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Se quitó los zapatos y colgó la chaqueta en el perchero del pasillo mientras Sesshomaru hacía lo mismo. Desafortunadamente, ella sabía muy bien dónde estaba el baño en esa casa así que se dirigió hacia este murmurando un casi e impercitible “gracias.”
Se miró al espejo, tenía los ojos y la nariz enrojecidos, los labios ligeramente agrietados, los cabellos alborotado por el sombrero y la bufanda. Se sonó la nariz con papel higiénico, usó el baño y luego se apoyó contra el lavabo preguntándose una vez más qué demonios estaba haciendo. Regresar a la casa de su ex a riesgo de encontrarlo justo el día después de la ruptura, era una de las acciones más tonta que ha hecho en su vida.
«No pierdas más tiempo sufriendo»
Habían sido las sabias palabras dichas por una voz profunda y muy sexy.
Un suspiro lastimero se escapó de sus labios, cuánto dolía saber que había invertido tanto en una relación que la había dejado rota, sola y usada como objeto. Fue Sango quien le dijo de haber visto a su entonces novio besándose con Kikyo y él ni siquiera lo había negado.
¿Estaba mal sentir la necesidad de hablar un poco con el misterioso y encantador hermanastro de ex-novio el cual, según Inuyasha era un chico aburrido e insensible como una piedra?
Sabía que estaban separados por cuatro años. Que el padre de Sesshomaru había traicionado a su madre con la de Inuyasha con quien se casó inmediatamente después de la separación. Quizás algunas cosas estaban en la sangre, ¿Sesshomaru también era así? No es que a ella le importara, por supuesto que no.
Se dio cuenta de que pasaba demasiado tiempo en ese baño. Se armó de valor, se alisó el pelo, adoptó un semblante tranquilo y firme y finalmente salió.
Sesshomaru estaba en la cocina frente a la nevera abierta, parecía estar observando lo que había dentro cuando ella golpeó discretamente la jamba para anunciar su presencia.
—Muchas gracias —dijo Kagome sintiendo que toda la timidez e inseguridad la invadían de nuevo bajo la fría mirada del chico. Los ojos de ella se deslizaron sobre el suéter ligero que envolvía los brazos, el duro torso, las larguísimas piernas e incluso en el perfil de sus nalgas. Nuevamente se encontraba renuente ante la idea de irse. Quizás tenía fiebre, quién sabe, pero no quería irse.
—Te llamaré un taxi, si quieres —le oyó decir. Su tono era perfectamente educado, pero demasiado distante para ser amistoso. Hablaba sólo por cotesía.
»¿O le gustaría algo de beber?
—Algo de beber estaría bien, gracias —respondió Kagome aprovechando deliberadamente la gentileza del ardiente anfitrión—. Un café, si no es mucha molestia —añadió ella.
Sesshomaru asintió brevemente, cerró la nevera y se trasladó al lado opuesto de la cocina. Tenía la espalda recta y se movía con una gracia extraña e innata, no como Inuyasha que siempre caminaba medio encorvado. Era consciente de que no estaba bien escupir en el plato donde había comido y recordó lo hermoso que Inuyasha siempre le había parecido. Pero en ese momento no pudo evitar pensar en él como un sapo feo especialmente, si tenía al príncipe azul frente a ella.
«Es su hermano» trató de decirse a sí misma. Sabía que no estaba bien desear a Sesshomaru y sin embargo, en lugar de arrepentirse y huir, sintió un poco más de calor entre las piernas. «¡Estúpida, estúpida, estúpida!» Sus hormonas se estaban volviendo locas por culpa de la reciente decepción amorosa. Sí, era culpa de sus hormonas.
Tenían una máquina de café automática. Sesshomaru estaba sacando dos tazas y dos cucharitas. Kagome decidió alejarse de la puerta y rodear la mesa en el medio de la cocina para acercarse un poco más posicionándose a un metro y medio de distancia de él.
—¿Sabes cuándo regresará a casa? —preguntó algo tímida.
Sesshomaru le dio una mirada que parecía casi de reproche.
—No y, no me importa -respondió él, metiendo una cápsula en la máquina de café y poniéndola en funcionamiento-. A ti tampoco debería importarte.
Kagome rió nerviosamente.
—Tienes razón —respondió ella—, pero no vine aquí para hablar con él.
Algo en la forma en que la ignoró le dijo que no le creía. Le entregó el café y el azúcar e inició a prepararse el suyo. «Muy amable de su parte no dejarla beber sola» pensó Kagome mientras se apoyaba en la encimera junto a la estufa. Hizo tintinear la cuchara mientras removía el azúcar sin levantar la cabeza y sintiendo como el órgano en su pecho se aceleraba, eligió algo más que decir.
—Sabes lo que hizo, ¿verdada?
—Sí.
Por un momento, Kagome temió que no dijera nada más. Tomó un sorbo de café y luego le lanzó una mirada que esperaba él no detectara, pero lo encontró absorto mirando su propia taza con un gesto ligeramente disgustado en sus delgados labios.
»Le hizo lo mismo a otra chica —dijo tomándola un poco por sorpresa—, pero anoche me fui cuando mi padre empezó a moralizarlo.
Las manos de Kagome temblaron un poco, Sesshomaru había hablado con un tono mucho más amargo que la bebida que estaban tomando. Terminó beber el oscuro liquido con toda la calma que lo caracterizaba y procedió a lavar la taza.
Por supuesto, él no podía ser como esos dos, los odiaba por cómo eran. Había sufrido por su madre y tal vez, lo habían dejado de lado con la llegada de la nueva mujer y el nuevo bebé. Se acercó a él para entregarle la taza, pero no sé apartó, si no que le agarró la mano sintiendo su calidez antes de que el joven se liberara del agarre y la mirara con el ceño ligeramente fruncido. No parecía enojado, más bien, parecía estarla amonestando. Como si entendiera perfectamente lo que pasaba por su cabeza y le estuviera sugiriendo que lo reconsiderara, pero no la había rechazado, ¿no?
—Lo siento —susurró Kagome sin siquiera saber a qué se refería. Quizás a lo que le pasó cuando era niño, o tal vez por lo que ella le estaba proponiendo.
Sesshomaru la miraba con esa expresión seria y tranquilizadora aunque severa, le inspiraba confianza y miedo al mismo tiempo. Con esas pestañas claras, los rasgos fuertes, pero no demasiados, la hermosa nariz recta, los labios rosa pálido... ¡Oh, sí. Esos labios!
Esos labios que Kagome tuvo que ponerse de puntillas para poder alcanzarlos y posar sus brazos alrededor de su cuello para mantener el equilibrio de sus piernas. «¡Estúpida, estúpida, estúpida!» Gritó su cerebro, pero eso fue antes de que sintiera las manos de Sesshomaru descansando en sus caderas, antes de que él respondiera a ese beso hambriento y la hiciera perder la razón con el roce de su cálida lengua. Era un beso delicado, completamente bajo control sin embargo, Kagome se sintió arder de la cabeza a los pies mientras saboreaba los sensuales labios masculinos. Estaba tan perdida en aquel beso que se estremeció, jadeó y casi se lamentó cuando Sesshomaru se separó de su boca.
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Hola! Hasta aquí llega este cap, el próximo y último capítulo será más jugoso. 😉😉😉
Los que conocen el personaje de Sesshomaru saben que no es fácil describirlo en este tipo de situaciones, por eso les pido paciencia.
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