CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 3
Por alguna razón, siempre termino acudiendo a él cuando me lo pide. Llamo a la puerta de la casa de mi padre tocando el timbre que desde hace años está malo y me doy cuenta de que lo seguirá estando por un montón de tiempo más, a no ser que sea yo quién pague para que lo arreglen. Entonces toco la puerta con los nudillos, ejerciendo más fuerza de la necesaria para que me escuche, pero no recibo respuesta alguna.
Resoplo. Seguramente se ha quedado dormido en alguna parte de la casa y yo estoy como estúpida esperando a que abra. Por un segundo la ira se apodera de mí, pues al llegar a casa después de las compras me he tenido que dar el tiempo para maquillarme y tapar esa maldita marca violeta que tengo en el pómulo. No quiero que mi padre me vea así, eso solo le daría pie para meterse a opinar en mi vida.
Insisto una vez más, obteniendo el mismo resultado, así que giro el pomo de la puerta. Ha estado abierto todo este tiempo.
Lo primero que siento al entrar es el fuerte olor a fermentación, que quiero creer que proviene de los pocos de alcohol que llevan semanas dentro de las botellas de vidrio olvidadas en el piso. Hacía medio año que no venía y ahora me doy cuenta de que no he extrañado estar aquí, en este basurero que se me hace tan familiar. Avanzo, intentando no pisar la basura esparcida por el suelo, mientras me tapo la nariz con la manga de mi suéter y finalmente llego a la sala.
Allí está mi padre, medio recostado sobre el sofá, con la mitad del cuerpo colgando hacia el piso, y con una botella de lo que parece ser vino en una de las manos. Está lo suficientemente ebrio como para estar inconsciente, lo que significa que lleva una buena cantidad de horas bebiendo, quizás desde que despertó.
Simplemente tuvo un momento de "lucidez", que más bien podría llamarse delirio, en el que recordó que tiene una hija y llamó con la excusa de que tenía una "mala sensación". Quiero golpearme la cabeza contra la pared al haber caído tan fácilmente en aquella trampa, pues realmente no hay nada importante en esta reunión.
—Papá —lo llamo igualmente, intentando ver si es que milagrosamente despierta.
Hace un sonido con la garganta y se pone a roncar. Siento que la cara se me comienza a poner roja de la ira, dejándome arrastrar por ella por segunda vez en menos de cinco minutos.
Necesito calmarme.
Camino hacia la pequeña ventana para correr las cortinas y abrirla, en un intento de despertarlo y ventilar la asquerosidad de olor que hay aquí dentro.
Mi padre arruga el rostro y se queja. Al menos comienza a moverse. Se lleva una de las manos a la cara, intentando atenuar la luz que impacta contra sus párpados, pero aquello no es suficiente para volver a la oscuridad que reinaba anteriormente, así que termina por abrir los ojos con dificultad.
—¿Hanni? —Pregunta, con la voz ronca.
Busco dentro de mi bolso un cigarrillo y lo enciendo, quedándome cerca de la ventana.
—Así que estás vivo —murmuro, botando el humo en dirección a la ventana.
Su nariz se arruga al sentir el olor del cigarrillo, como si dentro no oliera a que un muerto se acaba de mear. Entonces se incorpora, luciendo completamente desaliñado, con el cabello desordenado y la nariz enrojecida, y mira el tubo blanco que me llevo a la boca para volver a tomar una calada.
—¿Desde cuándo fumas? —Pregunta.
Pongo los ojos en blanco y me giro hacia la ventana para mirar hacia afuera. En realidad, me giro porque no me apetece verle.
—¿Qué es lo que quieres? —Pregunto yo.
—No lo hagas —dice, como si continuara con la frase que anteriormente había comenzado.
Aprieto la mandíbula. ¿Cómo se atreve a ordenarme que no fume cuando claramente él no tiene el control sobre lo que consume? Me doy vuelta hacia él y nuevamente me siento como aquella adolescente con la que solía discutir tardes enteras, todavía teniendo la esperanza de que entre en razón.
Pero jamás lo hará. No lo hizo en los viente años que llevo viva y no lo hará ahora.
—¿Por qué me hiciste venir? ¿Qué es lo que quieres?
Por un momento me mira como si no entendiera lo que estoy hablando, aquello enciende más mi enfado. Pero finalmente niega con la cabeza y lentamente se pone de pie, con mucha dificultad, para acercarse un poco hacia mí.
Apesta a alcohol y a, lo que creo es, vómito. Sin embargo, me aguanto las ganas de arrugar el rostro en una mueca de desagrado, quizás porque no quiero hacerlo sentir mal, algo que resulta un poco paradójico. ¿Por qué me esforzaría en no hacerlo sentir mal si él me ha hecho sentir miserable durante toda mi vida? Probablemente porque, muy en el fondo, tengo la esperanza de que las cosas lleguen a cambiar algún día.
—Antes de llamarte sentí unas náuseas que me hicieron devolver lo poco que llevaba en el estómago —explica e inevitablemente mis ojos viajan a las cientas de botellas verdes repartidas en el suelo—. ¡Eso no me ocurre jamás, Hanni! Y menos cuando apenas son las once de la mañana.
—Creo que estás bebiendo demasiado.
Aunque si se trata de mi padre y el alcohol, jamás es demasiado. Hace años creí que tenía un límite, un tope en el que inevitablemente quedaría inconsciente, pero a lo largo del tiempo me he dado cuenta de que es capaz de superarse, así que tal límite no existe.
—¡No estoy bromeando! —Niega con la cabeza, casi pareciendo un niño pequeño—. Fue un mal augurio.
—¿Y qué tengo que ver yo con eso? —Le pregunto, botando la colilla por la ventana.
Se queda callado, frunciendo los labios, como si estuviera intentando recordar la razón por la que yo estaba relacionada con su "mal augurio", y termina ladeando la cabeza:
—Simplemente lo supe en ese momento —resuelve—. Ven, déjame verte.
Pongo los ojos en blanco otra vez y acorto la distancia con un par de pasos, intentando hacer pasar desapercibido que mi corazón ha comenzado a saltar como loco, temiendo que se llegue a dar cuenta de que tengo una marca violeta en el pómulo tapada con maquillaje. Sin embargo, a pesar de que me sostiene el mentón e intenta examinarme con detenimiento, no logra identificar absolutamente nada. Quizás es por la precaria iluminación de la sala, que únicamente entra por la pequeña ventana que yo misma he abierto, o porque sus ojos de borracho simplemente no se lo permiten.
—Ya está —finalizo, zafándome de su agarre y rompiendo el contacto entre nosotros—. No vuelvas a llamarme si no es necesario, menos hacerme venir.
Me sigue con la mirada mientras lo rodeo y camino en dirección a la puerta de salida. No dice nada, pero logro identificar un atisbo de tristeza en su expresión. Salgo sin despedirme, aunque no doy más de tres pasos sin que las rodillas me fallen, así que me veo obligada a detenerme para afirmarme de la pared del edificio en el que vive.
El corazón no ha dejado de saltarme y ha llegado a tal punto que me resulta doloroso cada latido. Las bocanadas de aire que entran a mis pulmones me queman la garganta y el pecho, como si aquel acto tan básico y tan humano como es la respiración se me hiciera letal. Pero lo que me termina por sorprender son las lágrimas que inundan mis ojos.
Hay cosas que nunca cambian, como mi reacción al visitar a mi padre.
—¡Sujétale la pierna! —Una voz masculina llama mi atención—. ¡Te pateará, imbécil!
Pasa un segundo antes de darme cuenta de que la que la que pateará a ese hombre soy yo. Una mano me sujeta con fuerza de los tobillos, tanto que me resulta doloroso, y logra inmovilizarme por completo, puesto que hay otro par de manos que me sujetan las muñecas.
Abro los ojos porque no recuerdo cómo es que he terminado en esta situación y porque no sé qué es lo que está pasando. Al inicio veo borroso, como mi vista se hubiese acostumbrado a la oscuridad de mis párpados cerrados, y luego logro enfocar precariamente el techo de la sala en la que me encuentro. Es gris y brillante, como si fuera de metal, como si me encontrara en algo parecido a un galpón o una bodega, un lugar en el que jamás he estado.
Nuevamente intento zafarme del agarre, casi por reflejo, pues todavía no logro comprender la situación. ¿Qué es lo que está ocurriendo?
—¡Mierda! —La voz del primer hombre se hizo presente nuevamente y fijo mis ojos sobre su rostro. No recuerdo haberlo visto antes—. Creo que eres un hueso duro de roer.
Veo cómo se pone de pie frente a mí y sólo entonces me doy cuenta de que estoy recostada en el suelo. La severidad de su rostro me intimida, pero eso no impide que deje de luchar. Estoy en peligro, lo sé, y debo salir corriendo a la brevedad, esconderme y ponerme a salvo, pero las manos que me sujetan no me lo permiten.
—Chicos —una tercera voz se une a la conversación sonando temblorosa, casi como un jadeo desesperado—, deberíamos apresurarnos...
—No le quites la diversión al asunto, Han. Quiero entretenerme un poco más.
El hombre frente a mí, que no debe tener mucho más que mi edad, le da una mirada de reojo al de la voz temblorosa y se vuelve a concentrar en mi cuerpo. Una sonrisa se dibuja en su rostro, una sonrisa retorcida que me hace temblar hasta en los huesos, y levanta uno de sus pies. No dice nada, pero sé que tiene la intención de patearme y que no hay nada que yo pueda hacer ni nada que lo vaya a detener. Simplemente agarra vuelo e impacta contra mi rostro.
Ahora sí escucho mi propia voz en un grito, pero ya no me encuentro en aquella habitación desconocida, sino en mi propia habitación. El corazón me retumba en los oídos y mi pecho sube y baja de manera acelerada, indicando que mi cuerpo se ha tomado en serio aquella pesadilla.
Me siento sobre la cama, en un intento de calmar a mi revuelto estómago que urgentemente me pide que bote todo lo que he comido en la cena. Corro hacia el baño, tambaleándome en el camino debido a mis piernas temblorosas, y me pongo de rodillas frente al inodoro.
Mierda, todo se ha sentido tan real.
Mientras me lavo los dientes la sensación de amargor se apodera de mi boca. Aquello con lo que he soñado no es algo imposible, menos a mí, teniendo un trabajo como el que tengo, e inevitablemente el rostro de Jungkook llega mi mente. Me había ofrecido protección, cosa que en este momento no me parece tan mala, pues podría evitarme algo como lo que acabo de ver.
Cuando vuelvo a la cama me cuestiono el origen de aquella pesadilla tan horrible, pues no recuerdo haber vivido algo como eso, ni tampoco haber estado en alguna situación que pudiese desencadenar algo así. Todas las veces que he mantenido relaciones sexuales con personas ha sido dentro del club en el que trabajo y no se acepta que varios hombres contraten el servicio de una de las chicas a la vez, por protección a las mismas trabajadoras.
Al día siguiente evito pensar demasiado en esto, pero me igualmente durante la tarde me encuentro camino al club sin intenciones de trabajar, pues mi pómulo todavía no termina de sanar. Me planto frente a la entrada, ignorando las miradas indiscretas de los hombres que al entrar me observan, hombres con los que seguramente me he acostado alguna vez y que se sorprenden de verme, tal y como cuando un pequeño niño se encuentra con su profesor de la escuela fuera de esta, y espero a que llegue el Dodge Charger RT cuyo dueño ha estado atormentándome.
Cuando Jungkook llega me sonríe de medio lado, como si ya intuyera por qué me encuentro allí. Sin embargo, soy incapaz de pronunciar aquellas palabras en las que pensé anoche. Mi orgullo no me permite solicitar su ayuda y simplemente me encojo de hombros cuando se acerca a mí con mirada interrogante.
—Supongo que estoy aquí para verte.
—¡Qué halagado me siento, ángel! —Me sonríe de medio lado con galantería—. Pero lamento informarte que debo trabajar.
Eso es cierto. No puedo evitar sentirme tonta, ni siquiera tengo una razón clara para estar aquí más que el haber tenido una pesadilla anoche. Ni siquiera Bora sabe que estoy aquí, pues no he sido capaz de contarle lo que he soñado porque no he respondido ni un solo de sus mensajes desde hace dos días.
¡Qué estúpida soy!
Parezco una adolescente dejándome llevar por mis impulsos, pero qué podría saber yo de eso si jamás pude permitírmelo. Me remojo los labios, intentando buscar una respuesta rápida y coherente que logre justificar mi presencia aquí.
—Creí que estos días libres serían una buena excusa para conocernos de la manera en la que tanto deseas.
Su sonrisa se ensancha luego de que con la punta de la lengua recorre su mejilla interna, casi como si aquel fuera un acto premeditado para engatusar a cualquier mujer que tenga delante, y la imagen que me da logra con creces su cometido. Retrocedo un par de pasos, esperando que no note que me he puesto nerviosa.
—Créeme, ángel, que no te lograrías imaginar todas las maneras en las que me gustaría conocerte.
Trago saliva y el rubor lentamente se apodera de mis mejillas, algo que creí que jamás sucedería. Me cruzo de brazos, intentando no perder la actitud con la que siempre me enfrento a él, pero ya lo sabe: me dejó descolocada con aquella confesión. Tanto así que un par de imágenes llegan a mi cabeza, provocando que mi vientre se retuerza de aquel placer que hace tanto tiempo he dejado de sentir.
—Entonces —digo con dificultad—, ¿qué harás al respecto?
No puedo marcharme sin haber logrado nada, después sería incapaz de volver a mirarlo a la cara. Ya estoy aquí, por alguna razón, rompiendo aquel estigma que siempre me ha impedido acercarme más de lo debido a él.
Sus ojos me escanean de arriba hacia abajo y se muerde el labio inferior a la par que asiente con la cabeza.
—Espérame dentro del auto, ya vuelvo.
Hoy pudimos ver un poquito de la vida de Hanni y... ya se viene lo chido. Qué creen que haya significado esa pesadilla? 👀
Recuerden apoyar a las demás historias de esta colaboración para poder entender la historia completa 🩷 dorasilove liveforjk NewHopeland
Recuerda dejar tu voto, significa mucho para mí 🩷
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