26
Asiento sin remedio, levemente confundida por su acelera desición. No es que me moleste que sea tan pronto, es solo que esperaba tener más tiempo, solo un poco más.
Me siento junto a la ventana, prestando atención a cada detalle, memorizando los tiempos y otras posibles salidas. Sus pupilas dilatadas y la forma en la que sus labios hacian un mollin me causó curiosidad, una emoción diferente.
—No lo olvides—recalca serio—, a las doce debes estar afuera, si no—enarca ligeramente una ceja, levantando el mentón—, estarás sola.
—¿Qué pasará con la manada después?
—No habrá manada—sentencia sin temblar.
Asiento en su dirección, pegando mis piernas contra mi pecho, recargo mi mejilla contra mi rodilla. Ofuscada.
—Una cosa más—agrego sin moverme, pero viéndolo directamente—, la hermana de Tadeo, la quiero.
—Esa cuenta no es asunto tuyo—dictó cruzándose de brazos—, todavía necesito sus servicios, así que amenos de que quieras esperar con nosotros—lame sus labios.
—Cuando nos conocimos, te dije que no pedía nada a cambio, solo lo que tú deseas—reitero, levanto la cabeza, retandolo con la mirada—. Pues ahora, ya sabes lo que quiero, y para ti, que tienes cientos de súbditos y cómplices, no será complicado darmelo, ¿o sí?—bajo mis piernas, captando su rojiza mirada.
—Es un precio alto.
Me levanto con lentitud, ladeando el rostro inocente.
—No lo suficiente para ti.
( . . . . )
Me dejo caer sobre la cama por segunda vez en la noche, esperando. Realmente no se que sentir. Tantos años de espera, de resentimiento guardado, dolor y llanto. Todo se resume a esto, al borde colapsar.
Apesar de lo que mis sentimientos gritan, no puedo hacer nada, porque la satisfacción de saber que lo logré los opaca.
Todavía es nuevo como puedo sentirlo, saber que está cerca y puedo tocarlo. No fue necesario que mirara a la puerta, aún con las luces apagadas sabía que era él.
—Siento a ver me ido sin avisar—las disculpas nunca me han interesado. Entre abro los ojos para verlo, justamente cuando se quita un chaleco negro con muchos bolsillos, parecido a los militares.
Me giro en la cama sin saber qué decir, observando su silueta en la oscuridad. Y casi puedo jurar que el hace lo mismo.
No hay culpa, pero tampoco creo que hice justicia.
Sin decir nada más entra al cuarto de baño. Inhalo con fuerza, apoderándome de su varonil colonia. Me siento en la cama, alzando su abrigo café y camisa, sin pensarlo la abrazo. Joder, deseo tantas cosas.
Palpo con delicadeza mi mejilla, notando la mancha que me a dejado la ropa. Sonrío atontada, negando y limpiando mi mejilla con la misma, para después lanzarla lejos.
Cuando volvió, todo seguía igual, a excepción del palpitar acelerado de mí corazón. Sin decir nada se acostó junto a mí, pasando su brazo por mi cintura, mientras yo me pegaba a su pecho.
—Tengamos una cita—murmuro, pasando mis dedos por sus tatuajes, memorizando cada trazo en sus brazos—, será cómo empezar de nuevo.
Me giró sobre sus brazos, haciendo que descanse sobre su cuerpo, enredado nuestras piernas.
—¿Dónde?
Aún sin la luz suficiente, ví el destello dorado en su verdosa mirada. Toqué su pecho desnudo, respirando con calma.
—¿Cuál es tu lugar favorito?
—Cualquiera donde este a tu lado.
Me levanté un poco, recargadome sobre mis codos. Una brillante sonrisa adornaba sus labios.
—Eres todo un romántico empedernido.
Su pecho vibra por su roca risa. Ladeé el rostro, admirando con detalle su rostro. Sin medirme comencé a tocar su barbilla, viajando hasta sus clavículas y volviendo a subir.
—¿Sucede algo?—con su mano libre atrapa la mía—Te noto extraña.
—Todo—admití, pero a diferencia de otros días, no me miró confundido. Atrajo mi mano hasta sus labios, dejando un castro beso—, todo pasa.
Me detengo a pensar, con un creciente nudo en la garganta y ligero temblor en las manos. Por qué soy tan malditamente débil.
Reaccioné al sentir sus caricias en mi mejilla, al bajar por mi hombro hasta mi espalda baja, haciendo el recorrido de una manera tan deliciosa que no pude más.
No quedó un solo espacio entre nuestros cuerpos cuando me lancé a besarlo. Un poco ansiosa, un poco perdida y otro tanto cautivada.
Sus labios quedaron tatuados en la piel expuesta de mi cara y cuello. Sus caricias llegaron a muchas partes. Y yo, me encargué de dejarle claro cuánto significa en mí vida.
No hubo nada más. Solo la marca de cuánto nos necesitábamos. Sin ocultarlo sonreí, con un alivio en le pecho creciente.
A lo largo de la noche dejé mi alma hecha añicos en sus manos.
Me arrancó suspiros cuando tocó mi piel como nunca nadie lo había hecho, aún con la ropa puesta, porque no fue necesario desvestirnos para quedar desnudos.
Hablábamos de lo que podría ser el futuro.
Recostó su cabeza sobre mis pechos todavía cubiertos, relajándose hasta caer dormido. Mientras tanto, yo lo abracé como nunca antes. La calidez que desprendía su cuerpo prometió acompañarme, logrando conciliar el sueño aún cuando lo evité tanto como pude.
Besé sus labios una vez más antes de caer rendida.
( . . . . )
—¿Segura de qué es todo?—vuelvo a insistir, cepillando mi cabello.
—Es la quinta vez que reviso—rueda los ojos, haciendo una mueca divertida—, llevo más que lo necesario.
Le doy un rápido vistazo a mi reloj de mano, seguido de dejar el cepillo a un lado. Ambas despertamos temprano, alistando hasta el más mínimo detalle de su partida. Se sienta al borde de la cama, levantando una mochila con equipaje ligero.
—Estoy nerviosa—admite, abrazando la antes mencionada—, ¿y si mejor me voy mañana? Apenas pasamos tiempo juntas, quizás hasta el Alfa te deje ir conmigo de viaje si esperamos.
—No—determino sin pensarlo. Elizabeth tiene que marcharse antes del medio día, merece libertad, felicidad y amor, no morir en su primer día—. Eso no es vivir—reitero—. No voy a anclarte a esta porquería por más tiempo, debes ir.
—Volveré—formula sin apartar la mirada, decidida—, y las cosas serán diferentes.
Y vaya que lo serán.
—Patearemos los culos que sean necesarios para salir a divertirnos.
Me siento a su lado, recargando mi cabeza sobre su hombro. Sería una buena amiga.
—¿Llevas los boletos?
—Joder, ¡Sí!
Chilla, soltando una risita.
—Tomaré una foto por cada cosa nueva que haga, así te traeré algunos recuerdos—tira de sus mechones rubios—. Mi primera cerveza será en honor a mí, la segunda por ti y la tercera por mi maldito culo precioso.
—¿Dónde tenías escondido ese vocabulario niña?—le doy un empujón, riendo.
—En lo más profundo de mi corazoncito—toca su pecho, mirando al techo, cómo si una divinidad se las chocara.
Rio entre dientes, guardando tanta seriedad como puedo. Se levanta sin prisas, tambaleándose en el proceso. Tocan la puerta con más insistencia y frunzo el entrecejo, reviso de nuevo la hora, nueve con quince.
—Tal vez sea Elijah buscándome—advierto levantandome de un brinco, me ve de reojo, negando con la mano, de pronto parece aspirar el olor en el aire—, ¿qué ocurre?
—No es el Alfa.
Anteo los bolsillos de mi pantalón y suéter, buscando algo con que defenderme por precaución. Pega la oreja a la puerta, cerrando los ojos concentrada.
El maldito cepillo, estúpida.
Giro sobre mis talones en un parpadeo, tentando el objetivo sobre mis manos. Si una ranita nos salvó, un cepillo hará maravillas.
—¡Lucy! Maldición, sé que estás ahí.
Y suelto el todo el aire que guardaba. Guardo el cepillo el mi bolsillo trasero, acercándome a una Elizabeth confundida y en posición de defensa. ¿A caso también teme a los de su especie?
—Es alguien que conozco—le voy un apretón en el hombro, tratando de restarle importancia—. Volveré en un momento, tu ve juntando todo de una vez.
Asiente sin estar del todo convencida. Salgo sin hacer ruido, colocando una mano sobre el pecho del rubio para alejarlo. Con un gesto simple le digo que me siga rumbo a mi habitación. Lo dejo pasar primero, asegurando que nadie nos haya visto.
—¿Qué te dijo?—pregunta sin rodeos, caminando de un lado a otro. Sus mechones rubios caen por su rostro rebeldes, y sin preguntar me acerco a apartarlos.
—Tendrás que venir conmigo—doy pasos atrás, limpiando discretamente mis manos sobre mi pantalón—, me entregará a tu hermana cerca del lugar acordado.
—¿Y dónde carajo es eso?—me toma de los brazos con fuerza. Su cuerpo tiembla levemente y su miradas irradia desesperación.
Me aparto de un jalón, mirándolo mal.
—En tu puta vida vuelvas a tocarme así—lo señalo—. Sé que estás ansioso por verla, pero no es excusa para hacerlo—froto mis manos, negando—, y sobre dónde, no puedo decirte.
—Pero si estamos aliados—farrulla con molestia.
—Sí y también con Alonso, pero ya ves como son las cosas—exclamo con notable ironía—. Ella es mi seguro contra ti, es solo una pequeña precaución que debo tomar, ya sabes, por si se te ocurre dejarme botada e irte.
—No puedes...
—Sí puedo y ya lo hice.
Froto mis cienes, llamando toda la paciencia que tengo para no gritarle. Su mirada va el piso, sus ojos desorbitados y boca levemente abierta le dan una apariencia perdida.
—Debes pensar con la cabeza fría, porque sí actúas justo así—continua mirando el piso—, no llegarás con ella.
—¿Eso es una amenaza?
—Serás idiota—contesto exaspera—. No, no es una jodida amenaza, es una recomendación y motivación. Tienes que ser el hijo de puta más capaz y voraz de hoy, así saldremos sin un rasguño, ¿lo entiendes?
—Lo entiendo, no me trates de tonto—pone los ojos en blanco, bufando.
—Entonces no te comportes como uno—saco una de las ligas del cajón, atando mi cabello para parecer está mojada—. Debo volver con Elizabeth.
Le informo sin saber por qué, pero él asiente.
—Creí que no querías dejar cabos sueltos—enarca una ceja.
—Yo también—chasqueo la lengua—. Pensé que me sería útil para conseguir algo, pero no.
—¿Entonces qué más da que la dejes vivir? Solo déjala esperando y que seas apañe sola .
—No puedo dejarla aquí—me encamino a la puerta—, no sé por qué, pero no puedo.
Tú humanidad hace eco.
—Solo prepara todo lo que necesites, díez minutos antes iré por ti.
—En la puerta, lo sé, lo sé—agita su mano—, ni un minuto más, ni un minuto menos.
Ambos salimos sin decir más, tomando caminos distintos. El momento es tan irreal. Me encamino a la habitación de Elizabeth, saludando a algunos guardias en el proceso. Al entrar la rubia se coloca un abrigo rojo, con una sonrisa soñadora.
—Llego la hora.
Sus brazos me envuelven, suspirando aliviada.
—Ya todo terminará.
. . .
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