EPÍLOGO
EPÍLOGO
No había asistido mucha gente a dar las condolencias a Jaesung, pues Hanni nunca había sido una muchacha demasiado sociable. Aquel era el último día y la única persona que se había mantenido constante durante los tres días que llevaba allí había sido una muchacha que se había llamar Bora.
Bora a secas, sin apellido. Así que Jaesung no creyó que ese fuera su verdadero nombre.
La chica se veía bastante afectada, no había parado de llorar en ningún momento. Incluso a ratos apoyaba los codos sobre la mesa en la que estaba sentada y escondía el rostro entre sus manos mientras su espalda subía y bajaba al ritmo de sus sollozos.
Kim Jaesung no estaba mejor que ella, pero, por alguna razón, se le había hecho imposible botar una sola lágrima. Su corazón latía dolorosamente desde el momento en el que había visto en las noticias que una muchacha de veinte años se había lanzado desde el último piso de un edificio residencial. En ese momento sintió una corazonada y rogó porque no se tratase de Hanni, de su pequeña Hanni.
Pero lo era.
El nombre de Kim Hanni había salido en los medios de comunicación durante los siguientes días como la joven que se había suicidado por no poder soportar su sombría vida como trabajadora sexual. Porque eso era lo que se atrevieron a decir desde el primer día hasta aquel, que correspondía al último día del velatorio que ni siquiera había podido financiar por sus propios medios. Le dolió tener que usar los ahorros de su propia hija para poder llevarlo a cabo, en vez de utilizarlos en viajes para sí misma o en sus estudios, estaba pagando su propia muerte.
Hanni se había marchado demasiado temprano.
Casi las únicas personas que asistieron habían sido algunas compañeras de trabajo, Bora y una joven policía que, a pesar de verse bastante perturbada con todo lo sucedido, había intentado hacer preguntas sobre lo que realmente había ocurrido con Hanni.
Si tan solo él lo supiera...
Quizás había sido culpa suya por no haber estado ahí cuando Hanni realmente lo había necesitado. Quizás había sido culpa suya por no haber intentado cambiar antes, pues cuando Han Woosik había vuelto a aparecer en su vida y lo había convencido de ir a rehabilitación ya era demasiado tarde para su hija. Quizás había sido culpa suya por las cosas que había hecho en el pasado y que hasta ese mismo día lo perseguían, como un alma en pena, y que de alguna manera habían logrado alcanzar a Hanni.
Han Woosik... Realmente había sido difícil volver a verlo después de lo que había ocurrido. Se había presentado un día cualquiera en su casa, con la misma cara de santurrón que tenía treinta años atrás cuando lo había conocido, y le había mirado con condescendencia al ver el estado en el que vivía. Le habló sobre Dios, la redención de los pecados y la salvación, la manera en la que ellos lo habían encontrado y cómo él quería que le sucediera lo mismo a Jaesung.
Le afirmó que todo eso era posible, pues habían cometido el mismo pecado.
Y él había caído como un tonto, esperanzado por las promesas que Woosik le había hecho y cegado por la posibilidad de finalmente poder cambiar la manera en la que era para ser una mejor versión de sí mismo para Hanni. Después de todo, ella era lo único que tenía en la vida y la única persona por la que valía pena luchar.
Pero Hanni ya no estaba.
Jaesung negó con la cabeza y soltó un suspiro al sentir que su pecho se apretaba poco a poco, dejándole sin la capacidad de respirar. Sus pensamientos inevitablemente lo llevaban hacia aquella noche en la que todo se había ido a la mierda, hasta su propia vida.
Recordaba haber sido un joven inteligente, incluso hasta había conseguido ganar una beca para estudiar psicología en la Universidad Nacional de Seúl. Era un chico con un futuro prometedor y, de vez en cuando, cuando la melancolía lo azotaba, se lamentaba no haber podido darle ese futuro a su hija. Sin embargo, las cosas habían tomado un rumbo diferente y allí se encontraba, honrando la memoria de la joven Hanni.
—Hola, Jaesung.
Se sintió mareado de golpe cuando escuchó aquella voz, pero se levantó de todas maneras. Llevaba horas sentado en el frío piso junto a la fotografía de su hija, ya que había pasado mucho rato desde que había llegado alguien a dar las condolencias. Sus ojos se levantaron lentamente, prácticamente con miedo de lo que encontraría frente suyo.
Y estuvo en lo cierto.
Tenía miedo de aquella persona que lo observaba de manera tan fulminante, echándole la culpa de todo lo que había sucedido.
—Arin —respondió en voz baja.
Contuvo la respiración al recorrer el rostro de la mujer con detenimiento. Parecía que el tiempo no había pasado por su cuerpo, pues se veía igual que aquella muchacha de veintitantos años que lo había abandonado casi veinte años atrás. Pero lo que terminó de provocarle nauseas fue el parecido entre ella y su hija, pues Hanni de mayor parecía una copia de su madre.
La mujer hizo un par de reverencias en silencio, aquellas que se hacían por costumbre para dar las condolencias, y Jaesung no pudo evitar mantener su vista fija en aquel rostro tan inexpresivo, igual al que tenía Hanni. Cuando Arin se levantó se giró para mirar la antigua fotografía de la que había sido su hija, pero que jamás había conocido.
—No tuviste siquiera la decencia de llamarme —soltó la mujer en un reclamo, con la voz endurecida.
Jaesung tragó saliva, intentando bajar aquel nudo que se le había formado en la garganta, y le dio una mirada de reojo a su exesposa mientras también contemplaba la fotografía de la Hanni adolescente.
Arin jamás sabría cómo lucía su hija antes de morir, pues no la había vuelto a ver desde que se marchó, y Hanni ya no era como aquella jovencita que posó por última vez para el álbum escolar. Aquella fotografía que esta allí sobre la tarima era la última que tenía de su hija y ni siquiera era reciente, pues se la habían tomado el último año que asistió a la escuela, antes de dejarla. Luego de eso, nunca se había dado la oportunidad para fotografiar a Hanni otra vez y ella tampoco era de las chicas que se tomaban fotos por gusto.
—No fuiste capaz de llamarme, tuve que enterarme por la televisión —repitió, haciendo una mueca de disgusto.
—Y tú no fuiste capaz de llamar durante los últimos veinte años, ni siquiera para saber cómo estaba yéndole a tu hija —contraatacó—. Tuve que criarla solo.
Arin se giró lentamente para mirarlo directamente a los ojos. Hacía años que Jaesung no la veía, pero podía recordar la manera en la que se arrugaba su entrecejo cuando se molestaba. En ese preciso momento estaba molesta.
Y quizás mucho más que eso.
—¡Pues déjame decirte que lo has hecho de maravilla, Jaesung! —se ajustó el bolso para tener las manos libres y así aplaudir lentamente—. Hanni no fue más que una prostituta que no pudo soportar su miseria y se suicidó.
—¡No te atrevas a decir una maldita palabra sobre Hanni! —La apuntó con el dedo, dando un paso hacia ella—. ¡No te atrevas a venir aquí a sermonear! No eres quién para hacerlo, Arin, nunca estuviste presente. No eres más que una sombra en el pasado de Hanni.
—No puedes culparme.
Los ojos de Jaesung se entrecerraron. ¡Por supuesto que podía culparla! Y también se culpaba a sí mismo acerca del terrible final que su hija había tenido.
—Sí, y lo hago durante cada maldito día —respondió—. No me importaba si me dejabas a mí, me lo merecía, pero ¿Hanni...? ¿Crees que ella merecía crecer sin una madre?
—¡Era demasiado joven! —Chilló Arin, llamando la atención de todos los asistentes.
Jaesung miró hacia el sector de los asistentes, que observaban con curiosidad el pequeño espectáculo que ambos se estaban montando, y luego se pasó las manos por el rostro.
—Mira, Arin, sólo vete, ¿sí? Estoy demasiado cansado para esto.
—¡¿Por qué?! Tengo derecho a estar aquí.
—No lo tienes —Jaesung respondió con dureza, negando con la cabeza—. No tienes el derecho siquiera de derramar una sola lágrima.
—Es el velatorio de mi hija, Jaesung.
—Sí, de tu hija que jamás te molestaste en conocer. A la que abandonaste con meses de vida y no volviste a ver nunca más. Esa hija.
La mujer abrió la boca con indignación y Jaesung se preparó para lo peor. Quizás un escándalo o una llamada a la policía. Pero no hizo absolutamente nada. Terminó por colgarse el bolso sobre el hombro y darse media vuelta en dirección a la salida, cosa que Jaesung agradeció en silencio.
Aquel era un espacio para honrar la memoria de Hanni junto a personas que la habían acompañado durante su vida y Arin había hecho todo lo contario, a pesar de haber sido ella quién la dio a luz.
—Quizás debería beber esto, le ayudará a calmarse —le dijo Bora, tendiéndole una taza con té.
Jaesung agradeció en silencio y le hizo caso. Bebió del té blanco que la muchacha había servido para él sin alejarse de su lugar frente a la fotografía de su hija, sintiendo que su corazón lentamente comenzaba a endurecerse por la tristeza acumulada.
Hubiese sido mil veces más liberador llorar y lamentarse por todo lo que había ocurrido por su culpa, tal y como había hecho durante toda su vida debido a los errores del pasado. Pero eso era demasiado fácil, no podía dejar que la muerte de Hanni fuese un tema que pronto superaría.
Era culpa suya.
Un ramo de flores amarillas se instaló frente a él. Jaesung todavía permanecía arrodillado frente a la tarima en la que estaba la fotografía de Hanni.
—Siento mucho no haber venido antes.
Esa voz lo dejó helado.
Levantó lentamente la vista, encontrándose con un joven de cabello largo, recogido en una media coleta, y con ojos redondos que tenían el aspecto de un animalito indefenso. Tragó saliva, pero esta se quiso devolver por su garganta.
—Le traje flores Hanni —siguió el chico, con los ojos fijos en los suyos—, ¿no crees que los narcisos son lindos? Hermosos igual que ella.
La respiración de Jaesung se entrecortó, su pulso se aceleró de una manera que jamás había hecho y sus manos temblaron tanto que tuvo que formar un par de puños con ellas.
—Tú... —Fue lo único que pudo responder.
El chico sonrió de medio lado, soltando una pequeña carcajada.
Así que era cierto, aquel al que había visto en el centro de rehabilitación había sido él. Ese muchacho que lo había asustado tanto como para provocar que se escapara en ese preciso momento y huyera hacia la única persona que podía entenderlo: Han Woosik, quien además le aseguró que era imposible que se tratara de ese chico y que seguramente lo había confundido.
Pero era cierto, era él y en ese momento estaba frente a sus ojos.
—Fue gracioso, ¿sabes? Jugar con ella, hacerle creer que había alguien en el mundo que se preocupaba por su bienestar y luego simplemente desaparecer.
—¿Qué?
Jaesung miró a su alrededor. No había nadie más que ellos dos, incluso Bora había desaparecido.
Si el infierno existía, definitivamente estaba en él.
-—¡Y ella me creyó, Jaesung! —Exclamó él, en medio de otra carcajada. Realmente se veía divertido—. Pero creo que lo mejor fue incitarla a saltar.
—¿A saltar? —Repitió como un tonto.
—¡Sí! Estaba tan decidida a hacerlo que tenía que estar presente para verla, pero cuando me vio se arrepintió. Creyó que volvía por ella y me costó mucho lograrlo, tuve que decirle un montón de cosas feas, pero lo logré. Hice que Hanni saltara de aquel edificio.
Las imágenes de los noticieros volvieron a su mente. La muerte de Hanni había sido tan polémica porque se trataba de una chica demasiado joven que había decidido acabar con su vida. Un suicido mediático que había sido avisado a las autoridades momentos antes de que ocurriera mediante una llamada anónima.
Aquella llamada podría haber salvado a Hanni de lanzarse al vacío, pero él había estado allí para convencerla de hacerlo.
La bilis se devolvió por su garganta y se vio obligado a girar su cuerpo para no vomitarse encima. A su lado, los narcisos amarillos parecían brillar bajo la luz de la habitación como un trofeo de oro, siendo el premio el haber logrado la muerte de Hanni.
—Me hubiese encantado que fueras tú —continuó el chico—. Ella no se merecía todo esto, era como un ángel, y tú... tú eres la peor escoria que existe, Kim Jaesung, tú debiste morir.
Jaesung no se sintió capaz de levantar la cabeza. Sus lágrimas comenzaron a brotar sin control y su pulso se aceleró tanto que sintió perder el equilibrio. El mundo daba vueltas alrededor de ambos, pero al chico no parecía afectarle nada. Él no estaba triste, más bien podía verse cierto dejo de júbilo en su expresión. Le sonrió a Jaesung a la par que se inclinaba hacia él, como si lo que estuviese a punto de decir no debiera escucharlo nadie más.
—Sin embargo, si tú hubieses muerto no podría haberme deleitado con tu expresión —pronunció lenta y firmemente, logrando estremecerlo—. Deberías ver tu cara, Jaesung, es una obra de arte. Mi obra de arte.
—¿Qué quieres de mí? —Preguntó en un jadeo.
—Lo sabes.
Los puños de Jaesung se cerraron con fuerza y se dio cuenta de que, aun así, estos temblaban junto con el resto de su cuerpo. No lograba entender cómo era que eso fuera posible, cómo había sido que ese chico anduviese con su Hanni, ni tampoco cómo había sido que él la hiciera saltar de aquel edificio.
¿Qué tipo de cosas le había dicho como para convencerla?
Otra vez sintió ganas de vomitar al imaginar a su pequeña saltando de aquel edificio mientras el bastardo que tenía justo enfrente la incitaba a hacerlo.
—¡Voy a matarte! —murmuró.
El chico frente a él esbozó lentamente una sonrisa. Las comisuras de sus labios se levantaron tanto que le provocaron un escalofrío a Jaesung, pues lucía como una especie de demonio que disfrutaba del sufrimiento que él mismo le había provocado.
—Quiero verte intentarlo.
Se puso de pie lentamente, bajo la atenta mirada del hombre que parecía haberse quedado estático en su lugar, y luego de darle una última mirada a la fotografía de Hanni, se marchó.
Jaesung sintió que el aire le faltaba por un instante, pero eso no fue suficiente para impedir que se levantara con rapidez y persiguiera al chico en dirección a la salida del salón. No escuchó que Bora lo llamaba preguntándole qué había ocurrido, sólo corrió hacia la puerta en busca del maldito que lo había dejado con más preguntas que respuestas y, sobre todo, unas ganas incontrolables de golpear hasta no verlo volver a respirar.
Afuera, la gente seguía el curso de su vida, yendo y viniendo a la ajetreada velocidad que caracterizaba a la ciudad de Seúl. Jaesung estiró el cuello por sobre la multitud que apenas notaba su insignificante y afligida existencia y logró divisar la cabellera negra recogida en una media coleta que se alejaba a paso calmado. Se apresuró a alcanzarlo, chocando con más de un par de personas que se interpusieron en su camino y que no dudaron en insultarlo.
No le importaba nada, necesitaba llegar hasta él y golpearlo.
Sujetó con fuerza la parte trasera de la chaqueta de cuero para detenerlo y el cuerpo del chico casi cayó al piso gracias a la inercia. Giró lentamente el rostro hacia Jaesung, quien se sorprendió de verlo con una expresión asustada, pues no parecía en absoluto el chico que le acababa de decir todas esas atrocidades acerca de Hanni.
—¡No te escaparás de mí tan fácil! —Le gritó, llamando la atención de las personas a su alrededor.
El labio inferior del chico comenzó a temblar violentamente y, pese a sus intentos, no fue capaz de escaparse del agarre de Jaesung.
Había cosas que nunca cambiaban.
—Señor... —Titubeó el chico, encogiéndose al verse incapacitado para huir—, por favor...
—¡Cállate, imbécil de mierda! ¡Voy a matarte!
El chico miró a su alrededor asustado, pidiendo ayuda a los transeúntes con la mirada, pero eso jamás detendría a Jaesung. Él no le creía su papel de mosquita muerta.
—Señor, deténgase o llamaré a la policía —intervino finalmente otro muchacho.
Jaesung no se molestó en verlo, no podía quitar la vista del maldito que le había arrebatado todo mientras imaginaba las tantas posibilidades que existían para hacerle daño.
—No es asunto tuyo —se limitó a decir.
Tomó al chico con las dos manos por las solapas de la chaqueta y lo zarandeó con fuerza a la par que lo insultaba de las todas maneras que conocía y las que pudo inventar. Podía sentir la mirada de decenas de personas sobre su cuerpo, pero ya nada de eso importaba, debía vengar a su pequeña.
Ese maldito demonio pagaría.
—¡Señor! —Insistió el mismo chico, tomándolo por el hombro para detenerlo.
Jaesung se giró rápidamente hacia él para dedicarle una mirada asesina, pero su cuerpo se quedó frío al encontrarse con aquellos ojos redondos y oscuros observándolo con determinación. Volvió a mirar al primer chico, encontrando exactamente los mismos ojos y las mismas facciones.
¿Sería posible que...?
Soltó al primer muchacho y retrocedió un par de pasos, viéndolos a ambos con el rostro desfigurado por la sorpresa. Eran exactamente iguales.
—¿Estás bien? —Escuchó una tercera voz que acudía al chico de la chaqueta de cuero.
Jaesung se giró hacia aquella nueva persona, encontrándose una vez más con los ojos redondos que esta vez se encontraban preocupados por el primer chico. Esa persona, al igual que los otros dos anteriores, llevaba el cabello recogido en una media coleta y poseía exactamente las mismas facciones. Lo único que cambiaba era la forma de vestir.
El corazón del hombre se aceleró de golpe al no entender qué era lo que estaba sucediendo. Giró su cuerpo para mirar a su alrededor. Soltó un suspiro tembloroso involuntariamente. Cada uno de los rostros que lo observaba tenían las mismas facciones y los mismos ojos de animal indefenso. No importaba hacia dónde mirara, esa cara estaba en todas partes.
Dio un paso hacia adelante, provocando que algunos de los chicos que eran exactamente idénticos retrocedieran por el miedo y que otros simplemente se pusieran alerta. El mismo rostro continuaba repitiéndose en las personas que, ajenas a todo lo que ocurría, seguían el camino a sus destinos, pasando por un lado de Jaesung y la decena de chicos que lo observaba intensamente.
Esos ojos estaban volviéndolo loco.
Lo acusaban en silencio.
Todos lo sabían.
—¡Dejen de mirarme! —El grito salió de manera desgarradora de su garganta.
Volvió a fijarse en su alrededor. Había atraído la atención de más chicos que lo observaban temerosos y susurraban entre ellos preguntándose qué era lo que le ocurría al loco de allí. Jaesung se agarró el cabello y tiró con fuerza de él.
—¡Basta!
No importaba dónde mirara, siempre se encontraba con el mismo rostro que lo juzgaba en silencio o que simplemente le dedicaba una mirada fugaz para luego seguir con su camino. Era como si el mundo hubiese comenzado a girar a su alrededor. Esa cara estaba en todas partes...
Corrió en dirección al salón en donde había dejado a los pocos asistentes del velatorio de Hanni, pero se encontró desorientado. Ya no sabía por dónde había llegado ni hacia dónde debía ir. Se apoyó contra la pared de un edificio, sintiendo que el aire se volvía cada vez más difícil de respirar, y volvió a dar una mirada a su alrededor.
Los chicos seguían observándolo, pero había de todos los tipos de miradas. Miedosas. Curiosas. Asqueadas. Desafiantes.
—¡¿Qué quieres de mí?! —Gritó hacia ellos.
Todos se miraron entre sí, sin entender a quién se refería. ¿Quién podía ser el que tuviese a ese hombre en aquel estado tan alterado? Por más que se preguntaron si es que lo conocían, no encontraron al culpable.
De pronto, el hombre sintió una presencia junto a su cuerpo. Era como si de repente la temperatura del ambiente hubiese disminuido al menos unos veinte grados. Hacía mucho frío, tanto que un estremecimiento le recorrió la columna. Esta vez no se atrevió a girar el rostro para mirarlo, pues sabía de quién se trataba. Aquel hombre susurró justo sobre su oído en un tono bajo y rasposo:
—Ya lo sabes, Kim Jaesung.
Holaaa, ya nos encontramos en el final de esta historia. Lamento decir que este es el último capítulo de The Lust, la primera historia de esta saga.
Pero necesito leer teorías. Qué pasó aquí??????
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Les recuerdo también que este es el final de esta historia, pero que todavía hay historia por contar en The Rich (de dorasilove), The Lies (de NewHopeland) y The Truth (de liveforjk).
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