CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 5
Mis piernas duelen por la fatiga que les significa correr tan deprisa. El aire entra a mis pulmones como si se tratara de fuego y no del preciado oxígeno que necesito para vivir, mi garganta está seca, al igual que mi boca, donde mi lengua de pega al paladar por la falta de lubricación. Sin embargo, lo más me atormenta es mi acelerado corazón, que quiere salirse por mi boca, aunque sé que gracias a él es que me mantengo acelerando, llegando a velocidades que jamás hubiese imaginado alcanzar.
¿De qué es lo que estoy huyendo exactamente? No lo recuerdo con claridad, pero sé que debo hacerlo o si no me pasará algo terrible.
Salgo por la puerta de la casa en la que me encuentro, a la que no sé cómo he llegado, y salto por el porche, saltándome todas las escaleras que llevan hacia la puerta principal. El tobillo me duele al caer, pues me lo he torcido, pero no me detengo y sigo corriendo por el camino que conduce hasta el gran portón que separa la residencia de la calle.
—¡Te pillé, pequeña mierda! —Escucho una voz acelerada a mi espalda.
Una alarma se enciende dentro de mi cabeza, coloreando todo de rojo tal cual una sirena de bomberos o de una ambulancia. No sé de quién es esa voz, tampoco quiero girarme para averiguarlo. Lo único que tengo claro es que mi mente me ordena alejarme a toda costa.
Sin embargo, cuando creo estar llegando al portón, estando cerca de lo que me parece que es mi libertad, un tirón me detiene. La persona que me perseguía me ha agarrado de la ropa con tanta fuerza que termino tirada en el suelo. Es muchísimo más fuerte que yo, no hay manera de que me salve de esta.
Suelto un jadeo de dolor cuando mi trasero impacta el suelo y no tengo tiempo para reponerme porque la persona me tira de la capucha, levantándome nuevamente.
—Sólo queremos hablar contigo —explica con lentitud, aunque puedo percibir un toque malicioso en su tono de voz.
—¡Déjame! —Le grito mientras lanzo aleteos al aire, intentando zafarme de su agarre.
—No le dejarás ir..., ¿cierto, Lee? —Una segunda voz se une a la conversación.
Aquella voz...
Aquella voz se me hace conocida, mas no tengo tiempo para pararme a pensar a quién pertenece. Mi vida corre peligro.
El primer hombre se ríe, quizás por lo que acaba de escuchar o porque sigo intentando librarme sin tener éxito. ¿Cómo puede siquiera reírse en una situación como esta? Este tipo no puede ser normal.
—No hay mucho que pueda hacer... —responde—. Irá a la policía, pero nadie le creerá.
—Pero Doseok dijo que...
—¡¿Qué mierda me importa lo que haya dicho Doseok?! —Me sobresalto ante su ataque de ira. Todavía me encuentro de espalda a ellos, por lo que no he podido ver sus rostros—. Mira, Kim, te hace falta un poco de autonomía.
El supuesto Kim replica algo en voz baja y aprovecho el pequeño descuido del primer hombre para volver a correr con todas las fuerzas que mi cuerpo me permite. Qué estúpida me siento cuando no alcanzo a dar más de cinco pasos y siento un agudo dolor en la nuca. La vista se me nubla a la vez que un pitido se adueña de mis oídos.
Mi corrida no dura más que eso: cinco míseros pasos, y mi cuerpo cae inerte al suelo.
—¡Hanni! —Escucho entonces, sintiendo que me sacuden por los hombros.
Mis ojos se abren como platos e inspiro fuerte, llenando mis pulmones de aire. Mi vista borrosa logra enfocar a Bora, quien era la persona que me sacudía para intentar despertarme.
Ha sido una pesadilla. Otra pesadilla.
Me siento sobre el colchón bajo su preocupada mirada, sintiendo de pronto la camiseta que ocupo como pijama pegándose a mi sudoroso cuerpo. La luz apenas entra por la ventana, lo que me indica que recién comenzará a amanecer y que debo haber despertado a Bora por mi agitación.
—¿Estás bien? —Me pregunta, retrocediendo un poco en el colchón para darme mi espacio—. Ha sido otra pesadilla, ¿no?
Asiento con la cabeza a modo de repuesta. Las últimas noches Bora ha decidido venir a dormir a casa conmigo porque le pareció completamente extraño que las pesadillas de asalten de manera tan violeta, pues todas terminan en llantos o vómitos. Tiene la esperanza de poder salvarme de este castigo que vivo noche a noche.
Aunque no podría asegurar por qué estoy siendo castigada, sin duda he cometido un montón de actos reprochables.
—Ya pasó —la tranquilizo, limpiándome las lágrimas que comienzan a caer por mis mejillas.
Ella vuelve a su lugar en la cama, justo a mi lado, y se cuela nuevamente entre las sábanas. Yo también me recuesto una vez que me he cambiado la camiseta y me he secado el sudor del cuerpo. Bora no deja de mirarme, ni siquiera cuando ya ha pasado más de una hora desde que finalizó la pesadilla y me encuentro viendo el techo sin poder conciliar el sueño.
—Estoy bien, Bora, no debes preocuparte.
—Pero lo hago —responde, acurrucándose más cerca de mi cuerpo.
Suelto un suspiro al sentir la calidez de su cuerpo junto al mío, la única calidez corporal que soporto. Aunque el otro día me di cuenta de que la de Jungkook tampoco me molesta.
—Quizás deberías buscar apoyo psicológico —sugiere mi amiga de pronto—. Quizás puedas lograr darle un significado a este tipo de sueños...
Siento la punzada sobre mi corazón al escucharla y escucharme a mí misma hace varios años atrás hablando con mi padre, explicándole que no me sentía del todo bien y que me gustaría buscar ayuda psicológica. Lo había intentado por mis propios medios en la escuela, pero la psicóloga que estaba a cargo en ese tiempo me confesó no poder manejar mi caso y me recomendó buscar algo por fuera. Sin embargo, era demasiado costoso para pagarlo yo misma y la única opción que me quedaba era pedirle dinero a mi padre.
—Eso no existe —fue la respuesta que obtuve de él en aquel entonces.
Ese siempre fue el problema con mi padre, sentía que estábamos viviendo en mundos diferentes. Yo estaba en el mundo real, en el que las niñas no debían tomar responsabilidades tan grandes como llevar el hogar. Y él vivía en su mundo de fantasías, aquel en el que se sumergía luego de una botella de vino.
Termino negando con la cabeza ante lo que me ha dicho Bora. Sé que quizás sería lo mejor para mí, pero luego de pasados tantos años, todavía siento aquella espinita en mi corazón.
Lo cierto es que me da miedo que alguien me vea como realmente soy. Tan frágil y jodida.
—Por ahora estoy bien así.
Ahora es ella la que suspira y al cabo de un rato se gira, dándome la espalda.
Termino de darme la ducha que tomo luego de estar con cada cliente. Mi sagrada ducha que quita todos los fluidos y olores asquerosos que pudiesen haberse quedado impregnados en mi cuerpo. Dejo la toalla húmeda colgada en la pared y saco de mi casillero una muda de ropa que consiste en una faldita tableada y una camiseta corta de color rosa.
La desnudez no es un problema para mí, es algo a lo que me enfrento diariamente con gente desconocida, y no me molesta quedar absolutamente desnuda frente al resto de las chicas que trabajan en el club. Sin embargo, disfruto de los momentos de privacidad que ocasionalmente me otorga el camarín, como en este mismo instante, donde sólo hay un par de chicas que están demasiado absortas en sus celulares como para ponerme atención.
Me pongo la tanga de encaje barato que compré en el supermercado, pues no me esfuerzo en invertir en cosas que seguramente terminarán por romperse o que, a lo menos, pasarán totalmente inadvertidas para un cliente, y en un arrebato de vanidad, miro mi reflejo en el espejo de cuerpo entero que está a un par de metros de mí.
Mi cuerpo es bastante delgado y algunos huesos, como la pelvis y las costillas, sobresalen. Apenas tengo pechos y trasero, menos. Mis muslos parecen no tener una pizca de músculo y parecen unos simples par de huesos.
La vanidad abandona rápidamente mi cuerpo, dejándome tan vacía como un libro sin palabras. Definitivamente, me veo mejor con ropa, con aquellas prendas holgadas que no dejan en evidencia la extrema delgadez en la que me encuentro y que odio con todo mi ser, pero de la que no puedo salir porque hay días en los que me siento incapaz de comer con el miedo a subir de peso y arruinar mi privilegiada posición dentro del club.
La puerta negra que da hacia el pasillo se abre e inicialmente no le pongo atención, aunque mis ojos inevitablemente se van hacia ella cuando escucho a alguien decir:
—¡Si voy a asumir la administración, debo conocer completamente esta pocilga!
Es la voz de un hombre la que termina por alarmarme y, como no tengo nada de ropa aparte de mi tanga, instintivamente me pongo las manos sobre mis pechos.
El chico da medio paso dentro del camarín y se queda pasmado. Da un pequeño recorrido visual a la habitación y sus ojos se detienen justo sobre mi cuerpo semidesnudo. Entonces se da media vuelta, sus mejillas poniéndose coloradas mientras dice:
—¡Mierda! ¡Lo siento mucho!
Y sale del camarín.
Me quedo un momento en mi posición, cubriendo mis pechos y pensando en dónde he visto antes a ese muchacho.
Me apresuro en vestirme, con miedo a que vuelva a entrar sin pedir permiso. Aunque se veía lo suficientemente avergonzado como para dar a entender que todo había sido un error que seguramente no volvería a cometer. Me acomodo la falda y la camiseta, sólo para escuchar que tengo un nuevo cliente y que debo ir a la habitación tres durante una hora. Así que me arreglo el maquillaje, me pongo un poco de colonia y salgo.
Sin embargo, allí está él, parado en medio del pasillo y todavía con sus mejillas coloradas. Sigo adelante, sin mirarlo mucho, con la intención de que no me reconozca, pero su voz me hace detener:
—¡Oye!
Sí, claro que sí lo he visto antes.
Giro mi rostro lentamente hacia él, sabiendo que ya no tengo escapatoria, pero también teniendo claro que fingiré demencia hasta ya no poder.
—¿Nos conocemos de antes?
—No lo creo.
Vuelvo a caminar, pero su mano me sujeta suavemente por la muñeca. Entonces me giro hacia él, con los ojos abiertos, y me suelta inmediatamente, murmurando una disculpa.
—Te he visto antes, estoy seguro.
Quiero negarlo una vez más, pero la voz del calvo que administra las habitaciones me interrumpe:
—¡Kim Hanni, habitación tres!
Asiento inmediatamente con la cabeza y camino con rapidez hacia mi destino: la habitación tres.
Durante la próxima hora mi cerebro se desconecta totalmente de mi cuerpo porque aquella es la única manera en la que puedo afrontar el cansancio que acarreo desde hace semanas al no poder dormir bien. Cuando he terminado vuelvo a ducharme, restregando con fuerza la barra de jabón sobre mi piel, con la esperanza de que el asqueroso olor del hombre con el que acabo de estar desaparezca de mí.
Un hombre tan asqueroso que podría haber sido mi abuelo.
Bora me espera mientras termino de guardar mis cosas y ambas salimos de los camarines. Finalmente ha terminado la jornada y, como siempre, me ha ido bastante bien. Caminamos hacia la oficina del administrador el club, alguien designado por el dueño y que se encarga de mantener todo en orden y de pagarnos al finalizar cada noche.
Y allí es donde me lo vuelvo a encontrar. Allí está él, de pie observando con atención todo lo que el administrador hace, como si estuviese aprendiendo el trabajo, pero no se encuentran ellos dos solos, sino que también está presente el dueño del club, que parece supervisar todo.
Sus ojos se fijan en mí, pero lo único que hago es ignorarlo y seguir con mis asuntos. Cuando estamos caminando hacia la salida, escucho su voz a mi espalda:
—¡Kim Hanni!
Bora y yo nos volteamos verlo, ella con evidente sorpresa en su rostro y sus ojos se pasan desde él hacia mí. Por mi parte, me mantengo serena, aunque tengo la sensación de que no podré hacerme la desentendida mucho tiempo más.
—Siento ser tan insistente —dice mientras se acerca lentamente a nosotras—, pero realmente siento que te he visto antes. Yo... jamás podría olvidar un rostro como el tuyo.
Trago saliva. Por alguna razón, sus palabras me han dejado pasmada y las manos comienzan a temblarme. Quizás es por la expresión de su rostro, tan pura y diferente a la que vi anteriormente en él y que desentona completamente con el entorno que nos rodea.
—Nos hemos visto en una carrera. Tú conducías un Lamborghini verde y yo —hago una pausa— estuve allí de casualidad.
Su rostro de pronto se ilumina y me regala una sonrisa. La boca se me seca al verle tan contento, aunque no logro entender la razón.
—¡Ah, sí! Tú eras la que andaba con Jeon, ¿no? Te recuerdo.
Asiento con la cabeza, regalándole una pequeña sonrisa, y luego me doy media vuelta para seguir con mi camino.
—Oye —dice nuevamente, deteniéndome—, siento mucho lo del camarín.
—No hay problema —le regalo una última sonrisa antes de seguir mi camino—. Adiós, Jung Hoseok.
Esa era la razón por la que su rostro se me había hecho conocido la primera vez: es el hijo del dueño del club. Su rostro es innegablemente parecido al de su padre, desde la forma de sus ojos hasta su grande y perfecta sonrisa.
Es una lástima que se vaya a involucrar en este mundo...
—¿Qué ha sido todo eso? —Me pregunta Bora en voz baja mientras salimos del club—. ¿Jeon Jungkook? ¿El hijo del señor Jung? ¿Carreras? ¿En qué estás metida, Hanni?
No respondo nada, simplemente porque no sé cómo explicarle.
—Iré a dar una vuelta, ¿quieres unirte, ángel?
La voz de Jungkook nos detiene frente a la puerta del Stardust. Está apoyado sobre su auto y me observa con esa sonrisa suya, la que pone a cualquier mujer a temblar, incluso a mí. Bora me mira haciendo una mueca y se despide de mí después de decir que pedirá un taxi a su casa.
—Son las dos de la mañana, Jungkook.
Se acerca, sin quitarme los ojos de encima, y se planta lo suficientemente cerca de mí como para estirar su brazo y tomar el bolso que cuelga de mi hombro. Extiende su otra palma hacia mí, invitándome a tomarle la mano y seguirle.
—Pienso en ti tanto a las dos de la tarde como a las dos de la mañana. No sabía que existían horarios para este tipo de cosas.
Hoy pasaron demasiadas cosas. Hanni no deja de tener esos sueños extraños y me pregunto qué serán 👀, tenemos a Hobi que pronto administrará el club Stardust y a Jk haciendo fuertes declaraciones.
Quiero saber qué piensan de todo esto
Recuerden apoyar a las demás historias de esta colaboración para poder entender la historia completa 🩷 dorasilove liveforjk NewHopeland
Recuerda dejar tu voto, significa mucho para mí 🩷
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