5.-El concepto de «penasco».
Recordaba algo... Algo que olía de una manera peculiar; como un grafiti recién hecho o una fresca madrugada en pleno verano. Algo con un tinte de aventura y, a su vez, prohibición. Ese «algo» también era suave, o eso creyó sentir... Lo notó en sueños, de pasada. ¿Qué había sido? Ya no importaba... Se estaba despertando y ese «algo» se iba al otro confín del mundo...
Pero sí que había una cosa que seguía escuchando pese a encontrarse cada vez más lejos del sueño: una especie de siseo ronroneante y cercano. Sss...se... ¿Había una «ene» en esa palabra?
—Despierta ya... Venga... no te hagas más de rogar —La voz sonaba divertida y... cercana. Y cuando Ina reparó por fin en qué era esa palabra siseante que había oído antes, abrió los ojos de sopetón—. Por fin, sensei; llevo aquí diez minutos convenciéndote para que abras los ojos —murmuró Yeonjun, sentado sobre el sofá en el que Ina dormía a pierna suelta hasta hacía un segundo.
—¿Mm... Qué? ¿Tú en mi...? ¿Eras tú? —preguntó confusa.
—¿El qué era yo, sensei? No estarías soñando conmigo, ¿no?
Tras refregarse los ojos y estirar los brazos, Ina trató de enderezarse sobre el sofá, pero Yeonjun estaba sobre un extremo de su manta y no podía quitársela de encima. Sin querer, soltó un pequeño quejido por el esfuerzo de deshacerse de esa cárcel compuesta de algodón, y Yeonjun, sonriente, la chistó con suavidad mientras la miraba desde arriba y sorbía de una pajita el contenido de su zumo.
—No hagas esos ruidos, sensei, que los tortolitos siguen dormidos y no queremos despertarles, ¿verdad que no?
—¿Eh?
Mientras Ina trataba de encontrarle algo de sentido a su propia existencia, Yeonjun se levantó por fin, soltando una risotada, y le tendió una mano para ayudarla a incorporarse. Ella, aún aturdida y somnolienta, la aceptó, pero antes de agarrarse al chico se dio cuenta de que estaba clareando en el exterior.
—¡¿Qué hora es?! —cuestionó alarmada, tirándose en plancha a por su móvil.
—Las seis y media. Me he tomado la libertad de apagar la alarma y levantarte por mis propios medios. Mejor mi voz que un pitido tocapelotas, ¿no?
En esos instantes la chica no sabía qué decir. Ni siquiera había escuchado a Yeonjun, y su ánimo, ya de por sí chafado por esos primeros días en Corea, se hundió en el subsuelo cuando se acordó de a quién debía ver en unas horas. Soltando un gruñido se tiró de espaldas sobre el sofá, y Yeonjun, aprovechando el espacio, volvió a sentarse a su lado.
—¿Qué? ¿Sin ganas de currar?
—Sin ninguna gana, no —corroboró Ina de mal humor.
—¿Pagan mal? ¿Jefes rancios? ¿Te has aburrido ya de ser abogada? —Cuando se disponía a contestar, Yeonjun la interrumpió—. Siempre he creído que no te pegaba ese rollo del Derecho, sensei; es demasiado serio para ti.
Mirándole aturdida, se debatió entre ignorarlo e ir directamente a por su café o volver a dormirse y pasar del trabajo.
—¿Por qué estás tú levantado? —preguntó en lugar de lo que se le había pasado por la mente hacer.
—Tengo que ir a clase. Mi primer día, yay. Super emocionante... —soltó con sarcasmo—. Lo único bueno de la universidad son las universitarias, lo demás... meh —añadió, haciendo un gesto con la mano que ilustraba su apatía. Antes de que Ina pudiera procesar esa declaración, Yeonjun dio otro sorbo a su brick de zumo y se estiró en lo poco que sobraba de sofá, a un lado del cuerpo encogido de la chica—. ¿Por qué has dormido aquí, sensei? ¿No has estado incómoda?
—Mmmm... No, en realidad no. Y no quería quitarte la cama; ya vi que habías tenido que dormir aquí ayer...
—¿Y?
—Pues que no quería robarte el cuarto, encima de que me he plantado en el apartamento de improviso.
—No, no —carcajeó Yeonjun, echándose de costado para observar a Ina—, digo que por qué ibas a tener que quitarme la cama... Tú también tienes un hermano, sensei, no me digas que no te gusta compartir...
El salón se quedó en silencio de repente; Ina miró con atención los ojos brillantes de Yeonjun y su pequeña sonrisa de medio lado, tratando de obligar a que los engranajes de su cerebro se colocaran en su lugar y empezasen a trabajar correctamente. Y pasado un rato en el que el chico parecía deseoso de añadir algo más, Ina se incorporó, lo miró con los ojos entrecerrados y habló:
—Mira, te voy a dejar una cosa muy clara para que no tengamos malentendidos: me da igual lo hermano mío que sea, no pienso dormir con Jin ni en un millón de años.
La sonrisa de Yeonjun desapareció e Ina se levantó para prepararse su obligado primer café del día. Adoraba al pequeño, y le daba algo de pena haberle chafado los planes, pero no pensaba intercambiar cuartos y tener que acabar durmiendo con Jin cada noche. Esa era una pesadilla por la que jamás iba a pasar. Solo de pensarlo le daban escalofríos. ¿Qué estaría pensando Yeonjun para ofrecerle semejante locura?
Eran las ocho en punto de la mañana y se encontraba frente al abismo. Un abismo altísimo, tanto que se perdía entre las nubes parcialmente grisáceas del recién empezado otoño, pero un abismo de cualquier forma...
El edificio Yonseng se erguía frente a Ina, imperturbable y macizo, como un tronco de secuoya con trescientos años de vida. La miraba... Ina lo hubiera jurado por su alma; el edificio entero parecía estar riéndose de ella.
Había pasado unos días miserables; recordando cosas de las que no recordaba acordarse, pasando por malos tragos con estupideces referentes a un pasado que parecía haber vivido en otra de sus vidas. Y sin embargo, ahí seguía: estancada y asustada por un amasijo de hierros, ventanas y cemento. Si quería avanzar y no sentirse constantemente atacada por sus amigos o la misma ciudad de Seúl, tenía que empezar a dejar el pasado donde le correspondía: atrás.
Armándose de valor, cruzó las puertas y entró al hall con la cabeza muy erguida y las manos apretadas en dos puños; el recepcionista, tras preguntarle su cargo, le dio su ficha de empleada e Ina la tomó sin mirarla para acudir como una bala al ascensor. Allí, su cabeza empezó a hacerla sentir más tranquila; era una profesional, sabía lo que hacía y ese trabajo solo era una experiencia más en su vida. Una que, con suerte, le ayudaría a conseguir bastante pasta antes de irse a un trabajo de verdad en el que pudiera hacer lo que más deseaba.
Todo estaba clarísimo, ¿de qué se estaba preocupando antes? No había NADA de lo que estar asustada. Ella podía con todo.
«Vamos, Ina, saca tetas y enséñales a todos tus pezones metafóricos. ¡Tú puedes!».
Asintió para sí misma, más segura que nunca aunque con ese gesto consiguiera que varias personas que la acompañaban en el ascensor se alejaran un poco de ella. El pitido de la última planta la avisó de que había llegado a su destino, y salió del cubículo caminando como un caballo de exposición, decidida a zanjar el tema de su trabajo lo antes posible para poder empezar a salvar el mundo... O lo que tuviera su madre en mente para ella.
Se dirigió por el pasillo hacia la puerta del despacho que anunciaba con un letrero dorado el nombre de su madre y abrió con un tremendo estrépito —con el pecho hinchado y las aletas de la nariz extendidas (respirando la seguridad que ella misma emanaba)— justo antes de que diez pares de ojos se giraran en su dirección y se hiciera el silencio.
De entre todas las caras desconocidas (y el terrible hormigueo que empezaba a subir por el cuello de Ina en dirección a su cara y orejas), reconoció una sola; femenina, de rasgos finos y alargados y ojos de depredador, que la miraba con un atisbo de sorpresa y alegría.
—No podías haber llegado en un mejor momento —anunció su madre, levantándose de la presidencia de una larga mesa (que antes no estaba en ese despacho) y dirigiéndose a paso firme hacia su hija. Cuando se puso a su lado, Ina sintió como si midiera diez centímetros—. Ella es la experta en legislación europea de la que les he hablado, trabajará en la fusión, y estará a su disposición las veinticuatro horas del día.
Ina miró a su madre con creciente terror. Lo de las veinticuatro horas no le había gustado en absoluto, pero como sus orejas estaban ardiendo y notaba las mejillas por lo menos a doscientos grados fahrenheit, decidió seguir calladita.
—Encantado, señorita... —comenzó a decir uno de los hombres sentados a la mesa. Ina se sintió entre agradecida y confusa de que su madre tomara la palabra para presentarla.
—Kim —agregó la mujer, lanzando una mirada estricta a su hija—. Kim Iseul.
—Aquí está el departamento de contabilidad, te recomiendo que no te relaciones mucho con la gente de por aquí, son de lo más deprimentes. —La mujer continuó por el pasillo como si nada, ignorando que su hija llevaba alrededor de media hora con la boca abierta y la mirada perdida—. En la quinta planta está el comedor, aunque eso ya lo puedes conocer por ti misma, supongo. ¿Subimos ya y te enseño tu despacho o quieres...?
—Sí, justamente eso: quiero saber por qué me has cambiado el nombre. ¿Te has aburrido del que me diste al nacer o cómo va la cosa? —preguntó furiosa cuando recuperó el habla.
Su madre le lanzó una mirada de advertencia ante el reproche en voz alta y le hizo un gesto con la cabeza para que se montase en el ascensor. Ina ignoraba qué clase de fama tendría la mujer en esa empresa, pero bastó con que apareciera frente a las puertas del ascensor para que todo el mundo se bajara y las dejaran subir solas. «Como un tigre en una jaula de hámsters».
Una vez a solas, la mujer suspiró y perdió momentáneamente la tirantez que era natural en ella. Pero, como también era natural, volvió a recuperarla de un plumazo.
Ina no esperaba mucho de ese reencuentro. Al menos, no esperaba atesorar ningún recuerdo feliz de encontrarse nuevamente con su madre tras cinco años sin verse las caras más que por videollamada. Y no es que se sintiera decepcionada; poco había ya que pudiera decepcionarla si venía de esa mujer de hierro macizo. Lo que sentía era más bien furia contenida, una especie de indignación y un rencor interno corrosivo... Y le dio rabia darse cuenta de que, en lo más profundo de su ser, había esperado algo más que esa fría bienvenida por parte de la mujer.
—Ina...
—¡¿Soy Ina otra vez?! Anda, menos mal, ya estaba pensando en coger cita para actualizar mi documento de identidad —volvió a farfullar enfadada.
—¿Me dejas que te lo explique?
Exasperada y con los brazos cruzados, se debatió entre seguir lanzando reproches o marcharse de la empresa de inmediato. No es que se hubiera imaginado ningún escenario agradable al pensar en reencontrarse con su madre, sin embargo, el que había acabado sucediendo era todavía más indignante de todo cuanto había creído que pasaría.
—Te escucho —gruñó Ina.
Antes de que la mujer pudiera comenzar con esa explicación habían llegado a su destino, y no se cruzó una sola palabra entre madre e hija hasta que estuvieron dentro de un cuartucho oscuro y deprimente situado en la planta anterior a la de dirección. Nada más llegar, la mujer comprobó con un chasquido de lengua que la mitad de las luces del despacho estaban fundidas, y sin darle importancia se sentó en la única silla disponible (tras poner un pañuelo en el asiento). De un bolsillo de su blazer color champán sacó un botecito del que cogió algo pequeño y blanco que se llevó a la boca, dando una sacudida con la cabeza para hacer bajar el trago.
—Voy a ir directa al grano, y me gustaría que me dejaras acabar antes de ponerte con impertinencias, porque tengo un dolor de cabeza horrible. —Ina se tragó una palabrota que se le pasaba por la mente y asintió, de brazos cruzados frente al destartalado escritorio—. Como habrás oído de pasada, estamos trabajando en una fusión bastante gorda, y necesitamos asesoramiento legislativo en lo referente a cómo se hacen las cosas en Europa: por eso estás aquí. Nos viene de perlas tu formación en Italia. Además, si todo sale bien, esta no será la única fusión que lleves a cabo...
—¿Otra fusión? —preguntó Ina sin poder contenerse—. ¿Piensas quedarte con todas las empresas que te hagan un poco la competencia?
La mujer sonrió condescendiente y cabeceó como si no diera crédito de la inocencia de su hija.
—Los titanes no miran cuántas hormigas pisan mientras van corriendo por el bosque, hija.
Tal vez se le había olvidado, como muchas otras cosas en su vida, el miedo que imponía esa mujer cuando le apetecía. Decidió apuntarlo en el rinconcito de su mente titulado: «gente a la que no conviene cabrear».
Suspiró, dispuesta a pedirle a su madre que continuara, cuando se dio cuenta de la enorme telaraña (con araña incluida), que caía desde el techo, justo frente a su cara. Dio un salto y se separó lo más que pudo del insecto, sacudiéndose entera del mismo disgusto. No sabía exactamente por qué, pero tenía una mala sensación acerca de ese despacho.
—Ahora deberíamos hablar de las condiciones, ¿no crees?
—Las condiciones se hablan una vez se ha aceptado, y que yo sepa, no he dicho que sí a que se me conozca como Iseul a partir de ahora.
—Kim Iseul —puntualizó la mujer, a lo que Ina rechinó los dientes—. ¿Qué? No creía que fuera a importarte, si hasta te has puesto la cinta con el título y el nombre.
Ina miró hacia abajo, en dirección a la identificación que le habían dado en recepción, y se la quitó malhumorada al ver ese nombre desconocido colgando de su cuello. El gesto despechado no le salió del todo bien, ya que la cinta se enredó en su barbilla y después en uno de sus pendientes, por lo que su madre acabó ayudándola a quitarlo con una sonrisa que, al menos, se esforzó en disimular.
—¿Me puedes explicar a qué... se debe —continuó, volviendo a descartar otra palabra malsonante— mi cambio de identidad?
—Es bastante sencillo, pero todo a su debido tiempo, hija. Ahora, lo que nos concierne es el puesto y si quieres tomarlo. No me habría sido difícil encontrar a otra persona mucho más cualificada y con valores morales mucho más bajos que los tuyos, pero te he elegido a ti... Yo me lo tomaría como un cumplido.
Ina dejó caer la mandíbula, controlando la bestia interna que le mandaba destrozar todo el despacho, gritarle cuatro cosas a su madre e irse de allí para siempre. En su lugar, suspiró, trató de calmarse y, con toda la educación que pudo retener, habló:
—Tú y yo, madre —mascó—, hemos demostrado ser polos opuestos en mil y una cosas antes que esta, así que yo no estaría tan sorprendida como tú de que nada de esto me resulte un cumplido. A partir de ahora quiero las cosas claras entre nosotras si es que de verdad necesitas que esto funcione.
Jinhye no contestó de inmediato, sino que se tomó unos segundos en los que meditó tranquilamente antes de tomar la palabra una vez más.
—Las cosas claras, entonces. Necesito tu influencia en el grupo de abogados. Necesito tu experiencia en lo referente a qué no podemos hacer según esa cosa de los... Derechos humanos —suspiró como si le pareciera un término ridículo—, y necesito que nadie aquí sepa que eres mi hija. ¿Todo claro ya?
—No, ¡¿cómo que «todo claro»?! No hay nada claro, mujer —gruñó Ina, pero ya era demasiado tarde como para seguir tomándola en serio, ya que una racha de aire procedente de las rendijas del techo había movido la telaraña, que se había enredado en su pelo, y en ese instante saltaba en círculos, gritando asqueada, mientras trataba de librarse de ella.
Ignorando el humillante momento por el que pasaba su hija, Jinhye le dio la espalda y cruzó las dos tristes zancadas que la separaban de la puerta.
—Vas a ser junior, así que no cobrarás demasiado. Mañana te quiero aquí a primera hora para empezar a asesorar al nuestro equipo de abogados de cualquier duda que puedan tener, por lo que te recomiendo que te pases lo que queda de día repasando todos los apuntes que hayas guardado de la carrera —relató seriamente—. Por cierto, me gusta el café solo y con un azucarillo, para que lo tengas en cuenta.
Al tiempo que Ina se libraba de la telaraña del todo (o eso esperaba por el bien de su salud cardíaca), su madre abandonó el despachito, y ella se adelantó lo más rápido que pudo para atajarla.
—¡No me has dicho dónde voy a trabajar! —se quejó, con la cabeza demasiado aturullada como para replicar por todo cuanto le había dicho su madre hasta el momento.
—Ay, Ina... —Y sin más, miró a la espalda de su hija. En dirección al nido de arañas oficial de la compañía.
«No. Me niego».
No obstante, por más que su mente se quejara entre lloros y gemidos de desesperación, no logró hacerse oír, y antes de que se diera cuenta, su madre se había esfumado tras las puertas del ascensor.
El espectáculo que esperaba a Ina en esa caverna nombrada despacho de forma incorrecta le evocó una sola palabra: «penasco», una muy acertada combinación entre la más profunda pena y el más sincero asco. Los flashbacks de su despacho en Roma empezaron a acosarla; su escritorio de cristal, su silla reclinable, los suelos de azulejo blanco y sus paredes color caoba sin telarañas... Aún mejor que el sitio donde trabajaba era su trabajo en sí: dedicándose a evitar desalojos masivos en contra de los bancos, poniendo querellas contra multinacionales que se pasaban por el Arco del Triunfo los pactos medioambientales...
Ahora se iba a dedicar a hacer fusiones (de seguro ilegales e injustas) por un sueldo mísero en un despacho que tenía más pinta de selva amazónica que de sitio habitable.
—Esto no puede estar pasando —gimió para sí, dando una vuelta completa sobre sí misma para verlo mejor. No tenía ni ventanas.
Amargada, se dejó caer sobre la silla pensando que volver a Seúl la había devuelto inevitablemente a su antigua ocupación: la de limpiadora. Entre la experiencia que había reunido en el restaurante de Jin en esos dos días, sumado a su antigua vivencia como limpiadora y sacadora de basuras profesional, debía tener conocimientos suficientes para obtener el máster de mucamita una vez acabase con ese horrendo despacho.
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Hello from the other siiiiiiiiiiiiideeeee
Hace mil millones de años que no me paso por aquí, pero bueno, así es la life, supongo. Estoy una poca ocupá y el tiempo se me escurre de las manos. De todas formas espero que, quien tuviera ganas de seguir Rewrite Me, esté un pelín feliz por este capítulo XD
Espero que este "comeback" de Innie os esté gustando aunque vaya a pasitos de bebé. Como siempre, si tenéis algo que comentar al respecto, os leo gustosamente.
Py lots <3
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