre tuviera que decirle al respecto?

Antes de irse de Seúl solo hubo una persona con la que Ina habló largo y tendido de un asunto en particular: Jin, y ni siquiera le había preguntado a su hermano si cumplió con su promesa... Había enterrado de tal forma todo el tema en lo más profundo de su conciencia que no se atrevía a remover ni una mota de polvo en lo referente a él.

Ni siquiera se atrevía a pensar su nombre.

Cuando mostró su tarjeta en recepción (bueno, la suya o la de la tal Kim Iseul), pasó al ascensor algo nerviosa. Su reflejo le decía que todo estaba bien; no tenía ojeras porque había podido dormir decentemente por primera vez desde su vuelta. Su blusa blanca no tenía una sola arruga, y la falda de tubo gris en conjunto con los tacones de charol negros de punta redonda estaban impecables. También se había esmerado a fondo para dejar su melena sin un solo pelo insurgente, por lo que se encontraba perfectamente lisa y en su sitio. Y su maquillaje, aunque sutil, resaltaba sus mejillas y agrandaba más sus ojos hasta hacerlos parecer los de un cervatillo... A lo mejor se había pasado con el maquillaje ahora que se miraba bien.

—Mierda —masculló más alto de lo que pretendía. Y una vez más, los trabajadores que la acompañaban en el ascensor se apartaron de ella como si fuera portadora de un terrible virus mutante.

En cuanto bajó del ascensor, con el taco de papeles bajo el brazo (ya que no le cabía en el maletín), su primera misión se centraba en ir al baño para deshacerse lo máximo posible del maquillaje de bebé de dibujos animados. Sin embargo, tal y como la misión se materializó, también lo hizo el primer obstáculo.

—Señorita Kim —la saludó Jimin en la entrada del pasillo de reuniones, rodeado de un pequeño grupo compuesto por cinco mujeres que le sonreían como si acabara de contar un chiste buenísimo; también podía ser por el aspecto de escultura renacentista que tenía el chico vestido por la camisa, la corbata y la chaquetilla gris. Ina no sabía bien cuál de las dos elecciones sería la correcta—. Me han mandado a buscarla esta maravillosa mañana para comunicarle que la reunión no tendrá lugar ni a la hora ni en el lugar acordado.

El grupo entero de féminas desconocidas se giró para mirarla, con una clara advertencia de lo más hostil dibujada en cada una de sus caras. Ina tuvo el impulso de alejarse a todo correr de ellas, pero en su lugar dijo:

—¿Eh?

—¿Eres la nueva abogada? —cuestionó una de las mujeres.

—Parece como si acabaras de salir de la carrera; ¿cuántos años tienes, lindura? —preguntó otra.

—Iseul te llamabas, ¿no? —inquirió la más cercana a Jimin—. ¿Por qué no traes unos cafés para todos? Así te vas familiarizando con cómo funcionan las cosas por aquí.

«Pero si acabo de entrar... ¡¿Qué significa esto?!».

Aunque no había sufrido de nada semejante en su anterior oficina (en la que todo el mundo era un auténtico encanto), sabía que algún día podría encontrarse en esa situación; una nada favorable en la que se había convertido sin quererlo en la «competencia». No sabía si con respecto a Jimin o en lo referente a algo laboral, pero estaba claro que para esas mujeres lo era.

Se debatió entre hacerles caso y empezar, con suerte, a caerles bien, o mandarlas a tomar viento. Tras sopesarlo un poco, acabó decidiéndose por la menos favorita de sus opciones y aceptó llevarles los cafés.

—Ah, y tengo veintitrés, sí que me llamo Iseul y he terminado la carrera hace exactamente un año. Gracias por el interés —añadió, dedicándoles una reverencia.

—¿Le importa que la acompañe, señorita Kim?

—Para nada, señor Park.

Jimin se mordió los labios para controlar la sonrisa que se le dibujaba sola y le dedicó un gesto con la cabeza para que le siguiera.

Caminaron en fila por el largo pasillo hasta que llegaron a una pequeña salita de personal. Estaba completamente vacía, por lo que en cuanto entraron y Jimin cerró la puerta a su espalda, la sonrisa que el chico había reprimido antes se formó en sus generosos labios con más ganas que nunca.

—Iseul, ¿es muy atrevido por mi parte llamarla ya por su nombre? —preguntó con una mueca preocupada. Ina rió sonoramente y le dio permiso para llamarla por su nombre falso las veces que quisiera—. Siento tomarme estas confianzas, pero tenía que decirte que... me he encontrado con muchas compañeras atractivas a lo largo de mi vida, pero resulta que tú les ganas por goleada.

—No seas idiota, Jimin —murmuró devolviendo la sonrisa del chico mientras notaba cómo la vergüenza le coloreaba aún más las mejillas.

—Eh... lo siento, pero prefiero que te dirijas a mí como señor Park si no te importa. —Jimin esquivó de manera magistral el golpe que Ina se disponía a propinarle en el hombro y abrió los brazos de par en par—. Ven aquí y salúdame como me merezco.

Ina dudó por un momento, pero tras mirar fugazmente por el ventanal que daba al pasillo y ver que la cortina estaba completamente echada, dejó sus papeles y su maletín sobre la mesa y se acercó dubitativa hacia los brazos abiertos de Jimin.

—¿Qué? ¿No te fías de tu Jimin-ah, dios de las...?

—De las máquinas de gancho, sí —completó Ina con una carcajada antes de abrazarle con fuerza.

—Iba a decir de las artes marciales, pero te la doy por buena —murmuró con sorna el chico, y sin que Ina lo esperase, propinó un pequeño beso sobre la superficie de su cabeza. Ese gesto, por algún motivo, la hizo sentirse mucho más tranquila a su lado—. A lo mejor te va a sonar trillado, pero... madre mía, cómo me alegro de tenerte por aquí otra vez...

—¿Sí? —preguntó verdaderamente impactada.

Dada la manera tan desastrosa en que acabó su relación, Ina no creía que Jimin fuera uno de los más interesados entre sus antiguas amistades por volver a encontrarse con ella. Ese era el principal motivo de que no hubiera hablado con él desde que se fue de Seúl: se sentía demasiado triste al pensar en lo que tuvieron... En lo mal que ambos lo hicieron durante esa fugaz relación. Aunque llamar a unas semanas de besos, tonteo y sexo por despecho (en el caso de ambos) una relación propiamente dicha, quizás era ser demasiado optimista. Había pensado en llamarle, eso por descontado, pero le daba miedo pensar en su rechazo. Y, sin embargo, la expresión sonriente de Jimin poco tenía que ver con ese hipotético repudio.

—Claro que estoy encantado de que estés aquí, ¿no te das cuenta? —resopló el chico con aire chulesco—. Ahora que tú eres la novata de la oficina, todas las cagadas van a ser culpa tuya y yo me libro por fin.

—¡Jimin-ah! —se quejó Ina, alejándose del abrazo y dando un fuerte pisotón del tacón contra el suelo.

El chico rompió a reír ante la reacción de su amiga y llevó las manos a la parte trasera de la cabeza de la chica para volver a atraerla hacia sí.

—Que era broma, tonta. Claro que te he echado de menos. Y no solo me alegro de que hayas vuelto por eso de librarme de ser el novato inútil —añadió con malicia—. Es que... de verdad que tenía ganas de verte y hablar contigo. Pero tal y como acabó la cosa entre nosotros... Con eso de la pelea que tuve y toda la mierda por la que nos hicimos pasar, la verdad es que me cagaba comprobar si tú querrías saber nada más de mí.

Ina se hizo un hueco sobre el brazo flexionado de Jimin, aún sobre sus hombros, y apoyó la barbilla ahí. Se preguntó cuántas relaciones habría arruinado el miedo a lo largo de la historia y se alegró de que la suya con Jimin no fuera a ser una de ellas.

—Yo pensaba exactamente lo mismo, Jimin-ah... Me habría venido muy bien alguno de tus increíbles consejos en Italia, ¿sabes? Cosas como qué hacer y qué no hacer cuando tengo que liquidar a un enemigo con una patada giratoria y ese tipo de enseñanzas.

—Ufff, un asunto peliagudo; menos mal que ya me tienes a tu entera disposición.

Jimin la dejó ir una vez Ina sintió que debía mirarlo, y así se quedaron, completamente quietos frente a la puerta cerrada de la sala, tratando de averiguar si había algo más que tuvieran que añadir. Algo como una disculpa tardía y extraña.

—Jimin, quería decirte que...

—No quiero que me pidas perdón, Innie —murmuró incómodo.

—No iba a pedirte perdón —repuso Ina, sonriéndole con cariño—. Los dos la cagamos, y mucho. Tú estabas dolido por Jiwoo, yo estaba dolida por... Lo importante es que no era nuestro momento —rectificó nerviosa—; quizás, si lo nuestro se hubiera dado cuando debía darse, habríamos sido felices... o tal vez no. Pero al menos no habríamos jodido tanto nuestra amistad.

—Ui, has dicho una palabrota —soltó Jimin para molestarla. Ina rodó los ojos y echó las manos al cielo para quejarse de que no la tomara en serio. Y justo después, el chico le agarró las manos y asintió profundamente—. Tienes razón, listilla, como siempre. Vaya novedad, Kim... ¿Iseul? Siendo más lista que yo.

—Jimin-ah, si no te importa, y no hay nadie cerca, no me llames Iseul; lo odio.

—Como usted mande, señorita Kim. Por cierto, espero que hayas preparado al milímetro el informe que te pidieron —comentó más serio—. Los pollavieja de los abogados están jodidos porque una niñatilla venga a darles órdenes y van a querer despellejarte ante el mínimo error.

—Cuántos ánimos, te lo agradezco mucho; era justo lo que necesitaba escuchar—le reprochó sintiéndose más nerviosa por momentos.

—Innie, lo vas a hacer genial, ¿vale? Estoy seguro. Solo... no les des el placer de equivocarte, sobre todo, no se lo des a mi padre, por favor te lo pido —enfatizó asqueado—. Si hay alguien en este mundo que puede hacer esto sin cometer una sola cagada, esa eres tú. Ayúdame a darles una hostia en sus caras de viejos rancios.

—Lo intentaré —aseguró Ina, sintiendo más presión que nunca sobre sus hombros.

Y cuando las manos de Jimin recogían las mejillas de la chica entre sus manos, sonriendo para darle ánimos, la puerta se abrió y ambos saltaron de la cercanía que mantenían como si hubiera explotado una granada en medio de sus cuerpos. Ina se tiró sobre sus papeles, fingiendo que los miraba con detenimiento mientras que Jimin toqueteaba la máquina apagada del café como el que llevaba a cabo una complicadísima inspección de seguridad.

—Ah, Park, qué susto. No te ofendas, pero es rarísimo verte tan temprano en la oficina —comentó el chico que acababa de entrar; era bajito y llevaba un corte a tazón que a Ina le recordó al de los niños pequeños. Además parecía ansioso, ya que no paraba de mirar sobre su hombro como si acabara de escapar por los pelos de un hombre lobo—. No se te ocurra pasarte por la décima; ya están aquí —anunció con tono siniestro.

Pffff. Siempre la misma historia —mascó Jimin, llenando la cafetera de agua—. No sé a qué le tenéis tanto miedo.

—Déjame pensar... —murmuró sarcástico—. A lo mejor es poco racional, pero... ¡¿Al mismísimo diablo, a lo mejor?!

Mientras seguían discutiendo, Ina se acercó disimuladamente a Jimin para aprender cómo funcionaba la máquina del café. El chico trabajaba con tal rapidez que no le daba tiempo a retener nada de lo que estaba haciendo. Y lo peor pasó de repente; una vez Jimin había conseguido hacer una jarra entera de café y su discusión con el extraño continuaba, los ojos de este se toparon con Ina (por más que la chica tratara de pasar como parte de la decoración) y se acercó un poco a ella ante la atenta mirada de Jimin

—Tú eres la nueva, ¿no? Kim...

—Iseul —completó Ina—. Encantada.

—Sí, sí, yo también —dijo a desgana—. Oye, ya que estás aquí... ¿no te importaría llevar unos cuantos cafés a la décima? Yo estoy liadísimo, y no puedo pasarme ni de broma.

Ina le dirigió una mirada interrogativa a Jimin para ver qué le parecía esa idea. El encontrarle pálido y con los ojos como platos no ayudó mucho a convencerla.

—Verás... cómo sea que te llames, yo tenía que llevar este café a otras personas, así que...

—Hazme caso, Isool: es mucho más importante que estos cafés lleguen a la décima. Seguro que les sirve para apaciguar un poco los ánimos.

—¡Me llamo Iseul! —le corrigió instintivamente. «Te llamas Ina. ¡INA!».

—Vale, lo siento: Iseul, ¿está bien? Iseul, mira, de verdad que es muy importante que los de la décima estén contentos. Son el grupo empresarial con el que nos vamos a fusionar próximamente, y es vital que no puedan quejarse de nada. Lo entiendes, ¿verdad?

—¿La empresa europea? —preguntó Ina, muy interesada de repente. El chico asintió con urgencia.

Si eran ellos, resultaba que las personas con las que tendría que negociar tarde o temprano habían llegado... ¡Y nadie le había dicho nada! Seguro que por culpa de los otros abogados, que no habían creído que fuera importante que ella estuviera o no presente. Jimin tenía razón: eran todos unos rancios y unos... pollavieja (significara eso lo que significase).

Hizo una rápida recapitulación de sus prioridades y determinó que DEBÍA presentarse como correspondía. Si iba a ser la encargada de redactar los pactos y demás formalidades, lo mínimo era que conocieran con quién iban a estar tratando.

—Vale, voy —aceptó sonriente.

El chico pareció aliviado e incluso la ayudó a cargar todos los cafés en una bandeja. Y aunque la mueca de Jimin seguía dándole malas vibraciones, intentó no hacerle demasiado caso hasta que abandonó la sala.

—¡In...! —Jimin se interrumpió a sí mismo, mirando de reojo al infiltrado, y sostuvo la puerta antes de que Ina desapareciera camino del ascensor—. Señorita Kim... no hace falta que lo lleve; ya lo hago yo.

—¿Cómo vas a hacerlo tú, si a ti no te puede ni ver? —carcajeó el chico—. Hoy estás rarísimo, Jimin. Ven anda, tómate un café, que te hace falta.

Los ojos de Jimin gritaban una orden que Ina no supo interpretar, y cuando el otro chico cerró la puerta, trató de convencerse de que había exagerado lo que Jimin trataba de decirle. Lo más seguro era que no quisiera dejarla sola con el grupo de buitres peligrosos que era el resto de abogados, pero ella se bastaba para tratar con esos carroñeros.

Decidida, se dirigió hacia el ascensor y subió a la décima planta cargando con la bandeja e intentando que su nerviosismo no fuera demasiado obvio. Durante el breve trayecto se preguntó dónde estaría celebrándose la reunión, y temió tardar mucho en encontrar la sala donde se iba a llevar a cabo. No obstante, una vez las puertas se abrieron ante ella con un pequeño sonido repiqueteante, no le costó mucho intuir hacia donde se debía dirigir, ya que los pocos ejecutivos que se encontraban en esa planta caminaban solos o en grupos hacia el mismo sitio: la sala de reuniones número cero.

Cuando llegó a ella se dio cuenta que no era la única en estar de los nervios. La atmósfera frente a la puerta cerrada era tensa; las pocas conversaciones que se llevaban a cabo allí lo hacían en murmullos atropellados, y, aparte de eso, solo reinaba el silencio y las toses lejanas y apagadas del resto de ejecutivos.

—Hola, buenos días —saludó la chica en dirección a la mujer que repartía los dossieres—. Venía a traer café para los invitados.

—¿Qué cojones? —escuchó que decía un hombre trajeado un poco más lejos. Lo pudo oír sin ninguna dificultad pese a encontrarse rodeada, y según pareció, el resto de los allí reunidos pudo hacerlo también, porque se apartaron enseguida para observar con gesto reprobatorio al causante de la desafortunada palabra—. ¡¿Qué coño haces aquí?!

Yoongi apareció frente a ella de un momento a otro, mirándola con un cabreo que Ina no supo interpretar. Solo estaba llevando unos cafés, por el amor de dios, no es que tuviera la intención de corretear en bolas por el pasillo de reuniones.

—¡¿Pero qué haces?! —gritó Ina cuando, sin esperarlo, se vio arrastrada por Yoongi, que la agarraba del brazo como si estuviera a punto de llevarla aparte para darle una regañina.

Como Ina caminaba con dificultad para no dejar caer la bandeja, Yoongi se la arrebató y la dejó de cualquier forma sobre el mostrador de recepción antes de soltarla del brazo y lanzarle una mirada severa.

—Ya está, muchas gracias por traer los cafés. Ahora pírate.

Como se habían alejado un poco, los murmullos volvieron a ocupar la lejanía como un cantar aletargado y aburrido. Pero aunque todo lo que se escuchase en la planta entera no fuera más que el piar de un gorrión, Ina no podría haberse contenido de decirlo.

—¡¿Pero quién te crees que eres, Min Yoongi?! —exclamó completamente fuera de sus casillas—. ¡Me arrastras hasta aquí, me quitas los cafés y me dices que me vaya!

—Sí, exacto: eso he hecho. Ahora hazme caso y vete de una vez.

—¡No me pienso ir! Quiero presentarme y que conozcan a la encargada de llevar los tratados de la fusión —gruñó Ina, apuntando a Yoongi con un dedo en pleno pecho—. De entre toda la gente de esta estúpida empresa, no me esperaba que tú precisamente fueras a tratarme como una niña que no sabe lo que hace, Min. Estoy indignada. ¡Indignada!

Antes de que Yoongi pudiera reaccionar, Ina aprovechó el momento en que el chico se llevaba las manos a la cara, desesperado, para escapar furtivamente y volver a colarse en el pasillo.

—La madre que te... —murmuró el chico, corriendo tras ella.

Ina no era lo que se dice rápida con esos estúpidos tacones. Además, debía aparentar normalidad, y correr en medio de un pasillo de reuniones no era lo que se dice común, por lo que Yoongi la atajó mucho antes de que su plan diera frutos. Sin decir nada, el chico la volvió a agarrar del brazo y se la llevó a toda prisa por un lateral del pasillo que pasaba justo frente al despacho número cero. Ina trató de echar un vistazo dentro, pero todas las cortinas estaban bajadas. Mientras tanto, Yoongi esquivaba al resto de personas trajeadas que esperaban fuera, los cuales les miraban con un interés que rayaba lo insano. No debía pasar mucha cosa interesante por ese edificio si estaban tan interesados en una intrusa y su captor.

Ina suspiró, intentando no formar un escándalo que le costara el despido inmediato, cuando, de repente, la puerta del despacho se abrió justo al tiempo que Yoongi se abría camino entre dos ancianos especialmente reacios a apartarse. La chica no desaprovechó un segundo y llevó todo su cuerpo hacia atrás para hacer retroceder a Yoongi unos pocos centímetros, los suficientes como para poder cotillear qué demonios pasaba allí dentro.

—Paso —masculló a los viejos—. ¡Dejadme pasar, coño!

Los hombres se separaron con aire ofendido mientras Yoongi farfullaba y arrastraba a Ina de la mano lo más lejos que podía de ese sitio. Pero, por algún motivo, esta vez no se resistía. Había logrado ver la sala; una escena fugaz, más bien. Había visto a su madre presidiendo la mesa, y a su lado... inclinado sobre los mismos papeles que la mujer miraba con atención, se encontraba alguien que... «No, no puede ser». Pero sí que podía ser, ¿no? Al fin y al cabo, ¿no había estado preguntándose eso mismo desde que se enteró?

Ese alguien había levantado la cabeza al segundo justo que Ina lo miraba, y, por un momento, sus ojos se habían cruzado. Un instante; menos de un segundo. Aunque Ina lo notara como si hubiera pasado minutos enteros metida en esa escena extraña.

Estaba aturdida, sentía náuseas y solo fue consciente de que estaba dentro de una sala de reuniones vacía cuando escuchó el portazo que dio Yoongi a su espalda.

—Vamos a dejar una puta cosa clara desde ya: para la próxima vez que te pida que te pires, ¡te piras sin rechistar, joder! —explicó alterado frente a Ina, que lo miraba como si no lo estuviera viendo realmente—. ¡¿Qué coño haces llevando cafés y mierdas?! ¿Eres abogada o eres camarera?!

—Abogada.

—¿Y a cuántas abogadas serias has visto tú llevando bandejitas con cafés para un puñado de gilipollas en traje? ¿A muchas o a ninguna?

—Yo solo quería... Me lo ha pedido un tío que me he encontrado en la sala de descanso, y creí que... —murmuró Ina, pero Yoongi volvió a tomar la palabra.

—¿Quién te ha pedido eso? ¿Quién? —insistió cabreado. Ina se encogió de hombros; se sentía muy lejos de esa sala. Era como si su alma hubiera dejado que su cuerpo siguiera sin ella, y ahora no se sentía capaz de digerir nada de lo que pasaba. O de lo que había creído ver—. Si alguien te vuelve a decir que lleves café, hazme un favor, Kim: mándales a tomar por culo de mi parte. No te he pedido nada jamás, ¿me vas a hacer el favor de decirlo?

Ina asintió por instinto y Yoongi, suspirando, se asomó al ventanal que daba al pasillo de reuniones para mirar tras la cortina echada y chasquear la lengua.

—Tengo que irme, ya están entrando todos —comentó molesto. Volvió a mirar a Ina y su enfado pareció disiparse un poco antes de volver a hablarle—. Kim, creéme que lo digo por tu bien. No dejes que te manejen o nadie te va a tomar en serio por aquí, ¿lo entiendes? Esto es una selva; solo puede ganar el más cabrón.

Ina volvió a asentir, con la vista clavada en las puntas redondas de sus tacones. De repente le parecían muy feos, y no tenía idea de por qué. Solo oyó cómo Yoongi volvía a chasquear la lengua antes de volver a colarse en su campo de visión.

—Mírame, venga —pidió cansado. Ina lo hizo, aturdida por encontrarse acompañada de alguien. Sabía que Yoongi estaba ahí, pero, a su vez, su cerebro era incapaz de procesarlo—. Vuelve a tu planta y no te acerques más por aquí. Y te lo juro, si alguien más te pide un puto café... —El chico apretó la mandíbula y se tragó lo que estaba a punto de decir, aunque la manera en que gruñó le dio a Ina una idea aproximada de lo que quería explicar con el gesto.

Yoongi se fue a prisa y cerró la puerta a su espalda, y ese pequeño chasquido fue el detonante para que la conciencia de Ina volviera a su recipiente original. No sabía qué prefería, si el extraño momento de vacío o la catarata de pensamientos que la desbordaba ahora.

«¿Ha sido real?». Esa pregunta era la más perturbadora de todas cuantas se le pasaban por la cabeza. Por una parte, quería convencerse de que no lo había sido, pero eso la llevaba a cuestionarse su cordura; por otra parte, si había sido real...

—No puede ser —se dijo, tratando de reír por su propia estupidez—. No, Ina. Es... imposible. ¿Qué posibilidades hay? Ninguna.

Pero una vocecilla interna y fría le recordaba todo cuanto había estado pensando esa misma mañana antes de entrar a la oficina... De cualquier forma, y fuera como fuese, ¿qué podía importarle a ella? Lo más sensato sería hacerle caso a Yoongi e irse de allí lo más rápido posible. No debía mirar atrás.

Salió del despacho con el corazón latiendo más pesadamente que nunca bajo su pecho. Daba sacudidas en una especie de ritmo de marcha militar; sentía cada pálpito como el chocar de la madera contra la piel del tambor.

Pum, pum, pum.

Sus oídos se taponaron de repente, y ya no podía escuchar sus tacones sobre el suelo o la despedida de la recepcionista, que había vuelto a su puesto. Solo escuchaba los tambores.

Esperó al ascensor notando cómo las palmas de sus manos exudaban sudor frío, y cuando las láminas metálicas se separaron con el acostumbrado par de pitidos agudos, Ina lo escuchó: una puerta a lo lejos, unos pasos, una sola palabra ahogada:

—¿Ina?

Se metió en el ascensor sin prestar atención a los tambores o a la llamada de su nombre. Pulsó el número de su planta y, seguidamente, apretó con excesiva fuerza el que cerraba las puertas del ascensor. El recorrido de ambas hasta encontrarse en el medio le resultó frustrantemente lento. Cuando se vio sola, a salvo en ese cubículo de metal, cogió aire en una inspiración temblorosa y se permitió agarrarse sobre la barandilla y recuperar la compostura lo mejor que sabía.

No podía mirar atrás, y no pensaba hacerlo.



---

Bueno, aquí estamos otra vez <3

La verdad es que de la última actualización a esta ha pasado más bien poco (para lo que me estoy tomando últimamente), así que no está nada mal. Pero no cantemos victoria todavía, porque... se viene algo en el Rewrite Me que va a traer cola, aunque todavía no se sepa bien el qué.

Me atrevo a asegurar que muchas ya os lo oléis, porque lo estaréis esperando, pero por si las moscas, lo pregunto: ¿quién creéis que llama a Ina en ese final de capítulo? (Oh, Dios mío, qué gran incógnita. Sandy es que eres mala gente por terminar el capítulo ahí). Sí, sí, I know, I promise. Pero ¿tenéis alguna teoría disparatada o candente que queráis compartir al respecto? Yo os leo.

Anyways, espero que os haya molado el capi y nos vemos en el próximo as soon as I can.

Py, darlings <3

---

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro