Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

3.- Un reencuentro extraño.

Despertarse en medio de unas mantas remendadas y sobre un suelo a medio quitar no era precisamente la clase de bienvenida que Ina esperaba de su primera noche en Seúl. La celebración por el compromiso de la noche anterior había acabado alargándose, y todos fueron cayendo de puro agotamiento alrededor de las cinco de la madrugada.

En el momento que echó mano al móvil, encontrándose sola en la sala principal del restaurante en ruinas, vio que eran las once de la mañana, que su hermano le había explicado por mensaje que debía irse para comprar pintura y que Minji y Hobi habían tenido que irse a trabajar. También la había avisado de que podía pasarse por su apartamento para dejar las maletas y acomodarse, cosa que pensaba hacer en cuanto se despejase un poco del aturdimiento creciente que sentía... Si es que eso era posible.

Estaba acostumbrada a despertarse con la claridad del amanecer que daba al ventanal de su cuarto, en una habitación llena de plantas, con una cama enorme sobre la que se desperezaba enterrada entre el suave edredón. A veces, se despertaba incluso con un cuerpo masculino y cálido pegado a la espalda. Pero ahí, fría, sola y resacosa, le costó mucho más entender el porqué de su vuelta a Corea.

Aún adormilada, revisó de pasada los mensajes que sus amigos le habían dejado; le preguntaban cómo había ido el vuelo, le decían que la echaban de menos y, en el caso particular de Amanda (que se había encaprichado de Jin cuando este fue a visitarla en verano), le hacía un interrogatorio acerca de la soltería de su hermano mayor. «Ay, Amy, ese tren se ha ido para siempre, amiga...». Sin embargo, pese a las ganas que tenía de quitar las perturbadoras intenciones de la mente de su amiga con respecto a su hermano mayor, Ina se fijó en que había un chat vacío al final de todos esos cariñosos mensajes. Alessandro no le había hablado.

Siempre le había dejado muy claro que entre ellos no podía haber nada más que una amistad y alguna que otra noche de... romance —mejor llamémoslo así, sí—. En ese aspecto nunca le había engañado, pero comprendía que si hubiera sido por él su relación habría ido mucho más allá de esos esporádicos encuentros. Ina hubiera deseado con toda su alma poder entregarle lo que necesitaba de ella, pero hacía mucho que se había dado cuenta de que no podía, por más que lo intentase. Él lo aceptó y respetó siempre, pero quizá había tomado que Ina se fuera de Roma como una oportunidad de dejar ir también lo que sentía por ella. Y si era por eso por lo que no le había mandado un mísero mensaje, no tenía las agallas de reprocharle nada...

Algo deprimida, dejó el móvil y se decidió a cambiarse y tomar un café de lo más cargado antes de pasar por su siguiente misión del día: llegar a casa de Jin arrastrando las maletas sin perder la vida en el intento.



El vecindario era tal y como recordaba: viejo, abarrotado de tiendas de barrio, de ancianas cotillas que parloteaban en voz muy alta y de fachadas que se caían a trozos. Ina sonrió profundamente al verse de nuevo allí. Su vestido corto, blanco, vaporoso y con pequeñas flores amarillas estampadas, bailoteaba al ritmo que subía la avenida. Al detenerse frente a la entrada del bloque de apartamentos, su vista se movió inconscientemente a su izquierda, y se quedó mirando una fachada en particular que sujetaba un feo letrero descuidado; sin saber por qué, no puedo desviar los ojos de ese sucio cartel. No tenía nada de particular, no era más que un viejo supermercado como cualquier otro. No había nada interesante que pudiera ver allí, ni que le interesase ver, en realidad. Pero aun así le costó cinco minutos enteros despegar la vista y centrarla en la puerta de entrada.

Subió las escaleras formando muchísimo escándalo por culpa de la maleta, que chocaba contra cada escalón por el que Ina la arrastraba, mientras llevaba su cuerpo atrás para subirla a fuerza de contrapeso. El camino la había dejado sin aliento, y sudaba a mares por culpa de la pelea a muerte con su equipaje; sus mejillas estaban encendidas como dos bombillas de navidad, y la cabeza le estallaba por culpa de la resaca. Para colmo, sentía unas terribles náuseas que la hacían temer vomitar en el felpudo del apartamento de su hermano. Un felpudo feísimo con la inequívoca forma de una rana, que parecía más idóneo para el baño de un niño de cinco años que para el recibidor de un adulto.

«Bueno, lo peor ha pasado ya. He subido exactamente sesenta y siete escalones con la maleta a cuestas sin desnucarme; ahora todo será cuesta abajo. ¡Ánimo!».

Dejando su equipaje a un lado, marcó el código que Jin le había mandado por mensaje. La cajetilla parpadeó, emitió un par de pitidos agudos y... la puerta no se abrió. Volvió a intentarlo, hundiendo mucho los dedos en los números, por si acaso había alguno rebelde que no quisiera dejarla entrar, pero pasó exactamente lo mismo.

—¿Qué problema tienes conmigo? ¿Eh? —mascó en dirección a la puerta, que siempre le había puesto dificultades para entrar—. ¿No te gusto o algo? ¿Es por mi pelo, por mi cara, por mis dientes?

Repitió la operación más frustrada que antes; quería descansar, quería darse una ducha, quería desayunar algo... y la puerta no se abría. A la tercera vez que el código fue seguido de dos pitidos de negación, Ina dio un golpetazo sobre la cajetilla y apretó todos los botones a la vez en un acceso de ira.

—¡¿Ahora qué?! —gruñó a la puerta—. Como no te abras esta vez, lo repito: voy en serio.

Marcó uno a uno los números muy lentamente, lanzando miradas de advertencia a la robusta lámina maligna de madera, avisándola de que pensaba echarla abajo si no la dejaba pasar esta vez. Y cuando introdujo el último número y la puerta la mandó a tomar viento con sus dos diabólicos pitiditos, estalló. Remangando unas mangas imaginarias, se dispuso a ponerse seria y a tirar la puerta de una patada o de un cabezazo (todavía no sabía qué forma sería mejor), cuando la puerta se abrió desde dentro y un chico sin camiseta, con pantalones de chándal y el pelo mojado la miró cabreado.

—¿Qué...? —musitó Ina, temiendo haberse equivocado de planta.

—¿Quién eres tú y por qué estás liando este escándalo? —inquirió el chico.

«Pero bueno... será borde el niñato este».

Ina miró al cartelito que anunciaba la planta: era el correcto. Después se fijó en el pequeño número encima de la puerta: era, sin dudas, el apartamento de Jin. ¡¿Pero quién era ese chaval que estaba dentro?! ¡¿Acaso se había colado un intruso en casa de su hermano?!

Lo miró de arriba abajo con algo de inquina; era muy joven, alto, delgado pero atlético, y en sus orejas tintineaban una enorme cantidad de pequeños pendientes. Su pelo negro de mechas grises caía tapándole casi toda la cara, y ante la negativa de Ina de comunicarse con él, el chico suspiró y empezó a secarse la melena con la toalla posada sobre sus hombros.

—Ya estamos otra vez —suspiró el chaval en voz muy baja—, estas niñas ricas que vienen de turisteo a molestar a los demás... —farfulló rápidamente—. ¿Quieres algo o te vas a quedar ahí plantada mirándome?

—T-tú... qué... ¿Quién...? —Nada, no le salía nada coherente. Estaba tan impactada que no podía hablar con claridad.

—¿Eres extranjera o algo? Los apartamentos del Airbnb están dos calles más abajo —comentó sin mirarla.

—¿Extranjera? N-no, no... Yo soy Ina —explicó confusa.

—Que tú eres... —El chico dejó de secarse el pelo y retuvo la toalla en una de sus manos mientras que con la otra abría la puerta del todo—. ¿Ina? ¿En serio eres... Kim Ina?

Ella asintió, alejándose de él cuando este se acercó sonriente. ¿Se suponía que debía tener una revelación y darse cuenta de quién demonios era ese chaval? No le sonaba de nada; de haber conocido a un chico con esa pinta... de seguro se acordaría, ¿no? El chaval parecía un idol o un modelo con esa cara tan peculiarmente atractiva, con esos carnosos labios, con esa sonrisa naturalmente traviesa y...

—¿No te acuerdas de mí? —preguntó el chico, aún sonriente. Ina negó muy rápido con la cabeza, preparada para atacar si es que el chaval acababa por darle el abrazo que parecía querer darle—. ¡Sensei, qué soy yo!

—¿Sen...? —Ina paró de hablar de repente, abriendo mucho los ojos y mirando al chico boquiabierta. Y la revelación que no esperaba tener le dio de lleno en la nuca como un ladrillo—. ¡¿EL MOCOSO IMPERTINENTE?!

—La pija amargada —concluyó él, segundos antes de tirarse encima de Ina, a la que le sacaba dos cabezas, con un abrazo al que la chica no pudo ni quiso negarse.



Llevaban dos horas de charla y parecía que los temas no se iban a acabar nunca. Yeonjun acababa de relatar su visión de los hechos de esa noche en particular en que Ina le salvó el pellejo de los matones de su barrio. Y ella no podía dejar de reírse a carcajadas y llorar a lágrima viva con cada nueva intervención del pequeño.

—...te juro que creía que la palmábamos los dos. Encima tú corrías fatal, sensei; eras lentísima. Cuando gritaste y empezaste a correr me temblaban hasta las pestañas; la verdad es que estaba pensando que no íbamos a escaparnos ni de coña —confesó el chico (ya con camiseta puesta y el pelo seco), al lado de Ina, sobre el sofá del salón—. ¿Sabes que me hice amigo del tío al que zurraste ese día?

—¿En serio? ¿Por qué? —Yeonjun se encogió de hombros.

—No es mal tío en realidad, pero... bueno, cada uno hace lo que puede con sus movidas mentales. Ya sabes... ese barrio es jodido.

—¡Oye, esa boca! —le reprendió Ina instintivamente. Yeonjun se echó a reír y se pasó la mano por el flequillo, que volvió a caer sobre sus ojos de inmediato.

—Ya no soy un niño, sensei, puedo decir palabrotas y todo; mira: joder, soplapollas, capullo, cabrón, hijo de...

—¡Yeonjun! —le reprendió estricta (aunque internamente divertida). Esa parecía ser la reacción que el chico esperaba, porque sonrió de forma traviesa y maliciosa a la cara seria de Ina—. Eres prácticamente un niño, y como tu sensei que soy, me debes respeto —repuso bromeando, a lo que Yeonjun rodó los ojos sin dejar de sonreír.

—Síiii —aceptó pesadamente el chico—, tienes razón en que te debo respeto: me salvaste la vida y eso... Pero lo de que soy un niño... —chasqueó la lengua—. Tengo dieciocho, sensei, lo de ser un niño pasó hace mucho.

—¡¿Pero cómo vas a tener dieciocho?! —repuso Ina escandalizada—. ¡Si hace dos días tenías trece!

—Es lo que pasa con el transcurso de los años y eso; la gente crece, se hace mayor... Cambia —explicó, observando a Ina con una sonrisa que no se iba de su boca—. Bonito pelo, por cierto, ¿hace cuánto que lo llevas corto? —preguntó el chico que, sin ninguna vergüenza (como era costumbre en él), deslizó los dedos por la parte trasera de la melena de Ina.

—¿Te gusta? —cuestionó ilusionada, a lo que Yeonjun asintió, riendo suavemente—. Decidí cortármelo en cuanto me fui a Italia, desde entonces lo llevo así.

—Te queda genial, sensei.

Ese chico seguía igual de zalamero que siempre, y a Ina le encantaba darse cuenta de que por mucho que hubiera crecido no había cambiado tanto como él se creía.

—¿Y qué haces aquí, por cierto? —indagó la chica.

—¿No te lo ha contado tu hermano? —Ina negó con la cabeza, interesada por el bufido cansado que dejó los labios de Yeonjun—. Estoy aquí porque mi hermanita querida me tiene de dama de honor. Me había pedido que llevase las vajillas de prueba al restaurante porque tiene que elegir una para la... —de repente se detuvo y soltó un suspiro.

—¿Para la boda? —completó Ina. Yeonjun dejó de sonreír y posó los brazos tras su cabeza, apoyando la espalda sobre el sofá.

—Seh... Para eso. Pero bueno —repuso rápidamente—, ahora que estás tú aquí, siento decirte que ese peso va a caer directamente sobre tus hombros. Lo siento mucho, sensei, pero si me libro de hacer esa clase de mierdas... Llega un punto en el que uno se cansa de ver ramos, vestidos y platos idénticos.

Ina soltó una risotada, y, sin ser muy consciente de ello, acarició con cariño la superficie de la cabeza de Yeonjun. No, no había cambiado nada; había crecido muchísimo, eso sí, pero ni la estatura ni la nueva formación, mucho más angulosa, de su cara podía engañarla: Yeonjun seguía siendo un crío adorable y granuja.

No podía olvidar que ese chico había sido el encargado de hacerla tomar la decisión más importante de su vida. Gracias a él supo lo que debía hacer en la vida; Yeonjun le descubrió su vocación, lo que la hacía feliz. Gracias a él se dio cuenta de que lo único que quería en el mundo era ayudar y proteger a los demás.

La mano de Ina bajó, en medio del silencio repentino que ocupaba el salón, del pelo de Yeonjun a su oreja llena de pendientes. El chico no la miraba, su vista se detenía en la pared al otro lado del salón, pero Ina notó que había perdido todo atisbo de sonrisa, y que su cara, de repente, se había puesto muy roja.

—¿Y esto? —preguntó ella con sorna, señalando la numerosa cantidad de pendientes con la yema del dedo índice—. ¿Ahora eres un macarrilla? ¿Vas de peligroso, o es que te hacen descuento si te agujereas la oreja de cinco en cinco?

Yeonjun bufó y apartó la mano de Ina con un suave manotazo infantil.

—Qué graciosa, sensei... Por mucho que me gustaría quedarme aquí para que puedas seguir haciendo como si tuviera siete años, se hace tarde y tengo que ir al trabajo —explicó, levantándose de un salto del sofá.

—¿Trabajas? ¡Pero si tienes trece años!

—¡Y dale! —exclamó enfurruñado, una vez volvió la cara para observar a Ina—. ¡Que tengo dieciocho! ¡Soy legal en la mayoría de países!

—¿En qué trabajas? —insistió Ina, intentando no reírse porque el chico hubiera caído de pleno en su intento por molestarle.

—En una tienda de ropa; el dueño es colega mío, y el sitio tiene mucho estilo. Ya te lo enseñaré algún día si quieres —dejó caer al darse la vuelta para hacerse con una mochila que reposaba junto al sofá—. No creo que te vaya mucho el rollo que se vende allí, pero por probar...

Ina le siguió hacia la puerta, y cuando ya creía que Yeonjun iba a irse sin volver a mirarla por culpa de sus bromitas acerca de su edad, el chico se volvió hacia ella, con la mochila colgando de un asa sobre su hombro, y la miró de arriba abajo antes de volver a sonreír como antes.

—Mañana me pasaré por el restaurante... ¿te veré por allí?

—Seguramente, aunque tengo que hacer un montón de cosas, pero... supongo que a Jin no le vendría mal otra manita para arreglar el local —comentó con desagrado, acordándose del estado lamentable en que se encontraba ese sitio.

—Bien, pues...

—Que te vaya bien en el trabajo, Junnie —le deseó desde la puerta, sin poder dejar de sonreír.

—Me alegro de tenerte otra vez por aquí, sensei... —Y sin previo aviso, Yeonjun se agachó y plantó un beso en la mejilla de Ina.

—Lárgate ya, anda, antes de que tenga que llevarte yo de la oreja —le reprendió, algo descolocada porque el chico se hubiera vuelto todavía más sinvergüenza que antes.

Él, satisfecho por la reacción de Ina, se mordió el labio inferior y sonrió ampliamente antes de darle la espalda y desaparecer por la escalera. Ina cerró la puerta del apartamento y, de súbito, la sonrisa sincera que había estado mostrando hasta el momento desapareció.

Su cuerpo pesaba más que nunca, y sentía que sus manos temblaban. No tenía muy claro de dónde venía esa angustia repentina, y no se había dado cuenta del estado en el que se encontraba hasta verse completamente sola y en silencio en ese piso que tantos recuerdos le traía. Había momentos buenos que recordaba con nitidez; el chocolate caliente con su hermano, las charlas con Nam y Hobi... Pero había otros que...

—Un café: eso necesito. Otra ración bien gorda de cafeína —se dijo en voz alta para frenar cualquier pensamiento que pudiera ocurrísele.

Mientras buscaba por los armarios, sintiéndose de repente como una intrusa en una casa desconocida, pensó en que no había nada que recordar realmente. No había nada allí que pudiera perturbarla lo más mínimo. Solo eran recuerdos, y los recuerdos no hacían daño si tú no los dejabas.

Cuando salió de la cocina, llevando en una mano la taza de café, no pudo evitar fijarse en la puerta de su antigua habitación. Estaba cerrada, e Ina se sintió aliviada de que así fuera. No quería verla en ese momento.

Dando el primer sorbo de café, parada frente al pasillo, pensó en lo que le había dicho Yeonjun, eso que repetía todo el mundo sin cesar: «qué bien que hayas vuelto», «me alegro de tenerte otra vez por aquí». ¿Y ella, se alegraba? ¿Realmente se sentía con fuerzas de estar de nuevo en esa ciudad, en esa casa?

En un arrebato, dejó la taza de café sobre la mesa y fue a paso firme hacia su antigua habitación, abrió la puerta de golpe y se la encontró casi como la había dejado al marcharse. Miró la cama, se acercó a ella y se echó sobre el mullido colchón con la vista perdida en el techo, decidiéndose a no permitir que los recuerdos le hicieran daño. Eso no pasaría si ella no los dejaba. Quizás de esa forma, pasado un tiempo, podría estar tan contenta de haber vuelto a Seúl como todos los demás.

Quizás, pasado un tiempo, los recuerdos dejarían de doler.



---

Hello once more, darlings <3

Lo primerísimo: ¿qué os ha parecido este reencuentro? ¿Cómo habéis visto a Inita y, sobre todo, cómo os habéis encontrado aquí al pequeño (no tan pequeño ya) que la ha acompañado? ¿Qué tenéis en mente al respecto? Contadme <3

Justo en al capítulo anterior una lectora mencionó indirectamente Yeonjun, y estaba deseando que leyerais esto para que vierais que el nene sigue por ahí vivito y coleando XD

Como suele pasar al principio de toooodas mis historias, los primeros capítulos se están viniendo cortitos de narices, pero espero que os estén molando igualmente, queridas.

Leo gustosamente vuestras impresiones y nos vemos very very prontito.

Py! <3

---


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro