2.- Algo que celebrar.
Estudiar Derecho le había enseñado una o dos lecciones acerca de cómo debía hacer (o no hacer) las cosas en situaciones críticas; por ejemplo: si estaba comprando café y ya le habían dado el vaso desechable, pero justo antes de pagar escuchaba la última llamada de su vuelo NO ESTABA BIEN echar a correr sin haber pagado; incurriría en hurto. Otra cosa era que en ese mismo vuelo de quince horas y media un señor insoportable hubiera estado rozándose disimuladamente contra su pierna, y ella, en contrapartida, hubiera dejado caer sin querer el contenido del vaso desechable contra su entrepierna. Esto último era completamente legal.
Otro asunto lícito (pero que no sabía bien si debía serlo) era el hecho de tener que esperar el infinito carrusel de las maletas que salía del avión, solo para tener que hacer lo mismo en la cola de salida del aeropuerto. Y el último y peor de todos esos tecnicismos legales era que si daba un solo paso fuera de la terminal abandonaría el terreno neutral del aeropuerto y acabaría por hacerlo oficial...
Definitivamente habría vuelto a Seúl.
Se detuvo por un par de minutos frente a las puertas de cristal que daban a la salida y lo sopesó. Aunque sus estúpidas dudas sin fundamento siguieran ahí, enterradas y al borde de provocarle un ataque de nervios, no podía echarse atrás después de haberlo dejado todo.
Haciéndose con una gran bocanada de aire, agarró el asa de su maleta con fuerza y salió por fin. La sala estaba abarrotada de viajeros y familiares que los recibían con los brazos abiertos. Y allí, entre la multitud, dio con la persona que la esperaba. El menudo hombre agitaba la mano en su dirección, con una gran sonrisa dibujada en sus labios; Ina solo tuvo que acercarse lo suficiente a él como para empezar a sentir que había tomado la decisión correcta.
—Innie, cariño, qué alegría tenerte otra vez aquí —susurró su padre antes de abrazarla con fuerza—. ¿Qué tal ha ido el vuelo? ¿Estás muy cansada?
—Estaría cansada si el vuelo hubiera durado seis horas menos, ahora lo que estoy es muerta en vida.
Su padre rió de buena gana antes de arrebatarle las maletas y guiarla por ese entramado de pasillos infinitos que era el aeropuerto. Desde que se hubo ido a Roma, su padre la había visitado puntualmente dos veces al año (como mínimo); la mayoría de ellas, acompañado de Jin. Y aunque en el transcurso de ese tiempo fuera de casa había hablado con su madre —también puntualmente, una vez a la semana—, la mujer no había ido a visitarla jamás. No porque ella no hubiera querido, sino porque había cosas que, aún pasados cinco años, Ina era incapaz de olvidar.
—¿Le has dicho a Seokjin que has llegado? —preguntó su padre en cuanto se sentaron en el coche y le dio las indicaciones al chófer.
Para Ina, que no se había podido permitir ni un mísero taxi por temor a pasarse sin comer el resto del mes, ese lujo de tener chófer propio le daban ganas de echarse a reír. Seúl era una especie de dimensión paralela en la que las cosas parecían ser completamente distintas.
—Le voy a ver ahora, ¿para qué avisarle? —contestó, absorta en observar cómo el paisaje cambiaba a su alrededor.
—¿Y a tu madre, tampoco consideras necesario avisarla?
—Papá...
—Ya, ya sé lo que me vas a decir —repuso el hombre al tiempo que alzaba las manos para quitarse las culpas de encima—; tenéis una relación complicada, discutís cada vez que habláis... Pero se alegrará de verte, Innie. No sabes cuánto. Todos te hemos echado mucho de menos, espero que lo sepas.
—Lo sé, papá. No te pongas sentimental, ¿eh? Que me vas a hacer llorar y demasiado bien me ha aguantado el maquillaje después del viaje que he tenido.
El hombre sonrió e Ina aprovechó para besar su mejilla y acurrucarse a su lado. No quería sentirse mal al pensar en su madre, y apartó el tema de su cabeza como si jamás se hubiera mencionado.
—¿Has decidido ya dónde vas a quedarte?
—Lo hablé con Jin, me voy a quedar en su piso.
—¿Segura? ¿No os acabaréis tirando de los pelos en dos días a más tardar?
—No te voy a mentir, papá: es lo más probable —aceptó con un suspiro—. Pero ya estoy acostumbrada a tu hijo, muy a mi pesar... Si no le he matado en estos veintitrés años de vida, no creo que vaya a hacerlo ahora.
—Yo no me jugaría mucho a esa apuesta, Innie. —Por un segundo, su padre pareció algo incómodo. Cuando Ina alzó la cabeza ligeramente para mirarle, entendió al punto el tema que le rondaba la cabeza.
—Papá, no te preocupes. Voy a estar bien en la empresa; sé que mamá y yo tenemos nuestras diferencias, pero a penas nos veremos en el trabajo. Ella es la jefaza y yo soy... Bueno, no sé ni lo que voy a ser, pero me juego el cuello a que no nos cruzaremos por los pasillos precisamente.
—Todo este trato que habéis hecho me pone un poco nervioso, tengo que admitirlo. No es bueno que la familia trabaje junta, Innie. He visto casos en mis consultas que te pondrían los vellos de punta.
—Lo sé, papá, pero ¿qué otra opción tenía?
El hombre aceptó esa pregunta retórica con un suspiro cansado. Ina no se equivocaba: no es que tuviera muchas opciones, no si quería seguir haciendo lo que más amaba en el mundo. Trabajar en un buffete en el que ayudaban a la gente era todo un sueño, pero haciéndolo a esa escala jamás podría llegar a cambiar nada realmente. Aunque, pensándolo bien, menos iba a poder ejercer su profesión en la maldita empresa de su madre... Pero ese no era su objetivo final, más bien a corto plazo. Si había aceptado trabajar ahí —de forma temporal, a causa de unos negocios que su madre debía hacer y para los que la necesitaba— era porque le daba tiempo de sobra para cursar su especialización en Derechos Humanos y poder hacer voluntariado a la vez. Esas eran las cláusulas que le había puesto a su madre, y como había aceptado, pues... ahí estaba ella para cumplir su parte del trato.
«Muy persuasiva, mi señora madre».
Una vez llegaron al destino, tras un plácido camino de casi cuarenta minutos, Ina miró impaciente hacia el exterior de la ventanilla. Tenía muchas ganas de ver el maldito restaurante con el que Jin llevaba atosigándola cinco meses enteros, pero lo que se encontró al otro lado del cristal la dejó más que impresionada: la había dejado sin habla.
—¿Aquí es? —preguntó Ina sin querer creerlo.
Su padre le dio la terrible noticia de que así era; ese local enano, de fachada medio derruida, tejado inestable y polvo como principal compuesto de construcción era el restaurante que su hermano mayor tan «inteligentemente» había decidido comprar. Jin no debería tener la potestad para tomar decisiones por sí mismo, eso estaba claro.
Antes de que la chica aceptara poner buena cara a su hermano cuando lo viese (en una interpretación magistral, seguro), su padre la ayudó a bajar las maletas y le propuso que se pasase a cenar ese día a casa para ver a su madre también. Ina no estaba muy segura de si sería buena idea juntarlas a las dos después del día tan cansado que había tenido, pero le dijo que si no caía desmayada de sueño, iría.
Su padre se despidió con un abrazo, pidiéndole que saludara a su hermano de su parte, ya que tenía que ir a trabajar de inmediato. Y una vez solita y desamparada en esa calle residencial llena de pequeñas casas dispares en la que solo había un restaurante (y era peor que horrible), intentó esbozar una sonrisa para que su hermano no viera de inmediato lo que pensaba de ese sitio. Sin embargo, antes de que pudiera salirle algo más que el extraño rictus que imitaba a su sonrisa, una voz conocida la llamó a gritos desde el local.
Las puertas de cristal debían tener uno de esos tintados que dejaban ver desde dentro pero no desde fuera, porque ella no encontraba más que su reflejo sobre las cristaleras. Aunque eso cambió de un momento a otro cuando las puertas se abrieron de par en par y Hobi y Jin salieron corriendo para recibirla.
—¡Innie! —chillo Hobi, abrazándola y casi levantándola por los aires—. ¡Pero qué guapa, y qué mayor, y qué bien hueles!
—Gra... —intentó decir Ina, aturdida por tanto bamboleo. Al segundo siguiente su hermano repitió el abrazo, y se quedó tan enterrada en el pecho del chico que no pudo ni terminar de hablar.
—Por fin en casa. Ahora podré dormir bien por las noches; nada de imaginar que te fugas con un italiano, o que te secuestran para tenerte como chacha —relató Jin con muchísima emoción.
—¡¿Pero qué clase de sueños tienes tú conmigo?!
Hobi se echó a reír mientras que Jin parecía aliviado de verdad porque su hermana estuviera ahí. Ina no sabía si lo de los sueños iba en serio —no le habría extrañado de ser así—, lo que estaba claro era que su hermano la había echado de menos. Tanto como ella le había extrañado a él. «¿Quién me iba a decir que esto pasaría?». La relación de los hermanos había sido... complicada en algunos aspectos; cosa que cambió con algo de tiempo y empatía mutua. Y en ese momento de su vida, Ina podía afirmar que Jin se había convertido en uno de sus mejores amigos, aunque quitando la faceta de hermano mayor pelmazo y protector con la que la castigaba de vez en cuando.
—¿Quieres ver el restaurante, Innie? ¡Verás que te encanta! —aseguró Hobi, agarrándola de la mano para llevarla dentro.
Automáticamente Ina forzó una sonrisa, ya que sabía que lo que hubiera en el interior de esa chabola no le iba a gustar y no quería que se le notase por nada del mundo.
Lo primero que notó al entrar fue un fuerte olor a pintura y yeso. Lo segundo, una terrible sensación en la boca del estómago al ver las grietas de las paredes y los azulejos antiguos y medio rotos del suelo. Lo tercero fueron unas ganas apremiantes de pedirle a Jin los papeles de compra para ver si ese sitio de verdad era o no habitable. Tenía la sensación de que el techo se le iba a caer encima si daba un salto o gritaba demasiado fuerte.
—¿Qué te parece? —preguntó Jin entusiasmado.
—Es... —Ina buscó cuidadosamente las palabras con las que referirse a ese tugurio sin tener que mentir demasiado. No quería chafar a su hermano diciendo lo horrible que le parecía el sitio— pintoresco.
—Fue una ganga.
—No me imagino por qué —susurró ella ante la sonrisa ilusionada de Jin, que miraba a su alrededor como si estuviera contemplando una de las siete maravillas del mundo.
—¿Os apetece algo de beber? —ofreció Hobi, rebuscando inmediatamente en una pequeña nevera portátil posada junto a las puertas laterales que daban al jardín.
Ina aceptó para poder dejar de fingir que sonreía con la misma ilusión que se esperaba de ella, y Jin, que necesitaba un descanso de la reforma, también tomó el ofrecimiento de su amigo. Los tres se sentaron en una pequeña plataforma de madera que daba al jardincito lateral, y que, para sorpresa de Ina, era lo único de ese sitio que resultaba bastante agradable.
—¿Lleváis mucho con las obras? —indagó la chica, dejando que sus piernas se movieran bajo el hueco de la plataforma.
—Una semana —contestó Jin—. Se me está haciendo eterno... Quiero empezar a cocinar ya y no tener que estar dando capas de pintura, cambiando suelos y...
—¿Solo estáis los dos? —le interrumpió Ina, buscando por cada ángulo disponible a alguien más. Jin y Hobi intercambiaron una mirada extraña ante su pregunta.
—De momento sí —respondió Hobi. Jin estaba muy centrado en su lata de refresco como para contestar.
—¿Y Nam? —inquirió la chica.
—No ha podido estar aquí hoy —contestó simplemente Jin, encogiéndose de hombros—. Está muuuuy liado, como siempre. En fin —repuso antes de que Ina pudiera volver a indagar en el tema—, ¿quién me ayuda a traer la mesita del cobertizo? Tendremos que tener un sitio donde cenar, ¿no?
—¿La mesa de tu apartamento? —preguntó Hobi, levantándose como un resorte del suelo. A Ina le daba una envidia de muerte la energía infinita de ese chico; ella sentía que no podía más con su vida y solo había estado sentada durante el vuelo. Jin asintió.
—¿Y por qué está aquí la mesa de tu apartamento? —preguntó Ina, extrañada—. ¿Ahora comes en el suelo? Lo que es peor: ¿voy a tener que comer yo en el suelo?
—Nada de eso, dramas, que eres una dramas —repuso Jin, rodando los ojos—. Hemos tenido que hacer algún que otro cambio de mobiliario.
—«¿Hemos?» ¿En plural?
Hobi soltó una risotada sospechosa y se fue inmediatamente al cobertizo trasero para hacerse con la dichosa mesa. Y mientras que Jin e Ina se encontraban inmersos en un duelo de miradas, en el que ella trataba de sacar información del silencio incómodo de su hermano y él hacía como que no le había preguntado nada de nada, Hobi volvió arrastrando la pesada mesa y ambos tuvieron que ayudarle.
Las horas se les fueron entre conversaciones nostálgicas y algún que otro chupito de soju (que Ina tomó a pesar de que Jin tratara de robarle el vaso todo el tiempo). Hobi, aunque había ido de visita a Roma junto con Jin, estaba de lo más interesado en el regreso de Ina, porque nadie se esperaba realmente que fuera a volver. En realidad, ni ella lo había hecho hasta recibir la propuesta de su madre. No es que hubiera hecho planes a largo plazo durante su estancia en Roma; había aprendido que los planes nunca salían como se esperaban, por lo que vivía día a día sin pensar demasiado en el futuro. Lo que jamás habría pensado era que su futuro iba a hacerla volver a Corea...
Tras el transcurso de esas dos horas de charla todos se encontraban ya algo achispados, y en ese mismo instante estaban enfrascados en reír a carcajadas a causa de la famosa historia del día en que Ina y Jin tuvieron que independizarse a la fuerza —historia que Ina nunca habría creído que le divertiría pasado un tiempo—, por lo que los tres se sorprendieron cuando la puerta se abrió de súbito y un ficus enorme entró en el restaurante.
La planta no venía sola, gracias al cielo, porque cuando Ina vio la maceta pasar la puerta, temió haberse pasado bebiendo hasta el punto de tener alucinaciones con una nueva raza de vegetación mutante, capaz de caminar a placer. Cuando la maceta se echó a un lado, todos los presentes pudieron ver una cara femenina de proporciones perfectas; mandíbula fina y marcada, ojos grandes con lentillas verdes, nariz ancha y chata y una enorme sonrisa de labios rojo fuego.
Aunque Jin ya se había levantado, Ina fue la primera en alcanzar a Minji, que posó la planta en el suelo mientras emitía un chillido de emoción y la estrujaba con una fuerza que dejó los abrazos de Jin y Hobi en pañales.
—¡POR FIN ESTÁS DE VUELTA! —exclamó con entusiasmo la pelirroja.
Ina reía lo más que el abrazo la dejaba, y cuando por fin Minji la dejó escapar, se fijó en que, aunque esa chica siempre le había parecido genial y preciosa, jamás la había visto tan radiante como hasta el momento.
Una vez Minji empezaba a parlotear preguntándole qué tal le había ido el vuelo, si estaba cansada y si le apetecía que pidieran algo de cena, su novio se acercó furtivamente con una mueca evidente de «yo también quiero atención».
—Eres un malcriado —le reprochó Minji, radiante de felicidad, cuando Jin la agarró de la cintura antes de besarla... con un poquito más de ganas de a las que Ina le hubiera gustado ver.
«Esto puede llegar a traumatizarme, lo juro».
Ya había sufrido bastante de esa manía de su hermano de estar besuqueando todo el día a Minji cuando fueron a visitarla juntos el verano anterior. Siendo sincera, al principio de esa relación, Ina se encontraba en shock al enterarse de que Minji y su hermano se habían liado. Pero, tal y como le explicaron pacientemente una vez recuperada de la impresión, la vez que se vieron en una de las fiestas de la empresa de la madre de Jin e Ina, se llamarón la atención mútuamente, aunque no pasó nada entre ellos hasta bastante después. Según le contaron, unos meses más tarde volvieron a verse, esta vez en el restaurante donde trabajaba Jin: Il giardino dell'Eden. Por casualidad, una de las amigas de Minji quiso felicitar al chef por la mejor pasta que hubiera probado jamás (cosa que Jin siempre enfatizaba en la historia), y ahí se volvieron a ver... Intercambiaron números, estuvieron hablando. Jin estaba soltero, Minji también y... ¡Puf! De repente, su hermano mayor tenía una relación formal. La primera de su vida, en realidad.
Jin era igual de irresponsable con su vida sentimental como había sido con todo, e Ina tuvo una charla de lo más seria con él cuando se enteró de que había empezado a salir con Minji. «Es una chica increíble, como la cagues con ella te vas a arrepentir el resto de tu vida». Su discurso de hermana responsable y centrada no valió de mucho, porque Jin lo tenía tan claro que Ina se sintió extraña al verle siendo un novio modélico. La mimaba, la cuidaba, la protegía y la quería por encima de todo. Y Minji, ni que decir tiene, hacía lo mismo por él. Eran algo así como una pareja de ensueño; y para colmo de males, los dos estaban impresionantes juntos. Parecían una pareja de dioses.
Cuando el besuqueo paró (cosa que llevó más tiempo del que a Ina le hubiera gustado), la parejita se unió a Hobi y a ella alrededor de la mesa.
—Entonces, ¿qué me dices, Innie, tienes hambre? ¿Deberíamos pedir algo? Seguro que te mueres por algo de comida coreana, ¿no? —indagó Minji, sentándose sobre las rodillas de Jin y rodeando su cuello con un brazo.
—Pues me encantaría, pero papá me ha invitado a cenar a casa. Pensé que podíamos ir todos juntos, así no me sentiré tan acorralada cuando vea a mi madre —pidió Ina con una sonrisilla de «por favor: ACOMPAÑADME». Pero no le sirvió de mucho.
Jin y Minji se miraron incómodos, e Ina buscó algo de información por parte de Hobi, que jugaba con la anilla de su lata vacía como si el tema no fuera con él.
—¿Qué pasa? —preguntó sin entender por qué todo el mundo estaba tan raro de repente. Jin resopló con apatía antes de contestar.
—No te preocupes por eso. Yo te puedo acompañar, pero creo que Minji... —paró de hablar para mirar a su novia, que le sonrió tímidamente antes de retirar el pelo de su cara y ponerlo tras su oreja.
Un destello de lo más extraño cegó los ojos de Ina por un momento. Un destello blanco que provenía de una pequeña piedra preciosa y que descansaba en un anillo. En el anillo del dedo anular de Minji.
«En el dedo de...».
«No, no es posible».
Minji... El dedo... El anillo. La mirada de Ina repasó esos tres elementos en bucle, de una forma tan obsesiva que captó la atención de todos los presentes.
—¿Qué... significa... eso? —inquirió la chica, señalando con mano temblorosa el anillo que Minji llevaba.
Jin se sonrojó al momento, y a Minji le brillaron los ojos.
—Bueno... —empezó a explicar su hermano— quería que estuvieras aquí para decírtelo.
—En realidad quería contártelo por teléfono —rectificó Minji, acariciando el pelo de Jin con la mano sin anillo—, pero le convencí para que esperase hasta que llegaras. Aunque creíamos que venías en dos meses, y queríamos preparar la fiesta de anuncio justo cuando estuvieras aquí. Lo íbamos a hacer en el restaurante, pero como has venido antes no hemos tenido tiempo para adecentarlo y prepararlo todo —se lamentó la pelirroja, casi disculpándose por dejar caer tal noticia de esa manera.
—¿P-por eso estabas tan pesado con que volviera? —preguntó Ina en un hilo de voz. Jin se puso todavía más rojo.
—¿Cómo iba a comprometerme sin que estuvieras aquí para quejarte por todo?
Hobi soltó una especie de gritito de emoción, esperando la reacción de Ina, que seguía ojiplática y boquiabierta.
—¿De verdad que...? —Ina no conseguía terminar esa frase. Su hermano mayor dio una sacudida con la cabeza en señal de afirmación—. ¿Vosotros...? —Minji asintió sonriente—. ¡VOSOTROS VAIS A CASAROS! —exclamó, levantándose de un salto y señalándoles con un dedo estiradísimo, como acusándoles de un crimen.
La cara y, sobre todo, las orejas de Jin amenazaban con estallar en llamas, pero miró a su hermana y lo dijo:
—Quiero estar con ella, así que... se lo pedí —resolvió, como si fuera la cosa más simple y natural del mundo.
—¿Qué opinas? —preguntó Minji con cautela, un poco ansiosa por la reacción de Ina.
—¡¿Que qué opino?! ¡¿Que qué opino?! —repitió en voz muy alta—. ¡Que es la mejor idea que ha tenido mi hermano en toda su vida!
Todos respiraron más aliviados cuando Ina pasó del shock a la euforia, y la idea de ir a cenar a casa de sus padres se olvidó tan pronto como la segunda botella de soju apareció encima de la mesa. Hobi e Ina bebían como cosacos, celebrando la fantástica noticia, mientras que Jin y Minji se hacían carantoñas a cada segundo. Resultaba raro, pero... estaba claro que esos dos se habían enamorado hasta el fondo. Tan fácil como eso; se conocieron, se gustaron, empezaron a salir y, tras un tiempo, se habían comprometido.
Cuando chocaron los vasos al momento en que la comida rápida que habían pedido llegaba al restaurante, Ina pensó en que el amor tenía que ser así de sencillo. Que debía ser tan fácil como Minji y Jin le mostraban que era. Y simplemente supo, aún sonriendo y riendo con su hermano y amigos, que el amor, en su caso, no sería más que un recuerdo hiriente para lo que le quedase de vida.
---
Hello, darlings!!!
Como ya os he dicho en el anuncio, hoy he subido capítulo porque una artistaza impresionante me ha hecho llegar unas increíbles ilustraciones de Erase Me y Rewrite Me que me han hecho el día entero. Su user en IG es @/luchijjk , por si queréis ver las pedazo ilustraciones que tiene en su cuenta (modo fangirl on completamente por ella, y orgullosa que estoy). Os van a encantar, así que id a echarles un vistacillo si gustáis <3
Ahora, espero que todas estéis readys pa hablar de... *música dramática de percusión*, EL COMPROMISO. ¿Cómo os habéis quedado? ¿Se os ha helado la sangre de las venas, u os ha parecido completamente natural? ¿Habéis shockeado como Innie?
Nuestra Inita ya ha vuelto a Seúl, aunque no parece que haya pisado la ciudad con mucho gusto... ¿por qué creéis que será? ¿Y por qué habrá vuelto? Tengo muchas dudas, a ver si me ayudáis a esclarecerlas... jeje
¿Tenéis alguna teoría descabellada en mente? ¿Algún frente que veáis abierto y en colisión inminente con la vida de Ina? Os escucho con los oídos abiertos <3
Me despido hasta el siguiente capítulo, amores míos, esperando que este os haya gustado mucho, muchísimo.
Un beso enorme y py all <3
---
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro